– Es un móvil de prepago -dijo Esperanza-. No hay manera de rastrearlo.
Maldición. Myron salió con el Ford Taurus del aparcamiento del cementerio. Big Cyndi estaba encajada en el asiento y parecía como si se hubiese disparado el airbag. Sí, un Ford Taurus de color verde metalizado. Cuando Myron pasaba, las supermodelos babeaban.
– El punto de compra es una tienda de móviles en Edison, Nueva Jersey -añadió Esperanza-. Pagado en efectivo.
Myron comenzó a dar la vuelta. Era hora de visitar a Joel Fishman para pedirle otro favor. El bueno de Crush estaría encantado de volver a verle.
– Otra cosa más -dijo Esperanza.
– Te escucho.
– ¿Recuerdas aquel símbolo extraño junto a las palabras «No es suyo»?
– Sí.
– Como sugeriste, lo colgué en una página de fans de HorsePower para ver si alguien lo conocía. Respondió una mujer llamada Evelyn Stackman, pero no quiere hablar por teléfono.
– ¿Por qué no?
– No lo dijo. Quiere hablar en persona.
Myron hizo una mueca.
– ¿Por un símbolo?
– Correcto.
– ¿Cómo quieres llevarlo? -preguntó Myron.
– Quizá no me has oído bien -respondió Esperanza-. He dicho «ella», como si fuera una mujer poco dispuesta a hablar.
– Ah -dijo Myron-. Y supones que puedo utilizar mis artimañas y mi encanto masculino para seducirla y sacarle la información.
– Sí -asintió Esperanza-, vamos a probar por ese lado.
– Suponte que sea gay.
– Creía que tu encanto masculino y tu apariencia funcionaban con todas las preferencias.
– Sí, por supuesto. Ha sido un error.
– Evelyn Spackman vive en Fort Lee. He concertado una cita para esta tarde.
Colgó. Myron apagó el motor.
– Vamos -le dijo a Big Cyndi-. Fingiremos que somos los padres de un alumno.
– Qué divertido. -Big Cyndi adoptó una actitud pensativa-. Un momento, ¿tenemos un chico o una chica?
– ¿Tú qué prefieres?
– En realidad no me importa, siempre que él o ella estén sanos.
Volvieron a la escuela. Dos padres esperaban fuera del aula. Big Cyndi les mostró las lágrimas, afirmando que su pequeña Sasha tenía una emergencia en francés y que sólo iban a tardar unos segundos. Myron aprovechó la distracción para entrar en el aula solo. No había ninguna razón para que Joel viese a Big Cyndi y se quedase de piedra.
Como era de esperar, Joel Fishman no se mostró muy contento de verle.
– ¿Qué demonios quiere?
– Necesito que la llames y arregles un encuentro.
– ¿Para qué vamos a reunimos?
– ¿Qué te parece, no sé, fingir que eres un camello y preguntarle si necesita más droga?
Joel frunció el entrecejo. Iba a protestar, pero Myron sacudió la cabeza. Joel hizo un cálculo rápido y comprendió que la mejor manera de acabar con todo eso era cooperar. Sacó el móvil. La tenía en la agenda como Kitty; sin apellidos. Myron mantuvo la oreja cerca del teléfono. Cuando oyó el titubeante hola en el otro extremo de la línea, su rostro se descompuso. No cabía la menor duda: era la voz de su cuñada.
Fishman cumplió su parte con el perfeccionismo de un psicópata. Le preguntó si quería encontrarse con él. Ella dijo que sí. Myron le hizo un gesto a Fishman.
– Vale, guay -dijo Fishman-. Iré a tu casa. ¿Dónde vives?
– No funcionará -afirmó Kitty.
– ¿Por qué no?
Entonces Kitty susurró algo que le heló el corazón de Myron.
– Mi hijo está aquí.
Fishman era bueno. Dijo que podía dejar el paquete donde ella quisiera, pero Kitty era muy desconfiada. Por fin acordaron que se encontrarían cerca del tiovivo, en el centro comercial Garden State Plaza, en Paramus. Myron consultó su reloj. Calculó que tendría tiempo más que suficiente para hablar con Evelyn Stackman del símbolo enviado junto a las palabras «No es suyo» y de regresar para ver a Kitty.
Myron se preguntó qué haría cuando eso ocurriese, cuando se encontrase con Kitty. ¿Se le echaría encima y se enfrentaría con ella? ¿Le haría preguntas amables? Podría ser que ella no apareciese. Quizá lo mejor sería pedirle a Fishman que cancelase la cita después de que ella apareciese, para poder seguirla hasta su casa.
Media hora más tarde Myron aparcaba el coche delante de una casa en Lemoine Avenue, en Fort Lee. Big Cyndi se quedó en el vehículo, jugando con su iPod. Myron caminó por el sendero de entrada. Evelyn Stackman abrió la puerta antes de que Myron pudiese tocar el timbre. Parecía tener unos cincuenta y tantos años, y llevaba el pelo rizado de un modo que le recordó a Barbra Streisand en Ha nacido una estrella.
– ¿Señora Stackman? Soy Myron Bolitar. Gracias por recibirme.
Ella le invitó a entrar. En la sala había un viejo sofá verde, un piano vertical de cerezo claro y carteles de los conciertos de HorsePower. Uno era de su primera actuación en el Hollywood Bowl hacía más de dos décadas. El cartel estaba firmado por Lex Ryder y Gabriel Wire. La dedicatoria -en letra de Gabriel- decía «Para Horace y Evelyn, rockeros».
– ¡Caray! -exclamó Myron.
– Me han ofrecido diez mil dólares por él. Me vendría bien el dinero, pero… -Se detuvo-. Le busqué en Google. No sigo el baloncesto, así que no conocía su nombre.
– De todas maneras, fue hace mucho tiempo.
– ¿Ahora dirige a Lex Ryder?
– Soy su agente. Hay una pequeña diferencia. Pero trabajo para él.
Ella pensó en eso.
– Sígame. -Le precedió al bajar las escaleras hacia el sótano-. Mi esposo Horace. Él era el verdadero fan.
El pequeño sótano tenía el techo tan bajo que Myron no podía mantenerse erguido. Había un futón gris y un viejo televisor sobre un pie de fibra de vidrio negra. El resto del sótano, era, bueno, HorsePower. Una mesa plegable estaba cubierta con detalles de HorsePower: fotografías, álbumes, pentagramas, anuncios de conciertos, púas de guitarra, palillos de batería, camisas, muñecas. Myron reconoció una camisa negra con broches.
– Gabriel la llevaba durante un concierto en Houston -dijo ella.
Había también dos sillas plegables. Myron vio varias fotos de Wire recortadas de los tabloides.
– Lamento el desorden. Después de la tragedia de Alista Snow, bueno, Horace estaba destrozado. Solía examinar las instantáneas de Gabriel fotografiado por los paparazzi. Verá, Horace era ingeniero. Era muy bueno con las matemáticas y los rompecabezas. -Señaló los periódicos-. Son falsas.
– ¿A qué se refiere?
– Horace siempre encontraba la manera de demostrar que las imágenes no eran de Gabriel. Como ésta. Gabriel Wire tiene una cicatriz en el dorso de la mano derecha. Horace consiguió el negativo original y lo amplió. No había tal cicatriz. En ésta utilizó una ecuación matemática, pero no me pida que se lo explique, y dedujo que este hombre calzaba un cuarenta y tres. Gabriel Wire usa un cuarenta y seis.
Myron asintió, pero no dijo nada.
– Debe parecerle extraño. Esta obsesión.
– No, en realidad no.
– Otros hombres siguen a algún equipo, van a las carreras o coleccionan sellos. Horace amaba a HorsePower.
– ¿Qué me dice de usted?
Evelyn sonrió.
– Supongo que también era fan. Pero no como Horace. Era algo que hacíamos juntos. Acampábamos antes de que empezasen los conciertos. Apagábamos las luces, escuchábamos e intentábamos encontrar el verdadero significado de las letras. Quizá no parezca gran cosa, pero daría lo que fuese por otra noche como aquéllas.
Una sombra cruzó su rostro. Myron se preguntó si debía mencionar ese tema y decidió que sí, que debía hacerlo.
– ¿Qué le pasó a Horace? -preguntó.
– Murió en enero pasado -respondió ella, con la voz ahogada-. Un paro cardíaco. Estaba cruzando la calle. La gente creyó que le había atropellado un coche. Pero Horace se cayó en el paso de peatones y murió. Así. Se fue. Sólo tenía cincuenta y tres años. Éramos novios desde el instituto. Criamos a dos hijos en esta casa. Hicimos planes para nuestra vejez. Yo acababa de retirarme de mi trabajo en la oficina postal, para que pudiésemos viajar más.
Le dirigió una rápida sonrisa, como diciendo «qué se puede hacer», y desvió la mirada. Todos tenemos nuestras heridas, tormentos y fantasmas. Todos caminamos, sonreímos y fingimos que todo marcha bien. Somos corteses con los extraños, compartimos la carretera con ellos, hacemos cola en el supermercado y conseguimos disimular el dolor y la desesperación. Trabajamos duro, hacemos planes, pero, con frecuencia, todo se va al infierno.
– De verdad, lamento su pérdida -dijo Myron.
– No tendría que haberlo dicho.
– No pasa nada.
– Sé que debería desprenderme de todo esto. Venderlo. Pero es que no puedo todavía.
Sin saber qué decir, Myron tiró por lo clásico:
– Lo comprendo.
Ella consiguió sonreír.
– Pero en realidad usted quiere saber algo acerca del símbolo.
– Si no le importa.
Evelyn Stackman cruzó la habitación y abrió un archivador.
– Horace intentó descubrir qué significaba. Buscó en sánscrito, en chino y los jeroglíficos, cosas así. Pero nunca consiguió encontrarlo.
– ¿Cuándo lo vio por primera vez?
– ¿El símbolo? -Evelyn metió la mano en el archivador y sacó lo que parecía ser la portada de un CD-. ¿Conoce este álbum?
Myron lo observó. Era la ilustración, si se llama así, de la portada de un álbum. Nunca lo había visto. En la parte superior decía: «Live Wire». Después abajo, en letra más pequeña, «HorsePower Live at Madison Square Garden». Pero no era eso lo que llamaba la atención. Debajo de las letras había una curiosa foto de Gabriel Wire y Lex Ryder. En la foto se les veía a ambos de cintura para arriba, sin camisa, espalda contra espalda con los brazos cruzados. Lex estaba a la izquierda y Gabriel a la derecha, y miraban al potencial comprador con expresión seria.
– Justo antes de la tragedia de Alista Snow iban a grabar un álbum en directo -dijo Evelyn-. ¿Estaba usted con ellos entonces?
Myron sacudió la cabeza.
– Yo aparecí después.
Myron no podía dejar de mirar la foto. Gabriel y Lex se habían pintado los ojos con lápiz. Ambos hombres compartían el mismo espacio en la foto; es más, Lex ocupaba el mejor lugar, al estar a la izquierda, adonde la mirada se dirige primero, pero de todas maneras no podías evitar que tus ojos se sintieran atraídos hacia Gabriel Wire, casi de forma exclusiva, como si brillara un faro en su mitad de la foto.
Wire era -y Myron lo tenía que reconocerlo así, con todo el debido respeto heterosexual- rematadamente guapo. Su mirada hacía más que arder; te atraía, exigía tu atención, insistía en que le mirases.
Los músicos famoso tienen una gran variedad de recursos, pero las superestrellas del rock, como sus contrapartidas deportivas, también tienen detalles intangibles. Era aquello lo que transformaba a Gabriel en algo más que un músico, en una leyenda del rock. Gabriel tenía un carisma casi sobrenatural. Ya fuera en el escenario o en persona, te hacía sentir transportado, pero incluso allí, en esa foto de la portada de un álbum jamás editado, podías sentirlo de nuevo. Era algo más que guapo. Notabas en aquellos ojos ardientes la sensibilidad, la tragedia, la furia, la inteligencia. Querías escucharle más. Querías saber más.
– Guapísimo, ¿no? -comentó Evelyn.
– Sí.
– ¿Es verdad que tiene el rostro desfigurado?
– No lo sé.
Junto a Gabriel, Lex intentaba mostrar una pose con demasiada intensidad. Los brazos cruzados estaban tensos, como si estuviese haciendo una flexión de bíceps. Era un tipo normal con unas facciones un tanto anodinas, y quizá, si le prestabas alguna atención, comprendías que Lex era el sensible, el consistente, el estable, en resumen, el aburrido. Lex era el vulgar yin frente al hipnótico y volátil yang de Gabriel. Pero una vez más, en todos los grupos, para que duren, hacía falta mantener ese equilibrio, ¿verdad?
– Aquí no veo el símbolo -dijo Myron.
– Nunca llegó a aparecer en la portada. -Evelyn estaba de nuevo en el archivador. Sacó un sobre cerrado con una goma elástica. Sujetó la goma entre el pulgar y el índice, se detuvo y miró-. Me pregunto si debería mostrárselo.
– ¿Señora Stackman?
– Evelyn.
– Evelyn. Usted sabe que Lex está casado con Suzze T, ¿no?
– Por supuesto.
– Alguien está intentando hacerle daño. Supongo que también a Lex. Intento descubrir quién es.
– ¿Cree que el símbolo es una pista?
– Podría serlo, sí.
– Usted parece un buen hombre.
Myron esperó.
– Le dije que Horace era un gran coleccionista. Los artículos exclusivos eran sus preferidos. Hace unos años, el fotógrafo Curk Burgess le llamó. Una semana antes de que muriese Alista Snow, Burgess hizo la foto que está mirando ahora.
– Vale.
– Pero aquel día tomó un montón de fotos, por supuesto. Fue una larga sesión fotográfica. Supongo que Gabriel quería algo más arriesgado, así que hicieron unas cuantas fotos desnudos. ¿Recuerda cuando hace unos años un coleccionista privado compró una película pornográfica de Marilyn Monroe para que nadie más pudiese verla?
– Sí.
– Bueno, pues eso es más o menos lo que hizo Horace. Compró los negativos. En realidad no podíamos permitírnoslo, pero ése era su grado de compromiso. -Señaló la portada del álbum en su mano-. En su origen era una foto de cuerpo entero, pero la cortaron.
Abrió el sobre, sacó una foto y se la mostró. Myron echó un vistazo. Los dos hombres estaban fotografiados de lado, y en efecto, estaban desnudos pero las sombras estaban dispuestas con buen gusto y funcionaban como hojas de parra.
– Sigo sin verlo.
– ¿Ve esa marca en la parte superior del muslo de Gabriel?
Evelyn le pasó otra foto, muy ampliada. Allí estaba, en el muslo derecho, muy cerca de la legendaria ingle de Gabriel Wire, un tatuaje.
Un tatuaje que parecía calcado del símbolo colgado en la página de Facebook de Suzze, junto a las palabras «No es suyo».