10

Meeson llamó a la puerta del cuarto de la niñera en el momento en que Stella estaba preparada para irse a la cama.

– Miss Johnstone, por favor, a Miss Ford le agradaría que fuera usted a tomar café con ella después de cenar. Esta noche no bajará al comedor.

Aquello era como una convocatoria real y no admitía negativa.

Cuando bajó las escaleras, media hora después, se encontró con Ninian junto a su codo.

– Así que se nos ordena acudir a su presencia. Parece que has impresionado a Adriana.

– ¿La has visto? -preguntó Janet, frunciendo el ceño.

– ¡Oh, sí!… He sido admitido. El amable huésped no pierde tiempo en presentar sus respetos a su anfitriona.

– ¿No te vas a quedar aquí?

– ¿En qué otro sitio, querida? Ya sabes que lo hago de vez en cuando. Adriana y yo somos compinches y, después de todo, ella es «mi tía», como dice nuestra querida Edna. Un título horrible… ¡ni siquiera Stella lo utilizaría!

Naturalmente, con la presencia de Ninian, la comida se vio animada. Se colocó entre Edna y Janet y mantuvo una conversación continua. Geoffrey le respondió, Edna se hizo más afable y la situación podría haber resultado muy agradable de no haber sido por Meriel, que permaneció sentada, envuelta en silencio, con la mirada posada sobre el rostro de Ninian. Era evidente que estaba resentida por el lugar que ocupaba. No soportaba el hecho de no haber sido lo bastante rápida como para sentarse junto a él, a tiempo de quitarle el puesto a Janet, que se había sentado en ese mismo sitio de la mesa en las comidas anteriores. Meriel fue la última en entrar en el comedor, y ni siquiera tuvo una oportunidad. Antes de que se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, Ninian estaba apartando la silla de Janet, ayudándola a sentarse. A Meriel no le quedó otra cosa que sumirse en un triste silencio.

Había transcurrido ya la mitad de la cena cuando, de repente, recuperó la voz e inclinándose sobre la mesa empezó a recordarle a Ninian esto, aquello y lo otro.

– Aquel baile en Ledbury… fue maravilloso, ¿verdad? ¿Recuerdas que dijiste que yo era la mejor bailarina de la sala? -emitió una breve risa sugestiva-. No es que fuera un gran cumplido, porque la mayor parte de las mujeres inglesas no saben bailar…, no tienen fluidez, ni gracia, ni temperamento. Sabes que siempre he tenido la impresión de que podría haber logrado algo con mi baile si Adriana hubiera reconocido mis posibilidades y me hubiera enseñado… Una tiene que empezar cuando es joven. Pero, claro está, ella estaba ocupada con sus propios asuntos…, siempre lo está. Y ahora es demasiado tarde.

Sus ojos miraron conmovedoramente a Ninian, y su voz fue bajando hasta alcanzar profundidades trágicas.

Él se la sacó de encima con habilidad.

– ¡Oh! No hubieras tardado mucho en cansarte de tener que practicar siete u ocho horas al día. Las cosas buenas siempre exigen trabajo duro -y a continuación, volviéndose hacia Geoffrey, preguntó-: ¿Has visto a esa chica rusa cuando pasó? Hasta yo pensé que era bastante buena.

Cuando salieron del comedor, Ninian anunció:

– Y ahora, Janet y yo tenemos que ir a desgarrarnos mutuamente. Tomaremos el café con Adriana.

– ¿Quieres decir que ella te pidió… a los dos? -la voz de Meriel sonó enojada.

– En efecto.

– No pensé que fuera capaz de salirse de su camino para pedirle algo a una extraña.

– ¿De veras? Pero, por otra parte, tú no piensas demasiado, ¿no es cierto?

– ¿De qué sirve? -replicó ella-. Eso no conduce a nada.

De repente, los ojos de Meriel adoptaron una expresión implorante. Janet miró a otra parte. Murmuró una excusa a Edna y se volvió hacia las escaleras. Apenas había subido media docena de escalones cuando Ninian empezó a subir tras ella. Antes de hablar, Janet esperó a que el vestíbulo estuviera vacío.

– Todo lo que persigue es armar un escándalo. No tendrías que haberla acosado.

– No tiene ningún motivo para armar un escándalo.

La miró de soslayo. Janet mantenía la cabeza muy alta y no le miraba, sino que dirigía la vista hacia adelante.

– ¿Esperas que me crea que no has estado flirteando con ella? -preguntó.

Ninian emitió una risilla triste.

– No espero que te lo creas, pero resulta que es la verdad. Como tú misma has dicho, todo lo que persigue es armar un escándalo, y no importa mucho la razón. Se siente mortalmente aburrida y sólo desea convertirse en el centro de atención para poder representar un jugoso papel emocional. ¡Me asusta! Te lo digo de veras. ¡Preferiría flirtear antes con una bomba atómica!

– ¿Por qué no se busca un trabajo?-preguntó Janet con severidad-. No me sorprende que se sienta aburrida aquí, sin nada que hacer.

– ¡Será mejor que no se lo digas! -comentó Ninian, riéndose-. ¡Entonces sí que se armaría un escándalo!

– ¿Por qué?

– Te estás portando como una estúpida. Eso significaría trabajo y nuestra querida Meriel no siente ningún ansia por trabajar. Dinero que gastar y nada que hacer, con multitud de admiradores ayudándola a hacerlo…, francamente, ésa creo que es su única ambición. Y nunca dejará a Adriana porque mantenerse fuera de su vista podría significar estar fuera de su mente y en tal caso también podría quedar fuera del testamento. Ese es el tema en el que todos pensamos en esta casa, querida. Nadie sabe lo que tiene Adriana, y nadie tiene la menor idea de quién lo va a recibir cuando desaparezca; así es que, claro está, nadie piensa en otra cosa. A Geoffrey le encantaría tener un piso en la ciudad y disfrutar de su libertad. Edna acaricia la idea de una pequeña y bonita casa, llena de todos esos artilugios eléctricos que se exhiben en Hogares Maravillosos para Millones. Meriel desea un mundo de película en el que pueda deslizarse sobre pisos de mármol y donde pueda dormir sobre pieles de tigre.

– ¿Y tú?-preguntó Janet-. ¿Qué quieres tú?

– Lo que pueda conseguir.

Llegaron al final de la escalera y permanecieron allí, en pie. La voz de Ninian tenía un sonido muy débil.

– No solía ser por cuestiones de dinero -dijo Janet.

Él se echó a reír.

– Hemos cambiado todo eso. Toda persona sensible desea dinero.

– Una persona sensible sabe que tiene que ganarlo.

– Janet, ¡eres una pedante!

– Quizá.

– Y eso es algo repugnante.

La joven hizo un ligero movimiento de protección con las manos.

– Muy bien, ¡fuera de aquí!

Ninian estalló en carcajadas.

– ¡Vamos! Estamos haciendo esperar a Adriana.

La encontraron tendida en el canapé, con la colcha de terciopelo cubriéndole hasta la cintura, con anillos en sus largos y pálidos dedos, sin ninguna otra joya, excepto el doble collar de perlas. El café no había llegado aún. Primero, ella quería hablarles. Llamaría para pedirlo cuando estuviera preparada.

– Y, para empezar, hablaré por separado con vosotros -dijo, dirigiéndose a Ninian-. Puedes marcharte a mi camarín y esperar allí. Hay una silla cómoda y un libro con recortes de prensa sobre mí.

El muchacho rió.

– ¿Crees que necesito los recortes para darme cuenta de lo maravillosa que eres?

La puerta se cerró; Janet se sentó en la silla que Adriana le indicaba y pensó: «Es como encontrarse en una especie de sueño extraño.» Y, a continuación, oyó decir a Adriana:

– Voy a hacerte una pregunta. Y quiero una contestación honrada. ¿Estamos de acuerdo?

No se produjo ningún cambio en el rostro de Janet, ni en su voz, cuando dijo:

– Eso dependerá de lo que me pregunte.

– ¿Quieres decir que te atreverías a no ser honrada?

– Puede que no sepa la respuesta.

– ¡Oh! Creo que la sabes o en caso contrario no te lo preguntaría. Bien, se trata de lo siguiente. Tú, Ninian y Star crecisteis juntos. No hay mucho que los niños no sepan los unos de los otros, y quiero saber hasta qué punto se puede confiar en Ninian, en tu opinión.

Janet permaneció sentada, en silencio. Los ojos de Adriana la escudriñaron. La pregunta se repetía en su mente como un eco. Al final, contestó:

– Hay diferentes clases de confianza.

– Eso es cierto. ¿Te ha fallado alguna vez?

Janet no respondió. Al cabo de lo que pareció un largo rato, Adriana dijo:

– ¿Que ése no es asunto mío? Supongo que no. Pero se trata de… ¿crees que me fallaría a mí?

– No lo creo.

Las palabras saltaron a su mente, a sus labios. No les dedicó ningún pensamiento consciente. Las encontró allí.

– No te has tomado mucho tiempo para responder -observó Adriana-. En otras palabras, es capaz de jugar con rapidez y flexibilidad con una mujer, pero no cogería nada de un bolsillo.

– No, no cogería nada de ningún bolsillo -confirmó Janet.

– ¿Estás segura de eso? -preguntó Adriana con un tono de voz profundo-. ¿No jugaría el papel del mentiroso por dinero? ¿No sería capaz de tender, manejar y tirar de los hilos de un plan que le pudiera proporcionar ventajas?

– ¡Oh, no!-exclamó Janet escuchando su propia voz muy clara y firme-. No haría nada de eso.

– ¿Por qué?

– No es propio de él.

– ¿Estás completamente segura de eso?

– ¡Oh, sí!

– Así es como pensabas de él cuando erais niños. ¿Cómo sabes que ahora no ha cambiado?

– Me daría cuenta si fuese así.

Adriana se echó a reír.

– Bueno, de todos modos no te andas por las ramas. ¿Hasta qué punto conoces a Robín Somers?

Si Janet se asombró ante la pregunta, no lo demostró. Si el cambio de tema fue un alivio para ella, tampoco lo dio a entender.

– Han pasado dos años desde la última vez que le vi -contestó.

Una de las pálidas manos de Adriana se alzó y volvió a caer.

– Eso no es una respuesta. Hace dos años que Star se divorció de él. ¿Hasta qué punto le conocías antes de que eso sucediera?

– Solía verle -contestó Janet tras considerarlo un momento- no muy a menudo. Podía ser encantador.

– ¿Te encantaba a ti?

– No mucho.

– ¿Qué pensabas de él?

– No creo que eso importe mucho, Miss Ford.

– No me gusta eso de ser Miss Ford. Llámame Adriana. Y si no importara, no te lo estaría preguntando.

– No me gustaba mucho -contestó Janet-. Pensaba de él que era un egoísta.

Adriana se rió.

– Los hombres lo son… y también las mujeres.

– Estaba convirtiendo a Star en una desgraciada.

– ¿Se sentía orgulloso de ella?

– A su manera.

– ¿Y de Stella?

– Supongo que sí.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Bueno, no se molestaba mucho por ella, ¿verdad? Ella estaba aquí, y él permanecía en la ciudad, ¿con qué frecuencia venía a verla?

– No muy a menudo.

– Ella habla de Ninian -dijo Janet con decisión-, pero no habla nunca de su padre.

Adriana sonrió.

– Eso puede significar que se preocupa muy poco… o demasiado. Es una niña extraña…, puede ser algo muy difícil de decir. Bueno, a ti no te gusta y piensas que hizo desgraciada a Star y, desde luego, ¡eso le condena! -la sonrisa se hizo burlona-. ¿Aceptarías su palabra sobre cualquier cosa?

No hubo ninguna duda en la contestación de Janet:

– ¡Oh, no!

Adriana se echó a reír.

– ¡Ahora lo sabemos! Bien, eso es todo por el momento. Ahora te toca a ti pasar al camarín. Dile a Ninian que venga. No necesitas leer los recortes de prensa si no quieres.

Encontró a Ninian absorto en ellos. Los dejó de mala gana. Se dirigió hacia la sala de estar riendo y diciendo:

– Soy como todos los demás adoradores: ¡me resulta difícil apartarme de ella!

Cuando cerró la puerta entre las dos habitaciones, Adriana dijo incisivamente:

– ¡No te quedes ahí, murmurando a mis espaldas! ¿Qué estabas diciendo?

– ¡Oh! Que me resultaba difícil dejar tus recortes. No cabe la menor duda de que la crítica te trataba muy bien.

– Eso es porque era buena…, era condenadamente buena. Y el público podía escuchar hasta el más bajo murmullo mío, que es mucho más de lo que se puede decir en la actualidad de prácticamente todos los que suben al escenario. ¡Oh, sí, era buena! Muy bien, y ahora he de decir que lo fui, y a nadie le importa lo buena que fui.

Ninian se acercó para sentarse junto a ella.

– Querida, no te eches por los suelos. Sé que eso te entusiasma, pero a mí no. Enriqueciste a tu generación, ¿y qué más se puede hacer? No lo sé. Es un verdadero logro… ¿y hay acaso muchas personas capaces de lograr algo?

Adriana extendió una mano hacia él y Ninian la cogió, llevándosela a los labios y besándola ligeramente.

– ¿Y bien? ¿Qué quieres de mí?

– ¡Oh! Sólo hacerte una pregunta o dos.

Sus cejas morenas se elevaron.

– ¿Sobre qué?

– Sobre esa chica, Janet.

– ¿Qué pasa con ella? -sus ojos aún estaban sonriendo, pero ella pensó que tenían una mirada cautelosa-. Querida, su vida es como un libro abierto… no hay simplemente nada que contar. Es una de esas increíbles criaturas que se dedican a hacer cosas por los demás, sin preocuparse en absoluto por sí mismas.

– Eso parece torpe.

– Es demasiado inteligente para ser torpe.

– Pues la has presentado como si tuviera todos los defectos de la torpeza.

– Lo sé. Pero no es torpe. Ni siquiera tú misma piensas así.

– ¿Dirías entonces que es una persona digna de confianza?

– ¿Acaso crees que Star la habría enviado aquí para cuidar de Stella si no lo fuese?

– Star no es precisamente un modelo de sentido común.

– No, pero conoce a Janet. Cuando has ido creciendo con otras personas, apenas si hay cosas que no sepas de ellas.

– ¿Dirías entonces que tiene un buen juicio?… Me refiero a Janet, no a Star.

– ¡Oh, sí! A veces parece como si te penetrara con la mirada. Al menos eso es lo que siempre ha hecho conmigo.

Los grandes ojos oscuros de Adriana estaban fijos en él. Con una franqueza devastadora, le preguntó:

– ¿Por qué no te has casado con ella?

– Eso será mejor que se lo preguntes a ella.

– No vale la pena…, no me lo diría.

– ¿Y qué te hace pensar que yo estoy dispuesto a decírtelo?

– ¿Lo vas a hacer?

– Claro que no, querida.

– Podrías hacer otra cosa peor -dijo-. Está bien, ve y dile que ya puede entrar. Y dile a Meeson que ya puede servirnos el café.

Cuando Meeson llegó con la bandeja, en su rostro lucía una sonrisa de agradecimiento. Estaba claro que tenía a Ninian en un excelente concepto.v El joven se levantó, la rodeó con un brazo y le dijo que cada vez tenía mejor aspecto, a lo que la doncella replicó que a él le sucedía igual.

– ¡Y no digas bobadas! No vale la pena contarle el cuento a las viejas. Ya lo han escuchado antes y si a estas alturas no saben lo que vale, nunca lo sabrán. Da lo mismo; siempre he dicho que si hay un momento peligroso en la vida de una mujer es cuando está a punto de decidir que ya ha caminado con demasiada frecuencia por el bosque y sale de él con un palo encorvado.

– Gertie, estás hablando mucho -dijo Adriana.

– Cuando tengo una oportunidad de hacerlo…, ¡compréndelo! Nadie quiere pasar por aquí y echar un vistazo; ahora están ellos…, ¡no lo harían si pudieran evitarlo! ¡Está bien, está bien, ya me marcho!

– ¡No, espera! ¿Has hecho el café aquí arriba?

– En mi propia cocina de gas.

– ¿Y de dónde has sacado la leche?

– Del jarro grande de la nevera. Y el azúcar es el que compré en Ledbury la última vez que fui a comprar para Mrs. Simmons. ¿Qué pasa?

Adriana le hizo señas para que se marchara y así lo hizo, cerrando la puerta con una fuerza innecesaria.



Ninian elevó las cejas al preguntar:

– ¿A qué viene todo esto?

– ¡Oh, nada! No es nada.

– ¿Quieres decir que si no hago preguntas no me tendrás que decir ninguna mentira?

– Si quieres expresarlo de ese modo… ¿Sigues tomando todo el azúcar que puedes?

– Sí, especialmente cuando es ese apetecible azúcar del tipo cande. Llegaría incluso a tomar la parte de Janet si ella deja de tomarla.

– No la dejo -advirtió Janet.

– Pero de todos modos, una mujer realmente desinteresada, me daría su parte.

– Entonces, no soy realmente desinteresada.

Adriana les observó. Estaba sopesando lo que cada uno había dicho del otro, calculando al mismo tiempo hasta qué punto soportarían la considerable tensión que podría caer sobre ellos. Eran jóvenes, lo tenían todo ante sí…, problemas y dolores del corazón y los momentos que hacían que todo valiera la pena. Ella ya había tenido su parte. Había caminado entre las estrellas. Si se le ofreciera de nuevo el vivir toda su vida, se preguntaría si aceptar o no. Suponía que lo aceptaría, siempre y cuando no supiera lo que iba a suceder. Eso era lo que minaba la fortaleza y hacía más lento el palpitar del corazón…, observar la aproximación inevitable de algo que lanzaba su sombra amenazadora a través del propio camino, deslizándose detrás de una, extendiéndose hacia adelante para oscurecer el próximo día. Era estúpido pensar en eso cuando ya había decidido que la sombra sólo era una sombra y no contenía amenaza alguna. Era estúpido tener estos momentos cuando nada parecía valer la pena. ¡Oh, bueno! Cuando una estaba arriba, estaba arriba, y cuando estaba abajo, estaba abajo. Esa había sido siempre su forma de actuar, pero nadie había logrado mantenerla abajo por mucho tiempo. Y ella había hecho un buen recorrido, un largo recorrido. Un recorrido largo tenía también sus desventajas…, se sentía pasada de moda. Y, sin embargo, se lamentaba cuando todo llegaba al final. Pero el final no había llegado aún, ¿y de qué servía pensar en ello? Se arrellanó entre los cojines de brocado color crema y dijo:

– Voy a organizar una fiesta. Gertie y yo hemos estado haciendo listas.

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