Janet salió de la habitación de Adriana Ford y se dirigió hacia el cuarto de la niñera. Estaba pensando en lo extraordinaria que era Adriana y en que, posiblemente, no sería tan vieja como Star había dicho. Había algo vivo en ella, algo que ocuparía siempre el centro del escenario, ya lo mantuviera con aquella mirada trágica, con un parloteo alegre sobre su nueva ropa y sobre las fiestas que pensaba dar, o con las preguntas perspicaces que chocaban con los asuntos más privados de una misma. ¿Qué pretendía haciéndole aquellas preguntas sobre Ninian, y por qué necesitaba hacérselas a una persona extraña? Ella era pariente de Ninian y le había conocido toda su vida. ¿Qué podía decirle Janet que no supiera? Ahora, se preguntaba por qué había contestado aquellas preguntas. Entonces, la puerta se abrió tras ella y Ninian la siguió al interior de la habitación.
– ¿Y bien? -preguntó él.
– Buenas noches -se despidió ella.
– ¡Oh, no me voy a marchar ahora! -advirtió él, riéndose-. ¡Al contrario! Vamos a tratar de hacer algo aquí, en el cuarto de la niñera.
– ¡Nada de eso!
– Claro que sí, querida. Ni siquiera sueño con cerrar la puerta y tirar la llave. Sólo voy a utilizar la persuasión moral.
– Ringan, ¡vete a la cama!
La antigua forma fronteriza de su nombre le surgió sin que Janet tuviera la menor intención de utilizarla. Había sido algo frecuente entre ellos, cuando eran niños, pero incluso en aquella época los mayores fruncían el ceño, pensando que sonaba demasiado vulgar. Era una extraña variante de Ninian y ella siempre se había preguntado el porqué del nombre, pero en esta ocasión le salió con facilidad.
La mirada de él se suavizó.
– Hacía ya mucho tiempo que no me llamabas así, mi jo Janet.
– No quería hacerlo. No sé por qué lo he hecho.
– Eres una muchacha fría y dura, pero de vez en cuando cometes un desliz y eres humana. Y ahora deja de hablar de ti misma y dime qué piensas de Adriana.
El rostro de Janet enrojeció.
– ¡No estaba hablando de mí!
– Muy bien, querida, como tú quieras. Pero ahora quiero hablar de Adriana. ¿Qué piensas de ella?
Janet frunció el ceño.
– No es como ninguna otra persona que yo conozca.
– ¡Afortunadamente! ¡Imagínate una casa llena de Adrianas! ¡Se produciría una combustión espontánea! ¿Sabes una cosa? Ese es el problema con Meriel… ella es una imitación, una mala copia, la versión de la modista local de un modelo de París. Consigue expresar ciertas singularidades en tal o cual detalle, pero no tiene ni el coraje ni el impulso de Adriana, por no decir nada de su talento. ¡Es una persona extraña! ¿Qué te dijo cuándo me hizo salir de la habitación?
– Eso es una pregunta.
– ¿No voy a obtener respuesta?
Janet sacudió la cabeza y Ninian preguntó:
– ¿Te preguntó algo?
La joven volvió a sacudir la cabeza.
– ¿Quiere decir eso que lo hizo, o que tú no le dijiste nada?
– Piensa lo que quieras.
– Eres una mujer muy irritante -observó él, echándose a reír-. ¿Qué harías si te zarandeara…, pedir socorro?
– Puede.
– En ese caso, te voy a decir quién vendría… Meriel. Es la única que está lo bastan te cerca. ¡Y qué divertido seria… para ella, claro! ¡Podría representar un papel de acuerdo con su corazón! ¡Seductor brutal descubierto! ¡Un ángel acude al rescate! ¡Damisela sin experiencia rechazada y advertida!
– Ringan, ¡vete a la cama!
Había tratado de que sus palabras, si no con enfado, sonaran con un acento de tranquila firmeza. No pudo evitar el darse cuenta de que hubo en ella un ligero rastro de indulgencia.
Ninian se apoyó sobre la repisa de la chimenea y la miró con ojos burlones.
– Vamos a ver, ¿cómo vas a conseguir que me marche de aquí? ¿Crees que puedes obligarme a la fuerza?
– Ni siquiera soñaría con intentarlo.
Ninian asintió.
– Muy bien. Lo más probable es que te besara. Entonces, ¿qué? Si estás pensando en apelar a mis mejores sentimientos, sabes desde hace mucho tiempo que no tengo ninguno.
No contestó. Ninian estaba tratando de jugar con ella, y eso no lo permitiría.
El muchacho extendió una mano y le rozó ligeramente la muñeca.
– No los tengo, ¿verdad?
– Supongo que algo te queda.
– Pero es algo tan pequeño… Se necesita mucho coraje. Quedarías sorprendida si lo intentaras.
El rostro de Janet se encendió.
– Puedes intentarlo con Anne Forester.
El sacudió la cabeza.
– No sería nada buena -y entonces, de repente y hablando con un tono de voz diferente añadió-: Janet, ¡sabes que ella no fue nada!
– No sé nada de eso.
– Entonces, quiere decir que trabajar para Hugo ha tenido un efecto muy desintegrador para tu cerebro. Antes eras bastante inteligente y si hubieras empleado un solo gramo de sentido común, te habrías dado cuenta de que Anne sólo fue un juego.
Janet permanecía en pie, muy erguida. Si hubiese podido añadir unos pocos centímetros a su estatura, le habría sido de gran ayuda. Hizo lo que pudo cuando dijo:
– ¡Eso sería muy simpático para Anne!
– ¡Oh! Ella también estaba jugando. Pero en todo el juego no había ninguna seriedad, por parte de ninguno. Sólo fue esa clase de situaciones de hoy-aquí-y-mañana-allá.
– ¿Como los asuntos que tuviste con Anne Newton… y con Anne Harding?
Ninian se echó a reír con fuerza.
– ¡Pues claro! Y, de todos modos, las tres se llamaban Anne. ¡Nunca ha habido otra Janet! ¿Sabes una cosa, querida? Lo que funciona mal en ti es esa actitud tan seria… Demasiados antepasados viviendo en casas de párroco y pronunciando largos sermones escoceses. Un hombre puede besar a una mujer, sin desear pasarse con ella el resto de su vida. Te lo aseguro, ninguna de las Annes significó nada y ellas tampoco iban mucho más en serio que yo…, te lo juro. Esa clase de cosas no significan nada en absoluto.
La sonrisa de Janet apareció, junto con el hoyuelo.
– Eso es lo que dijo Hugo.
– Lo dijo, ¿de veras?
– ¡Oh, sí!
– Y, sin duda alguna, unió la acción a las palabras. Y supongo que tú dejaste que te besara.
– ¿Y por qué no?
Ninian la cogió por los hombros.
– Sabes muy bien por qué no. Janet…, ¿lo hizo? ¿Se lo permitiste?
Janet retrocedió, pero no lo hizo a tiempo. Meriel apareció en la puerta, con el aspecto de una reina trágica. Llevaba puesto el mismo vestido que durante la cena, y un chal de seda carmesí, con un fleco, que se deslizaba hacia el suelo. Se le estaba cayendo de uno de los hombros; lo sujetó y dijo con un tono de voz dramático:
– ¡Os estoy interrumpiendo! ¿Supongo que esperáis que os pida disculpas?
Ninian se volvió con calma y dijo:
– ¿Por qué?
La pregunta fue acompañada por una mirada bastante cruda.
– Temía haberos asustado.
– ¿Pero qué otra cosa podría ser excepto una agradable sorpresa? ¿No entras aquí y te sientes como en tu propia casa? Estoy seguro de que Nanny siempre te daba la bienvenida. Janet no querría quedarse atrás, ¿verdad que no, querida?
Janet había permanecido quieta donde estaba, con el color avivando todavía sus mejillas, pero con el aspecto serio y compuesto. Al ser aludida tan directamente, dijo:
– Sí, entra. Le estaba diciendo a Ninian que ya es hora de irse a la cama. Pero, en realidad, no es tan tarde. Adriana se sentía cansada, así es que nos marchamos.
Meriel acabó de entrar en la habitación, recogiendo el chal rojo alrededor de su cuerpo.
– Supongo que te pidió que le llamaras Adriana, ¿verdad?
– ¡Oh, sí!
– Bueno, me marcho -dijo Ninian de repente-, No os contéis esta noche todos los secretos íntimos o no dejaréis nada para mañana.
Se detuvo en el umbral y por detrás de la espalda de Meriel hizo una mueca de escolar y lanzó un beso con la mano.
Janet vio cerrarse la puerta tras él con cierto alivio. Podía arreglárselas perfectamente bien con Meriel, pero Ninian, aguijoneado por Meriel era capaz prácticamente de cualquier cosa y había visto la luz del enfrentamiento en sus ojos. Se volvió hacia su inoportuna visitante.
– Me temo que hace bastante frío aquí.
– No importa -dijo Meriel con voz profunda; apoyó su brazo sobre la repisa de la chimenea y adoptó una graciosa posición inclinada-, No puede soportar el permanecer conmigo en la habitación…, supongo que te habrás dado cuenta.
– Es una lástima imaginar cosas.
– Pero eso no es nada imaginario. Sólo es algo dolorosamente evidente. No puedes haberlo pasado por alto. Así es que he sentido…, he sentido la necesidad de explicarlo.
– No tienes por qué hacerlo.
Meriel suspiró largamente.
– ¡Oh, no! Es evidente, como ya he dicho. Y creo que es mejor que tú lo sepas. Con una persona extraña, resulta difícil seguir el camino propio cuando se cruza con los asuntos de otras personas, sin herir a nadie o ser herida. Será mucho mejor para todos si tú sabes dónde se encuentra cada cual. Ninian ha estado por aquí bastante tiempo, ya lo sabes, y… bueno, espero que podrás suponer lo que ocurrió. El empezó a preocuparse por mí mucho más de lo que yo misma deseaba -fijó sus ojos oscuros y conmovedores en el rostro de Janet-. Traté de detenerle… y de hecho lo conseguí. No tienes que culparme…, al menos no debes hacerlo si lo puedes evitar. Yo tenía mis propios problemas. Geoffrey y yo… no, no diré una palabra más sobre eso. Edna no le comprende, no le hace feliz, pero nunca haríamos nada que pudiera herirla. Quiero que lo sepas.
Janet tenía en muy poca estima a quienes sentimentalizaban sobre los esposos y esposas de otras personas. Reprimiéndose para no expresar este sentimiento, supuso que quedaría perfectamente claro y confió en que tuviera un efecto amortiguador sobre cualquier otra clase de confidencias. Pero Meriel se limitó a suspirar de nuevo.
– Todo es terriblemente triste y no hay nada que hacer. Porque, ¿sabes?, no hay dinero. Creo que si las personas no se sienten felices juntas, es mucho mejor separarse, ¿no lo piensas tú también? Claro que el divorcio es algo terriblemente sórdido y cuesta más dinero del que tiene cualquiera de nosotros, así es que, ¿de qué sirve pensar en ello? Yo no tengo nada, literalmente nada, excepto la cantidad que me pasa Adriana, y Geoffrey tiene una renta miserable al margen de lo que ella le da…, y se supone que eso también debe ser para Edna. No te imaginas que pueda tener el corazón tan duro como para no darnos nada si nos marcháramos juntos, pero nunca se sabe. Podría hacerlo, y es mucho mejor no arriesgarse. ¡Es una situación terrible! Y a veces me he preguntado si no sería mejor terminar con todo de una vez, dejando que Ninian me saque de aquí.
– ¿Quiere él hacerlo? -preguntó Janet.
Los ojos oscuros miraron primero hacia arriba, y después hacia abajo, con los párpados caídos. En el tono de voz sonó un reproche.
– ¡Y necesitas preguntarlo! ¿Pero acaso puede una…, debe una apartarse de su más completa situación emocional? Ninian está terriblemente enamorado de mí, pero yo sólo le podría corresponder de un modo secundario. Y sigue existiendo la cuestión del dinero. Creo que su último libro ha sido mejor, pero el escribir es un asunto tan inseguro. Si al menos…, si al menos Adriana nos permitiera saber en qué situación está cada uno de nosotros. Pero ella está tan preocupada por sí misma que nunca piensa en quienes la rodean. Puede que vaya a dividirlo todo entre nosotros cuatro… Geoffrey y Star, y Ninian y yo. O si piensa que Star ya está ganando lo suficiente por su propia cuenta, puede dejarla al margen…, o también a Ninian si sus libros empiezan a venderse bien. Puedes comprender lo terrible que resulta no saber nada.
Janet empezó a sentirse como si hubiera llegado al punto de saturación.
– Creo -observó con toda franqueza-, que tendrías que apartar todo el asunto de tu cabeza y buscarte un trabajo. Había en Darnach una vieja que solía decir; «Los zapatos de los hombres muertos son terriblemente difíciles de llevar.» Por todo lo que sabes, Adriana podría haber puesto sus bienes en una pensión vitalicia.
– ¡Oh, no! No haría eso… ¡No lo haría!
– Nunca se sabe lo que van a hacer las personas hasta que lo hacen. Puede dividir el dinero o, simplemente, dejárselo a uno de vosotros. O puede dejarlo todo a una fundación teatral.
Meriel la miró verdaderamente horrorizada.
– ¡Oh, no!… ¡Nunca haría una cosa así!
– ¿Cómo lo sabes?
La expresión del rostro de Meriel cambió. En un instante estuvo registrando todo lo que pudo, y en el siguiente se cerró y quedó tan blanco como una pared encalada.
– Claro que eso no lo sabe nadie -admitió-, así que tampoco vale la pena hablar de ello. Tengo que marcharme. Me parece absurdo decir buenas noches…, pero quizá tú duermas…
– ¡Oh, sí!
– ¡Qué afortunada eres!
Se recogió el chal carmesí y abandonó la habitación.