Miss Silver se levantó en silencio y avanzó hacia el interior de la capilla. Ellie no se movió. Hubiera resultado difícil decir que respiraba. Parecía helada. No volvió la cabeza hasta que Miss Silver pronunció su nombre y le tocó suavemente en el hombro. Por un momento, sus ojos aparecieron pálidos e inconscientes. Miraron a Miss Silver como si no la vieran. Después emitió otro de aquellos largos y dolorosos suspiros y se reclinó hacia atrás.
Miss Silver se sentó a su lado.
– Está usted enferma, querida.
Se produjo un débil movimiento de la cabeza, un ligero suspiro.
– No…
– Entonces, es que tiene problemas.
La conciencia regresó a los ojos de Ellie. La voz que le estaba hablando era amable… no ansiosa como la de Mary, ni rígida como la de John Lenton. Tenía un calor que reconfortaba, una autoridad estimulante. Había llegado al final de todo lo que podía hacer o pensar. Se volvió hacia Miss Silver y dijo con un tono de voz lastimoso:
– No sé qué hacer…
Según la experiencia de Miss Silver, esto solía significar que la persona en cuestión tenía una idea perfectamente clara de lo que debía hacer, pero se negaba a hacerlo. Con mucha suavidad, dijo:
¿Está completamente segura de que no lo sabe?
Percibió el ligero estremecimiento de la joven.
– Me van a enviar fuera de aquí.
– ¿Quiere decirme por qué?
– Todo el mundo lo sabrá -dijo Ellie Pa- ge-, y no le volveré a ver nunca.
– Quizá sea lo mejor.
Ellie hizo un rápido movimiento.
– ¿Por qué tienen que doler las cosas de este modo? Si no le vuelvo a ver, no lo podré soportar. Y si le veo… -su voz se detuvo, como si ya no le quedara más aire en los pulmones.
– Está hablando de Mr. Ford, ¿verdad? -preguntó, pero con un tono de voz que era más afirmación que pregunta.
Ellie boqueó, en busca de aire.
– Todo el mundo lo sabe… Mary así lo ha dicho…
– Se ha hablado un poco, pero no creo que sea tanto. Mr. Ford suele tener esa forma de actuar. La gente no se lo toma muy en serio.
– Yo sí.
– Fue una lástima, querida. Él tiene otras obligaciones. Descuidarlas no iba a hacer otra cosa que traer desgracias consigo.
Ellie repitió lo que había dicho antes.
– Me van a enviar fuera de aquí.
– Eso puede ser aconsejable, en cualquier caso, durante algún tiempo.
Las manos de Ellie estaban entrelazadas y fuertemente apretadas.
– Usted no comprende.
– Para poder comprender -dijo Miss Sil- ver-, me gustaría hacerle una o dos preguntas.
Su cuerpo se estremeció. Después, Ellie exclamó:
– ¡Oh…!
– Para usted puede ser muy importante contestarlas. Espero que lo haga así. Desde algunas de las ventanas de la vicaría se puede ver perfectamente el camino que sale de la iglesia. ¿Es su ventana una de ellas?
Hubo un débil movimiento afirmativo de la cabeza.
– ¿Quiere decirme qué ventana es?
– Es la que está a un lado, donde crece el peral.
– Si mirara usted por esa ventana en una noche clara, podría ver a cualquiera que bajara por el camino de la Casa Ford. Anoche, casi había luna llena. Aunque también había bastantes nubes, la noche no era oscura. Anteanoche, Mr. Ford bajó por ese camino aproximadamente a las ocho y media. Si usted hubiera estado mirando por la ventana, podría haberle visto. No quiero decir que lo reconociera pero si él bajaba por ese camino y doblaba hacia la casa de Mrs. Trent a usted no le cabría la menor duda de quién era.
Y quizá estaba usted lo bastante en tensión como para querer-asegurarse de que se trataba de él.
Ellie la miró asombrada.
– ¿Cómo… lo… sabe?
Apenas si pudo escuchar las palabras. Miss Silver contestó con un tono de voz compasivo:
– Se sentía usted muy desgraciada. ¿Bajó por las ramas del peral? Ya lo había hecho otras veces, ¿verdad? Y se dirigió hacia la casa del guarda, pero ni llamó a la puerta ni entró en ella. Rodeó la casa y se dirigió hacia donde está la ventana de la sala de estar, y permaneció allí, apoyada en el alféizar, escuchando. La ventana estaba abierta, ¿verdad? Miss Page… ¿Qué escuchó usted?
Era como el Día del Juicio Final. Se trataba de cosas que nadie sabía. Pero esta mujer extraña las conocía. Era la amiga de Adriana Ford, que había venido a visitarla el día del funeral de Mabel Preston. ¿Cómo podía saber las cosas ocultas en su corazón? Si esta mujer las sabía, no valía la pena intentar ocultarlas por más tiempo. Y como era una persona extraña, de todos modos no importaba demasiado. Nunca importa lo que se le dice a una persona extraña como aquélla. No se sentiría acongojada como frente a
Mary, ni condenada como ante John. Y si ella contaba las cosas terribles que llenaban su mente, quizá se marcharan y la dejaran libre para buscar alguna clase de ayuda y de paz. Débilmente, y con palabras balbuceantes, dijo:
– Yo les oí… hablar… Geoffrey… y… ella…
– ¿Mrs. Trent?
– Sí.
– ¿Qué dijeron?
– Geoffrey dijo: «Nos vio allí», y Esmé dijo: «No podría decir la verdad aunque quisiera.» Estaban hablando de Meriel.
– ¿Está segura de eso?
– Al principio, me pensé que hablaban de Edna, cuando Esmé dijo: «¡Es tan celosa como el demonio!» Pero no se trataba de ella porque Geoffrey dijo que a Meriel no le gustaba que la despreciaran y que iba a plantear problemas.
– ¿Dijo cómo podía hacer eso?
– Esmé dijo que quizá podía haberles visto deslizarse detrás de las cortinas el día de la fiesta, pero que no podía saber que estaban en el estanque, ¿y a quién le importaba si daban un paseo por el jardín? Y entonces…, entonces…
– ¿Sí?
– Apareció Meriel. Abrió la puerta y entró en la habitación. Tenía que haber estado escuchando. Discutieron de un modo terrible, sobre cómo se debía ahogado aquella pobre Miss Preston. Meriel habló de decírselo a la policía, y Esmé dijo que la propia Meriel sabía mucho de cómo sucedió todo. Añadió que ella y Geoffrey se fueron a dar un paseo por el prado, y que nunca estuvieron cerca del estanque. Y Meriel afirmó que vio a los dos juntos en la glorieta.
Ahora, Ellie estaba temblando. Miss Sil- ver colocó una mano en su brazo.
– Espere un minuto, querida, y piense en lo que está diciendo. ¿Quiere decir que Meriel Ford afirmó que había visto a Mr. Geoffrey Ford y a Mrs. Trent en la glorieta, junto al estanque, la noche del sábado en que Miss Preston murió ahogada?
– ¡Oh, sí, lo dijo!
– ¿Dijo también a qué hora ocurrió eso?
– Dijo… vio… a Miss Preston… viniendo a través del prado, cuando ella se marchaba.
Y era cierto, ¡yo sé que era cierto! Esmé dijo que sólo estaban dando un paseo por el jardín, pero estaban allí, en la glorieta, los dos juntos… ¡sé que estaban allí! Geoffrey no lo negó… hasta que ella se lo hizo negar. Pero estaban all[…juntos!
Con un tono de voz amable, pero firme. Miss Silver dijo:
– Querida, debe usted controlarse. No creo que sea consciente de las implicaciones de lo que acaba de decir. No se trata de si Mr. Geoffrey Ford y Mrs. Trent estaban desarrollando el más reprensible de los flirteos en la glorieta, sino de saber si alguno de ellos o ambos se encontraban allí en el momento de la muerte de Miss Preston.
Ellie había estado mirando al frente. Ahora miró a su alrededor y finalmente observó el rostro de Miss Silver con fijeza.
– Se trata -añadió Miss Silver- de saber si alguno de ellos, o ambos, fueron responsables de esa muerte.
– No, no… ¡Oh, no! -exclamó Ellie. Las palabras le salieron boqueadas-. Eso fue lo que dijo Meriel… Dijo que la policía pensaría que Geoffrey lo había hecho. Pero él no lo hizo… ¡no pudo hacerlo! ¡Ella sólo se lo estaba diciendo para hacerle daño! ¡Dijo las cosas más terribles! Dijo: «Suponte que afirmo que tú la empujaste.» Y, además, dijo que todo fue porque Mabel Preston llevaba el abrigo de Adriana, y porque él pensó que se trataba de Adriana. Por el dinero que ella le iba a dejar.
– Desear lo que pertenece a otra persona es una causa frecuente de crimen -observó Miss Silver.
– Geoffrey no lo pudo hacer. ¡No haría una cosa así! ¡El no lo hizo! ¿Cree usted que le habría contado todo esto si pensara que fue Geoffrey quien lo hizo?
– No…, no parece que sea así -admitió Miss Silver.
Ellie levantó una mano y se retiró el pelo de la cara.
– Una vez que Meriel se hubo marchado, ellos siguieron hablando. Cada uno de ellos pensó que lo había hecho el otro. Oyeron acercarse a alguien y se separaron, siguiendo caminos diferentes. Esmé preguntó a Geoffrey si él regresó y empujó a Miss Preston y él contestó: «¡Por Dios, no! ¿Lo hiciste tú?» Puede que ella estuviera intentando sonsacarle algo, pero él no; estaba terriblemente conmocionado. Y Esmé dijo que debía ir detrás de Meriel y no permitir que llamara a la policía. Le aseguró que él sería capaz de convencerla… y si todo lo que dijo eran mentiras, esto era cierto. ¡Oh, sí! Eso era cierto… él sabe muy bien cómo convencer.
– ¿Y Geoffrey se marchó?
– ¡Oh, sí!
Los pensamientos de Miss Silver eran muy graves. ¿Es que esta pobre joven no se daba cuenta de lo dañinas que eran sus declaraciones para Geoffrey Ford? Había oído a Meriel acusarle de haber empujado a Mabel Preston al estanque. Había oído decir a Esmé Trent que siguiera a Meriel y que la convenciera. Y ella misma era testigo de que él se había marchado. ¿Acaso podía estar ciega ante lo que aquellas cosas implicaban? No podía haber un caso más extremo de locura, pero no estaba dispuesta a convencerla de lo contrario.
– ¿Y qué hizo usted entonces?
No había color en los labios de Ellie. Se abrieron para decir:
– Yo les seguí.
Miss Silver experimentó aquella clase de satisfacción que se apodera del filósofo, del técnico, del poeta y del artista, cuando la herramienta sigue al pensamiento, cuando el concepto va adquiriendo forma y la palabra correcta aparece en su lugar justo. Al principio, sólo hubo el más débil estremecimiento de un instinto, en el que había aprendido a confiar. No había por entonces prueba alguna, pero la intuición se había ido haciendo cada vez más fuerte, a medida que se desarrollaba la conversación. Puede que ahora, cuando era más necesario, las pruebas siguieran apareciendo. Con voz tranquila, pidió:
– Dígame lo que hizo.
Como si fuera un disco de gramófono, Ellie repitió:
– Yo les seguí. No sé por qué lo hice. Tenía miedo. Desearía no haberlo hecho. Desearía… -y su voz se apagó.
– Por favor, continúe.
– Subieron por el camino. Geoffrey no llegó a alcanzarla. Le habría resultado bastante fácil de haberlo intentado, pero no lo hizo. Cuando llegaron a la casa, él entró por la ventana del despacho… está justo al lado. Pero Meriel siguió.
– ¿El no habló para nada con ella?
– ¡Oh, no! Meriel simplemente rodeó la casa y atravesó el prado.
– ¿Y usted la siguió?
– No sabía adónde iba. No sé por qué quería saberlo, pero la seguí. Ella tenía una linterna. Cuando la encendía, podía ver por dónde iba a través del prado, hacia el jardín, donde están la glorieta y el estanque. Me pregunté por qué iba hacia allí…, quería saberlo. Entonces…, entonces se me ocurrió la idea de que alguien me… estaba siguiendo. Cuando me quedaba quieta, podía escuchar unos pasos detrás de mí. Estaba a punto de dar la vuelta a la esquina de la casa, y Meriel ya estaba cruzando el prado. Me quedé completamente quieta detrás de un arbusto, y alguien pasó a mi lado.
– ¿Alguien?
Ellie se estremeció.
– ¿Fue Geoffrey Ford? -preguntó Miss Silver.
El recelo de Ellie a hablar había desaparecido. Las palabras, que tanto le costara pronunciar al principio, fluían ahora con facilidad. Se agarró ahora al brazo de Miss Silver con las dos manos.
– ¡No…, no…, no…! Geoffrey se metió en la casa. No volvió a salir. Fue otra persona. No fue Geoffrey. ¡No fue él! Esa es la razón por la que estoy segura, completamente segura de que él no lo hizo… ¡El no le hizo nada a Meriel! ¡No fue Geoffrey! Fue…, ¡fue una mujer!
– ¿Está segura de eso?
La presión de las manos sobre su brazo era dolorosa.
– Sí…, sí…, ¡estoy segura! Ella vino detrás de mí, y después siguió caminando por el prado, detrás de Meriel. Tenía una linterna, pero no la encendió hasta que Meriel no hubo atravesado la puerta que da al jardín. Tenía una antorcha en una mano, y un palo en la otra. Y se metió en el jardín.
– ¿Ha dicho que tenía un palo?
Ellie contuvo Ja respiración.
– Era un palo de golf… de esos que tienen la cabeza de hierro. La luz se reflejó en él cuando la mujer encendió la linterna. Ella se metió en el jardín y yo me quedé escondida tras un arbusto y esperé. Pensé que si las dos volvían juntas. Meriel podría explicar lo que había ido a hacer allí… o sobre lo de ir a hablar con la policía. O si regresaba sola, quizá yo pudiera hablar con ella… podría preguntarle. ¡Oh! Sé que ahora parece tonto y que ella no me hubiera escuchado, pero tuve la sensación…, tuve la sensación de que debía hacer algo… ¡por Geoffrey! Y entonces vi por un momento la luz sobre la puerta del jardín y una de ellas regresó por el prado. No sabía quién de las dos era. Encendió la linterna. Pasó junto a mí en la oscuridad y se metió en la casa por la ventana del estudio.
– ¿Está segura de eso?
.-¡Oh, sí! Estoy segura. Estoy completamente segura de todo. Quisiera no estarlo. Lo he estado pensando una y otra vez. No puedo olvidar ningún detalle de todo lo ocurrido… ni el más pequeño. ¿Por qué sigue preguntándome si estoy segura?
– Porque, querida, es muy importante. Todo lo que usted vio o escuchó aquella noche es muy importante. ¿Quiere continuar, por favor?
Las manos de Ellie soltaron el brazo.
– Esperé…, seguí esperando…
– ¿Por qué hizo eso?
– Tenía la impresión de que no me podía marchar de allí. Pensaba que Meriel regresaría.
– Pero acaba de decir que no sabía cuál de las dos mujeres había regresado del jardín.
– No era Meriel… No era lo bastante alta. Lo supe cuando pasó a mi lado.
– ¿Cuánto tiempo esperó usted?
Ellie volvió el pelo hacia atrás. Tenía una mirada inquietante.
– No lo sé. Fue mucho tiempo. Pero no sé cuánto.
– Pero al final regresó usted a casa.
Ellie repitió las palabras.
– Al final regresé… -se produjo una pausa muy larga antes de que dijera-: a casa.
– ¿Sabía usted que Meriel Ford estaba muerta? -preguntó Miss Silver.
Hubo una mirada de asombrado horror.
– Yo…, yo…
– Creo que lo sabía. ¿Cómo podía saberlo?
Con una voz apenas audible, Ellie siguió diciendo:
– Pasó mucho tiempo. Pensaba que ella vendría, pero no vino. Me sentí mareada, y me senté. No sé si me desmayé…, creo que fue eso lo que me pasó. La luna se había movido mucho… Podía verla por detrás de las nubes. Pensé en ir al estanque y ver por qué Meriel no había regresado. Pensé que la habría oído acercarse si ya hubiera regresado. Atravesé el prado y la puerta que da al estanque, y estaba allí… -un estremecimiento incontrolado le recorrió todo el cuerpo.
– Siga, por favor.
Los ojos de Ellie estaban muy abiertos y miraban fijamente.
– Se había caído… en el estanque. Traté de sacarla. Pero no puede levantarla.
– Tendría usted que haber pedido ayuda.
Hubo un débil movimiento negativo de su cabeza.
– No habría… servido… de nada. Estaba muerta.
– No podía estar completamente segura de eso.
– Estaba muerta. Había pasado mucho tiempo. Estaba metida en el agua. Estaba muerta.
– ¿No se lo dijo a nadie?
– Regresé… a casa. Mary estaba allí… en mi habitación. No se lo dije…, no se lo he dicho a nadie.
Miss Silver habló con lentitud y solemnidad:
– Se lo tendrá que decir a la policía.
Hubo un movimiento de terror.
– ¡No! ¡No!
– ¿Sabe usted que Mr. Geoffrey Ford ha sido detenido para ser interrogado? -preguntó Miss Silver.
– No… -fue más una boqueada que una palabra.
– Es el principal sospechoso, y la policía le ha detenido para interrogarle. No puede usted ocultar esas pruebas.
Ellie estalló en lágrimas.