Ellie Page se encontraba en un estado de confuso abatimiento. No hizo ningún esfuerzo por animarse. Mientras no se moviera, quizá la dejaran sola. Se tomó el pan y la leche que Mary le trajo por la mañana, el tazón de sopa y las natillas del almuerzo.
Mary se las llevó a los labios cucharada a cucharada y ella se las tragaba. De haberse negado, habrían ido a buscar al médico. Así es que las tomó, y después volvió a hundir su cabeza en la almohada. Durante la hora del té, después de haber tomado una taza de leche caliente, Mary trajo agua para lavarle la cara, y a continuación se sentó en el borde de la cama.
– Ellie, tengo que hablar contigo.
La muchacha la miró, con ojos implorantes.
– Si no lo hago yo, lo hará John.
Tenía que decirlo, porque era la verdad. Tenía que haber una explicación entre ella y Ellie, o John subiría y forzaría una explicación por su propia cuenta. Parecía algo terrible, con Ellie echada en la cama, tan blanca como las sábanas, pero no podían seguir así y si había que decir algo, era mejor que se lo dijera a ella.
– Ellie -dijo-. No vale la pena… Tendrás que decirme lo que has estado haciendo. Anoche, John regresó muy enfadado a casa. Alguien le había dicho que te estabas viendo con Geoffrey Ford por la noche. Fue ésa la razón por la que subí a tu cuarto. John me dijo que tenía que hablar contigo al respecto, o que lo haría él. Entonces, cuando subí a verte, me encontré con la puerta cerrada con llave y tú no estabas en la habitación.
– ¿Cómo entraste?
Las temblorosas palabras fueron las primeras que ella: había pronunciado y Mary se sintió agradecida por escucharlas. No hay nada más frustrante que una resistencia que se atrinchera en el silencio, y no hay nada más difícil de romper.
– La llave de la despensa entra en tu cerradura. Cuando me di cuenta de que la habitación estaba vacía, tuve que esperar hasta que regresaras. Y después, te desmayaste.
– Me asustaste mucho. Terriblemente.
Mary apenas si pudo captar las palabras, pero habían sido por fin pronunciadas. La joven se puso rígida.
– Ellie, ¿es cierto que te has estado viendo con Geoffrey Ford?
Hubo un débil movimiento afirmativo de la cabeza. Los asustados ojos de Ellie estaban abiertos y miraban hacia otra parte. Las lágrimas brotaban lentamente y empezaban a bajar despacio por sus pálidas mejillas.
– ¡Oh, Ellie!
Con una repentina energía, Ellie apartó las ropas de la cama de su barbilla.
– ¡Nos amábamos!
– Geoffrey Ford no tenía ningún derecho a decirte eso. Tiene una esposa -dijo Mary Lenton.
– ¡Pero no la ama! ¡No podía! ¡Nadie puede!
– Sin embargo, se casó con ella.
– No quería hacerlo, ¡sus padres le obligaron!
– Porque había hecho el amor con ella y después quería alejarse. Suponte que se hubiera tratado de ti. Suponte que no tuviera esposa y que John te obligara a casarte con él. ¿Acaso crees que eso le daba derecho a correr detrás de la primera mujer que viera?
Ellie lanzó un sollozo.
– ¡Eres cruel!
– Tengo que serlo. Tengo que saber lo que ha pasado. Ellie, ¿hasta dónde ha llegado este asunto? ¿No estarás… no irás a estar… no te desmayaste porque…?
Un rubor pálido se extendió por el rostro de Ellie, hasta la raíz de sus cabellos.
– ¡No lo permitiría…, no lo hice! ¡No fue nada de eso! Nos atraímos y cuando pasa algo así, te tienes que encontrar con él de algún modo, y fue algo muy difícil en su momento…, la gente habla mucho en el pueblo, y Edna es muy celosa.
Mary sintió un inmenso alivio. La situación era bastante mala, pero aún podría haber sido peor.
– ¡Oh, Ellie!-exclamó-, ¿Qué sentirías tú si fuera tu esposo quien estuviera viéndose con jovencitas tontas a medianoche?
Ellie se incorporó en la cama.
– ¡No fue así…, no fue así en absoluto! ¡Tú no lo entiendes! ¡Todo dependía de Adriana! Geoffrey no tiene ningún dinero propio, y ella le habría cortado su estipendio si se hubiese atrevido a abandonar a Edna. Sólo estaba esperando…, los dos estábamos esperando…, hasta que… hasta que… consiguiera el dinero que ella siempre le había prometido.
– ¿Quieres decir, en su testamento?
Ellie asintió.
– Y entonces podría separarse de Edna y obtener su libertad, y nos casaríamos.
Se produjo un silencio. Ellie manoseaba la sábana. A medida que fue hablando, las palabras habían ido saliendo cada vez más amargas de su boca. El pensamiento de un matrimonio con Geoffrey Ford no traía con-.sigo ninguna alegría. Hubo un tiempo en el que él le dedicó su calor y la colmó de ansias. Pero ahora, ya no era cariñoso con ella. Cuando dijo: «¡Nos amábamos!», las palabras no tenían ninguna fuerza. No eran capaces de apartar de su corazón la fría y nauseabunda sensación que sentía. La mirada desafiante que había fijado en Mary comenzó a vacilar. Apartó la mirada.
– Adriana podría vivir otros veinte años -dijo Mary Lenton-. ¿Estabas dispuesta a esperar todo ese tiempo, deseando además su muerte? No es nada hermoso, ¿no te parece? ¿Y crees que Geoffrey se mantendría fiel a ti durante veinte años? ¿Acaso no sabes perfectamente lo que todos los demás son capaces de ver? Sólo es un tenorio que flirteará con cualquier mujer que se lo permita. ¡Pero si todo el mundo en el pueblo anda murmurando que tiene un asunto amoroso con Esmé Trent!
Las lágrimas caían ahora con mayor rapidez por el rostro de Ellie.
– Es una mujer malvada…
– Está haciendo lo que tú estabas dispuesta a hacer…, arrebatarle el esposo a otra mujer. Toma, coge mi pañuelo… Ellie, no creo que esto sea precisamente amable, pero tengo que hacértelo comprender. ¿Dónde estuviste anoche?
Con una voz temblorosa, entrecortada, Ellie contestó:
– El estaba… con ella… fui a ver…
– ¡Oh, querida Ellie!
– Estaban allí… juntos. Yo estaba… fuera… al aire libre…
Mary se inclinó hacia adelante y la cogió por la muñeca.
– Entonces, ¿cómo te mojaste la falda y. el jersey?
Recibió una mirada aterrorizada de Ellie y un grito:
– ¡Yo no lo hice!
– Estaban empapados.
– No…, no…
Se dejó caer de nuevo contra la almohada y perdió el conocimiento.