36

Cuando el superintendente Martin dejó la Casa Ford tuvo muchas cosas en qué pensar. Al final, decidió ir a ver a Randal March, el jefe de policía de Ledshire. Después de algunas observaciones sobre el tema de la muerte de Meriel Ford y sobre el hecho de que no existía prueba irrefutable de que hubiera sido asesinada, Martin dijo, con actitud exploratoria:

– Hay, en aquella casa, una tal Miss Silver.

Hubo un tiempo en que el elegante y robusto jefe de policía fue un niño pequeño consentido y delicado. No se le había considerado lo bastante fuerte como para ir a la escuela y, en consecuencia, había compartido las lecciones de su hermana durante algunos años. Aquella clase estuvo presidida por Miss Maud Silver, con una firmeza y tacto que se ganó todo su respeto y afecto. Siempre se entendió bien con la familia y cuando, en años posteriores, sus caminos se volvieron a cruzar, se encontró con que el afecto y el respeto se habían intensificado. Él era entonces el inspector March y ella ya no era institutriz. Se unieron para actuar sobre el caso de los Caterpillar envenenados, y él tuvo que admitir que su habilidad y coraje le habían salvado la vida. Desde entonces, se encontró con ella unas cuantas veces, como profesional.

Observó al superintendente con una expresión de consideración y dijo:

– Conozco muy bien a Miss Silver.

– Creí recordar su nombre, señor. ¿No tuvo ella algo que ver con ese asunto de Catherine Wheel?

Randal March asintió.

– Ha tenido que ver con un buen número de casos en Ledshire. ¿Cómo es que se halla metida en éste?

Martin se lo contó.

– ¿Y qué dice Miss Silver al respecto?

Martin también se lo contó, y terminó diciendo:

– Y lo que me estaba asombrando fue justamente que me di cuenta…

El jefe de policía se echó a reír.

– Le aconsejo que esté atento y tome buena nota de cualquier cosa que diga Miss Maud. No diría que nunca se equivoca, pero creo que normalmente tiene razón en lo que dice. Tiene una mente muy aguda, justa y penetrante y tiene lo que nunca podrá tener un policía: la oportunidad de ver a la gente sin que ésta se ponga en guardia. Nosotros llegamos después del crimen y ponemos a todo el mundo en un estado de nerviosismo. Puede que eso obligue a confesar a una persona culpable, pero también hace que las personas inocentes actúen como si fueran culpables, especialmente en un caso de asesinato. Es asombrosa la cantidad de veces que nos encontramos con personas que desean ocultar algo. Las investigamos, y ellas no hacen más que tratar de protegerse. Pero Miss Sil- ver las ve cuando nosotros hemos cerrado ya la puerta y nos hemos marchado. Esas personas dan un largo suspiro de alivio y se relajan. Los inocentes confían en ella; es una per sona en quien se puede confiar con asombrosa facilidad, y los culpables tienen la impresión de que han sido demasiado inteligentes para con la policía. He visto que estas situaciones producen resultados muy notables.

– Bien, señor -dijo Martin-, es una persona con la que se puede hablar fácilmente, eso es un hecho. Confío en no haberle dicho demasiado.

– Es perfectamente discreta, no se preocupe.

– Y tuvo razón con respecto a las huellas bajo la ventana y sobre las huellas dactilares en el alféizar. Alguien estuvo allí, escuchando. Sólo que no fue Meriel Ford…, las huellas no son las suyas.

Martin siguió hablando con el jefe de policía.

No regresó a la Casa Ford hasta la mañana siguiente. Preguntó por Miss Silver y la esperó en la pequeña habitación donde hablaron la primera vez. Cuando entró, estrechó la mano que ella le tendió, esperó a que se sentara y empezó a hablar.

– Bien, hemos investigado las huellas dactilares existentes en el exterior de la sala de estar de la casa del guarda y son bastante buenas y claras, pero no son las de Miss Meriel Ford.

– ¡Dios mío! -se permitió exclamar Miss Silver.

El policía hizo un gesto de asentimiento.

– Pensaba usted que serían las de ella, ¿verdad? Pues no lo son, y así están las cosas, Tanto las huellas dactilares como las huellas de pisadas se encuentran en el exterior.

Y no son de Mrs. Trent, y tampoco las de su hijo. Ella no ofreció ningún problema en permitirnos que se las tomáramos para compararlas. Bien, las comparamos también con las personas de aquí. Se me ocurrió pensar que podrían haber sido las de Mrs. Geoffrey, pero tampoco lo son, y lo mismo sucede con todos los demás. Desde luego, no se puede decir mucho sobre cuándo fueron hechas, pero está claro que eran frescas. Mientras estábamos haciendo todo esto, fuimos a la puerta principal y al pasillo y a la puerta que da a la sala de estar. Las huellas de Miss Meriel estaban allí, de acuerdo. No es que se pueda asegurar mucho por las manijas de las puertas -estaba todo demasiado mezclado con las huellas de Mrs. Trent y con las de su hijo-, pero había una huella bastante clara de su mano izquierda en la pared del pasillo, como si hubiera entrado en la oscuridad y hubiera tanteado el camino. También había una huella de su mano derecha en el marco de la puerta de la sala de estar, como si hubiera permanecido allí, escuchando.

– Entonces, estuvo en aquella casa.

– ¡Oh, sí! Estuvo allí. Y la cuestión que se plantea ahora es: ¿regresó Geoffrey Ford a casa con ella? ¿O la siguió? ¿Y cómo consiguió que fuera al estanque?

Tras un momento de pausa, Martin preguntó:

– ¿Sospecha usted que él es el asesino?

– ¿Qué piensa usted al respecto?

– Si Miss Preston fue deliberadamente empujada al estanque, y todo parece indicar que así fue, entonces, tenemos que considerar quién lo hizo. El único motivo sugerido por alguien ha sido el que usted misma me ha indicado. Me dijo que Miss Preston llevaba puesto un abrigo de un dibujo poco usual, perteneciente a Adriana Ford, y me sugirió usted que la persona que la atacó, lo hizo con el convencimiento de que era Adriana Ford. Sin embargo, no existen pruebas de ello y, por lo que sabemos, nadie se beneficia de la muerte de Mabel Preston, mientras que un buen número de personas se podrían beneficiar de la muerte de Adriana Ford, a través de su testamento. Miss Ford fue bastante franca sobre el tema. En su testamento, deja sumas elevadas a los Simmons y a la doncella, Meeson, que antes era su modista. Deja un legado para Mr. Rutherford, pero los principales beneficiados son Mrs. Somers, Meriel Ford, y Mr. y Mrs. Geoffrey Ford. Cualquiera de esas personas tenía un motivo para desear su muerte. Cualquiera de ellas podría haberse escapado de la fiesta y empujado a Mabel Preston al estanque, bajo la errónea impresión de que se trataba de Miss Ford. Bien, hasta aquí hemos llegado… y no tenemos ninguna prueba de que alguna de esas personas lo hizo.

Miss Silver permaneció sentada en una actitud amable. Sus ojos descansaban sobre el rostro del superintendente Martin, con una expresión de atención casi gratificadora. El inspector Frank Abbott de Scotland Yard solía decir que tenía el mismo efecto sobre él que la caja de cerillas sobre una cerilla: le permitía producir la chispa iluminadora. Tal y como señalaba Miss Silver con frecuencia, el inspector solía hablar de una forma muy extravagante cuando no estaba de servicio. Pero no cabía la menor duda de que el superintendente Martin estaba experimentando un efecto bastante similar. Era consciente de una sucesión de pensamientos muy claros, así como de la capacidad de expresarlos con palabras. Quizá no estuviera dispuesto a admitir que Miss Silver tenía algo que ver con aquello, pero lo cierto fue que encontró en ella a una interlocutora muy estimulante. Ahora, siguió diciendo con la misma actitud:

– Entonces, nos encontramos con la muerte de Meriel Ford…, una mujer joven y fuerte y, a diferencia de Mabel Preston, sobria; no podía ser empujada al estanque ni ahogada. En consecuencia, fue golpeada en la cabeza con un palo de golf y después colocada en el estanque, en la posición conocida. Y cuando consideramos el motivo, informa usted del encuentro de ese trozo de vestido enganchado en el seto. Eso demuestra que estuvo en el estanque entre las seis y media y el momento en que Meeson la vio con la parte delantera del vestido manchado de café. Eso representaría aproximadamente una hora. Las pruebas médicas indican que Mabel Preston murió en ese espacio de tiempo. En el momento en que esos hechos fueron dados a conocer, la persona que asesinó a Mabel Preston se dio cuenta de que estaba en peligro…, si es que había tal persona. Por el momento, voy a suponer que existe. De todos los posibles sospechosos, Mrs. Somers es la única que aparece libre de toda sospecha. Ella no estuvo en la fiesta, no sabía nada de ese jirón de vestido, y tampoco estaba aquí cuando Meriel Ford fue asesinada. Pero todos los demás lo sabían. Simmons y Ninian Rutherford estaban en el vestíbulo cuando Meriel acusó a Meeson de andar contando chismes por ahí sobre aquel trozo de vestido desgarrado, y el matrimonio Geoffrey estaba en el descansillo de la escalera. Aquella misma noche, Geoffrey Ford acudió a ver a Mrs. Trent. Meriel Ford le siguió, saliendo de la sala de estar donde estaban todos reunidos. Usted sugirió que pudo haberle seguido hasta la casa del guarda. Creo que existen pruebas de que fue así, en efecto, y de que estuvo escuchando la conversación junto a la puerta de la sala de estar. ¿Cree usted que su personalidad le habría impulsado a dejar las cosas así, sin dejarse ver?

– No lo creo, superintendente. Tenía un temperamento impulsivo y le gustaba mucho hacer escenas.

Martin asintió con un gesto.

– Eso mismo es lo que me han dicho. Por lo que he oído acerca de ella, yo diría que entró en la sala de estar, especialmente si Ford y Mrs. Trent estuvieron hablando de ella. Bien, es aquí donde se me ocurren algunas preguntas que plantear a Mr. Geoffrey Ford- se levantó, pero antes de llegar a la puerta, se volvió de nuevo-. Supongo que diría usted que está representando a Miss Ford, ¿no es cierto?

– Ella ha contratado mis servicios profesionales.

El policía asintió.

– Siendo así, y por lo que a mí respecta, no me importaría que estuviera usted presente en el interrogatorio. Claro que él puede negarse, en cuyo caso.

Miss Silver sonrió graciosamente.

– Es usted muy amable, superintendente. Estoy muy interesada en asistir a ese interrogatorio.

Martin llamó al timbre y cuando Simmons apareció, le pidió que dijera a Mr. Ford que le gustaría hablar con él.

Geoffrey entró en la habitación con su habitual actitud despreocupada. Había pasado una buena noche -en realidad, no podía recordar haber pasado nunca una mala noche-, y aun a pesar del corto espacio de tiempo transcurrido desde su entrevista con el policía, había sido capaz de convencerse a sí mismo de haber causado una buena impresión y de que, a partir de ahora, todo iría bien. Estas' cosas terminaban por pasar y ser olvidadas, por mucho jaleo que se armara al principio. Una vez pasados el funeral y la investigación judicial, todos ellos podrían regresar a su vida cotidiana. Mientras tanto, suponía que había ciertas formalidades que la policía tenía que cumplir y que naturalmente, tendría que recurrir a él, como hombre de la casa que era. Su actitud era agradable y segura de sí misma cuando dijo:

– Buenos días, superintendente. ¿En qué puedo ayudarle?

– Hay unas cuantas preguntas que me gustaría hacerle, Mr. Ford. Como Miss Sil- ver me ha dicho que ha sido profesionalmente contratada por Miss Adriana Ford, supongo que no objetará usted nada a su presencia.



Geoffrey pareció sorprendido. No iba a negarse, pero su voz se hizo algo más tensa al contestar:

– ¡Oh, no! Desde luego que no.

– Entonces, ¿le parece que nos sentemos?

El color del rostro de Geoffrey se hizo un poco más tenso. No le gustaba que le ofrecieran sentarse en lo que él consideraba como su propia casa. Tomó una silla y se sentó, como si se tratara de una entrevista de negocios. El superintendente siguió su ejemplo. El tono de su voz pareció serio cuando dijo:

– Mr. Ford, tengo que preguntarle si no tiene nada que añadir a su narración sobre los acontecimientos que se produjeron en la noche de la muerte de Miss Meriel Ford.

– No creo -contestó.

– Cuando le pregunté si ella le acompañó en su visita a Mrs. Trent a la casa del guarda, usted me contestó que, desde luego, no que ella no se habría atrevido a acudir allí sin ser previamente invitada. ¿Está absolutamente seguro de que no fue allí con usted?

– ¡Pues claro que estoy seguro! ¿Por qué iba a hacerlo?

– Mr. Ford, por favor, piénselo cuidadosamente antes de contestar. Ha dicho usted que Miss Meriel Ford no le acompañó a la casa del guarda. Lo que le pregunto ahora es, ¿le siguió a usted hasta allí?

– ¿Pero por qué iba a hacerlo?

– Miss Ford abandonó la sala de estar para salir en busca suya. No hacía mucho tiempo que usted se había marchado, pero dice usted que ya había salido de la casa por la ventana del despacho.

– Tuve que haberlo hecho así.

– ¿Por qué «tuve»?

– Porque no la vi a ella.

– Al salir por aquella ventana en la forma en que lo hizo, sin duda alguna tuvo que dejarla abierta tras de usted, ¿no es cierto?

– Sí.

– Entonces, ella sólo tenía que comprobar la posición del tirador para saber que usted había salido.

– ¿Y por qué iba a comprobar eso?

Con un tono de voz autoritario, Martin dijo:

– Mr. Ford, dispongo de una narración bastante amplia de la conversación que mantuvo usted en la sala de estar, tanto como después de su marcha. Miss Meriel Ford hizo un comentario sarcástico sobre su deseo de escribir cartas y dejó bastante claro que ella creía que usted iba a ver a Mrs. Trent. Usted dijo que se retiraba al despacho para escribir cartas. Cuando ella descubrió que no estaba usted allí, me parece que sería bastante natural tratar de abrir la ventana para comprobar si había usted salido por allí, y al encontrarla abierta, creo que pudo haberle seguido.

Geoffrey Ford le miró altaneramente. Se consideraba a sí mismo un hombre fácil de tratar, pero su temperamento estaba siendo fustigado. Ahora, exclamó:

– ¡Eso sólo es una suposición!

Martin le devolvió muy directamente la mirada.

– No del todo. Hemos encontrado unas huellas bastante frescas de su mano izquierda en la pared situada entre la puerta de entrada de la casa del guarda y la sala de estar, y otra de sq mano derecha en la parte derecha del marco de la puerta de la misma sala de estar. Cualquier huella en la manija habría quedado, naturalmente recubierta, pero las dos que he mencionado son claras y recientes. La del marco indica la probabilidad de que estuviera junto a aquella puerta, escuchando. Tanto usted como Mrs. Trent tienen que saber si entró en aquella habitación o no. Me parece muy improbable que Miss Ford se acercara hasta esa puerta, en la misma habitación en la que estaban ustedes dos, y no fuera más allá, y eso no concordaría con lo que he oído decir sobre su carácter. No era precisamente una persona tímida, y por todo lo que sé no le importaba hacer una escena.

Geoffrey Ford había empezado a sentir frío. Si él seguía diciendo que Meriel Ford no le había seguido, y la policía encontraba algunas de aquellas malditas huellas en el interior de la sala de estar, estaría perdido. Trató de recordar lo que Meriel había hecho.

Había penetrado de repente en la habitación y representado una escena. Este condenadopolicía tenía razón en eso…, no había nada que le gustara más. ¿Pero había tocado alguna cosa? Creía que no. Estuvo allí, de pie moviendo las manos de un lado a otro, en una actitud muy teatral y propia de ella. Y justo poco antes de marcharse, se había agachado y había recogido algo del suelo. En aquel momento, él no se dio cuenta de qué se trataba…, en realidad, ni siquiera había pensado en ello. Pero ahora, al tratar de recordar, acudió a su mente. Lo que ella había recogido del suelo era un pañuelo. Su mano había bajado vacía y había subido con un pequeño pañuelo. Un pañuelo de color ámbar. Esmé no lo había visto. Fue en el momento en que se volvió hacia él y apartó la mirada de Meriel. Esmé no lo vio, pero se trataba de su pañuelo. Un pañuelo suyo, con su nombre bordado en él. Y después había sido encontrado en la glorieta, junto al estanque. Ahora se había olvidado de las huellas dactilares de Meriel. Ella tuvo que haber llevado aquel pañuelo a la glorieta del estanque. Tuvo que haberlo dejado caer allí. Deliberadamente. Se quedó mirando fijamente al superintendente Martin y le oyó decir:

– Tendré que pedirle que me acompañe a la comisaría para continuar el interrogatorio.

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