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– Esta es la última de Stella -Star extendió una gran fotografía en un marco plegable de cuero-. No la has visto desde hace años y, claro está, ha cambiado.

La foto mostraba a una niña delgada, de piernas largas y pelo moreno y liso con flequillo, y un rostro que había perdido ya la redondez de la niña pequeña y empezaba a desarrollar unos rasgos que aún no se adaptaban por completo entre sí. La nariz tenía un puente más pronunciado de lo usual a los seis años de edad. Las cejas eran rectas y oscuras, encima de unos ojos de profunda mirada. La boca era amplia y sin una forma totalmente definida.

– No se me parece mucho -observó Star con pena.

– No.

– Ni a Robin. El tenía un aspecto muy bueno, ¿verdad? Y, desde luego, Stella puede ser…, nunca se sabe, ¿no crees? Pero ella tiene sus propias características, no las nuestras. Tiene unos ojos maravillosos… una especie de mezcla de moreno y gris, más oscuros que los míos. Janet, me escribirás contándome todo lo que dice y hace, ¿verdad? Estoy obsesionada con ella… todo el mundo me lo dice…, pero así son las cosas. El otro día, alguien me preguntó por qué no me llevaba conmigo, en lugar de dejarla en la Casa Ford. Casi le saco los ojos. Le contesté: «¡Oh, ya sabe! Sería una especie de atadura» -las lágrimas aparecieron en sus ojos-. No se trata de eso… No me importa nadie más, pero quiero que sepas cómo son las cosas. Nunca dejo de echarla de menos… de veras. Pero es mucho mejor para ella estar allí, en el campo. Allí tiene conejos, y un gatito, y los niños tienen en el campo algo que no les puedes proporcionar en la ciudad. ¿Te acuerdas de nosotros en Darnach? Aquello era un verdadero cielo, ¿no crees?

Janet dejó la fotografía sobre la cama. Ante ella, había una maleta abierta donde colocaba las finas prendas interiores de Star. Supo desde el principio que Star confiaría en ella para hacer el equipaje. El comentario sobre Darnach podía haber sido hecho sin ninguna intención especial, o quizá no. Iba a saberlo en- un instante, porque Star dijo:

– Ahora ya no ves a Ninian, ¿verdad?

Janet estaba doblando un negligée azul pálido. Lo dejó cuidadosamente en la maleta y contestó:

– No.

Star le trajo un puñado de medias.

– Pues no entiendo por qué no lo haces. El otro día me encontré con Robin y estuvimos almorzando juntos. En realidad, no me importó… mucho. Y, al fin y al cabo, Robin y yo estuvimos casados, mientras que tú y Ninian ni siquiera estuvisteis formalmente prometidos. ¿O lo estuvisteis?

Janet distribuyó las medias en la maleta.

– Depende de lo que consideres estar prometidos.

– Bueno… No tenías anillo.

– No, no lo tenía.

Hubo una pequeña pausa, antes de que Star dijera:

– ¿Fuiste tú la que rompió, o fue él? Se lo pregunté, pero no me quiso contestar… Se limitó a elevar una ceja y me dijo que eso no era asunto mío.

– No -dijo Janet.

– Porque si fue por causa de Anne Forester… ¿Lo fue?

– Ella sólo fue lo que podríamos llamar un factor que contribuyó al desenlace.

– Querida, ¡qué estúpida! A él no le interesaba ella… ¡ni lo más mínimo! Sólo fue un capricho. ¿No has sentido nunca un flechazo así y luego se te ha pasado? A mí me ha pasado docenas de veces. Hasta con las cosas. A veces, veo un sombrero extraordinariamente caro, y tengo la impresión de que me moriría si no pudiera comprármelo, o un abrigo de visón que posiblemente no puedo permitirme, o cualquier otra cosa así, y al cabo de un rato se me ha pasado y ya no me importa en absoluto. Lo de Anne Forester fue así. Posiblemente, él no se la podía permitir y ella le habría aburrido hasta la saciedad al cabo de una semana. ¿Lo ves? Conozco a Ninian. Puede que sólo seamos primos hermanos, pero en cierto sentido somos más bien como gemelos, como lo fueron nuestros padres. Es algo muy especial. Así es que yo sé muy bien lo que sucedió con Anne. Y, además, hay otra razón por la que lo sé… por lo que ocurrió entre Robin y yo. Sólo tuvimos un flechazo el uno por el otro, y nos casamos sobre esa base tan débil y al final todo se derrumbó. Realmente, allí no había nada más… para ninguno de los dos. Lo que sucede es que no lo siento porque he tenido a Stella y ella es algo real… Sí, he tenido a Stella. Ahora, contigo y con Ninian también es algo real. Él te importa, y tú le importas a él… siempre fue así y será así.

Janet había estado inclinada sobre la maleta. Sus manos siguieron colocando cosas en el interior, doblándolas cuidadosamente, ordenándolas bien. Era un poco más alta que Star, pero no.demasiado. Su pelo era natural, en contraste con el teñido de Star: una mata agradable de pelo moreno y ojos en consonancia, con cejas y pestañas un poco más oscuras; un rostro sin nada destacable, su barbilla que le daba un aire de persona capaz de tomar una decisión y atenerse a ella, mientras que los ojos tenían una mirada directa y amistosa. En cierta ocasión, Star le dijo: «¿Sabes, querida? Vas a ser cada vez más atractiva, porque la simpatía seguirá estando ahí.» Ahora, la observó y deseó que Janet hablara. Pero nunca lo hacía cuando se trataba de Ninian y eso era algo estúpido. Las cosas de las que no se habla quedan en la oscuridad y producen amargura. Hay que sacarlas a la luz, aun cuando se las tenga que sacar a rastras. Pero cuando Janet se enderezó y se volvió, todo lo que dijo fue:

– Bueno…, ya está hecho. Y será mejor que no lo toques, como no sea para colocar una o dos cosas más encima. Y ahora, ¿qué otra cosa hay que hacer?

– Tenemos que acordar algo sobre la cuestión del negocio.

Janet frunció el ceño.

– No hay ningún negocio de qué hablar. Hugo se olvidó de firmarme mi cheque y, probablemente, ahora está fuera del mapa, y no tengo la menor idea de cuándo volveré a tener noticias suyas. Me puedes prestar diez libras.

– ¡Pero querida, no puedes vivir con diez libras!

Janet se echó a reír.

– Nunca se sabe lo que se puede hacer hasta que se intenta. Sólo que en esta ocasión no estoy intentando nada. Disfrutaré de dos hermosas y libres semanas en Casa Ford. Me quedan algunos ahorros en el banco. Podré arreglármelas con tus diez libras, aunque Hugo no se comunique conmigo… y probablemente lo hará porque querrá saber si hay algo de nuevo respecto a su obra. Y ahora, me marcho.

Star extendió una mano y la retuvo.

– Todavía no. Siempre me siento más segura cuando tú estás aquí. No quiero decir conmigo, pero cuando sé que puedo llamarte por teléfono y pedirte que vengas y tú vienes, como esta noche… eso es lo que me hace sentirme segura. Y cuando pienso que dentro de poco estaré al otro lado del Atlántico, siento un terrible escalofrío, como si hubiera un trozo de hielo en mi interior y no pudiese fundirse. No crees que pueda ser un presentimiento, ¿verdad?

– ¿Cómo podría serlo?

– No lo sé -dijo Star débilmente-, nadie lo sabe. Pero la gente los tiene. Una de mis tataratías Rutherford tuvo uno. Iba a emprender un viaje de placer, no recuerdo bien adonde, y en cuanto subió a bordo del barco, tuvo una terrible sensación de frío y no pudo quedarse. Así es que no se marchó. Todos los demás se ahogaron. Es esa que está retratada en el despacho del tío Archie, con una pequeña gorra de lazo y uno de aquellos chales Victorianos. Se casó con un astrónomo y se marcharon a vivir al sur de Inglaterra. Eso demuestra algo, ¿no te parece?

Janet no contestó. Conocía a Star desde hacía tantos años que ni siquiera esperaba que fuera lógica. Con tono cariñoso, dijo:

– No tienes ninguna necesidad de ir si no „ quieres, ¿no crees? Siempre puedes enviarle un telegrama a Jimmy Du Pare diciéndole que tienes los pies fríos y que puede darle el papel a Jean Pomeroy. Es algo bastante simple.

Star la apretó con fuerza.

– ¡Antes me moriría! -exclamó-. Y tú no crees en los presentimientos, ¿verdad?

– No lo sé. Lo único que sé es que tus deseos no se pueden cumplir en ambos sentidos. Si quieres ese papel, tendrás que ir a Nueva York a buscarlo. No va a venir a ti.

– ¡Es un papel maravilloso! Voy a estar en lo más alto de mi carrera. ¡Tengo que hacerlo! Y mientras tú estés con Stella, estaré segura de que todo marchará perfectamente. Tú crees que todo marchará bien, ¿verdad?

– No veo por qué no.

– No… sólo estoy pensando estupideces. No me gusta hacer viajes. Eso no me sucede cuando los estoy haciendo, sino la noche anterior… es algo bastante curioso. Es como estar mirando desde una habitación brillantemente iluminada y no querer penetrar en la oscuridad.

– ¡No creo que tengas muchas probabilidades de encontrarte a oscuras en Nueva York! -dijo Janet.

Una vez que Janet se hubo marchado, Star cogió el teléfono y marcó un número con rapidez. La voz que contestó le fue tan familiar como la suya propia.

– Ninian…, soy Star.

– ¡Tenías que ser tú!

– Te he llamado tres veces y no respondía nadie.

– De vez en cuando salgo.

– Ninian, Janet acaba de estar aquí…

– ¡Un entendimiento que hará época!

– Esa idiota de Edna ha dejado que Nanny se marche de vacaciones a alguna parte del continente.

– ¡Esos límites de los que no regresa ningún viajero!

– ¡Oh, volverá! Pero dentro de quince días… y yo me marcho a Nueva York.

– Eso ya lo sé. Iré a despedirte.

– Pues no tendrías que venir si no fuera por Janet. No podía marcharme y dejar a Stella sin nadie.

– Creía que la Casa Ford estaba repleta de mujeres.

– ¡No dejaría a Stella con ninguna de ellas! Pero he llamado para decirte que Janet va a ir allí para cuidarla.

Se produjo algo parecido a una pausa. Después, Ninian Rutherford dijo:

– ¿Por qué?

– ¿Por qué, qué?

– ¿Por qué me has llamado?

– Pensé que te gustaría saberlo.

– Querida -dijo él, con su voz más encantadora-, no me importa lo más mínimo, y quiero que lo sepas desde ahora.

Star lanzó un suspiro de exasperación y colgó.

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