El superintendente Martin miró a Miss Silver con aquella mezcla de exasperación y respeto que, según ella misma sabía, solía despertar entre los funcionarios de policía. Había existido una acusación concreta contra Mr. Geoffrey Ford. Además de lo que él mismo había admitido, el mayordomo Simmons había oído hablar a dos personas en voz alta, las voces llegaban desde el despacho, cuando pasó por el vestíbulo aproximadamente a las ocho y media. Tenía la intención de encender la chimenea del despacho, pero al escuchar aquellas voces enojadas, se lo pensó mejor y regresó a la habitación de la servidumbre. No había tenido la menor dificultad en identificar las voces como las de Mr. Geoffrey y Miss Meriel, y no le había dado ninguna importancia el hecho de que estuvieran discutiendo, puesto que Miss Meriel siempre parecía dispuesta a ello. Enfrentado a estas pruebas, Geoffrey Ford admitió que Meriel le había encontrado en el estudio y que habían discutido allí, pero siguió negando que le acompañara hasta la casa del guarda o, por lo que él sabía, que le siguiera hasta allí. Fue entonces cuando Miss Silver presentó a Ellie Page, con la historia de haber escuchado a Meriel Ford acusando a Geoffrey y a Mrs. Trent de haber empujado a Mabel al estanque. Según su declaración, ella les había acusado, amenazándoles con acudir a la policía, después de lo cual abandonó la casa del guarda y Geoffrey Ja siguió.
Eran declaraciones que acusaban a Geoffrey Ford si ella las presentaba ante un jurado. Ellie Page se mantuvo en ellas y en la segunda ocasión contó la historia sin agitación. Había estado en una actitud ansiosa de contar lo que sabía, haciéndolo muy cuidadosamente y, según Miss Silver, su narración, aunque más coherente y bastante más amplia, no difería en nada de su declaración original. Todo resultaba muy satisfactorio excepto en un punto. Pero si ese punto se aceptaba, se desmoronaría la acusación contra Geoffrey Ford, porque Miss Ellie Page había declarado, y se mantuvo en lo que dijo, que Geoffrey Ford había entrado en la casa por la ventana del despacho y que fue una mujer quien la siguió cuando ella estaba siguiendo a Meriel, de modo que cuando ella se escondió, aquella mujer había seguido a Meriel a través del prado y había cruzado la puerta, introduciéndose en el jardín cerrado donde estaba el estanque. Miss Ellie Page podía estar mintiendo para proteger a un hombre con el que había estado viéndose, pero sus declaraciones no le protegían tanto. Se mantenía tan firme en este punto y parecía sentirse tan segura de él que realmente daba la impresión de no haber pensado que la primera parte de sus declaraciones colocaban a Geoffrey bajo sospecha. Lo anterior, era algo que se tenía que decir antes de llegar al punto crucial. Y el punto crucial era que había visto a una mujer siguiendo a Meriel Ford, con un palo de golf en la mano. Había visto regresar del estanque a esa misma mujer, sola y mucho tiempo después ella misma había encontrado a Meriel muerta, con la cabeza y los hombros bajo el agua. Si se aceptaba esto, la acusación contra Geoffrey Ford no tenía razón de ser. Era un asunto muy difícil aceptar parte de la declaración de una joven para construir la acusación y rechazar en la misma declaración el clímax natural al que ésta conducía. Un jurado o cree en un testigo o no cree. Lo más probable sería que creyeran a Ellie Page. Y eso le dejaba a Martin con la tarea de averiguar quién había sido aquella mujer. Si una mujer siguió a Meriel Ford, ¿qué mujer fue? Una vez más, se podía encontrar aquí con una respuesta fácil, si no fuera porque la declaración de Ellie Page no conducía a respuestas fáciles. Una mujer que venia detrás y que siguió a Meriel, daba la impresión de que tendría que haber sido Esmé Trent. Su personalidad, concordaba con el hecho de que desconfiara de la capacidad de Geoffrey Ford para silenciar a Meriel con buenas palabras, por lo que estaría dispuesta a asegurarse de ello mediante una acción drástica. Podía haber cogido uno de sus palos de golf y haber seguido a ambos y, al ver que Geoffrey se metía en la casa, persiguió su objetivo. Una bonita y fácil teoría, arruinada por la declaración de Miss Ellie Page en el sentido de que, posteriormente, había visto a la mujer entrar en la Casa Ford por la ventana del despacho.
Había llegado hasta aquí, manteniendo un silencio absoluto, con el ceño fruncido. Ahora, lo rompió, siguiendo el hilo de sus propios pensamientos.
– Miss Page dice que vio a esa mujer penetrar en la casa. Y usted dice que cree en sus declaraciones. ¿Cree también en eso?
– Creo que estaba diciendo la verdad -contestó Miss Silver con tranquilidad.
– ¿Cuáles son sus razones para pensar así?
– Se encontraba en tal estado de conmoción emocional y de agitación como para eliminar cualquier propósito preconcebido que pudiera haber en ellas. Y cuando lo repitió todo ante usted, no cambió la declaración. Estoy segura de que si no se hubiera basado en hechos, podríamos haber detectado discrepancias.
– Miss Page quiere ayudar a Geoffrey Ford.
– Cree que es inocente. Si no lo creyera así, retrocedería ante él llena de horror.
– Bien, bien -dijo él-. Veamos lo de esa mujer. Tendría que haber sido Mrs. Trent, pero si usted cree que entró en la Casa Ford, ¿por qué diablos tendría que hacer eso Mrs. Trent? De haber matado a Meriel, tendría todos los motivos para querer regresar a la casa del guarda y hacer como si nunca hubiera salido de allí. Posiblemente no tuvo ningún motivo para entrar en la Casa Ford.
– Pienso lo mismo que usted, superintendente. La mujer que entró en la Casa Ford no hacía más que regresar a ella.
– Entonces, no fue Mrs. Trent. Y eso nos deja con las seis mujeres de las que se sabe que estaban en la casa aquella noche: Adriana Ford, Meeson, Mrs. Geoffrey, Miss Johnstone, Mrs. Simmons y usted misma. Creo que podemos descartar a las tres últimas.
Martin sonrió, pero Miss Silver permanecía seria.
– Sí, creo que sí.
Sp encontraban en el despacho de la vicaría, donde acababa de interrogar a Ellie Page, que había quedado ahora al cuidado de Mary Lenton. Estaba sentado a poca distancia de la mesa en la que John Lenton acostumbraba escribir sus sermones. A la derecha del secante estaba la Biblia y el libro de rezos. Como para Miss Silver, toda ley y justicia extraía su autoridad de estos dos libros, la asociación no le pareció incongruente. Consideraba como axiomático el que la fuerza de policía fuera apoyada por lo que ella llamaba la Providencia, exactamente del mismo modo que un ministro de la iglesia.
Martin tenía el ceño fruncido.
– Bien, empezando por el principio, tenemos a la propia Adriana Ford. No parece que exista ningún motivo para matar a su vieja amiga…, pero hay viejos resentimientos, del mismo modo que viejas amistades. Una vez cometido el primer crimen, tendría los mismos motivos que cualquier otro sospechoso para cometer el segundo. Ella sabía que Meriel Ford había estado en el estanque y tenía miedo de lo que pudiera haber visto.
Miss Silver sacudió la cabeza.
– Es una mujer de elevada estatura y anda cojeando. Eso se hace especialmente notable hacia el final del día. La mujer vista por Ellie Page no era alta, y no se dijo nada de una cojera.
– Meeson… -dijo el superintendente, con voz meditativa-. Ahora bien, ¿cuál podría haber sido el móvil de Meeson? En cuanto al primer crimen, la percepción de lo previsto para ella en el testamento de Miss Ford, supongo. ¿Sabe usted si se trata de algo considerable?
– Tengo entendido que se le reserva un buen pellizco.
– Y a ella no le gusta vivir en el campo. Alguien me dijo eso… creo que fue Meriel Ford. Bueno, es una mujer acostumbrada a vivir en Londres… Todo la señala.
– Ha permanecido cuarenta años con Miss Ford. Le es fiel.
El policía asintió.
– A veces, resulta que la gente se ha pasado demasiado tiempo junta y esto afecta a los nervios…, se sorprendería usted de ver cuántas veces ocurre. Bien, la tercera posibilidad es Mrs. Geoffrey Ford. Tanto ella como Meeson serían probables en lo que se refiere a altura, y también lo sería Mrs. Trent, si se pudiera pensar en alguna razón por la que tuviera que entrar en la casa por aquella ventana del despacho. ¿No cree que podría ser un acuerdo entre ella y Geoffrey Ford? Digamos que fuera algo así como en Macbeth…: «Debilidad de propósito, ¡dame la daga!» El no tuvo las agallas suficientes para hacerlo, y ella sí.
Miss Silver le observó con interés.
– ¿Es usted un estudioso de Shakespeare?
– Bueno, sí; él sabe muchas cosas sobre el comportamiento de la gente, ¿no le parece? ¿No cree que Mrs. Trent podría haber entrado en la casa para decirle a él que ya había sido hecho el trabajo? No me importa decir que es la única a la que me gustaría atrapar. No creo que tuviera muchos escrúpulos en hacerlo.
Miss Silver tosió ligeramente.
– No, superintendente -dijo-. Por un lado me resulta difícil pensar que el uno confiara tanto en el otro, y por otra parte no creo que ella arriesgara nada por Geoffrey Ford. Si fue ella quien cometió el crimen, estoy segura de que hubiera regresado inmediatamente a la casa del guarda, tal y como usted opinó.
Sentada en ángulo con respecto a la mesa del despacho, miró hacia donde Mary Lenton tenía las dalias, fuera del estudio, expuestas al sol. Y entonces vio a Edna Ford caminando hacia la puerta principal.