7

Janet acudió a la Casa Ford al día siguiente. Tomó el tren para Ledbury, y algo le decía que se estaba metiendo en problemas, y que era una estúpida por aceptarlo. Quedarse en la ciudad habría significado pan y margarina, con un poco de queso y algún que otra arenque, regado con tazas de té aguado, pero eso podía ser preferible a las dos semanas que ahora tendría que pasar con los familiares de Star. No les conocía y ellos tampoco a ella. Cada vez que pensaba en ellos tenía la misma sensación que se tiene cuando se abre la puerta al final de las escaleras qué dan al sótano. Había un lugar así en la casa de los Rutherford, en Darnach. La puerta estaba en el pasillo situado fuera de la cocina. Cuando la abría, se veían unos escalones que desaparecían en la oscuridad, y por ellos subía una ráfaga de aire con olor a moho. Al bajar ahora a la Casa Ford se sentía igual.

Janet se tomó muy en serio la tarea de percibir la sensación. Tenía a veces esa misma clase de sensaciones, y cuando le ocurría echaba la culpa a una abuela de las tierras altas. Tres cuartas partes de ella procedían de escoceses de las tierras bajas, lo que hacía que el sentido común y una firme adhesión a sus principios fueran la regla de vida, pero no siempre se podía silenciar a la abuela de las tierras altas que había en ella. En cierta ocasión, Ninian había dicho que no podría vivir sin aquella abuela: «Demasiado “sombría” y buena para alimentación diaria de la naturaleza humana.»

Apartó a Ninian de su mente y le cerró la puerta. Como quiera que había estado haciendo lo mismo hacía dos años, ahora ya debería resultarle fácil, pero por mucho que le apartara y le cerrara la puerta, siempre había algo que se quedaba detrás o que volvía a filtrarse… la forma en que miraba cuando sus ojos le sonreían, el negro tono de su ira, su ceño, rápidamente sacudido. Suponía que, al final, todo aquello dejaría de dolerle, pero, por el momento, el final parecía hallarse muy lejos.

En Ledbury tomó un taxi y fue conducida a lo largo de cinco kilómetros de caminos campestres hasta la villa Ford. Había un puesto de verduras, un drugstore, una iglesia, un garaje con un surtidor de gasolina y la entrada a la Casa Ford… altos pilares de piedra, sin puerta entre ellos, la casa del guarda, de aspecto cuadrado, en uno de los lados, y un camino largo y mal cuidado, que se extendía entre árboles y arbustos demasiado crecidos.

Llegaron después de dejar atrás una curva llena de gravilla. Janet se bajó y el conductor llamó al timbre. Nadie acudió durante largo rato. El timbre era eléctrico. Janet había empezado a pensar que estaba estropeado, cuando abrió la puerta una chica que llevaba puesto un vestido de algodón muy limpio. Tenía unos ojos pálidos y saltones y avanzó la cabeza, curioseando, pero su voz sonó amable cuando dijo:

– ¡Oh! ¿Es usted Miss Johnstone? No pude oír bien el timbre con todo el ruido que hay. Esta Stella… ¡Nunca había oído gritar así a una niña! Parece que se siente algo inquieta desde que Nanny se marchó. Confío en que usted será capaz de hacer algo con ella. No sirve darle unos azotes, porque ya lo he intentado. Nada que le pueda hacer daño, desde luego, pero a veces los calma… sólo que a ella no. Todo lo que hace es continuar, hasta que una ya no sabe dónde tiene la cabeza o los pies.

Mientras hablaba, el taxista dejó la maleta de Janet sobre el escalón, metió el importe del trayecto en el bolsillo y se marchó.

Janet penetró en el vestíbulo. Sin duda alguna, alguien estaba gritando, pero no podía estar segura de dónde procedía el ruido.

– ¡Allí!-exclamó la joven-. ¿Ha oído alguna vez algo parecido?

– ¿Dónde está? -se apresuró a preguntar Janet.

Pero apenas si había pronunciado las palabras cuando fue la propia Stella quien las contestó. Al fondo del vestíbulo, una puerta fue empujada, abriéndose y por ella salió una niña gritando. Después, cuando ya estaba a medio camino del vestíbulo, se detuvo de repente, mirando fijamente la maleta de Janet y a la propia Janet.

– ¿Quién es usted? -preguntó.

Janet se acercó.

– Soy Janet Johnstone.

La niña era la misma de la fotografía. No mostraba la menor señal de haber acabado una pataleta. El oscuro flequillo de su pelo aparecía arreglado y su piel fina y pálida no mostraba señales de lágrimas. Los hermosos ojos de profunda mirada quedaron fijos en ella, observándola.



– ¿Es usted la Janet, de Star?

– Así es.

– ¿La que jugaba con ella y Ninian en Darnach?

– Desde luego.

– Podría no haberlo sido. Conozco a otras tres personas que se llaman Janet. Ninian juega a cosas maravillosas…, ¿verdad que sí?

– Sí -volvió a admitir Janet.

Los ojos le miraron como si la atravesaran. Eran de un gris tan oscuro que casi podrían haber sido negros. Janet se preguntó qué estarían viendo. El pensamiento cruzó por su mente y al hacerlo, Stella le tendió una mano, y dijo:

– Venga a ver mi habitación. La suya está al lado. En realidad, es la de Nanny, pero ella se ha marchado de vacaciones. He estado gritando durante dos horas.

La pequeña mano estaba fría.

– ¿Por qué? -preguntó Janet.

– Porque no quería que se marchara.

– ¿Gritas siempre que deseas algo y eso mismo sucede?

– Sí -contestó Stella con una sencilla determinación.

– Eso suena muy desagradable.

Sacudió vigorosamente la cabeza morena.

– No. Me gusta. Todo el mundo se lleva las manos a las orejas. Tía Edna dice que le traspasa. Pero no me importa el ruido que hago. Estaba gritando cuando llegó usted.

– Ya te oí -dijo Janet-. ¿Pero por qué? ¿Por qué gritabas?

Habían llegado al final de las escaleras. Los pasillos se abrían a derecha e izquierda. Stella tiró de su mano.

– Vamos por aquí -y doblaron por el pasillo situado a mano derecha-. No quería que viniera usted.

– ¿Por qué?

La niña contuvo la respiración.

– Quería marcharme con Star en un avión. Sería divertido. Así es que grité. A veces, si grito lo suficiente, consigo lo que quiero… -su voz se desvaneció, agarró la mano de Janet con más fuerza y las cejas oscuras se juntaron más-. No lo hago siempre, sólo a veces. Y no vale la pena tratar de impedírmelo. Joan me pegó antes de que viniera usted, pero eso no hizo más que empeorar las cosas.

– ¿Te refieres a la Joan que me abrió la puerta?

Stella asintió con firmeza.

– Joan Cuttle. Tía Edna dice que es una mujer muy simpática, pero yo creo que es una blandengue. Ni siquiera sabe pegar bien. Sólo da palmotadas con la mano abierta- no duele nada. De todo modos, no me tendría que pegar… es malo para mí. Star se enfadaría mucho si lo supiera. ¿Cree usted que soy una niña problema? Tío Geoffrey dice que lo soy.

– Estoy segura… espero que no -dijo Janet.

Habían llegado a lo que, evidentemente, era el cuarto de la niña. Desde allí se contemplaba una maravillosa vista sobre los prados verdes que descendían hacia una corriente de agua, pero tras un rápido vistazo la niña le volvió a estirar de la mano.

– ¿Por qué ha dicho eso de que espera que no? Creo que es interesante.

Janet sacudió la cabeza.

– Suena como algo incómodo y no te sentirías feliz si fuera así.

Los ojos oscuros se elevaron hacia los suyos, con una mirada extrañamente profunda. Stella dijo con tono triste:

– Pero yo no grito cuando me siento feliz -después, se soltó la mano y se alejó-. ¡Venga a ver mi cuarto! Star lo hizo preparar para mí. Tiene flores en las cortinas y pájaros azules volando, y hay una alfombra azul, y un edredón azul, y un cuadro con una colina.

La habitación de la niña era bonita. La colina del cuadro era la que estaba sobre Darnach, con la casa de los Rutherford al pie de ella. El nombre de la colina era Darnach Law, y ella y Star y Ninian habían subido cada palmo.

La habitación de Nanny,-que iba a ser la suya, se abría a partir de la de Stella. Tenía la misma vista, pero los pesados muebles de caoba la hacían oscura. En la repisa de la chimenea había fotografías de los familiares de Nanny y sobre ella una fotografía varias veces aumentada. Stella podía decirle quién era cada cual. El joven de uniforme era Bert, el hermano de Nanny, y la mujer joven que estaba junto a él era su esposa Daisy. La fotografía situada sobre la chimenea había sido hecha de una más pequeña del día de la boda de los padres de Nanny.

Stella lo sabía todo sobre las personas de las fotos. Estaba contándole una excitante "historia sobre cómo Bert estaba en un barco que fue volado durante la guerra…

– …Y nadó millas y millas hasta que se hizo de noche y pensó que iba a ahogarse… -cuando se abrió la puerta y entró Edna Ford, Stella terminó de contar su historia a toda prisa-, y llegó un avión y él no estaba y Bert y Daisy fueron siempre muy felices.

Edna Ford estrechó su mano con aquella actitud lánguida con que hacía la mayoría de las cosas. Tenía un aspecto ojeroso y descolorido y llevaba la ropa que menos le favorecía. Su falda de mezcla de lanilla oscilaba entre el marrón y el gris y le colgaba por la parte de atrás. El suéter, de un color malva desvaído, se ceñía alrededor de unos hombros encorvados y un pecho singularmente plano. No podía haberse puesto nada más inadecuado a su cara y su figura. De este modo, se resaltaba aún más la piel cetrina y el pelo ligero y seco.

– Realmente, Miss Johnstone, no sé qué va a pensar usted -dijo en un tono quejumbroso-. Stella no tenía por qué haberla traído hasta aquí de ese modo. Pero, claro, no tiene la servidumbre adecuada, éstas son las cosas que pasan. Una casa pequeña y cómoda sería mucho más adecuada, pero eso queda descartado. Alguien tiene que cuidar de mi tía. Simmons hace lo que puede, pero no es muy fuerte y nos pasamos sin él todo lo que podemos. No sé qué haríamos sin Joan Cuttle. Tengo entendido que fue ella quien la hizo pasar. Es de una gran ayuda y muy bondadosa, pero no tiene la debida formación. Sin embargo es una chica simpática. Los Simmons son viejos sirvientes de mi tía, y Mrs. Simmons es una cocinera muy buena. Además, claro, hay una mujer del pueblo, así es que supongo que las cosas aún podrían ser peores. Y ahora, permítame, Joan le subirá la maleta… dijo que sólo tenía una. Y después quizá sea hora de que Stella se vaya a la cama. Star dijo que llamaría a las siete… hay un teléfono supletorio en su habitación. Sólo espero que sea puntual porque cenamos a las siete y media y Mrs. Simmons se enoja cuando alguien llega tarde.

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