Se había separado del joven con palabras alegres, pero, mientras aguardaba ante la puerta de la entrada, sus nervios estaban tensos como cuerdas de violín. Puesto que jamás estuvo en contacto con enfermedades mentales, la idea la asustaba afín más.
La doncella la introdujo en la casa. La señora Ferse estaba con el capitán Ferse; ¿querría la señorita Cherrell esperar en la salita? Dinny aguardó un rato en la misma habitación en la que Jean fuera encerrada. Sheila entró y le dijo
– ¡Hola! ¿Estás esperando a mamá? – Y se volvió a marchar.
Cuando apareció Diana, su. rostro tenía la expresión de quien intenta darse cuenta de sus propios sentimientos.
– Perdona. Estaba examinando unos documentos. Hago lo imposible para tratarle como si nada hubiera sucedido. Pero esto no puede durar, Dinny; no puede durar. Presiento que no puede durar.
– Déjame que venga a vivir con vosotros. Puedes decir que ya lo habíamos concertado antes.
– Pero, Dinny, puede que te encontraras molesta. Él teme salir o encontrarse con gente. Sin embargo, no quiere ir a otra parte. donde no se sepa nada. Tampoco desea ver al médico ni escuchar a nadie.
– Me verá a mí y eso le acostumbrará. Supongo que esta situación sólo se dará los primeros días. ¿ Puedo ir a buscar mis cosas?
– Si quieres ser un ángel, sí.
– Se lo haré saber a tío Adrián antes de regresar aquí. Esta mañana ha ido a la clínica mental.
Diana se dirigió a la ventana y allí se quedó un rato, dándole la espalda a Dinny. Luego se volvió repentinamente.
– Me he decidido, Dinny. No quiero faltarle en ningún aspecto. Si hay algo que yo pueda hacer para serle útil, lo haré. -¡Bendita seas! – exclamó Dinny -. Yo te ayudaré.: Sin querer escuchar nada más, salió de la habitación y bajó las escaleras. Ya fuera de la casa, mientras pasaba bajo las ventanas del comedor, tuvo de nuevo la sensación de que la estaban mirando dos ojos brillantes y abrasadores. Hasta South Square se cernió sobre ella un sentimiento de trágica injusticia. Durante el almuerzo, Fleur dijo
– Es inútil que te preocupes hasta que suceda algo, Dinny: Es una suerte que Adrián sea tan angelical. Pero éste es un magnífico ejemplo de la impotencia de la ley. Aunque Diana hubiese podido separarse, no hubiera impedido que Férse volviera a ella y que ella sintiera hacia él lo que en realidad siente. La Ley no puede tocar el lado humano de…las cosas. ¿Está Diana enamorada de Adrián?
– No lo creo.
– ¿Estás segura?
– No, no lo estoy. Encuentro ya bastante difícil saber lo que sucede dentro de mí.
– Lo cual me recuerda que tu americano te ha telefoneado. Quiere venir.
– Bueno, que venga. Pero yo estaré en Oakley Street. Fleur le lanzó una mirada astuta.
– En tal caso, ¿he de apostar por el marino? – No. Apuesta por vieja solterona.
– ¡Vaya cosas dices!
– No sé lo que gana una casándose Fleur respondió con una dura sonrisa.
– No podemos quedarnos parados, ¿sabes, Dinny? Por lo menos, no nos quedamos parados: Es demasiado aburrido.
– Tú eres moderna, Fleur, en tanto que yo pertenezco a la Edad Media.
– Es cierto que tienes en el rostro algo de los primitivos italianos. Pero éstos no escapaban del matrimonio. No alimentes esperanzas lisonjeras. Más tarde o más temprano, estarás cansada de ti misma, ¡y entonces…!
Dinny la miró, sorprendida por esa llama de discernimiento en su desilusionada prima.
– ¿Qué has ganado tú, Fleur?
– Por lo menos, soy una mujer completa _ contestó Fleur, secamente.
– ¿Te refieres a los niños?
– Dicen que son posibles sin matrimonios, pero improbables. Para ti, Dinny, serían imposibles. Estás bajo la influencia del espíritu de los antepasados; las familias verdaderamente antiguas tienen una tendencia hereditaria hacia la legitimidad. Sin ella, ¿comprendes?, no pueden ser realmente antiguas. Dinny frunció el entrecejo.
– Jamás lo he pensado, pero, desde luego, me repugnaría mucho tener un hijo ilegítimo. A propósito, ¿le has dado uña recomendación a esa muchacha?
– SÍ; no veo razón alguna para que no haga de maniquí. Es bastante esbelta. No le doy más de un año de vida laboral en lo que se refiere a su figura de efebo. Después, créeme, las faldas se alargarán y volveremos a las curvas.
– Algo degradante, ¿no es cierto? – ¿El qué?
– Cambiar completamente de figura, de cabellos y de todo lo demás.
– Es beneficioso para el comercio. Nos abandonamos en manos de los hombres, para poderlos tener en las nuestras. La filosofía del vampiro.
– La vida de maniquí no le ofrecerá a esa muchacha muchas oportunidades para continuar por el buen camino, ¿verdad?
– Yo diría que mayores. Podría incluso casarse. Pero una cosa a la que siempre me niego es a ocuparme de la moralidad de los demás. Supongo que en Condaford conservaréis las apariencias, puesto que estáis allí desde los tiempos de la Conquista.
A propósito, ¿ha tomado ya tu. padre sus precauciones contra los impuestos de sucesión?
– No es viejo, Fleur.
– No, pero la gente muere, aunque no sea vieja. ¿Posee algo además de las tierras?
– únicamente su pensión. – ¿No hay mucha madera?
– Detesto la idea de talar los árboles. No puedo soportar que doscientos años de formación y de energía se pierdan en una hora. Es repugnante.
– Por lo general, querida, no hay otra solución, salvo la de venderlo todo y marcharse.
– Ya nos arreglaremos -dijo Dinny con brevedad-. Jamás perderemos Condaford.
– No te olvides de Jean.
– Tampoco ella lo dejaría. Los Tasburgh son tan antiguos como nosotros.
– Admitido. Pero esa joven es una mujer de variedad y energía infinitas. Jamás querrá vegetar.
– Vivir en Condaford no es vegetar.
– No te agites, Dinny; yo sólo pienso en vuestro bien. No quiero ver que os manden a paseo, como no deseo que Sir pierda Lippinghall. Michael, en estas cosas, no tiene principio alguno. Dice que si él constituye una de las raíces del país, tanto peor para el país. Esto es idiota, desde luego. – Con repentina seriedad, añadió -: Nunca sabré explicarle a nadie con qué oro tan puro está forjado Michael. – Luego, como dándose cuenta de la sorpresa que expresaban los ojos de Dinny, preguntó-: ¿ Así puedo borrar al americano?
– . Puedes hacerlo. ¿Tres mil millas entre Condaford y yo: ¡ No, señora!
– Entonces creo que deberías darle al pobre diablo el golpe de gracia, porqué, confidencialmente, me ha dicho que eres lo que él llama su ideal.
– ¿Otra vez esa palabra? ¡No! – exclamó Dinny.
– Sí, de veras. Y además me ha dicho que está loco por ti. – Eso no significa nada.
Dicho por un hombre que va hasta el fin del mundo para descubrir las raíces de la civilización, probablemente significa mucho. La mayor parte de la gente iría hasta el fin del mundo para no descubrirlas.
– En cuanto esté solucionado el asunto de Hubert – repuso Dinny – acabaré con esta locura.
– Creo que para hacerlo deberías ponerte el velo de novia. Estarás muy graciosa cogida del brazo del marino, entre dos filas de campesinos, en una atmósfera feudal y con acompañamiento de música alemana. ¡Ojala pueda verte!
– ¡No me casaré con nadie!
– Bueno, entre tanto, ¿tenemos que llamar a Adrián?
En su casa contestaron que estaría de regreso a las cuatro. Le dejaron recado de que se llegara a South Square y Dinny subió a su habitación para poner en orden sus cosas. Cuando bajó, a las tres y media, vio en el perchero un sombrero cuyas alas no le parecieron desconocidas. Se deslizó de: nuevo hacia la sala, y oyó una voz
– ¡Bien! i Qué suerte! Temí no encontrarla.
Dinny tendió una mano a Hallorsen y ambos entraron en la salita de Fleur donde, entre los muebles estilo Luís XV, él aparecía absurdamente masculino.
– Deseaba comunicarle, señorita Cherrell, cuanto he podido hacer en favor de su hermano. He arreglado las cosas de modo que nuestro cónsul en La Paz enviará por cable la declaración jurada de Manuel, conforme él vio cómo el capitán Cheirell era agredido con un cuchillo. Si sus compatriotas tienen una pizca de sentido común, esto debería ser suficiente para. disculpar a su hermano. Hay que hacer acabar este juego de locos, aunque yo tenga que volver personalmente a Bolivia.
– Le doy infinitas gracias, profesor.
– ¡Vaya! No hay nada que yo no esté dispuesto a hacer en favor de su hermano. He llegado a quererle como si fuera. hijo mío.
En estas portentosas palabras había tan gran sencillez y calurosidad generosa que le dieron a Dinny la sensación de haberse vuelto pequeña e insignificante.
– Tiene usted aspecto de no encontrarse muy bien – dijo él repentinamente -. Si hay algo que le cause disgusto, dígamelo y 1o arreglaré.
Linny le contó el regreso de Ferse.
– ¡Esa señora tan hermosa ¡¡ Mal asunto ¡Pero a lo mejor le quiere, de modo que al cabo de poco resultará un alivio para ella.
– Voy a vivir con ella.
– ¡ Es usted muy valiente ¡ ¿ Es peligroso él capitán Yerse?
– Todavía no lo sabemos.
Él se metió una mano en el bolsillo y sacó un pequeño -revólver automático.
– Póngase esto en la maleta. Es el tipo más pequeño que se fabrica. Lo compré para venir aquí, visto que ustedes no suelen pasearse con pistolas
Dinny sonrió.
– Gracias, profesor, pero podría dispararse en el lugar Y menos indicado. Además, aunque hubiese peligro, no debo utilizarlo.
– Es cierto. No había pensado en ello, pero es cierto. Un hombre afligido por ese mal tiene derecho a toda clase de consideraciones. Pero no me agrada la idea de que se exponga usted.
Recordando las exhortaciones de Fleur, Dinny preguntó, audazmente
– ¿Por qué?
– Porque usted es muy preciosa para mí.
– Es usted extraordinariamente amable, pero creo que debería saber que no estoy en mercado.
– Yo tengo la idea de que cada mujer está en el mercado hasta el día en que se casa.
– Hay quien cree que comienza a estarlo solamente entonces.
– ¡Oh! – exclamó Hallorsen con mucha gravedad -. El adulterio no es cosa para mí. Quiero un trato justo en las relaciones íntimas, como en todas las demás.
– Y espero que lo tendrá usted.
Él se irguió.
– Y deseo que sea usted quien me lo otorgue. Tengo el honor de rogarle que sea la señora de Hallorsen. Le suplico que no me diga en seguida que no.
– Si quiere un trato justo, profesor, he de decirle en seguida que no.
Vio velarse aquellos ojos azules, como a causa de un dolor, y le supo mal. Él se le acercó un poco. Se le antojaba enorme, y un pequeño estremecimiento la sacudió.
– ¿Es a causa de mi nacionalidad? – No sé a qué es debido.
– ¿Puedo tener esperanzas?
– No. Me siento lisonjeada y le quedo muy agradecida, créame…, pero no.
– ¡Perdóneme! ¿Hay otro hombre? Dinny movió la cabeza negativamente.
Hallorsen permaneció perfectamente inmóvil. Su rostro presentaba una expresión de incomprensión. Luego, repentinamente. su faz se aclaró.
– Me figuro – dijo – que afín no he hecho bastante por usted. Tendré que servirla un poco.
– ¡Oh, no soy digna de que me sirva usted! Es sencillamente porque no alimento hacia usted un sentimiento tan., – Tengo manos y corazón limpios.
– Estoy segura de ello. Le admiro a usted, profesor, pero jamás podría amarle.
Hallorsen retrocedió ligeramente, como desconfiando de su propio instinto. Se inclinó gravemente. Lleno de sencilla dignidad, tenía un aspecto realmente espléndido. Hubo un largo silencio, al cabo del cual dijo
– Es inútil llorar cuando la leche está derramada. Mándeme usted en cualquier cosa. Me considero su muy fiel -servidor. – Se volvió y salió.
Con una ligera sensación de sofoco en la garganta, Dinny oyó cerrarse la puerta de entrada.
Experimentaba la tristeza de haber causado un dolor, pero también sentía alivio, el alivio que uno siente cuando la amenaza de algo muy grande, sencillo y primitivo – el mar, una tempestad, un toro – ya no es inminente. Se contempló con despecho en uno de los espejos de Fleur, como si estuviese descubriendo en ese momento el super-refinamiento de sus propios – nervios. ¿Cómo era posible que aquella criatura grande, hermosa y sana pudiese amar a otra tan alta, delgada y extraña como la que aparecía reflejada en aquel espejo? Él hubiera podido quebrarla con sus manos. ¿Por esto había ella retrocedido? ¡Los grandes espacios abiertos de los que parecía formar parte, con su estatura, su fuerza, su color, y el retumbar de su voz! Absurda, estúpida quizá…, pero una verdadera huida. Ella pertenecía a lo que pertenecía… y no a personas como él, no a él. Incluso había algo cómico en esa yuxtaposición. Todavía estaba de pie, con la boca entreabierta en una forzada sonrisa, cuando la doncella introdujo a Adrián.
Impulsivamente volvióse hacia él. Cetrino, consumido y lleno de arrugas, perspicaz, dulce y atormentado, fue el contraste más apropiado para calmar sus nervios alterados. Le dio un beso y dijo
– Esperaba verte antes de ir a casa de Diana. – Entonces, Dinny, ¿te vas a casa de Diana?
– Sí. No creo que hayas almorzado, ni tomado té, ni nada parecido. – Y oprimió el timbre -. Coaker, el señor Adrián quisiera…
– Un brandy con soda, Coaker, gracias.
– ¿Y ahora qué, tío? – preguntó después de que él hubo bebido.
– Temo, Dinny, que no podamos confiar mucho en lo que me han dicho-los médicos. Según ellos, Ferse tendría que volver a la clínica. Pero por qué tiene que volver, puesto que se porta como un hombre normal, es lo que no sé. Ponen en duda la idea de que esté curado, pero no pueden alegar nada de anormal en su conducta desde hace varias semanas. He charlado con su enfermero y le he interrogado. Parece un buen hombre y cree que, de momento, Ferse está igual que él. Pero – y aquí estriba toda la dificultad – dice que ya estuvo así una vez, durante un período de tres semanas, y que luego recayó de nuevo, repentinamente. Si sucede algo que le trastorne, una oposición o qué sé yo cree que Ferse volverá a estar tan mal como antes, o quizá peor. Es realmente una situación terrible.
– ¿Es violento cuando le da un ataque?
– Sí. Es una especie de violencia melancólica, dirigida más contra sí mismo que contra los demás.
– ¿No harán nada para que vuelva?
– No pueden. Fue allí por su propia voluntad. Ya te dije que no ha sido declarado loco… ¿Qué tal está Diana?
– Tiene el aspecto cansado, pero está tan hermosa como siempre… Dice que hará cuanto pueda para darle la ocasión de curarse- completamente.
Adrián asintió con un movimiento de cabeza.
– Es propio de ella. Tiene mucho valor. Y tú también. Es un gran consuelo saber que estás aquí. Hilary está dispuesto a acoger a los niños y a Diana, si desea ir; pero tú dices que no quiere.
– Por ahora, no. Estoy segura. Adrián suspiró.
– Bueno, tenemos que esperar los acontecimientos.
– ¡Oh, tío! – exclamó Dinny -. ¡Lo siento tanto por ti ¡ -Mira, cariño, si el coche corre, lo que le sucede a la rueda de repuesto no tiene importancia. No quiero entretenerte más. Puedes encontrarme en cualquier momento en el museo o en casa. Adiós y que Dios te bendiga. Saluda cariñosamente a Diana de mi parte y dile todo cuanto te he dicho.
Dinny le dio otro beso. Algo más tarde salió, cogió un taxi y se dirigió hacia Oackley Street.