La fortuna continuaba favoreciéndola. Dinny encontró al tercero de sus tíos mientras contemplaba su propia casa, en Mount Street, con el aire de alguien que estuviese a punto de hacer una oferta.
– Ah, Dinny, ven, Tu tía está melancólica como un pájaro en la época de la muda. Se alegrará al verte. Encuentro a faltar al viejo Forsyte -añadió, entrando en la casa-. Estaba pensando cuánto tendría que pedir por esta casa si la alquiláramos la próxima temporada. Tú no conociste al viejo Forsyte, el padre de Fleur; aquél sí que era un gran tipo.
– ¿Qué le pasa a tía Em, tío Lawrence?
– Nada, querida. Temo que la vista del pobre tío Cuffs la haya inducido a meditar sobre el futuro. ¿Jamás piensas en el porvenir, Dinny? Cuando se llega a cierta edad aparece como un período lúgubre.
Abrió una puerta.
– Querida, aquí tienes a Dinny.
Emily, lady Mont, se hallaba en su salita revestida de madera. Tenía un loro encaramado sobre el hombro y estaba pasando un cepillo de plumas sobre un pedazo del Famille Verte. Bajando el cepillo, se adelantó con una mirada ausente y lejana, y dijo
– Cuidado, Polly.
Acto seguido besó a su sobrina. El loro se trasladó al hombro de Dinny, doblando la cabecita para mirarle mejor el rostro. – ¡Es tan gracioso! – exclamó lady Mont -. ¿No te importará si te pellizca una oreja? ¡No sabes lo contenta que estoy de que hayas venido, Dinny! No he hecho más que pensar en cosas fúnebres. ¿Quieres decirme lo que piensas del más allá? ¡Oh, Dinny, es tan deprimente!
– Existe uno para los que lo desean.
– Eres igual, que Michael. ¡Sumamente cerebral ¡-¿ Dónde has encontrado a Dinny, Lawrence?
– En la calle.
– No me parece correcto. ¿Qué tal está tu padre, Dinny? -Espero que no se haya sentido mal después de la visita a la horrible casa de Porthminster. ¡Cómo olía a ratones disecados!
– Estamos todos muy intranquilos a cansa de Hubert, tía. – Ah, sí. Hubert. ¿Sabes? Creó que cometió un error al azotar a aquellos hombres. Si los hubiese matado a tiros de revólver sería una cosa más comprensible, pero ¡el azote es un acto tan propio de un antiguo señor feudal!
– Cuando ves a un carretero que pega a un pobre caballo para obligarle a tirar cuesta arriba arrastrando una carga demasiado pesada, ¿no te viene ganas de azotarle?
– Sí, ya lo creo… ¿Era eso lo que hacían aquellos individuos?
– Algo mucho peor. Solían torcerles las colas a los mulos y los pinchaban con sus cuchillos. Los pobres animales sufrían terriblemente.
– ¿De veras? Entonces me alegro mucho de que los azotara, a pesar de que no siento ninguna simpatía por las mulas desde que subimos la cuesta del Gemmi. ¿Te acuerdas, Lawxence?
Sir Lawrence asintió. Su rostro tenía una expresión cariñosa, pero burlona, que Dinny siempre relacionaba con su tía Em.
¿Por qué, tía?
– Se me cayeron encima. Es decir, sólo la que yo montaba. Me han dicho que ha sido la única vez que una mula ha caído encima de alguien. Al parecer, tienen las patas muy firmes.
– ¡Una cosa de muy mal gusto, tía!
– – Sí, y de lo más desagradable. ¿Crees que a Hubert le gustaría ir a Lippinghall la semana que viene, a la cacería de perdices?
– De momento creo que no se muestra dispuesto a ir a ninguna parte. Está terriblemente malhumorado. Pero si tuvieseis un poco de sitio disponible, ¿podría ir yo?
– Claro que sí. Hay sitio en abundancia. Vamos a ver vendrán Charlie Muskham y su mujer, el señor Bentworth y Hen, Michael y Fleur, Diana Ferse y quizá Adrián, a pesar de que no caza, y tu tía Wilmet. ¡Oh! ¡Ah! Y lord Saxenden. – ¿Qué? – gritó Dinny.
– ¿A qué viene esa extrañeza? ¿No es un hombre respetable?
– Pero, tía… ¡eso es maravilloso! El es mi objetivo.
– ¡Qué palabra tan horrible! Es la primera vez que le oiga nombrar así. Además, existe una lady Saxenden, _que actualmente está guardando cama.
– No, no, tía. Quiero hablarle de Hubert. Papá dice que tiene mucha influencia entre bastidores.
– Dinny, tú y Michael soléis usar las expresiones más extrañas. ¿Qué bastidores?
Sir Lawrence rompió el silencio de estatua que habitualmente mantenía en presencia de su mujer.
– Dinny quiere decir,- querida, que Saxenden es, sin parecerlo, muy influyente en el ambiente militar.
– ¿Cómo es, tío Lawrence?
– ¿Snubby? Hace muchos años que le conozco y puedo asegurar que es un buen mozo.
– Esto es muy perturbador – dijo lady Mont, volviendo a coger el loro.
– Querida tiíta, estoy completamente inmunizada. -Pero, ¿lo está lord Snubby? Siempre he procurado que en Lippinghall se respetasen las conveniencias. Tal como están las cosas, Adrián me hace tener algunas dudas, pero – añadió, dejando el loro encima de la repisa de la chimenea -, es mi hermano favorito. Por un hermano favorito una puede hacer muchas cosas.
– Es cierto – asintió Dinny.
– Todo irá bien, Em – intervino sir Lawrence -. Yo vigilaré a Dinny y a Diana, y tú puedes vigilar a Adrián y a Snubby.
– Cada año que pasa, tu tío se vuelve más frívolo, Dinny. Me cuenta unas historias de lo más escandalosas.
Se acercó a sir Lawrence y éste le posó una. mano sobre un brazo.
Dinny pensó: «El Rey Rojo y la Reina Blanca».
– Bueno, adiós, Dinny – dijo su tía repentinamente -. He de retirarme. Mi masajista sueca viene tres' veces por semana. Estoy adelgazando de veras. – Escudriñó a Dinny de arriba- abajo -. Me pregunto si podría hacerte engordar un poco.
– Estoy más gorda de lo que parece.
– Yo también. Es algo desesperante. Si tu tío no fuese un palo de telégrafos, me importaría menos.
Ladeó el rostro y Dinny le dio un sonoro beso.
– ¡Qué beso tan agradable-! Hacía años que no me daban uno así. En general, los que recibo son como picotazos. ¡Vamos, Polly! – Y salió contoneándose.
– Tía Em tiene muy buen aspecto.
– Está muy bien, querida. Sólo que tiene la manía de creer que ha engordado. Lucha contra la gordura con uñas y dientes. Nuestras comidas están compuestas de los más variados. Vegetales. En Lippinghall las cosas marchan mejor, porque Augustine sigue siendo tan francesa como hace treinta y cinco años, cuando nos la trajimos con nosotros de nuestro viaje de novios. Es la misma excelente cocinera de siempre. Por suerte, a mí no hay nada que me engorde.
– Tía Em no está gruesa. – Desde luego que no.
– Además tiene un porte magnífico. Nosotros no somos así.
– El porte desapareció con Edward – repuso Lawrence -. Ahora las piernas se alargan. Os alargáis todos como si: estuvieseis a punto de dar un salto y huir con la presa. He intentado adivinar lo que sucederá en el futuro. Lógicamente tendrán que caminar dando brincos, pero es posible que se vuelva a las poses lánguidas.
– Tío Lawrence, ¿qué clase de hombre es en realidad ese lord Saxenden?
– Es uno de los que ganaron la guerra a base de no tener jamás una opinión. Solía decir cosas de este tipo: «He pasado un fin de semana en Cooquers. Estaban los Capers y Gwen Blandish. Ella estaba llena de energía y tenía muchas cosas que contar sobre el frente polaco. Yo tenía unas cuantas más. Hablé con Capers. Era del parecer que los alemanes estaban hartos. No estuve de acuerdo con él. Luego la emprendió con lord T. El domingo vino Arthur Prose. Calculaba que los rusos poseían dos millones de fusiles, pero afirmó que se hallaban sin municiones. Dijo que la guerra terminaría el mes de enero. Estaba aterrorizado por el número de nuestras bajas. ¡Si hubiese sabido lo que yo sabía! Estaba también lady Thripp con su hijo, que perdió el pie izquierdo. Una mujer encantadora. Prometí visitar su hospital y darle algunos consejos sobre su administración. Nos sirvieron una comida excelente. Jugamos a tirar confites. Más tarde llegó Alich, y dijo que durante el último ataque perdimos cuarenta mil hombres, pero que los – franceses perdieron aún más. Expresé la opinión de que esto era muy serio, pero nadie la aceptó».
Dinny rió.
– ¿Había de veras gente así?
– ¡Y mucha, querida! Hombres de valía inapreciable. ¿Qué hubiéramos hecho sin ellos? El modo con que mantenían altos la moral y el valor y la forma en que brillaban en la conversación, eran cosas que había que verlas para creerlas. Y casi- todos ganaron la guerra. Saxenden era especialmente responsable. Tuvo un papel activo desde el principio hasta el fin.
– ¿Qué papel?
– El del que sabe muchas cosas. Juzgando por lo que se dice, sabía más cosas él que todos los demás juntos. Además es de fuerte constitución y le gusta demostrarlo. Es un gran deportista, le encantan los yates y creo que jamás ha estado enfermo.
– Me estoy anticipando el placer de conocerlo.
– ~ Snubby -suspiró su tío – es uno de esos hombres de los que vale más guardarse. ¿Quieres quedarte aquí esta noche, o te vuelves a casa?
– Esta noche he de regresar. Saldré a las ocho, por la estación de Paddington.
– En tal caso te acompañaré. Atravesaremos el Park, comeremos algo en Paddington y luego te dejaré acomodada en el tren.
– No te molestes por mí, tío Lawrence.
– ¿Quieres que te permita atravesar sola el Park y que pierda la oportunidad de que me detengan bajo la acusación de estar paseando con una joven? ¡Jamás! Podríamos incluso sentarnos en un banco y probar suerte. Tú eres precisamente un tipo de muchacha de las que perturban a los ancianos. Hay algo de boticeliano en ti, Dinny. Vámonos.
Eran las siete de aquella tarde de septiembre cuando entraron en Hyde Park y, pasando bajo los plátanos, caminaron sobre la hierba marchita.
– Es demasiado temprano -dijo sir Lawrence – debido a la hora de verano. La inmoralidad empieza a las ocho. Dudo que el sentarnos nos sirviera de algo. Dinny, ¿sabrías reconocer a un policía en traje de paisano? Es una cosa muy necesaria. El bombín – por temor a recibir un porrazo en la cabeza demasiado de repente -, la tendencia a perder el aspecto profesional y un toque de eficiencia en los labios, son cosas que completan su dentición en el Cuerpo. Luego está el detalle de los ojos mirando al suelo cuando no te miran a ti y el peso del cuerpo apoyado sobre los dos pies, como si se estuviesen dejando tomar las medidas por algún sastre. Siempre llevan botines, desde luego
Dinny- se rió por lo bajo.
– ¿Sabes qué podríamos hacer, tío Lawrence? Simular que quiero trabar conversación contigo. En Paddington Gate debe de haber un policía. Yo me entretendré un ratito por allí y, cuando tú aparezcas, me acercaré a ti. ¿Qué tendría que decir? Sir Lawrence arrugó la frente.
– Por lo que puedo recordar, una frase más o menos como ésta: «¿Qué tal, querido? ¿Estás libre esta noche?» -Bueno, paso adelante. Haré mi papel justamente bajo las fauces del policía.
– Se daría cuenta del truco, Dinny. – i Ya haces marcha atrás…!
– ¡Hace tanto tiempo que nadie toma en serio una de mis proposiciones! Además, «la vida es una cosa real, la vida es una cosa seria», y su fin no es la cárcel.
– Tío, me has desilusionado.
– Estoy acostumbrado a ello, querida. Cuando seas seria y venerable, verás cómo también tú desilusionarás a la juventud.
– Pero piensa que podríamos hacernos dedicar columnas enteras en los diarios durante varios días. Caso de seducción en Paddington Gate. Presunto tío. ¿No ardes en deseos de ser un presunto tío y de que te den prioridad delante de los asuntos de Europa? ¿Tampoco quieres dar quebraderos de cabeza a la policía? Tío, eso es pusilanimidad.
– Soil – dijo sir Lawrence -. Un tío al día ante el tribunal es suficiente. Eres más peligrosa de lo que creía, Dinny. – En serio, tío, ¿por qué tienen que detener a esas muchachas? Todo eso pertenece al pasado, cuando las mujeres estaban esclavizadas.
– Soy completamente de tu parecer, Dinny; pero la conciencia no conformista todavía perdura en nosotros. Además, la policía necesita hacer algo. Es imposible reducir el número de policías sin aumentar el paro. Y un Cuerpo de Policía sin ocupación resultaría peligroso para las cocineras.
– ¡Un poco de seriedad, tío!
– ¡Eso no, querida! La vida puede reservarnos cualquier cosa, pero ésa. No! No obstante, si he de decirte la verdad preveo el día en-.qué todos tendremos libertad de acercarnos mutuamente dentro de los límites de la cortesía. En vez del lenguaje actual, existirán expresiones nuevas para hombres y para mujeres. «Señora, ¿desea usted pasear conmigo?», «Señor, ¿quiere usted mi compañía?». Quizá no será la edad de -oro, pero cuando menos será la de oropel. Ahí está Paddington Gate. ¿Tendrías ánimos de tomarle el pelo a un policía de aspecto tan noble como ése? Ven, atravesemos. Mientras entraban en la estación de Paddington, continuó
– Tu tía ya se habrá acostado y, por lo tanto, cenaré contigo en él restaurante. Tomaremos un poco de champaña y el resto, o yo no conozco nuestras estaciones, estará compuesto por sopa de cola de buey, pescado hervido, roast-beef, verduras, patatas fritas y tarta de ciruelas. Todo bueno, aunque muy inglés.
– Tío Lawrence – dijo Dinny cuando hubieron llegado al roast-bee) -, ¿qué piensas tú de los americanos?
– Ningún hombre que sea patriota dice la verdad, sólo la verdad y únicamente la verdad sobre este asunto. Sea como fuere, los americanos, al igual que los ingleses, pueden dividirse en dos clases: en americanos «y» americanos. En otras palabras, los hay buenos y malos.
– ¿Por qué no nos sentimos más de acuerdo con ellos? – Es muy sencillo. Los ingleses que hemos definido como malos no se sienten de acuerdo con ellos, porque los americanos, tienen más dinero que nosotros; los ingleses que hemos definido como buenos, no se encuentran a sus anchas con ellos, como deberían, porque los americanos son demasiado expansivos y el tono de voz del americano resulta desagradable al oído inglés. Puedes invertir los términos, si quieres. Los americanos de la clase de los malos no se encuentran bien con nosotros porque el acento inglés les es desagradable; los americanos de la clase de los buenos no nos pueden tragar porque somos reservados y refunfuñones.
– ¿No crees que quieren que las cosas sucedan demasiado a su manera?
– Nosotros también lo' deseamos, querida. Pero no se trata de esto. Lo que nos separa es la educación, la educación y el lenguaje.
– ¿De qué modo?
– Indudablemente, poseer un idioma que un día fue idéntico es una trampa. Tenemos que esperar que el habla americana se desarrolle en forma tal que se llegue a la necesidad del estudio recíproco.
Pero siempre se está hablando del lazo del idioma común.
– ¿Por qué esa curiosidad hacia los americanos?
– El lunes tendré que encontrarme con el profesor Hallorsen.
– ¿El héroe de Bolivia? Quiero darte un consejo, Dinny. Dale siempre la razón y, como un pajarito, acabará comiendo en tu mano. Hazle reconocer que el error fue suyo y no lograrás nada.
– No. Tengo intención de conservar la calma.
– Sé prudente y no precipites las cosas. Si has terminado de comer será preciso que nos vayamos, querida: faltan cinco minutos para las ocho.
La acompañó hasta el vagón, le compró una revista y, mientras el tren se ponía en marcha, le dijo
– ¡Lánzale tu mirada boticeliana, Dinny! ¡Lánzale tu mirada boticeliana!