Me desperté con el insistente sonido de un teléfono. Pete había cerrado las persianas y la habitación estaba tan oscura que necesité varias llamadas para poder localizarlo.
– Reúnete conmigo esta noche en Providence Road Sundries y te invitaré a una hamburguesa.
– Pete, yo…
– Está bien, veo que no te apetece. Encontrémonos en Bijoux.
– No se trata del restaurante.
– ¿Mañana por la noche?
– Creo que no.
La línea permaneció un momento en silencio.
– ¿Recuerdas cuando se averió el Volkswagen e insistí en que continuásemos el viaje?
– De Georgia a Illinois sin faros delanteros.
– No me dirigiste la palabra durante casi mil kilómetros.
– No es lo mismo, Pete.
– ¿No lo pasaste bien anoche?
Había sido maravilloso.
– No se trata de eso.
Se oyeron algunas voces de fondo y miré el reloj. Las ocho y diez.
– ¿Estás trabajando?
– Sí, señora.
– ¿Por qué me has llamado?
– Me pediste que te despertase.
– Oh. -Una vieja rutina-. Gracias.
– No hay problema.
– Y gracias por cuidar de Birdie.
– ¿Ya ha dado señales de vida?
– Brevemente. Parece inquieto.
– El viejo Bird tiene nuevas costumbres.
– A Birdie nunca le gustaron los perros.
– O los cambios.
– O los cambios.
– Algunos cambios son buenos.
– Sí.
– Yo he cambiado.
Ya había escuchado antes esas mismas palabras. Las había dicho después de acudir a una cita con un periodista de tribunales tres años antes, por una historia con un corredor de fincas. No esperaba que las repitiese.
– Aquélla fue una mala época para mí -continuó.
– Sí. Para mí también.
Colgué el teléfono y tomé una larga ducha, reflexionando sobre nuestros defectos. Pete siempre estaba allí cuando yo necesitaba consejo, apoyo y consuelo. Había sido mi cojín de seguridad, la calma que yo necesitaba después de un día de tormenta. Nuestra ruptura había sido devastadora, pero también había sacado a la luz una fuerza que yo jamás había sospechado que tenía.
O utilizado alguna vez.
Cuando me hube secado y envuelto el pelo con una toalla, me estudié detenidamente delante del espejo.
Pregunta: ¿En qué estaba pensando la noche anterior?
Respuesta: No pensaba. Estaba irritada, dolida, vulnerable y sola. Y hacía mucho tiempo que no había tenido relaciones con nadie.
Pregunta: ¿Volvería a suceder?
Respuesta: No.
Pregunta: ¿Por qué no?
¿Por qué no? Aún amaba a Pete. Le había amado desde la primera vez que mis ojos se posaron sobre él, descalzo y con el pecho desnudo sentado en la escalinata de la biblioteca de la Facultad de Derecho. Le había amado mientras me mentía sobre Judy y luego Ellen. Le había amado mientras metía mis cosas en una maleta y me marchaba de nuestra casa hace dos años.
Y obviamente seguía encontrándole terriblemente sexy.
Mi hermana, Harry, tiene una expresión para eso. Tonta del culo. Aunque amo a Pete y lo encuentro sexy, no soy una tonta del culo. Por eso no volvería a suceder.
Limpié con la mano el vapor que empañaba el espejo, recordaba a la antigua yo mirándome ahí mismo. Cuando nos mudamos a esa casa llevaba el pelo rubio, largo y liso sobre los hombros. Ahora lo llevo corto y ya no tengo el aspecto de una surfista. Pero las canas comienzan a invadir el pelo y pronto tendré que recurrir al tinte marrón de Clairol. Las arrugas han aumentado y se han vuelto más profundas alrededor de los ojos, pero mi barbilla aún se mantiene firme y mis párpados no se han caído.
Pete siempre dice que mi trasero era mi rasgo más destacado. Eso, también, ha permanecido en su sitio, aunque ahora requiere de algún esfuerzo. Pero, a diferencia de muchos de mis contemporáneos, ni tengo unas mallas de gimnasia Spandex ni he contratado los servicios de un entrenador personal. No tengo ni bicicleta estática ni cinta caminadora, ni máquina de musculación. No asisto a clases de aeróbic o kickboxing y hace más de cinco años que no participo en una carrera organizada. Voy al gimnasio en camiseta y pantalones cortos del FBI, sujetos a la cintura con un cordel. Corro o nado, levanto pesos durante unos minutos y me marcho. Cuando hace buen tiempo salgo a correr por las calles y el parque.
También he tratado de controlar lo que como. Una ración diaria de vitaminas. Carne roja no más de tres veces por semana. Comida basura no más de cinco.
Estaba poniéndome las bragas cuando sonó el móvil. Corrí al dormitorio, volqué el contenido del bolso, cogí el teléfono y apreté el botón.
– ¿Dónde te has metido?
La voz de Ryan me resultó absolutamente inesperada. Dudé un momento, las bragas en una mano, el teléfono en la otra, sin saber qué responder.
– ¿Hola?
– Estoy aquí.
– ¿Aquí dónde?
– En Charlotte.
Hubo una pausa. Ryan la rompió.
– Todo esto es un montón de mier…
– ¿Has hablado con Tyrell?
– Brevemente.
– ¿Le describiste la escena de los coyotes?
– Con pelos y señales.
– ¿Y qué te dijo?
– Gracias, señor.
Ryan imitó el acento del examinador médico.
– Esto no ha sido idea de Tyrell.
– Hay algo que no encaja en todo esto.
– ¿A qué te refieres?
– No estoy seguro.
– ¿Qué es lo que no encaja?
– Tyrell estaba nervioso. Hace apenas una semana que le conozco, pero no es un comportamiento normal en ese tío. Hay algo que no le deja en paz. Él sabe que tú no manipulaste los restos y también sabe que Earl Bliss te ordenó que vinieses la semana pasada.
– ¿Entonces quién está detrás de esa queja?
– No lo sé, pero puedes estar segura de que lo averiguaré.
– No es tu problema, Ryan.
– No.
– ¿Algún avance en la investigación?
Cambié de tema. Oí el chasquido de una cerilla al encenderse, luego una profunda inhalación.
– Simington comienza a parecer una buena elección.
– ¿El tío que había asegurado a su esposa en varios millones?
– Es mejor que eso. El flamante viudo posee una compañía que se dedica a la construcción de autopistas.
– ¿Y?
– Fácil acceso a plástico X.
– ¿Plástico X?
– Explosivo plástico. Ese material se utilizó en Vietnam, pero ahora se vende a la industria privada para construcción, minería y demoliciones. Diablos, los granjeros pueden conseguirlo para volar tres tocones.
– ¿Los explosivos no se controlan estrictamente?
– Sí y no. Las normas para su transporte son más severas que las relativas a su almacenamiento y uso. Si se está construyendo una autopista, por ejemplo, necesitas contar con un camión especial escoltado y una ruta previamente establecida que evite las áreas urbanas. Pero una vez que los explosivos han llegado a su destino se almacenan habitualmente en una bóveda móvil en medio de un campo con la palabra explosivo escrita en caracteres grandes y visibles.
»La compañía contrata a algún viejo como guardia y le paga el salario mínimo, principalmente para no tener problemas con el seguro. Esas bóvedas pueden ser robadas, cambiadas de lugar o simplemente desaparecer.
Ryan dio una calada y expulsó el humo.
– Se supone que los militares deben dar cuenta de cada gramo de esos explosivos, pero los tíos de la construcción no tienen que llevar un registro tan preciso. Digamos que alguien coge diez cartuchos, usa tres cuartas partes de cada uno y se guarda el resto. Nadie se entera. Todo lo que ese tío necesita es un detonador y ya está en el negocio. O puede vender el material en el mercado negro. Siempre hay demanda de explosivos.
– Suponiendo que Simington haya robado explosivos, ¿podría haberlos subido a bordo del avión?
– Aparentemente no es tan difícil. Los terroristas acostumbraban coger el plástico, lo aplanaban hasta que tuviese el grosor de un fajo de billetes y lo guardaban en la cartera. ¿Cuántos guardias de seguridad comprueban los billetes que uno lleva en la cartera? Y actualmente puedes conseguir un detonador eléctrico del tamaño de un paquete de tabaco. Los terroristas libios que volaron el vuelo 103 de Pan Am sobre Lockerbie consiguieron introducir el explosivo en un estuche de casette. Simington podría haber encontrado la manera de hacerlo.
– ¡Caray!
– También he recibido noticias de la belle province. A principios de esta semana un grupo de vecinos comenzó a sospechar de la presencia de un Ferrari aparcado en su calle. Se supone que los deportivos que cuestan más de cien mil dólares no pasan la noche en esa parte de Montreal. Resultó todo un hallazgo. La policía encontró al propietario del coche, un tal Alain el Zorro Barboli, metido en el maletero con dos balazos en la cabeza. Barboli era miembro de los Rock Machine y tenía conexiones con la mafia siciliana. Carcajou lo descubrió. La Operación Carcajou era una fuerza de operaciones integrada por varias agencias dedicada a investigar a las bandas de motoristas que pululaban por la provincia de Quebec. Yo había trabajado con ellos en varios asesinatos.
– ¿Carcajou piensa que el asesinato de Barboli fue una venganza por Petricelli?
– O Barboli estuvo implicado en el asesinato de Petricelli y los peces gordos están eliminando a los testigos. Eso sí fue un asesinato.
– Si Simington robó explosivos, los Ángeles del Infierno no tendrían ningún problema.
– Igual que comprar Cheez Whiz en el Seven-Eleven. Escucha, porque no vuelves aquí y le dices a ese Tyrell…
– Quiero comprobar unas muestras óseas para estar segura de que mi cálculo de la edad del pie es correcto. Si ese pie no salió del avión, los cargos por irrupción ilegal serán irrelevantes.
– Hablé con Tyrell de tus sospechas sobre ese pie.
– ¿Y?
– Y nada. No le dio importancia.
Volví a sentir una punzada de ira.
– ¿Has encontrado algún pasajero que no figurase en la lista?
– No. Hanover jura que los viajes sin cargo están estrictamente regulados. Si no hay billete, no hay viaje. Los empleados de TransSouth Air que hemos entrevistado confirman la versión de su jefe.
– ¿Alguien que pudiera transportar trozos humanos?
– Ningún anatomista, antropólogo, pedicuro, cirujano ortopédico o viajante de calzado ortopédico. Y el caníbal de Milwaukee, Jeffrey Dahmer, no está rondando por aquí, por ahora.
– Ryan, eres un tío francamente divertido.
Hice una pausa.
– ¿Han identificado a Jean?
– Petricelli y él siguen entre los desaparecidos.
– Le encontrarán.
– Ya.
– ¿Estás bien?
– Firme como un clavo. ¿Qué me dices de ti? ¿No te sientes sola?
– Estoy bien -dije, mirando la cama que acababa de dejar.
Carolina del Norte posee un sistema de forenses centralizado, con su cuartel general en Chapel Hill y oficinas regionales en Winston, Salem, Greenville y Charlotte. Debido a cuestiones geográficas, y a su disposición física, la sección de Charlotte, MCME, llamada forense del condado de Mecklenburg, fue elegida para procesar los especimenes recogidos en el depósito provisional de Bryson City. Un técnico había viajado desde Chapel Hill y se había instalado una unidad de histología temporal.
El forense del condado de Mecklenburg forma parte del Centro de Servicios del Condado Harold R. Hal Marshall, que se alza a ambos lados de College Street entre la Novena y la Décima, justo en el límite del sector residencial de la ciudad. La sede de las instalaciones fue en otra época un Garden Center de Sears. Aunque se trata de un huérfano arquitectónico, es moderno y eficiente.
Pero la propiedad del Hal puede estar amenazada. Olvidada durante años, la tierra sobre la que se alza el centro, con vistas a las urbanizaciones, tiendas y locales nocturnos, ha despertado el interés de los constructores como una zona más apta para la expansión comercial que para su uso como oficinas del condado, aparcamientos y depósito. Pronto florecerían tarjetas oro de American Express, expendedores de cappuccino y clubes de los Hornets y los Panthers en un paisaje donde antes dominaban escalpelos, camillas y mesas de autopsia.
Veinte minutos después de haber podido ponerme finalmente las bragas, aparqué en el MCME. Al otro lado del College, los vagabundos recibían perritos calientes y limonada en mesas plegables. Las mantas cubrían la franja de musgo entre la acera y el bordillo, exhibiendo zapatos, camisas y calcetines. Un gran número de indigentes vagaban por el lugar, sin ningún lugar adonde ir, ni prisa por llegar a ninguna parte.
Cerré el coche, me dirigí hacia la estructura de ladrillo rojo de baja altura y atravesé las puertas acristaladas. Después de saludar a las mujeres que estaban en la mesa del vestíbulo me presenté ante Tim Larabee, el forense del condado de Mecklenburg. Me llevó a un ordenador que procesaba los datos de víctimas de accidentes y busqué el caso número 387. Probablemente estaba violando los términos de mi proscripción, pero debía correr el riesgo.
Las pruebas de ADN se estaban realizando en el laboratorio criminal de Charlotte-Mecklenburg y los resultados todavía no estaban disponibles. Pero la histología estaba lista. Las muestras que había cortado de los huesos del tobillo y el pie habían sido rebanadas en astillas de menos de una centésima de micra de grosor, procesadas, teñidas y colocadas en platinas. Las encontré y las coloqué bajo la lente de un microscopio.
El hueso es un universo en miniatura en el cual el nacimiento y la muerte se producen constantemente. La unidad básica es el osteón, compuesto de lazos concéntricos de hueso, un cartal, osteocitos, vasos y nervios. En el tejido vivo los osteones nacen, se alimentan y finalmente son reemplazados por nuevas unidades.
Cuando se los amplía y examina bajo una luz polarizada, los osteones parecen diminutos volcanes, conos ovoides con cráteres centrales y laderas que se extienden hacia llanuras de hueso primario. La cantidad de volcanes aumenta con la edad, al igual que el número de calderas abandonadas. Al determinar la densidad de estos rasgos uno llega a una estimación de la edad del hueso.
Primero busqué signos de anormalidad. En el corte transversal de un hueso largo, el adelgazamiento del tallo, la ondulación de los bordes internos o externos, o la deposición anormal de hueso tramado pueden indicar problemas, incluyendo la cicatrización de una fractura o una reconstrucción inusualmente rápida. No encontré ninguna de esas anomalías.
Satisfecha de que fuese factible realizar una estimación realista de la edad, aumenté la ampliación de la lente a cien y a continuación inserté en el ocular un micrómetro regulado. La cuadrícula contenía cien cuadrados, cuyos lados medían un milímetro al nivel de la sección. Moviéndome de una platina a otra examiné los paisajes en miniatura, contando y registrando con sumo cuidado los caracteres dentro de cada cuadrícula. Cuando hube terminado y volcado los totales en la fórmula adecuada, obtuve mi respuesta.
La persona a la que había pertenecido ese pie tenía alrededor de sesenta y cinco años, aunque probablemente estaba más cerca de los setenta.
Me recliné en la silla y consideré ese dato. Ninguno de los pasajeros se acercaba a esa edad. ¿Cuáles eran las opciones?
Uno. A bordo del avión viajaba un pasajero que no constaba en la lista. ¿Un viajero sin cargo septuagenario? ¿Un respetable ciudadano mayor de polizón? Improbable.
Dos. Uno de los pasajeros había subido el pie a bordo. Ryan dijo que no habían encontrado a nadie cuyo perfil sugiriese un interés en las partes del cuerpo humano.
Tres. El pie no guardaba relación alguna con el vuelo 228 de TransSouth Air.
¿De dónde procedía entonces?
Busqué una tarjeta en el bolso, comprobé el número y llamé.
– Departamento del Sheriff del Condado de Swain.
– Lucy Crowe, por favor.
– ¿Quién la llama?
Di mi nombre y esperé. Un momento más tarde se escuchó la voz grave y ronca.
– Tal vez no debería estar hablando con usted.
– ¿Lo ha oído?
– Lo he oído.
– Podría intentar explicárselo pero creo que ni yo misma entiendo la situación.
– No la conozco lo suficiente como para juzgarla.
– ¿Por qué está hablando conmigo?
– Instinto.
– Estoy intentando aclarar todo este asunto.
– Eso estaría bien. Los tiene a todos bastante nerviosos.
– ¿Qué quiere decir?
– Acabo de recibir una llamada de Parker Davenport.
– ¿El vicegobernador?
– El mismo. Me ordenó que la mantuviese alejada del lugar del accidente.
– ¿No tiene nada mejor de qué preocuparse?
– Aparentemente usted es un fastidio. Uno de mis ayudantes atendió una llamada esta mañana. El tío quería saber dónde vive y dónde se alojó mientras estuvo aquí.
– ¿Quién era?
– No quiso dar su nombre y colgó cuando mi ayudante insistió.
– ¿Era alguien de la prensa?
– Somos muy buenos descubriendo a los tíos de la prensa.
– Sheriff, hay algo que puede hacer por mí.
Percibí el sonido del aire a larga distancia.
– ¿Sheriff? ' -
– La escucho.
Describí el pie y mis razones para dudar de que tuviese alguna relación con el accidente aéreo.
– ¿Podría comprobarlo en la lista de personas desaparecidas en Swain y los condados vecinos?
– ¿Tiene algún otro dato aparte de la edad?
– Metro sesenta y cinco de altura con pies en mal estado. Cuando reciba los resultados de la prueba del ADN sabré cuál era el sexo de su propietario.
– ¿Período de búsqueda?
– Un año.
– Aquí en Swain tenemos algunos casos. Echaré un vistazo. Y supongo que no hay nada de malo si hago algunas averiguaciones.
Cuando colgamos, cerré herméticamente el estuche con las platinas y se lo devolví al técnico del laboratorio. Mientras conducía de regreso a casa un montón de nuevas preguntas se amontonaron en mi cabeza, alimentadas por sentimientos de ira y humillación.
¿Por qué no me defendía Larke Tyrell? Él sabía perfectamente el compromiso que yo siempre asumía con mi trabajo, sabía que jamás pondría en peligro ninguna investigación.
¿Acaso Parker Davenport era la «gente poderosa» que había mencionado Tyrell? Larke era un oficial designado. ¿Podía el vicegobernador presionar a su forense jefe? ¿Por qué?
¿Podía ser justa la reacción de Lucy Crowe ante Davenport? ¿Estaba el vicegobernador preocupado por su imagen y planeaba utilizarme a mí con propósitos publicitarios?
Recordé su presencia en el lugar del desastre, la boca cubierta con un pañuelo inmaculado y los ojos bajos para evitar la carnicería que nos rodeaba.
¿O era a mí a quien quería evitar? Una sensación desagradable creció dentro de mí y traté de borrar la imagen. No tuve éxito. Mi mente era como un ordenador sin la tecla de suprimir.
Pensé en el consejo de Ryan. En el de Pete. Ambos decían lo mismo.
Marqué el número de Información y luego hice una llamada.
El teléfono sonó dos veces antes de que Ruby contestara.
Me identifiqué y le pregunté si la habitación Magnolia estaba libre.
– La habitación está vacía pero se la he ofrecido a uno de los huéspedes de la planta baja.
– Me gustaría volver a alojarme allí.
– Me dijeron que se había marchado para siempre. Pagado la cuenta.
– Le pagaré una semana por adelantado.
– Debe de ser la voluntad del Señor que el otro huésped aún no se haya mudado a la habitación de arriba.
– Sí -contesté con un entusiasmo que no sentía en absoluto-. La voluntad del Señor.