– Una pipa. De las que te pones en la boca y fumas.
McMahon asintió.
– En una maleta que había sido registrada.
– Mi voz denotaba mi incredulidad.
– Un empleado de la compañía aérea recuerda haberle dicho a este tío que llegaba en el último momento que su bolsa de lona era demasiado grande para llevarla en la cabina y tendría que facturarla. El tío estaba sudado y distraído, se quitó la cazadora y la metió en la bolsa antes de entregársela al encargado del equipaje. Dicen que se dejó una pipa encendida en uno de los bolsillos de la chaqueta.
– ¿Qué hay de los detectores de humo? ¿Los detectores de incendio?
– No hay detectores en el compartimento del equipaje.
Ryan, McMahon y yo estábamos sentados en unas sillas plegables de una sala de reuniones en la central del NTSB. Larke Tyrell estaba sentado al final de nuestra fila. La parte delantera de la sala estaba ocupada por personal de los equipos de respuesta e investigación, mientras que los periodistas se amontonaban en la parte trasera.
Magnus Jackson estaba haciendo una declaración y proyectaba diapositivas en una pantalla que colgaba a sus espaldas.
– El vuelo 228 de TransSouth Air fue derribado por una imprevisible coincidencia de hechos que provocaron un incendio, una explosión, la despresurización del aparato y su estallido en el aire. En ese orden. Lo explicaré paso a paso y responderé a sus preguntas cuando haya terminado.
Jackson pulsó las teclas de un ordenador portátil y proyectó un esquema de la cabina de pasajeros.
– El cuatro de octubre, aproximadamente a las doce menos cuarto de la mañana, el pasajero Walter Lindenbaum se presentó ante James Sartore, empleado de la compañía aérea TransSouth Air, para embarcar en el vuelo 228. Sartore acababa de hacer la última llamada para embarcar y declaró que el señor Lindenbaum estaba extremadamente agitado, temía haber perdido su plaza en el avión por haber llegado tarde.
»E1 señor Lindenbaum llevaba dos bolsas, una pequeña y una bolsa de lona más grande. El agente Sartore le informó de que en el compartimento superior destinado al equipaje de mano no había espacio para la bolsa de lona y que era demasiado grande para colocarla debajo del asiento. Entonces colocó una etiqueta en la bolsa y le dijo a Lindenbaum que la dejase en la cinta y que un mozo de equipaje se encargaría de llevarla al avión. El señor Lindenbaum se quitó entonces una cazadora de punto, la metió en la bolsa y embarcó.
Jackson mostró un recibo de tarjeta de crédito.
– El extracto de la tarjeta de crédito del señor Lindenbaum refleja la compra de una botella de un litro de ron Demerara la tarde anterior al vuelo.
Pulsó otras teclas y el recibo fue reemplazado por varias tomas de una bolsa de lona chamuscada.
– La bolsa del señor Lindenbaum y su contenido, y solamente estos objetos, de todos los artefactos recuperados del accidente -enfatizó estas palabras con una dura mirada a todos los asistentes- presentan signos de quemaduras geométricas simétricas con una mayor combustión interna que externa.
Mostró los signos con su puntero láser.
– Las entrevistas mantenidas con miembros de su familia han revelado que Walter Lindenbaum era fumador de pipa. Cuando accedía a una zona de no fumadores tenía la costumbre de meter la pipa en un bolsillo para volver a encenderla después. Todas las pruebas apuntan a la presencia de una pipa encendida en el bolsillo de la chaqueta de Lindenbaum cuando ésta entró en el compartimento de carga del avión.
Un creciente murmullo se extendió por la parte trasera de la sala. Los periodistas alzaron la mano y gritaron varias preguntas. Jackson les ignoró al tiempo que proyectaba unas imágenes adicionales de ropa quemada, desdoblada y vuelta a doblar.
– En el interior del compartimento de carga, los fragmentos de tabaco y cenizas encendidos cayeron del hornillo de la pipa y propagaron la combustión incandescente al resto de los tejidos de la bolsa, generando lo que llamamos un punto de ignición.
Más imágenes de lona y ropa quemadas.
– Lo repetiré. Estas pruebas de quemaduras geométricas no han sido halladas en ningún otro elemento recuperado de entre los restos del accidente. No entraré en detalles ahora, pero el comunicado de prensa explica cómo la prueba de la combustión lenta de ropas dobladas en el interior de una maleta no puede ser explicada por nada que haya sucedido después de una explosión en vuelo.
La siguiente imagen mostró fragmentos de cristal ennegrecidos por el humo.
– La botella de ron del señor Lindenbaum. Dentro de la bolsa de lona, con un contenido poco compacto, el humo se extendió a una temperatura que coincide con la producida por la combustión localizada, una temperatura más caliente que la botella y su contenido, que no participaron en el proceso de combustión. La botella quedó intacta y el humo se depositó sobre ella. Estos depósitos, que pueden verse en esta imagen, han sido analizados por los técnicos de nuestro laboratorio. Los productos de la descomposición presentes en el humo coinciden con el punto de origen tal como lo estoy describiendo. En la botella se identificaron positivamente restos de humo de tabaco, entre otros vestigios, especialmente teniendo en cuenta que el análisis forense también disponía como referencia de hebras de tabaco sin quemar en el hornillo de la pipa.
Jackson cambió la imagen por otra que mostraba un esquema del avión.
– En el Fokker-100, las tuberías del combustible corren por debajo del suelo de la cabina, encima de los compartimentos de carga, desde los depósitos de las alas hasta los motores montados a popa del aparato.
Trazó el recorrido con el puntero, acercó un primer plano de una tubería de combustible y luego concentró la imagen en una junta.
– Nuestro equipo de estructuras ha encontrado pruebas de una grieta en una junta de la tubería de combustible a su paso a través del mampaco de separación situado en la parte trasera del compartimento del equipaje. Con toda probabilidad, esta grieta fue producida por una junta defectuosa que actuó a modo de elevador de la tensión.
Una imagen ampliada de una delgada fractura llenó la pantalla.
– El calor desprendido por la combustión incandescente de la bolsa de lona del señor Lindenbaum agravó el estado de la grieta, eso hizo que cantidades diminutas de combustible vaporizado pasaran de la tubería a la cabina de carga.
Mostró a los presentes un trozo de metal sucio y descolorido.
– La degradación de calor localizado, visible en la decoloración localizada, es claramente reconocible en la tubería de combustible en el punto del fallo debido a la exposición al calor. Ahora pasaré a la simulación.
Jackson pulsó varias teclas, la pantalla quedó en blanco y luego se llenó con una animación de un F-100 en vuelo. En la parte superior de la pantalla el tiempo transcurría marcando los segundos.
La bolsa de lona de Lindenbaum podía verse en una zona elevada en la parte trasera izquierda del compartimento de equipaje, inmediatamente debajo de los asientos 23A y 23B. Vi cómo su color pasaba de rosa, a salmón, a rojo, mientras sentía un nudo en la boca del estómago.
– La combustión incandescente en la bolsa -decía Jackson-. Una secuencia de la primera ignición.
De la bolsa comenzaron a escapar pequeñas motas azul claro.
– Humo.
Las partículas formaron una niebla fina y transparente.
– El compartimiento del equipaje está presurizado igual que la cabina de pasajeros, lo que significa que se alimenta de aire que contiene una correcta proporción de oxígeno. O sea que hay un montón de aire caliente dando vueltas por ese lugar.
La niebla se disipó lentamente. El rojo comenzó a colorear los extremos del equipaje de Lindenbaum.
– Aunque contenido al principio, el humo finalmente se expandió desde la bolsa. El calor se proyectó hacia el exterior y entonces se comenzó a desarrollar una combustión ardiente laminar fuera de la bolsa de lona que incendió los equipajes situados a ambos lados y produjo una densa columna de humo.
En una de las tuberías de combustible que corría a lo largo del mamparo interno del compartimento del equipaje aparecieron diminutos puntos negros. Miré, hipnotizada, mientras los puntos se multiplicaban y descendían lentamente, o quedaban suspendidos en el ambiente.
– A continuación se inició la secuencia de la segunda ignición. Cuando el combustible comenzó a disiparse fuera de la tubería presurizada, la cantidad era tan ínfima que se vaporizó mezclándose con el aire. Cuando el combustible se expandió en estado vaporoso comenzó a descender, ya que los vapores de combustible son más pesados que el aire. En ese punto se hubiese producido un fuerte olor que habría sido detectado fácilmente.
En la cabina de pasajeros aparecieron unos vestigios azules.
– El humo se filtró a la cabina a través del sistema de ventilación, calefacción y aire acondicionado y, finalmente, llegó al exterior a través de la válvula de presurización.
Pensé en Jean Bertrand. ¿Había percibido el olor? ¿Visto el humo?
Del equipaje de Lindenbaum se desprendió un relámpago rojo y un orificio dentado apareció en la parte posterior del compartimento del equipaje.
– Veinte minutos y veintiún segundos después de que el avión despegara, el combustible vaporizado atravesó unos cables eléctricos y produjo una terrible explosión. Esta explosión puede oírse claramente en la grabación de la cabina de los pilotos.
Recordé lo que había dicho Ryan acerca de las últimas palabras de los pilotos y sentí la misma impotencia que él había descrito.
– El circuito dejó de funcionar.
Pensé en los pasajeros. ¿Habían sentido el impacto? ¿Oído la explosión? ¿Se dieron cuenta de que iban a morir?
– La explosión inicial partió del compartimento del equipaje presurizado al fuselaje inferior sin presurizar, y la presión del aire comenzó a arrancar partes del avión. En ese punto más combustible escapó de la tubería y las llamas invadieron la cabina de carga.
Jackson identificó los objetos a medida que se separaban y caían a tierra.
– Forro del fuselaje de popa. Frenos de velocidad.
En la sala reinaba un silencio sepulcral.
– La presión del aire se desplazó luego a través de la cola vertical y afectó a los timones de profundidad y al estabilizador horizontal.
En la animación, el avión se precipitaba de morro hacia tierra, la cabina de pasajeros aún intacta. Jackson pulsó una tecla y la pantalla quedó en blanco.
Nadie parecía respirar o moverse. Pasaron los segundos. Escuché un sollozo, o quizá sólo un profundo suspiro. Una tos. Luego la sala pareció estallar.
– Señor Jackson…
– ¿Por qué no había más detec…
– Señor Jack…
– ¿Cuánto tiempo…
– Responderé a las preguntas de una en una.
Jackson señaló a una mujer que llevaba gafas estilo Buddy Holly.
– ¿Cuánto tiempo tardó en aumentar la temperatura en la bolsa de lona hasta alcanzar el punto de ignición?
– Permítanme que les aclare una cosa. Estamos hablando de incandescencia, un tipo de combustión incandescente que se origina cuando el escaso oxígeno disponible entra en contacto directo con un sólido, como el caso de las brasas. No se trata de una combustión ardiente. En un pequeño volumen como es el interior de un compartimento de equipaje, la incandescencia podría establecerse rápidamente y mantenerse aproximadamente entre los 190 y los 230 °C.
Su dedo encontró a otro periodista.
– ¿Cómo pudo sobrevivir la botella de ron al fuego dentro de la bolsa?
– Es sencillo. En el otro extremo del espectro de temperatura, la incandescencia puede alcanzar entre los 400 y 450 °C, la temperatura de un cigarrillo o una pipa encendidos. No es suficiente para alterar una botella de vidrio que contenga un líquido.
– ¿Y los depósitos de humo permanecerían en la botella?
– Sí. A menos que la botella estuviese sometida a un fuego muy intenso y sostenido, y no fue el caso, al contrario de lo que sucedió en el interior del equipaje.
El dedo se movió.
– ¿Las marcas de fatiga del metal también perduraron?
– Para fundir el acero se necesitan temperaturas de 850 °C o más elevadas. Las marcas típicas que señalan la fatiga del metal generalmente superan un fuego de la intensidad que estoy describiendo.
Señaló a un periodista del Charlotte Observer.
– ¿Los pasajeros pudieron darse cuenta de lo que estaba sucediendo?
– Los que se encontraban sentados en una zona próxima al punto de ignición debieron sentir el impacto. Todos los demás seguramente oyeron la explosión.
– ¿Qué me dice del humo?
– El humo debió extenderse a la cabina de los pasajeros a través del sistema de calefacción y aire acondicionado.
– ¿Los pasajeros estuvieron conscientes todo el tiempo?
– El tipo de combustión que acabo de describir puede producir gases nocivos que afectan rápidamente a las personas.
– ¿Cuan rápidamente?
– Tal vez unos noventa segundos.
– ¿Podrían haber alcanzado esos gases el compartimento de los pasajeros?
– Sí.
– ¿Se han encontrado rastros de humo o gases tóxicos en las víctimas del accidente?
– Sí. En breve el doctor Tyrell hará una declaración.
– Con tanto humo, ¿cómo puede estar seguro acerca de la fuente de los depósitos en la botella de ron?
El que había preguntado parecía tener dieciséis años.
– Se recuperaron fragmentos de la pipa de Lindenbaum y se realizaron estudios de referencia empleando hebras de tabaco sin quemar adheridas al interior del hornillo. Los depósitos encontrados en la botella eran los residuos de la combustión de ese tabaco.
– ¿Cómo es posible que haya habido una fuga de combustible?
Alguien gritó la pregunta desde el fondo de la sala.
– Cuando se produjo el incendio en la cabina de carga, el impacto del fuego sólo afectó a un segmento de la tubería de combustible. Esto arrancó la pared de la tubería o indujo una tensión que abrió muy levemente la pequeña grieta.
Jackson cedió la palabra a un periodista que se parecía a Dick Cavett [18] y hablaba como él.
– ¿Nos está diciendo que el fuego inicial no provocó directamente la explosión?
– Así es.
– ¿Qué causó la explosión? -insistió.
– Un fallo eléctrico. Ésa es la secuencia de la segunda ignición.
– ¿Hasta dónde puede estar seguro de eso?
– Puedo estar razonablemente seguro. Cuando la electricidad produce una explosión, la energía eléctrica no se pierde, debe ir a tierra. En el mismo segmento de la tubería de combustible se han podido identificar daños provocados por esa descarga eléctrica a tierra. Un daño de esa naturaleza puede verse normalmente en elementos de cobre y casi nunca en piezas de acero.
– No puedo creer que el fuego originado en la bolsa de lona no haya provocado la explosión. -Cavett no hizo nada por disimular su escepticismo-. ¿No habría sido eso lo normal?
– Su pregunta tiene sentido. Eso fue lo que pensamos al principio, pero verá, los gases aún no se han mezclado suficientemente con el aire a una distancia tan corta del foco de emisión. Los gases deben mezclarse antes de que se pueda producir la ignición, pero cuando lo hace, la explosión es terrible.
Otra mano.
– ¿El análisis fue realizado por especialistas en incendios y explosiones?
– Así es. Incluso se trajeron expertos de fuera.
Otro periodista se puso de pie.
Ochenta y ocho personas habían perdido la vida porque un hombre estaba preocupado por la posibilidad de perder su plaza en el avión. Todo había sido un trágico error.
Miré mi reloj. Crowe me estaría esperando.
Me marché de la sala sintiéndome atontada. Me esperaban otras víctimas cuyas muertes no habían sido consecuencia de un simple descuido.
Los camiones frigoríficos habían abandonado los terrenos del Departamento de Bomberos de Alarka. En el aparcamiento sólo quedaban las máquinas reemplazadas por la compañía y los vehículos de mis ayudantes. Un ayudante del sheriff estaba de guardia en la entrada.
Cuando llegué Crowe ya estaba allí. Al verme, bajó del coche patrulla, recogió un pequeño estuche de cuero y esperó. El cielo estaba gris y un viento frío soplaba a través del desfiladero. Las rachas jugaban con el ala del sombrero, alterando sutilmente su forma alrededor del rostro.
Me reuní con ella y juntas entramos en lo que ahora era un depósito provisional diferente. Stan y Maggie estaban trabajando en mesas de autopsia, ordenaban grupos de huesos donde hasta hacía poco habían yacido las víctimas del desastre aéreo. En cuatro mesas había cajas de cartón cerradas.
Saludé a los miembros de mi equipo y me dirigí rápidamente al espacio que utilizaba como oficina. Mientras me cambiaba la chaqueta por una bata de laboratorio, Crowe se sentó en la silla que había al otro lado del escritorio, abrió el estuche de cuero y sacó varias carpetas.
– Nada en mil novecientos setenta y nueve. Todos los parlamentarios fueron investigados. Pero encontramos dos en mil novecientos setenta y dos.
Abrió la primera carpeta.
– Mary Francis Rafferty, blanca, ochenta y un años. Vivía sola en Dillsboro. Su hija la llamaba o la visitaba todos los sábados. Una semana Rafferty abandonó su casa. Nunca volvieron a verla. Supusieron que se perdió y murió a la intemperie.
– ¿Cuántas veces hemos oído esas mismas palabras?
Pasó a la siguiente carpeta.
– Sarah Ellen Deaver, blanca, diecinueve años. Salió de su casa para acudir al trabajo en una tienda de comestibles en la autopista 74. Nunca llegó allí.
– Dudo de que Deaver se encuentre entre las víctimas. ¿Alguna noticia de Tommy Albright?
– La identificación de George Adair es positiva -confirmó Crowe.
– ¿Dentadura? -pregunté.
– Sí. -Pausa-. ¿Sabe que al cadáver de la sepultura del primer nicho le faltaba el pie izquierdo?
– Albright me llamó.
– La hija de Jeremiah Mitchell creyó reconocer algunas de sus ropas. Hemos conseguido una muestra de sangre de su hermana.
– Albright me pidió que cortase algunas muestras de huesos. Tyrell me prometió que las enviaría en seguida. ¿Ha comprobado las otras fechas?
– La familia de Albert Odell me dio el nombre de su dentista.
– ¿Es el cultivador de manzanas? -pregunté.
– Odell es el único parlamentario del ochenta y seis.
– Muchos dentistas no conservan los archivos después de diez años.
– El doctor Welch no parecía ser el tío más listo del mundo. Esta tarde le haré una visita en Lauada para ver qué es lo que tiene.
– ¿Qué me dice de los otros?
Sabía cuál sería su respuesta incluso cuando estaba formulando la pregunta.
– Con los otros será más complicado. Han pasado más de cincuenta años en los casos de Adams y Farrell y más de cuarenta en el caso de Tramper.
Sacó otras tres carpetas del sobre de cuero y las dejó sobre mi escritorio.
– Aquí está todo lo que he conseguido encontrar. -Se levantó-. Le haré saber lo que averigüe con ese dentista.
Cuando se marchó pasé algunos minutos examinando las carpetas que me había dejado. La que correspondía a Tucker Adams sólo contenía los recortes de prensa que ya había leído.
El archivo de Edna Farrell era un poco mejor e incluía notas manuscritas tomadas en la época de su desaparición. Había una declaración hecha por Sandra Jane Farrell en la que ofrecía un relato de los últimos días de Edna y una detallada descripción física de su madre. Cuando era joven Edna se había caído de un caballo y Sandra describía el rostro de su madre como «asimétrico».
Cogí una foto en blanco y negro con los bordes ondulados. Aunque la imagen era borrosa, la simetría facial resultaba evidente.
– Bien hecho, Edna.
Había fotografías de Charlie Wayne Tramper, y tanto su desaparición como su muerte habían salido en numerosos artículos de los periódicos. Aparte de eso, en cuanto a información escrita el material era escaso.
Los días siguientes fueron como el primero que había pasado en el Departamento de Bomberos de Alarka, viviendo con los muertos desde el alba hasta el anochecer. Hora tras hora clasificaba y ordenaba huesos, determinaba sexo y raza, calculaba edad y altura. Buscaba indicios de antiguas lesiones, enfermedades pasadas, peculiaridades congénitas o movimientos repetitivos. Para cada esqueleto elaboré un perfil lo más completo posible trabajando a partir de restos que carecían de tejidos vivos.
En cierto sentido era como procesar un accidente, donde los nombres se conocen gracias a la lista de pasajeros. Basándome en el diario de Veckhoff estaba convencida de que tenía una población restringida porque las fechas introducidas en las listas coincidían exactamente con las fechas en las que habían desaparecido todos aquellos ancianos del condado de Swain y condados vecinos: 1943, Tucker Adams; 1949, Edna Farrell; 1959, Charlie Wayne Tramper; 1986, Albert Odell.
Con la convicción de que ellos habían sido los primeros, comenzamos con las cuatro sepulturas encontradas en el túnel. Mientras Stan y Maggie limpiaban, clasificaban, numeraban, fotografiaban y sacaban placas de rayos X, yo estudiaba los huesos.
Encontré primero a Edna Farrell. El esqueleto número cuatro correspondía a una mujer mayor cuyos pómulo y maxilar inferior derechos estaban notablemente desviados de la línea media a causa de unas fracturas que se soldaron sin una intervención médica adecuada.
El esqueleto número cinco estaba incompleto, faltaban partes de la caja torácica, brazos y pantorrillas. El daño causado por los animales era muy grande. Los rasgos de las pelvis me indicaron que el individuo era masculino y mayor. Un cráneo redondo, pómulos marcados y los dientes delanteros excavados sugerían antepasados americanos nativos. El análisis estadístico situaba el cráneo sin duda en el campo mongoloide. ¿Charlie Wayne Tramper?
El número seis, el más deteriorado de los esqueletos, era el de un hombre caucásico mayor que carecía de dientes en el momento de la muerte. Salvo por una altura estimada de más de un metro ochenta, sus huesos no presentaban marcas específicas. ¿Tucker Adams?
El esqueleto número tres correspondía a un hombre mayor con fracturas soldadas en nariz, maxilares, tercera, cuarta y quinta costillas y peroné derecho. Un cráneo alargado y estrecho, puente nasal tipo cabaña Quonset [19], borde nasal uniforme y proyección anterior de la parte inferior del rostro indicaban que el hombre era negro. Eso mismo confirmó el programa Fordisc 2.0. Sospechaba que se trataba de la víctima de 1979.
A continuación examiné los esqueletos que habíamos encontrado en el nicho junto a los de Mitchell y Adair.
El esqueleto número dos correspondía a un hombre blanco mayor. Los cambios provocados por la artritis en los huesos del hombro y el brazo derechos sugerían una repetida extensión de la mano por encima de la cabeza. ¿Recolección de manzanas? Basándome en el estado de conservación supuse que este individuo había fallecido en una fecha más reciente que aquellos enterrados en las sepulturas del túnel. ¿El cultivador de manzanas, Albert Odell?
El esqueleto número uno pertenecía a una mujer blanca mayor con una artritis avanzada y sólo siete piezas dentales. ¿Mary Francis Rafferty, la mujer que vivía en Dillsboro y cuya hija había encontrado la casa de su madre desierta en 1972?
El sábado, a última hora de la tarde, estaba segura de que había conseguido emparejar los huesos con sus nombres apropiados. Lucy Crowe ayudó encontrando los informes dentales de Odell, el reverendo Luke Bowman recordando la altura de Tucker Adams. Un metro ochenta y cinco.
Y yo tenía una idea bastante buena sobre la forma en que habían muerto todos ellos.
El hioides es un hueso pequeño, en forma de herradura, que se encuentra engastado en el tejido blando del cuello, detrás y abajo del maxilar inferior. En las personas mayores, cuyos huesos son a menudo frágiles y quebradizos, el hioides se fractura cuando se comprimen sus alas. El origen más común de esta fuerza compresora es la estrangulación.
Tommy Albright me llamó cuando me estaba preparando para marcharme.
– ¿Has encontrado más fracturas del hioides?
– Cinco de seis.
– Mitchell también. Pero debió defenderse como un jabato. Cuando no pudieron estrangularle, le aplastaron la cabeza.
– ¿Adair?
– No. Pero hay evidencias de hemorragia petequial.
Las petequias son diminutos coágulos de sangre que aparecen como puntos en los ojos y la garganta, y son claros indicadores de asfixia.
– ¿Quién demonios querría estrangular a unos viejos?
No contesté. Había visto otras lesiones en los esqueletos. Lesiones que me resultaban desconcertantes. Lesiones de las que no hablaría hasta no disponer de más datos.
Cuando Tommy colgó, me acerqué al esqueleto de la sepultura cuatro, cogí los fémures y los llevé a la lente de aumento.
Sí. Allí estaba. Era real.
Recogí los fémures de todos los esqueletos y llevé los huesos al microscopio de disección.
Unas muescas diminutas rodeaban cada tallo proximal derecho y recorría toda la extensión de cada línea áspera, el borde rugoso donde se insertan los músculos en la parte posterior del hueso. Otros cortes marcaban el hueso horizontalmente, por encima y debajo de las superficies de articulación. Aunque el número de marcas variaba, su distribución era la misma de una víctima a otra.
Maniobré con el microscopio hasta conseguir la máxima ampliación posible del material que estaba examinando.
Cuando volví a enfocar los huesos comprobé que las finas ranuras cristalizaban en grietas de bordes afilados, en forma de V en el corte transversal.
Marcas de cortes. ¿Pero cómo era posible? Había visto muchos casos de marcas de cortes en los huesos, pero sólo en casos de desmembramiento. Excepto en Charlie Wayne Tramper y Jeremiah Mitchell, esos individuos habían sido enterrados completos.
¿Entonces por qué? ¿Y por qué sólo los femorales derechos? ¿Eran sólo los femorales derechos?
Estaba a punto de iniciar un nuevo examen de cada uno de los huesos cuando Andrew Ryan irrumpió en la sala.
Maggie, Stan y yo levantamos la vista, sorprendidos.
– ¿Os habéis enterado de las últimas noticias?
Los tres sacudimos la cabeza.
– Parker Davenport fue encontrado muerto hace unas tres horas.