Regresamos a la camioneta, a Luke Bowman le llevó media hora aliviar su alma. Durante ese tiempo recibí cuatro llamadas de la prensa. Al final decidí apagar el teléfono.
Mientras Bowman hablaba, la frase «obstrucción a la justicia» resonaba en mi mente. Comenzó a llover nuevamente. Observé las grandes gotas que se deslizaban por el parabrisas y formaban pequeños charcos fuera del taller. Boyd estaba echado a mis pies, convencido por fin de que dejar a Flush en paz era un plan mucho más inteligente.
Llegó mi coche, rodando detrás de la grúa como si lo hubiesen rescatado del mar. Bowman continuó con su extraño relato.
Bajaron el Chevy del gato hidráulico y lo llevaron junto al Pinto y las furgonetas. El hombre con la ropa manchada de grasa abrió una puerta y empujó mi Mazda hasta el interior del taller. Luego levantó el capó y echó un vistazo.
Bowman continuaba hablando, buscando la absolución.
Finalmente, el reverendo se calló, la historia había terminado y él había recuperado un lugar cerca de su dios. En ese momento Ryan llegó al taller.
Cuando bajó del coche, bajé el cristal de la ventanilla y le llamé. Se acercó a la camioneta, se inclinó sobre la puerta y apoyó los brazos en el borde de la ventanilla.
Le presenté a Bowman.
– Ya nos conocemos.
La humedad brillaba como un halo alrededor de la cabeza de Ryan.
– El reverendo me acaba de contar una historia muy interesante.
– ¿De verdad?
Los ojos helados estudiaron a Bowman.
– Puede serle útil, detective. O puede que no. Pero es la honesta verdad de Dios.
– ¿Cree que el diablo está recogiendo su cosecha, padre?
Bowman echó un vistazo al reloj.
– Dejaré que esta agradable mujer se lo explique, detective.
Hizo girar la llave en el contacto y Boyd levantó la cabeza. Cuando Ryan retrocedió y abrió mi puerta, el chow-chow se estiró y saltó fuera de la camioneta ligeramente molesto.
– Le agradezco otra vez lo que ha hecho por mí.
– Ha sido un placer. -Miró a Ryan-. Ya sabe dónde puede encontrarme.
Observé la camioneta mientras atravesaba la zona exterior del taller, los neumáticos levantaban una cortina de agua cuando pasaban por los pequeños baches inundados.
Nunca había entendido esa clase de fe como la de Bowman. ¿Por qué me había contado lo que le pasaba? ¿Miedo? ¿Culpa? ¿Quería cubrirse las espaldas? ¿Dónde estaban ahora sus pensamientos? ¿En la eternidad? ¿En el arrepentimiento? ¿En las costillas de cerdo que había descongelado para la cena de esta noche?
– ¿Qué problema tiene tu coche?
La pregunta de Ryan me devolvió a la realidad.
– Cuida de Boyd mientras voy a preguntarlo.
Corrí hacia el interior del taller, donde P o T aún estaba trabajando bajo la tapa del capó. Pensaba que el problema podía estar en la bomba de agua, lo sabría mañana. Le di el número de mi móvil y le dije que me alojaba con Ruby McCready.
Cuando regresé al coche, Ryan y Boyd ya estaban dentro. Me reuní con ellos y me sacudí el agua del pelo.
– ¿Una bomba de agua rota puede hacer un ruido fuerte? -Pregunté.
Ryan se encogió de hombros.
– ¿Cómo es que has regresado de Asheville tan temprano?
– Ha surgido otra cosa. Escucha, me reuniré con McMahon a la hora de la cena. Podrías entretenernos con la parábola de Bowman.
– Primero dejaremos a Rinty.
Esperaba que la cena no fuese en Injun Joe's.
No era allí.
Después de haber dejado a Boyd en High Ridge House, nos dirigimos al Bryson City Diner. El lugar era largo y estrecho como un vagón de tren. Los reservados cromados se alineaban en uno de los laterales del local, cada uno con una bandeja de condimentos, un servilletero y un tocadiscos automático en miniatura. El otro lateral del local estaba ocupado por un mostrador cromado, con taburetes fijados al suelo a intervalos regulares. Tapizados de plástico rojo. Pasteles dentro de recipientes de plástico. Percheros en la puerta. Lavabos en el fondo.
El lugar me gustó. Ninguna promesa de vistas a la montaña o experiencias étnicas. Ningún acrónimo desconcertante. Ninguna falta de ortografía para añadirle encanto. Era un restaurante y el nombre lo decía.
Incluso para lo que es la vida en las montañas llegamos temprano, antes de que el lugar se llenase. Unos cuantos parroquianos estaban sentados al mostrador, comentando el tiempo o hablando de sus problemas en el trabajo. La mayoría alzó la vista cuando entramos.
¿O estaban hablando de mí? Cuando nos dirigimos al reservado de la esquina sentí las miradas clavadas en mi espalda, los leves codazos dirigiendo la atención hacia mí. ¿Eran imaginaciones mías?
Acabábamos de sentarnos cuando una mujer de mediana edad, con un delantal blanco sobre un vestido rosa, se acercó a la mesa y nos entregó tres menús escritos a mano y protegidos por una funda de plástico. Sobre el pecho izquierdo llevaba bordado el nombre «Cynthia».
Elegí carne guisada al estilo sureño. Ryan y McMahon eligieron platos de carne mechada.
– ¿Bebidas?
– Té helado, por favor. Sin azúcar.
– Lo mismo para mí -Dijo McMahon.
– Limonada.
Ryan permanecía impasible, pero yo sabía muy bien lo que estaba pensando.
Cynthia me miró largamente después de haber apuntado el pedido, luego apoyó el lápiz sobre la oreja. Rodeó el mostrador, cortó la hoja con el pedido y la colgó de un alambre que había encima de la ventana de servicio.
– Dos seis y un cuatro -Gritó, luego se volvió para mirarme otra vez.
La paranoia se reavivó.
Ryan esperó hasta que Cynthia trajo las bebidas, luego le dijo a McMahon que tenía una declaración de Luke Bowman.
– ¿Qué coño estaba haciendo con Bowman?
En su voz había preocupación. Me pregunté si estaba preocupado por mi seguridad o por el hecho de que entrometerme en la investigación podía llevarme a la cárcel.
– Tuve una avería. Bowman me ayudó. No me pregunte por qué eso le inspiró para abrirme su alma. -Le quité la envoltura a una pajita y la metí en mi té-. ¿Quiere oírlo?
– Adelante.
– Por lo visto los reverendos Bowman y Claiborne llevan un tiempo peleándose por los límites de sus respectivos ministerios. El movimiento de la Santidad ya no es lo que era, y los pastores se ven obligados a competir por los seguidores en una piscina cada vez más vacía. Esto exige espectáculo.
– ¿Podríamos rebobinar? ¿Estamos hablando de serpientes aquí, verdad? -Preguntó Ryan.
Asentí.
– ¿Qué tienen que ver las serpientes con la santidad?
Esta vez decidí no ignorar la pregunta de Ryan.
– Los seguidores de la Santidad interpretan la Biblia de forma literal y citan pasajes que ordenan la manipulación de serpientes.
– ¿Qué pasajes? -La voz de Ryan estaba teñida de desprecio.
– «En mi nombre exorcizarán a los demonios; hablarán nuevas lenguas. Cogerán serpientes; y si beben cualquier cosa mortal, no sufrirán ningún daño», del Evangelio de san Marcos, capítulo dieciséis, versículos diecisiete y dieciocho.
Ryan y yo miramos a McMahon.
– «¡Mirad, os doy el poder de pisar serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo; y nada os hará daño de ninguna manera!», Lucas, capítulo diez, versículo diecinueve -Continuó McMahon.
– ¿Cómo sabe esas cosas?
– Todos tenemos nuestro bagaje.
– Creía que había estudiado ingeniería.
– Así es.
Ryan volvió al tema de los reptiles.
– ¿Esas serpientes están domesticadas de alguna manera? ¿Están acostumbradas a que se las manipule, les han arrancado los colmillos o extraído el veneno?
– Aparentemente no -Dijo McMahon-. Para sus ceremonias esos predicadores utilizan botas de agua y culebras de cascabel cazadas en las colinas. Muchos de ellos han muerto a causa de las picaduras.
– ¿No es una práctica ilegal? -Pregunté.
– Sí -Dijo McMahon-. Pero en Carolina del Norte la manipulación de serpientes es simplemente una falta leve y casi nunca se castiga.
Cynthia llegó con nuestros platos y se marchó. Ryan y yo añadimos sal y pimienta. McMahon cubrió con jugo de carne todo lo que había en su plato.
– Continúa, Tempe -dijo.
– Intentaré reconstruir su historia lo mejor que pueda.
Probé una de las judías. Era perfecta, dulce y aceitosa después de horas cociéndose con azúcar y grasa de beicon. Dios bendiga a los estados del sur. Tenía muchas más.
– Aunque lo negó en su entrevista con el NTSB, lo cierto es que Bowman no «estaba» en casa aquel día. Y «estaba» lanzando cosas al cielo.
Hice una pausa para comer un bocado de carne. Estaba igual que las judías.
– Pero no misiles.
Los hombres esperaron mientras yo pinchaba otro trozo de carne y lo tragaba. Apenas era necesario masticarla.
– Esta comida está realmente muy buena.
– ¿Qué estaba lanzando?
– Palomas.
El tenedor de Ryan se detuvo a medio camino.
– ¿Te refieres a pájaros?
Asentí.
– Parece que el reverendo confía en algunos efectos especíales para mantener vivo el interés de los fieles.
– ¿ Prestidigitación?
– Él prefiere considerarlo como una especie de teatro para el Señor. En cualquier caso, dice que estaba experimentando la tarde en que el vuelo 228 de TransSouth Air se vino abajo.
Ryan me hizo un gesto con el tenedor para que continuase la historia.
– Bowman estaba preparando un sermón sobre los Diez Mandamientos. Tenía planeado mostrar una copia de las tablas hechas con arcilla y acabar con una representación de Moisés destruyendo los originales, furioso porque el pueblo hebreo había abandonado su fe. Como gran final arrojaría las maquetas al suelo y reprendería a la congregación para que se arrepintiese. Cuando implorasen el perdón, Bowman accionaría unas palancas y una bandada de palomas saldría volando en medio de una nube de humo. Pensaba que sería muy efectivo.
– Impresionante -dijo Ryan.
– ¿Ésa es su confesión? ¿Que estaba en el patio trasero jugando con palomas y humo? -dijo McMahon.
– Ésa es su historia.
– ¿Acostumbra hacer esa clase de cosas?
– Le gusta el espectáculo.
– ¿Y mintió también cuando fue interrogado porque no podía arriesgarse a que sus feligreses descubriesen que estaban siendo engañados?
– Eso es lo que él dice. Pero entonces el Todopoderoso le palmeó el hombro y comenzó a temer por su alma.
– O por una paliza en una prisión federal.
El desdén de Ryan había aumentado.
Acabé de comer las judías.
– En realidad tiene sentido -dijo McMahon-. Los otros testigos, incluido Claiborne, afirmaron que vieron algo que salía disparado hacia el cielo. Conociendo la naturaleza poco fiable de los testigos presenciales, las golondrinas y el humo encajarían en la descripción.
– Palomas -corregí-. Son más papales.
– En cualquier caso, el NTSB ha descartado la teoría del misil -continuó McMahon.
– ¿Por?
– Por varias razones.
– Déme una.
– No se ha encontrado el más mínimo vestigio de un misil en un radio de ocho kilómetros del lugar del accidente.
McMahon extendió una generosa cantidad de puré de patatas sobre un trozo de carne.
– Y no hay formación de agregados.
– ¿Qué es la formación de agregados?
– Básicamente implica el agrietamiento de la estructura cristalina de metales como el cobre, el hierro o el acero. Para que se produzca ese fenómeno se necesitan fuerzas superiores a ocho mil metros por segundo. Eso significa un explosivo militar. Cosas como RDC o C4.
– ¿Y no hay rastros de eso?
– Hasta el momento no.
– ¿O sea?
– Los componentes habituales de las bombas, como pólvora, gelignitas y dinamita de baja intensidad no son lo bastante potentes. Sólo alcanzan fuerzas de mil metros por segundo. Esta potencia no alcanza a crear un choque suficiente como para producir la formación de agregados, aunque sí tiene fuerza para causar estragos en un avión. De modo que la ausencia de estos agregados no descarta la posibilidad de una detonación. -Vació el tenedor en su boca-. Y hay un montón de pruebas de una explosión.
En ese momento comenzó a sonar el móvil de Ryan. Escuchó y contestó en un francés entrecortado. Aunque entendía las palabras, tenían poco sentido si no podía oír el resto de la conversación.
– De modo que el NTSB no ha progresado demasiado desde la semana pasada. Algo estalló en la parte trasera del avión, pero no tienen idea de qué o por qué.
– Más o menos -convino McMahon-. Aunque el marido rico ha sido descartado como sospechoso. Resulta que el tío fue candidato al sacerdocio. Hizo una donación de un cuarto de millón de dólares a la Sociedad Humana el año pasado cuando encontraron a su gato perdido.
– ¿Y el chico de Sri Lanka?
– El tío sigue hablando por la radio en Sri Lanka y no ha habido amenazas, notas, declaraciones públicas, no hay noticias de aquel país. Esa pista parece haber entrado en un callejón sin salida, pero seguimos investigando.
– ¿La investigación ha pasado a la órbita del FBI?
– Oficialmente, no. Pero hasta que la hipótesis terrorista no haya sido descartada, no nos iremos.
Ryan acabó de hablar y buscó un cigarrillo. En su rostro había una expresión que no alcanzaba a descifrar. Recordé mi tropiezo con Danielle, no dije nada.
McMahon, sin embargo, no tenía tantos reparos.
– ¿Qué ha pasado?
– La esposa de Pepper Petricelli ha desaparecido -dijo Ryan.
– ¿Se ha largado?
– Tal vez.
Ryan encendió el cigarrillo y buscó un cenicero en la mesa. Al no encontrar ninguno hundió la cerilla en el puré de patata. Se produjo un incómodo silencio antes de que decidiera continuar.
– Ayer en Montreal detuvieron por posesión de drogas a un mal bicho llamado André Metraux. Como no le atraía demasiado la perspectiva de estar separado durante mucho tiempo de sus fármacos, Metraux ofreció información a cambio de un trato.
Ryan dio una profunda calada y luego expulsó el humo por la nariz.
– Metraux jura que vio a Pepper Petricelli en un restaurante de Plattsburgh, Nueva York, el sábado por la noche.
– Eso es imposible -exclamé-. Petricelli está muerto… -Mi voz se interrumpió en la última palabra.
Los ojos de Ryan barrieron el local y luego su mirada se detuvo en la mía. Su dolor era evidente.
– Cuatro pasajeros siguen sin ser identificados, incluyendo a Bertrand y Petricelli.
– Ellos no piensan que… Oh, Dios mío, ¿qué es lo que piensan?
Ryan y McMahon se miraron. Se me aceleró el pulso…
– ¿Qué es lo que me están ocultando?
– No te pongas paranoica. No te estamos ocultando nada. Has tenido un día muy duro y pensamos que podía esperar hasta mañana.
Sentí que la ira se condensaba como la niebla en mi pecho.
– Dímelo -dije con voz calma.
– Tyrell asistió a la reunión de hoy para presentar un cuadro de lesiones actualizado.
Me sentí horriblemente mal por haber sido excluida y estallé.
– Así que hay nuevas noticias.
– Tyrell dice que tiene restos que no corresponden a nadie de la lista de pasajeros.
Me quedé mirándole, demasiado sorprendida para poder hablar.
– Sólo hay cuatro pasajeros que no han sido encontrados. Todos viajaban en la zona posterior izquierda del avión. Sus asientos estaban pulverizados, de modo que cabe suponer que a sus ocupantes no les fue muy bien.
Ryan volvió a dar una calada y a lanzar el humo por la nariz.
– Veintidós A y B estaban ocupados por estudiantes masculinos. Bertrand y Petricelli estaban detrás de ellos en la fila veintitrés. Tyrell afirma tener tejido que no corresponde a ninguno de los ochenta y cuatro pasajeros que ya han sido identificados y a ninguno de los cuatro desaparecidos.
– ¿Por ejemplo?
– Un fragmento de hombro con un gran tatuaje.
– Alguien podría haberse hecho un tatuaje justo antes de volar.
– Un trozo de mandíbula con un elaborado trabajo odontológico.
– Huellas dactilares -añadió McMahon.
Me llevó un momento digerir esto.
– ¿Qué significa?
– Podría significar muchas cosas.
McMahon llamó a Cynthia y le pidió la cuenta.
– Tal vez los motoristas consiguieron un doble y Petricelli pasó el fin de semana tranquilamente en Nueva York.
La voz de Ryan era de acero templado.
– ¿Qué estás sugiriendo?
– Si Petricelli no estaba a bordo de ese avión sólo puede significar dos cosas. O Bertrand por la fuerza o por la codicia decidió cambiar de carrera… -Ryan dio una última calada y luego sumó la colilla al puré- o Bertrand fue asesinado.
Cuando regresé a mi habitación me permití el lujo de tomar un largo baño caliente de espuma, seguido de una sesión de polvos de talco. Sólo ligeramente relajada, pero oliendo a madreselva y lilas, me senté en la cama, levanté las rodillas hasta el pecho, me cubrí con la manta y conecté el teléfono. Había tenido diecisiete llamadas. Al no encontrar ningún número que me resultara familiar, borré los mensajes e hice una llamada que había estado postergando durante días.
Aunque las vacaciones de otoño ya habían acabado y las clases en la universidad se habían reanudado el día anterior, después de descubrir la mancha de descomposición en la casa amurallada, había solicitado un permiso temporal. Yo no lo había dicho, pero tampoco había corregido la suposición de mi jefe de que aún estaba trabajando en la identificación de las víctimas del accidente. En cierto sentido, lo estaba.
Pero el revuelo actual de los medios de comunicación me había vuelto aprensiva. Inspiré profundamente, marqué el número de Mike Perrigio y pulsé «enviar». Después de siete tonos, estaba a punto de colgar cuando una mujer contestó la llamada. Pregunté por Mike. Hubo una larga pausa. Había bullicio de fondo y oí que un niño lloraba.
Cuando Mike se puso al teléfono, se mostró brusco, casi frío. Mis clases estaban cubiertas. Que siguiera en contacto. Colgó.
Seguía mirando el teléfono cuando volvió a sonar.
La voz me resultó totalmente inesperada.
Larke Tyrell me preguntó cómo me encontraba. Se había enterado de que había regresado a Bryson City. ¿Podía reunirme con él al día siguiente? ¿A las nueve de la mañana en el centro de asistencia familiar? Bien, bien. Cuídate.
Me quedé nuevamente con los ojos fijos en el pequeño aparato negro, sin saber si debía sentirme destrozada o animada. Mi jefe en la universidad obviamente estaba al tanto de las nuevas noticias relacionadas con el accidente aéreo. Y eso era malo. Pero Larke Tyrell quería hablar. ¿Acaso el forense jefe se había acercado a mis posiciones y aceptado mi punto de vista? ¿Este otro tejido errante le había convencido de que la gran controversia del pie no incluía restos del accidente?
Extendí la mano hacia la fina cadena de la lámpara que había en la mesilla de noche. Acostada en medio de un silencio interrumpido por los grillos sentí que finalmente mis problemas comenzaban a resolverse. Estaba segura de mi investigación y no cuestioné el lugar o el propósito de la reunión del día siguiente.
Fue un error.