Capítulo 33

El viernes me marché de Charlotte al amanecer y conduje hacia el oeste a través de un espeso manto de niebla. El fluctuante vapor se hizo más ligero a medida que ascendía hacia la carretera Divisoria Continental Oriental y acabó por disiparse en las afueras de Asheville.

Al abandonar la Autopista 74 en Bryson City, enfilé por Veteran's Boulevard hasta pasar el atajo que llevaba al Fryemont Inn, giré a la derecha en Main y aparqué frente al viejo edificio del tribunal, convertido ahora en un asilo de jubilados. Permanecí sentada unos minutos en el coche contemplando la luz del sol que iluminaba la pequeña cúpula dorada y pensé en aquellos ancianos cuyos huesos había desenterrado.

Imaginé a un hombre alto y delgado, ciego y casi sordo; a una anciana frágil con el rostro torcido. Les imaginé paseando por estas mismas calles durante todos aquellos lejanos años. Quería rodearlos con mis brazos, decirles a cada uno de ellos que las cosas se estaban arreglando.

Y pensé en todas aquellas personas que habían muerto en el vuelo 228 de TransSouth Air. Habían tantas historias que apenas si habían comenzado. Graduaciones a las que no asistirían. Cumpleaños que no se celebrarían. Viajes que no se harían. Vidas cortadas de raíz debido a un viaje mortal.

Me tomé el tiempo necesario para ir andando hasta el cuartel de bomberos. Había pasado un mes en Bryson City y había llegado a conocer bien el pueblo. Ahora me marchaba, mi trabajo había terminado, pero aún quedaban algunas preguntas.

Cuando llegué, McMahon estaba guardando las cosas de su despacho en varias cajas de cartón.

– ¿Levantando el campamento? -pregunté desde la puerta.

– Vaya hombre, has vuelto al pueblo. -Quitó las cosas que había en una silla y me hizo un gesto para que me sentara- ¿Cómo te encuentras?

– Magullada y arañada pero totalmente en forma.

Asombrosamente no había recibido ninguna herida grave durante mi galopada con Ralph Stover en el bosque. Una ligera contusión me había retenido un par de días en el hospital, luego Ryan me había llevado a Charlotte en su coche. Cuando se aseguró de que me encontraba bien, cogió un avión de regreso a Montreal y yo había pasado el resto de la semana en el sofá con Birdie.

– ¿Café?

– No, gracias.

– ¿Te importa si continúo con mi trabajo?

– Por favor.

– ¿Alguien te ha deleitado con toda la extraña historia?

– Aún quedan algunas lagunas. Comienza desde el principio.

– H amp;F era una especie de híbrido entre Mensa, una especie de asociación de superdotados, y el Club de los Chicos Millonarios. No comenzó de ese modo, originariamente era sólo un puñado de hombres de negocios, médicos y profesores que venían a cazar y pescar a las montañas.

– En los años treinta.

– Exacto. Establecían su campamento en las tierras de Edward Arthur, cazaban durante el día, bebían y se divertían toda la noche. Se elogiaban mutuamente su extraordinaria inteligencia. El grupo llegó a formar una estrecha relación con el paso de los años hasta que, finalmente, formaron una sociedad secreta a la que llamaron H amp;E

– Y el padre fundador fue Prentice Dashwood.

– Dashwood fue el primer prior, sea lo que sea lo que eso signifique.

– H amp;F significa Hell Fire -dije-. Los clubes Hell Fire florecieron en Irlanda e Inglaterra en el siglo dieciocho, el más famoso de ellos era el creado por sir Francis Dashwood. Prentice Dashwood, de Albany, Nueva York, era uno de los descendientes de sir Francis. Su madre fue una anónima dama del Hell Fire. -Me había dedicado a la lectura durante el tiempo que pasé en el sofá-. Sir Francis tuvo cuatro hijos llamados Francis.

– Suena a George Foreman.

– El hombre estaba orgulloso de su nombre.

– O era el progenitor menos creativo de la historia.

– En cualquier caso, los clubes Hell Fire mantenían un saludable escepticismo ante la religión y les encantaba ridiculizar a la Iglesia. Se llamaban a sí mismos Caballeros de Saint Francis, «oficios» a sus bacanales y «prior» a su director.

– ¿Quiénes eran esos cabrones?

– Los ricos y poderosos de la vieja y graciosa Inglaterra. ¿Has oído hablar alguna vez del Bohemian Club?

McMahon sacudió la cabeza.

– Es un club muy selecto, exclusivamente masculino, cuyos miembros han incluido a todos los presidentes republicanos desde Calvin Coolidge. Todos los años se reúnen durante dos semanas en un lugar apartado en el condado de Sonoma, California, llamado Bohemian Grove.

McMahon dejó un momento lo que estaba haciendo, una carpeta en cada mano.

– Eso me suena. Los pocos periodistas que han conseguido llegar a ese lugar en todos estos años han sido despedidos y sus historias arrojadas a la papelera.

– Así es.

– ¿No estarás sugiriendo que nuestros peces gordos industriales y políticos planean asesinatos en esas reuniones?

– Por supuesto que no. Pero el concepto es el mismo: hombres poderosos que se reúnen en un sitio aislado. Se ha dicho incluso que los miembros del Bohemian Club celebran rituales druidas simulados.

McMahon cerró la caja con un precinto, la apoyó en el suelo y colocó otra sobre el escritorio.

– Hemos cogido a todos los miembros de H amp;F salvo a uno de ellos, y estamos armando la historia trozo a trozo, pero es un proceso lento. No es necesario que te diga que ninguno se muestra entusiasmado por hablar con nosotros, y todos tienen buenos abogados. Cada uno de los seis miembros de H amp;F será acusado de numerosos homicidios, pero no está claro cuál es la culpabilidad del resto de la banda. Midkiff afirma que sólo los jefes participaron en los asesinatos y actos de canibalismo.

– ¿Midkiff ha recibido inmunidad en este caso? -pregunté.

McMahon asintió.

– La mayor parte de nuestra información procede de él.

– ¿Fue él quien envió el fax con los nombres en clave?

– Sí. Midkiff ha reconstruido todo lo que era capaz de recordar. Sostiene que abandonó el grupo a principios de los setenta y jura que jamás participó en ningún asesinato. No sabía nada de Stover. Dice que la semana pasada llegó a un punto en el que ya no podía vivir consigo mismo.

McMahon comenzó a trasladar documentos de un archivador a la caja.

– Y tenía miedo de ti.

– ¿De mí?

– De ti, cariño.

Me llevó un momento asimilar esa noticia.

– ¿Dónde está ahora?

– El juez no consideró que hubiese peligro de que huyera o de que su vida corriese ningún riesgo, de modo que le dejó marchar. Sigue viviendo en una cabaña alquilada en Cherokee.

– ¿Por qué llamó Parker Davenport a Midkiff antes de pegarse un tiro?

– Para advertirle de que el asunto estaba a punto de destaparse. Por lo visto ambos conservaron su amistad después de que Midkiff abandonara H amp;F. El vicegobernador fue el responsable de que a Midkiff no le molestase nadie durante todos estos años. Davenport se las arregló para convencer a los miembros del club de que Midkiff no suponía ninguna amenaza para ellos; a cambio, Midkiff mantuvo la boca cerrada.

– Hasta ahora.

– Hasta ahora.

– ¿Qué es lo que ha explicado?

– H amp;F siempre contaba con dieciocho miembros. De ellos seis chicos afortunados formaban el círculo interno. Muy exclusivo. Sólo cuando un miembro de ese círculo interno moría, se procedía a elegir a un sustituto del grupo en general. El banquete de iniciación era traje de etiqueta, capucha roja, postre a cargo del recluta.

– Carne humana.

– Sí. ¿Recuerdas a esos Hamatsa de los que me hablaste?

Asentí, demasiado asqueada para contestar.

– El mismo sistema. Solamente que nuestros caballeros caníbales se limitaban a compartir la carne de un muslo de cada víctima. Era como un pacto de hermandad de sangre. Aunque todo el club se reunía de forma regular en la casa de Arthur, Midkiff jura que sólo los miembros del círculo interno sabían lo que realmente ocurría en esas ceremonias de iniciación.

Pensé en las palabras que me había dicho Ralph Stover. «Encontré mi ofrenda».

– Tucker Adams fue asesinado en 1943 cuando murió Henry Arlen Preston, que era miembro del círculo interno, y Anthony Alien Birkby se unió a la élite. Cuando Sheldon Brodie murió ahogado en 1949, Martin Patrick Veckhoff fue el elegido para integrarse al círculo interno y Edna Farrell fue su víctima. Anthony Alien Birkby murió en un accidente de circulación diez años más tarde, su hijo recibió la aprobación para formar parte del círculo interno, y Charlie Wayne Tramper acabó en la mesa de la Comunión.

– ¿A Tramper no lo había matado un oso?

– El joven Birkby tal vez hizo algo de trampa. Por cierto, en el funeral de Tramper fue donde Parker Davenport conoció a Simon Midkiff. Y Midkiff conoció a Tramper cuando estaba investigando a los cherokee.

– ¿Sabía Midkiff lo que le había ocurrido a Tramper?

– Afirma que no tenía la más remota idea.

– ¿Cómo fue captado Midkiff por H amp;F?

– En 1955 el joven profesor acababa de llegar de Inglaterra y le habían dicho que buscara a Prentice Dashwood, un viejo amigo de la familia. Dashwood fue quien reclutó a Midkiff para las filas de H amp;F.

– Nunca consiguió entrar en el círculo interno.

– No.

– Pero Davenport sí lo hizo.

– Después del funeral de Tramper, Midkiff presentó gradualmente a Davenport a los hermanos. La idea de una élite intelectual atrajo a Davenport, quien acabó por unirse al club.

– ¿Aunque era del condado de Swain, Davenport nunca se había enterado de la existencia de esa casa en el bosque?

– No hasta que se unió a la hermandad. Aparentemente nadie sabía de su existencia. Estos tíos eran increíbles para mantenerse ocultos. Entraban y salían del bosque después de que hubiese anochecido. Con el correr de los años, todos olvidaron que la casa se encontraba en ese lugar.

– Todos excepto el viejo Edward Arthur y el padre del reverendo Luke Bowman.

– Exacto.

McMahon revolvió el contenido de un cajón como si no estuviese seguro de si debía llevarse esas cosas o eliminarlas.

– Y el club jamás dejaba nada escrito.

– Muy poco.

Vació el cajón en la caja, volvió a encajarlo en el escritorio y abrió otro.

– ¿De dónde salió toda esta basura? -Se irguió y me miró-. Continuando con la cronología, John Morgan murió en 1972, Mary Louise Rafferty fue asesinada, y F. L. Warren ascendió un puesto. Para entonces, Midkiff ya estaba bastante desencantado con toda esa historia. Abandonó el club poco tiempo después.

– De modo que es posible que no haya tomado parte en ninguno de los asesinatos.

– Eso parece. Pero Davenport está pringado. En 1979 fue elegido para reemplazar a William Glenn Sherman en el círculo interno. El aperitivo de Davenport fue el hombre negro sin identificar.

– ¿Era importante que a las víctimas las escogieran de ambos sexos y diferentes razas?

– La idea era ampliar al máximo la variedad de la consumición espiritual.

– Pues vaya.

– Kendall Rollins murió de leucemia en 1986 y su hijo Paul ocupó su lugar.

– ¿Albert Odell fue la víctima?

– Correcto.

McMahon vació el contenido del segundo cajón.

– ¿Qué pasó con Jeremiah Mitchell y George Adair?

– Ahí tuvieron un problema. Cuando Martin Patrick Veckhoff murió en febrero pasado, Roger Lee Fairley fue elegido para la coronación. Le informaron acerca de los requisitos que debía cumplir y Mitchell fue secuestrado y asesinado. La muerte imprevista de Fairley cuando se dirigía al funeral de Veckhoff creó un grave problema y Mitchell fue metido en el congelador hasta que se resolviese el tema de la sucesión.

– ¿Por quién?

– Le dijeron a Ralph Stover que pronto sería su turno de pasar del círculo exterior al círculo interno, le explicaron cuáles eran las condiciones de ingreso y le pidieron que llevase a cabo algunas tareas extra. Guardó el cadáver de Mitchell en un congelador en el Riverbank Inn.

Reprimí un escalofrío.

– Por esa razón no había datos acerca de los ácidos grasos volátiles.

– Exacto. A principios de septiembre, Stover fue propuesto oficialmente para suceder a Veckhoff y el cadáver de Mitchell fue trasladado a la casa de piedra y colocado en el patio amurallado como paso previo a una ceremonia de admisión. Entonces fue cuando las cosas comenzaron a precipitarse. Algunos miembros del círculo interno se opusieron al ascenso de Stover, consideraron que se trataba de un individuo demasiado fervoroso, demasiado inestable. La disputa continuó durante un tiempo, comenzó el proceso de descomposición, lo que significaba que el cuerpo no podría ser utilizado para el ritual y el cadáver de Mitchell tuvo que ser enterrado en la cueva.

– Pero no antes de que los coyotes visitaran el lugar.

– Dios bendiga a esas criaturas.

– ¿Stover volvió a encargarse del trabajo sucio?

– Es nuestro hombre.

McMahon volcó el contenido de otro cajón dentro de una caja, la cerró con precinto y escribió algo con un rotulador en una de las caras.

– En cualquier caso, después de varias semanas de discusiones, la facción de Stover se llevó el gato al agua. George Adair fue secuestrado el primero de octubre. El accidente de la TransSouth Air se produjo el cuatro de octubre.

– Yo encontré el pie el cinco de octubre.

Apiló la caja sobre las anteriores y abrió un archivador.

– Como sabes, Stover también se cargó a Primrose Hobbs. Lucy Crowe encontró Stezaline en su apartamento en el Riverbank Inn. La receta había sido extendida por un médico mexicano a nombre de Parker Davenport. Stover tenía cuatro cápsulas en el bolsillo el domingo por la noche. La misma droga que utilizó con Primrose.

McMahon me miró.

– Crowe también encontró un trozo de alambre de acero que coincide con las marcas del garrote que aparecieron en el cuello de Hobbs.

Como un puñetazo en el estómago. Aún me resultaba imposible creer que Primrose estuviese muerta.

– Me dijo que lo hizo porque podía.

– Pudo haber recibido una orden del círculo interno o pudo haber actuado por iniciativa propia. Tal vez temió que ella hubiese descubierto alguna cosa. Probablemente le robó la llave y la contraseña para llevarse el pie del depósito y cambiar el informe.

– ¿Han encontrado el pie?

– Sospecho que jamás lo encontrarán. Espera un momento.

McMahon desapareció en el pasillo y regresó con otras dos cajas vacías.

– ¿Cómo es posible que se acumule tanta porquería en un mes?

– No olvides la serpiente de goma.

Señalé un objeto que había encima del escritorio.

– ¿Cómo me encontró Crowe?

– Ella y Ryan llegaron a High Ridge House la noche del domingo separados por unos minutos, bastante después de la hora en que tú tendrías que haber llegado. Al encontrar tu coche en el aparcamiento pero ninguna señal tuya en la casa, comenzaron a buscarte. Cuando encontraron el perro…

Alzó la vista un momento y volvió a concentrarse en la caja. Mi expresión permaneció indiferente.

– Por lo visto tu perro consiguió morder la muñeca de Stover antes de que le disparase. Ryan encontró una pulsera médica con el nombre de Stover en ella junto al hocico del animal. Crowe estableció la relación basándose en algo que Midkiff le había dicho.

– El resto es historia.

– El resto es historia.

Metió la serpiente de goma en la caja, cambió de idea y volvió a sacarla.

– ¿Ryan regresó a Quebec?

– Sí.

De nuevo, mantuve una expresión indiferente.

– No conozco muy bien a ese tío, pero la muerte de su compañero realmente le hizo polvo.

– Sí.

– Súmale a eso el asunto de la sobrina y me asombra que el tío no se haya derrumbado.

– Sí.

¿La sobrina?

– Danielle el Demonio, la llamaba.

McMahon fue hasta donde estaba su americana y guardó la serpiente de goma en uno de los bolsillos.

– Dijo que algún día probablemente leamos cosas de esa cría en los periódicos.

¿La sobrina?

Sentí que una sonrisa se formaba en las comisuras de mis labios.

Hay momentos en que resulta difícil mantenerse indiferente.


Encontré a Simon Midkiff envuelto en un abrigo, con guantes y bufanda, dormitando en una mecedora en el porche. Una gorra con visera le cubría gran parte del rostro y, de pronto, se me ocurrió otra pregunta.

– ¿Simon?

Levantó la cabeza y sus ojos acuosos parpadearon ligeramente confusos.

– ¿Sí?

Se pasó el dorso de la mano por los labios y un hilo de saliva brilló en el guante de lana. Se quitó el guante, metió la mano debajo de las capas de ropa, sacó las gafas y se las puso sobre la nariz.

Me reconoce.

– Me alegra comprobar que estás bien.

Las delgadas cadenas de las gafas le caían a ambos lados de la cabeza, arrojando delicadas sombras a través de las mejillas. La piel era pálida y fina como el papel.

– ¿Podemos hablar?

– Por supuesto. Tal vez deberíamos entrar.

Entramos a una combinación de cocina y sala de estar con una puerta interior, que supuse que daba a un dormitorio y un cuarto de baño. Los muebles eran de pino lacado y daban la impresión de haber sido fabricados en un taller casero.

Los libros se alineaban junto a los zócalos y había una mesa y un escritorio cubiertos de cuadernos y papeles. En un extremo de la habitación se apilaban una docena de cajas, cada una de ellas marcada con una serie de números arqueológicos.

– ¿Té?

– Sí, me apetece.

Le observé mientras llenaba una tetera con agua, cogía un par de bolsitas de té y colocaba las tazas sobre los platillos. Parecía más frágil de lo que yo recordaba, más encorvado.

– No recibo muchas visitas.

– Esto es encantador. Gracias -dije mirando a mí alrededor.

Me condujo hasta un sofá cubierto con una tela afgana, colocó las dos tazas sobre una mesilla baja fabricada con un trozo de tronco y acercó una silla para él.

Ambos bebimos en silencio. Fuera se oía el sonido de un motor fueraborda en el río Oconaluftee. Esperé hasta que Simon estuvo preparado.

– No estoy seguro de si puedo hablar de ello como debiera.

– Sé lo que pasó, Simon. Lo que no alcanzo a comprender es por qué.

– Yo no estaba allí cuando comenzó todo. Lo que sé me lo contaron otras personas.

– Conocías a Prentice Dashwood.

Se apoyó en el respaldo de la silla y su mirada pareció viajar a otro tiempo.

– Prentice era un lector insaciable con un asombroso caudal de conocimientos. No había nada que no despertase su interés. Darwin. Lyell. Newton. Mendeleiev. Y los filósofos. Hobbs. Anesidemos. Baumgarten. Wittgenstein. Lao-tsé. Lo leía todo. Arqueología. Etnología. Física. Biología. Historia.

Hizo una pausa para beber un poco de té.

– Y era un maravilloso narrador. Así fue como comenzó. Prentice contaba historias del Hell Fire Club de sus antepasados, describía a sus miembros como unos tíos libertinos que se reunían para mantener conversaciones intelectuales y cometer herejías. La idea parecía bastante inofensiva. Y lo fue durante algún tiempo.

Su taza tembló en el platillo cuando la dejó sobre la mesilla.

– Pero Prentice tenía también un lado oscuro. Él estaba convencido de que algunos seres humanos eran más valiosos que otros.

Su voz se quebró.

– Los intelectualmente superiores -dije.

– Sí. A medida que Prentice se iba haciendo mayor, su concepción del mundo se vio poderosamente influida por sus lecturas acerca de cosmología y canibalismo. Su contacto con la realidad se fue debilitando.

Hizo una pausa, seleccionando las cosas que podía decir.

– Comenzó como una blasfemia frívola. Nadie creía realmente en eso.

– ¿Creer qué?

– Que el hecho de comerse a los muertos negase el carácter irrevocable de la muerte. Que comer la carne de otro ser humano permitiese la asimilación de su alma, personalidad y sabiduría.

– ¿Era eso lo que creía Dashwood?

Midkiff encogió uno de sus hombros huesudos.

– Tal vez lo creyese. Quizá simplemente utilizó la idea, y el acto concreto dentro del círculo interno, como una manera de mantener el club unido e intacto. La indulgencia colectiva en lo prohibido. El concepto de grupo interno, grupo externo. Prentice entendía que los rituales culturales existen para reforzar la unidad de quienes los celebran.

– ¿Cómo comenzó?

– Un accidente.

Suspiró.

– Un desgraciado accidente. Un verano apareció un joven en la casa de la montaña. Sólo Dios sabe lo que estaba haciendo por esos parajes. Corrió el alcohol, hubo una pelea y el muchacho murió. Prentice propuso que todos…

Sacó un pañuelo y se lo pasó por los ojos.

– Eso sucedió antes de la guerra. Yo me enteré años más tarde cuando escuché una conversación que no debía.

– Sí.

– Prentice procedió a cortar tiras de músculo del muslo de aquel pobre muchacho y exigió que todos comieran. En aquella época no existía esa distinción entre círculo interno y externo. Fue un pacto. Cada uno de ellos era un participante e igualmente culpable. Nadie hablaría jamás de la muerte del muchacho. Enterraron el cuerpo en el bosque, al año siguiente se formó el círculo interno y Tucker Adams fue asesinado.

– ¿Hombres inteligentes aceptando esta locura? ¿Hombres educados con esposas y familias y trabajos responsables?

– Prentice Dashwood era un hombre extraordinariamente carismático. Cuando hablaba todo parecía tener sentido.

– ¿ Canibalismo?

Traté de mantener la voz tranquila.

– ¿Tienes idea de cuan importante es el tema de seres humanos que se comen a otros seres humanos en la cultura occidental? Los sacrificios humanos se mencionan en el Antiguo Testamento y en el Rig Veda. La antropofagia es fundamental en el argumento de muchos mitos griegos y romanos; es la base de la misa católica. Echa un vistazo a la literatura. Modesta proposición [21] de Jonathan Swift y la historia de Sweeney Todd de Tom Prest. Películas como Cuando el destino nos alcance; Tomates verdes fritos; El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante; Weekend, de Jean-Luc Goddard. Y no nos olvidemos de los niños: Hansel y Gretel, Gingerbread Man, y las diferentes versiones de Blancanieves, Cenicienta y Caperucita Roja. ¡Abuela, qué dientes tan grandes tienes! -Respiró temblorosamente-. Y, naturalmente, están los participantes por necesidad. El grupo de Donner; el equipo de rugby uruguayo perdido en los Andes; la tripulación del yate Mignonette; Marten Hartwell, el piloto de avión aislado en el Ártico. Nos sentimos fascinados por sus historias. Y escuchamos incluso con mayor curiosidad a nuestros asesinos en serie caníbales que han buscado sus quince minutos de gloria.

Simon volvió a inspirar profundamente y luego expulsó el aire lentamente.

– No puedo explicarlo, ni tampoco tolerarlo. Prentice conseguía que todo sonara exótico. Éramos una pandilla de chicos traviesos que compartían un mismo interés por un tema ciertamente oscuro y perverso.

– Fay ce que voudras.

Recité las palabras cinceladas sobre la entrada del túnel subterráneo. Durante mi convalecencia había aprendido que esa cita de Rabelais en francés del siglo XVI también adornaba el arco abovedado y los hogares en la Abadía de Medmenham.

– «Haz lo que quieras» -tradujo Midkiff, luego se echó a reír con tristeza-. Es irónico. Los clubes Hell Fire empleaban esa cita para excusar su indulgencia licenciosa, pero Rabelais atribuye de hecho esas palabras a san Agustín. «Ama a Dios y haz lo que quieras. Porque si un hombre ama a Dios con el espíritu de la sabiduría, entonces, siempre procurando satisfacer la voluntad divina, lo que él desee será lo correcto.»

– ¿Cuándo murió Prentice Dashwood?

– En mil novecientos sesenta y nueve.

– ¿Asesinaron a alguien?

Sólo habíamos encontrado ocho víctimas.

– No había nadie que pudiese reemplazar a Prentice. Después de su muerte nadie fue elevado al círculo interno. El número de sus miembros se redujo a seis y así permaneció.

– ¿Por qué no figuraba Dashwood en el fax que me enviaste?

– Escribí lo que era capaz de recordar. La lista no estaba completa ni mucho menos. No sé prácticamente nada de los que se unieron al grupo después de mi marcha. En cuanto a Prentice, simplemente no pude… -Apartó la vista-. Fue hace tanto tiempo.

Ninguno de los dos habló durante varios minutos.

– ¿Realmente no sabías lo que estaba pasando?

– Comprendí lo que estaba ocurriendo después de que Mary Francis Rafferty muriese en 1972. Fue entonces cuando abandoné el grupo.

– Pero no dijiste nada.

– No. No tengo excusa.

– ¿Por qué pusiste a la sheriff Crowe sobre la pista de Ralph Stover?

– Stover se unió al club después de que yo me marchara. Por esa razón se mudó al condado de Swain. Siempre he sabido que era un sujeto inestable.

Recordé la pregunta que se me había ocurrido al llegar.

– ¿Fue Stover quien trató de atropellarme en Cherokee?

– Me enteré de que había sido un Volvo negro. Stover tiene un Volvo negro. Ese incidente acabó de convencerme de que era un hombre realmente peligroso.

Señalé las cajas.

– Estás excavando aquí, ¿verdad, Simon?

– Sí.

– Sin autorización de Raleigh.

– Este lugar es crucial para la secuencia de montaje lítico que estoy construyendo.

– Por eso me mentiste cuando me dijiste que estabas trabajando para el Departamento de Recursos Culturales.

Asintió.

Dejé mi taza sobre la mesa y me puse de pie.

– Lamento que las cosas no hayan salido como esperabas.

Lo sentía realmente, pero no podía perdonarle por lo que sabía y no había informado.

– Cuando se publique el libro la gente reconocerá finalmente el valor de mi trabajo.

Fuera, el día aún estaba claro y frío, sin rastros de neblina en los valles o en las montañas.

Las doce y media. Tenía que darme prisa.

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