Capítulo 14

Cuando bajé a la mañana siguiente, Ryan estaba interrogando a Ruby sobre el intruso. Byron McMahon estaba sentado al otro lado de la mesa, y dividía su atención entre el interrogatorio y un trío de huevos fritos.

Ruby hizo un comentario.

– Los secuaces de Satán están entre nosotros.

Me molestó la indiferencia que mostraba hacia el saqueo de mis pertenencias, pero no dije nada.

– ¿Se llevaron algo? -preguntó McMahon.

Bien. El FBI estaba con mi caso.

– Creo que no.

– ¿Ha estado molestando a alguien?

– Sospecho que mi perro lo ha hecho. Los perros ladran.

Describí lo que les habían hecho a Annie y Sandy.

Ryan me miró con una expresión extraña pero no dijo nada.

– Este lugar no es precisamente Los Álamos. Cualquiera puede entrar y salir de aquí sin problemas. -McMahon pinchó varias patatas fritas con el tenedor-. ¿Qué ha estado haciendo últimamente? No la he visto por aquí.

Le hablé del pie y de la casa amurallada, acabé con el perfil de los ácidos grasos volátiles que había conseguido el día anterior. No le dije nada acerca de mi actual posición en la investigación del accidente aéreo y dejé que él se encargarse de llenar ese vacío. Mientras yo hablaba, su sonrisa se fue diluyendo lentamente.

– ¿De modo que Crowe piensa pedir una orden de registro? -preguntó con expresión de policía veterano.

Estaba a punto de contestarle cuando el móvil comenzó a emitir la Obertura de Guillermo Tell. Los dos hombres se miraron cuando activé el teléfono.

La llamada era de Laslo Sparkes en Oak Ridge. Escuché, le agradecí la información y colgué.

– ¿Era Rossini? -preguntó Ryan.

– Estaba probando las opciones de llamada y olvidé cambiarla. -Corté el huevo con el cuchillo y parte de la yema cayó fuera del plato-. Nunca te hubiese asociado a ti con un entusiasta de la ópera.

– Muy graciosa.

McMahon cogió una tostada.

– Era el antropólogo de Oak Ridge.

– Déjame adivinar. Ha sacado el perfil de los humores y el cuerpo desaparecido es el de Madalyn Murray O'Hair [11].

Ryan estaba de cachondeo. Le ignoré y dirigí mi respuesta a McMahon.

– Encontró algo mientras estaba filtrando los restos de tierra.

– ¿De qué se trata?

– No lo dijo. Sólo que podría resultar muy útil. A mediados de semana se detendrá en Bryson City de camino a Asheville.

Ruby regresó, retiró los platos y desapareció.

– ¿De modo que piensas ir al tribunal? -preguntó Ryan.

– Sí -respondí concisa.

– Suena a trabajo de detective.

– Alguien tiene que hacerlo.

– No perjudica a nadie averiguar quién es el dueño de esa propiedad. -McMahon vació su jarra-. Después de la reunión de hoy debo viajar a Charlotte para entrevistar a un tío que afirma tener información sobre un grupo paramilitar que actúa aquí en Swain. Si no, la hubiese acompañado.

Sacó una tarjeta de la cartera y la dejó delante de mí.

– Si en el tribunal se muestran reacios a colaborar puede mostrarles esto. A veces ayuda a una mejor predisposición.

– Gracias.

Guardé la tarjeta en el bolsillo.

McMahon se excusó, dejándonos a Ryan, a mí y a tres jarras vacías.

– ¿Quién crees que revolvió tu habitación?

– No lo sé.

– ¿Por qué lo hicieron?

– Estaban buscando tu gel de ducha.

– Yo no me lo tomaría a broma. ¿Qué te parece si doy unas vueltas por ahí y hago algunas preguntas?

– Sabes que eso no te llevará a ninguna parte. Estas cosas jamás se resuelven.

– Les haría saber a esos tíos que alguien siente curiosidad por lo que ha pasado.

– Hablaré con Crowe.

Me levanté para marcharme y Ryan me cogió del brazo.

– ¿Quieres apoyo en el tribunal?

– ¿Temes que el encargado de los títulos de propiedad empiece un ataque armado, o algo parecido?

Miró a nuestro alrededor y luego nuevamente a mí.

– ¿Te gustaría tener «compañía» en el tribunal?

– ¿No piensas asistir a la reunión del NTSB?

– McMahon puede ponerme al día. Pero hay una condición.

Esperé.

– Cambia tu teléfono.

– Hi-Yo, Silver [12] -dije.

El edificio de la Administración y Tribunal del Condado de Swain reemplazó a su antecesor en 1982. Se trata de una construcción rectangular, con un techo de metal galvanizado rojo dispuesto en ángulo bajo, que se alza a orillas del río Tuckasegee. Aunque carece del encanto del antiguo edificio abovedado de Everett and Main, la estructura es brillante, limpia y eficiente.

La oficina de impuestos está situada en la planta baja, inmediatamente después de un vestíbulo con azulejos octogonales. Cuando entramos con Ryan, cuatro mujeres alzaron la vista de las pantallas de sus ordenadores, dos detrás de un mostrador directamente delante de nosotros, dos detrás de un mostrador situado a nuestra izquierda.

Expliqué lo que queríamos. La mujer número tres señaló una puerta en el fondo de la habitación.

– Departamento de Impuestos del Registro de la Propiedad -dijo.

Ocho ojos nos acompañaron a través de la habitación.

– Debe de estar donde archivan el material clasificado -susurró Ryan cuando abrí la puerta.

Entramos en una oficina donde había otro mostrador, éste protegido por una mujer alta y delgada con el rostro anguloso. Me recordó un viejo retrato del jugador de béisbol Stan Musial que tenía mi padre.

– ¿En qué puedo ayudarles?

– Nos gustaría consultar el mapa del índice tributario del condado.

La mujer se llevó una mano a la boca, como si se hubiese sobresaltado.

– ¿El mapa tributario?

Comencé a pensar que mi solicitud era la primera de este tipo que le hacían. Saqué la tarjeta de Byron McMahon del bolsillo, me acerqué al mostrador y se la entregué a la mujer.

Madame Musial echó un vistazo a la tarjeta.

– ¿Es realmente del FBI?

Cuando alzó la vista, asentí.

– ¿Byron?

– Es un apellido. -Sonreí persuasivamente.

– ¿Tiene una arma?

– Aquí no. -Y en ninguna parte, pero eso empañaría mi imagen.

– ¿Tiene relación con el accidente aéreo?

Me incliné hacia adelante apoyando los codos en el mostrador. La mujer olía a menta y a un champú exageradamente perfumado.

– Lo que estamos buscando podría ser crucial para la investigación. -Detrás de mí Ryan movió los pies.

– Me llamo Dorothy. -Me devolvió la tarjeta-. Lo buscaré.

Dorothy se dirigió a un mueble para guardar mapas, abrió uno de los estrechos cajones, sacó una hoja de grandes dimensiones y la extendió sobre el mostrador.

Ryan y yo nos inclinamos sobre el mapa. Tomando como referencia los límites de los municipios, las carreteras y otras señales, conseguimos localizar la sección donde se encontraba la casa con el recinto amurallado. Dorothy nos observaba desde el otro lado de la divisoria, tan atentamente como una egiptóloga que examina un papiro.

– Ahora nos gustaría ver el mapa de la sección seis-dos-uno, por favor.

Dorothy sonrió para indicar que ella formaba parte del equipo, se dirigió a otro mueble y regresó con el documento que le habíamos pedido.

Cuando comencé mi carrera de antropóloga, después de haber hecho algunos trabajos de arqueología, pasaba horas examinando los mapas del Departamento de Planimetría de Estados Unidos y sabía cómo interpretar los símbolos y los accidentes del terreno. La experiencia siempre es un grado. Usando elevaciones, arroyos y carreteras, Ryan y yo conseguimos centrar la casa.

– Mapa de la sección seis-veintiuno, parcela cuatro.

Sin quitar el dedo del punto señalado, alcé la vista. El rostro de Dorothy estaba a escasos centímetros del mío.

– ¿Cuánto tiempo llevará encontrar los datos impositivos de esta propiedad?

– Un minuto.

La sorpresa debió reflejarse en mi cara.

– El Condado de Swain no es una zona atrasada. Estamos informatizados.

Dorothy fue hasta una esquina en la parte de atrás de la habitación dentro de su área de «seguridad» y quitó la funda de plástico que cubría un monitor y un teclado, la colocó en una estantería y encendió el ordenador. Cuando el programa apareció en pantalla pulsó varias teclas. Pasaron algunos segundos. Finalmente entró el número del impuesto correspondiente a esa propiedad y la pantalla se llenó de información.

– ¿Quiere una copia?

– Por favor.

Destapó una impresora Hewlett-Packard similar a la primera que tuve. Esperamos nuevamente a que hubiese doblado y guardado la funda de plástico, luego cogió una hoja de papel de un cajón y la colocó en la bandeja de alimentación de la impresora.

Finalmente, pulsó una tecla, la impresora produjo un zumbido y el papel desapareció para aparecer un segundo más tarde por el otro lado.

– Espero que esto sirva de ayuda -dijo, entregándome la impresión.

La hoja impresa ofrecía una vaga descripción de la propiedad y sus construcciones, su valor estimado, el nombre y la dirección de correo de su propietario, y la dirección a la que se enviaban las facturas impositivas.

Le entregué la hoja a Ryan sintiéndome decepcionada.

– Grupo de Inversiones H amp;F, SRL -leyó en voz alta-. La dirección postal es un apartado de correos en Nueva York.

– Ryan me miró-. ¿Quién coño es el Grupo de Inversiones H amp;F?

Me encogí de hombros.

– ¿Qué es SRL?

– Sociedad de Responsabilidad Limitada -dije.

– Podrías intentarlo en la oficina del registro.

Ambos nos volvimos hacia Dorothy. Un ligero tinte rosado había aparecido en sus mejillas.

– Podría buscar la fecha en que H amp;F adquirió la propiedad y el nombre del dueño anterior.

– ¿Tienen esa información?

Ella asintió.

Encontramos la oficina de registro de la propiedad a la vuelta de la esquina de la oficina impositiva. La habitación de escrituras estaba situada detrás del mostrador preceptivo, detrás de unas puertas giratorias de madera. Las estanterías que cubrían las paredes y los archivadores contenían libros de títulos de propiedad que abarcaban cientos de años. Los más recientes eran cuadrados y rojos, los números estaban estampados con caracteres dorados. Los volúmenes más viejos estaban profusamente decorados, como los ejemplares encuadernados en cuero de las primeras ediciones.

Era como la búsqueda del tesoro, cada escritura nos hacía retroceder en el tiempo. Encontramos lo siguiente:

El Grupo de Inversiones H amp;F era una Sociedad de Responsabilidad Limitada registrada en Delaware. La propiedad de la parcela tributaria número cuatro había sido transferida a la sociedad en 1949 por un tal Edward E. Arthur. La descripción de la propiedad era encantadora, pero un tanto imprecisa para nuestro gusto. Le leí la descripción en voz alta a Ryan.

– La propiedad comienza en un roble colorado sobre una loma, en la esquina de la parcela número 11807 concedida por el estado, y se extiende hacia el norte cuatrocientos cincuenta metros hasta la línea Bellingford, luego colina arriba cuando sigue el curso de la línea Bellingford hasta un castaño en el terreno de S. Q. Barker…

– ¿Cómo consiguió Arthur esa propiedad?

Omití el resto de la peritación y continué leyendo.

– ¿Quieres oír los trozos de «la parte de la primera parte»?

– No.

– … teniendo la misma tierra traspasada por escritura por parte de Victor T. Livingstone y su esposa J. E. Clampett, con fecha de 26 de marzo, 1933, y registrada en el Libro de Títulos de Propiedad número 52, página 315, Registros del Condado de Swain, Carolina del Norte.

Fui a la estantería y cogí el volumen más viejo.

Arthur había obtenido la propiedad de un tal Victor T. Livingstone en 1933. Livingstone debió comprársela a Dios, ya que no había ningún documento anterior a esa fecha.

– Al menos sabemos cómo entraban y salían los afortunados propietarios.

Las escrituras de propiedad de Livingstone y Arthur describían un camino de entrada.

– O entran y salen. -Yo aún no estaba convencida de que la propiedad estuviese abandonada-. Mientras estábamos allí Crowe encontró un sendero que llevaba desde la casa hasta un camino para transportar madera. El desvío del sendero está oculto por un portón provisional completamente cubierto de kudzu. Cuando ella me enseñó la entrada, no podía creerlo. Uno podría pasar un millón de veces caminando o conduciendo y no verla.

Ryan no dijo nada.

– ¿Y ahora qué?

– Ahora esperaremos la orden de registro de Crowe.

– ¿Y mientras tanto?

Ryan sonrió y se arrugaron los rabillos de sus ojos.

– Mientras tanto hablaremos con el fiscal general del gran estado de Delaware y averiguaremos todo lo que podamos acerca del Grupo de Inversiones H amp;F.

Boyd y yo estábamos compartiendo un bocadillo y una bolsa de patatas fritas en el porche de High Ridge House cuando el coche patrulla de Lucy Crowe apareció en la carretera. La observé mientras ascendía hacia el camino particular de la casa. Boyd siguió vigilando el bocadillo.

– ¿Pasando un buen rato? -preguntó Crowe cuando llegó a la escalera.

– Dice que le he estado ignorando.

Saqué una loncha de jamón del bocadillo. Boyd levantó la cabeza y la cogió suavemente con sus dientes delanteros. Luego bajó el hocico, dejó caer el jamón en el suelo del porche, lo lamió un par de veces y lo engulló. Un segundo después su barbilla descansaba otra vez sobre mi rodilla.

– Son como niños.

– Mmmm. ¿Consiguió la orden?

Los ojos de Boyd siguieron el movimiento de mi mano, atento ante la posibilidad de engullir otro trozo de jamón o unas patatas.

– Mantuve un duro cara a cara con el magistrado.

– ¿Y?

Suspiró y se quitó el sombrero.

– Dice que no es suficiente.

– ¿La evidencia de un cadáver no es suficiente? -Estaba perpleja-. Daniel Wahnetah puede estar descomponiéndose en ese patio mientras nosotras hablamos.

– ¿Está familiarizada con el término ciencia de la chapuza? Yo sí. Esta mañana me la echaron a la cara al menos una docena de veces. Creo que el viejo Frank va a formar su propio grupo. Víctimas Anónimas de la Ciencia de la Chapuza.

– ¿Ese tío es imbécil o qué?

– Nunca viajará a Suecia a recoger un premio pero suele ser una persona razonable.

Boyd alzó la cabeza y suspiró. Bajé la mano y la olió, luego la lamió.

– Está ignorándole otra vez.

Le ofrecí un trozo de huevo. Boyd lo dejó caer, le pasó la lengua, lo olisqueó, lo lamió otra vez y luego lo dejó en el porche.

– A mí tampoco me gusta el huevo en los bocadillos -le dijo Crowe a Boyd. El perro movió ligeramente la oreja para indicar que la había oído, pero no apartó los ojos de mi plato.

– La situación se pone cada vez peor.

Crowe continuó.

¿Por qué no?

– Ha habido más denuncias.

– ¿Sobre mí?

Ella asintió.

– ¿Por parte de quién?

– El magistrado no quiso compartir esa información. Pero si se acerca al lugar del accidente, al depósito o a cualquier documento, objeto o miembro de una familia relacionados con el accidente aéreo, deberé arrestarla por obstrucción a la justicia. Y eso incluye la propiedad amurallada.

– ¿Qué coño está pasando aquí?

Mi estómago se encogió de ira.

Crowe se encogió de hombros.

– No estoy segura. Pero usted está fuera de esa investigación.

– ¿Se me permite ir a la biblioteca pública? – Escupí.

La sheriff se frotó la nuca y apoyó la punta de la bota en el último escalón. Debajo de la cazadora podía ver el bulto de su arma.

– Aquí está pasando algo muy grave, sheriff.

– La escucho.

– Ayer alguien registró a fondo mi habitación poniéndolo todo patas arriba.

– ¿Teorías?

Le hablé de las figuras de cerámica en la bañera.

– No es exactamente un saludo de los almacenes Hallmark.

– Probablemente Boyd está molestando a alguien.

Lo dije con cierto optimismo, pero en realidad no creía en lo que estaba diciendo.

Las orejas de Boyd se alzaron al oír su nombre. Le di un trozo de jamón.

– ¿Ladra mucho?

– En realidad no. Le pregunté a Ruby si hace ruido cuando estoy ausente. Me dijo que aúlla un poco, pero nada extraordinario.

– ¿Qué piensa Ruby?

– Secuaces de Satán.

– Tal vez usted tiene algo que alguien quiere.

– No se llevaron nada, aunque todos mis archivos estaban desparramados por el suelo. Toda la habitación estaba desordenada.

– ¿Guardaba notas sobre ese pie?

– Me las había llevado conmigo a Oak Ridge.

Me miró durante cinco segundos, luego hizo un gesto característico con la cabeza.

– Esto hace que el incidente con el Volvo sea un poco más sospechoso. Cuídese.

– Sí, claro

Crowe se inclinó y limpió la puntera de su bota, luego echó un vistazo al reloj.

– Veré si puedo encontrar a la fiscal del distrito para insistir con la orden.

En ese momento el coche de alquiler de Ryan apareció en el valle. Llevaba la ventanilla del conductor bajada y se veía la oscura silueta en el interior del coche. Ambas observamos mientras ascendía la montaña y giraba en el camino particular. Momentos más tarde atravesaba el sendero de losas con una expresión tensa y sombría.

– ¿Qué ocurre?

Oí el sombrero de Crowe que rozaba la parte superior del muslo.

Ryan dudó un momento antes de hablar.

– Todavía no hay señales del cuerpo de Jean.

En su semblante pude leer claramente la aflicción. Y más. El sentimiento de culpabilidad. La convicción de que su ausencia había hecho que Bertrand hubiese subido a ese avión. Los detectives sin compañero están limitados en aquello que investigan. Eso hace que estén disponibles para tareas de correo.

– Le encontrarán -dije con voz queda.

Ryan desvió la vista hacia el horizonte, la espalda rígida, los músculos del cuello tensos como cuerdas trenzadas. Después de un minuto sacudió la cabeza y encendió un cigarrillo, protegiendo la llama con ambas manos.

– ¿Cómo te fue la tarde?

Lanzó la cerilla.

Le conté la reunión que había tenido Crowe con el magistrado.

– Tal vez tu pie sea un callejón sin salida.

– ¿Qué quieres decir?

Echó el humo por la nariz, luego sacó algo del bolsillo de la chaqueta.

– También encontraron esto.

Desplegó un papel y me lo dio.

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