Capítulo 13

El lunes por la mañana no fui al tribunal del Condado de Swain. En cambio volví a atravesar las montañas al oeste de Tennessee y, a media mañana, me encontraba aproximadamente a cincuenta kilómetros al noroeste de Knoxville, cerca de la entrada del Laboratorio Nacional Oak Ridge. El día era húmedo y oscuro y el limpiaparabrisas se movía intermitentemente adelante y atrás, dibujando dos abanicos transparentes en el cristal empañado.

A través de la ventanilla vi a una mujer mayor y a un niño que alimentaban a un grupo de cisnes en la orilla de un pequeño estanque. Cuando tenía diez años tuve un encuentro poco amistoso con un horrible pato que podría haber requerido la ayuda de algún tipo de fuerzas especiales. Puse en duda la conveniencia de su actividad con esos palmípedos.

Después de haber exhibido mi credencial ante el guardia de la entrada, conduje a través de un amplio aparcamiento hasta la recepción. Mi anfitrión me estaba esperando, autorizó mi presencia firmando algo y nos dirigimos al coche. Otros cien metros y comprobaron mi nueva credencial ORNL y la matrícula del coche en un tercer puesto de control antes de que me permitiesen pasar a través de una valla metálica que rodeaba todo el complejo.

– Veo que tienen unas medidas de seguridad muy estrictas. Pensaba que esto era el Departamento de Energía.

– Lo es. La mayor parte del trabajo que hacemos es sobre la conservación de la energía, computadoras y robótica, conservación biomédica y medioambiental, desarrollo de radioisótopos médicos, esa clase de cosas. Mantenemos la seguridad para proteger la propiedad intelectual y el equipamiento médico. También tenemos un reactor de isótropos de alta velocidad.

Laslo Sparks tenía poco más de treinta años pero ya comenzaba a alimentar un vientre prominente. Sus piernas eran cortas y ligeramente arqueadas y el rostro redondo y con marcas de viruela en las mejillas.

Oak Ridge había nacido como el niño maravilla de la segunda guerra mundial, construido en 1943 en sólo tres meses. Mientras miles de seres humanos morían en los campos de batalla de Europa y Asia, Enrico Fermi y sus colegas acababan de conseguir la fisión nuclear en una pista de squash bajo las gradas del estadio de fútbol de la Universidad de Chicago. La misión de Oak Ridge había sido muy sencilla: construir la bomba atómica.

Laslo me condujo a través de un laberinto de calles estrechas. Primero a la derecha. Luego a la izquierda. Izquierda. Derecha. De no ser por su enorme tamaño, aquello parecía un proyecto de apartamentos en el Bronx.

Laslo señaló un edificio de ladrillo oscuro idéntico a montones de otros edificios de ladrillo oscuro. -Aparca aquí -dijo.

Aparqué donde me indicaba y apagué el motor. -Quiero que sepas que agradezco lo que haces teniendo en cuenta que te he avisado con tan poco tiempo. -Tú estabas ahí cuando necesité tu ayuda. Hacía algunos años, Laslo había necesitado huesos para una investigación de antropología para su doctorado y yo le había proporcionado algunas muestras. Desde entonces habíamos seguido en contacto, durante los últimos diez años había trabajado como investigador en Oak Ridge.

Laslo esperó mientras yo sacaba una pequeña nevera del maletero y luego me acompañó al interior del edificio, donde subimos una escalera para llegar a su laboratorio. La habitación era pequeña y carecía de ventanas, cada milímetro de espacio estaba ocupado por mesas metálicas abolladas, ordenadores, impresoras, neveras y un millón de máquinas que brillaban y zumbaban.

Frascos de vidrio, recipientes con agua, instrumentos de acero inoxidable y cajas con guantes de látex se alineaban encima de las mesas, debajo se apilaban cajas de cartón y cubos de plástico. Laslo me llevó hasta su pequeño espacio de trabajo en la parte trasera y cogió mi nevera. Sacó de ella una bolsa de plástico, le quitó la cinta que la cerraba herméticamente y echó un vistazo en su interior.

– Explícame la historia otra vez -dijo, al tiempo que olía el contenido de la bolsa.

Mientras le explicaba mi excursión en compañía de Lucy Crowe, Laslo vertió tierra de la bolsa en un recipiente de vidrio. Luego comenzó a llenar de datos un formulario en blanco.

– ¿Dónde recogiste la muestra?

– En el lugar donde me indicó el perro, debajo del muro y de las piedras que se habían derrumbado. Pensé que ahí la tierra debía estar especialmente protegida.

– Bien hecho. Normalmente un cadáver actúa como una especie de escudo para la tierra, pero las piedras habrían ejercido el mismo efecto.

– ¿La lluvia crea algún problema?

– En un ambiente protegido, las secreciones pesadas y mucoides producidas por la fermentación anaeróbica contribuyen a que la tierra forme una masa compacta, haciendo que los factores diluyentes propios de la lluvia sean insignificantes.

Era como si estuviese leyendo uno de sus artículos en el Journal of Forensic Sciences.

– Por favor, Laslo, en cristiano. Éste no es mi terreno.

– Descubriste la mancha producida por la descomposición.

– En realidad fue mi perro. -Señalé un pequeño frasco de plástico-. La pista me la dieron las crisálidas.

Laslo cogió el recipiente, desenroscó la tapa y depositó varias vainas en la palma de la mano. Cada una parecía un balón de fútbol americano en miniatura.

– De modo que ya se había producido la migración del gusano.

– Eso si la mancha procede de un proceso de descomposición.

Había tenido toda la noche para preocuparme por el descubrimiento de Boyd. Aunque estaba segura de que su olfato y mis instintos no se equivocaban, quería una prueba.

– Las crisálidas de gusano indican claramente la presencia de un cadáver. -Volvió a guardar las vainas en el frasco-. Creo que tu perro hizo un buen hallazgo.

– ¿Puedes determinar si se trataba de un animal?

– La cantidad de ácidos grasos volátiles nos dirá si el cuerpo pesaba más de cincuenta kilos. Muy pocos mamíferos alcanzan ese tamaño.

– ¿Qué me dices de la caza? Un ciervo o un oso pueden superar ese tamaño.

– ¿Encontraste pelos?

Sacudí la cabeza.

– Los animales en descomposición dejan toneladas de pelos. Y huesos, naturalmente.

Cuando un organismo muere, carroñeros, insectos y microbios se interesan inmediatamente por él, algunos se lo comen por fuera, otros por dentro, hasta que el cuerpo queda reducido a los huesos. A este proceso se lo conoce como descomposición.

Ruby hablaría en términos de polvo al polvo, pero el proceso es mucho más complicado que eso.

La masa muscular, que representa entre el 40 y el 50 % del peso de un ser humano, está compuesta de proteína, que a su vez está compuesta de aminoácidos. Al morir, la fermentación de la grasa y la proteína producen ácidos grasos volátiles, o AGV, a través de la acción de las bacterias. En el interior actúan otros microbios. A medida que avanza la putrefacción, los fluidos manan del cuerpo, llevando con ellos los AGV. Los investigadores llaman humores a esta mezcla.

La investigación de Laslo se centraba en el aspecto microbiano, analizaba los componentes orgánicos contenidos en la tierra que había debajo y alrededor de un cuerpo. Años de trabajo han demostrado una correlación entre el proceso de descomposición y la producción de ácidos grasos volátiles.

Observé mientras filtraba la tierra a través de un cedazo de acero inoxidable.

– ¿Qué es lo que buscas exactamente en la tierra?

– No uso tierra sino una solución de tierra.

Mi expresión debió de ser lo bastante elocuente.

– El componente líquido entre las partículas de tierra. Pero primero debo limpiarla.

Pesó la muestra.

– A medida que fluyen los líquidos corporales, la materia orgánica se une a la tierra. No puedo emplear extractores químicos para separarla, porque eso disolvería parcialmente los ácidos grasos volátiles del cuerpo en descomposición.

– Y alteraría sus dimensiones.

– Exacto.

Colocó la tierra en un tubo centrífugo y le añadió agua.

– Utilizo agua desionizada en una proporción de dos a uno.

El tubo giró velozmente durante un minuto para mezclar la solución. Luego Laslo lo metió en una centrifugadora y cerró la tapa.

– La temperatura en el interior se mantiene a cinco grados. Centrifugaré la mezcla durante cuarenta minutos, luego filtraré la muestra para eliminar los microorganismos que puedan haber quedado. Después el proceso es sencillo. Comprobaré el pH, la acidificaré con una solución de ácido fórmico y meteré la muestra en el cromatógrafo de gases.

– A eso llamo yo un curso intensivo.

Laslo terminó de ajustar unos controles, me señaló uno de los escritorios y nos sentamos.

– Muy bien. Como sabes, estoy buscando los productos de la descomposición de músculos y grasa llamados ácidos grasos volátiles. ¿Estás familiarizada con los cuatro estadios de la descomposición?

Los antropólogos y los investigadores forenses clasifican los cadáveres en cuatro estadios: fresco, hinchado, descompuesto o esquelético.

Asentí.

– En un cadáver fresco los cambios en los ácidos grasos volátiles son escasos. En el segundo estadio, un cuerpo se hincha como consecuencia de la fermentación anaeróbica, un proceso que se produce principalmente en los intestinos. Esto hace que la piel se abra y se filtren productos derivados de la fermentación ricos en ácidos butíricos.

– ¿Ácidos butíricos?

– Los ácidos grasos volátiles incluyen cuarenta y un compuestos orgánicos diferentes y el ácido butírico es uno de ellos. Los ácidos butírico, fórmico, acético, propiónico, valeriánico, caproico y heptanoico son detectables en la solución de tierra porque son solubles en agua. Dos de ellos, los ácidos fórmico y acético, son demasiado abundantes en la naturaleza como para resultar significativos en una muestra.

– ¿El ácido fórmico es el que causa dolor por la picadura de las hormigas, verdad?

– Exacto. Los ácidos caproico y heptanoico sólo se encuentran en cantidades significativas durante los meses más fríos del año. Los ácidos propiónico, butírico y valérico son mis preferidos. Son liberados por los cuerpos en descomposición y depositados en soluciones de tierra en proporciones específicas.

Me sentía como si hubiese vuelto a la asignatura de bioquímica.

– Puesto que los ácidos butírico y propiónico se forman por la acción de bacterias anaeróbicas en los intestinos, los niveles son muy elevados durante el estadio de hinchazón.

Asentí.

– Más tarde, durante el estadio de descomposición, las bacterias aeróbicas se unen a la fiesta.

– O sea que en el tercer estadio se produce un incremento en toda la formación de ácidos grasos volátiles.

– Así es. Luego se produce un brusco descenso al comenzar el cuarto estadio.

– No hay carne, no hay bacterias.

– No hay humores. Se acabó la función.

Detrás de nosotros la centrifugadora producía un leve zumbido.

– También he descubierto que todos los valores correspondientes a los ácidos grasos son más elevados justo después de la migración del gusano.

– Cuando las larvas abandonan el cadáver para convertirse en crisálidas.

– Sí. Hasta ese momento la presencia de insectos tiende a restringir el flujo de los líquidos corporales hacia la tierra.

– ¿La transición a crisálida no se produce a aproximadamente cuatrocientos DGA?

DGA significa «días de grados acumulados», una cifra que se calcula sumando las temperaturas medias diarias.

– Con ligeras variaciones. Lo que nos lleva a un punto muy interesante. La producción de ácidos grasos volátiles depende de la temperatura. Por esa razón podemos utilizarla para determinar el tiempo transcurrido desde el momento de la muerte.

– Porque un cadáver producirá la misma proporción de ácidos propiónico, butírico y valérico para cualquier DGA determinada.

– Exactamente. De modo que el perfil de ácido graso volátil puede proporcionar un cálculo del TDM.

TDM es la abreviatura que emplea el investigador para «tiempo desde la muerte».

– ¿Consultaste los datos del Servicio Meteorológico Nacional?

Fue hasta unas estanterías y regresó con una fotocopia.

– Fue un proceso asombrosamente rápido. Normalmente lleva mucho más tiempo. Pero tenemos un pequeño problema. Para obtener un cálculo realmente preciso del TDM necesito tres cosas. Primero, las proporciones específicas de ácido graso.

Señaló la pantalla de un ordenador unido al cromatógrafo de gases.

– Tendremos esos datos en poco tiempo. Segundo, los datos del Servicio Meteorológico Nacional correspondientes al lugar donde fue hallado el cadáver.

Alzó la fotocopia.

– Tercero, información acerca del peso y el estado del cadáver. Y no tienes ningún cuerpo.

Laslo dijo la última frase cantando [9].

– Eres todo un comediante.

– Hay dos variables muy importantes a tener en cuenta: la cantidad de humedad en el suelo y el peso del cuerpo antes de la descomposición. Como todos tenemos una proporción diferente de grasa y tejido muscular, si no tengo un cuerpo, empleo una cifra estándar de setenta y cinco kilos y luego aplico un factor de corrección. Creo que podemos suponer, sin temor a equivocarnos, que tu muerto pesaba entre cincuenta y ciento cincuenta kilos.

– Sí. Pero, al hacer este cálculo, nuestro campo de acción se amplía, ¿verdad?

– Lamentablemente. ¿Intentaste hacer un cálculo empírico?

Considerando que la liberación de ácidos grasos finaliza a 1285 DGA más o menos 110, resulta posible obtener un cálculo aproximado del TDM dividiendo por 1285 la temperatura media diaria del día en que un cadáver es encontrado. Yo había hecho esta operación para Lucy Crowe. Ayer la temperatura media en Bryson City fue de 18 °C, produciendo un TDM máximo de setenta y un días.

– Ésa sería le fecha en la que se habría producido la esqueletización completa del cadáver y no se podrían detectar más ácidos grasos volátiles.

Laslo miró el reloj de pared.

– Veamos la precisión de tu cálculo.

Se levantó, filtró y agitó la muestra de solución de tierra, comprobó su grado de acidez y luego colocó el tubo en el cromatógrafo de gases. Después de cerrar herméticamente la cámara y ajustar los controles se volvió hacia mí.

– Esperaremos unos minutos. ¿Un café?

Cuando regresamos, la pantalla del ordenador mostraba una serie de picos en diferentes colores y una lista de componentes con sus concentraciones.

– Cada curva muestra la concentración de un ácido graso volátil por gramo de peso seco de tierra. Primero introduciré las correcciones para dilución y humedad del suelo.

Pulsó varias teclas.

– Ahora puedo calcular un DGA para cada AGV.

Comenzó con el ácido butírico.

– Setecientos días de grados acumulados.

Realizó nuevos cálculos para cada uno de los ácidos. Con una sola excepción, los días de grados acumulados se incluían en la escala de 675 a 775.

– Ahora utilizaré los datos del Servicio Meteorológico Nacional para determinar los días necesarios para obtener de 675 a 775 días de grados acumulados. Tal vez tengamos que ajustar las cifras más tarde si las lecturas en el lugar donde estaba el cuerpo difieren de las temperaturas registradas oficialmente. En condiciones normales prefiero conocer esos datos con anterioridad, pero no es un problema demasiado grave.

Pulsó otras teclas. Contuve el aliento.

– Entre cuarenta y uno y cuarenta y ocho días. Ésa es tu escala. Según tus cálculos, el proceso de esqueletización completo debería haberse producido en setenta y un días.

– O sea que la muerte se produjo hace entre seis y once semanas.

Asintió.

– Pero no olvides que este intervalo de tiempo se basa en un cálculo aproximado y no en un peso real previo a la muerte.

– Y en el momento en que se produjo la mancha, el cuerpo tenía carne y se descomponía activamente.

Asintió.

– Pero no tengo ningún cuerpo.

– Y nadie cuida de mí [10].


Cuando me marché del laboratorio conduje directamente hasta la oficina de Lucy Crowe. Había dejado de llover, pero grandes nubarrones hinchados de agua se amontonaban sobre las montañas.

Encontré a la sheriff comiendo un bocadillo detrás de su escritorio de la guerra de Secesión. Al verme, se quitó unas migas de la comisura de los labios y luego lanzó el resto del bocadillo y su envoltura a una papelera que había al otro lado de la habitación.

– Dos puntos -dije.

– Canasta limpia. No tocó el borde.

Dejé una fotocopia delante de ella y luego me senté. Crowe estudió detenidamente el perfil de los AGV con los codos apoyados sobre la mesa y los dedos en las sienes. Luego levantó la vista.

– Sé que me explicará esto.

– Ácidos grasos volátiles.

– ¿O sea?

– Un cuerpo se descompuso dentro de ese muro de piedra.

– ¿De quién?

– La proporción de ácidos grasos volátiles sugieren un período de seis a once semanas desde el momento de la muerte. Daniel Wahnetah fue visto por última vez a finales de julio y se informó de su desaparición en agosto. Ahora estamos en octubre. Eche las cuentas.

– Suponiendo que acepto esa premisa, algo que no es necesariamente así, ¿cómo se lo hizo el pie de Wahnetah para llegar hasta el lugar del accidente?

– Si Boyd olfateó la descomposición, también pudieron hacerlo los coyotes. Probablemente arrastraron el pie de debajo de la pared. Hay una parte que se ha derrumbado.

– ¿Y dejaron el resto del cuerpo?

– Probablemente no pudieron desprender nada más.

– ¿Y cómo entró Wahnetah en el patio?

Me encogí de hombros.

– ¿Y cómo murió?

– Ése es trabajo de la oficina del sheriff. Yo me encargo de la parte científica.

Desde el vestíbulo llegaba la voz de Hank Williams cantando The Long-Gone Lonesome Blues.

Las interferencias hacían que pareciera que la música llegaba de otra época.

– ¿Cree que es razón suficiente para conseguir una orden de registro? -pregunté.

La sheriff estudió el papel durante un largo minuto. Finalmente alzó la vista y sus ojos se clavaron en los míos. Luego cogió el teléfono.

Cuando abandoné la oficina de Lucy Crowe caía una ligera llovizna. Los faros de los coches y los carteles de neón titilaban en la penumbra del atardecer. El aire pesado olía como las mofetas.

Fuera de High Ridge House, Boyd estaba en su perrera con el hocico apoyado sobre las patas delanteras, contemplando la lluvia. Alzó la cabeza cuando lo llamé y me miró para indicarme que debería hacer alguna cosa. Al ver que no lo hacía, suspiró ruidosamente y volvió a su antigua posición. Llené su plato de comida y dejé que siguiera reflexionando sobre su mundo inundado de agua.

El interior de la casa estaba en silencio. Subí la escalera al compás del lento tic tac del reloj de Ruby que estaba en el vestíbulo. En las habitaciones no se oía ningún ruido.

Al doblar la esquina del pasillo me sorprendió ver que la puerta de Magnolia estaba ligeramente abierta. La empujé. Y me quedé paralizada.

Habían desvalijado los cajones y la cama estaba deshecha. El maletín estaba abierto y los documentos y las carpetas de cartón estaban desparramados por el suelo.

Mi mente se concentró en una sola palabra.

«¡No! ¡No! ¡No!»

Dejé el bolso en la cama, corrí hasta el armario y abrí las puertas de par en par.

Mi ordenador portátil estaba a salvo en el fondo del mueble, exactamente donde lo había dejado. Lo saqué y lo encendí mientras todo tipo de preguntas cruzaban por mi mente.

«¿Qué había en la habitación? ¿Qué había en la habitación? ¿Qué había en la habitación?»

Hice un rápido inventario mental. Las llaves del coche. Las tarjetas de crédito. La licencia de conducir. El pasaporte. Los llevaba encima.

«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?»

¿Un registro apresurado en busca de objetos de valor o acaso buscaban algo en concreto? ¿Qué había en la habitación que alguien pudiera querer?

«¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?»

Cuando se iluminó la pantalla del ordenador examiné unos cuantos archivos. Todo parecía estar en orden.

Fui al cuarto de baño y me eché agua fría en la cara. Luego cerré los ojos y practiqué un juego infantil que sabía que me tranquilizaría. En silencio canté la letra de la primera canción que me vino a la mente. Honkey Tonk Women.

El intermedio con Mick y los Stones dio resultado. Más tranquila, regresé a la habitación y comencé a juntar los papeles.

Aún estaba ordenando los documentos cuando oí que llamaban a la puerta. Era Andrew Ryan. Llevaba dos helados Dove en la mano derecha.

Los ojos de Ryan barrieron el revoltijo.

– ¿Qué coño ha pasado aquí?

Me limité a mirarle, sin confiar demasiado en mi voz.

– ¿Falta algo?

Tragué con esfuerzo.

– El único objeto de valor era el ordenador y no se lo llevaron.

– Eso descarta el robo.

– A menos que algo o alguien haya interrumpido al intruso.

– Parece como si hubiesen puesto todo patas arriba buscando algo.

– O sólo para asustarme.

«¿Por qué?»

– ¿Un helado? -me ofreció Ryan.

Comimos las barras heladas y consideramos las posibles explicaciones. Ninguna resultaba convincente. Las dos más probables eran alguien que buscaba dinero o alguien que me hacía saber que a él o a ella yo no les importaba nada.

Cuando Ryan se marchó guardé las carpetas que aún quedaban fuera del maletín y fui a llenar la bañera para prepararme un baño caliente. Al descorrer la cortina tuve otro sobresalto.

La figura de cerámica de Ruby que representaba a Annie la Huerfanita estaba en el fondo de la bañera con el rostro aplastado y los miembros destrozados. Sandy colgaba de la ducha con un nudo alrededor del cuello.

De nuevo, mi mente se convirtió en un torbellino y mis manos comenzaron a temblar. Este mensaje no tenía nada que ver con el dinero. Estaba claro que había alguien a quien yo no le importaba absolutamente nada.

De pronto recordé el Volvo. ¿Aquel incidente había sido una amenaza? ¿Esta intrusión en mi habitación era otra? Luché contra el impulso de correr por el pasillo a la habitación de Ryan.

Pensé en las puertas sin llave y en la posibilidad de traer a Boyd dentro de la casa. ¿Entonces quién estaría amenazado?

Una hora más tarde, acostada en la cama y algo más calmada, reflexioné acerca de la fuerza de mi reacción ante la invasión de mi espacio. ¿Había sido la ira o el miedo lo que me había enfurecido de ese modo? ¿Con quién debería estar furiosa? ¿Por qué debería tener miedo?

Tardé mucho tiempo en conciliar el sueño.

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