Charlotte es un caso de enfermedad de personalidad múltiple, la Sibila de las ciudades. El Nuevo Sur está orgulloso de sus rascacielos, del aeropuerto, de la universidad, de los Hornets de la NBA, los Panthers de la NFL y las carreras de coches de la NASCAR. Sede central del Bank of America y el First Union, es el segundo centro financiero más importante del país. También es la sede de la Universidad de Carolina del Norte en Charlotte. Ansia convertirse en una ciudad reconocida mundialmente.
No obstante, Charlotte sigue sintiendo una gran nostalgia del Viejo Sur. El rico sureste está lleno de mansiones imponentes y ordenados bungalow rodeados de azaleas, cerezos silvestres, rododendros, ciclamores y magnolias. Las calles sinuosas, con balancines en los amplios porches delanteros, tienen más árboles por kilómetro cuadrado que cualquier otro barrio del planeta. Al llegar la primavera, Charlotte es un caleidoscopio de rosa, blanco, violeta y rojo. En los meses de otoño el amarillo y el naranja incendian el paisaje. Tiene una iglesia en cada esquina y la gente acude a ellas. La pérdida de los valores cívicos es un tema de conversación permanente, pero las mismas personas que se lamentan de ello no apartan la vista del mercado de valores.
Yo vivo en Sharon Hall, una propiedad de finales de siglo en el elegante y viejo barrio de Myers Park. En un tiempo fue una elegante mansión georgiana, pero Sharon Hall comenzó a deteriorarse en la década de los cincuenta y fue donada a una universidad local. A mediados de los años ochenta un grupo de constructores adquirió la propiedad de dos hectáreas, la restauró y la convirtió en un moderno complejo de apartamentos.
Mientras que la mayoría de los residentes de Hall ocupan la casa principal, o una de sus alas recientemente construidas, mi apartamento es una estructura diminuta situada en la parte oeste de la propiedad. Los documentos indican que el edificio comenzó siendo un anexo de la cochera, pero en ningún registro consta su función original. A falta de un término mejor se lo denomina simplemente el Anexo.
Aunque pequeñas, las dos plantas de mi apartamento son luminosas y soleadas, y el estrecho patio es perfecto para cultivar geranios, una de las pocas especies capaces de sobrevivir a mis conocimientos de horticultura. El Anexo ha sido mi hogar desde mi ruptura matrimonial y se adapta perfectamente a mis necesidades.
El cielo estaba completamente azul cuando pasé a través de las puertas exteriores y rodeé el prado exterior. Las petunias y las caléndulas olían a otoño, su perfume se mezclaba con el aroma de las hojas que comenzaban a secarse. El sol calentaba los ladrillos de los edificios, las aceras y el muro que rodeaba el Hall.
Al llegar al Anexo me sorprendió ver el Porsche de Pete aparcado junto a mi patio, la cabeza de Boyd asomaba por la ventanilla del acompañante. Al verme, el perro irguió las orejas, metió la lengua en la boca y luego volvió a sacarla.
A través de la ventanilla trasera pude ver a Birdie dentro de su canasta de viaje. Mi gato no parecía muy feliz con las condiciones de su transporte.
Cuando aparqué junto al coche de Pete, éste apareció rodeando el edificio.
– Vaya, me alegra encontrarte.
En su rostro había una expresión de ansiedad.
– ¿Qué sucede?
– La fábrica de tejidos de un cliente acaba de incendiarse. Es un caso que seguramente será materia de litigio y debo presentarme allí con algunos expertos antes de que los supuestos inspectores de incendios empiecen a complicar las cosas.
– ¿Dónde es el incendio?
– En Indianápolis. Esperaba que te hicieras cargo de Boyd durante un par de días.
La lengua desapareció y volvió a colgar un segundo después.
– Me marcho a Bryson City.
– A Boyd le encanta la montaña. Será una buena compañía.
– Mírale.
La barbilla de Boyd descansaba ahora en el borde de la ventanilla y la saliva chorreaba por la puerta.
– Sería una protección para ti.
– ¿Tú crees?
– En serio. A Harvey no le gustaban las visitas inesperadas, de modo que entrenó a Boyd para que olfatease a los desconocidos.
– Especialmente los que llevan uniforme.
– El bueno, el malo, el feo, incluso el bello. Boyd no hace distinciones.
– ¿No hay ninguna guardería canina donde puedas dejarlo?
– Está llena. -Echó un vistazo al reloj y luego me obsequió con su mirada de niño que nunca ha roto un plato-. Y mi vuelo sale dentro de una hora.
Pete jamás se había negado cuando yo necesité ayuda con Birdie.
– Vete. Ya se me ocurrirá algo.
– ¿Estás segura?
– Encontraré una guardería.
Pete me apretó los brazos.
– Eres mi heroína.
En el área del gran Charlotte hay veintitrés guarderías caninas. Me llevó una hora confirmar que catorce de ellas estaban al completo, cinco no contestaban, dos no podían alojar a un perro que pesara más de treinta kilos y dos no aceptaban a ningún perro sin una entrevista personal previa.
– ¿Y ahora qué?
Boyd levantó la cabeza y agitó la cola, luego continuó lamiendo el suelo de mi cocina.
Desesperada, hice otra llamada.
Ruby se mostró menos exigente. Por tres dólares diarios el perro sería bien recibido, no era necesaria una entrevista personal.
Mi vecina se hizo cargo de Birdie y el chow-chow y yo nos lanzamos a la carretera.
Halloween tiene sus raíces en el festival pagano de Samhain. Celebrado a principios del invierno y del Año Nuevo celta, Samhain era la época en la que la frontera entre los vivos y los muertos era más fina y los espíritus vagaban por la tierra de los mortales. Los fuegos se extinguían y volvían a encenderse, y la gente se disfrazaba para ahuyentar a los difuntos hostiles.
Aunque todavía faltaban dos semanas para esa celebración, los residentes de Bryson City se la tomaban muy en serio. Por todas partes se veían murciélagos, arañas y demonios. En los prados delanteros se habían instalado espantapájaros y tumbas. De los árboles y lámparas de los porches colgaban esqueletos, gatos negros, brujas y fantasmas. En todas las ventanas del pueblo había una calabaza ahuecada en forma de cabeza con una vela encendida en su interior. Un par de coches lucían unas reproducciones bastante realistas de pies humanos saliendo de los maleteros. Un buen momento para deshacerse realmente de un cadáver, pensé.
A las cinco había instalado a Boyd en una especie de corral que había en la parte trasera de High Ridge House y a mí misma en la habitación Magnolia. Luego me dirigí al cuartel general del sheriff.
Lucy Crowe hablaba por teléfono cuando me presenté en su oficina. Me hizo señas para que entrase y me senté en una de las dos sillas. El escritorio ocupaba la mayor parte del espacio disponible y parecía una pieza de mobiliario sobre la cual un general de la Confederación podría haber redactado órdenes militares. El sillón también era antiguo, de cuero marrón tachonado, el relleno escapaba a través de un corte en el brazo izquierdo.
– Bonito escritorio -dije cuando colgó.
– Creo que es madera de fresno. -El color azul de sus ojos era tan asombroso como durante nuestro primer encuentro-. Es obra del abuelo de mi antecesor.
Se reclinó en el sillón y el asiento crujió musicalmente.
– Explíqueme qué es lo que me he perdido.
– Dicen que ha perjudicado la investigación.
– A veces uno tiene mala prensa.
Su cabeza asintió levemente.
– ¿Qué ha descubierto?
– Ese pie caminaba sobre la tierra desde hace al menos sesenta y cinco años. Nadie en el avión tenía ese privilegio. Necesito establecer que ese pie no formaba parte de las pruebas del accidente aéreo.
La sheriff abrió una carpeta y esparció su contenido sobre el gastado papel secante.
– Tengo a tres personas desaparecidas. Tenía cuatro, pero una de ellas ha aparecido.
– Siga.
– Jeremiah Mitchell, negro, setenta y dos años. Desapareció de Waynesville hace ocho meses. Según los clientes habituales del Mighty High Tap, Mitchell abandonó el bar alrededor de la medianoche para comprar alcohol de contrabando. Eso ocurrió el quince de febrero. El vecino de Mitchell informó de su desaparición diez días más tarde. No se le ha vuelto a ver el pelo desde entonces.
– ¿No tiene familia?
– Aparentemente no. Mitchell era un tío solitario.
– ¿Por qué estaba preocupado su vecino?
– Mitchell tenía su hacha y el tío quería recuperarla. Fue a su casa varias veces, al final se cansó de esperar y fue a ver si Mitchell estaba en la comisaría. No estaba allí, de modo que el vecino rellenó un impreso de Persona Desaparecida, pensando que una búsqueda policial le obligaría a aparecer.
– Y a su hacha.
– Un hombre no es nada sin sus herramientas.
– ¿Altura?
Recorrió con el índice uno de los papeles.
– Metro setenta y cinco.
– Coincide. ¿Conducía algún vehículo?
– Mitchell era un alcohólico, iba andando a todas partes. Los que le conocían piensan que se perdió y murió a la intemperie.
– ¿Quién más?
– George Adair. -Leyó otro informe-. Blanco, sesenta y siete años. Vivía cerca de Unahala, desapareció hace dos semanas. Su esposa dijo que se fue de pesca con un amigo y nunca regresó.
– ¿Cuál es la explicación de su amigo?
– Una mañana se despertó y Adair no estaba en la tienda. Esperó un día, luego recogió las cosas y regresó a casa.
– ¿Dónde ocurrió esta excursión de pesca fatal?
– En Little Tennessee. -Hizo girar el sillón y señaló un punto en el mapa de la pared que había detrás de ella-. En las montañas Unahala.
– ¿Dónde está Nantahala?
Su dedo se movió una fracción hacia el nordeste.
– ¿Y dónde está el lugar del accidente?
Su dedo apenas si se movió.
– ¿Quién es el concursante número tres?
Cuando se volvió, el sillón entonó otra melodía.
– Daniel Wahnetah, sesenta y nueve años, indio cherokee de la reserva de la zona. No apareció en la celebración del cumpleaños de su nieto el veintisiete de julio. Su familia denunció su desaparición el veintiséis de agosto cuando tampoco se presentó a su propia fiesta. -Sus ojos recorrieron el documento-. No hay datos de su altura.
– ¿La familia esperó un mes antes de informar de su desaparición?
– Excepto durante los meses de invierno, Daniel pasa la mayor parte del año en los bosques. Tiene varios campamentos, trabaja en un circuito de caza y pesca.
Volvió a reclinarse en el viejo sillón y el mueble chirrió una melodía que no pude reconocer.
– Parece la Coalición del Arco Iris del reverendo Jesse Jackson. Si es uno de estos sujetos, únase a la carrera y encontrará a su hombre.
– ¿Eso es todo?
– Por estos parajes la gente no se mueve mucho. Les gusta la idea de morir en sus camas.
– Averigüe si alguno de estos tíos tenía problemas en los pies. O si dejaron zapatos en casa. Las huellas de las suelas podrían ser muy útiles. Y comience a considerar la posibilidad del ADN. Cabello. Dientes extraídos. Incluso un cepillo de dientes podría ser una buena fuente de información si no ha sido limpiado o vuelto a utilizar. Si la víctima no ha dejado nada podríamos trabajar con una muestra comparativa de un pariente de sangre.
El sillón produjo otra nota.
– Y sea discreta. Si el resto del cuerpo aún está ahí fuera y alguien es el responsable, no queremos darle ninguna pista para que acaben el trabajo que empezaron los coyotes.
– No había pensado en eso -dijo con voz grave.
– Lo siento.
Nuevamente el movimiento de cabeza.
– Sheriff, ¿sabe quién es el dueño de una propiedad que se encuentra a medio kilómetro al oeste del lugar donde se estrelló el avión? ¿Una casa con un jardín amurallado?
Crowe me miró fijamente, los ojos como canicas verde pálido.
– Nací en estas montañas y hace siete años que trabajo como sheriff. Hasta que usted llegó no sabía que en aquel valle hubiese otra cosa que pinos.
– Supongo que no podríamos conseguir una orden y echar un vistazo dentro de la casa.
– No lo suponga.
– ¿No le parece extraño que nadie sepa nada de ese lugar?
– Por aquí la gente es muy reservada.
– Y mueren en sus camas.
Cuando regresé a High Ridge House, llevé a Boyd a dar un largo paseo. O mejor dicho, él me llevó a mí. El chow-chow estaba excitado y olisqueaba y bautizaba todas y cada una de las plantas y piedras del camino. Me deleité con la vista desde la ladera de la colina, impresionada por la cadena de montañas que se extendía hacia el horizonte como un paisaje de Monet. El aire era frío y húmedo, olía a pino y tierra negra y vestigios de humo. Los árboles escuchaban el trino de los pájaros que se preparaban para la noche.
El paseo colina arriba fue otra historia. Boyd, con su entusiasmo intacto, continuaba tirando de la correa como Colmillo Blanco tiraba del trineo a través del Ártico. Cuando llegamos a su redil, mi brazo derecho estaba muerto y me dolían las pantorrillas.
Estaba cerrando la puerta cuando oí la voz de Ryan.
– ¿Quién es tu amigo?
– Boyd. Y es tremendamente arisco. -Aún estaba sin aliento y las palabras salieron entrecortadamente de mi boca.
– ¿Te estás entrenando para travesías extremas con perros?
– Buenas noches, chico -le dije al perro.
Boyd se concentró en masticar ruidosamente unas pequeñas pelotillas marrones que parecían carne petrificada.
– ¿Hablas con los perros pero no con tu viejo compañero?
Me volví y le miré.
– ¿Cómo te va, colega?
– Ni se te ocurra rascarme las orejas. Estoy bien. ¿Y tú?
– Excelente. Nunca fuimos compañeros.
– ¿Has resuelto esa cuestión de la edad?
– Estaba en lo cierto.
Comprobé la cerradura del refugio de Boyd y luego volví a mirar a Ryan.
– La sheriff Crowe tiene a tres personas mayores desaparecidas. ¿Alguna noticia del Motel Bates [6]?
– Nada. Nadie conoce ese lugar. Si alguien lo está usando, debe entrar y salir sin que le vean. Eso o nadie quiere hablar de ello.
– Examinaré los registros de impuestos tan pronto como abra el tribunal mañana por la mañana. Crowe seguirá investigando a esas personas desaparecidas.
– Mañana es sábado.
– Mierda.
Evité el impulso de golpearme la frente.
Preocupada por el hecho de que Larke me hubiese despedido, había perdido la noción del tiempo. Los edificios del gobierno cierran los fines de semana.
– Mierda -repetí para acentuar mi decepción, y me dirigí hacia la casa. Ryan echó a andar a mi lado.
– La reunión informativa de hoy fue muy interesante.
– ¿Ah, sí?
– El NTSB ha recopilado unos datos sobre daños preliminares. Pásate mañana por el cuartel general y te los daré.
– ¿Mi presencia no te causará problemas?
– Puedes llamarme chiflado.
La investigación había cubierto gran parte del área de Bryson City. En Big Laurel, el trabajo continuaba en el centro de mando del NTSB y en el depósito provisional instalado en el lugar del accidente. El proceso de identificación de las víctimas se realizaba en el depósito del Departamento de Bomberos de Alarka, y en el Sleep Inn del Veterans Boulevard se había instalado un centro de asistencia a los familiares.
Además, el gobierno federal había alquilado un gran espacio en el Departamento de Bomberos de Bryson City y había asignado espacios al FBI, NTSB, ATF y otras organizaciones. A la mañana siguiente, a las diez en punto, Ryan y yo estábamos sentados ante un ordenador en uno de los diminutos despachos que llenaban la planta superior del edificio. Estábamos entre Jeff Lowery, del grupo del NTSB encargado de la documentación del interior de la cabina, y Susan Katzenberg, del grupo de estructuras.
Mientras Katzenberg explicaba el diagrama preliminar de los restos terrestres realizado por su grupo, yo me mantenía ojo avizor ante la eventual presencia de Larke Tyrell. Aunque me encontraba acompañada por los agentes federales, y no estaba violando el destierro al que me había enviado Tyrell, no quería una confrontación.
– Aquí está el triángulo que delimita el área con los restos del accidente. El centro se encuentra en el lugar del choque del aparato contra el suelo, luego el rastro se extiende a lo largo de la trayectoria de vuelo durante casi ocho kilómetros. Esta estimación se basa en un descenso parabólico desde una altitud de ocho mil metros a aproximadamente siete kilómetros por minuto hasta una caída vertical.
– He examinado cuerpos que fueron recuperados a más de dos kilómetros de distancia del campo de restos principal -dije.
– La presión abrió el casco en el aire, permitiendo que los cuerpos cayeran en pleno vuelo.
– ¿Dónde estaban las grabadoras de vuelo? -pregunté.
– Se encontraron junto a piezas del fuselaje de popa, aproximadamente a mitad de camino de la zona principal de la colisión contra el suelo. -Katzenberg señaló la pantalla-. En el F-100, las grabadoras están colocadas en el fuselaje despresurizado de popa, detrás de la zona presurizada. Dejaron de funcionar prematuramente cuando algo voló esa parte del aparato.
– ¿O sea que el modelo de distribución de los restos coincide con una secuencia de desintegración en el aire?
– Sí. Cualquier objeto que carezca de alas, es decir, sin una generación de elevación aerodinámica, cae describiendo una trayectoria balística, la parte más pesada se desplaza horizontalmente a mayor velocidad.
Katzenberg indicó un grupo numeroso de objetos y luego movió el dedo a lo largo de la zona de los restos.
– Los primeros restos en tierra serían los correspondientes a materiales pequeños y ligeros.
Se apartó de la pantalla del ordenador y se volvió hacia nosotros.
– Espero que les sirva de ayuda. Ahora debo irme pitando.
Cuando se hubo marchado, Lowery tomó la palabra. El brillo del monitor acentuó las arrugas de su rostro cuando se inclinó sobre el teclado. Pulsó algunas teclas y un nuevo diagrama ocupó la pantalla, parecido a una pintura de Seurat en colores primarios.
– En primer lugar, establecimos una serie de pautas generales para describir el estado de las filas de asientos y los asientos recuperados.
Señaló unos colores en el diagrama.
– Los asientos que habían sufrido daños mínimos están marcados en azul claro, aquellos con un daño moderado en azul oscuro y los asientos muy dañados en verde. Los asientos clasificados como «destruidos» se muestran en amarillo, aquellos clasificados como «fragmentados» están señalados en rojo.
– ¿Qué significan las categorías? -pregunté.
– Azul claro significa que las patas, el respaldo, las sujeciones y los brazos están intactos, al igual que el mecanismo del cinturón de seguridad. Azul oscuro significa que se ha producido una deformación menor en uno o más de esos componentes. Verde significa que hay roturas y deformaciones. Amarillo indica un asiento con, al menos, dos de sus cinco componentes rotos o desaparecidos, y el color rojo indica daños en tres o más de los componentes del asiento.
El diagrama mostraba el interior de un avión con lavabos, cocinas y armarios detrás de la cabina de los pilotos, ocho asientos en primera clase y dieciocho filas en clase turista, dobles en el lado de babor y triples en el lado de estribor. Detrás de la última fila, que era doble a ambos lados del pasillo, había otro grupo de cocinas y lavabos.
Hasta un niño hubiese podido interpretar el diseño. Los colores cambiaban de azul frío a rojo brillante a medida que se extendían desde la cabina hasta la cola, indicando que los asientos más próximos a la cabina de los pilotos estaban intactos en su gran mayoría, los de la zona central de la cabina de pasajeros estaban más dañados y los que se encontraban detrás de las alas estaban prácticamente destrozados. La mayor concentración de rojo ocupaba la zona posterior izquierda del avión.
Lowery pulsó algunas teclas y en la pantalla apareció un nuevo diagrama.
– Este diagrama muestra en qué asiento estaba cada pasajero, aunque, como el avión no estaba lleno es posible que la gente se hubiera cambiado de asiento. La grabadora de voz de la cabina de los pilotos indica que el capitán no había apagado la señal de «Ajustar el cinturón de seguridad», de modo que la mayoría de los pasajeros debía de estar sentada con los cinturones de seguridad abrochados. La grabadora de voz indica también que el capitán había autorizado a las azafatas y sobrecargos que iniciaran el servicio de cabina, de modo que podían estar en cualquier punto del avión.
– ¿Podrá llegar a determinar quién estaba sentado y quién no?
– Los asientos recuperados serán examinados en busca de evidencias de sujeción del cinturón, cosas como carga del cinturón, cortes y deformaciones relacionadas con el ocupante. Con los datos obtenidos por el grupo médico-antropológico intentaremos relacionar los daños en los asientos con la fragmentación de los cuerpos.
Yo escuchaba atentamente las explicaciones, sabía que los cuerpos serían clasificados, del mismo modo que habían hecho con los asientos. Verde: cuerpo intacto. Amarillo: cabeza aplastada o pérdida de una de las extremidades. Azul: pérdida de dos extremidades con o sin cabeza aplastada. Rojo: pérdida de tres o más extremidades o corte transversal completo del cuerpo.
– El informe de la autopsia también mostrará en qué lugar de la cabina estaban sentados los pasajeros que tienen materiales incrustados, quemaduras térmicas o quemaduras químicas -continuó Lowery-. También intentaremos establecer una correlación entre modelos de heridas del lado derecho con las del lado izquierdo y deformaciones de los asientos de la derecha y de la izquierda.
– ¿Y qué información obtendrá de ello? -preguntó Ryan.
– Un alto grado de correlación sugeriría que los pasajeros permanecieron sentados durante la mayor parte de la caída del aparato. Una correlación pobre significaría que no se encontraban en los asientos que tenían asignados o bien que fueron separados violentamente de sus asientos en los primeros momentos de la caída.
Sentí un escalofrío al pensar en los terroríficos momentos finales de esos pasajeros.
– Los médicos también nos suministrarán datos sobre heridas anteriores y posteriores, que nos ayudarán a relacionar la deformación de los asientos de proa con la de los de popa.
– ¿Por qué? -preguntó Ryan.
– Se supone que el movimiento hacia adelante del avión, combinado con el efecto protector del asiento en la espalda del ocupante, provoca heridas predominantemente anteriores.
– A menos que el pasajero sea separado del asiento.
– Exacto. Además, en los accidentes frontales, los asientos orientados hacia delante se deforman en esa dirección. En las explosiones que se producen en el aire, es posible que no se repita esa pauta ya que algunas partes del aparato pueden haberse desintegrado antes del impacto.
– ¿Y?
– De los asientos recuperados hasta el momento, más del setenta por ciento muestran una deformación apreciable en dirección proa-popa. De ellos, menos del cuarenta por ciento presentaban deformaciones en dirección frontal.
– Lo que significa la destrucción durante el vuelo.
– Sin ninguna duda. El grupo de Susan aún está estudiando la forma en que se produjo la desintegración. Tratarán de reconstruir la secuencia exacta del fallo, pero está meridianamente claro que se produjo un suceso súbito y catastrófico en el aire. Eso significa que partes del fuselaje cayeron a tierra antes del impacto del avión contra el suelo. Me sorprende que no haya una mayor variación entre las diferentes secciones, pero estas cosas nunca siguen el manual. Lo que está claro es que los asientos en cada sección muestran una carga de impacto casi idéntica.
Pulsó unas teclas y el diagrama original ocupó la pantalla.
– Y hay pocas dudas en cuanto al lugar donde se produjo la explosión.
Lowery señaló la concentración de rojo brillante en la parte posterior izquierda de la cabina de pasajeros.
– Una explosión no significa necesariamente una bomba.
Nos giramos y vimos que Magnus Jackson estaba en la entrada del despacho. Me miró largamente pero, no dijo nada. La pantalla brillaba como un arco iris a nuestras espaldas.
– La hipótesis del misil ha cobrado protagonismo -dijo Magnus.
Todos nos quedamos esperando.
– Ahora hay tres testigos que afirman haber visto un objeto disparado hacia el cielo.
– He hablado con los reverendos Claiborrie y Bowman y he calculado que juntos tienen el cociente intelectual de un gusano lanudo -dijo Ryan mientras apoyaba un brazo en el respaldo de la silla.
Me pregunté cómo era posible que Ryan supiese nada acerca de los gusanos lanudos pero no dije nada.
– Los tres testigos dan horas y descripciones que son prácticamente idénticas.
– Como sus códigos genéticos -se mofó Ryan.
– ¿Cree que esos testigos se someterían voluntariamente al detector de mentiras? -pregunté.
– Esos tíos probablemente piensan que un microondas les freirá los genitales -dijo Ryan.
Jackson esbozó una sonrisa, pero las bromas de Ryan comenzaban a ponerme nerviosa.
– Tiene razón -dijo Jackson-. En las zonas rurales existe una saludable reticencia ante la autoridad y la ciencia. Los testigos se niegan a someterse al detector con el argumento de que el gobierno podría utilizar la tecnología para alterar sus cerebros.
– ¿Mejorarlos?
Jackson sonrió. Luego el investigador a cargo del caso volvió a mirarme fijamente y se marchó sin añadir comentario alguno.
– ¿Podemos volver al diagrama de los asientos? -pregunté.
Lowery volvió a pulsar una serie de teclas y el diagrama reapareció en la pantalla.
– ¿Puede superponer a ese diagrama el de los daños sufridos por los asientos?
Los dedos de Lowery se movieron sobre el teclado y apareció el Seurat.
– ¿Dónde estaba sentada Martha Simington?
Lowery señaló la primera fila de primera clase:
– Uno A.
Azul claro.
– ¿Y el estudiante de intercambio de Sri Lanka?
– Anurudha Mahendran, Doce F, justo delante del ala derecha.
Azul oscuro.
– ¿Dónde se sentaban Jean Bertrand y Rémi Petricelli?
El dedo de Lowery se movió hasta la última fila a la izquierda.
– Veintitrés A y B.
Rojo brillante.
Justo en el lugar de la explosión.