MURIÓ AL AMANECER. Retornó al lado del sol. Es ahora compañero del águila, un quauhtecatl, compañero del astro. Dentro de cuatro años retornará tenue y resplandeciente hutzilin, colibrí, a volar de flor en flor en el aire tibio.
El maíz y las plantas nacen en el oeste, en Tamonchan, jardín de las diosas terrestres de la vida. Después hacen el largo viaje de la germinación bajo la tierra. Los dioses de la lluvia; Quiote, Tláloc, Chaac, los guían y alientan para que no pierdan el rumbo y surjan otra vez en oriente, en la región del sol naciente, de la juventud y la abundancia, el país rojo de la aurora donde se escucha el canto del pájaro quetzalcoxcoxtli. Ni hombre, ni naturaleza, están condenados a la muerte eterna. La muerte y la vida son sólo las dos caras de la Luna; una clara, otra oscura.
La vida brota de la muerte como la pequeña planta del grano de maíz, que se descompone en el seno de la tierra y nace para alimentarnos.
Todo cambia. Todo se transforma.
El espíritu de Felipe sopló viento en mis ramas. Ahora él sabe que yo existo; que velo desde la sangre de Lavinia los designios escritos en la memoria del futuro. Él la mirará desde el cortejo de astros que siguen al Sol hasta llegar al cénit. No la perderá de vista. Me lanzará su calor para que yo la sostenga.
La sangre de Lavinia bulle igual que un colmenar enardecido. Su llanto hubo de contenerse con rocas y el dolor transformarse en lanzas desenvainadas, igual que el dolor de Yarince ante mi cuerpo yerto.
Dos hombres afanados de angustia recogieron el cuerpo del guerrero caído. Lo vistieron con ropas limpias. Vendaron sus profundas heridas. Se lo llevaron cargado. Parecían llevar un hombre borracho de puique.
Flor la llevó a una habitación pequeña, ocupada por dos colchones delgados y largos sobre el suelo. Le dijo que tratara de descansar un rato mientras avisaba a los demás lo sucedido.
Al poco rato, Lavinia escuchó afuera murmullos de voces, sonidos de gente moviéndose. Después un silencio y la voz de Flor diciendo algo sobre Felipe. No podía distinguir las palabras. De vez en cuando oía distintamente el nombre de Felipe. Lo demás era ininteligible. Miró las paredes verdosas de la habitación, ruinosas y descascaradas. Hacía frío. Se apretó el cuerpo con los brazos. Ya no lloraba. Había caído más bien en un estado de estupor. No sabía si estaba viviendo en la realidad o en un tiempo distorsionado por el dolor y la muerte.
Flor retornó llevando en la mano un pocilio metálico, café con leche, y un pedazo de pan engrasado con mantequilla.
– ¿No querés desayunar un poco? -dijo-. Te va hacer bien. Lo puso en el piso, cerca de ella y se sentó en la otra colchoneta.
– Me parece mentira -dijo Flor, hablando como para sí misma-. Casi no puedo creer que Felipe haya muerto. Me sucede últimamente. No puedo creer en la muerte de los compañeros. No reacciono. No sé si algún día de estos voy a empezar a llorar sin poder detenerme. Llorar por los que no he llorado. Decimos que uno se acostumbra a aceptar la muerte como parte de este oficio. A verla de frente, sin bajarle la vista. A verla con naturalidad. Pienso que, más bien, lo que sucede es que la negamos. No la podemos aceptar. Simplemente la rechazamos. Seguimos esperando ver vivos a los compañeros. Pensamos que el día del triunfo los encontraremos a todos, que allí nos daremos cuenta que no habían muerto, que estaban escondidos en alguna parte…
Lavinia apoyaba la cara en las rodillas, se las abrazaba, moviendo las manos nerviosamente.
– ¿Y se te murió a vos sólita? ¿Estabas sola con él?
– Sí -dijo Lavinia-. Cuando lo vi, pensé que se moría de un momento al otro, pero después, cuando estábamos hablando, me negué a aceptar que pudiera morir. Todavía cuando llegó Adrián y me lo dijo, no lo creí.
"Más tarde, incluso, entré al cuarto a ver si había cambiado de posición, si se había movido. Pero nada…
– ¿Y él te explicó que la acción es hoy, en la casa de Vela?
– Sí. Me dijo que debía tomar su lugar; que me lo debía porque era él quien se había opuesto a mi participación. "Sos valiente", me dijo, "podés hacerlo. No aceptes que te digan que no."
– ¿Pero te das cuenta que es difícil incorporarte ahora?, los compañeros del comando nos hemos pasado dos meses entrenando, reconcentrados, haciendo simulacros…
– Pero yo conozco la casa mejor que nadie. Yo he estado allí, ustedes no. Yo la diseñé.
– Pero eso no es todo, Lavinia. Nosotros conocemos bien los planos.
– Sí, yo sé. Yo le di un juego de planos a Felipe, pero después se hicieron varios cambios…
– Pero no se cambió lo básico…
– No, pero se hicieron algunos cambios. Yo puedo ser útil. No es lo mismo ver un plano que haber estado allí.
Tenía razón, accedió Flor, pero debían esperar a Sebastián. Se quedaron en silencio.
– Ya te sentís un poco mejor, ¿verdad? -dijo Flor.
– No sé. No sé ni como me siento. Me parece que nada de lo que está sucediendo es real.
– Tenés que ser fuerte -dijo Flor-, sobre todo si querés participar en la acción. Sebastián no te puede ver así, tan decaída. Tenés que hacer un esfuerzo para recomponerte, para dejar de estar con la mirada perdida, sonámbula. Tenés que hacerlo. Hacelo por Felipe. Él lo esperaría de vos.
– Es triste que, hasta el final, no reconoció que yo podía participar, ¿verdad? Es triste.
Lavinia se alisó el pelo con las manos. Se arregló la camiseta dentro del pantalón. Flor tenía razón. Debía sobreponerse a su dolor si quería participar. Acercó el pocilio de café con leche y empezó a dar pequeños sorbos y a mordisquear el pan.
Silenciosamente, Flor la miró.
– Hubiera sido más triste que nunca lo reconociera… -dijo Flor, después de una larga pausa-. Lavinia -añadió, adoptando un tono solemne-, Felipe tenía sus problemas. Vos, mejor que nadie los conocías. Pero el Movimiento considera que vos has demostrado coraje y disposición. Recientemente acordamos otorgarte la militancia. Se te iba a informar después de la acción, pero creo que es importante que lo sepas ahora. Yo también quería decirte que, suceda lo que suceda, podés contar conmigo. Yo te quiero mucho, te quiero como a una hermana. Sé que estás pasando momentos difíciles, pero tengo confianza que vas a salir de esta situación fortalecida. Yo que te he visto superar tus dudas e inquietudes, sé que tengo razones para confiar en vos, razones para respetarte. Optaste por unirte a nosotros, arriesgarlo todo, poner tu vida en la línea de fuego. Eso tiene su valor y yo te prometo que voy a luchar porque se te permita participar por tus propios méritos. No porque Felipe te lo pidió, sino porque vos lo mereces.
Se abrazaron apretadamente. Las dos lloraron lágrimas calladas sin estridencia de sollozos. Flor se limpió la cara con el dorso de la mano y salió dejando a Lavinia apaciguada, serena, con una sensación de calor, de paz, en el pecho.
Afuera, los compañeros se preparaban. Todo era excitación. Desde hacía dos meses esperaban este momento. Se habían entrenado cuidadosamente. Ninguno sabía de qué se trataba exactamente. No bien llegara Sebastián se lo explicaría con detalles. Mientras tanto, Flor les dio instrucciones para dejar "limpia" la casa. Quemaban papeles. Guardaban la ropa que no utilizarían en un saco. Revisaban las armas.
Originalmente, el grupo consistía en cuatro mujeres y nueve hombres.
Ahora, con la muerte de Felipe, habría que ver si serían cinco las mujeres que participaran.
Sebastián regresó cuando ella terminaba de darse una ducha. Flor la había llevado a un pequeño cuarto de baño. "El agua está muy fría" le dijo, "pero te hará bien."
Fue como un latigazo el chorro de agua sobre la piel. Agua fría de montaña. La hizo estremecerse, reanimándola. Se paró bajo la ducha, dejando correr el agua por la cara, el pelo largo y espeso. Quería lavar las imágenes terribles de las últimas horas, los ojos abotargados por el llanto. Pero la sensación de agua en las mejillas soltó otra vez las lágrimas; ahora mansas, resignadas. Lágrimas que eran a la vez nostalgia y propósito.
Se volvió a poner su ropa, la chaqueta de azulón de Felipe. Ya no lloraba. No podía llorar más. No cuando tenía que hablar con Sebastián. El sol calentaba ya, pero en esa zona el clima era fresco, especialmente en esta época del año.
Salió a la sala. No vio más que a Sebastián y Flor, inclinados sobre un juego de planos colocados en la mesa de un comedor de aluminio y fórmica.
Sebastián levantó la cabeza, sintiéndola llegar.
– Ya te ves mejor -dijo.
Lavinia sonrió, diciendo que se sentía mejor, el agua la había reanimado. Lo miró tratando de adivinar, en la expresión de los dos, qué pasaría con ella.
– ¿Ya decidieron sobre mi participación? -preguntó, haciendo un esfuerzo para sonar ecuánime.
– Sí -dijo él-. Está aprobada. Vas a participar. Creemos que, en efecto, tu conocimiento de la casa es valioso. Sin embargo, tenemos que darte una preparación acelerada. Contamos con poco tiempo. Diez horas aproximadamente. "Cinco" te va a enseñar a manejar el arma. Vos serás la número "Doce". Yo soy "Cero" y Flor es "Uno". De ahora en adelante, nos llamaremos por número. No debes mencionar nuestros nombres delante de los demás. Dentro de un momento, nos reuniremos todos aquí para revisar los detalles de la operación -había asumido su tono "ejecutivo".
Participaría, pensó Lavinia. La habían aprobado. Por un momento, casi se sintió feliz.
Sebastián estaba tenso. Grave. Esta vez, seguramente, no habría llanto sordo; el ronquido animal y plañidero de aquella noche -lejana ya- de su casa. Esta vez, no había tiempo ni espacio para llorar. Y sin embargo, Lavinia podía sentir el dolor envolviéndolos en un círculo de agudas puntas.
– Gracias -dijo aliviada-. Sólo una cosa más, ¿se arregló lo de Felipe?
– Sí-dijo Sebastián-. Y también localizamos al taxista. Juró que si hubiera sabido que era un operativo del Movimiento, no habría disparado. Dice que nos respeta. Según él, Felipe no dijo nada hasta después. Es extraño. Difícil de creer. De todas formas, ya lo tenemos controlado al hombre. ¡Desgraciado! -musitó el adjetivo, con rabia e impotencia.
¿Cómo sería el hombre que había matado a Felipe?, pensó Lavinia, No sintió odio contra él. No supo qué sintió. Hubiera querido verlo quizás. Pero no tenía importancia. ¿Para qué? ¿De qué serviría ahora? lo cierto es que Felipe había muerto víctima de la violencia del país. La violencia de las calles de tierra, de los borrachos en las cantinas, de las chozas a la orilla de basureros insalubres, la delincuencia, las capturas a medianoche, fotografías de muertos en los periódicos, los FLAT patrullando las calles, hombres de cascos y toscos rostros imperturbables, las tropas élites y sus consignas terribles, la casta, la dinastía de los grandes generales.
Era contra ellos que había que dirigir la ira, el coraje.
Se distrajo. Flor la miraba. La mirada de Flor la hizo reaccionar.
– Vení -dijo Sebastián, indicándole que se acercara a los planos-. Me gustaría que les dieras una última revisada a estos planos.
Se acercó. Recordó la tarde cuando Felipe se los pidió. Los tuvieron que sacar de la oficina sin que nadie se enterara. Fotocopiarlos. No quería prestárselos. Tuvo que vencer otro límite cuando finalmente aceptó. Felipe no había sabido explicarle para qué los necesitaba. "Sólo para tenerlos", le dijo. "Nunca se sabe cuándo serán útiles. Necesitamos recopilar todo cuando podamos. Recordá que cuando fuiste a la oficina de Vela, también te pedimos el croquis."
El blue-print sobre la mesa era exacto. Algunos ligeros cambios se introdujeron a última hora: la pérgola más grande en la terraza, la barbacoa bajo techo; un cuarto de costura… Lo que no estaba en los planos y era importante, era el complicado sistema de cierres y candados que el general mandara a instalar para aislar, durante la noche, los diferentes niveles de la casa. Así lo dispuso para evitar que un presunto ladrón pudiera moverse de uno a otro nivel. Cada nivel podría quedar aislado del resto, mediante una cancela enrejada y candados.
– Eso es muy importante -dijo Sebastián-. Nos preocupaba la posibilidad de acceso desde otros niveles, el tráfico de un nivel al otro.
– Pero no sabemos si el general los va a tener cerrados -dijo Lavinia-. Eso sólo está supuesto a funcionar por la noche, cuando se van a dormir.
– Pero lo podemos hacer funcionar nosotros -dijo Sebastián-cuando tengamos asegurada a la gente en un nivel… ¿Y el patio? ¿Qué me podés decir?
El patio estaba amurallado. No había posibilidades de que alguien se saliera por allí. La casa era una fortaleza.
– ¿Y el truco de la pared que me explicaste? -preguntó Flor, mirando a Lavinia.
Sebastián levantó los ojos. Frunció el ceño intrigado.
– Es aquí -dijo Lavinia, señalando el estudio privado en los planos. El general tiene sus armas en esta habitación, acomodadas en estantes sobre la pared. La pared es giratoria. Si no ven las armas, quiere decir que están al otro lado, ocultas.
– ¿Y cómo es eso? -preguntó Sebastián-. No está en los planos.
– No -dijo Lavinia-. Está en un plano separado.
– Mejor llamas a los demás -indicó Sebastián a Flor-. Vamos a hacer ya la última formación cerrada y a darles todas las instrucciones. Es importante que oigan esto.
Flor desapareció por una escalera que conducía al piso de arriba.
Minutos después, el grupo bajó ordenadamente.
Eran siete hombres y tres mujeres. Lavinia reconoció a Lorenzo y René, los instructores de la escuela militar a la que asistió. No pudo disimular su sorpresa cuando vio, entre ellos, a Pablito, su amigo de infancia, con el que bailó en la fiesta del Social Club, el que dijo trabajar en la recientemente inaugurada Oficina de Investigaciones Sociales del Banco Central. Pablito, el "inofensivo". Según Sara, se había marchado del país a trabajar en un Banco en Panamá. La sorpresa fue mutua. Los dos estuvieron a punto de desatarse cuando comprobaron la incredulidad el uno en la cara del otro. Él le indicó con la mirada que se hiciera la desentendida. Los cuatro hombres restantes le eran desconocidos, al igual que las mujeres. Una de ellas, era pequeña, bien formada, de pelo largo, lacio castaño y ojos almendrados que miraban con una dulzura particular. Había otra, gordita y morena, de expresión simpática. Las otras dos eran serias y un poco adustas, mayores que el resto del grupo. La característica más destacada entre tanta fisonomía diferente era la edad. La mayor parte de los miembros del comando oscilaba entre los veintidós y treinta años, a excepción de dos de las mujeres que estarían en la mitad de su treintena.
Cuando estuvieron todos en la sala, Sebastián dio la voz de mando de "formación". Se formaron en dos filas. Flor le indicó que se alineara como los demás. Se colocó de última. Era la número "doce".
– ¡Firmes! -y todos se envararon, adoptando la posición militar.
– ¡Numerarse de frente a retaguardia! -ordenó Sebastián.
Se inició el conteo. Pablo era el "Nueve"; Rene y Lorenzo eran "Dos" y "Cinco". La muchacha de ojos almendrados, el "Siete", la gordita simpática, el "Ocho"…
– ¡Descansen! -se quedaron, relajados en el mismo lugar.
Sebastián se puso frente al grupo y empezó a hablar. Era tradicional en el Movimiento explicar políticamente cada acción, reiterar su significación. Lavinia, como los demás, guardaba una silenciosa y respetuosa atención a las palabras firmes de Sebastián, que explicaba cómo la Organización había confiado en ellos, en su capacidad, para llevar adelante el operativo "Eureka". Se tenía confianza, decía, en que todos y cada uno sabrían poner en alto el nombre del Movimiento, dando a conocer su vigencia; la lucha en las montañas; la represión y violencia de la dictadura.
Con esa acción, seguía diciendo, se rompería el silencio guardado durante meses en las ciudades, por el Movimiento.
– Uno de los miembros de este comando ha muerto esta madrugada, el número "Dos" -dijo, después de una pausa. Lavinia miró las caras de los demás. La tristeza.
Con sencillez, Sebastián narró las circunstancias de la muerte de Felipe. "Así son los gajes de este oficio…", dijo, Felipe debía vivir entre ellos añadió. La acción honraría su memoria. Se había decidido que llevara su nombre. La muerte de Felipe, la muerte de tantos compañeros, seguía diciendo, los comprometía a hacer realidad los sueños por los cuales ellos habían entregado su vida.
Sebastián se detuvo. Miró al suelo un instante. Alzó la cabeza y dijo con voz alta y gruesa:
– ¡Compañero Felipe Iturbe!
– ¡Presente! -dijeron todos.
Hubo un breve silencio de recogimiento y memoria, en el que Lavinia no pudo visualizar a Felipe muerto, pensando una y otra vez, que todo aquello no estaba sucediendo. Oía el eco del "presente", lejano, terrible, en sus oídos.
Luego Sebastián continuó explicando cómo la violencia no había sido una opción; sino una imposición. El Movimiento luchaba contra esa violencia; la de un sistema injusto, que sólo podría ser cambiado con una lucha larga de todo el pueblo. No se trataba de vender sueños a corto plazo, ni de cambiar personas. Se perseguían cambios mucho más profundos. Nada de ilusiones de fin del régimen que perpetuaran el estado de cosas. Eso había que tenerlo claro, enfatizó, para poder comprender y hacer comprender porqué la acción no se iniciaría sino hasta que el Gran General hubiera abandonado la casa.
El operativo, dijo, era sólo el inicio de otra etapa. Se proponía aliviar la presión a los compañeros de la montaña, aislados y perseguidos hacía meses; abrir otros frentes.
Finalmente explicó las demandas que se harían: la libertad de los presos políticos; la difusión en todos los medios de comunicados explicando a la población los motivos de la acción: los requerimientos innegociables del comando.
Era una operación, dijo, "Patria Libre o Morir". Sin retirada. O salían victoriosos, o morían.
"Vencemos o Morimos" -dijo y luego, en voz alta y resonante, la consigna: "Patria libre… ".
– ¡O Morir! -respondieron todos a coro.
– ¡Rompan filas! -ordenó Sebastián. Estaba visiblemente emocionado. La muerte de Felipe pesaba en el aire, prestaba a los rostros contrastes solemnes.
Debía ser terrible, pensó Lavinia, para ellos, entrar en acción con aquella muerte fresca y tierna en sus memorias. Le costó romper filas, moverse de donde estaba. Se le vino de pronto la enormidad de lo que estaban emprendiendo. Y ella, en medio de todos, novata. Le infundía espanto la idea de cometer alguna torpeza que los pusiera en peligro; crear riesgos en un operativo tan cuidadosamente preparado, tan significativo y determinante para el futuro del Movimiento. La confianza depositada en ella la confortaba, obligándola a vencer dudas y temores fundados en la propia inexperiencia. Tendría que ser capaz, se dijo.
Los compañeros se movieron.
– Ahora haremos un semicírculo alrededor de la mesa. Les voy a explicar los detalles del operativo -dijo Sebastián-. La compañera "Doce" estuvo involucrada en el diseño de la casa -añadió, señalándola a manera de presentación-. Participará con nosotros en el operativo. Ella nos ampliará los detalles sobre el interior.
Los integrantes del comando la miraron atentamente, con camaradería. Una más entre ellos, se paró al lado de Sebastián que hablaba, señalando el plano.
– Revisemos -dijo él, recorriendo con sus dedos las estancias de la casa. "La deben conocer casi mejor que yo", pensó Lavinia, escuchándolo. -La casa tiene una entrada principal. Se puede entrar también por los garajes. En el primer nivel hay tres salas, separadas por jardineras, un hall, el comedor con una escalera para bajar al segundo nivel, un baño para huéspedes y la cocina. En la pared lateral izquierda hay una puerta desde la que se puede entrar por el garaje a la sala…
Miraba el plano casi sin verlo. Sebastián explicaba el segundo nivel, los dormitorios, el cuarto de música, la armería, el cuartito de costura… Perdió el hilo. Recordó los meses de trabajo, absorta sobre la mesa de dibujo diseñando aquella casa. Aquella casa causante de la muerte de Felipe. Felipe no habría muerto si las hermanas Vela no hubiesen llegado aquella tarde lejana en su memoria en que Julián la llamó para que las atendiera. Le pareció verlas de nuevo, a las dos. Recordó sus primeras impresiones sobre Azucena, la señorita Montes. Impresiones que luego la realidad corrigiera para arrojar el perfil frívolo y parasitario de la solterona, ocupada tiempo completo en proteger la comodidad que su hermana le brindaba. La hermana obsesionada con pertenecer a "la sociedad", como llamaba a la gente de nombre y alcurnia… Pensó en el hijo de Vela soñando ser pájaro.
– ¿Cómo dijiste que era el sistema de cancelas? -preguntó Sebastián, trayéndola de regreso a la sala, a los ojos de los compañeros, mirándola.
– Hay dos cancelas enrejadas -dijo Lavinia, aparentando haber estado atenta a toda la explicación-: la primera está en el comedor; la segunda entre el estudio privado y el costurero en el segundo nivel. La primera aisla el área pública de la zona de dormitorios y del área familiar más íntima. La segunda divide ésta del área de servicio. Es previsible que, durante la fiesta, todas las cancelas estén abiertas. Imagino que el general y su mujer, querrán enseñar toda la casa a las visitas.
– ¿Y lo de las armas?
– Las armas están en el estudio de Vela. Al frente de la puerta hay una pared de madera. La pared es giratoria. Él puede tener las armas expuestas u ocultas según lo desee. Si no las ven, será necesario activar el mecanismo que se encuentra situado detrás de un apagador falso a la derecha de la pared. Aquí -dijo y todos se inclinaron-. Para abrir el apagador, se descorre un pequeño cerrojo, y luego se levanta la palanca diminuta que sirve de cierre. Eso libera los paneles. Yo pienso que lo más probable es que durante la fiesta tenga las armas expuestas.
– No sabíamos nada de esto -dijo Lorenzo.
– Nadie sabía -dijo Lavinia-. Ni Felipe…
– ¿Y las instalaciones cerca del jardín, la sauna, el gimnasio y lo demás? -interrumpió, ejecutivo, Sebastián.
– Aquí pueden verlo -dijo Lavinia, señalando el diseño a la orilla de la piscina. Este pabellón tiene dos baños con ducha; dos vestidores; la sauna, un cuarto-gimnasio y, en este espacio que divide los baños y vestidores de la sauna, hay un bar, un espacio social techado.
– Ese lugar era el que no entendíamos -dijo la gordita, número "Ocho".
– Hay un acceso directo, esta vereda empedrada que ven aquí, desde la piscina, tanto al nivel social como al familiar. También esos accesos tienen cancelas y rejas.
– Está bien asegurada la casa… -dijo Pablito, el número "Nueve".
Lavinia continuó explicándoles los accesos, los ambientes. Hablaba con aplomo. Conocía la casa; era su íncubo, su engendro. Los demás la miraban con expresión de respeto.
– ¿Y en el estudio, qué armas hay? ¿Sabes? -preguntó Sebastián, "Cero", jefe de la operación.
– Hay de todo -dijo Lavinia-, rifles, pistolas, subametralladoras -le dolía terriblemente la cabeza.
Flor sacó un papel y explicó que se dividirían en tres escuadras de cuatro compañeros cada una. Una de las escuadras entraría por el frente; la otra por el acceso del servicio, ubicado al lado de la cocina; la última por el garaje. El "Cero" no pertenecía a ninguna escuadra, pues debía comandarlas a todas. Penetraría con la escuadra número dos por la puerta principal.
– Lo más importante -dijo Sebastián- es entrar. El que se quede afuera es hombre muerto. La escuadra dos y yo nos vamos a encargar de sacar las armas del cuarto ese y distribuirlas.
Los jefes de escuadra debían asegurar, una vez dentro, el cierre de cada acceso. La escuadra número uno, la que entraría por la puerta del servicio, debía unirse con la dos, entrando al segundo nivel de la casa; la número tres debía rodear la casa, revisar la orilla de la piscina, recoger a los invitados que se encontraran allí y penetrar por la puerta de acceso del tercer nivel, revisando éste y trasladando al segundo nivel a los invitados y personal de servicio que encontraran. Luego, con las armas que recuperaran, se dividirían en dos escuadras: una para custodiar a los invitados y otra para asegurar la defensa y vigilancia de la residencia. A todos los invitados se les reuniría en el segundo nivel, el más protegido.
Lo más delicado y peligroso era el momento en que descenderían de los vehículos. Sebastián indicó que la escuadra de información estaba ya vigilando la casa. Ellos pasarían, telefónicamente, la información sobre el aparato de seguridad que permaneciera custodiando a otros invitados, una vez que se marchara el Gran General. Se sabía, por fuentes, que asistirían varios embajadores a la fiesta, además de altos miembros de las fuerzas armadas, apellidos "notables" del país y varios miembros de la familia del Gran General.
– Al bajarnos, dispararemos a cualquier cosa que se mueva -dijo Sebastián-. Los ocupantes de los dos primeros vehículos, deben abrirse camino hacia la puerta. Los del tercer vehículo los cubrirán, mientras también se abren camino. Tenemos que entrar lo más rápido posible, en formación de cuña.
– "Cero" -dijo Pablito, el "Nueve" -dirigiéndose a Sebastián-. Desde el principio me ha preocupado que seamos muy pocos para controlar a la cantidad de gente que habrá en esa fiesta…
– Calculamos que mucha gente se irá cuando el Gran General se marche.
– Y mucha gente no va a llegar -añadió Lavinia-. El general Vela no es muy popular socialmente.
– Del Gran General y el número de gente depende el momento en que entraremos en acción. De todas formas no podemos permitir que se nos vayan los "peces gordos" -aclaró "Cero"-. Es muy importante recordar que no deben maltratar, ni disparar contra ningún invitado, a menos de ser atacados. El óptimo resultado es salir de allí con la gente viva. No queremos, no podemos hacer una carnicería. Es fundamental que los rehenes se den cuenta que están tratando con revolucionarios, no con asesinos ni desalmados.
Aunque el comando estaba compenetrado del tipo de acción a realizar, no había conocido sino pocas horas antes, por razones de seguridad, cuál sería el objetivo, la misión específica. Sin embargo, llevaban dos meses, según había dicho Flor, en el entrenamiento, haciendo simulacros, asaltos, conociendo sus armas. Ahora revisaban una y otra vez, detalles y movimientos. Siguieron haciendo preguntas por largo rato, discutiendo, hasta que pareció que todos estaban satisfechos y claros; hasta que se cercioraron de poder visualizar paso a paso, lo que debía suceder.
Entonces Sebastián indicó que se iniciara el "zafarrancho de combate", la fase inmediata previa a entrar en acción.
Flor dio instrucciones al grupo de revisar las mochilas, constatando provisión de medicinas, alimentos enlatados, bicarbonato, baterías, agua… Lo que necesitarían, en caso de asedio prolongado, bombas lacrimógenas, heridas.
También orientó la revisión de las armas, asignadas a cada uno. Dispuso con la compañera que atendía la cocina, una comida ligera, temprano. Era importante haber hecho la digestión cuando entraran en acción o en caso de cualquier herida en el estómago. Eran más peligrosas con el estómago lleno.
Indicó a Lavinia que debía dirigirse a una habitación al fondo con el "Cinco", para recibir instrucciones sobre el uso de su arma, una subametralladora Madzen, vieja y descascarada.
La actividad frenética de la casa, se desarrollaba en orden. Los muchachos revisaban, extendiendo sobre el suelo, la provisión contenida en las mochilas. Sebastián discutía otros detalles de la operación con los jefes de escuadra Flor, el "Dos" y el "Tres".
Eran las doce del día.