McCaleb apagó la televisión cuando el juicio se interrumpió para el almuerzo. No quería escuchar los análisis de los comentaristas. Pensó que el punto ganador se lo había anotado la defensa. Fowkkes había hecho un buen movimiento al comunicar al jurado que él también consideraba ofensiva la vida privada y las costumbres de su cliente. Estaba diciéndoles que si él podía soportarlo, ellos también. Les estaba recordando que lo que se juzgaba era haber acabado con una vida, no cómo uno la vivía.
McCaleb volvió a concentrarse en la preparación de su reunión de esa tarde con Jaye Winston. Había vuelto al barco después de desayunar y había recogido los archivos y los libros. En ese momento, con unas tijeras y un poco de cinta adhesiva, estaba ultimando una presentación con la cual esperaba no sólo impresionar a Winston, sino también convencerla de algo que a él mismo le estaba costando mucho trabajo creer. En cierto modo, preparar la presentación era un ensayo general para organizar el caso. En ese sentido, a McCaleb le parecía muy útil el tiempo empleado en elaborar lo que iba a mostrarle y decirle a Winston. Le permitía ver los agujeros en la lógica y preparar respuestas para las preguntas que sin duda Winston iba a formularle.
Mientras consideraba qué decirle exactamente a Winston, ella lo llamó al móvil.
– Quizá tengamos una pista sobre la lechuza. Puede ser, no estoy segura.
– ¿Cuál es?
– El distribuidor en Middleton, Ohio, cree que sabe de dónde viene. Se trata de un lugar aquí en Carson, llamado Bird Barrier.
– ¿Por qué piensa eso?
– Porque Kart envió por fax fotos de nuestra lechuza, y el hombre con el que trataba en Ohio se fijó en que la parte de debajo de la figura estaba abierta.
– Muy bien, ¿y eso qué significa?
– Bueno, parece ser que los mandan con la base incluida para que puedan llenarlos de arena, así el pájaro se sostiene en pie con el viento y la lluvia.
– Entiendo.
– Bueno, tienen aquí un subdistribuidor que pide las lechuzas con la parte de abajo perforada. Bird Barrier. Los quieren sin la base porque los montan encima de un artilugio que grita.
– ¿Qué quieres decir con que grita?
– Ya sabes, como una lechuza de verdad. Supongo que eso contribuye a que los pájaros se asusten en serio. ¿Sabes cuál es el eslogan de Bird Barrier? Los mejores contra las aguas mayores. Gracioso, ¿no? Es así como contestan el teléfono.
El cerebro de McCaleb iba demasiado deprisa para captar la nota de humor. No se rió.
– ¿Ese sitio está en Carson?
– Sí, cerca de tu puerto. Tengo que ir a una reunión ahora pero voy a pasarme antes de ir a verte. ¿Prefieres que nos encontremos allí? ¿Puedes llegar a tiempo?
– Estaría bien. Allí estaré.
Ella le dio la dirección, que estaba a un cuarto de hora del puerto deportivo de Cabrillo y acordaron encontrarse a las dos. Winston dijo que el presidente de la compañía, un hombre llamado Cameron Riddell había aceptado recibirlos.
– ¿Vas a llevar la lechuza? -preguntó McCaleb.
– ¿Sabes qué, Terry? Hace doce años que soy detective y tengo cerebro desde bastante antes.
– Perdón.
– Nos vemos a las dos.
Tras colgar el teléfono, McCaleb sacó del congelador el tamal que había sobrado y lo cocinó en el microondas. Después lo envolvió en papel de plata y se lo guardó en la bolsa de cuero para comérselo mientras cruzaba la bahía. Fue a ver a su hija, que estaba con su niñera de tiempo parcial, la señora Pérez. Tocó la mejilla del bebé y se fue.
Bird Barrier se hallaba en un barrio comercial y de almacenes mayoristas que se extendía junto al lado este de la autovía 405, justo antes del aeródromo al que estaba amarrado el zeppelín de Goodyear. El zeppelín estaba en su lugar y McCaleb vio que las cuerdas que lo sujetaban se tensaban por la fuerza del viento que soplaba desde el mar. Cuando aparcó en el estacionamiento de Bird Barrier se fijó en un LTD con tapacubos de serie que sabía que tenía que ser de Jaye Winston. No se equivocó. En cuanto entró por la puerta de cristal, vio a la detective sentada en una pequeña sala de espera. A su lado, en el suelo, había un maletín y una caja de cartón cerrada con cinta roja en la que se leía la palabra «Pruebas».
Winston se levantó de inmediato y fue a una ventanilla de recepción, a través de la cual McCaleb vio a un joven sentado con un auricular de telefonista.
– ¿Puede decirle al señor Riddell que estamos los dos aquí?
El joven, que al parecer estaba atendiendo una llamada, le dijo que sí con la cabeza.
Al cabo de unos momentos los condujeron hasta el despacho de Cameron Riddell. McCaleb cargó con la caja. Winston hizo las presentaciones, refiriéndose a McCaleb como su colega. Era cierto, y al mismo tiempo evitaba mencionar el hecho de que carecía de placa.
Riddell, un hombre de aspecto afable de unos treinta y cinco años, parecía ansioso por colaborar en la investigación. Winston se puso unos guantes de látex que sacó del maletín y luego rasgó la cinta con una llave para abrir la caja. Sacó la lechuza y la dejó en el escritorio de Riddell.
– ¿Qué puede decirnos de esto, señor Riddell?
Riddell permaneció de pie detrás de su escritorio y se inclinó para mirar la lechuza.
– {Puedo tocarla?
– ¿Sabe qué? Póngase unos de éstos.
Winston abrió el maletín y sacó otro par de guantes de la caja de cartulina. McCaleb se limitó a mirar, porque había decidido no intervenir a no ser que Winston se lo pidiera o cometiera una omisión obvia durante la entrevista. A Riddell le costó lo suyo ponerse los guantes.
– Lo siento -dijo Winston-. Son de talla mediana. Supongo que la suya es la grande.
Una vez puestos los guantes, Riddell levantó la lechuza con ambas manos y examinó la base inferior. Miró el interior hueco del molde de plástico y luego sostuvo el ave enfrente de él, al parecer examinando los ojos pintados. Luego la dejó en la esquina de su escritorio y volvió a su silla. Se sentó y pulsó un botón del intercomunicador.
– Monique, soy Cameron. ¿Puedes ir al fondo y traer una de las lechuzas que chillan? La necesito ahora.
– Ya voy.
Riddell se sacó los guantes y desentumeció los dedos. Entonces miró a Winston, porque había captado que la importante era ella. Señaló a la lechuza.
– Sí, es una de las nuestras, pero ha sido… No sé qué palabra utilizarían ustedes. Ha sido cambiada, modificada. Nosotros no las vendemos así.
– ¿Le importaría explicarse?
– Bueno, Monique va a traernos una para que puedan verla, pero esencialmente a ésta la han repintado un poco y le han quitado el mecanismo que la hace chillar. También tenemos una etiqueta de la empresa que pegamos aquí en la base, y no está. -Señaló la parte posterior de la base.
– Empecemos con la pintura -dijo Winston-. ¿Qué es lo que han hecho?
Antes de que Riddell respondiera, alguien llamó una sola vez a la puerta y entró una mujer que llevaba una lechuza envuelta en plástico. Riddell le pidió que la dejara en el escritorio y le quitara el plástico. McCaleb advirtió que la mujer hizo una mueca al ver los ojos pintados de negro de la lechuza que había traído Winston. Riddell]e dio las gracias y ella salió del despacho.
McCaleb examinó las dos lechuzas situadas una junto a la otra. La figura de Bird Barrier tenía más colores en las plumas, así corno ojos de plástico con las pupilas bordeadas con un efectista color ámbar. Además, esta nueva lechuza estaba encima de una base de plástico negro.
– Como ven, la lechuza que han traído está repintada -dijo Riddell-, sobre todo los ojos. Al pintarlos encima se pierde gran parte del efecto. Los llaman ojos con reflejo metálico. La capa metálica que lleva el plástico capta la luz y produce una sensación de movimiento.
– Así los pájaros creen que es real.
– Exactamente. Si lo pinta así, eso se pierde.
– No creemos que a la persona que los pintó le preocuparan los pájaros. ¿Qué más ha cambiado?
Riddell sacudió la cabeza.
– Sólo que las plumas han sido oscurecidas un poco. Ya lo ve.
– Sí. Antes ha dicho que le han quitado el mecanismo. ¿Qué mecanismo?
– Nos los traen de Ohio y entonces los pintamos y les ponemos dos mecanismos. Lo que ve aquí es nuestro modelo estándar.
Riddell levantó la lechuza y mostró la parte inferior. La base de plástico negro giró al darle la vuelta a la pieza. Se escuchó un fuerte sonido semejante a un chillido.
– ¿Ha oído el chillido?
– Sí, ya basta, señor Riddell.
– Lo siento. Pero ya ve que la lechuza se asienta en esta base y reacciona al viento. Al girar emite un chillido y suena como un depredador. Funciona bien, siempre que sople el viento. También tenemos un modelo de lujo con un mecanismo electrónico en la base. Contiene un altavoz que emite sonidos grabados de aves de presa como el halcón. No depende del viento.
– ¿Se pueden comprar sin ninguno de los mecanismos?
– Sí, se puede adquirir un recambio que encaja sobre nuestras bases, por si la lechuza se rompe o se pierde. A la intemperie, sobre todo en los puertos, la pintura dura de dos a tres años, después la lechuza puede perder parte de su efectividad. Hay que repintaría o sencillamente comprar otra. La realidad es que el molde es la parte más barata del conjunto.
Winston miró a McCaleb. Él no tenía nada que añadir o preguntar en la línea de interrogatorio que ella estaba siguiendo. Se limitó a asentir y ella se volvió hacia Riddell.
– De acuerdo, creo que nos gustaría saber sí hay alguna forma de seguir la pista a esta lechuza desde este punto a su propietario final.
Riddell miró la lechuza un rato largo, como si la figura fuera capaz de responder la pregunta por sí misma.
– Bueno, eso puede ser difícil. Vendemos varios miles de unidades de este artículo en un año. Lo enviamos a minoristas, y también a través de catálogos de venta por correo o desde nuestro sitio Web en Internet. -Chascó los dedos-. Sin embargo, hay algo que puede reducir bastante la búsqueda.
– ¿ Qué es?
– El año pasado cambiaron el molde en China. Hicieron una investigación y decidieron que los pájaros consideraban a la lechuza gavilana una amenaza mayor que la lechuza común. Cambiaron a éstas.
– No lo estoy siguiendo, señor Riddell.
Levantó un dedo como para decirle que aguardara un momento. Entonces abrió un cajón del escritorio y rebuscó entre unos papeles. Sacó un catálogo y empezó a pasar páginas con rapidez. McCaleb vio que el negocio principal de Bird Barrier no estaba en las lechuzas de plástico, sino en sistemas para ahuyentar pájaros a gran escala, entre los que se incluían los rollos de tela metálica y las púas para colocar en las cornisas. Riddell encontró la página de las lechuzas de plástico y giró el catálogo para que Winston y McCaleb lo vieran.
– Éste es el catálogo del año pasado -dijo-. Ve que la lechuza tenía la cara en forma de corazón. El fabricante cambió el pasado junio, hace unos siete meses. Ahora tenemos estos bichos. -Señaló a las dos lechuzas de la mesa-, La forma del pico también es diferente. El representante de ventas dijo que a este tipo de lechuzas a veces las llamaban lechuzas demoníacas.
Winston miró a McCaleb, que alzó las cejas un instante.
– Así que nos está diciendo que esta lechuza fue pedida o comprada desde junio -dijo la detective a Riddell.
– Más bien desde agosto o quizá septiembre. Cambiaron el molde en junio, pero probablemente no empezamos a recibirlas hasta final de julio. Además, antes venderíamos todas las existencias de cabeza redondeada.
Winston preguntó entonces a Riddell acerca de informes de ventas y averiguó que la información relativa a las ventas por correo y a través de Internet se mantenían registradas por completo y al día en los archivos informáticos de la empresa. En cambio, los puntos de venta de los envíos a grandes almacenes y minoristas de productos para el hogar y los barcos obviamente no se habían registrado. Se volvió al ordenador que tenía en su escritorio y escribió algunas órdenes. Luego giró la pantalla, aunque McCaleb y Winston no estaban en un ángulo que les permitiera verla.
– Muy bien, he pedido las ventas de estos códigos internos desde el uno de agosto -dijo.
– ¿Códigos internos?
– Sí, del modelo estándar y del de lujo y de los moldes de sustitución. Hemos vendido directamente cuatrocientos catorce. También hemos servido otros seiscientos a minoristas.
– Y lo que nos está diciendo es que sólo podemos seguir la pista, al menos a través de usted, a los cuatrocientos catorce.
– Eso es.
– ¿Tiene los nombres de los compradores y las direcciones a las que se enviaron las lechuzas?
– Sí, los tenemos.
– ¿Y está dispuesto a compartir esta información con nosotros sin necesidad de una orden judicial?
Riddell frunció el ceño como si la pregunta fuera completamente absurda.
– Ha dicho que están trabajando en un caso de asesinato, ¿no?
– Exacto.
– No necesitamos una orden judicial, si podemos ayudar, queremos hacerlo.
– Eso es muy refrescante, señor Riddell.
Estaban sentados en el coche de Winston, revisando el material que Riddell había impreso para ellos. La caja de pruebas que contenía la lechuza estaba entre los dos. Había tres listados de ventas: modelos de lujo, estándar y repuestos. McCaleb propuso que empezaran por este último, porque su instinto le decía que la lechuza encontrada en el apartamento de Edward Gunn había sido vendida con el expreso propósito de desempeñar un papel en la escena del crimen, y por tanto no hacía falta ningún mecanismo. Además, la lechuza de repuesto era la más barata.
– Será mejor que encontremos algo aquí-dijo Winston mientras examinaba la lista de compradores del modelo estándar-, porque buscar a los compradores a través de tiendas de Home Depot y otros minoristas va a suponer órdenes judiciales y abogados y…, eh, aquí está el Getty. Encargaron cuatro.
McCaleb miró a Winston y pensó en ello. Finalmente se encogió de hombros y volvió a su lista. Winston también siguió adelante y continuó con su enumeración de las dificultades a las que tendrían que enfrentarse si tenían que recurrir a los minoristas que habían vendido la lechuza gavilana. McCaleb dejó de escucharla cuando llegó al antepenúltimo nombre de su lista. Había reconocido un nombre y siguió con el dedo la línea que detallaba la dirección a la cual habían enviado la lechuza, la forma de pago, el origen de la orden de compra y el nombre de la persona que tenía que recibirla si no era el mismo que el del comprador. Seguramente contuvo el aliento, porque Winston captó su agitación.
– ¿Qué?
– Tengo algo aquí.
Le pasó el listado a ella y señaló la línea.
– Este comprador. Jerome van Aeken. Le enviaron una el día de Nochebuena a la dirección de Gunn. Pagaron mediante un giro postal.
Ella cogió el listado y empezó a leer la información.
– Enviado a la dirección de Sweetzer, pero a Lubbert Das en casa de Edward Gunn. Lubbert Das. Nadie con ese nombre surgió en la investigación. Tampoco recuerdo ese nombre de la lista de residentes del edificio. Llamaré a Rohrshak para ver si Gunn tuvo alguna vez un compañero de piso con ese nombre.
– No te molestes. Lubbert Das nunca vivió allí.
Winston levantó la mirada y miró a McCaleb.
– ¿Conoces a Lubbert Das?
– Algo así.
Las cejas de ella se enarcaron más todavía.
– ¿Algo así? ¿Algo así? ¿Qué me dices de Jerome van Aeken?
McCaleb asintió. Winston dejó caer las hojas en la caja que estaba entre ellos. Miró a McCaleb con una expresión que reflejaba curiosidad y enfado.
– Bueno, Terry, creo que va siendo hora de que empieces a contarme lo que sabes.
McCaleb volvió a asentir y puso la mano en la manija de la puerta.
– ¿ Por qué no vamos a mi barco? Allí podremos hablar.
– ¿ Por qué no hablamos aquí mismo, de una puta vez?
McCaleb trató de sonreír.
– Porque es lo que llamarías una representación audiovisual.
Abrió la puerta y salió, luego se volvió a mirar a Winston.
– Te veo allí, ¿de acuerdo?
Ella negó con la cabeza.
– Más te vale que tengas un buen perfil preparado para mí.
Esta vez fue McCaleb quien sacudió la cabeza.
– Todavía no tengo listo un perfil, Jaye.
– Entonces ¿qué es lo que tienes?
– Un sospechoso.
Cerró la puerta en ese momento y pudo oír las maldiciones sordas mientras se dirigía a su coche. Al cruzar el aparcamiento una sombra lo cubrió a él y a todo lo demás. Levantó la cabeza y vio el zeppelín de Goodyear cruzando por encima, eclipsando totalmente el sol.