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McCaleb permaneció alejado del Following Sea incluso después de que el último detective y técnico forense hubieron terminado su trabajo en el barco. Desde primera hora de la tarde hasta que anocheció, el barco se mantuvo vigilado por periodistas y equipos de televisión. Los disparos producidos a bordo sumados a la detención de Tafero y la inesperada declaración de culpabilidad de David Storey habían convertido el barco en la imagen central de unos acontecimientos que se habían desarrollado con rapidez durante el día. Todos los canales locales y nacionales grababan sus reportajes en el puerto, con el Following Sea y su cinta policial amarilla extendida por la puerta del salón sirviendo de telón de fondo.

McCaleb se escondió durante la mayor parte de la tarde en el barco de Buddy Lockridge, permaneciendo bajo cubierta y poniéndose uno de los sombreros de pescador de Buddy si asomaba la cabeza por la escotilla para ver lo que sucedía fuera. Los dos habían vuelto a hablarse. Poco después de que los agentes del sheriff se fueran, y llegando al puerto antes que los medios de comunicación, McCaleb había buscado a Buddy y se había disculpado por haber pensado que su socio en las excursiones de pesca había filtrado la investigación. Buddy se disculpó a su vez por haber utilizado el Following Sea -y el camarote de McCaleb- como punto de encuentro con masajistas eróticas. McCaleb acordó decirle a Graciela que se había equivocado en que la filtración hubiera surgido de Buddy y también aceptó no mencionar a las masajistas. Buddy había explicado que no quería que Graciela lo tuviera en peor concepto del que probablemente ya lo tenía.

Mientras se escondían en el barco, estuvieron mirando la tele de doce pulgadas y permanecieron al corriente de los acontecimientos del día. Channel 9, que había estado cubriendo en directo el juicio de Storey, seguía siendo la cadena más informada, con noticias en directo desde el juzgado de Van Nuys y el Star Center del sheriff.

McCaleb se había quedado asombrado y sobrecogido por los sucesos del día. David Storey, de repente, se había declarado culpable en Van Nuys de dos asesinatos, al tiempo que era acusado en el tribunal central de Los Ángeles de conspiración en el caso Gunn. El director de cine había evitado la pena capital en los primeros casos, pero todavía podía enfrentarse a ella en el caso Gunn si no llegaba a algún otro acuerdo con los fiscales.

Jaye Winston había sido la protagonista de la conferencia de prensa televisada desde el Star Center. Ella respondió las preguntas de los periodistas después de que el sheriff, flanqueado por los mandamases del Departamento de Policía de Los Ángeles y el FBI, leyera una declaración anunciando los sucesos del día desde el punto de vista de la investigación. El nombre de McCaleb se mencionó en numerosas ocasiones en la explicación de la investigación y el tiroteo subsiguiente a bordo del Following Sea. Winston también lo mencionó al final de la conferencia de prensa, cuando le expresó su agradecimiento, diciendo que había sido su trabajo voluntario en el caso lo que había permitido resolverlo.

Bosch también fue mencionado y destacado, pero no participó en las conferencias de prensa. Después de los veredictos de culpabilidad de Storey en Van Nuys, Bosch y los letrados involucrados en el caso fueron empujados por la multitud hasta las puertas de la sala. Sin embargo, McCaleb había visto a Bosch en un canal, abriéndose paso entre los periodistas y cámaras y negándose a hacer declaraciones mientras avanzaba hacia una salida de incendios y desaparecía por la escalera.

El único periodista que contactó con McCaleb fue Jack McEvoy, que todavía tenía su número de móvil, McCaleb habló brevemente con él, pero rehusó hacer comentarios acerca de lo sucedido en el camarote principal del Following Sea y sobre el hecho de que había estado a punto de morir. Sus ideas al respecto eran demasiado personales y no pensaba compartirlas nunca con un periodista.

McCaleb también había hablado con Graciela, llamándola para informarle de los acontecimientos antes de que los viera en las noticias. Le dijo que probablemente no volvería a casa hasta el día siguiente, porque estaba seguro de que los periodistas continuarían vigilando el barco hasta bastante después de que anocheciera. Ella dijo que estaba contenta de que todo hubiera terminado y regresara a casa. McCaleb sintió que todavía había un elevado grado de tensión en la voz de su mujer y sabía que eso era algo que tendría que afrontar cuando llegara a la isla.

Más tarde, McCaleb logró salir del barco de Buddy sin ser visto cuando la turba de la prensa estaba distraída con la actividad en el aparcamiento del puerto deportivo. Una grúa del Departamento de Policía de Los Ángeles estaba llevándose el viejo Lincoln Continental que los hermanos Tafero habían usado la noche anterior, cuando habían ido al puerto deportivo con la intención de matar a McCaleb. Mientras el equipo de noticias grababa y observaba la mundana tarea de enganchar un coche y arrastrarlo con la grúa, McCaleb consiguió llegar a su Cherokee sin ser visto. Puso en marcha el coche y se alejó del aparcamiento antes de que saliera la grúa y sin que lo siguiera ni un solo periodista.


Estaba completamente oscuro cuando llegó a la casa de Bosch. La puerta principal se hallaba abierta, como la vez anterior. La puerta mosquitera estaba en su lugar. McCaleb dio un golpe en el marco de madera y miró a través del desorden hacia la oscuridad de la casa. Había una única luz -la luz de lectura- en la sala de estar. Oía la música y pensó que era el mismo cede de Art Pepper que había estado sonando durante su última visita. Pero novio a Bosch.

McCaleb desvió la mirada de la puerta para observar la calle y, cuando se volvió de nuevo, se sorprendió al ver a Bosch de pie ante la mosquitera. Bosch descorrió el pestillo y abrió la puerta mosquitera. Llevaba el mismo traje que McCaleb le había visto en las noticias y sostenía una botella de Anchor Steam a un costado.

– Terry, pasa. He pensado que sería algún periodista. Me saca de quicio cuando vienen a casa. Tendría que haber algún sitio al que no puedan ir.

– Sí, sé a qué te refieres. Han rodeado el barco. He tenido que huir.

McCaleb pasó junto a Bosch en el recibidor y entró en la sala.

– Entonces, periodistas al margen, ¿cómo va, Harry?

– Nunca he estado mejor. Ha sido un buen día para nuestro lado. ¿Cómo está ese cuello?

– Duele un montón, pero estoy vivo.

– Sí, eso es lo importante. ¿Quieres una cerveza?

– Eh, eso estaría bien.

Mientras Bosch traía la cerveza, McCaleb salió a la terraza trasera.

Bosch tenía las luces apagadas, lo cual hacía que las de la ciudad parecieran más brillantes en la distancia. McCaleb oía el sonido omnipresente de la autovía en el fondo del paso. Los reflectores atravesaban el cielo desde tres puntos diferentes del fondo del valle de San Fernando. Bosch salió y ofreció una cerveza a su visitante.

– Sin vaso, ¿no?

– Sin vaso.

Ambos contemplaron la noche y bebieron en silencio durante un rato. McCaleb pensó en cómo decir lo que quería decir. Todavía estaba trabajando en ello.

– Lo último que estaban haciendo antes de irme fue llevarse el coche de Tafero -dijo al cabo de un rato.

Bosch asintió.

– ¿Y el barco? ¿Han acabado con él?

– Sí, han terminado.

– ¿Es un caos? Siempre lo dejan todo hecho un desastre.

– Probablemente. No he estado dentro. Me preocuparé por eso mañana.

Bosch asintió. McCaleb echó un buen trago a su cerveza y dejó la botella en la barandilla. Había tomado demasiada. Se atragantó.

– ¿Estás bien? -preguntó Bosch.

– Sí, bien. -Se limpió la boca con el dorso de la mano-. Harry, he venido para decirte que no voy a seguir siendo amigo tuyo.

Bosch se echó a reír, pero luego se detuvo.

– ¿Qué?

McCaleb lo miró. Los ojos de Bosch seguían atravesando la oscuridad. Habían captado una manchita de luz reflejada de algún lugar y McCaleb vio los dos puntitos fijos en él.

– Deberías haberte quedado un poco más esta mañana cuando Jaye interrogaba a Tafero.

– No tenía tiempo.

– Le preguntó por el Lincoln y Tafero dijo que era su coche camuflado. Explicó que lo usaba en trabajos en los que quería que no hubiera ninguna posibilidad de dejar una pista. Llevaba matrículas robadas. Y el registro es falso.

– Tiene sentido que un tipo como ése tenga un coche para el trabajo sucio.

– No lo entiendes, ¿verdad?

Bosch se había terminado su cerveza. Estaba inclinado con los codos apoyados en la barandilla. Estaba despegando la etiqueta de la botella y tirando los trocitos de papel a la oscuridad que se abría debajo.

– No, no lo entiendo, Terry. ¿Por qué no me explicas de qué estás hablando?

McCaleb levantó su cerveza, pero volvió a dejarla sin beber.

– Su coche auténtico, el que usa todos los días, es un Mercedes cuatrocientos treinta CLK. A ése fue al que multaron por aparcar ante la oficina de correos cuando envío el giro postal.

– Vale, el tío tenía dos coches. Su coche secreto y el que mostraba. ¿Qué significa eso?

– Significa que tú sabías algo que no tendrías que haber sabido.

– ¿De qué estás hablando? ¿Saber qué?

– Anoche te pregunté por qué habías venido a mi barco. Tú me dijiste que habías visto el Lincoln de Tafero y que sabías que algo iba mal. ¿Cómo sabías que el Lincoln era suyo?

Bosch se quedó en silencio un momento. Miró hacia la noche y asintió con la cabeza.

– Te salvé la vida -dijo.

– Y yo a ti.

– Entonces estamos en paz. Déjalo así, Terry.

McCaleb negó con la cabeza. Sentía que tenía un nudo en el estómago y una opresión en el pecho que amenazaba su nuevo corazón.

– Creo que conocías ese Lincoln y eso supone un problema para mí, porque habías vigilado a Tafero antes. Quizá la noche en que usó el Lincoln. Quizá la noche que estaba vigilando a Gunn y preparando el asesinato. Quizá la noche del asesinato. Me salvaste la vida porque sabías algo, Harry.

McCaleb se quedó un momento callado, dándole a Bosch la oportunidad de decir algo en su defensa.

– Son muchos quizás, Terry.

– Sí, muchos quizás y una corazonada. Mi corazonada es que de alguna manera sabías o supusiste, cuando Tafero se conectó con Storey, que ellos irían a por ti en el juicio. Así que vigilaste a Tafero y lo viste apuntando a Gunn. Sabías lo que iba a pasar y dejaste que pasara.

McCaleb tomó otro largo trago de cerveza y volvió a dejar la botella en la barandilla.

– Un juego peligroso, Harry. Casi lo consiguieron. Aunque supongo que si yo no hubiera aparecido te habrías buscado alguna manera de volvérselo contra ellos.

Bosch continuó mirando hacia la oscuridad y no dijo nada.

– Lo único que espero es que no fueras tú quien le sopló a Tafero que Gunn estaba en el calabozo aquella noche. Dime que tú no hiciste la llamada, Harry. Dime que no lo ayudaste a sacarlo para que pudiera matarlo así.

De nuevo Bosch no dijo nada. McCaleb asintió.

– Quieres estrechar la mano de alguien, Harry. Estréchate la tuya.

Bosch dejó caer la mirada hacia la oscuridad que se extendía bajo la terraza. McCaleb lo miró de cerca y observó que lentamente negaba con la cabeza.

– Hacemos lo que tenemos que hacer -dijo Bosch con voz pausada-. A veces hay elección. Otras veces no hay elección, sólo necesidad. Ves que las cosas van a ocurrir y sabes que están mal, pero de algún modo también están bien.

Se quedó en silencio un largo rato y McCaleb aguardó.

– Yo no hice esa llamada -dijo Bosch. Se volvió y miró a McCaleb.

McCaleb vio de nuevo los puntos de luz brillante en sus ojos oscuros.

– Tres personas (tres monstruos) han caído.

– Pero no de esa forma. Nosotros no lo hacemos de esa forma.

Bosch asintió.

– ¿Qué me dices de tu parte, Terry? Avasallando al hermanito en la oficina. Como si no supieras que eso iba a poner en marcha algo de mierda. Tú pusiste en marcha la acción con ese pequeño movimiento, y lo sabes.

McCaleb sintió que se ruborizaba ante la mirada de Bosch. No respondió. No sabía qué decir.

– Tú tenías tu propio plan, Terry. ¿Así que cuál es la diferencia?

– ¿La diferencia? Si no ves la diferencia es que has caído completamente. Estás perdido.

– Sí, bueno, quizá estoy perdido y quizá me he encontrado. Tengo que pensar en eso. Mientras tanto, por qué no te vas a tu casa. Vuelve a tu isla con tu hijita. Escóndete detrás de lo que crees que ves en sus ojos. Finge que el mundo no es como tú sabes que es.

McCaleb asintió. Ya había dicho lo que quería decir. Se alejó de la barandilla, dejando su cerveza, y caminó hacia la puerta de la casa. Sin embargo, Bosch le disparó con más palabras cuando entró.

– ¿Crees que llamarla como a una niña a la que nadie quiso y por la que nadie se preocupó puede ayudar a aquella niña perdida? Bueno, estás equivocado, tío. Vuelve a casa y sigue soñando.

McCaleb vaciló en el umbral y miró hacia atrás.

– Adiós, Harry.

– Sí, adiós.

McCaleb recorrió la casa. Cuando pasó la silla de lectura donde la luz estaba encendida vio la impresión del perfil que había hecho de Bosch en el brazo del sillón. Continuó caminando. Cuando llegó a la puerta de la calle la cerró tras de sí.

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