Después de poner la mano sobre la Biblia y prometer decir toda la verdad, Harry Bosch se sentó en la silla de los testigos y levantó la vista hacia la cámara instalada sobre la tribuna del jurado. La mirada del mundo estaba puesta en él, y lo sabía. El juicio estaba siendo trasmitido en directo por Court TV y localmente por Channel 9. Trató de no aparentar nerviosismo, pero sabía que los miembros del jurado no eran los únicos que estarían estudiándolo y juzgando su actuación y su personalidad. Era la primera vez después de muchos años de testificar en juicios penales que no se sentía completamente a gusto. Estar del lado de la verdad no le reconfortaba cuando sabía que la verdad tendría que recorrer una traicionera carrera de obstáculos cuidadosamente dispuestos por un acusado rico y bien conectado y por su rico y bien conectado abogado.
Dejó la carpeta azul -el expediente de la investigación de asesinato- en la repisa del estrado de los testigos y se acercó el micrófono. Sonó un agudo chirrido que hirió los oídos de todos los presentes en la sala.
– Detective Bosch, le ruego que no toque el micrófono -entonó el juez Houghton.
– Disculpe, señoría.
Un ayudante del sheriff que actuaba como alguacil del juez se acercó al estrado, apagó el micrófono y ajustó la posición. Cuando Bosch hizo una señal con la cabeza desde su nueva posición, el alguacil volvió a encenderlo. El ayudante del juez pidió entonces a Bosch que dijera su nombre completo y que lo deletreara para el acta.
– Muy bien -dijo el juez después de que Bosch concluyó-. ¿Señora Langwiser?
La ayudante del fiscal del distrito Janis Langwiser se levantó de la mesa de la acusación y se acercó al atril del letrado. Llevaba un bloc amarillo con las preguntas escritas. Ocupaba el segundo lugar en la mesa de la acusación, pero había trabajado con los investigadores desde el inicio del caso y se había decidido que ella llevaría el testimonio de Bosch.
Langwiser era una fiscal joven y prometedora de la fiscalía del distrito. En el curso de unos pocos años había pasado de preparar casos para fiscales más experimentados a manejarlos y llevarlos a juicio ella misma. Bosch había trabajado con ella con anterioridad en un caso políticamente delicado conocido como los asesinatos del Vuelo del Ángel. La experiencia resultó en su recomendación como segunda de Kretzler. Después de trabajar con ella de nuevo, Bosch había comprobado que su primera impresión estaba bien fundada. Langwiser tenía un control y una memoria absolutos sobre los hechos del caso. Mientras que otros fiscales habrían tenido que rebuscar entre los informes de pruebas para localizar un dato, ella había memorizado la información y su localización exacta. Pero su capacidad no se reducía a las minucias. Nunca perdía de vista el panorama completo, el hecho de que sus esfuerzos estaban puestos en retirar definitivamente de la circulación a David Storey.
– Buenas tardes, detective Bosch -empezó ella-. ¿Tendría la amabilidad de explicar brevemente al jurado su carrera como oficial de policía?
Bosch se aclaró la garganta.
– Sí, llevo veintiocho años en el Departamento de Policía de Los Ángeles. He pasado más de la mitad de ese tiempo investigando homicidios. Soy detective de grado tres asignado a la brigada de homicidios de la División de Hollywood.
– ¿Qué significa detective de grado tres?
– Es el rango más alto de un detective, equivalente a sargento, pero no hay sargentos detectives en la policía de Los Ángeles. Desde el grado tres el siguiente puesto sería el de teniente de detectives.
– ¿Cuántos homicidios diría que ha investigado a lo largo de su carrera?
– No llevo la cuenta, pero diría que al menos unos cuantos cientos en quince años.
– Unos cuantos cientos. -Langwiser miró al jurado cuando recalcó la última palabra-. Y como detective de grado tres es actualmente jefe de una brigada de homicidios.
– Tengo algunas labores de supervisor. También soy el oficial al mando de un equipo de tres personas que lleva las investigaciones de homicidios.
– Como tal estuvo usted a cargo del equipo que fue llamado a la escena de un homicidio el trece de octubre del pasado año, ¿correcto?
– Es correcto.
Bosch miró hacia la mesa de la defensa. David Storey tenía la cabeza baja y estaba usando su rotulador de fibra para dibujar en un bloc. Llevaba haciendo lo mismo desde que se había iniciado la selección del jurado. La mirada de Bosch fue hasta el abogado defensor y se clavó en los ojos de J. Reason Fowkkes. Bosch sostuvo la mirada hasta que Langwiser formuló la siguiente pregunta.
– ¿Era el homicidio de Donatella Speers?
Bosch miró de nuevo a Langwiser.
– Exacto. Ése es el nombre que utilizaba.
– ¿No era su nombre real?
– Era su nombre artístico, supongo que podríamos llamarlo así. Ella era actriz y se cambió el nombre. Su verdadero nombre era Jody Krementz.
El juez interrumpió y pidió a Bosch que deletreara los nombres para el estenógrafo. Luego Langwiser continuó.
– Cuéntenos las circunstancias del aviso. Explíquenoslo, detective Bosch. ¿Dónde estaba usted, qué estaba haciendo, cómo es que éste se convirtió en su caso?
Bosch se aclaró la garganta y estaba a punto de aproximarse el micrófono cuando recordó lo que había ocurrido la vez anterior. Dejó el micrófono en su sitio y se inclinó hacia adelante.
– Mis dos compañeros y yo estábamos almorzando en un restaurante llamado Musso and Frank's, en Hollywood Boulevard. Era viernes y solemos comer allí si tenemos tiempo. A las once y cuarenta y ocho sonó mi busca. Reconocí el número de mi supervisora, la teniente Grace Billets. Mientras la estaba llamando también sonaron los buscas de mis compañeros, Jerry Edgar y Kizmin Rider. En ese momento supimos que probablemente había surgido un caso. Me puse en contacto con la teniente Billets y ella envió a mi equipo al mil uno de Nichols Canyon Road, donde los patrulleros ya habían acudido junto con una ambulancia porque se había producido una llamada de emergencia. Ellos me explicaron que una joven había sido hallada muerta en su cama en circunstancias extrañas.
– ¿Entonces fue usted a esa dirección?
– No. Los tres habíamos ido en mi coche a Musso's, así que los llevé otra vez a la comisaría de Hollywood, que está a unas manzanas de distancia, y dejé a mis compañeros para que pudieran coger sus respectivos vehículos. Entonces los tres nos dirigimos por separado a esa dirección. Nunca se sabe adonde tendrá que ir uno desde la escena del crimen. El procedimiento habitual es que cada detective lleve su propio coche.
– ¿En ese momento conocía ya la identidad de la víctima o cuáles eran las circunstancias extrañas de su fallecimiento?
– No, no las conocía.
– ¿Con qué se encontró al llegar allí?
– Era una casa pequeña de dos habitaciones con vistas al cañón. Había dos coches patrulla en la escena. La ambulancia ya se había ido una vez certificada la defunción de la víctima. En el interior de la casa había dos oficiales y un sargento de patrulla. En la sala de estar vi a una mujer sentada en el sofá. Estaba llorando. Me la presentaron como Jane Gilley. Compartía la casa con la señorita Krementz.
Bosch hizo una pausa y esperó a la siguiente pregunta. Langwiser estaba doblada sobre la mesa de la acusación, hablando en susurros con el otro fiscal, Roger Kretzler.
– Señora Langwiser, ¿concluye con esto su interrogatorio del detective Bosch? -preguntó el juez Houghton.
Langwiser se irguió de golpe; no se había dado cuenta de que Bosch se había detenido.
– No, señoría. -Volvió al estrado-. Continúe, detective Bosch, cuéntenos qué ocurrió cuando entró en la casa.
– Hablé con el sargento Kim y él me informó de que había una mujer joven muerta en la cama de su dormitorio, en la parte posterior derecha de la casa. Me presentó a la mujer del sofá y me dijo que su gente se había retirado de la habitación sin tocar nada en cuanto el médico había certificado que la víctima había fallecido. Entonces recorrí el corto pasillo que llevaba a la habitación y entré.
– ¿Qué encontró allí?
– Vi a la víctima en la cama. Era una mujer blanca delgada y de pelo rubio. Posteriormente se confirmó que se trataba de Jody Krementz, de veintitrés años.
Langwiser solicitó permiso para mostrar a Bosch unas fotografías. Houghton lo autorizó y el detective identificó las fotos tomadas por la policía en la escena del crimen como las de la víctima in situ, es decir, tal y como la había encontrado la policía. El cuerpo estaba boca arriba. La ropa de cama estaba apartada hacia un lado y revelaba el cuerpo desnudo, con las piernas separadas unos sesenta centímetros a la altura de las rodillas. Los grandes pechos mantenían su forma a pesar de que el cuerpo se hallaba en posición horizontal, una indicación de implantes mamarios. El brazo izquierdo se hallaba extendido sobre el vientre. La palma de la mano izquierda cubría la zona púbica y dos de los dedos de esa mano penetraban en la vagina.
Los ojos de la víctima estaban cerrados y su cabeza descansaba en la almohada, pero con el cuello en un ángulo cerrado. Había un pañuelo amarillo fuertemente apretado alrededor del cuello. El pañuelo rodeaba la barra superior del cabezal de la cama y su extremo se hallaba en la mano derecha de la víctima, colocada en la almohada que tenía sobre la cabeza. El extremo del pañuelo de seda estaba enrollado varias veces alrededor de la muñeca.
Las fotografías eran en color. Se apreciaba un moretón rojo púrpura en el cuello de la víctima, donde el pañuelo se había tensado sobre la piel. Había una decoloración rojiza en el globo ocular. También se apreciaba una decoloración azulada que recorría todo el costado izquierdo de la víctima, incluidos el brazo y la pierna izquierdos.
Después de que Bosch identificara las fotografías como las de Jody Krementz in situ, Langwiser solicitó que fueran mostradas al jurado, J. Reason Fowkkes hizo una objeción, asegurando que las imágenes influirían en el ánimo del jurado y serían perjudiciales para ellos. El juez no admitió la protesta, pero pidió a Langwiser que eligiera una sola foto que representara al conjunto. Langwiser eligió la que había sido tomada desde más cerca y se la tendieron al hombre que se sentaba más a la izquierda en la tribuna del jurado. Mientras la foto iba pasando lentamente entre los miembros del jurado y luego a los suplentes, Bosch observó que sus rostros se estremecían por la impresión y el horror. El detective se apoyó en el respaldo de su asiento y tomó agua del vaso de plástico. Se la bebió toda, miró al ayudante del sheriff y le hizo una señal para que volviera a llenarlo. Entonces se acercó al micrófono.
Después de que la foto completara su recorrido fue entregada al alguacil, quien la devolvería de nuevo al jurado junto con el resto de las pruebas presentadas cuando tuviera que deliberarse el veredicto.
Bosch observó que Langwiser regresaba al estrado para continuar con el interrogatorio. Sabía que estaba nerviosa. Habían almorzado juntos en la cafetería del sótano del otro edificio de justicia y ella había expresado sus preocupaciones. Aunque era la segunda de Kretzler, se trataba de un juicio importante que podía tener consecuencias muy positivas o muy negativas en las carreras de ambos.
Langwiser consultó su bloc antes de seguir adelante.
– Detective Bosch, después de examinar el cadáver, ¿hubo un momento en que declaró que la muerte debía ser objeto de una investigación por homicidio?
– De inmediato, antes incluso de que llegaran mis compañeros.
– ¿Por qué? ¿No parecía una muerte accidental?
– No…
– Señora Langwiser -interrumpió el juez Houghton-. Haga las preguntas de una en una, por favor.
– Disculpe, señoría. Detective, ¿no le pareció que la mujer se había causado accidentalmente su propia muerte?
– No. Me pareció que alguien pretendía simularlo.
Langwiser bajó la mirada hacia sus notas durante un largo momento antes de continuar. Bosch estaba convencido de que la pausa estaba planeada, una vez que la fotografía y su testimonio habían captado toda la atención del jurado.
– Detective, ¿conoce usted el término asfixia autoerótica?
– Sí, lo conozco.
– ¿Podría hacer el favor de explicárselo al jurado?
Fowkkes se levantó y protestó.
– Señoría, el detective Bosch puede ser muchas cosas, pero no se ha presentado al jurado ninguna prueba de que sea experto en sexualidad humana.
Se produjo un murmullo de risas contenidas en la sala. Bosch vio que un par de los miembros del jurado reprimían la sonrisa. Houghton golpeó una vez con el mazo y miró a Langwiser.
– ¿Qué tiene que decir al respecto, señora Langwiser?
– Señoría, puedo presentar esas pruebas.
– Proceda.
– Detective Bosch, ha dicho que ha trabajado en cientos de homicidios. ¿Ha investigado muertes que han resultado no ser causadas por un homicidio?
– Sí, probablemente cientos de ellas también. Muertes accidentales, suicidios, incluso muertes por causas naturales. Es rutinario que los agentes de las patrullas pidan a un detective de homicidios que acuda al escenario de una muerte para ayudarles a determinar si esa defunción debe ser investigada como un homicidio. Esto es lo que sucedió en este caso. Los patrulleros y su sargento no estaban seguros de a qué se enfrentaban. Dijeron que era sospechoso y mi equipo recibió la llamada.
– ¿Lo han llamado alguna vez o ha investigado una muerte que haya sido calificada por usted o por la oficina del forense como muerte accidental por asfixia autoerótica?
– Sí.
Fowkkes se levantó de nuevo.
– Reitero mi protesta, señoría. Estamos yendo a un terreno en el que el detective Bosch no es un experto.
– Señoría -dijo Langwiser-, se ha establecido con claridad que el detective Bosch es un experto en la investigación de la muerte; y eso incluye todas sus variedades. Ha visto esto antes y puede testificar.
Había una nota de exasperación en su voz. Bosch pensó que iba dirigida al jurado, no a Houghton. Era una forma de comunicar de manera subliminal a los doce que ella quería llegar a la verdad, mientras que otros pretendían poner piedras en el camino.
– Estoy de acuerdo, señor Fowkkes -dijo Houghton tras una breve pausa-. Las protestas contra esta línea de interrogatorio son rechazadas. Proceda, señora Langwiser.
– Gracias, señoría. Así pues, detective Bosch, ¿está familiarizado con casos de asfixia autoerótica?
– Sí, he trabajado en tres o cuatro casos. También he estudiado la bibliografía sobre la materia. Se hace referencia a ello en libros sobre técnicas de investigación de homicidios. También he leído resúmenes de estudios en profundidad llevados a cabo por el FBI y otros.
– ¿Esto fue antes de que se produjera este caso?
– Sí, antes.
– ¿Qué es la asfixia autoerótica? ¿Cómo se produce?
– Señora Langwiser -empezó el juez.
– Disculpe, señoría. Lo reformulo. ¿Qué es la asfixia autoerótica, detective Bosch?
Bosch tomó un trago de agua, y aprovechó el momento para ordenar sus ideas. Habían repasado estas preguntas durante el almuerzo.
– Es una muerte accidental. Ocurre cuando la víctima intenta incrementar las sensaciones sexuales durante la masturbación cortando o interrumpiendo el flujo de sangre arterial al cerebro. Suele hacerse mediante una ligadura en torno al cuello. Al apretar la ligadura se produce hipoxia, disminución de la oxigenación del cerebro. La gente que, eh,…, practica esto cree que la hipoxia (y el mareo que produce) eleva las sensaciones masturbatorias. Sin embargo, puede provocar la muerte accidental si él va demasiado lejos y daña la arteria carótida o bien se desmaya con la ligadura todavía apretada y se asfixia.
– Ha dicho «él», detective. Pero en este caso la víctima era una mujer.
– Éste no es un caso de asfixia autoerótica. Los casos que he visto e investigado de esta forma de muerte siempre han sido de víctimas masculinas.
– ¿Está diciendo que en este caso se hizo que la muerte pareciera causada por asfixia autoerótica?
– Sí, ésa fue mi conclusión inmediata. Y continúo pensando lo mismo.
Langwiser asintió e hizo una pausa. Bosch bebió un poco más de agua. Al llevarse el vaso a la boca miró a la tribuna del jurado. Todos parecían muy atentos.
– Explíquese, detective. ¿Qué lo llevó a esa conclusión?
– ¿Puedo consultar mis informes?
– Por favor.
Bosch abrió la carpeta. Las cuatro primeras páginas eran el IIO, el informe del incidente original. Pasó a la cuarta página que incluía el resumen del oficial al mando. En realidad el informe lo había escrito Kiz Rider, aunque Bosch era el oficial al mando del caso. Bosch revisó rápidamente el resumen para refrescar la memoria y luego miró al jurado.
– Varias cosas contradicen la hipótesis de una muerte accidental causada por asfixia autoerótica. Para empezar, desconfié porque estadísticamente es raro que la víctima sea una mujer. No es que el ciento por ciento de las víctimas sean hombres, pero casi. Esta certeza hizo que mirara con mucha atención el cadáver y la escena del crimen.
– ¿Sería correcto decir que fue usted inmediatamente escéptico de la escena del crimen?
– Sí, sería correcto.
– Muy bien, continúe. ¿Qué más le provocó desconfianza?
– La ligadura. En casi todos los casos de los que he tenido noticia de manera directa o a través de la bibliografía sobre el tema, la víctima utiliza algún tipo de almohadilla alrededor del cuello para prevenir los moretones o los arañazos. Por lo general se enrolla al cuello una prenda de ropa como un jersey o bien una toalla. Luego se hace la ligadura por encima de este acolchado. De esta forma se evita que la ligadura deje una marca en el cuello. En este caso no había almohadilla.
– ¿Y qué significado le dio?
– Bueno, no tenía sentido si se miraba desde el punto de vista de la víctima. Es decir, si suponíamos que ella estaba llevando a cabo esta actividad, el escenario carecía de sentido. Supondría que no utilizó ningún tipo de protección, porque no le importaba tener moretones en el cuello. Y eso para mí era una contradicción entre lo que allí teníamos y el sentido común. Si añadimos que era una actriz (lo cual supe al momento, porque tenía una pila de primeros planos en el escritorio), la contradicción era aún mayor. Ella confiaba en su presencia física y en sus atributos para buscar trabajo de actriz. Que voluntariamente hubiera participado en una actividad, sexual o no, que podía dejarle moretones en el cuello era algo que no me creía. Eso y otras cosas me llevaron a concluir que la escena era un montaje.
Bosch miró al sector de la defensa. Storey continuaba cabizbajo y estaba trabajando en el bloc de dibujo, como si estuviera sentado en el banco de un parque cualquiera. Bosch se fijó en que Fowkkes estaba tomando notas. Harry se preguntó si había dicho algo en su última declaración que pudiera volverse en su contra. Sabía que Fowkkes era un experto en elegir frases de los testimonios y darles nuevos significados al sacarlas de contexto.
– ¿Qué otras cosas lo llevaron a esta conclusión? -le preguntó Langwiser.
Bosch miró de nuevo la página del resumen del IIO.
– El dato particular más importante fue que la lividez post mortem indicaba que el cadáver había sido trasladado.
– En términos sencillos, detective, ¿qué es la lividez post mortem?
– Cuando el corazón deja de latir, la sangre se asienta en la mitad inferior del cuerpo, según la posición de éste. Al transcurrir el tiempo causa un efecto similar a un moretón en la piel. Si se mueve el cadáver, los moretones permanecen en la posición original, porque la sangre se ha coagulado. Con el tiempo, los moretones se hacen más evidentes.
– ¿Qué ocurrió en este caso?
– En este caso había una clara indicación de que la sangre se había asentado en el lado izquierdo del cuerpo, lo que significa que la víctima estaba tumbada sobre el costado izquierdo en el momento, o poco después del momento, de la muerte.
– Sin embargo, no es así como se encontró el cadáver. ¿Cierto?
– Cierto. El cadáver se encontró en posición supina, boca arriba.
– ¿Qué conclusiones sacó de este hecho?
– Que el cadáver había sido movido después de la muerte, que la mujer había sido colocada boca arriba como parte del montaje para que la muerte pareciera una asfixia autoerótica.
– ¿Cuál cree que fue la causa de la muerte?
– En ese momento no estaba seguro. Solamente pensaba que no era tal y como aparentaba. El moretón en el cuello me hizo pensar que estaba ante un caso de estrangulación, sólo que ésta no había sido causada por las manos de la víctima.
– ¿En qué momento llegaron sus compañeros a la escena del crimen?
– Cuando yo estaba reamando las observaciones iniciales del cadáver y la escena.
– ¿Ellos llegaron a las mismas conclusiones que usted?
Fowkkes protestó, alegando que la respuesta a esa pregunta por fuerza tendría que basarse en un testimonio indirecto. El juez aceptó la protesta. Bosch sabía que se trataba una cuestión menor. Si Langwiser quería que constasen en acta las conclusiones de Edgar y Rider, bastaba con que los llamara a declarar.
– ¿Asistió usted a la autopsia de Jody Krementz?
– Sí, lo hice. -Pasó hojas hasta que encontró el protocolo de la autopsia-. El diecisiete de octubre. La llevó a cabo la doctora Teresa Corazón, jefa de la oficina del forense.
– ¿La doctora Corazón determinó la causa de la muerte durante la autopsia?
– Sí, la causa de la muerte fue la asfixia. La víctima fue estrangulada.
– ¿Por ligadura?
– Sí.
– ¿No contradice esto su teoría de que la muerte no fue causada por asfixia autoerótica?
– No, lo confirma. La representación de la asfixia autoerótica fue utilizada para ocultar la muerte por estrangulación de la víctima. La lesión interna de las dos arterias carótidas, del tejido muscular del cuello y el hueso hioide llevaron a la doctora Corazón a confirmar que la muerte fue provocada por otra persona. La lesión era demasiado grande para haber sido auto infligida de manera consciente. -Bosch se dio cuenta de que estaba agarrándose el cuello con una mano mientras describía las heridas. Dejó caer la mano al regazo.
– ¿ La forense encontró alguna prueba independiente de homicidio?
Bosch asintió.
– Sí, el examen de la boca de la víctima determinó la existencia de una profunda laceración provocada al morderse la lengua. Esta herida es común en casos de estrangulamiento.
Langwiser pasó una hoja de su bloc.
– Muy bien, detective Bosch, volvamos a la escena del crimen. ¿Interrogó usted o sus compañeros a Jane Gilley?
– Sí, yo lo hice. Junto con la detective Rider.
– Ese interrogatorio les permitió establecer el paradero de la víctima en las veinticuatro horas anteriores al descubrimiento del cadáver.
– Sí, en primer lugar determinamos que ella había conocido al acusado varios días antes en un coffee shop. El la invitó a asistir a la premier de una película en su cita de la noche del doce de octubre en el Teatro Chino de Hollywood. Él pasó a recogerla entre las siete y las siete y media de esa tarde. La señorita Gilley observó desde una ventana de la casa e identificó al acusado.
– ¿La señorita Gilley sabía cuándo había regresado la señorita Krementz esa noche?
– No. La señorita Gilley salió poco después de que se marchara la señorita Krementz y pasó la noche en otro lugar. En consecuencia, ella no sabía cuándo regresó a casa su compañera de piso. Cuando la señorita Gilley regresó a su domicilio a las once de la mañana del trece de octubre descubrió el cadáver de la señorita Krentz.
– ¿Cuál es el título de la película que se presentó esa noche?
– Se llamaba Punto muerto.
– ¿Y quién la dirigió?
– David Storey.
Langwiser hizo una larga pausa antes de mirar el reloj y luego al juez.
– Señoría -dijo-. Voy a iniciar una nueva línea de interrogatorio con el detective Bosch. Si le parece oportuno, ésta podría ser la mejor ocasión para suspender la sesión.
Houghton se levantó la manga de la toga y consultó su reloj. Bosch miró el suyo. Eran las cuatro menos cuarto.
– Muy bien, señora Langwiser, reanudaremos la sesión mañana a las nueve.
Houghton le dijo a Bosch que podía bajar del estrado. A continuación recordó a los miembros del jurado que no podían leer la información de los diarios ni ver los resúmenes de la televisión sobre el juicio. Todos se levantaron cuando el jurado abandonó la sala. Bosch, que en ese momento estaba de pie junto a Langwiser en la mesa de la acusación, miró al sector de la defensa. David Storey lo estaba mirando. A pesar de que su rostro no delataba ninguna emoción, Bosch creyó ver algo en sus ojos azul pálido. No estaba seguro pero le pareció regocijo.
Bosch fue el primero en apartar la mirada.