25

El juez regresó a la tribuna al cabo de dos minutos y Bosch se preguntó si se habría retirado a su despacho para ponerse una cartuchera bajo la toga. En cuanto tomó asiento, Houghton miró a la mesa de la defensa. Storey estaba sentado con la cara sombríamente baja hacia el cuaderno de dibujo que tenía delante.

– ¿Estamos preparados? -preguntó el juez.

Todas las partes murmuraron que estaban listos. El juez hizo llamar al jurado y los doce entraron, la mayoría mirando directamente a Storey.

– Bueno, amigos, vamos a intentarlo otra vez -dijo el juez Houghton-. Las exclamaciones del acusado que han oído hace unos minutos no serán tenidas en cuenta. No constituyen prueba alguna, no son nada. Si el señor Storey quiere negar los cargos o cualquier otra cosa dicha sobre él en un testimonio, ya tendrá ocasión.

Bosch vio que los ojos de Langwiser bailaban. Los comentarios del juez eran la forma que él tenía de devolver el bofetón a la defensa. Estaba generando la expectación de que Storey testificaría en la fase de la defensa. Si no lo hacía, sería una decepción para el jurado.

El juez dio de nuevo la palabra a Langwiser, quien continuó con el interrogatorio de Bosch.

– Antes de que nos interrumpieran, estaba testificando acerca de su conversación con el acusado en la puerta de la casa de éste.

– Sí.

– Ha citado al acusado diciendo «y no voy a pagar por eso», ¿es correcto?

– Sí, lo es.

– Y usted interpretó este comentario como referido a la muerte de Jody Krementz, ¿es así?

– De eso estábamos hablando. Sí.

– ¿Dijo algo mas después de eso?

– Sí.

Bosch hizo una pausa, preguntándose si Storey tendría otro arrebato. No lo tuvo.

– Dijo: «Soy un dios en esta ciudad, detective Bosch. Con los dioses no se juega.»

Pasaron casi diez segundos de silencio hasta que el juez invitó a Langwiser a continuar.

– ¿Qué hizo después de que el acusado hiciera esa declaración?

– Bueno, me quedé atónito. Me sorprendió que me dijera eso.

– No estaba grabando la conversación, ¿cierto?

– Cierto. Era sólo una conversación en el umbral después de que llamara a la puerta.

– ¿Qué sucedió después?

– Fui al coche e inmediatamente tomé estas notas de la conversación para apuntarlo al pie de la letra cuando lo tenía fresco. Expliqué a mis compañeros lo ocurrido y decidimos llamar a la oficina del fiscal del distrito para que nos aconsejara si la confesión que me había hecho nos daba causa probable para detener al señor Storey. En…, lo que ocurrió fue que ninguno de nosotros tenía señal en el móvil porque estábamos en las colinas. Abandonamos la casa y nos dirigimos hacia el cuartel de bomberos de Mulholland, al este de Laurel Canyon Boulevard. Pedimos que nos dejaran llamar por teléfono e hice esta llamada al fiscal.

– ¿Y con quién habló?

– Con usted. Le expliqué el caso, lo que había sucedido durante el registro y lo que el señor Storey había dicho en la puerta. En ese punto se decidió continuar con la investigación y no se procedió a la detención.

– ¿Estuvo de acuerdo con esa decisión?

– En ese momento no. Yo quería detenerlo.

– ¿La confesión del señor Storey cambió la investigación?

– Centró el foco. El hombre había admitido ante mí que había cometido el crimen. Empezamos a investigarlo sólo a él.

– ¿Consideró la posibilidad de que la confesión fuera una simple bravuconada, que mientras usted estaba tratando de provocar al acusado, él lo estaba provocando a usted?

– Sí, la consideré. Pero en última instancia creí que había hecho esa declaración porque era cierto y porque en ese punto creía que su posición era invulnerable.

Se oyó un sonido agudo cuando Storey cortó la hoja superior de su bloc de dibujo. El director de cine arrugó el papel y lo lanzó por la mesa. La bola de papel golpeó una pantalla de ordenador y cayó al suelo.

– Gracias, detective -dijo Langwiser-. Acaba de decir que la decisión era seguir adelante con la investigación. ¿Puede decir al jurado qué supuso eso?

Bosch explicó que él y sus compañeros habían entrevistado a decenas de testigos que habían visto al acusado y la víctima en la premier o en la recepción que siguió en una carpa de circo instalada en el aparcamiento contiguo a la sala de cine. También entrevistaron a decenas de otras personas que conocían a Storey o habían trabajado con él. Bosch reconoció que ninguna de esas entrevistas había aportado información importante a la investigación.

– Antes ha mencionado que durante el registro de la casa del acusado sintió curiosidad por la ausencia de un libro, ¿es así?

– En efecto.

Fowkkes protestó.

– No hay ninguna prueba de que faltara un libro. Había un hueco en el estante. Eso no significa que hubiera un libro allí.

Langwiser prometió que lo explicaría todo de inmediato y el juez rechazó la protesta.

– ¿En algún momento determinó qué libro había estado en ese hueco en la estantería de la casa del acusado?

– Sí, en el curso de nuestra recopilación de información sobre el señor Storey, mi compañera, Kizmin Rider, que estaba al corriente del trabajo y la reputación profesional del acusado, recordó que había leído un artículo sobre él en una revista llamada Architectural Digest, Ella hizo una búsqueda en Internet y determinó que el número que recordaba era el de febrero del año pasado. Entonces pidió un ejemplar al editor. Lo que ella había recordado era que en el artículo había fotos del señor Storey en su casa. Ella se acordaba de las estanterías, porque es una ávida lectora y tenía curiosidad por conocer los libros que el director de cine guardaba en su biblioteca.

Langwiser presentó una moción para presentar la revista como su siguiente prueba. El juez lo aceptó y Langwiser se la pasó a Bosch en el estrado.

– ¿Es ésta la revista que recibió su compañera?

– Sí.

– ¿Puede buscar el artículo sobre el acusado y describir la fotografía de la primera página de ese artículo?

Bosch pasó hasta un marcador puesto en la revista.

– Es una fotografía de David Storey sentado en el sofá de la sala de estar de su casa. A su izquierda están las estanterías.

– ¿Puede leer los títulos de los lomos de los libros?

– Algunos. No todos están claros.

– Cuando recibió esta revista, ¿qué hizo con ella?

– Vimos que no todos los libros se veían con claridad. Contactamos con el editor de nuevo e intentamos que nos prestara el negativo de esta foto. Tratamos con el director de la revista, pero dijo que no permitiría sacar los negativos de la oficina. Mencionó una ley de los medios de comunicación y limitaciones de la libertad de prensa.

– ¿Qué ocurrió después?

– El director dijo que incluso estaba dispuesto a recurrir una orden judicial. Llamamos a un letrado de la oficina del fiscal y él empezó a negociar con el abogado de la revista. El resultado fue que yo viajé a Nueva York y me permitieron el acceso al negativo en el laboratorio fotográfico de las oficinas de Architectural Digest.

– Para que conste en acta, ¿de qué fecha estamos hablando?

– Tomé el avión el veintinueve de octubre y me presenté en las oficinas de la revista a la mañana siguiente, el lunes treinta de octubre.

– ¿Y qué hizo allí?

– Pedí al jefe del laboratorio fotográfico que ampliara la imagen de las estanterías.

Langwiser presentó dos fotografías ampliadas montadas sobre un cartón como su siguiente objeto de exposición. Después de que lo aprobaran tras rechazar el juez las protestas, Langwiser las puso en sendos caballetes enfrente de la tribuna del jurado. La primera imagen mostraba toda la biblioteca, mientras que la segunda era una ampliación de un estante. La imagen tenía mucho grano, pero podían leerse los títulos en los lomos de los volúmenes.

– Detective, ¿compararon estas fotos con las tomadas durante el registro de la casa del acusado?

– Sí, lo hicimos.

Langwiser solicitó permiso para instalar un tercer y un cuarto caballetes y poner ampliaciones de las fotografías de toda la estantería y del estante con el hueco para el libro faltante tomadas durante el registro. El juez lo aprobó. La fiscal pidió entonces a Bosch que bajara del estrado y utilizara un puntero para explicar lo que había descubierto durante el estudio comparativo. Para cualquiera que estuviera mirando las fotos resultaba obvio, pero Langwiser insistía en ir paso a paso con exasperante minuciosidad a fin de que ningún jurado se confundiera.

Bosch señaló con el puntero la foto que mostraba el hueco entre los libros. Luego cambió de caballete y señaló el libro que estaba en ese mismo lugar.

– Cuando registramos la casa el diecisiete de octubre no había ningún libro entre El quinto horizonte y Print the Legend. En esta foto, tomada diez meses antes, hay un libro entre El quinto horizonte y Print the Legend.

– ¿Y cuál es el título de ese libro?

Víctimas de la noche.

– De acuerdo, y buscaron en las fotos de la estantería completa que tenían del registro para ver si el libro Víctimas de la noche estaba en algún otro sitio.

Bosch señaló la ampliación de la foto de la estantería completa tomada el 17 de octubre.

– Lo hicimos. No está.

– ¿Encontraron el libro en otro lugar de la casa?

– No.

– Gracias, detective. Puede regresar al estrado.

Langwiser presentó un ejemplar de Víctimas de la noche como prueba y se lo entregó a Bosch.

– ¿Puede decirle al jurado qué es esto?

– Es un ejemplar de Víctimas de la noche.

– ¿Es el libro que estaba en el estante del acusado cuando le hicieron la foto para el Architectural Digest en enero del año pasado?

– No, no lo es. Es otro ejemplar del mismo libro. Yo lo compré.

– ¿Dónde?

– En un lugar llamado Mistery Bookstore en Westwood.

– ¿Por qué lo compró allí?

– Lo estuve buscando y fue el único sitio donde lo tenían en existencias.

– ¿Por qué era tan difícil de encontrar?

– El hombre de Mistery Bookstore me dijo que era una tirada pequeña de un editor pequeño.

– ¿Leyó este libro?

– Algunas partes. Básicamente son fotografías de escenas de crímenes y accidentes poco usuales, ese tipo de cosas.

– ¿Hay algo en ese libro que le llamara la atención por ser curiosa o quizá en relación con el asesinato de Jody Krementz?

– Sí, hay una fotografía de una escena de muerte en la página setenta y tres que inmediatamente captó mi atención.

– Descríbala, por favor.

Bosch abrió el libro por la página señalada. Habló mientras miraba la fotografía a página entera del lado derecho del libro.

– Muestra a una mujer en una cama. Está muerta. Tiene un pañuelo atado alrededor del cuello y enrollado en uno de los barrotes del cabezal. Está desnuda de cintura para abajo. Tiene la mano izquierda entre las piernas y dos de los dedos en el interior de la vagina.

– ¿Puede leer el pie de foto, por favor?

– Dice: «Muerte autoerótica: Esta mujer fue hallada muerta en su casa de Nueva Orleans, víctima de asfixia autoerótica. Se calcula que en todo el mundo mueren más de quinientas personas al año por este percance accidental.»

Langwiser solicitó y recibió permiso para colocar dos fotos ampliadas más en caballetes. Las colocó encima de dos de las fotos de las estanterías. La foto del cadáver de Jody Krementz en su cama y la de la página de Víctimas de la noche quedaron una al lado de la otra.

– Detective, ¿hizo una comparación entre la foto de la víctima de este caso, Jody Krementz, y la de Ja foto del libro?

– Sí, la hice. Y me parecieron muy similares.

– ¿Le pareció que el cadáver de la señorita Krementz pudo haber sido colocado utilizando la foto del libro como modelo?

– Sí.

– ¿Tuvo ocasión de preguntar al acusado qué ocurrió con su ejemplar del libro Víctimas de la noche?

– No, desde el día del registro de su casa, el señor

Storey y sus abogados rechazaron repetidas peticiones de entrevista.

Langwiser asintió y miró al juez.

– Señoría, ¿puedo entregar estas imágenes al alguacil?

– Hágalo, por favor-respondió el juez.

Langwiser sacó del caballete las fotos de las dos mujeres muertas, pero antes las colocó enfrentadas, como las dos caras de un espejo que se cierra. Era sólo un detalle, pero Bosch vio que los miembros del jurado se fijaron.

– Muy bien, detective Bosch -dijo Langwiser una vez retirados los caballetes-. ¿Hizo preguntas o alguna investigación adicional sobre muertes autoeróticas?

– Sí. Sabía que si este caso llegaba a juicio surgiría la cuestión de si se trataba de un homicidio o de una muerte simulada para que pareciera este tipo de accidente. También me llamó la atención el pie de foto. Francamente, me sorprendió la cifra de quinientas muertes anuales. Hice algunas averiguaciones con el FBI y descubrí que la cifra era precisa, si es que no se quedaba corta.

– ¿Y esto le llevó a realizar alguna investigación más?

– Sí, a un nivel más local.

A preguntas de Langwiser, Bosch testificó que había buscado en los registros del forense muertes debidas a asfixia autoerótica. Su investigación se remontó cinco años.

– ¿Y qué descubrió?

– En esos cinco años, dieciséis de las muertes calificadas como fallecimientos por percances accidentales se atribuyeron específicamente a la asfixia autoerótica.

– ¿Y en cuántos de esos casos la víctima fue una mujer?

– Solamente en un caso.

– ¿Estudió ese caso?

Fowkkes se había levantado con una protesta y en este caso solicitó deliberar en privado. El juez aceptó y los abogados se reunieron al lado de la tribuna. Bosch no podía oír la conversación entre murmullos, pero sabía que con toda seguridad Fowkkes trataba de parar su testimonio. Langwiser y Kretzler habían previsto que intentaría una vez más evitar cualquier mención de Alicia López delante del jurado. Probablemente sería la decisión que marcaría el juicio, para ambas partes.

Después de cinco minutos de discusión susurrada, el juez envió a los abogados a sus lugares y dijo a los miembros del jurado que la cuestión planteada se prolongaría más de lo previsto. Suspendió la sesión durante otros quince minutos. Bosch regresó a la mesa de la acusación.

– ¿Alguna novedad? -preguntó Bosch a Langwiser.

– No, el mismo argumento. Por alguna razón el juez quiere volver a oírlo. Deséanos suerte.

Los letrados y el juez se retiraron al despacho de Houghton a discutir la cuestión. Bosch se quedó en la mesa. Utilizó el móvil para escuchar los mensajes de su casa y de su despacho. Había un mensaje en el trabajo. Era de Terry McCaleb. Le daba las gracias por el consejo de la noche anterior. Decía que había conseguido información interesante en Nat's y que estarían en contacto. Bosch borró el mensaje y cerró el teléfono, preguntándose qué habría descubierto McCaleb.

Cuando los letrados regresaron a la sala por la puerta trasera, Bosch leyó la decisión del juez en los rostros. Fowkkes parecía adusto, con la mirada baja. Kretzler y Langwiser regresaron sonriendo.

Después de que los jurados regresaron, el juicio se reanudó y Langwiser fue directa a por el golpe final. Pidió al estenógrafo que leyera la pregunta que había motivado la protesta.

– ¿Estudió ese caso? -leyó el estenógrafo.

– Aclaremos esto -dijo Langwiser-. No confundamos la cuestión. Detective, ¿cuál era el nombre de la fallecida en el otro caso femenino de los dieciséis encontrados en los archivos del forense?

– Alicia López.

– ¿Puede decirnos algo sobre ella?

– Tenía veinticuatro años y vivía en Culver City. Trabajaba de auxiliar administrativa para el vicepresidente de producción de Sony Pictures, también en Culver City. Fue encontrada muerta en su cama el veinte de mayo de mil novecientos noventa y ocho.

– ¿Vivía sola?

– Sí.

– ¿Cuáles fueron las circunstancias de su muerte?

– Fue hallada muerta en su cama por una compañera que se había preocupado al ver que después del fin de semana había faltado dos días al trabajo sin llamar por teléfono. El forense calculó que llevaba muerta tres o cuatro días cuando fue hallada. La descomposición del cadáver era importante.

– ¿Señora Langwiser? -interrumpió el juez-. Se ha acordado que aportaría datos relacionando los casos rápidamente.

– Ya estoy, señoría. Gracias, detective, ¿hubo algo en este caso que le alertó o que llamó su atención?

– Varias cosas. Miré las fotos tomadas en la escena del crimen y a pesar de que la descomposición era notable, advertí que la víctima de este caso estaba en una posición muy semejante a la de la víctima del caso que nos ocupa. También me fijé en que la ligadura utilizada en el caso López se había hecho sin protección, lo cual coincidía con el presente caso. Asimismo sabía por nuestra investigación del señor Storey que en el momento de la muerte de la señorita López, él estaba rodando una película para una empresa llamada Cold House Films, una compañía financiada en parte por Sony Pictures.

En el momento que siguió a su respuesta, Bosch advirtió que en la sala se había instalado un silencio y una calma no habituales. Nadie estaba susurrando en la galería ni aclarándose la garganta. Era como si todos -jurados, letrados, espectadores y periodistas- hubieran decidido contener la respiración al mismo tiempo. Bosch miró de reojo a la tribuna del jurado y vio que casi todos los miembros estaban mirando a la mesa de la defensa. Bosch también miró hacia allí y vio a Storey, todavía con la cabeza baja, hirviendo de rabia en silencio.

– Detective, ¿hizo más averiguaciones sobre el caso López?

– Sí, hablé con el detective del Departamento de Policía de Culver City que había llevado el caso. También hice preguntas sobre la señorita López en Sony.

– ¿Y qué descubrió de ella que pueda tener relación con el presente caso?

– Descubrí que en el momento de su muerte estaba actuando como enlace entre el estudio y la producción de la película que estaba dirigiendo David Storey.

– ¿Recuerda el nombre de esa película?

El quinto horizonte.

– ¿Dónde se filmó?

– En Los Angeles. Principalmente en Venice.

– ¿Y en su papel de enlace, la señorita López tuvo algún contacto directo con el señor Storey?

– Sí. Habló con él por teléfono o en persona todos los días que duró el rodaje.

De nuevo el silencio pareció atronador. Langwiser lo aprovechó al máximo antes de pasar a las conclusiones.

– Déjeme ver si tengo todo esto claro, detective. ¿Ha declarado que en los últimos cinco años en el condado de Los Ángeles sólo hubo una mujer cuya muerte fue atribuida a asfixia autoerótica y que el presente caso relacionado con la muerte de Jody Krementz fue dispuesto para que pareciera una asfixia autoerótica?

– Protesto -terció Fowkkes-. Preguntado y respondido.

– Rechazada -dijo Houghton sin dar la palabra a Langwiser-. El testigo puede responder.

– Sí-dijo Bosch-. Es correcto.

– ¿Y las dos mujeres conocían al acusado, David Storey?

– En efecto.

– ¿ Y que las dos muertes mostraban similitudes con una fotografía de una muerte autoerótica incluida en un libro que se sabe que en un momento estuvo en la biblioteca de la casa del acusado?

– En efecto.

Bosch miró a Storey al decir esto, con la esperanza de que levantara la cabeza para que sus miradas se encontraran una vez más.

– ¿Qué tenía que decir acerca de esto el Departamento de Policía de Culver City, detective Bosch?

– A raíz de mis preguntas reabrieron el caso, pero tienen dificultades.

– ¿Por qué motivo?

– El caso es viejo y como originalmente fue calificado de muerte accidental no se guardan todos los informes en los archivos. Y puesto que el cadáver fue hallado en un avanzado estado de descomposición resulta difícil hacer observaciones definitivas y llegar a conclusiones. Y el cadáver no puede ser exhumado porque fue incinerado.

– ¿Fue incinerado? ¿Por quién?

Fowkkes se levantó y protestó, pero el juez dijo que su objeción ya había sido escuchada y rechazada. Langwiser insistió a Bosch antes de que Fowkkes se hubiera vuelto a sentar.

– ¿Por quién, detective Bosch?

– Por su familia, pero lo pagó… La cremación, el servicio y todo lo demás fueron pagados por David Storey como regalo en memoria de Alicia López.

Langwiser pasó sonoramente una hoja de su bloc. Iba embalada y todo el mundo lo sabía. Era lo que los policías y fiscales, en una referencia surfista llamaban coger la ola. Significaba que habían puesto el caso en un punto en que todo iba a la perfección y todo les rodeaba en un glorioso equilibrio.

– ¿Detective, como consecuencia de esta parte de la investigación llegó el momento en que una mujer llamada Annabelle Crowe acudió a verle?

– Sí, en el Los Angeles Times se publicó un artículo sobre la investigación en el que se aseguraba que David Storey era sospechoso. Annabelle Crowe leyó el artículo y se presentó.

– ¿Y quién es ella?

– Es actriz. Vive en West Hollywood.

– ¿Y qué relación tiene con este caso?

– Me contó que en una ocasión había salido con David Storey el año pasado y que él la estranguló mientras estaban manteniendo relaciones sexuales.

Fowkkes elevó otra protesta, en este caso ya sin la fuerza de las anteriores. De nuevo fue rechazada puesto que el testimonio había sido autorizado por el juez en las mociones previas.

– ¿Dónde dijo la señorita Crowe que se produjo este incidente?

– En el domicilio del señor Storey en Mulholland Drive. Le pedí que me describiera la casa y lo hizo con mucha precisión. Había estado allí.

– ¿No puede ser que viera el número del Architectural Digest que mostraba fotos de la casa del acusado?

– Describió con notable detalle zonas del dormitorio principal y el baño, que no aparecían en la revista.

– ¿Qué le ocurrió a ella cuando el acusado la estranguló?

– Me dijo que se desmayó. Cuando se despertó, el señor Storey no estaba en la habitación. Se estaba duchando. Ella recogió su ropa y huyó de la casa.

Langwiser subrayó esta última afirmación con un largo silencio. Luego volvió a pasar hojas del bloc, miró a la mesa de la defensa y luego al juez Houghton.

– Señoría, he terminado con el detective Bosch por el momento.

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