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Recién duchado y afeitado, Bosch salió del ascensor y se dirigió hacia las puertas de la sala del Departamento N. Caminó con paso resuelto. Se sentía como el auténtico príncipe de la ciudad. Apenas había dado unos pasos cuando se le acercó McEvoy, que surgió de una salita como un coyote que hubiera estado esperando agazapado en una cueva a su confiada presa. Pero nada podía mellar la resolución de Bosch. Sonrió cuando el periodista lo alcanzó.

– Detective Bosch, ¿ha pensado en lo que hablamos? Tengo que empezar a escribir mi artículo hoy.

Bosch no aminoró el paso. Sabía que en cuanto entrara en la sala no tendrían mucho tiempo.

– Rudy Tafero -dijo.

– ¿Perdón?

– Él era su fuente. Rudy Tafero. Lo he averiguado esta mañana.

– Detective, le he dicho que no puedo revelar…

– Sí, ya lo sé. Pero, mire, soy yo el que lo está revelando. De todos modos, no importa.

– ¿Por qué no?

Bosch se detuvo de repente. McEvoy dio unos pasos más y retrocedió.

– ¿Por qué no? -preguntó de nuevo.

– Hoy es su día de suerte, Jack. Tengo dos buenos soplos para usted.

– De acuerdo, ¿qué?

McEvoy empezó a sacar un bloc del bolsillo trasero. Bosch le colocó una mano en el antebrazo y lo detuvo.

– No lo saque, los otros periodistas lo verán y creerán que le estoy contando algo.

Hizo un ademán hacia la puerta abierta de la sala donde estaban los medios de comunicación. Había un puñado de periodistas merodeando en espera de que se iniciara la sesión.

– Entonces vendrán y tendré que decírselo a ellos.

McEvoy dejó el bloc en su sitio.

– De acuerdo, ¿cuáles son los soplos?

– En primer lugar, esa historia es una puta mierda. De hecho, esta mañana han detenido a su fuente y lo han acusado del asesinato de Edward Gunn y del intento de asesinato de Terry McCaleb.

– ¿Qué? Él…

– Espere, déjeme hablar. No tengo todo el día.

Hizo una pausa y McEvoy asintió con la cabeza.

– Sí, han detenido a Rudy. Él mató a Gunn. El plan era cargármelo a mí y divulgarlo durante la fase de la defensa del caso.

– ¿Está diciendo que Storey era parte de…?

– Exactamente. Lo cual me lleva al soplo número dos. Y esto es que, yo de usted, estaría en esa sala hoy mucho antes de que entre el juez y empiece. ¿Ve a esos tipos que están allí de pie? Se lo van a perder, Jack. Usted no querrá ser como ellos.

Bosch lo dejó allí. Hizo una señal al ayudante de la sala y le dejaron entrar.

Dos ayudantes estaban conduciendo a David Storey a su lugar en la mesa de la defensa cuando Bosch entró en la sala. Fowkkes ya estaba allí y Langwiser y Kretzler estaban sentados en la mesa de la acusación. Bosch miró su reloj mientras entraba en la sala. Tenía alrededor de quince minutos antes de que el juez se sentara en el estrado y llamara al jurado.

Se acercó a la mesa de la acusación, pero se quedó de pie. Se inclinó y apoyó las palmas de ambas manos en la mesa mientras miraba a los dos fiscales.

– Harry, ¿estás preparado? -empezó Langwiser-. Hoy es el gran día.

– Hoy es el gran día, pero no por lo que tú crees. Vosotros aceptaríais un trato, ¿no? Si se carga con Jody Krementz y Alicia López, no buscaríais pena de muerte, ¿no?

Ambos lo miraron con los ojos en blanco por la confusión.

– Vamos, no tenemos mucho tiempo antes de que salga el juez. ¿Que os parece si entro ahí y en cinco minutos os traigo dos asesinatos en primer grado? La familia de Alicia López os lo agradecerá. Les dijisteis que no teníais posibilidades.

– Harry, ¿de qué estás hablando? -dijo Langwiser-. Propusimos un trato. Dos veces. Y Fowkkes se negó dos veces.

– Y no tenemos pruebas sobre López -añadió Kretzler-. Tú lo sabes, el jurado de acusación la sobreseyó. Nadie…

– ¿Escuchad, queréis un trato o no? Creo que puedo entrar ahí y conseguirlo. He detenido a Rudy Tafero por asesinato esta mañana. Era un montaje orquestado por Storey para cargármelo a mí. Les salió el tiro por la culata y Tafero ha aceptado un trato. Está hablando.

– ¡Dios santo! -exclamó Kretzler.

Lo dijo en voz demasiado alta. Bosch se volvió y miró a la mesa de la defensa. Tanto Fowkkes como Storey los estaban mirando. Justo detrás de la mesa de la defensa vio a McEvoy sentándose en la silla de la tribuna de prensa que quedaba más cerca de los fiscales. Todavía no había entrado ningún otro periodista.

– Harry, ¿de qué estás hablando? -dijo Langwiser-. ¿Qué asesinato?

Bosch no atendió a las preguntas.

– Dejadme ir allí -dijo Bosch-. Quiero mirar a Storey a los ojos cuando se lo diga.

Kretzler y Langwiser cruzaron una mirada. Langwiser encogió los hombros e hizo un ademán de exasperación con las manos.

– Vale la pena. Sólo guardábamos la pena de muerte como un as en la manga.

– Entonces, de acuerdo -dijo Bosch-. Mirad a ver si el alguacil puede ganarme algo de tiempo con el juez.

Bosch rodeó la mesa de la defensa y se quedó de pie delante, de manera que podía ver tanto a Fowkkes como a Storey. Fowkkes estaba escribiendo algo en un bloc. Bosch se aclaró la garganta y, al cabo de unos momentos, el abogado de la defensa levantó la mirada, lentamente.

– ¿Sí, detective? ¿No debería estar en su mesa preparándose para…?

– ¿Dónde está Rudy Tafero? -Bosch miró a Storey mientras lo preguntaba.

Fowkkes miró a su espalda hacia el asiento contiguo a la barandilla en el que solía sentarse Tafero durante las sesiones.

– Estoy seguro de que está en camino -dijo-. Aún faltan unos minutos.

Bosch sonrió.

– ¿En camino? Sí, está en camino. En camino al Ser Max de Corcoran o quizá al de Pelican Cove, si tiene suerte. La verdad es que no me gustaría ser un ex policía cumpliendo condena en Corcoran.

Fowkkes no pareció impresionado.

– Detective, no sé de qué está hablando. Estoy intentando preparar la estrategia de la defensa, porque creo que la acusación va a plegar sus tiendas hoy. De manera que, si no le importa.

Bosch miró a Storey cuando respondió.

– No hay ninguna estrategia. No hay defensa. Rudy Tafero ha sido detenido esta mañana. Se le acusa de asesinato e intento de asesinato. Estoy seguro de que su cliente podrá contárselo todo, letrado. Eso si es que no lo sabe ya.

Fowkkes se levantó abruptamente como si fuera a hacer una protesta.

– Señor, es altamente irregular que venga a la mesa de la defensa y…

– Ha llegado a un acuerdo hace un par de horas. Está tirando de la manta.

De nuevo Bosch no hizo caso de Fowkkes y miró a Storey.

– Así que éste es el trato. Tienen cinco minutos para acercarse a Langwiser y Kretzler y acordar declararse culpable de asesinato en primer grado de Krementz y López.

– Esto es ridículo. Voy a quejarme ante el juez.

Esta vez Bosch miró a Fowkkes.

– Hágalo, pero eso no va a cambiar las cosas. Cinco minutos.

Bosch se alejó, pero fue hacia la mesa del alguacil, enfrente de la tribuna del juez. Las fotos exhibidas en el juicio estaban apiladas en una mesa auxiliar. Bosch las revisó hasta que encontró la ampliación que buscaba. La sacó y se la llevó a la mesa de la defensa. Fowkkes seguía de pie, pero inclinándose para que Storey pudiera susurrarle algo al oído. Bosch dejó el póster que contenía la instantánea de la biblioteca de la casa de Storey sobre la mesa. Señaló con el dedo dos de los libros del estante superior. Los títulos de los lomos eran claramente legibles. Uno se titulaba El arte de la oscuridad y el otro simplemente Bosch.

– Aquí mismo tenemos su conocimiento previo.

Dejó la foto en la mesa de la defensa y empezó a caminar hacia la de la acusación. Pero sólo había dado dos pasos cuando retrocedió y apoyó las palmas de las manos en la mesa de la defensa. Miró directamente a Storey. Habló en una voz que sabía que era lo bastante alta para que McEvoy lo oyera desde la tribuna de la prensa.

– ¿Sabe cuál fue su gran error, David?

– No -dijo Storey con un tono despectivo-. ¿Por qué no me lo cuenta?

Fowkkes agarró de inmediato el brazo de su cliente para silenciarlo.

– Dibujar la escena para Tafero -dijo Bosch-. Lo que él hizo fue ir y poner esos bonitos dibujos que hizo en una caja de seguridad del City National. Sabía que podrían serle útiles y no se equivocó. Los ha usado esta mañana para salvarse de la pena de muerte. ¿Qué va a usar usted?

Bosch detectó un revelador titubeo en los ojos de Storey. En ese momento Bosch supo que todo había terminado, porque Storey sabía que había terminado.

Bosch se enderezó y miró casualmente a su reloj, y luego a Fowkkes.

– Quedan tres minutos, señor Fowkkes. La vida de su cliente está en juego.

Bosch regresó a la mesa de la defensa y se sentó. Kretzler y Langwiser se inclinaron hacia él y le susurraron urgentemente preguntas, pero Bosch no les atendió.

– Veamos lo que ocurre.

En los siguientes cinco minutos no miró ni una sola vez a la mesa de la defensa. Oía palabras ahogadas y susurros, pero no distinguía ninguno de ellos. La sala se llenó de espectadores y miembros de los medios de comunicación.

Ninguna novedad de la mesa de la defensa.

A las nueve en punto, la puerta situada detrás del estrado se abrió y el juez Houghton subió los escalones hasta su lugar. Tomó asiento y miró a las mesas de la acusación y la defensa.

– ¿Señoras y señores, estamos preparados para que entre el jurado?

– Sí, señoría -dijo Kretzler.

– No hubo respuesta alguna de la mesa de la defensa. Houghton miró hacia allá, con una sonrisa de curiosidad en el rostro.

– ¿Señor Fowkkes? ¿Puedo hacer entrar al jurado?

Bosch se reclinó para mirar más allá de Langwiser y Kretzler a la mesa de la defensa. Fowkkes estaba repantigado en la silla, en una postura que no había exhibido en la sala antes. Tenía un codo sobre el brazo de la silla y la mano levantada. Estaba jugueteando con un boli y parecía sumido en sus depresivos pensamientos. Su cliente estaba sentado rígido a su lado, mirando hacia adelante.

– ¿Señor Fowkkes? Estoy esperando una respuesta.

Fowkkes finalmente alzó la mirada hacia el juez y muy lentamente se levantó del asiento y se acercó al magistrado.

– Señoría, ¿podemos acercarnos en un aparte un momento?

El juez miró entre curioso e irritado. Había sido rutina del juicio someter todas las peticiones no públicas a las ocho y media para poder argumentarlas en privado sin restar tiempo de sala.

– ¿ No puede tratarse en juicio público, señor Fowkkes?

– No, señoría. No en este momento.

– Muy bien. Suban.

Houghton hizo señas a los letrados para que subieran. Lo hizo con las dos manos, como si estuviera guiando a un camión en marcha atrás.

Los letrados se aproximaron al costado del estrado y se apiñaron en torno al juez. Desde su ángulo, Bosch veía las caras de todos ellos y no necesitaba oír lo que se estaba hablando entre susurros. Fowkkes estaba lívido y después de dichas unas palabras Kretzler y Langwiser parecieron crecer en estatura. Langwiser incluso miró de reojo a Bosch y él leyó el mensaje de la victoria en sus ojos.

Bosch se volvió y miró al acusado. Esperó y David Storey giró lentamente la cabeza y sus miradas conectaron una última vez. Bosch no sonrió. No parpadeó. No hizo otra cosa que sostener la mirada. Al final, fue Storey quien desvió la vista y la fijó en las manos que tenía en su regazo. Bosch sintió una sensación vibrante en su cuero cabelludo. La había sentido antes, en ocasiones en que había atisbado el rostro normalmente oculto de un monstruo.

El aparte se rompió y los dos fiscales regresaron rápidamente a Ja mesa, con la excitación claramente visible en su andar y sus rostros. En cambio, J. Reason Fowkkes caminó lentamente hasta la mesa de la defensa. Langwiser agarró a Bosch por el hombro mientras se sentaba.

– Ha aceptado -susurró con excitación-. Krementz y López. ¿Cuando fuiste allí dijiste sentencias consecutivas o concurrentes?

– No dije nada.

– Vale. Hemos acordado en concurrentes, pero vamos a concretarlo a puerta cerrada. Necesitamos acusar formalmente a Storey de lo de López. ¿Quieres entrar y hacer la detención?

– Como quieras.

Bosch sabía que era sólo una formalidad legal, porque Storey ya estaba bajo custodia.

– Te lo mereces, Harry. Queremos que estés presente.

– Bien.

El juez golpeó una vez con el mazo y atrajo la atención de la sala. Todos los periodistas se habían inclinado hacia adelante en la tribuna de prensa. Sabían que algo importante iba a ocurrir.

– Haremos una pausa hasta las diez en punto -anunció el juez-. Ahora veré a las partes en privado.

Houghton se levantó y rápidamente bajó los tres escalones hasta la puerta trasera antes de que el ayudante tuviera tiempo de decir.

– En pie.

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