40

Se metieron en un reservado de Nat's después de que la camarera con el tatuaje del corazón encadenado en alambre de espino les diera las botellas de Rolling Rock. Mientras sacaba las botellas de la nevera y las abría, la mujer no hizo mención alguna a la visita de McCaleb de la otra noche para hacer preguntas sobre el hombre con el que había regresado. Era temprano y en el local sólo había un par de grupos de tipos duros en la barra y reunidos en el reservado del fondo. En la máquina de discos Bruce Springsteen cantaba «Está oscuro en el filo de la ciudad…»

McCaleb estudió a Bosch. Pensó que tenía aspecto de estar preocupado por algo, probablemente por el juicio. El último testimonio había acabado como mucho en empate. Bien en el interrogatorio, mal en la interpelación. El tipo de testigo que no usas si tienes elección.

– Parece que no os ha ido muy bien con la testigo.

Bosch asintió.

– Es culpa mía. Tendría que haberlo visto venir. La miré y pensé que era tan guapa que no podía… Simplemente la creí.

– Te entiendo.

– Es la última vez que me fío de una cara.

– Todavía parece que lo lleváis bien. ¿Qué más tenéis?

Bosch esbozó una sonrisita.

– Esto es todo. Iban a concluir hoy, pero decidieron esperar hasta mañana para que Fowkkes no tuviera la noche para prepararse. Pero ya hemos disparado todas las balas. A partir de mañana veremos qué es lo que tienen ellos.

McCaleb observó que Bosch se bebía casi media botella de un trago. Decidió pasar a las preguntas que de verdad le interesaban mientras Bosch seguía sereno.

– Bueno, háblame de Rudy Tafero.

Bosch se encogió de hombros en un gesto de ambivalencia.

– ¿Qué pasa con él?

– No lo sé. ¿Lo conoces bien? ¿Lo conocías bien?

– Bueno, lo conocía cuando estaba en nuestro equipo. Trabajamos juntos en la brigada de detectives de Hollywood durante cinco años. Entonces entregó la placa, cogió su pensión de veinte años y se instaló al otro lado de la calle. Empezó a trabajar sacando del calabozo a los que nosotros metíamos en el calabozo.

– Cuando estabais los dos en Hollywood, ¿teníais mucha relación?

– No sé qué quiere decir relación. No éramos amigos, ni nos tomábamos las copas juntos, él trabajaba en robos y yo en homicidios. ¿Por qué me preguntas tanto por él? ¿Qué tiene que ver él con…?

Se detuvo y miró a McCaleb, los engranajes obviamente girando en su mente. Rod Stewart estaba cantando Twisting the Night Away.

– ¿Me estás tomando el pelo? -preguntó Bosch al fin-. ¿Estás investigando a…?

– Déjame hacerte algunas preguntas -lo interrumpió McCaleb-. Después haz tú las tuyas.

Bosch se acabó la botella y la levantó hasta que la camarera lo vio.

– No hay servicio de mesas, chicos -gritó-. Lo siento.

– Mierda -dijo Bosch.

Salió deslizándose del reservado y se acercó a la barra. Regresó con otras cuatro Rocks, aunque McCaleb apenas había empezado con la primera de las suyas.

– Pregunta -dijo Bosch.

– ¿Por qué no teníais mucha relación?

Bosch apoyó los codos en la mesa y sostuvo una botella llena con ambas manos. Miró fuera del reservado y luego a McCaleb.

– Hace cinco o diez años había dos grupos en el FBI, y hasta cierto punto pasaba lo mismo en el departamento. Era como los santos y los pecadores, dos grupos distintos.

– ¿Los nacidos de nuevo y los que no habían visto la luz?

– Algo así.

McCaleb lo recordó. Hacía una década había sido bien conocido en los círculos de los cuerpos de segundad locales que un grupo en el Departamento de Policía de Los Ángeles conocido como los «nacidos de nuevo» tenía miembros en puestos clave y prevalecía en los ascensos y la elección de destinos. Los miembros del grupo -varios cientos de agentes de todos los rangos- pertenecían a una iglesia del valle de San Fernando, donde el subdirector del departamento al frente de las operaciones era un predicador lego. Los oficiales ambiciosos se unieron en tropel a la iglesia, con la esperanza de impresionar al subdirector y mejorar sus perspectivas laborales. El grado de espiritualidad implícito estaba en entredicho. Pero cuando el subdirector pronunciaba su sermón todos los domingos durante el servicio de las once, la iglesia estaba llena hasta los topes de polis fuera de servicio con una mirada fervorosa fijada en el pulpito. McCaleb había oído en una ocasión una anécdota acerca de la alarma de un coche que sonó en el aparcamiento de la iglesia durante el servicio de las once. El desafortunado yonqui que estaba hurgando en la guantera del vehículo pronto se vio apuntado por un centenar de pistolas empuñadas por policías fuera de servicio.

– Supongo que tú eras de los pecadores, Harry.

Bosch sonrió y asintió.

– Por supuesto.

– Y Tafero estaba con los santos.

– Sí, y también nuestro teniente de entonces, un petimetre llamado Harvey Pounds. Él y Tafero tenían su iglesita montada y por eso eran inseparables. Supongo que cualquiera que estuviera con Pounds, fuera por la iglesia o no, no era alguien hacia el que yo iba a gravitar, no sé si me explico. Y ellos no iban a gravitar hacia mí.

McCaleb asintió. Sabía más de lo que dejaba entrever.

– Pounds fue el tipo que estropeó el caso Gunn -dijo-. El que empujaste por la ventana.

– El mismo.

Bosch bajó la cabeza y la sacudió en una actitud de autodesprecio.

– ¿Estaba Tafero allí aquel día?

– ¿Tafero? No lo sé, es probable.

– Bueno, ¿no hubo una investigación de asuntos internos con informes de testigos?

– Sí, pero yo no la miré. O sea, empujé al tío por la ventana delante de toda la brigada. No iba a negarlo.

– Y después al cabo de, ¿qué fue más o menos un mes?, Pounds apareció muerto en un túnel en las colinas.

– En Griffith Park, sí.

– Y el caso sigue abierto…

Bosch asintió.

– Técnicamente.

– Eso ya lo habías dicho. ¿Qué significa?

– Significa que está abierto, pero que nadie está trabajando en él. El departamento tiene una clasificación especial para esos casos, casos que no quieren tocar. Es lo que llaman cerrado por circunstancias distintas a la detención.

– ¿Y tú conoces esas circunstancias?

Bosch se terminó su segunda botella, la apartó hacia un lado y cogió otra que tenía delante.

– No estás bebiendo -dijo.

– Tú estás bebiendo por los dos. ¿Conoces esas circunstancias?

Bosch se inclinó hacia adelante.

– Escucha, voy a decirte algo que muy poca gente sabe, ¿de acuerdo?

McCaleb asintió. Sabía que era mejor no hacer preguntas en ese momento. Dejaría que Bosch se lo contara.

– Me suspendieron por esa historia de la ventana. Cuando me cansé de dar vueltas en mi casa mirando las paredes, empecé la investigación de un viejo caso, un caso de asesinato. Iba por libre y terminé siguiendo una pista a ciegas que conducía a gente muy poderosa. Pero en ese momento yo no tenía placa, no tenía posición. Así que hice varias llamadas utilizando el nombre de

Pounds. Ya sabes, estaba tratando de ocultar lo que estaba haciendo.

– Si el departamento descubría que estabas trabajando en un caso estando suspendido las cosas habrían empeorado para ti.

– Exactamente. Así que usé su nombre cuando hice lo que pensé que eran llamadas inocuas de rutina. Pero entonces, una noche, alguien llamó a Pounds y le dijo que tenía algo para él, información urgente. Él acudió a la cita. Solo. Luego lo encontraron en aquel túnel. Lo habían golpeado de una forma muy fea. Como si lo hubieran torturado. Sólo que él no podía responder a las preguntas, porque era el tipo equivocado. Yo era el que había utilizado su nombre. Era a mí a quien querían.

Bosch dejó caer la barbilla sobre el pecho y se quedó un buen rato en silencio.

– Lo mataron por mi culpa -dijo sin levantar la mirada-. El tipo era un capullo de primera, pero lo mataron por mi culpa.

Bosch levantó la cabeza de repente y bebió de la botella. McCaleb vio que sus ojos eran oscuros y brillantes. Parecía cansado.

– ¿Era esto lo que querías saber, Terry? ¿Esto te ayuda?

McCaleb asintió.

– ¿Qué sabía Tafero de todo esto?

– Nada.

– ¿Podría haber pensado que fuiste tú quien llamó a Pounds aquella noche?

– Quizá. Hubo gente que lo creyó, y probablemente todavía lo cree. Pero ¿qué significa eso? ¿Qué tiene que ver con Gunn?

McCaleb tomó su primer largo trago de cerveza. Estaba helada y sintió el frío en el pecho. Dejó la botella en la mesa y decidió que era el momento de ofrecerle algo a cambio a Bosch.

– Necesito saber de Tafero, porque necesito conocer sus razones, sus motivos. No tengo ninguna prueba de nada (todavía), pero creo que Tafero mató a Gunn. Lo hizo por Storey. Te tendió una trampa.

– Dios…

– Una trampa casi perfecta. La escena del crimen está relacionada con el pintor Hieronymus Bosch, el pintor está relacionado contigo porque se llamaba igual que tú, y por último tú estás relacionado con Gunn. ¿Y sabes cuándo tuvo Storey la idea?

Bosch negó con la cabeza. Estaba demasiado aturdido para hablar.

– El día que intentaste interrogarlo en su despacho. Pasaste la cinta en el juicio la semana pasada. Te identificaste con tu nombre completo.

– Siempre lo hago. Yo…

– Entonces él contactó con Tafero y Tafero encontró la víctima perfecta. Gunn, un hombre que se había escapado de ti y de un cargo de asesinato hace seis años.

Bosch levantó ligeramente la botella y volvió a dejarla sobre la mesa.

– Creo que era un plan doble -continuó McCaleb-. Si tenían suerte la conexión se haría con rapidez y tú te enfrentarías a una acusación de asesinato antes incluso de que empezara el juicio de Storey. Si eso no ocurría, recurrían al plan B. Todavía lo tendrían para aplastarte en el juicio. Si te destruyen a ti, destruyen el caso. Fowkkes ya se encargó de esta mujer hoy y arremetió contra algunos testigos más. ¿En qué más se sostiene el caso? En ti, Harry. Sabían que se resumiría en ti.

Bosch volvió ligeramente la cabeza y sus ojos parecieron ponerse en blanco mientras miraba la superficie arañada de la mesa y sopesaba lo que McCaleb le había dicho.

– Necesitaba conocer tu historia con Tafero -dijo McCaleb-. Porque ésa es una pregunta; ¿por qué lo hizo? Sí, probablemente por dinero y por un buen enganche con Storey si sale Ubre, pero tiene que haber algo más. Y creo que acabas de decirme lo que era. Probablemente te odia desde hace mucho tiempo.

Bosch levantó la mirada de la mesa y miró directamente a McCaleb.

– Es una venganza.

McCaleb asintió.

– Por Pounds. Y a menos que consigamos la prueba, podría funcionar.

Bosch guardó silencio. Bajó la mirada hacia la mesa. McCaleb lo vio cansado y derrotado.

– ¿Todavía quieres estrecharle la mano? -preguntó McCaleb.

Bosch levantó la mirada.

– Lo siento, Harry, ha sido un golpe bajo.

Bosch bajó la cabeza y se encogió de hombros.

– Me lo merezco. Bueno, dime qué es lo que tienes.

– No demasiado. Pero tenías razón. Se me pasó algo. Tafero depositó la fianza de Gunn el día de Nochevieja. Creo que el plan era matarlo esa noche, montar el escenario y dejar que las cosas siguieran su curso. La conexión de Hieronymus Bosch surgiría, o a través de Jaye Winston o por una investigación del PDCV, y te convertirías en el sospechoso natural. Pero entonces Gunn se emborrachó. -Levantó la botella e hizo una señal hacia la barra-. Y luego lo detuvieron por conducir borracho cuando volvía a casa. Tafero tuvo que sacarlo para poder seguir adelante con el plan. Para poder matarlo. Esa fianza es la única conexión directa que tenemos.

Bosch asintió. McCaleb sabía que había entendido la jugada.

– Ellos lo filtraron al periodista -dijo Bosch-. Una vez que saliera en la prensa, podrían saltar sobre la noticia y usarla, actuar como si fuera una novedad para ellos, como si estuvieran detrás de la curva cuando en realidad estaban doblando la maldita curva.

McCaleb asintió, vacilante. No mencionó la confesión de Buddy Lockridge, porque complicaba la hipótesis en la que estaban trabajando.

– ¿Qué? -preguntó Bosch.

– Nada, sólo estaba pensando.

– ¿No tienes nada más que el nombre de Tafero en el pago de la fianza?

– Y una multa de aparcamiento. Eso es todo por el momento.

McCaleb describió detalladamente sus visitas de esa mañana a Fianzas Valentino y a la oficina de correos y cómo el hecho de haber llegado cuarenta y ocho minutos tarde podría significar la diferencia para poder exculpar a Bosch y detener a Tafero.

Bosch torció el gesto y levantó su botella, pero otra vez volvió a dejarla en la mesa sin beber.

– La multa lo sitúa en la oficina de correos -dijo McCaleb.

– Eso no es nada. Tiene el despacho a cinco manzanas. Puede decir que es el único aparcamiento que encontró. Puede decir que le prestó el coche a otra persona. No es nada.

McCaleb no quería concentrarse en lo que no tenían. Quería añadir piezas que faltaban.

– Escucha, el sargento de guardia de la mañana nos dijo que tenías un requerimiento permanente para que te avisaran cada vez que Gunn entraba en el calabozo. ¿Es posible que Tafero lo supiera de cuando estaba en la brigada o de alguna otra forma?

– Puede ser. No era ningún secreto. Estaba trabajando con Gunn y algún día iba a quebrarlo.

– Por cierto, ¿qué aspecto tenía Pounds?

Bosch lo miró perplejo.

– ¿Bajo, ancho y calvo, con bigote?

Bosch asintió y estaba a punto de hacer una pregunta cuando McCaleb la respondió.

– Su foto está en la pared del despacho de Tafero. Pounds le está dando la placa del detective del mes. Apuesto a que a ti no te dieron ninguna, Harry.

– No con Pounds haciendo la elección.

McCaleb levantó la mirada y vio que Jaye Winston había entrado en el bar. Llevaba un maletín. McCaleb la saludó con la cabeza y ella se encaminó al reservado, andando con los hombros erguidos como si estuviera avanzando cuidadosamente por un vertedero.

McCaleb salió y ella se sentó a su lado.

– Bonito sitio.

– Harry -dijo McCaleb-. Creo que ya conoces a Jaye Winston.

Bosch y Winston cruzaron una mirada.

– Lo primero -dijo Winston-, siento esa historia con Kiz. Espero que…

– Hacemos lo que tenemos que hacer -dijo Bosch-. ¿Quieres tomar algo? No vienen a las mesas.

– No lo esperaba. Makers's Mark con hielo, si tienen.

– Terry, ¿tú estás servido?

– Sí.

Bosch salió para ir a buscar las bebidas. Winston se volvió para mirar a McCaleb.

– ¿Cómo va esto?

– Pequeñas piezas, aquí y allá.

– ¿Cómo se lo está tomando?

– Diría que no muy mal, teniendo en cuenta lo que se le puede venir encima. ¿Y a ti qué tal?

Ella sonrió de un modo que McCaleb sabía que quería decir que había encontrado algo.

– Te he traído la foto y un par más de… piezas interesantes.

Bosch dejó la copa de Winston delante de ella y ocupó su lugar en el reservado.

– Se rió cuando le dije Maker's Mark -dijo-. Esto es el garrafón de la casa.

– Genial, gracias.

Winston apartó el vaso a un costado y puso el maletín sobre la mesa. Lo abrió, sacó una carpeta y luego cerró el maletín y volvió a dejarlo en el suelo. McCaleb se fijó en Bosch, que observaba a la detective del sheriff con cara de expectación.

Winston abrió la carpeta y tendió a McCaleb una foto de trece por dieciocho de Rudy Tafero.

– Es de su licencia para depositar fianzas. De hace once meses.

Entonces se fijó en una página de notas.

– Fui al calabozo del condado y saqué todo lo que había sobre Storey. Lo tuvieron allí hasta que lo trasladaron a la prisión de Van Nuys para el juicio. Durante su estancia en la cárcel del condado recibió diecinueve visitas de Tafero. Las primeras doce visitas fueron durante las primeras tres semanas que pasó allí. En ese mismo periodo, Fowkkes sólo lo visitó cuatro veces y la secretaria ejecutiva de Storey, una mujer llamada Betilda Loett lo visitó seis veces. Eso es todo. Se veía más con su investigador que con sus abogados.

– Fue entonces cuando lo planearon -dijo McCaleb.

Ella asintió y volvió a sonreír de la misma manera.

– ¿Qué? -preguntó McCaleb.

– Me guardo lo mejor para el final.

Volvió a colocar el maletín sobre la mesa y lo abrió.

– La prisión conserva los registros de todas las propiedades y posesiones de los internos, pertenencias que trajeron consigo, cosas que les entregaron sus visitantes después de ser aprobadas. Según una anotación en los registros de Storey, se permitió a su ayudante, Betilda Loett, que le diera un libro en la segunda de sus seis visitas. Según el informe de propiedad, era uno llamado El arte de la oscuridad, fui a la librería del centro y lo pedí.

Sacó del maletín un libro grande y pesado con una cubierta de tela azul. Empezó a abrirlo sobre la mesa. Había un Post amarillo sobresaliendo como marcador.

– Es un estudio de artistas que utilizaron la oscuridad como parte vital de su medio visual, según la introducción.

– Tiene un capítulo bastante largo dedicado a Hieronymus Bosch, con ilustraciones.

McCaleb levantó la botella vacía y la hizo chocar con el vaso de Winston, que todavía no había tocado. Entonces se inclinó hacia adelante, junto con Bosch, para mirar las páginas.

– Precioso -dijo.

Winston pasó las páginas. Las ilustraciones del libro incluían todas las pinturas de Bosch de las que podían rastrearse piezas de la escena del crimen: La extracción de la piedra de la locura. Los siete pecados capitales, con el ojo de Dios; El Juicio Final y El jardín de las delicias.

– Lo planeó allí mismo, desde la celda -se maravilló McCaleb.

– Eso parece -dijo Winston.

Ambos miraron a Bosch, que estaba asintiendo con la cabeza de un modo casi imperceptible.

– Ahora es tu turno, Harry -dijo McCaleb.

Bosch parecía perplejo.

– ¿Mi turno de qué?

– De tener buena suene.

McCaleb le entregó la foto de Tafero y señaló a la camarera. Bosch salió y se acercó a la barra con la foto.

– Todavía nos falta algo sólido -dijo Winston mientras ambos miraban a Bosch preguntando a la camarera por la foto-. Tenemos algunas piezas, pero eso es todo.

– Lo sé -dijo McCaleb. No podía oír la conversación de la barra porque la música estaba demasiado alta. Van Morrison cantaba: «La noche salvaje está cayendo.»

Bosch saludó a la camarera y regresó al reservado.

– Lo reconoce: bebe Kahlua y otros licores de crema. Pero no recuerda haberlo visto con Gunn.

McCaleb se encogió de hombros en un gesto que significaba que no era gran cosa.

– Valía la pena intentarlo.

– Sabes adonde nos lleva esto, ¿verdad? -dijo Bosch, paseando su mirada de McCaleb a Winston y otra vez a McCaleb-. Vas a tener que hacer un juego. Va a ser la única forma. Y va a tener que ser una buena trampa, porque me juego el cuello.

McCaleb asintió.

– Lo sabemos -dijo.

– ¿Cuándo? Me estoy quedando sin tiempo.

McCaleb miró a Winston. Era su turno.

– Pronto -dijo ella-. Tal vez mañana. Aún no he llevado esto a mi oficina. Tengo que convencer a mi capitán, porque lo último que sabe es que habían echado a Terry y que yo estaba investigándote ti con el FBI. También tengo que conseguir a un fiscal, porque cuando nos movamos tendremos que hacerlo rápido. Si todo funciona, creo que detendremos a Tafero para interrogarlo y haremos la función.

Bosch miró la mesa con una sonrisa compungida. Jugueteó con una botella.

– Me he encontrado con estos tipos hoy. Los agentes.

– Lo sé. No les has convencido de tu inocencia, precisamente. Han vuelto cabreadísimos.

Bosch levantó la mirada.

– Bueno, ¿qué necesitáis de mí?

– Necesitamos que te quedes tranquilo -dijo Winston-'. Te informaremos de lo de mañana por la noche.

Bosch asintió.

– Sólo hay una cosa-dijo McCaleb-. Las fotos del juicio, ¿tienes acceso a ellas?

– Durante el juicio sí. De lo contrario las tiene el alguacil. ¿Por qué?

– Porque es obvio que Storey tenía un conocimiento previo del pintor Hieronymus Bosch. Tuvo que reconocer tu nombre durante el interrogatorio y saber lo que podía hacer con él. Así que estoy pensando que ese libro que le llevó su ayudante a la celda era suyo. Le pidió que se lo llevara.

Bosch asintió.

– La foto de la estantería.

McCaleb asintió.

– Eso es.

– Te diré algo. -Bosch echó un vistazo alrededor-. ¿Hemos acabado?

– Hemos acabado -dijo Winston-. Estaremos en contacto.

La detective salió del reservado, seguida por Bosch y McCaleb. Dejaron dos cervezas y un whisky con hielo sin tocar en la mesa. En la puerta, McCaleb miró hacia atrás y vio una pareja de tipos duros yendo a por el tesoro. En la máquina de discos John Foggerty estaba cantando: «Está saliendo una luna siniestra…»

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