1

No hizo ninguna pregunta; ella ya había tenido premoniciones antes. Se limitó a esperar y poco después de que el cochecito de golf desapareciera de su campo visual, llamaron a la puerta. Graciela fue a abrir y no tardó en regresar a la terraza acompañada de una mujer a la que McCaleb no había visto desde hacía tres años.

La detective de la oficina del sheriff Jaye Winston sonrió al ver al bebé en sus brazos. Era una sonrisa genuina, pero al mismo tiempo era la sonrisa de desconcierto de alguien que no había venido a conocer un bebé. McCaleb sabía que la gruesa carpeta verde que llevaba en una mano y la cinta de vídeo que sostenía en la otra significaban que Winston había venido por trabajo. Trabajo relacionado con la muerte.

– Terry, ¿qué tal?

– No podría estar mejor. ¿Recuerdas a Graciela?

– Claro, y ¿quién es este bebé?

– Es CiCi.

McCaleb nunca utilizaba el nombre formal de la niña con los demás. Sólo la llamaba Cielo cuando estaba a solas con ella.

– CiCi -repitió Winston, y vaciló como si estuviera esperando una explicación, pero como no le dieron ninguna agregó-: ¿Qué tiempo tiene?

– Casi cuatro meses. Es grandota.

– Vaya, sí, ya lo veo… Y el niño, ¿dónde se ha metido?

– Raymond -dijo Graciela-. Está con unos amigos hoy. Terry tenía una excursión de pesca y por eso se ha ido al parque a jugar a softball.

La conversación era entrecortada y extraña. O bien Winston no estaba interesada o no estaba habituada a ese tipo de charla intrascendente.

– ¿Te apetece beber algo? -preguntó McCaleb, al tiempo que le entregaba el bebé a Graciela.

– No, gracias, me he tomado una Coca-cola en el ferry.

Como si le hubieran dado pie, o tal vez indignada por ser pasada de unos brazos a otros, la niña empezó a llorar y Graciela dijo que se la llevaría adentro. Dejó a Winston y a McCaleb en el porche. McCaleb señaló la mesa redonda y las sillas donde cenaban muchas noches cuando la pequeña dormía.

– Mejor nos sentamos.

Cedió a Winston la silla que ofrecía una mejor perspectiva del puerto. Ella puso en la mesa la carpeta verde, que McCaleb reconoció como el expediente de un asesinato, y encima la cinta de vídeo.

– Es preciosa -dijo ella.

– Sí, es encantadora. Me quedaría mirándola todo el…

McCaleb se detuvo y sonrió al darse cuenta de que ella estaba hablando de la vista y no de su hija. Winston también sonrió.

– La niña es preciosa, Terry. De verdad. Tú también tienes buen aspecto con este bronceado.

– He estado saliendo en el barco.

– ¿Y la salud va bien?

– No puedo quejarme de nada más que del montón de pastillas que me hacen tomar. Pero llevo tres años ya, y sin problemas. Creo que estoy a salvo, Jaye. Sólo tengo que seguir tomando esas condenadas pastillas y debería seguir así.

McCaleb sonrió y ciertamente parecía la personificación de la salud. El mismo sol que había oscurecido su piel había causado el efecto contrario en su cabello. Cortado muy corto y limpio, parecía casi rubio. El trabajo en el barco también había contribuido a definir los músculos de brazos y hombros. Lo único que lo delataba quedaba oculto por la camisa: la cicatriz de treinta y tres centímetros dejada por el trasplante.

– Enhorabuena -comentó Winston-, parece que te ha ido muy bien. Nueva familia, nueva casa… apartado de todo.

Winston se quedó callada un momento, volviendo la cabeza como si quisiera asimilar la panorámica y la isla y la vida de McCaleb, todo a la vez. McCaleb siempre había pensado que Jaye Winston era atractiva en un estilo un poco masculino. Tenía el pelo rubio rojizo largo hasta los hombros. Nunca la había visto maquillada en el tiempo que trabajaron juntos, pero tenía unos ojos agudos y conocedores y una sonrisa fácil y en cierto modo triste, como sí en todo viera el humor y la tragedia al mismo tiempo. Llevaba vaqueros negros y una camiseta blanca debajo de un blazer negro. Tenía aspecto de ser leal y dura, y McCaleb sabía por experiencia que lo era. Solía recogerse el pelo tras la oreja con frecuencia mientras hablaba, y a él le resultaba un gesto atractivo, por alguna razón desconocida. Siempre había pensado que de no haber conectado con Graciela quizá habría tratado de conocer mejor a Jaye Winston. Y también sentía que ella lo sabía de un modo intuitivo.

– En cierto modo, el motivo de mi visita me hace sentir culpable -dijo ella.

McCaleb señaló con la cabeza la carpeta y la cinta de vídeo.

– Has venido por trabajo. Podrías haber llamado, Jaye. Probablemente te habrías ahorrado tiempo.

– No, no enviaste ninguna tarjeta con el cambio de dirección y teléfono. Supongo que no quenas que la gente se enterara de dónde te habías instalado. -Winston se recogió el pelo tras la oreja derecha y sonrió de nuevo.

– En realidad, no -dijo él-. Simplemente no pensaba que nadie quisiera saber dónde estaba. Así que, ¿cómo me has encontrado?

– Estuve preguntando en el puerto en Cabrillo. Me dijeron en la oficina del puerto que aún conservabas el amarre, pero que te habías trasladado aquí. Así que crucé en el ferry y tomé un taxi acuático por el puerto hasta que lo encontré. Tu amigo estaba allí. El me explicó cómo llegar hasta aquí.

– Buddy.

McCaleb miró hacia el puerto y localizó el Following Sea, a menos de un kilómetro de allí. Veía a Buddy Lockridge inclinado en la popa. Al cabo de unos momentos supo que Buddy estaba limpiando los carretes con la manguera que salía del depósito de agua dulce.

– Bueno, ¿de qué se trata, Jaye? -dijo McCaleb sin mirar a Winston-. Tiene que ser importante para que te hayas tomado tantas molestias en tu día libre. Supongo que libras los domingos.

– Casi todos.

Winston apartó la cinta de vídeo y abrió la carpeta. Esta vez McCaleb miró. Aunque la tenía del revés, sabía que la primera página era un informe de incidencia, por lo general la primera página de cualquier expediente de homicidios que había leído. Era el punto de partida. Se fijó en la dirección. Incluso del revés vio que se trataba de un caso de West Hollywood.

– Tengo aquí un caso y esperaba que pudieras echarle un vistazo. En tu tiempo libre, claro. Creo que puede ser uno de los tuyos. Me gustaría que le dieras una leída, y si puede ser que me señalaras algo nuevo.

En cuanto había visto la carpeta en manos de Winston, McCaleb ya había adivinado que era eso lo que iba a pedirle. Sin embargo, al oír la pregunta sintió una confusa mezcla de sensaciones. Le entusiasmaba la posibilidad de recuperar una parte de su vida anterior, pero al mismo tiempo se sentía culpable por la idea de traer la muerte a una casa tan llena de vida nueva y felicidad. Miró hacia la corredera abierta para ver si Graciela estaba mirándolos. No era así.

– ¿Uno de los míos? -dijo-. Si es un asesino en serie, no pierdas el tiempo. Llama al FBI. Maggie Griffin…

– Ya lo he hecho, Terry, pero sigo necesitándote.

– ¿De cuánto tiempo estamos hablando?

– Dos semanas.

Los ojos de Winston se alzaron de la carpeta para mirar a McCaleb.

– ¿El día de Año Nuevo?

Ella asintió.

– El primer asesinato del año -dijo-. Al menos en el condado de Los Ángeles. Para alguna gente el milenio no empezó hasta este año.

– ¿Crees que es un loco del milenio?

– Creo que el que hizo esto es un loco de alguna clase. Por eso estoy aquí.

– ¿Qué dijo el FBI? ¿Le mostraste esto a Maggie?

– No estás al día, Terry. A Maggie la devolvieron a Quantico. Las cosas se han calmado en los últimos años y los de Ciencias del Comportamiento la recuperaron. Ya no hay oficina en Los Ángeles. Así que sí, hablé con ella. Pero en una llamada telefónica a Quantico. Metió la información en el PDCV y no salió nada.

McCaleb sabía que se refería al ordenador del Programa de Detención de Criminales Violentos.

– ¿Y han hecho algún perfil? -preguntó él.

– Estoy en lista de espera. ¿Sabes que en todo el país hubo treinta y cuatro asesinatos relacionados con el nuevo milenio entre Nochevieja y Año Nuevo? Así que por el momento tienen las manos llenas; y los grandes departamentos como nosotros estamos al final de la lista, porque el FBI supone que los departamentos pequeños, con menos experiencia, medios y recursos humanos necesitan más su ayuda.

Esperó un momento mientras dejaba que McCaleb reflexionara sobre el asunto. Él comprendió que la filosofía del FBI era la que se aplicaba para determinar las prioridades médicas cuando se produce una catástrofe.

– No me importa esperar más o menos un mes hasta que Maggie o algún otro pueda prepararme algo, pero mi instinto me dice que en este caso el tiempo es importante, Terry. Si es un asesino en serie, un mes puede ser demasiado. Por eso pensé en venir a verte. Estoy dándome cabezazos contra la pared y tú puedes ser nuestra última esperanza para sacar algo que nos sirva de punto de partida. Todavía me acuerdo del Sepulturero y el Asesino del Código. Sé lo que puedes hacer con unos informes y algunas cintas de la escena del crimen.

McCaleb pensó que el último comentario estaba de más y constituía su único movimiento en falso hasta el momento. Por lo demás, creía que ella era sincera al confiarle su convicción de que el asesino al que estaba buscando podía actuar de nuevo.

– Ha pasado mucho tiempo para mí, Jaye -empezó McCaleb-. Al margen del caso de la hermana de Graciela, no he participado en…

– Vamos, Terry, no me quieras engañar. Puedes estar ahí sentado con un bebé en el regazo todos los días de la semana, pero eso no borra lo que eres ni lo que haces. Te conozco. No nos hemos visto ni hemos hablado en mucho tiempo, pero te conozco. Y sé que no pasa un día sin que pienses en tus casos. Ni uno solo. -Winston hizo una pausa y lo miró-. Cuando te quitaron el corazón no te quitaron lo que te hace latir, ¿me explico?

McCaleb desvió la mirada y volvió a fijarla en su barco. Buddy se había sentado en la silla de pesca, con los pies levantados y apoyados en el espejo de popa. McCaleb suponía que tenía una cerveza en la mano, pero estaba demasiado lejos para determinarlo.

– Si eres tan buena interpretando a la gente para qué me necesitas.

– Puede que yo sea buena, pero tú eres el mejor que he conocido nunca. Joder, aunque no estuvieran liados hasta Pascua en Quantico, te preferiría a cualquiera de esos profilers. Lo digo en serio. Tú eras…

– Vale, Jaye, ahórrame el discursito, ¿quieres? Mi ego está satisfecho con todo el…

– Entonces, ¿qué necesitas?

Volvió a mirarla.

– Sólo un poco de tiempo. Tengo que pensarlo.

– He venido porque mi instinto me dice que no tenemos mucho tiempo.

McCaleb se levantó y se acercó a la barandilla. Su mirada se dirigió al mar. Un trasbordador Catalina Express estaba entrando a puerto. Sabía que estaría medio vacío. Los meses de invierno atraían a escasos visitantes.

– Está entrando el barco -dijo-. Estamos en horario de invierno, Jaye. Será mejor que lo tomes cuando se vaya o tendrás que pasar aquí la noche.

– Pediré un helicóptero si hace falta. Terry, todo lo que necesito de ti es un día a lo sumo. Incluso una noche. Te sientas, lees el expediente, miras la cinta y me llamas por la mañana para contarme lo que has visto. A lo mejor no es nada o al menos nada nuevo. Pero a lo mejor ves algo que se nos ha pasado o se te ocurre una idea que a nosotros aún no se nos había ocurrido. No quiero nada más. No me parece pedir mucho.

McCaleb apartó la mirada del barco que entraba y se volvió, de manera que apoyó la espalda en la barandilla.

– No te parece mucho, porque tú estás metida en esta vida, Jaye. Yo no, yo estoy fuera. Bastaría con que volviera a meterme un día para que cambiaran cosas. Vine aquí para empezar de nuevo y olvidarme de todo aquello en lo que era bueno para ser bueno siendo otra cosa. Un padre y un marido, para empezar.

Winston se levantó y se acercó a la barandilla. Se quedó de pie al lado de él, pero contempló la vista mientras que McCaleb estaba de cara a su casa. Habló en voz baja. Si Graciela estaba escuchando desde dentro no iba a poder oírla.

– ¿Recuerdas lo que me contaste sobre la hermana de Graciela? Me dijiste que te habían dado una segunda oportunidad en la vida y que tenía que haber alguna razón para eso. Ahora has construido esta vida con su hermana y su hijo e incluso con vuestra propia hija. Es maravilloso, Terry, lo creo de verdad. Pero ésa no puede ser la razón que estabas buscando. Puede que te lo parezca, pero no lo es. Y en el fondo lo sabes. Tú eras bueno atrapando a esta gente. Al lado de eso, ¿qué significa pescar?

McCaleb asintió levemente, y se sintió incómodo consigo mismo por hacerlo con tanta facilidad.

– Deja el material -dijo-. Te llamaré en cuanto pueda.

De camino a la puerta Winston buscó a Graciela, pero no la vio.

– Debe de estar dentro con el bebé -dijo McCaleb.

– Bueno, despídeme de ella.

– Claro.

Se produjo un silencio incómodo en el resto del camino hasta la puerta. Al final, cuando McCaleb abrió, Winston dijo:

– Bueno, Terry, ¿qué tal es eso de ser padre?

– Es lo mejor y lo peor.

Era su respuesta habitual. Entonces pensó un momento y añadió algo en lo que había pensado, pero que nunca había compartido con nadie, ni siquiera con Graciela.

– Es como tener una pistola en la cabeza permanentemente.

Winston pareció sorprendida, un poco preocupada incluso.

– ¿Cómo es eso?

– Porque sé que si alguna vez le pasa algo a ella, mi vida se habrá terminado.

Winston asintió.

– Creo que puedo entenderlo.

La detective salió. Se sentía bastante estúpida al alejarse: una detective de homicidios experimentada bajando en un cochecito de golf.

Загрузка...