Se reunieron de nuevo al cabo de un cuarto de hora en el Following Sea. McCaleb sacó unas Coca-colas e invitó a Winston a sentarse en la silla acolchada que había al extremo de la mesa de café del salón. En el aparcamiento le había pedido que trajera la lechuza de plástico al barco. Utilizó dos toallas de papel para sacarla de la caja y colocarla en la mesa enfrente de ella. Winston lo observó, con los labios fruncidos por el enfado. McCaleb le dijo que comprendía su rabia por haber sido manipulada en su propio caso, pero añadió que volvería a quedar a cargo de la situación en cuanto le presentara sus hallazgos.
– Lo único que puedo decirte, Terry, es que más vale que esto sea de puta madre.
McCaleb recordó que en una ocasión, en el primer caso en el que habían trabajado juntos, McCaleb había anotado en la tapa interior de la carpeta que ella tendía a utilizar lenguaje grosero cuando estaba tensa. También había anotado que era lista e intuitiva. Esperaba que esos rasgos no hubieran cambiado.
Se acercó a la encimera, donde había dejado la carpeta de la presentación. La abrió y se llevó la hoja superior a la mesita de café. Apartó los listados de Bird Barrier y dejó la hoja junto a la base de la lechuza.
– ¿Crees que éste es nuestro pájaro?
Winston se acercó para examinar la imagen en color que él había traído. Era un detalle ampliado del cuadro de Bosch El jardín de las delicias que mostraba a un hombre desnudo abrazando la oscura lechuza de ojos negros y brillantes. Había recortado ése y otros detalles del libro de Marijnissen. Observó mientras los ojos de Winston se movían constantemente de la lechuza de plástico al detalle del cuadro.
– Diría que coinciden -dijo por fin-. ¿De dónde has sacado esto? ¿Del Getty? Tendrías que haberme hablado de esto ayer, Terry. ¿Qué cono está pasando?
McCaleb levantó las manos para solicitar calma.
– Te lo explicaré todo. Sólo te pido que me dejes que te enseñe esto como yo quiero. Después contestaré a todas tus preguntas.
Ella hizo una señal con la mano para indicarle que podía continuar. McCaleb se acercó de nuevo a la encera para coger la segunda hoja. La puso delante de ella.
– El mismo pintor, otra obra.
Ella lo miró. Era un detalle de El Juicio Final en el que se representaba al pecador atado en la posición fetal invertida, a la espera de ser enviado al infierno.
– No me hagas esto. ¿Quién es el pintor?
– Te lo diré en un momento. -Regresó al archivo de la encimera.
– ¿Sigue vivo este tipo? -preguntó ella a su espalda.
McCaleb acercó la tercera hoja y la puso en la mesa junto a las otras dos.
– Murió hace quinientos años.
– ¡Dios mío!
Ella cogió la tercera hoja y la miró atentamente. Era la reproducción completa de Los siete pecados capitales.
– Se supone que es el ojo de Dios que ve todos los pecados del mundo -explicó McCaleb-. ¿Reconoces las palabras del centro que rodean el iris?
– Cuidado, cuidado… -Winston murmuró la traducción-. Oh, cielos, este tío está completamente loco, ¿Quiénes?
– Uno más. Ahora esta pieza sí que encaja.
Volvió al fichero por cuarta vez y regresó con otra reproducción de una pintura del libro de Bosch. Se la tendió a ella.
– Se llama La extracción de la piedra de la locura. En la Edad Media algunos creían que una operación para extraer una piedra del cerebro era la solución para la estupidez y la demencia. Fíjate en la localización de la incisión.
– Me he fijado. Igual que nuestro hombre. ¿Qué es todo esto de alrededor?
Winston trazó con el dedo el borde circular de la pintura. En el margen exterior negro había palabras que en su momento habían estado pintadas en dorado, pero el tiempo las había deteriorado y resultaban casi indescifrables.
– La traducción es «Maestro, quite la piedra. Me llamo Lubbert Das». Los libros de crítica sobre el autor de esta obra señalan que Lubbert era un nombre ridículo que se aplicaba a los pervertidos o a los estúpidos.
Winston dejó la hoja al lado de las otras y levantó las manos con las palmas hacia afuera.
– Muy bien, Terry, ya basta. Dime quién era el pintor y quién es el sospechoso que dices que te ha surgido.
McCaleb asintió. Era el momento.
– El nombre del pintor era Jerome van Aeken. Era holandés y está considerado uno de los grandes maestros del Renacimiento en el norte de Europa. Sin embargo, sus obras eran oscuras, llenas de monstruos y fantasmas demoníacos. Lechuzas también. Muchas lechuzas. La crítica dice que las lechuzas de sus obras lo simbolizan todo, desde el mal a la muerte y la caída de la humanidad.
Buscó entre las hojas colocadas sobre la mesita de té y levantó el detalle del hombre que abrazaba a la lechuza.
– Éste lo dice todo de él. El hombre abraza el mal (la lechuza demoníaca, por usar la descripción del señor Riddell) y eso conduce al inevitable destino del infierno. Ésta es la pintura completa.
Volvió al fichero y trajo la reproducción completa de El jardín de las delicias. McCaleb observó los ojos de Winston mientras ella estudiaba las imágenes. Vio repulsión mezclada con fascinación. McCaleb señaló las cuatro lechuzas que había encontrado en la pintura, incluido el detalle que ya le había mostrado a ella.
Ella de repente apartó la hoja y lo miró.
– Espera un momento. Sé que he visto este cuadro antes. En algún libro o quizá en las clases de arte que tomaba en la Universidad de California. Pero nunca había oído mencionar a este Van Aeken, no me suena. Fue él quien pintó esto.
McCaleb asintió.
– El jardín de las delicias. Van Aeken lo pintó, pero no has oído hablar de él porque no era conocido por su nombre verdadero. Usaba la versión latina de Jerome y adoptó el nombre de su ciudad natal por apellido. Se lo conocía como Hieronymus Bosch.
Ella se limitó a mirarlo por un momento al tiempo que todo encajaba en su mente, las imágenes que él le había mostrado, los nombres del listado, su propio conocimiento del caso de Edward Gunn.
– Bosch -dijo ella, casi como si expulsara el aire-. ¿Hieronymus es el…?
Ella no terminó. McCaleb asintió.
– Sí, es el verdadero nombre de Harry.
Ambos estaban paseando por el salón con la cabeza baja, aunque con cuidado de no chocar. Hablaban atropelladamente.
– Esto es ir demasiado lejos, McCaleb. ¿Sabes lo que dices?
– Sé exactamente lo que estoy diciendo. Y no creas que no me lo he pensado mucho antes de decirlo. Yo lo considero un amigo, Jaye. En una ocasión… No sé, hubo un tiempo en que pensé que éramos muy parecidos. Pero mira esto, mira las conexiones, los paralelismos. Encaja. Todo encaja.
Se detuvo y la miró. Ella siguió paseando.
– Es un policía. Un poli de homicidios. ¡Por el amor de Dios!
– ¿Qué vas a decirme, que es totalmente imposible porque es un poli? Esto es Los Ángeles, el moderno jardín de las delicias. Con las mismas tentaciones y los mismos demonios. Ni siquiera tienes que traspasar los límites de la ciudad para buscar ejemplos de policías que han cruzado la línea, que trafican con drogas, que cometen atracos a mano armada, que asesinan incluso.
– Lo sé, lo sé. Es sólo que… -Ella no terminó.
– Como mínimo encaja lo bastante bien como para que sepas que hemos de investigarlo a fondo.
Ella se detuvo y volvió a mirarlo.
– ¿;Hemos? Olvídalo, Terry. Te pedí que echaras un vistazo a los archivos, no que investigaras sospechosos. Estás fuera después de esto.
– Mira, si yo no me hubiera metido no tendrías nada. La lechuza todavía estaría encima de ese otro edificio de Rohrshak.
– Eso te lo concedo. Y te lo agradezco mucho. Pero eres un civil. Estás fuera.
– No me voy a apartar, Jaye. Soy yo el que puso a Bosch en el punto de mira, y no voy a apartarme.
Winston se sentó pesadamente en su silla.
– De acuerdo, ¿podemos hablar de eso cuando llegue el momento? Si es que llega, yo todavía no estoy segura.
– Bien, yo tampoco.
– Bueno, sin duda has hecho una buena actuación al enseñarme los cuadros y construir el caso.
– Lo único que estoy diciendo es que Harry Bosch está conectado con esto. Y eso tiene dos lecturas. Una es que él lo hizo y la otra que alguien le ha tendido una trampa. Hace mucho tiempo que es policía.
– Veinticinco, treinta años. La lista de gente que ha enviado a prisión tiene que tener un metro de largo. Y los que han entrado y salido probablemente son la mitad de la lista. Costaría un año entero investigarlos a todos.
McCaleb asintió.
– Y no creas que él no lo sabe.
Winston miró a McCaleb. Él empezó a pasear de nuevo, con la cabeza baja. Después de un largo silencio, él levantó la cabeza y vio que ella continuaba mirándolo.
– ¿Qué?
– Estás convencido de que puede ser Bosch, ¿no? Sabes algo más.
– No. Trato de permanecer abierto. Hay que seguir todos los caminos posibles.
– Tonterías, estás siguiendo un único camino.
McCaleb no respondió. Ya se sentía bastante culpable sin necesidad de que Winston echara más leña al fuego.
– Vale -dijo ella-. Entonces ¿por qué no te apartas? Y no te preocupes. No voy a tenértelo en cuenta cuando se descubra que estás equivocado.
Él se detuvo y la miró.
– Vamos, déjamelo a mí-insistió Winston.
McCaleb negó con la cabeza.
– Yo todavía no estoy convencido. Lo único que sé es que lo que tenemos aquí excede con mucho el ámbito de la coincidencia. De modo que tiene que haber una explicación.
– Entonces dime la explicación que afecta a Bosch. Te conozco y sé que has estado pensando en eso.
– De acuerdo, pero recuerda que de momento es sólo teoría.
– Lo recordaré. Adelante.
– Lo primero. Empezamos con el detective Hieronymus Bosch creyendo (no, digamos sabiendo) que ese tipo, Edward Gunn, salió impune de un homicidio. De acuerdo, entonces tenemos a Gunn que aparece estrangulado y con aspecto de ser una figura sacada de un cuadro del pintor Hieronymus Bosch. Añadimos la lechuza de plástico y al menos otra media docena de elementos de conexión entre los dos Bosch, aparte del nombre, y aquí está.
– ¿Qué hay aquí? Estas coincidencias no significan que fue Bosch quien lo hizo. Tú mismo has dicho que alguien pudo preparar todo esto para que lo descubriéramos y se lo cargáramos a Bosch.
– No sé qué es. Instinto, supongo. Hay algo acerca de Bosch, algo que se sale de la norma.
Recordó la forma en que Vosskuhler había descrito las pinturas.
– Una oscuridad más negra que la noche.
– ¿Qué se supone que significa eso?
McCaleb descartó la pregunta. Se acercó y cogió la reproducción del detalle del hombre que abrazaba la lechuza. La sostuvo ante la cara de Winston.
– Mira la oscuridad aquí. En los ojos. En Harry hay algo que es igual.
– Ahora me estás empezando a asustar, Terry. ¿Qué me estás diciendo, que en una vida anterior Harry Bosch era pintor? Vamos, escucha lo que estás diciendo.
Él dejó la hoja de nuevo en la mesita y se alejó de ella, sacudiendo la cabeza.
– No sé cómo explicarlo -dijo-. Sólo sé que hay algo ahí. Una conexión de algún tipo entre ellos que va más allá del nombre.
Hizo un gesto como para apartar esa idea de su cabeza.
– De acuerdo, entonces sigamos adelante -dijo Winston-. ¿Por qué ahora, Terry? Si es Bosch, ¿por qué ahora? ¿Y por qué Gunn? Él se escapó de Bosch hace seis años.
– Es interesante que digas que escapó de él y no de la justicia.
– No quería decir nada con eso. Siempre estás…
– ¿Por qué ahora? ¿Quién sabe? Pero hubo ese reencuentro la noche anterior en el calabozo y antes hubo otra ocasión en octubre y podríamos ir remontándonos. Siempre que ese tipo acababa en la celda, Bosch estaba allí.
– Pero esa última noche Gunn estaba demasiado borracho para hablar.
– ¿Quién lo dice?
Ella asintió. Sólo tenían el testimonio de Bosch del encuentro en la celda de borrachos.
– Vale, muy bien, pero ¿por qué Gunn? O sea, no quiero hacer juicios cualitativos sobre los asesinos o sus víctimas, pero, vamos, el tipo acuchilló a una prostituta en un hotel de Hollywood. Todos sabemos que algunos cuentan más que otros y éste no puede haber contado demasiado. Si lees el expediente verás que ni siquiera la familia de la víctima se preocupó por ella.
– Entonces hay algo que se nos escapa, algo que no sabemos. Porque a Harry le importaba. Y de todos modos no creo que sea de los que piensan que un caso, una persona, es más importante que otra. Pero hay algo de Gunn que aún no sabemos. Tiene que haberlo. Hace seis años bastó para que Bosch empujara a su teniente y le hiciera romper la ventana. Se ganó una suspensión por eso. Bastó para que visitara a Gunn siempre que lo detenían y acababa en una celda. -McCaleb asintió para sí-. Tenemos que encontrar el detonante, lo que forzó la acción ahora y no hace un año, dos o cuando fuera.
Winston se levantó abruptamente.
– ¿Vas a parar de hablar en plural? Y sabes que hay algo que estás olvidando convenientemente. ¿Por qué iba este hombre, este policía veterano y detective de homicidios a matar a este tipo y dejar todas estas pistas que conducen hacia él? No tiene sentido, no con Harry Bosch. Es demasiado listo para eso.
– Sólo visto desde este lado. Estas cosas sólo parecen obvias ahora que las hemos descubierto. Y estás olvidando que el acto mismo de cometer un asesinato es prueba de pensamiento aberrante, de personalidad desestructurada. Si Harry Bosch se ha desviado del camino y ha caído en la cuneta (en el abismo) entonces hemos de suponer cualquier cosa en su pensamiento o en su forma de planear un asesinato. EJ hecho de que dejara estas pistas puede ser sintomático.
Ella hizo un gesto con la mano como para desestimar la explicación.
– Ya estamos con ese rollo de Quantico.
Winston cogió la reproducción de El jardín de las delicias y la estudió.
– Hablé de este caso con Harry Bosch hace dos semanas -dijo-. Tú hablaste con él ayer. No me pareció que se estuviera subiendo por las paredes o sacando espuma por la boca. Y fíjate en el juicio que está llevando. Está tranquilo, calmado y no pierde los papeles. ¿Sabes cómo lo llaman en la oficina los que lo conocen? El Hombre Marlboro.
– Sí, bueno, ha dejado de fumar. Y quizá el caso Stey ha sido el detonante. Demasiada presión. Tiene que salir por algún sitio.
McCaleb sabía que ella no lo estaba escuchando. Tenía la vista fija en algo del cuadro. Dejó caer la lámina y cogió la reproducción del detalle del hombre desnudo que abrazaba la lechuza oscura.
– Deja que te pregunte algo -dijo ella-. Si nuestro hombre mandó la lechuza directamente desde el almacén a nuestra víctima, entonces ¿cómo cono tiene este precioso trabajo de pintura?
McCaleb asintió.
– Buena pregunta. Debió de pintarla allí mismo, en el apartamento. Quizá mientras observaba a Gunn tratando de seguir vivo.
– No se encontró pintura así en el apartamento. Y miramos también en el basurero del edificio. No vi pintura.
– Se la llevó y se deshizo de ella en algún otro sitio.
– O a lo mejor piensa usarla en el siguiente.
Winston se detuvo y se quedó pensativa un buen rato. McCaleb aguardó.
– Entonces, ¿qué hacemos?
– Así que ahora es hacemos.
– Por ahora. He cambiado de opinión. No puedo llevar esto al capitán. Es demasiado peligroso. Si me equivoco ya puedo empezar a despedirme de todo.
McCaleb asintió.
– ¿Tu compañero y tú tenéis otros casos?
– Tenemos tres expedientes abiertos, incluido éste.
– Bueno, ponlo a él con uno de los otros mientras tú trabajas en éste. Conmigo. Trabajamos en Bosch hasta que tengamos algo sólido (en un sentido o en otro), entonces podrás hacerlo oficial.
– ¿Y qué hago, llamo a Harry Bosch y le digo que necesito hablar con él porque es sospechoso de asesinato?
– Empezaré yo. Será menos obvio si yo hago el primer intento. Deja que esté un rato con él y, quién sabe, quizá mi intuición actual esté equivocada. O quizá encuentre el detonante.
– Es más fácil decirlo que hacerlo. Si nos acercamos mucho, lo sabrá. No quiero que esto nos estalle en la cara, en particular en la mía.
– Ahí es donde yo puedo tener ventaja.
– Sí, ¿cómo es eso?
– Yo no soy poli. Podré acercarme más a él. Tengo que ir a su casa, ver cómo vive. Mientras tanto tú…
– Un momento. ¿No estarás hablando de irrumpir en su casa? Yo no voy a participar en eso.
– No, nada ilegal.
– Entonces ¿cómo piensas entrar?
– Llamaré a la puerta.
– Buena suerte. ¿Qué piensas decirle? Mientras tanto, ¿qué hago yo?
– Tú trabajas la línea externa, lo habitual. Investigas el giro postal para comprar la lechuza. Averiguas algo más sobre Gunn y el asesinato de hace seis años. Investigas el incidente entre Harry y su antiguo teniente, e investigas qué pasó con el teniente. Harry me dijo que el tipo salió una noche y acabó muerto en un túnel.
– Maldición. Lo recuerdo. ¿Tuvo que ver con Gunn?
– No lo sé. Pero Bosch hizo una especie de referencia elíptica ayer.
– Obtendré información sobre eso y haré preguntas sobre lo demás, pero Bosch puede llegar a enterarse de cualquiera de esos movimientos.
McCaleb asintió. Pensó que era un riesgo que había que asumir.
– ¿Sabes de alguien que lo conozca? -dijo.
Ella negó con la cabeza, enfadada.
– ¿No te acuerdas? Los polis son gente paranoica. En cuanto haga una pregunta sobre Harry Bosch todo el mundo va a saber qué estamos haciendo.
– No necesariamente. Usa el caso Storey. Está en boca de todos. Puede que hayas visto al tipo por la tele y que no tenga buen aspecto. «¿Está bien? ¿Qué le está pasando?» Algo así. Haz ver que estás cotilleando.
Winston no pareció calmarse. Se acercó a la puerta corredera y miró hacia el puerto. Apoyó la frente en el cristal.
– Conozco a su antigua compañera -dijo-. Hay un grupo informal de mujeres que se reúne una vez al mes. Todas trabajamos en homicidios en los distintos departamentos locales. Somos una docena. La antigua compañera de Harry, Kiz Rider, acaba de pasar de Hollywood a Robos y Homicidios. El estréllate. Pero creo que estaban muy próximos. Harry era una especie de mentor para Kiz, Puede que logre hablar con ella si uso un poco de delicadeza.
McCaleb asintió y se le ocurrió algo.
– Harry me dijo que estaba divorciado. No sé cuánto tiempo hace, pero puedes preguntarle a Rider como si, ya sabes, como si estuvieras interesada en cómo es, ese tipo de cosas. Si haces preguntas así puede que ella te ponga al tanto de la verdad.
Winston apartó la mirada de la corredera y fijó la vista en McCaleb.
– Sí, eso nos hará buenas amigas cuando descubra que era todo mentira y que estaba tendiendo una trampa a su ex compañero, a su mentor.
– Si es una buena policía lo entenderá. Tienes que exonerarlo o culparlo y en cualquier caso quieres hacerlo de la forma más discreta posible.
Winston volvió a mirar por la puerta.
– Voy a necesitar la posibilidad de negarlo.
– ¿Qué?
– Quiero decir que si hacemos esto y tú vas allí y todo se va a la mierda, necesito poder salir airosa.
McCaleb asintió. Lamentaba que ella lo hubiera dicho, pero entendía su necesidad de protegerse.
– Te lo estoy diciendo de frente, Terry. Si todo se va al carajo va a parecer que tú te has excedido, que yo te pedí que echaras un vistazo al expediente y tú seguiste por libre. Lo siento, pero tengo que protegerme.
– Lo entiendo, Jaye. Puedo aceptarlo. Correré mis riesgos.