4/10/03, 15.15 horas
Simon se sentó en la antesala del Centro Spilling de Medicina Alternativa. Había hablado con un reflexólogo, un acupuntor y un curandero de Reiki, y ahora miraba los libros en el armario de madera con el frente de cristal junto a la puerta. Nada lo tentaba a cruzar la habitación y mirar más de cerca. Cómo curarte a ti mismo. El camino espiritual hacia la iluminación.
Simon no quería ser curado o iluminado por un maltratado libro en rústica, con páginas que amarilleaban. No se adhería a la opinión, divulgada por la mayor parte de estos curanderos alternativos, de que la espiritualidad era un camino rápido hacia la felicidad. El creía que la verdad era lo opuesto: la gente espiritual sufría más que los demás.
El centro ocupaba una estropeada residencia blanca de tres pisos en la zona peatonal de Spilling, con pintura negra descascarada alrededor de las ventanas. El único lado del edificio que era visible estaba cubierto de profundas grietas y manchas de color de óxido. Dentro había pruebas de dinero que se había gastado, dinero obtenido de los padecimientos y las incapacidades de las personas. La alfombra gris-verde era gruesa, tan suave que Simon podía sentir el resorte y el rebote de sus fibras a través de sus zapatos. Las paredes eran de color marfil y los muebles minimalistas: madera luminosa, cojines de color crema. Alguien había tenido firmemente en la mente la idea de un alma armoniosa.
No el alma de Simon, eso estaba claro. Se le ocurrió que la ropa de Alice, las veces que la vio, seguía más o menos el mismo esquema de color: beiges, grises-verdes, cremas. Estaba dentro de un edificio decorado como Alice. El pensamiento hizo que su pecho se sintiera pesado. Ahora que no podían encontrarla en ninguna parte, se había vuelto omnipresente. Estaba en todas partes.
Embarazoso, pero Simon se sentía solo sin ella. ¿Cómo era posible si apenas la conocía? La había visto cuatro veces en total. Era la idea que se había hecho de ella la que le había hecho compañía desde que la había conocido, no Alice misma. Él debería haberse acercado más a ella. Habría querido, pero temía que hubiera acabado teniendo que apartarla.
Habían pasado más de veinticuatro horas desde que David Fancourt había declarado desaparecidas a su mujer y a su hija. Se había abierto un historial, y Simon había dedicado la mañana siguiendo las grabaciones del circuito cerrado de televisión. Hacia la tarde, Charlie le había asignado la tarea de entrevistar a los compañeros de Alice. Un ardid para mantenerlo lejos de Los Olmos y de David Fancourt. No podía decir que la culpaba. Ella estaba decidida a creer que uno de los otros detectives, alguien menos convencido del entorpecimiento de Fancourt, tendría una mejor posibilidad de conseguir que hablara. De todas maneras, Simon se sentía insultado, por la distancia de la acción real.
Había hablado con todo el mundo, aparte del terapeuta de liberación emotiva. Su nombre era Briony Morris. Ella estaba con un cliente, haciendo esperar a Simon. Por lo menos se había enterado de la acupuntura y la reflexología, y ese grado de familiaridad los hacía parecer casi respetables. La terapia de liberación emotiva parecía poco prometedora. Su nombre hacía que Simon se sintiera despreciativo e impaciente, incluso un poco nervioso. Había empleado su vida tratando de tener sus emociones bajo control.
No esperaba conocer a una mujer cuyo trabajo de su vida era apoyar la política opuesta.
La oficina de Alice no había dado ninguna pista en cuanto a su paradero, sino sólo muchos libros y folletos sobre homeopatía, dos maletas negras achatadas llenas de remedios homeopáticos con nombres peculiares como «pulsatilla» y «Cimicifuga», y una caja atiborrada de botellas de vidrio marrón vacías. En uno de los cajones del escritorio había un folleto de la Escuela Primaria y Colegio para Señoritas Stanley Sidgwick de tapa marrón brillante, con el emblema y el lema de la escuela en el centro. Simon no entendía el lema, que estaba en latín. Quizá significaba «Si no tiene mucho dinero, está usted jodido». Una nota adhesiva amarilla estaba pegada en la cubierta. Alice había escrito, «Averiguar para F: ¿fechas de matriculación? ¿Cuánto tiempo de lista de espera?».
Pobrecita Florence, pensaba Simon. No tiene siquiera un mes y ya están planeando su maldito título de Filología Clásica en Oxford. La letra de Alice lo hacía sentirse inseguro. La tocó con su dedo índice. Entonces apretó los dientes y despegó la nota adhesiva para revelar una foto en color de tres niños con uniformes color turquesa -dos niñas y un niño- que sonreían y que estaban claramente tan bien alimentados así como eran aplicados.
En el siguiente cajón hacia abajo, Simon había encontrado una fotografía enmarcada de Alice, David, Vivienne y, supuso, Félix, que parecía como si hubiera sido tomada en el jardín de Los Olmos. Vivienne estaba sentada en la hierba con Felix en su regazo, sus brazos alrededor de él, y David y Alice estaban a ambos lados de ellos. Vivienne y David estaban sonriendo, Felix y Alice no. El río estaba detrás de ellos, y Alice estaba visiblemente embarazada.
La otra fotografía ocupaba una posición principal en el escritorio. Tenía un marco grande de madera y era de un hombre y una mujer que tenían cincuenta o sesenta años. Los dos estaban boquiabiertos y sonreían, como si estuvieran bromeando con quienquiera que estuviera tomando la fotografía. Los padres fallecidos de Alice. Su madre tenía los mismos ojos grandes y claros. Otra vez;, Simon sentía una fuerte opresión en su pecho.
Había visto a Alice en persona hacía solamente unos cuantos días, y no se había sentido entonces como lo hacía hoy, como si hubiera alguna fuerza extraña que resplandecía dentro de él, quemándolo. ¿Qué había cambiado, aparte de que hubiera desaparecido? Se daba cuenta de que ya no estaba solo en la antesala. Una mujer alta con un cuerpo atlètico y tieso y pelo de color zanahoria hasta los hombros se colocó a su lado, mirando fijamente hacia abajo. Llevaba gafas cuadradas sin marcos y un vestido negro elástico. Algo en la forma en que lo miraba era impertinente.
– ¿Detective Waterhouse? Soy Briony Morris. Lamento haber tardado tanto tiempo. ¿Podemos hablar en mi oficina?
Mientras que él la seguía a lo largo del corredor y hacia arriba por los dos tramos de escaleras, ella se había girado dos veces para comprobar que él aún venía detrás. Despedía un aire de estar a cargo, como un profesor que supervisaba niños durante un viaje de escuela. Demasiada autoestima, pensaba Simon: la maldición real de nuestra época.
– Aquí estamos. -La oficina de Briony era la única en el piso del ático. Abrió la puerta e indicó a Simon entrar-. Siéntese en el sofá de allá.
La habitación olía a un perfume que recordaba una ensalada de frutas, principalmente pomelo. Había dos grandes pinturas enmarcadas en la pared que a Simon no le gustaban: colecciones coloridas y arremolinadas de edificios, flores, caballos y gente aparentemente sin huesos flotando juntas en el espacio. La mayor parte de sus miembros apuntaban en la dirección equivocada.
Simon se sentó torpemente en el deformado sofá beige, el cual ofrecía poco como apoyo o resistencia. Cada uno de los cojines del sofá era cóncavo, diseñado para tragar en su totalidad a cualquiera que aterrizase sobre él. Briony se sentó en un escritorio idéntico al de Alice, en una silla de madera con respaldo recto. Ella era varios centímetros más alta que Simon; él se sentía confinado, claustrofóbico.
– Así que está aquí por Alice y Florence. Me lo ha dicho Paula.
Paula era la reflexóloga.
– Sí. Ellas desaparecieron durante las primeras horas de ayer por la mañana -dijo Simon.
No le había dicho a nadie que hubiera entrevistado en el centro que el bebé que había desaparecido de Los Olmos no era, según Alice, su hija. Después de su alegato original que su bebé había sido intercambiado, Simon había estado enérgicamente a favor de entrevistar a los amigos y los compañeros de Alice para descubrir si ellos pensaban que ella era fiable, si sabían de algo de su pasado que pudiera arrojar alguna luz sobre su desconcertante comportamiento actual. Pero Charlie se negó. «No emplearé más recursos en esto», dijo. «Alice Fancourt tiene un historial de depresión, ha estado tomando Prozac, recientemente ha tenido un bebé de la forma más traumática posible. Es una lástima, de acuerdo, pero la depresión posparto no es un asunto de la policía, Simon.» Cuando él pareció dudar, ella dijo «Entonces, dime: ¿por qué alguien querría cambiar a un bebé por otro? ¿Cuál podría ser el motivo posible? Quiero decir, la gente roba bebés, sí, pero normalmente eso es cuando no tienen uno propio y están desesperados». Simon sabía que habría sido inútil mencionar a Mandy, la mujer del hospital de la que Alice le había hablado, aquella cuyo novio había querido llamar a su bebé Chloe, el mismo nombre que la hija que ya tenía de su anterior relación. No había prueba de nada, como Charlie se habría apresurado en señalar. Y ella habría exigido saber cuándo, precisamente, Alice le había contado todo esto.
Ahora se había oído a sí mismo decirle a Briony Morris que Alice y Florence habían desaparecido durante las primeras horas de ayer por la mañana, y sonó como una mentira. ¿Significaba eso que, en el fondo, le creía a Alice? Habían desaparecido dos personas, sin embargo había un misterio previo y más fundamental que permanecía sin resolver.
La confianza que Simon tenía en su propio juicio había sido sacudida negativamente por lo que Charlie le había dicho anoche. Había confiado siempre en sus instintos; lo defraudaban menos frecuentemente de lo que lo hacían otras personas. Sin embargo había estado en serios problemas, y ni siquiera lo había sabido. ¿De qué otra cosa podía él haberse perdido?
– Entonces, ¿en qué puedo ayudarlo? -preguntó Briony Morris-, ¿Quiere saber cuándo vi a Alice por última vez? Se lo puedo decir exactamente. El nueve de septiembre. Creo que la he visto más recientemente que a cualquier otra persona de aquí.
– Tiene razón -Simon garabateaba en su libreta-. Nadie más la ha visto desde que empezó su permiso de maternidad.
– Yo tuve un día libre, y ella vino por aquí. A mi casa, en Combingham. ¡Sí, vivo en la horrenda Combingham, por mis pecados! -Parecía avergonzada de repente, como si quisiera no habérselo dicho. A Simon no le importaba dónde vivía-. Pero intentar comprar una casa de tamaño decente en Spilling o Silsford, o incluso en Rawndesley hoy en día, con el salario de una mujer soltera… Es imposible, joder. Yo tengo una casa independiente con cuatro dormitorios dobles en Combingham. Aunque a decir verdad, probablemente estoy rodeada de tugurios de crack…
– ¿Cuál era el propósito de la visita de Alice? -Simon cortó su nervioso parloteo. Quizás Briony Morris no estaba tan segura de sí misma como había pensado al principio.
– ¿Usted sabe a qué me dedico? ¿Terapia de liberación emotiva? -Simon asintió con la cabeza, notando un repentino calor incómodo por debajo de su piel.
– Alice estaba un poco tensa. Estaba previsto que entraría en el hospital a las nueve de la mañana siguiente para ser inducida. ¿Sabe lo que eso significa? Es cuando…
– Sé lo que significa. -Otra interrupción. Dura-, ¿Así que ella vino a verla como paciente? ¿A su casa?
– Ella quiso una sesión conmigo, sí, para aumentar su confianza. Era una especie de cosa de última hora. O sea, también somos amigas, claro. Bueno, hay amistad, digamos. Realmente Alice no tiene amigos cercanos -Briony se inclinó hacia delante, colocándose el pelo detrás de la oreja-. Mire, probablemente no está autorizado a decírmelo, pero… ¿Tiene aún alguna pista sobre Florence? Quiero decir, solo tiene dos semanas de vida. Sé que aún es pronto…
– Así es -dijo Simon. Se preguntaba por qué Alice no se había tomado sencillamente un remedio homeopático si estaba nerviosa por dar a luz. Un privilegio del trabajo, había pensado, pudiendo curarse relativamente fácil, y gratis.
Hace ocho años, Simon había ido ver a un homeópata. No en Spilling; se había asegurado de escoger un lugar en Rawndesley, a una distancia segura de casa y que ninguno de sus padres seguramente conocería. Había oído un programa sobre homeopatía en Radio Cuatro, gente hablando de cómo se habían curado sus problemas psicológicos así como su estado físico, y decidió que podría ser bueno hacer algo así totalmente inesperado. Un tipo de escapatoria de los confines de su personalidad habitual.
Todo lo que había podido soportar había sido una hora en el asiento caliente; había despotricado la mitad del camino por lo que su homeópata había llamado la sesión introductoria. Cuando llegó el momento crucial, Simon había sido incapaz de decirle al hombre, un ex médico clínico amable y barbudo llamado Dennis, cuál era el problema. Habló de sus asuntos secundarios bastante fácilmente: su incapacidad de mantener un trabajo, su miedo de ser una decepción para su madre, su rabia sobre el estado amoral y vacuo del mundo, rabia que no sabía que tenía, hasta que Dennis le hizo esa combinación particular de preguntas.
Pero cuando la conversación se desvió hacia el tema de mujeres y relaciones, Simon se levantó y se dirigió a la puerta sin decir una palabra de explicación. Se arrepentía de eso ahora; de su grosería, no de su salida. Dennis parecía un buen tío. Había sido bastante astuto para sacarle las palabras a Simon, el cual temía que, de quedarse, hablaría. No podía imaginar cómo sería su vida después que alguien más supiera.
– ¿Usted dice que Alice no tiene amigos cercanos?
– No me malinterprete, ella es muy amable -continuó Briony-, lodos nosotros la apreciamos, indudablemente yo sí. Y estoy segura que todos. ¿No se lo han dicho?- Ella hablaba frenéticamente, como alguien con prisa. ¿Pero qué sabía Simon? Quizás toda la gente emocionalmente libre hablaba así.
– Sí -dijo. Compartir esta información era inofensivo. Todos los compañeros de Alice habían dicho que ella era encantadora, amable, considerada, sensible. Cuerda, también era el veredicto unánime.
– Pero ella no tenía tiempo para amistades verdaderas. Estaba tan absorta en los asuntos de familia. La invitábamos a los eventos sociales, usted sabe, ir de copas, comidas, fiestas de cumpleaños, pero nunca podía venir. Cada minuto de su tiempo libre parecía estar ocupado con absurdos… -Briony se detuvo y cubrió su boca con su mano-. Lo siento -dijo-. Realmente no debería inmiscuirme.
– Sí debería. Si nadie se inmiscuye, es improbable que encontremos a Alice ni al bebé. Todo lo que nos diga nos podrá servir de ayuda…
– Seguramente nadie perjudicaría a un bebé de dos semanas. -Briony frunció el ceño-. Quiero decir, obviamente sé que hay gente que podría, no soy ingenua. Pero, quiero decir, la mayoría de la gente…
Simon hablaba por encima de ella, desesperado por detener el flujo frenético de sus palabras.
– Cada minuto del tiempo libre de Alice parecía estar ocupado en… ¿Qué? Bien… -Briony frotó su clavícula con los dedos de su mano izquierda, dejando marcas rosas sobre su pálida piel-. Bueno, mejor sería que se lo dijera, entonces. Era su suegra, -suspiró aliviada por haber dicho lo inenarrable.
– Vivienne Fancourt.
– Sí, ese viejo murciélago. No soporto a esa mujer. Siempre venía aquí de visita, para decirle alguna tonta cosa trivial a Alice que podía fácilmente haber esperado hasta que llegase a casa, alguna majadería sin sentido -¡lo siento!- cuando Alice estaba ocupada trabajando. Y si alguna vez Alice había arreglado una noche para salir con cualquiera de nosotros, la acababa cancelando porque Vivienne le había recordado que debían ir aquí o allí, o Vivienne había arreglado una sorpresa, o Vivienne tenía entradas para este u otro espectáculo en Londres. Me volvía loca. Y parecía que Alice adoraba a la vieja bruja. Sabe cómo es Alice, tan tolerante y paciente y amable. Yo creo que estaba buscando una madre sustituta, con sus padres fallecidos, ¡pero Jesucristo en una bicicleta! Perdón, usted no es cristiano, ¿verdad? Yo pertenecería más bien al maldito Plymouth Brethren que a Vivienne Fancourt; tendría más libertad, eso seguro.
– ¿Así que Alice y Vivienne eran íntimas? -Simon intentaba no ofenderse por el comentario cristiano.
– No sé si ésa es la palabra correcta. Alice se sentía intimidada por Vivienne. La primera vez que vino a trabajar aquí, la citaba casi sin parar. Vivienne tenía un dicho o una regla para casi todo. Realmente era un poco como una religión. Creo que a Alice le gustaba la certeza que proporcionaba.
– ¿Qué clase de reglas?
– Ah, no sé. Sí. Nunca compres una alfombra que no sea cien por ciento lana, ésa era una de ellas. Me lo dijo Alice cuando estaba comprando mi casa. Ah, y nunca tengas un coche blanco. Dos lemas importantes para su vida, estoy segura de que estará de acuerdo conmigo -dijo Briony sarcàsticamente.
– ¿Por qué no? Es decir, ¿un auto blanco?
– Sólo el Señor lo sabe -dijo Briony cansadamente-. Afortunadamente las citas cesaron después, de lo contrario creo que la habríamos tenido que estrangular. ¿Cuáles son, si no le importa que pregunte, cuáles son las posibilidades de que Florence y Alice sean encontradas sanas y salvas?
Haré todo lo que pueda -dijo Simon-. Mi «Todo lo que pueda» es mejor que el de la mayor parte de la gente. Es todo lo que puedo decir.
Briony sonrió, pareció relajarse un poco.
– ¿Y lo que no pueda? ¿Es también lo mejor?
Una pregunta de terapeuta, si alguna vez Simon había oído alguna. Estaría loco si la contestara o siquiera pensara en ella.
– ¿Le hubiera gustado tener una amistad más estrecha con Alice? -indagó, preguntándose si los celos de Briony podrían haber afectado su perspectiva de la situación. ¿Le disgustaba la influencia de Vivienne porque quería dominar a la misma Alice? (Quizás Alice había tenido mucho tiempo en sus manos, pero había utilizado a Vivienne como una excusa. También podía haber encontrado agotadora la compañía de Briony.
– No, yo estaba bastante contenta con mi relación con Alice, pero me molesta ver gente siendo tonta, especialmente gente inteligente. Alice debería haber luchado contra Vivienne e insistido en tener una vida propia.
Su tono retaba a Simon a discrepar.
– ¿Se lo dijo a ella? -Se preguntaba cómo sería recibir terapia de alguien tan testarudo.
– No. Ella no es la clase de persona con la cual uno puede ser excesivamente familiar, ¿sabe? Ella tiene… límites- «Eso es que me gusta de ella», pensaba Simon. Aunque «gustar» era una palabra tan débil, un escalón más arriba de «tolerar»- Realmente ella es una persona reservada en muchos sentidos. Por ejemplo, en el par de meses antes de que se fuera en su permiso de maternidad, sin duda algo la estaba molestando. A menos que fueran sólo nervios sobre la inminente maternidad. Pero, de algún modo…
– ¿Qué? Simon garabateaba en su libreta.
– No creo que fuera solamente eso. De hecho, estoy segura que no. La última vez que la vi, podría decir que estaba pensando en confiarme algo. -Briony Morris sonrió de repente-. Puedo ser muy capaz de leer los pensamientos. Por ejemplo, sé lo que usted está pensando: «¿cómo una puntillosa como ella puede ser una terapeuta sentimentaloide profesional?» ¿No es cierto?
– Yo tenía la impresión de que la gente que hace su tipo de trabajo debería ser imparcial -dijo Simon, enfatizando la última palabra con desdén. ¿Cómo se puede ser una fuerza del bien en el mundo si uno no utiliza el juicio? Simon odiaba la clase de empatía fofa pregonada por la mayoría de estos curanderos, la presunción de que todo el mundo merecía compasión y consideración por igual. Gilipolleces. Nada haría tambalear jamás la convicción de Simon de que la vida, todos los días, todas las horas, era una batalla entre la salvación moral y el abismo.
Briony lo sorprendió diciendo:
– Todo el énfasis en sentimientos positivos y tranquilos en el mundo de la salud alternativa y la terapia es sólo un disparate. Todos tenemos sentimientos negativos, todos tenemos gente que odiamos así como gente que queremos. No se puede lograr la liberación emotiva verdadera a menos que uno reconozca que el mundo consiste en cosas malas y cosas buenas. Me encantan los westerns, adoro cuando John Wayne les dispara a los malos.
Simon sonrió.
– Yo también -dijo.
– Mire, Alice odiaría eso -dijo Briony-, De hecho, si la tuviera que criticar, diría que es un poco ingenua. Es tan amable y generosa, ve lo bueno en las personas incluso cuando no lo tienen.
– ¿Como Vivienne?
– Estaba pensando en David, realmente. Su marido. Alice trata siempre de resaltar su parte profunda y sensible, pero francamente, creo que las luces están encendidas aunque no hay nadie en casa.
– ¿Qué quiere decir?
– Él es una de esas personas a quienes, no importa cuántas veces lo vea ni cuánto tiempo hable con él, usted nunca siente que está conociendo mejor. He conocido gente como esa antes, personal y profesionalmente. A veces puede ser un mecanismo de defensa, están asustados de cualquiera que se acerque demando, así que se esconden detrás de un escudo que nadie puede penetrar. Pero también alguna gente es sencillamente superficial concluyó-. No estoy segura cuál de ellas es David, pero póngalo así, no veo ninguna similitud entre el hombre que he encontrado varias veces y el hombre del que Alice acostumbraba hablar. Ninguna en absoluto. -Briony se encogió de hombros-. A veces me lie preguntado si había dos Davides que se permutaban de acá para allá sin que nadie lo supiera.
Simon levantó la vista, sorprendido.
– ¿Qué? ¿He dicho algo malo?
El sacudió su cabeza.
Briony jugó con su pelo.
– ¿Me hará saber apenas haya alguna noticia? -preguntó.
– Por supuesto.
– No puedo dejar de pensar en Florence, pobre bichita. ¿Usted cree…?- Sus palabras se agotaron. Era como si el mero hecho de formular una pregunta la tranquilizara, aún cuando no pudiese pensar en algo nuevo para preguntar.
Simon le agradeció su tiempo y se marchó. Dos David Fancourts. Y dos bebés. No importa lo que Charlie había dicho, sabía que ahora nada le impediría examinar los historiales de Laura Cryer en cuanto tuviera la oportunidad.