Capítulo 30

9/10/03, 18.30 horas


El bar Brown Cow quedaba cerca de la comisaría de Spilling en el centro de ciudad, y parecía estar comunicado por una pasarela cubierta, de lo popular que era tanto entre los agentes como entre oficiales. Había sido reformado hacía poco con madera oscura y lustrada, con un salón para no fumadores y un amplio menú que ofrecía pechuga de pollo rellena con brie y mousse de uva, así como la clase de bar con la tarifa más tradicional a la cual Simon estaba acostumbrado.

Esta noche no tenía ganas de comer. Alice y el bebé llevaban desaparecidas ya seis días. No se avanzaba lo suficiente, excepto en la cabeza de Simon, donde su honda preocupación por Alice y lo que, precisamente, significaba para él, estaban empezando a dejarle el cerebro sin oxígeno. Su cabeza se había convertido en una trampa oscura. Ya no podía bloquear los pensamientos acerca de cómo le había fallado a ella, probablemente poniendo en peligro su vida y la de dos bebés.

Se sentía incómodo, presintiendo que había una idea a medio definir en el fondo de su mente. ¿Qué era? ¿Los Cryer? ¿Richard y Maunagh Rae? No estaba de humor para beber con Charlie, pero ella había insistido. Tenían que hablar, le había dicho, y aquí estaban ellos, cada uno con una pinta de cerveza ligera y un ambiente tenso entre ambos. Hasta el momento solo habían hablado sobre cuentas bancarias. Mientras Simon y Charlie habían estado entrevistando a los Rae y Sellers y Gibbs habían dedicado la tarde a hurgar en la contabilidad de los Fancourt. No habían encontrado nada extraño, ninguna suma misteriosa de dinero que se hubiese desvanecido sin dejar rastro. Dicho de otra manera, pensaba Simon sombríamente, ninguna prueba que sugiriese que David Fancourt o parte de su entorno más próximo le hubiese pagado a Darryl Beer para realizar un trabajo sucio.

Observaba el cuadro de la pared por encima de Charlie. Era una vaca marrón, bastante realista. El animal estaba de perfil, parado en un claro del bosque. Simon pensó que el cuadro era bueno hasta que se dio cuenta de que la luz natural que envolvía a la vaca parecía bastante forzada, más como rayos de un proyector que rayos de sol. Durante un segundo, creyó que estaba a punto de comprender esa idea peregrina, la que se le escapaba. Pero entonces pasó el momento e, irritado, no se sentía más sabio. ¿Tenía algo que ver con el dinero?

– Si Fancourt tuviese una aventura, la mantendría bien en secreto -Charlie había dejado de pensar en cuestiones financieras-. Es lo que Sellers dice y… bueno, él debería saberlo. Él es el experto. -Simon esperaba que le dijera algo escabroso sobre la vida sexual de Sellers, y se quedó sorprendido cuando no lo hizo. No era de las que dejan escapar una oportunidad-. Oh, y esa mujer, Mandy. Resulta que ella y su compañero han cogido al bebé y se han marchado. A Francia, según dijeron dos de sus vecinos. A comprar bebida. Sin embargo, no estoy segura de que hayan podido conseguirle un pasaporte tan rápido para el bebé. Y los vecinos podrían estar equivocados, o mintiendo. Después de todo, estamos hablando del estado de Winstanley. ¿Qué clase de personas se embarcan en un crucero repleto de alcohol dos semanas después de haber tenido un bebé?

– Interesante -dijo Simon, sintiendo cómo el corazón se le aceleraba-. Quizás más que interesante. Significativo. Estaban a punto de atraparlo, lo presentía.

– Sí, bien. Naturalmente, Muñeco de Nieve se encuentra en un dilema ahora. -Charlie se permitió una pequeña sonrisa vindicativa-. Tiene que decidir si continuar, sobre según lo que dice Alice Fancourt, o esperar un tiempo con la esperanza de que reaparezcan Mandy y su familia.

– ¿Tú qué piensas?

– A Proust no le importa lo que pienso -Charlie suspiró-. No sé. Si la decisión fuese mía, creo que lo investigaría-. Miró a Simon. Mandy ni siquiera había recibido el alta de la comadrona. No le dijo a nadie que se marchaba, ni a la comadrona, ni al asistente sanitario, ni a su doctor… A nadie. Eso no significa que tenga a Florence Fancourt, pero… -Se encogió de hombros-. Simon, lamento haberme comportado como una bruja contigo.

– Está bien -sintió alivio. Esto seguramente indicaba su intención de volver a su comportamiento habitual, que era todo lo que él quería. Entonces el resentimiento le nubló la mente. Ahora que sabía que estaba arrepentida, ahora que había confirmado que estaba equivocada, podría retener su perdón con toda confianza. En privado. Así ella no tendría ningún indicio de sus verdaderos sentimientos.

Le sonrió, y Simon se sintió culpable de inmediato. La había defraudado, en la fiesta de Sellers, y lo había perdonado. Charlie era incapaz de ocultar sus sentimientos. Simon sabía que todavía pensaba bien de él, a pesar de todo. ¿Por qué le gustaba la posibilidad de guardarle rencor? ¿Tenía ella razón? ¿Estaba enganchado a la idea de que lo trataban injustamente?

– Creo que necesitamos mantener una larga y franca conversación -dijo Charlie-. De lo contrario las cosas van a hacerse imposibles entre nosotros. Hubo un silencio incómodo. Simon se tensó. ¿Qué venía ahora?-. Bien, bueno, empezaré, entonces -dijo-. Realmente me dolió que dijeses todo eso delante de Proust y de todo el mundo, sin decírmelo a mí antes.

– ¿Sobre el caso Cryer? -De nuevo Simon se sintió turbado por la crispación en las profundidades de su memoria. ¿Qué coño era?

– Sí. ¿Estabas intentando deliberadamente hacerme pasar por tonta?

– No -se preguntó: «¿Por qué diablos pensará eso?»-. Para ser sincero, no estaba seguro de decírselo a Proust o a cualquier otra persona. Creí que todos se burlarían de mí. No me di cuenta de que Proust estaba a favor de revisar el caso hasta que lo dijo, y en cuanto lo hizo, pensé: he aquí mi oportunidad.

Charlie frunció el ceño.

– ¿Y no se te ocurrió que me podría haber gustado enterarme de eso antes?

– ¿Qué importa eso? -repuso impacientemente Simon.

– Estamos todos trabajando en esto, como equipo, ¿no es cierto?

– Me hiciste quedar como una idiota. Debería haber sabido lo que estaba ocurriendo, y tú les dejaste claro a todo el mundo que no es así.

– Mira, normalmente, es cierto que te lo diría a ti primero, pero no creí que estuvieses suficientemente receptiva. Habías dejado bastante claro que creías que Beer era culpable.

Charlie lanzó un suspiró.

– Has acertado en algunos puntos. Todavía creo, según las probabilidades, que Beer es nuestro hombre, pero no soy tan tozuda como para desechar otra línea de investigación. Debes creer que no valgo nada en mi trabajo si piensas que haría eso.

– No lo pienso, en absoluto -dijo Simon sorprendido.

– Quizá lo sea. ¿Por qué no se me ocurrió nada de todo lo que me dijiste? Era la oficial a cargo -Simon nunca había oído a Charlie expresar abiertamente sus dudas sobre sus propias capacidades. Lo hacía sentir incómodo.

– ¿Y bien? -dijo ella.

– ¿Bien qué?

– ¿Crees que soy mala en mi trabajo?

– No te hagas la tonta. Creo que eres brillante. Todo el mundo lo piensa.

– ¿Entonces, por qué coño no me lo dices? -dijo Charlie mur murando-. ¿Por qué me obligas a pedirte tu apoyo?

– ¡No lo he hecho!

– ¡Acabas de hacerlo!

La conversación se aceleraba, tornándose más imprevisible. Simon respiró profundamente.

– No se me ocurriría jamás a mí o alguien del equipo tranquilizarte con nuestro apoyo -dijo-. No lo necesitas. Siempre pareces tan segura. Demasiado segura a veces.

Charlie se quedó en silencio durante unos cuantos segundos. Su siguiente pregunta, cuando llegó, fue inoportuna.

– ¿Le has dicho a alguien… lo que sucedió en la fiesta de Sellers? -Esto era exactamente por lo que Simon evitaba conversaciones largas y francas.

– No. Por supuesto que no.

– ¿A nadie? No te estoy pidiendo que des nombres. Sólo quiero saber si todo el mundo se rió a mis espaldas, eso es todo.

El móvil de Simon comenzó a sonar en su bolsillo. Miró a Charlie con torpeza.

– Olvídalo -Encendió un cigarrillo-. Será mejor que respondas.

Era el agente Robbie Meakin. Salvado por la campana, pensó Simon.

– Estáis investigando el caso Laura Cryer de nuevo, ¿verdad? -preguntó Meakin.

– ¿Quién es? -preguntó Charlie. Odiaba no saber con quién estaba hablando Simon, y persistentemente interrumpía todas las llamadas que recibía hasta que se lo dijera. Una de sus tantas exasperantes costumbres.

– Es Meakin. Lo siento, compañero, sí, así es. ¿Por qué?

– Acabamos de detener a un muchacho llamado Vinny Lowe, amigo de Darryl Beer, por posesión de drogas de primera categoría. Entre sus cosas hallamos un enorme cuchillo de cocina ensangrentado. Lowe jura que es de Beer.

– ¿Dónde lo encontrasteis?

– En un gimnasio, de entre todos los lugares imaginables. La Ribera, en la carretera de Saltney.

El gimnasio de Vivienne Fancourt. Y de Alice. Y entonces, de repente, Simon lo supo. Recordaba las palabras exactas de Roger Cryer; comprendió su pleno significado. Casi se iba a girar hacia Charlie y a decírselo sacudido por la emoción. Se detuvo justo a tiempo. No estaba dispuesto a arriesgar que le dieran esta pista a Sellers o Gibbs para que la siguieran. Cuando algo realmente importaba, Simon prefería trabajar solo.

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