Capítulo 39

Viernes , 1o de octubre de 2003


Suena el timbre de la puerta. La Pequeña y yo estamos en la cocina. Es la habitación donde es menos probable que seamos vistas. Hay una puerta con un panel de cristal glaseado y solamente una ventana al costado de la casa, que da a un camino, una reja y algunos árboles. Estoy sentada en un sillón, de espaldas a la ventana.

Mi aspecto ha cambiado considerablemente desde que dejé Los Olmos. Mi cabello ya no es largo y rubio, ahora es marrón oscuro y corto. Ahora llevo gafas que no necesito y un maquillaje que no usaba desde que era adolescente. Me parezco un poco a la sargento despiadada con la que trabaja Simon. Probablemente sea una precaución innecesaria, pero me hace sentir más segura. Siempre existe la posibilidad de que un limpiacristales o un transeúnte puedan alcanzar a verme. Hasta el momento, mi imagen ha aparecido en las noticias durante días.

La Pequeña está sentada en una silla mecedora junto a mí, dormida. El sonido del timbre, tan fuerte y significativo para mí, no la molesta. No se mueve.

Maquinalmente, me levanto y cierro la puerta entre la cocina y el vestíbulo. Escucho cómo pasos bajan las escaleras. Esta rutina ha sido practicada muchas veces. La llamamos nuestro «simulacro de incendio».

Hasta aquí, los visitantes han sido fáciles de tramitar y despedir. El lunes vino alguien a leer el medidor del gas. Ayer el cartero entregó un paquete que necesitaba acuse de recibo. Si La Pequeña y yo estamos solas en la casa no atiendo la puerta y, puesto que nadie sabe que estoy aquí, nadie espera encontrarme. El ardid de la redecoración ha funcionado, hasta ahora, para mantener lejos a amigos y familia.

Acerco mi oreja contra la puerta y escucho.

– Detective Waterhouse. Qué sorpresa.

– ¿Puedo entrar?

– Parece que ya ha entrado, ¿verdad?

Simon está aquí. Quieto ante la puerta del frente, igual que como estaba hace quince días, excepto que ésta es una casa diferente. No estoy tan asustada como creí que iba estarlo. Por supuesto que he imaginado esta situación, exactamente como está sucediendo ahora, muchas veces. Sabía que me encontrarían finalmente. Cuando una madre desaparece con un bebé se entrevista a la gente más de una vez. Es el procedimiento adecuado, ni más ni menos. No me asustaré hasta que sea el momento. Simon no puede entrar en la cocina, a menos que tenga una orden de registro.

Me pregunto cuánto tiempo me queda, cuánto tiempo tengo antes de marchar por la puerta trasera y atravesar el camino, con La Pequeña, hasta el coche aparcado en la siguiente calle.

Es el procedimiento de emergencia convenido.

No quiero irme. Esta casa es mucho más acogedora que lo que Los Olmos han sido durante mucho tiempo. La Pequeña y yo tenemos un dormitorio atrás bastante escondido. Las paredes son de un amarillo tenue, con algunas zonas blancas aquí y allí donde ha saltado la pintura. Sospecho que solía ser el dormitorio de un adolescente y las marcas blancas sobre los muros se deben a que tuvieron que arrancar los carteles de las bandas musicales favoritas antes de que los anteriores propietarios de la casa se mudaran. La moqueta es verde oscuro, y hay una quemadura en una esquina, cerca de la ventana -un cigarrillo ilícito que cayó sin querer.

A pesar de estos rastros de un inquilino anterior, ya pienso en la habitación como si nos perteneciese a mí y a La Pequeña. Está repleta de todo lo que necesitamos. Botellas, ropa, mantas, pañales, baberos de muselina, cajas de leche de fórmula, un esterilizador a vapor, una cuna de viaje; todo lo de mi lista estaba aquí cuando llegamos. No tenemos mucho espacio, naturalmente nada comparado con nuestro extravagante alojamiento en Los Olmos, pero es cálido y hogareño. Un aire suave, inocente, invade toda la casa.

Creo que siempre fui consciente, en el fondo, de que Los Olmos tenía un ambiente oscuro y sofocante incluso mucho antes de que fuera infeliz allí. Quizás sentí la presencia de cosas difíciles de describir, o quizás ello sea fruto de mi estado de ánimo, pero siento como si siempre hubiese sabido que era una casa que escondía algo. Recuerdo intensamente la conversación con David cuando él sugirió que nos mudásemos a la casa de su infancia, a la casa de la infancia de su madre. Estábamos en el invernadero. Vivienne nos había dejado solos mientras preparaba café.

Al principio reí.

– No seas tonto. No podemos vivir con tu mamá.

– ¿Tonto? -Oí un tono en su voz y vi una mirada en sus ojos que me alarmó, como si en ese instante el David que conocía y quería, se hubiese desvanecido y hubiese sido reemplazado por una persona totalmente diferente. Quería que esa persona se fuera para que David volviera, así que rápidamente di marcha atrás, fingiendo que me había malinterpretado.

– Solo me refiero a que ella seguramente no nos querría aquí, ¿no?

– Por supuesto -dijo David-, A ella le encantaría. Lo ha dicho muchas veces.

– Ah. Ah, bien… ¡estupendo! -dije, con tanto entusiasmo como pude. David resplandeció, y yo estaba tan feliz y aliviada que me dije qué no importaba dónde viviésemos, mientras estuviésemos juntos. Nunca más sugeriría que algo de lo que dijese David fuese tonto. Es curioso, nunca he pensado en este incidente hasta ahora. ¿Habría otras señales de advertencia que ignoré, señales que volverían a mí gradualmente, como destellos de horror?

– ¿No trabaja hoy?

– Nunca lo hago los viernes.

Las palabras se escuchan más débiles. Voy en puntillas hacia la radio, y la apago.

– Entonces. ¿Cómo puedo ayudarlo?

– No me hable como si fuese un jodido idiota. Si hubiese querido ayudarme lo podría haber hecho hace tiempo. ¿No es cierto?

Siento que mis piernas se debilitan como si mis huesos se hubiesen disuelto de repente. Me envuelvo a mí misma con los brazos para impedir que mi cuerpo tiemble.

– ¿Qué? ¿Me está acusando de retener información? ¿Qué es exactamente lo que se supone que sé?

– Ahórreme las gilipolleces. Con razón no parecía tan preocupada por Alice cuando le dije que había desaparecido. Sabe bien dónde está. Debería haberme dado cuenta el último sábado, en cuanto dijo «Ya sabe cómo es Alice». La cagó ahí, ¿verdad? No tenía ninguna manera de saber que ya la había conocido, a menos que la hubiese visto desde la última semana. También fue la primera persona que mencionó a Vivienne Fancourt en un contexto negativo. Muy amable en mencionar ese punto, ¿no?

– ¿Vivienne? ¿Qué tiene que ver ella con esto?

– Conoce la respuesta tan bien como yo. ¿Se le ha ocurrido que puede que estemos los dos del mismo lado?

Debería estar alejándome de aquí con La Pequeña. He oído bastante como para convencerme de que Simon sabe, si no todo, bastante. En cualquier momento podría pedir registrar la casa. No puedo entender por qué no me estoy ciñendo a la política convenida. Solo porque Simon diga que estamos todos del mismo lado no lo convierte en algo verdadero. ¿No he aprendido, ni siquiera ahora, que las palabras se pueden utilizar para crear ilusiones, para tender trampas?

– ¿Qué quiere decir?

– Quiere proteger a Alice de Vivienne. Yo también. Y a Florence. No parecía preocupada por Alice el sábado, pero ciertamente estaba preocupada por Florence, ¿no? Porque cuando Alice huyó, ella vino aquí. Ella le dijo que Florence estaba desaparecida, que alguien la había secuestrado y había dejado a otro bebé en su lugar. Probablemente también le dijo que la policía no la creía, que no estaban haciendo ningún intento por encontrar a su hija. ¿Alice trajo al otro bebé con ella, cuando vino aquí?

– No sé de qué me está hablando.

– Sí, lo sabe. ¿Por qué cree que ella trajo a este bebé que no es su hija? ¿Por qué no la dejó en Los Olmos?

– Le está ladrando al árbol equivocado.

– ¿Porque estaba asustada de lo que David o Vivienne le harían? ¿Alguien de ellos lastimaría a un bebé indefenso? No lo creo. ¿Y usted? O quizás sea porque una vez que faltara ese bebé tendríamos que buscar a Florence. ¿Por qué cree que fue?

Hay silencio. Ella no sabe. Tampoco Simon. Soy la única persona que conoce la solución a esa pregunta. Estoy tensa, rígida por la aprehensión, apenas soy capaz de creer que esta conversación está teniendo lugar.

– ¿Dónde están Alice y el bebé?

– No tengo la menor idea.

– Regresaré con una orden de registro. Claro, se pueden escapar lejos mientras tanto, pero, ¿a dónde irán? El caso ha estado en todas las noticias. Todo el mundo está al acecho de una mujer con un pequeño bebé.

Tiene razón. Se ha sugerido también en las noticias que mi aspecto podría haber cambiado.

– Es terca, ¿verdad? Mire, estoy cabreado porque me ha mentido, pero como dije, estamos del mismo lado. Así que esto es lo que voy a hacer. Le diré lo qué sé, aunque al hacerlo esté exponiendo mi trabajo.

¡Oh, gracias, gracias!

– No por primera vez, sospecho.

– ¿Qué coño se supone que significa eso?

– Puedo imaginar que siempre cree que sabe más, no importa lo que digan los demás.

– Sí, bien. Lo que dicen todos los demás está sobrevalorado.

– ¿Así que va a decirme lo que sabe? ¿Aunque sea en contra de las reglas? Qué honor.

– No me joda, vale. No, no lo hagas, concuerdo en silencio. Ahora es tiempo de cooperar. Es mi única esperanza, mía y de Florence. Eso se está volviendo cada vez más evidente.

– A cambio, espero, realmente lo espero, que empiece a hacer mi vida más fácil en lugar de más difícil. Creo que debería considerar qué es lo que Alice querría hacer en este punto. Ha necesitado mi ayuda durante algún tiempo, y la suya, para frenar a Vivienne Fancourt.

– ¿Frenar? ¿Disculpe?

– ¡Maldición! Creemos… Yo creo que Vivienne Fancourt mató a Laura Cryer. Darryl Beer, que está en prisión porque confesó el asesinato, solía matar el tiempo en un gimnasio conocido como La Ribera. Vivienne Fancourt era miembro de ese club. Creemos que inculpó a Beer colocando pruebas materiales en la escena, pruebas que obtuvo de una toalla que Beer había utilizado en el club.

– Correcto. Bien.

Asiento, aunque nadie me puede ver. Las palabras, los detalles, son nuevos, pero reconozco esto como la historia que he querido que Simon diga, desde la primera vez que lo vi. No podía decirla por mí misma.

– Desde que Alice desapareció, hemos encontrado lo que creemos es el arma del asesinato, un cuchillo de cocina. Estaba en la guardería de La Ribera, en el salón para cambiar bebés. Beer y un compañero suyo, Vinny Lowe, utilizaban este lugar como almacén, principalmente, de drogas. Tenemos buenos motivos para sospechar que Vivienne Fancourt lo sabía. Lowe admitió que él yBeer habían hablado de esto delante de ella varias veces. Deliberadamente presumían de sus hazañas de mierda cuando ella estaba escuchando. Beer pudo haber guardado el cuchillo en la guardería, pero también pudo hacerlo Vivienne Fancourt, y hacer que pareciera como que Beer lo había hecho. No podemos demostrar nada. Beer todavía afirma que él lo hizo.

Mis ojos se abren. Felix pasaba casi tanto tiempo en la guardería como lo hacía en casa, antes de que creciera demasiado para seguir yendo. Me estremezco, imaginando que él y todos los otros niños jueguen en la misma habitación en la que se encuentra un cuchillo que se usó, de hecho, para una ejecución.

– Si Alice ha conseguido cualquier otra cosa, cualquier prueba concreta de que Vivienne ha matado a Laura, nos sería de provecho saber cuál es. Urgentemente. Ya, ahora.

– ¿Prueba? ¿Qué clase de prueba?

– El bolso de mano de Laura. ¿Alice lo ha visto, en Los Olmos? Es una posibilidad remota pero… quizás lo encontró en algún sitio en el que no debería haber estado mirando. ¿Fue eso lo que le hizo sospechar de Vivienne en primer lugar? Necesito saber. Nunca se encontró el bolso. Podemos registrar Los Olmos pero no tendría yo mucho sentido. La gente tan lista como Vivienne Fancourt no deja pruebas incriminatorias esparcidas por ahí.

– No entiendo. Discúlpeme si estoy haciendo de detective ahora. Quienquiera que haya matado a Laura, ¿por qué no escondió el bolso de mano con el cuchillo, en la guardería? ¿O se deshizo de ambos?

– Vivienne quería que encontraran el cuchillo, eventualmente, en un lugar que se relacionara con Beer. Un cuchillo puede limpiarse y utilizarse otra vez. ¿Por qué se quedaría Beer con el bolso una vez que hubiera sacado el efectivo que estuviera dentro? No lo habría hecho. Ni tampoco quien quería hacer que Beer pareciese culpable.

Sacudo mi cabeza. No, no es eso. Pero no puedo pensar y escuchar al mismo tiempo.

– Así que… ¿van a registrar Los Olmos?

– No. El jefe ha dicho que no. En cualquier caso, no serviría. Estoy seguro de que el bolso de Cryer desapareció mucho tiempo atrás. Nunca lo encontraremos.

Otra vez, sacudo mi cabeza. Pienso en mi propio bolso de mano, en la mesa de la cocina en Los Olmos. Me lo imagino todo dentro de él: mi libreta llena de listas de nombres de bebé, mi bálsamo de coco labial, mi fotografía con mis padres, aquella que David amenazaba con destrozar. Si le quitas el bolso de mano a una mujer, tienes poder sobre ella. ¿Qué mejor trofeo, qué mejor símbolo de una ejecución exitosa y merecidamente realizada, que el bolso de la víctima?

Vivienne se lo habría quedado, y no solamente por razones sentimentales. No hubiese permitido que un rastro de evidencia que la conectaba con el asesinato escapase de su dominio. Lo guardaría en algún sitio donde lo pudiese verificar regularmente, asegurarse de que todavía estaba allí, que nadie lo había encontrado o lo había tocado de alguna manera. Solamente se siente segura si todo lo que realmente le importa se encuentra dentro de su alcance. ¿Dónde, cómo, podría haber tirado el bolso y estar totalmente segura, tan segura como necesitaría estarlo, de que ningún rastro llegaría a manos de alguien más, de que nadie la había visto? En ese instante, lo sé. Sé dónde está. Abro mi boca, entonces la cierro otra vez antes de que un grito tenga posibilidad de escapar de ella. Me encantaría abrir la puerta, correr hasta Simon y decírselo todo, pero no puedo. La primera cosa que hará, si aparezco, será llevarse a La Pequeña. Ahora me cree, y sin embargo no estoy lista para dejarla ir. Me tengo que preparar, mentalmente.

Voy de puntillas hasta la mesa de la cocina, tomo un bolígrafo y escribo una nota corta en la almohadilla de puntas dobladas. Entonces cojo las llaves del coche que están colgando de un gancho en la pared y las coloco en mi bolsillo. Levanto a La Pequeña de su silla mecedora tan suavemente como puedo, teniendo cuidado de no despertarla. Se me ocurre que voy a necesitar llevar algo de leche conmigo y no hay ninguna preparada. No puedo prepararla sin lavar una botella, lo que implicaría abrir el grifo de agua callante. No puedo exponerme a ello. La caldera aquí es tan ruidosa, Simon me oiría.

Coloco a La Pequeña en el moisés sobre el piso. Todavía está durmiendo profundamente. No la puedo llevar conmigo. Está mejor aquí. Aunque Simon se marchase ahora, o pronto, seguro le llevará horas conseguir una orden de allanamiento, y no volverá hasta que consiga una. Yo puedo regresar antes que él con la prueba que necesita, con el bolso de Laura. Y habré tenido tiempo de pensar, para entonces, en lo que le voy a decir, cómo voy a explicar mis acciones.

– ¿Así que por qué no me cuenta sobre el trabajo de detective que ha estado haciendo? O debería decir, ¿la actuación? fingiendo ser un detective.

Es casi imposible arrastrarme fuera, pero debo hacerlo. Tengo que saber si tengo razón sobre el bolso.

Beso a La Pequeña en la mejilla y ella mueve sus labios juntos en su sueño, como si estuviese masticando lentamente algo sabroso. Lamento dejarla. «Regresaré en seguida», le susurro al oído. Entonces destrabo la puerta trasera, salgo, y la cierro otra vez detrás de mí. Camino por el lateral de la casa y hacia la carretera. El viento y la luz asaltan mis sentidos. Así que a esto huele y sabe el exterior. No me apresuro. Sé que debería, pero quiero saborear la experiencia de caminar por una calle residencial normal como una persona corriente. Me siento mareada, irreal.

Nadie me ve subir al Golf negro y distanciarme del borde de la acera. Todo mi cuerpo tiembla con miedo, impaciencia, adrenalina. Es mi turno de hacer un poco de labor de detective.

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