Capítulo 42

23/20/03, 9.30 horas


Simon se detuvo frente a Los Olmos y miró su fachada. No podía creer que solamente era la segunda vez que estaba aquí. El lugar había sido tan significativo en sus pensamientos las últimas dos semanas. Pero aquí estaba, ningún símbolo, solo piedra y madera y pintura. Cualquiera podría vivir aquí.

Hoy la casa parecía neutral e impasible en su blancura. Todas las cortinas cerradas. Colgaban en todas las ventanas pliegues de material pesado y grueso. Simon imaginaba las docenas (no creía fuese una exageración) de habitaciones oscuras, todas vacías que podría llegar a haber. Afuera brillaba el sol. El único habitante de Los Olmos había decidido negarle la entrada al brillo diurno.

Simon se había ofrecido a hablar con David Fancourt. Había dicho que le parecía más fácil que Fancourt tratarse con un hombre. Charlie había aceptado, después de un poco de resistencia. Si estaba al corriente o no del posterior motivo de Simon, lo callaba. La verdad era que quería, más que eso, volver a Los Olmos una vez más, antes de hablar con Alice. Necesitaba ver la casa que ella llegó a considerar su prisión, sentir esa inmensa y sofocante quietud de la cual solo tuvo un atisbo durante su primera visita. Quizás entonces entendería por qué Alice hizo lo que hizo. Quizás entonces no estaría tan enfadado con ella.

Había sido una gran sorpresa encontrarla con vida. Y su aspecto… parecía como si se hubiera vestido deliberadamente de Charlie. Simón se había sentido tan repelido, tanto por la idea como por la realidad de esto, al principio que había sido incapaz de moverse. Solamente cuando oyó a Charlie gritar pudo obligarse a quitar a Vivienne de encima de Alice, y solamente lo pudo hacer gracias a la ayuda de Muñeco de Nieve. Podía haber llegado tarde.

Simon sabía que se debería sentirse aliviado de que Alice estuviese viva, pero todo lo que sentía era un miedo penetrante. Había imaginado, en su ausencia, que quería tener algún tipo de relación con ella. La antigua Alice, aquella que no se parecía nada a su sargento. Pero quizás aquella persona, que creía haber visto aquel día arriba de la escalera, ya no existía. Quizás nunca existió. Y aunque Simón pudiese hallarla de algún modo, sabía que sus inseguridades y complejos arruinarían todo.

Eso y lo que sabía de ella ahora. Hay solamente una forma en la que puedes conocer a una persona, decidió Simón. Observar sus acciones, y de acuerdo a ellas deducir. En lugar de concentrarse en la clase de persona que creía que era Alice e intentar predecir cómo se comportaría, debería haber trabajado los hechos retrospectivamente. ¿Qué es lo que ella debía haber hecho? Por lo tanto, ¿qué clase de persona es?

Quizás sería mejor no acercarse nunca a nadie. Los demás se entrometían demasiado en la psique de uno. Hacían demasiadas preguntas difíciles. «¿Simón, eres virgen?» Era consciente de sentirse enfadado, pero no era la rabia hirviente a la que estaba acostumbrado. Esto era una desilusión fría, indigesta que se había instalado como una roca dentro de su estómago. Por una vez, no quería golpear y golpear y escupir hasta que la arrojase afuera. No quería precipitarse hacia ninguna acción. Este nuevo sentimiento debía ocultarse y ser nutrido. Era algo orgulloso, y complicado, y no se daría prisa. Exigía una reflexión excesiva. Simón no sabía si era Alice o Charlie o las dos quienes lo habían hecho sentir así. Todo lo que sabía era que quería quedarse a solas con sus pensamientos por el momento.

David Fancourt abrió la puerta, justo cuando Simón estaba a punto de tocar el timbre por tercera vez.

A Usted -dijo. Vestía pijamas de cachemira marrón y un albornoz marrón. La barba oscurecía su cara, y sus ojos estaban rojos y pálidos.

– ¿Es buen momento?

Fancourt rió amargamente.

– No pienso que merezca mucho la pena esperar uno. Mejor entre ahora.

Simón lo siguió a través de la cocina y tomó asiento. «Esta era la silla en la que me senté la última vez», pensó, la misma silla. Fancourt se sentó a su lado.

El interior de la casa era muy diferente ahora. Había platos y copas sucias por todos lados. La basura se había derramado fuera de su cesto sobre el suelo. En el vestíbulo Simon había podido distinguir una pila de periódicos gastados que parecían haber sido pisoteados por alguien con botas sucias.

– No parece que esté muy aquí bien solo -dijo. Lo lamentaba por el hombre. Fancourt no podía saber que su madre era una asesina. Cuando Charlie se lo había contado, no había dicho ni una palabra, aparentemente. Solo la había mirado fijamente.

– No debería estar aquí solo en un momento tan delicado ¿No estaría mejor con su hijo?

Fancourt frunció el ceño.

– Felix se encuentra mejor sin mí -replicó.

– ¿Por qué? No entiendo.

– Él está mejor así.

Simon bajó la cabeza, intentando establecer contacto visual.

– Señor Fancourt, usted no ha hecho nada malo. No debería sentirse culpable por algo que hizo su madre.

– Debería haberlo sabido. La noche en que Laura fue asesinada, debí darme cuenta de que la historia no tenía sentido.

– ¿Qué historia?

– Sobre Laura y que le pidiese a Mamá dejarle a Felix una noche para que pudiese ir a un club nocturno. Nunca habría hecho eso. No soportaba a Mamá. Siempre creí que todo era un poco extraño, pero… Fui demasiado estúpido como para intentar averiguar la verdad.

– No fue estúpido. Ningún hijo sospecharía que su madre es una asesina. Si yo hubiera sido usted, no lo habría hecho.

– Estoy seguro de que lo hubiera hecho, Simon. -Fancourt le lanzó una sonrisa falsa y exagerada.

– Acerca de que Felix regrese a casa… quizás se piense de manera distinta en unos cuantos días.

– No me sentiré mejor.

Simon suspiró. Ahora no era, quizás, el mejor momento de llenar al pobre hombre con nueva información, pero necesitaba saber. Habían llegado los resultados de las pruebas. No había ninguna excusa para no decírselo. Y, deprimido y apático como lucía Fancourt, no había indicios de que estuviese delirando o desequilibrado. Cualquiera estaría deprimido en su lugar. Simon creía que su reacción era totalmente normal. Quizás incluso tenía razón en dejar a Felix con Maggie y Roger Cryer. Era mejor que el chico estuviese en un ambiente familiar, estable, mientras su padre se recuperaba.

Simon se sentía culpable por haber pensado tan mal de Fancourt, cuyo único crimen, hasta donde podía ver, era enfurecerse, irritarse bajo presión. Y por eso, y a causa de sus propios celos, Simon lo había odiado, calumniado. Estaba en deuda, debía decirle la verdad. Si algo podría sacar a Fancourt de su letargo, serían estas noticias.

– Hemos encontrado a su hija -Simon dijo suavemente-. Hemos encontrado a Florence.

Fancourt finalmente lo miró. La expresión de su rostro era inconfundible: abatimiento.

– No la quiero aquí. Entréguesela a Alice.

– Pero…

– Alice es una buena madre. Yo no sirvo para nada. No cambiaré mi opinión.

– Siento como si le debiese una disculpa, señor Fancourt.

– Tengo lo que merezco. Lo que se va, vuelve, como dicen.

Simon no podía comprender al hombre. ¿No iba a luchar por su mujer e hija, por la oportunidad de ser feliz? Si Fancourt estuviera interesado o no, Simon tenía que decir lo que había venido a decir. Decidió continuar con su discurso planeado.

– Encontramos a Alice y el bebé en la casa de Briony Morris, la amiga de trabajo de Alice. Después del… asunto en el gimnasio, dispusimos que se sometieran ambas a pruebas.

Ninguna reacción de Fancourt.

– Había una coincidencia -continuó Simon-, El bebé que Alice se llevó de aquí el viernes 3 de octubre era su hija. Suspiró sacudiendo la cabeza. Deseaba poder sentir incluso, por lo menos, un poco de la indiferencia que demostraba Fancourt, suponiendo que fuese auténtica-. Hubo siempre un solo bebé, señor Fancourt. ¿Señor Fancourt? ¿David? ¿Entiende lo que le digo? Hubo siempre un solo bebé. Una sola Florence.

David Fancourt bostezó.

– No necesita decirme eso -dijo-. Lo he sabido durante todo este tiempo.

Загрузка...