Capítulo 25

Miércoles, 1 de octubre de 2003


El baño está inmaculado. Nadie lo sabría nunca. Nadie lo sabrá nunca. Convencida de que no puedo hacer que la bañera brille más, me ducho, restregando vigorosamente cada uno de los centímetros de mi cuerpo, preguntándome si me sentiré limpia otra vez.

Me envuelvo con dos toallas de baño grandes y me apresuro al dormitorio. Mi armario no está cerrado, y la llave está en la puerta. Elijo un atuendo: pantalones holgados y un jersey.

Éstos me cabrán perfectamente. Me odio por el agradecimiento patético que siento. La mayor parte de la gente da por hecho que podrá elegir su propia ropa. No hay nada que pueda detenerme de salir por la puerta delantera de Los Olmos y no volver más. Nada excepto la amenaza de David: «Podría tomar medidas para asegurarme que nunca veas a Florence otra vez».

El teléfono suena, haciéndome saltar. Estoy segura de que es Vivienne, llamando para controlarme. Me pregunto si debería responder, hasta que escucho la voz de David abajo. Al principio él habla muy bajo para que yo no escuche nada. Cuando alza la voz, percibo que parece disgustado, mucho más interesado en comunicar su propia opinión que en tratar de estimar la opinión de aquel con el cual está hablando. No puede ser Vivienne.

Le escucho decir:

– Exactamente, a chicos adolescentes, y garantizo, les encantará. No. No, porque esa no es la forma en que lo comercializaría- mos. No, no puedo el viernes. Porque no puedo, ¿está bien? Bien, ¿qué hay de malo en hablar de ello ahora mismo?

Russell. El socio de negocios de David.

Tengo una oportunidad. El pensamiento me paraliza. David estará al teléfono durante al menos quince minutos. Sus conversaciones con Russell nunca son cortas, especialmente cuando hay un tema en disputa. Nunca me ha dicho por qué discuten.

Voy al dormitorio de Vivienne de puntillas y abro la puerta. La cama está hecha, como siempre. No hay un pliegue en el edredón de color lila. Cuatro fotografías de Felix se encuentran en el tocador, dos de él con Vivienne. La habitación huele a la crema que se pone en la cara todas las noches. Veo sus abombadas blancas y bordadas zapatillas chinas bajo la cama, dispuestas pulcramente una junto a la otra, exactamente como lo estarían si estuviera dentro ellas. Me estremezco, como a la espera de que se empiecen a mover hacia mí.

Mi teléfono. He venido aquí por eso. Me arrastro fuera de mi ensueño supersticioso, me dirijo al armario de la cabecera y abro el único cajón. Allí está, exactamente como sabía que estaría. Apagado. Si estoy loca, como parece que todo el mundo piensa, ¿cómo sabría que estaría aquí? Vivienne dijo que estaba en la cocina.

Lo enciendo y telefoneo al móvil de Simon Waterhouse. Había apuntado su número la última vez que nos encontramos, reacio de que lo llamase a la comisaría. Rompo el pedazo de papel, pero memorizo el número. Le dejo un mensaje susurrado, diciendo que tiene que encontrarse conmigo otra vez mañana, en Chompers, que necesito hablarle urgentemente. Esta vez nuestra conversación irá bien, me digo a mí misma. Saldrá de nuestra reunión creyéndome; seremos aliados, y me ayudará. Hará cualquier cosa que le pida.

Vuelvo al rellano y vacilo durante unos segundos, para comprobar que David todavía está hablando con Russell. Todavía. No puedo distinguir las palabras -él está hablando demasiado flojo- pero su voz tiene el tono escurridizo que esperaba. Estoy totalmente segura de que la conversación todavía no ha concluido.

Sé que debería devolver mi teléfono al cajón del armario de Vivienne para evitar despertar sospechas, pero no soy capaz. Necesito quedarme con él. Es un símbolo de mi independencia. Dejar que Vivienne piense que deslizarme en su habitación y robárselo es otro síntoma de mi locura, mi enfermedad.

Me devano los sesos pensando en algún sitio donde pueda ocultar el teléfono. Si lo devolviera a mi bolso, Vivienne me lo quitaría, como estoy segura que ha hecho ya una vez. Hay solamente una habitación en la casa en la cual Vivienne nunca entra: el estudio de David. Nadie va allí excepto David, y ni siquiera él ha puesto los pies allí desde Florence nació. Se le prohíbe estrictamente el ingreso al personal de limpieza de Vivienne, que viene un día entero una vez por semana. Como resultado, el estudio está mucho más polvoriento y más desordenado que el resto de la casa. Está lleno de ordenadores de David, sistemas de música, estantes de cd que no ofrecen nada sino música clásica y la obra completa de Adam & The Ants, su colección de novelas de ciencia ficción -lomos en hileras e hileras, cada una de ellos con un título extraño y desagradable- y varios gabinetes de archivos.

Después de haber echado un vistazo, decido que detrás de uno de éstos sería probablemente el lugar más seguro para esconder el aparato. Estoy a punto de comprobar esta posibilidad cuando mis ojos se clavan en el ordenador de David. Otro medio de comunicación con el mundo externo, el mundo normal más allá de Los Olmos.

Me siento en la silla giratoria y enciendo la máquina, esperando que su débil crepitación no sea audible. Me digo que tendré que estar nerviosa solo un poco; si David ha oído cualquier cosa estará aquí arriba en segundos. Mi corazón late con fuerza mientras me siento y espero. Nada sucede. Oigo la voz de David que atraviesa el suelo, enfadado otra vez, todavía en medio de su discusión con Russell. Exhalo lentamente. Segura. Esta vez.

En la pantalla del ordenador, una pequeña ventana me dice que, para conectarme, necesito ingresar una contraseña. Maldigo en voz baja. Había supuesto que el ordenador de David sería como el mío en el trabajo, con la contraseña almacenada en la memoria y el proceso de encendido automático.

Escribo «Felix», pero aparece una señal informándome que es incorrecta. Pruebo con «Alice» y «Florence», pero éstos también son rechazados. Un estremecimiento de pavor da una comezón en mi piel cuando escribo «Vivienne». Tampoco tiene éxito. Agradezco a Dios eso, por lo menos.

Pienso que quizás para los hombres es menos probable que escojan el nombre del ser amado que las mujeres. ¿Pero qué más podría significar algo para David? Noes aficionado de ningún equipo de fútbol. Se me ocurre que podría haber sido listo y haber elegido una palabra que nadie asociaría nunca con él, algo totalmente aleatorio: tómbola, candelabros. O el nombre de un lugar, quizás. Pruebo con «Spilling» sin éxito.

Cierro mis ojos, pensando furiosamente. ¿Qué más, qué más? Me pregunto por qué incluso me estoy preocupando. Hay miles de millones de palabras, cualquiera de las cuales podría ser la que David ha decidido utilizar como su contraseña. Aunque tuviera tiempo de eliminar todas las cosas que él definitivamente no habría elegido… Casi me río de mi idea siguiente y ridícula. Merece la pena un intento, supongo. Después de todo, ahora sé que a mi marido le encantan los chistes enfermos.

Escribo Spilling «Laura» y presiono de vuelta. La caja de registro desaparece y la pantalla se vuelve azul. En la esquina derecha inferior el símbolo de un reloj de arena aparece cuando el ordenador empieza otra vez a ronronear suavemente. Me mareo con la sorpresa. David ha comprado esta máquina hace solo seis meses. Tan recientemente como eso, ha elegido como contraseña el nombre de su odiada ex mujer. ¿Por qué? «Has sido siempre la segunda mejor después de Laura. ¿Sabías eso?» No, no puede ser verdad. Estoy absolutamente segura de que David dijo eso solo para herirme.

Pero no tengo tiempo de pensar más en eso, no ahora. Entro aHotmail tan rápidamente como puedo y creo una nueva cuenta. El proceso lleva mucho más tiempo de lo que yo pensaba, y empiezo a sudar mientras atravieso los pasos aparentemente interminables. Después de lo que me han parecido horas, tengo una cuenta y dirección de hotmail: AliceFancourt27@hotmail.com.

Oigo la voz de David otra vez.

– De ningún modo -dice. Algo en el tono de esa única palabra me asusta. Hay un tono de final de conversación en su voz, un aire de alguien que quiere acabar las cosas. Quizás se está preguntando qué estoy haciendo. Me ha dejado sin supervisión demasiado tiempo.

Presiono el botón «Apagar» en el ordenador y la pantalla inmediatamente se vuelve negra. Corro del estudio de David a nuestro dormitorio, dejando la puerta un poco abierta y me coloco en pie detrás de ella.

– No, te llamaré el fin de semana – dice David-. Oh. ¿Cuándo volverás? No, está bien, entonces. Léeme su carta, si la tienes allí.

Pretendía enviar un correo electrónico a Briony agradeciéndole el adorable juguete que había enviado a Florence y diciendo que sería bueno encontrarnos dentro de algunas semanas, una vez que las cosas estén en camino a normalizarse. Tengo que creer que las cosas volverán a su estado normal. Si hubiera tenido tiempo, podría haber pasado a describir el horror de la semana pasada, contarle a Briony todo sobre la desaparición de Florence y la aparición de La Pequeña. Estoy desesperada por contarle estas cosas -ella, yo sé, me creería sin duda- pero decido que no me puedo arriesgar a volver al ordenador. En mi estado de tensión elevada, no puedo evaluar cuánto importa que no logre enviar este mensaje.

Laura. ¿Cuántas veces he oído a Vivienne llamarla un monstruo, una déspota, un horror, una arpía, tanto antes como después de su muerte? He perdido la cuenta. Siempre suponía que David sentía los mismo, pero ahora, por primera vez, me doy cuenta de que aunque estuviera en desacuerdo con su madre, no tendría el valor para decirlo en público. Después de todo lo que me ha hecho, no puedo creer que tenga ganas de llorar porque, hace seis meses, eligió el nombre de Laura en lugar del mío como la contraseña de su ordenador.

– Espera, espera -oigo decirle a Russell-. Ellos no han comprendido el punto principal. Teníamos un proveedor perfectamente adecuado, y nos ofrecían términos que…

Miro mi teléfono móvil. Volver al estudio de David sería tentador, pero cuando intento pensar en un lugar alternativo como escondite -por ejemplo, en el dormitorio- mi mente es un espacio vacío gigantesco. Decido arriesgarme el estudio, principalmente porque sé que nunca se les ocurriría a David o a Vivienne que iría allí, bajo ninguna circunstancia, y mucho menos ocultar algo allí.

Introduzco mi mano en el espacio entre el gabinete de archivos más cercano y la pared. Podría ser bastante amplio, pero lo es sólo apenas. Mis dedos golpean contra algo duro. Parece cartón, pero el espacio no es lo suficientemente grande para que yo pueda asirlo.

Me levanto y, tan suavemente como puedo, empujo el gabinete de archivos un poco hacia adelante. Un archivador de documentos azul marino que estaba atrapado en una posición vertical cae de lado contra la pared. Lo recojo y lo abro. Contiene tres revistas pornográficas. Abro una y retrocedo cuando veo la imagen de una mujer desnuda atada a una mesa. Me congelo, mi cara parece una caricatura por la sorpresa, no sabiendo qué pensar de esta anomalía. David no encontraría erótica esta clase de imagen. ¿Qué hace en su estudio? Sencillamente no es posible, y sin embargo aquí está, en mis manos.

Me doy cuenta de que un par de hojas de papel de una de las revistas han caído al suelo. Una es una carta, un papel azul con filigrana. «Querido David», empieza. Miro el final de la hoja. La carta está firmada, «Tu cariñoso padre, Richard Fancourt».

Mis ojos se ensanchan. Por fin, un nombre. Y una prueba de que el padre de David existe. Por lo menos esto explica las revistas. Están allí para actuar como una distracción de lo que David realmente quiere ocultar. Debe haber razonado que, en caso de que yo o Vivienne encontráramos la carpeta y la abriéramos, no investigaríamos demasiado después de haber visto algunas de esas fotos horribles.

Con la mitad de mi mente en guardia, controlando que la conversación de David con Russell continúe, leo la carta superficialmente, tratando de captar los puntos cruciales. El padre de David se ha vuelto a casar. Le está enviando esta carta a Los Olmos porque ha oído que David todavía vive allí. Lamenta no haber sido un mejor padre. Lamenta no haberse puesto en contacto todos estos años él, pero probablemente ha sido para mejor. La carta es frustrantemente larga. Intento entender todas las palabras al mismo tiempo: «esposa embarazada… pequeño hermano o hermana… si no es por mi seguridad es por la de él o de ella… apartado de la academia… subido el puente…»-¡Alice! ¿Qué estás haciendo?

– Vistiéndome -respondo, mareada con un terror repentino. Meto las cartas y las revistas pornográficas de vuelta en el archivo y lo recoloco, empujando el gabinete contra la pared. Tengo tanto miedo de ser atrapada que pierdo el equilibrio y me tambaleo, rompiendo algo pequeño y duro con mi pie derecho. Lo agarro, y también mi teléfono, y corro del estudio al cuarto de baño, cerrando la puerta cuando llego allí.

David aún está hablando con Russell, había interrumpido su llamada para controlarme, tan poco es lo que confía en mí.

Cuando estoy a salvo, examino lo que estoy sosteniendo. Es un pequeño dictáfono con una cinta dentro. Probablemente no hay nada en la cinta además de las notas de David sobre algún juego de ordenador u otra cosa, pero quiero escucharlo de todos modos. Miro la delgada puerta de madera del cuarto de baño y decido que no es seguro hacer eso ahora. Es demasiado fácil imaginar una presencia inmóvil del otro lado. Los Olmos es una casa en la cual las grietas de luz debajo de las puertas son interrumpidas a menudo por oscuras parcelas del tamaño de pies.

Entierro mi teléfono móvil bajo una pila de toallas limpias en el armario del cuarto de baño. Debería estar seguro allí por un tiempo. Después deslizo el dictáfono con la cinta dentro del bolsillo del pantalón, donde estará completamente cubierto por mi jersey holgado, y bajo con despreocupación forzada, como una mujer que no está ocultando nada.

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