Capítulo 18

5/10/03, 09.05 horas


Simon tenía un problema con Colin Sellers. Era sabido entre los detectives que Sellers, a pesar de estar casado con Stacey y tener dos críos jóvenes, había tenido una aventura con una mujer llamada Suki durante tres años. Era un nombre artístico. Su nombre real era Suzannah Kitson. Sellers parecía dispuesto a compartir todos los detalles acerca de su amante con sus compañeros, y así es como Simon sabía que Suki cantaba en restaurantes locales, a veces en cruceros. Tenía solamente veintitrés años y todavía vivía con sus padres. Sellers estaba siempre de mal humor cuando ella estaba navegando, como él lo denominaba.

Simon no sabía nada sobre lo que se sentía al estar casado, irse a la cama y despertarse con la misma persona día tras día, año tras año. Quizá uno se aburría. Veía que enamorarse de otra persona podía ser una aventura. Más difícil de soportar era cómo Sellers fanfarroneaba de lo que hacía con Suki a cualquiera que tuviera ganas de escucharle. «Ni una palabra al dragón», decía al final de cada anécdota lujuriosa, sabiendo que sus compañeros a veces encontraban a su mujer en las fiestas.

Quizás no le importaba si Stacey lo descubría. Simon no veía ninguna prueba de amor, culpabilidad, angustia, ninguna emoción profunda en absoluto. Una vez había preguntado a Charlie:

– ¿Tú crees que Sellers está enamorado de su concubina?

Ella rió fuerte.

– ¿Su concubina?¿En qué siglo vives?

– ¿Cómo la llamarías?

– No sé. ¿Su pedacito extraoficial? ¿Su socia sexual? No, no creo que la ame. Creo que le cae bien, y es una cantante, y por lo tanto un poco glamorosa, y Sellers es justo el tipo que necesita una novia trofeo. Apuesto a que tiene una manija diminuta. ¡Y más allá de la que te diga cualquier mujer, el tamaño importa!

Mientras escuchaba a Sellers contarle a Proust del trabajo que él y Chris Gibbs habían hecho hasta el momento sobre el caso de Alice y Florence Fancourt, Simon intentaba no pensar en el tamaño del pene del hombre. Si Charlie tuviera razón, seguramente Sellers no se habría atrevido a hablar de su órgano como lo hacía. «Acaba de visitarme el Capitán Empalmado» diría, cuando una mujer atractiva cruzaba su camino.

Esta mañana estaba de perfecto humor, bajo el ojo meticuloso de Proust. El inspector escuchaba atentamente, sorbiendo ocasionalmente de su taza «Mejor abuelo del mundo». Sellers hablaba con el tono sobrio de un hombre que había hecho un voto de castidad y se había unido a la sociedad de la abstinencia. El efecto Muñeco de Nieve: más potente que cien duchas frías.

– La grabación del circuito cerrado no nos ha dado nada. Lo mismo sucede con la búsqueda en Los Olmos. Hemos revisado la libreta de direcciones de Alice Fancourt, la mayoría son antiguos amigos de Londres. Hemos hablado con todos ellos y ninguno ha podido decirnos nada. No sacamos nada de su teléfono móvil, ni de su ordenador casero, ni del ordenador del trabajo. Ninguna pista. Y hasta ahora no hemos tenido la suerte de encontrar al padre de David Fancourt, pero estamos trabajando en eso. No puede haber desaparecido.

Proust parpadeaba y fruncía el ceño cuando Sellers examinaba rápidamente su informe. El inspector desconfiaba de la gente que hablaba muy rápido. Proust temía que el trabajo de Sellers fuera descuidado porque su discurso no era pausado y concienzudo. De hecho, Sellers era un detective razonablemente minucioso y particularmente dinámico. Simplemente no tenía paciencia para describir todos los concienzudos pasos que tomaba en una investigación, prefiriendo en cambio ofrecer sus conclusiones. Simon sabía que Charlie a menudo tenía que mostrar a Proust la libreta de Sellers, para probar que no se había olvidado de ningún resquicio.

Simon se esforzaba para concentrarse en la reunión de equipo, en la cara severa de Proust, en los colores enfermizos de las paredes y en la alfombra de la sala del Departamento de Investigación Criminal, en sus propios zapatos, en cualquier cosa que no fuera la gran fotografía de Alice clavada en la pizarra delante de él. No servía de nada. Incluso cuando no estaba mirando la fotografía, podía verla en su mente. El pelo de Alice estaba recogida en una coleta y sonreía a la cámara, su cabeza se inclinaba un poco a un lado. Simon creía que era un objeto de gran belleza. Bueno, no un objeto, no en ese sentido. Y realmente no era su aspecto. Era la forma en la que su personalidad brillaba a través de sus ojos. Su alma.

Se sonrojó, avergonzado por sus pensamientos. A veces sentía como si estuviera llevando consigo la conciencia de Alice. Temía que si reaparecía, descubriría que estaba equivocado respecto a tantas cosas. Temía estarse acostumbrando demasiado a que ella estuviera ausente, haciendo que en su mente la ausencia fuera una parte de su personalidad. Estaba jodido, lo sabía. La tenía que encontrarla, antes de que empeorara. Él; nadie más. Si Sellers conseguía localizarla, si una pista proveniente de una entrevista dirigida por Gibbs resultaba ser la decisiva, Simon no sabía si se podría dominar. Tenía que ser él.

– ¿Detective Waterhouse? -El tono cincelado de Proust interrumpió sus pensamientos-, ¿Algo que agregar?

Simon contó al resto del equipo de sus entrevistas en el Centro de Spilling para la Medicina Alternativa.

– Entonces, nada allí tampoco -resumió Charlie cuando él acabó.

Tenía lápiz labial rojo en sus dientes.

– Bien… -Simon no habría dicho eso. ¿O estaba tan desesperado de ser el caballero de la armadura brillante de Alice que estaba viendo pistas potenciales donde no las había?

– ¿Bien qué, Waterhouse? -indagó Proust.

– Una cosa me pareció extraña, señor. Briony Morris -la terapeuta de liberación emotiva- parecía realmente preocupada por Florence, pero menos preocupada por Alice. Eso no tiene sentido. No ha visto nunca a Florence, pero Alice ha sido su amiga durante algún tiempo.

– Quizás es una de esas gilipollas estúpidas que se ponen completamente empalagosas con un bebé -sugirió Sellers, asintiendo con la cabeza sabiamente-. Hay miles de esas. Probablemente se preocuparía incluso más si desapareciera un gatito.

Simon sacudió su cabeza.

– No estoy de acuerdo. Fue extraño. Tuve la impresión de que estaba preocupada por Alice antes de que desapareciera.

– Es una mujer -dijo Chris Gibbs-. Están todas completamente obsesionadas con los bebés. -Los ojos de Charlie, entornados por disgusto, ardieron en su dirección-. No me importa si suena sexista, Sarge. Algunas generalizaciones son verdaderas.

– ¿Cuál es su hipótesis, Waterhouse? -inquirió Proust-. ¿No será que la señora Morris es, como Sellers ha teorizado, excesivamente sentimental y propensa a la histeria cuando se trata de bebés? -Miraba intencionalmente a Sellers, quien, bajando la mirada, reconocía el vocabulario del inspector más amplio y más elegante.

– Aún no estoy seguro -dijo Simon-, Todavía lo estoy pensando.

– Bien, lamento interrumpir a una gran mente pensante -dijo Proust intencionadamente. Había un espacio alarmante entre una palabra y la siguiente. Simon se negaba a ser intimidado-. Nos dejará conocer los resultados de este proceso mental, ¿no es así?

– Sí, señor.

– Tengo una teoría -dijo Charlie-. Briony Morris conoce a Alice Fancourt bastante bien, sabe que es una curandera alternativa que ha sido medicada con prozac por depresión y que nos ha tenido corriendo en círculos porque inventó una absurda historia sobre que su bebé no era su bebé…

– Briony Morris no sabía nada sobre eso -le recordó Simon, irritado por tener que decirle a Charlie lo que ella ya sabía. ¿Era la única persona con un mecanismo mental capaz de garantizar un mínimo de continuidad lógica? -.Y ella es una curandera in eluso más alternativa.

– Ha trabajado con Alice casi un año -disparó de nuevo Charlie Y, francamente, señor, basta con encontrarse con esa mujer una sola vez para saber que es una excéntrica…

– Una excéntrica -repitió lentamente Proust.

– Loca, de poca confianza, lo que sea. El punto es que cualquiera que conozca a Alice Fancourt va a llegar a la misma conclusión que yo…

– Sargento Zailer, le recuerdo que todavía no ha llegado a ninguna conclusión -dijo Proust discretamente-. La investigación está en curso.

La atmósfera de la habitación se paralizó. El comportamiento normal de todo el mundo se había vuelto, por un instante, muy pausado.

– Por supuesto, señor. Solo quiero decir que, bueno, eso explicaría por qué Briony Morris estaría más preocupada por Florence. Porque cree que es más probable que Alice se la haya llevado y dado que es una loca inestable -¡incapaz de cuidar un pez de colores, y mucho menos un bebé!

Proust se volvió para enfrentarse.

– Ya veo. Así que estamos descartando la posibilidad de que Alice Fancourt haya sido secuestrada junto con su hija, por un tercero, ¿no? Sargento, estamos hablando de una mujer que se ha desvanecido en el medio de la noche sin llevar con ella ninguna de sus pertenencias. Ni siquiera un billete de 10 libras, ni siquiera un zapato. ¿Cómo explica esto sus conclusiones?

– Todos los miembros del equipo cogieron esa oportunidad para inspeccionar sus zapatos. Hora de ponerse a cubierto.

– ¡Ninguna respuesta! -bramó El Muñeco de Nieve-, No hubo ningún allanamiento, nadie oyó ningún ruido. Así que lo que me gustaría saber es esto: ¿Por qué no se presta más atención a David Fancourt como sospechoso? El principal sospechoso. ¿Por qué su nombre no está en ese tablero con un círculo alrededor y un gran número «Uno» al lado? Y por debajo de él, un número dos y el nombre Vivienne Fancourt. Es el procedimiento estándar, sentido común. Si no hay ningún allanamiento, primero buscas en la familia. No le debería tener que decir eso, sargento.

– Señor, cuando lo entrevisté, mi impresión fue que David Fancourt está auténticamente desconcertado… -comenzó Charlie nerviosamente.

– ¡No me importa cuán desconcertado está! Este es un hombre cuya primera mujer fue asesinada, cuya segunda mujer lo acusó la semana pasada de mentir sobre la identidad de su bebé y que esta semana ella desaparece con ese bebé. Son tantas las circunstancias sospechosas que rodean a Fancourt, que sería una negligencia suprema no investigarlo desde todos los ángulos.

Simon levantó la mirada, sorprendido. El viernes había dicho lo mismo y Proust se había puesto verde. Según parecía, otro cuya secuencia mental se había averiado.

¡Qué descaro el suyo!, plagiar ideas sin mencionar de donde las había sacado. Puñeteras gracias.

– Sí, señor -dijo Charlie.

– ¡Así que póngase a ello!

– Sí, señor. Lo haré.

– Señor -Simon despejó su garganta-, me preguntaba, a la luz de lo que acaba de decir…

A la luz de que haya robado mi teoría y la haya hecho pasar como propia, engreído cabrón pelado…

– ¿Qué?

– ¿No deberíamos revisar el caso de Laura Cryer otra vez? Ya sabe, repasar los archivos, las declaraciones, entrevistar a Darryl Beer…

– ¡No me lo puedo creer! -murmuró Charlie. Sus ojos brillaron de indignación-. Beer confesó. David Fancourt estaba en el maldito Londres la noche en que su mujer fue asesinada. Señor, piense en eso. Fancourt dejó a Cryer. -Hojeó su libreta en busca de hechos para respaldar su argumento-. «Ella era demasiado controladora», dijo él. Quería tomar todas las decisiones sobre el bebé incluso antes de que naciera, no iba a dejar a Fancourt opinar sobre el nombre o cualquier otra cosa. Era mandona y dominante, intentaba ahogarlo completamente, por lo que parece. El esperó todo lo que pudo, principalmente porque se avergonzaba de separarse tan pronto después del matrimonio, pero al final no aguantó más. Estaba completamente harto de Cryer en el momento en que se separaron. La encontraba, y cito, «físicamente repelente y pesada», pero no la odiaba. Solo estaba aliviado por haberse librado de ella. Dudo que sintiera suficiente pasión como para apuñalarla con un cuchillo de cocina. Había encontrado una nueva mujer, Alice, con la cual era feliz. Finalmente las cosas le estaban yendo bien. No le tenía que pagar manutención a Cryer. Ganaba un montón, mucho más que él. ¿Por qué la iba a matar?

– ¿Así que Darryl Beer estaba enamorado de Cryer? -preguntó Simon- Como afirmas que él la apuñaló.

– Eso es diferente y tú lo sabes bien, coño -estalló Charlie.

– El hijo de Fancourt fue a vivir con él después de que Cryer murió. -Proust arrugó su nariz, como si estuviera aburrido o harto por los detalles precisos-. Tengo entendido que su madre estaba contenta de actuar como una Mary Poppins no remunerada, y Fancourt era libre para pavonearse con su nueva amiga. El mejor de los dos mundos. Me parece un móvil válido.

Charlie sacudió su cabeza.

– Usted no lo ha conocido, señor. Todo lo que Fancourt deseaba, después de haberse separado de Laura, era comenzar de nuevo. No se habría expuesto a la prisión para acabar con Laura. Alice Fancourt, por otra parte… Me la imagino tomando un riesgo desquiciado como ese.

– Se la imagina -Proust miró detenidamente a Charlie-. Si yo quisiera trabajar con John Lennon, contrataría a un clarividente.

– Señor, si sólo pudiera… -insistía Simon.

El Muñeco de Nieve había solicitado los resultados de su proceso mental, así que ahora podía escuchar algunos de ellos, joder.

– Ayer eché un vistazo a los archivos de Laura Cryer.

– Ya veo. Así que me está pidiendo permiso para algo que ya ha hecho. -Sin embargo, Proust parecía interesado. La pesada atmósfera se había diluido; todo el mundo lo sintió.

– He advertido algunas cosas que no encajaban demasiado. No había cortes en los brazos o las manos de Cryer. Si Beer intentó coger su bolso y ella luchó por él, entonces habríamos encontrado cortes.

Charlie miraba como si se hubiera convertido en piedra.

– No necesariamente -dijo Chris Gibbs-, Es fácil de imaginar que un Beer asustado clava el cuchillo en su pecho. Como sabemos que hizo.

– En cuyo caso Cryer habría dejado de luchar demasiado pronto después de haber recibido ese golpe fatal. ¿Entonces por qué había tanto pelo y piel de Beer en el cuerpo de ella? No se encontraron fragmentos de epidermis de ningún desconocido bajo sus uñas, nada en absoluto.

– Por supuesto que no había nada -dijo Charlie-. Tenía ambas manos sujetas al bolso, para impedir que lo cogiera. En cuanto al pelo y la piel en su cuerpo, probablemente Beer se arrodilló y se inclinó sobre ella después de muerta. Quizás examinó sus bolsillos, en caso de que hubiera otros objetos de valor.

– Entonces, ¿por qué cortó la correa del bolso con su cuchillo? -dijo Simon, que ya se había planteado ese argumento-. Fue cortada en ambos extremos. Eso demoraría un tiempo tratándose de un bolso de cuero de buena calidad. Si Cryer estaba tendida en el suelo desangrándose después de una puñalada asesina, Beer podía haberse llevado todo el bolso.

– Quizás tenía la correa cruzando su pecho -sugirió Sellers-. Muchas mujeres usan sus bolsos así. Cuando cayó al suelo, podía haber quedado atrapado bajo su cuerpo. Si Beer no traía guantes, no habría querido tocar el cuerpo para moverlo, ¿no?

– La correa fue encontrada junto al cuerpo de Cryer, no debajo de él -dijo Simon, sorprendido de tener que decir un hecho tan básico a Sellers, quien había trabajado en el caso. ¿Nadie del equipo se había percatado de este detalle crucial? ¿Qué mierda tenían en la cabeza?-. Simplemente no tiene sentido. Es casi como si la correa hubiera sido cortada y abandonada junto al cuerpo para atraer la atención sobre el bolso perdido. Para que la puñalada pareciera un asalto que fue demasiado lejos.

Proust parecía preocupado.

– Sargento, quiero que revise con lupa todo esto otra vez. Váyase y visite a Beer, vea qué tiene que decir la pequeña rata de alcantarilla. Todo esto saldrá en los diarios de mañana en todo caso, según nuestra oficina de prensa. Un tipejo ha comenzado a entender la conexión entre los nombres Cryer y Fancourt. Si no se nos encuentra revisando el caso Cryer otra vez, nos acusarán de negligencia, sin mencionar la estupidez categórica. ¡Y tendrán razón!

Así que ese era el motivo por el que el inspector había cambiado de idea: la amenaza de censura de los periódicos.

Nada de lo que Simon había dicho. Podía ser jodidamente invisible, pensó.

Proust miró detenidamente a Charlie.

– Todas las reservas de Waterhouse me parecen válidas. Ya debería estar trabajando en esto.

Charlie se sonrojó y miró al suelo. Simon sabía que no superaría esto rápidamente. Nadie habló. Simon esperó a que Proust suavizara el golpe, para decir:

– Es solo una formalidad, por supuesto. Como la sargento Zailer señala correctamente, Beer es tan culpable como el infierno.

Pero Proust no era así. Todo lo que dijo fue:

– Sargento Zailer, ¿la puedo ver en mi oficina, por favor? Ahora.

Charlie no tenía más opciones que seguirlo a su cubículo. Simon se sintió irracionalmente culpable, como un colaboracionista. Pero que se joda. Todo lo que había hecho había sido suministrar un pedazo de racionalidad a los procedimientos. Charlie parecía estar decidida a mostrarse espesa. ¿Lo estaba haciendo para molestarlo? Sellers le dió un codazo en las costillas a Simon.

– Esta vez hará falta una buena mamada para que la Sarge salga sin problemas -dijo.

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