Capítulo 32

9/10/03, 20.00 horas


– ¡No entiendo a ninguno de ustedes! -Vinny Lowe sacudió la cabeza cansinamente-. No comprendo por qué están armando tanto escándalo por eso.

– El tráfico de cocaína se castiga con la pena máxima -dijo Simon. Él y Lowe, que parecía un bulldog embutido de tranquilizantes, estaban en la sala de interrogatorios de la comisaría. La abogada defensora de Lowe, una mujer de mediana edad y apariencia ratonil que vestía un traje barato, estaba sentaba detrás de él. Ella no había dicho nada hasta ese momento, solo había suspirado en alguna ocasión.

– Sí, pero no la estaba vendiendo. No había casi nadie allí y era para consumo personal. ¿No hace falta ponerse tan pesado, ¿verdad?

– El director de La Ribera no opina igual. La mercancía estaba escondida en su establecimiento, en la guardería, no había otro lugar mejor. Dentro del mueble del cambiador de bebés. Buen detalle.

– Mi novia es la responsable de la guardería -dijo Vinny.

Simon frunció el ceño.

– ¿Y eso qué coño significa?

– Bueno, ¿dónde más lo podría haber escondido? La guardería era el único sitio al que tenía acceso cuando me pasaba a ver a Donna. ¿Va a perder su trabajo?

– Por supuesto. Te ayudó a ocultar una droga dura en la guardería -le explicó Simon lentamente. Lowe sacudió la cabeza, con los ojos bien abiertos, como sugiriendo que este era un confuso mundo de locos si ocurrían esta clase de cosas. Su abogada suspiró de nuevo.

– Miren, ya he hablado sobre esto con los gorilas que me detuvieron. Y entonces volvieron y me dijeron que tenía que hablar con ustedes también. ¿Cómo es posible?

– Estamos interesados en el cuchillo que encontraron junto a las drogas en el cambiador de bebés.

– Ya se lo he dicho, eso no tiene nada que ver conmigo. Debe ser de Daz.

– ¿Darryl Beer?

– Correcto. Ha estado allí desde no sé cuándo. Solo lo dejé donde estaba.

– ¿Cuánto tiempo es exactamente «no sé cuándo»?

– No lo sé. Un año. ¿Dos años? En realidad no sabría decirle. Siempre estuvo allí.

Simon intentó captar la mirada de la abogada de Lowe. No era de extrañar que ni se molestara en tomar parte en el asunto, con semejante subnormal por cliente.

– ¿El cuchillo apareció en el cambiador de bebés antes o después de que Beer fuese encarcelado?

– ¡Joder, como si pudiera acordarme! Debe haber sido antes, supongo.

– ¿Viste a Beer colocar el cuchillo dentro del cambiador? ¿Te contó algo al respecto?

– No, pero debe haber sido él. Nadie más sabía lo de nuestra guarida. Así es como lo llamábamos -Lowe sonrío.

– Suponiendo que te creyese, ¿cómo tuvo acceso Beer a la guardería de La Ribera? ¿También tenía una novia que trabajaba allí?

– Qué va, pero él y Donna eran compañeros. Los tres lo éramos.

– ¿Pudo haber escondido el cuchillo sin que Donna lo viese?

– Sí, claro. El cambiador está en una habitación separada del lado del cuarto de baño, así que es fácil esconder cosas sin que te vean. -Vinny Lowe parecía henchido de orgullo-. Eso es lo que mola de la guarida -añadió.

Simon se detuvo, cavilando. Darryl Beer había sido arrestado en su casa un sábado a media mañana, el día después de que Laura Cryer fuese asesinada. La guardería de La Ribera abría los sábados por la mañana a las 9, y a las 8.30 los días laborables. Beer pudo haber ido allí primero, esconder el cuchillo y luego haberse ido a su casa. Entonces, ¿por qué no esconder el bolso de mano de Laura en el mismo lugar? A menos que lo hubiese tirado en un cubo de basura en algún sitio y el equipo de Charlie jamás lo hubiese encontrado. Todo lo que Simon esperaba era que llegara el día siguiente para hacer la llamada que tan desesperadamente deseaba hacer. Todo sería más fácil después de eso; bastante más fácil.

– ¿La guardería acepta niños de todas las edades? -preguntó-. ¿Existe un límite de edad máxima o mínima?

Lowe se mostró desconcertado.

– Desde recién nacidos hasta los cinco años -dijo-, ¿Por qué, tiene críos?

Simon no contestó. Extrajo de su bolsillo la fotografía de Vivienne, Alice, David y Felix Fancourt que había estado en el cajón del escritorio de Alice en su trabajo.

– ¿Reconoces a alguna de estas personas? -le preguntó a Lowe.

– Sí, ese pequeñajo solía ir a la guardería. Donna lo llamaba Pequeño Lord Font-el-Roy, por su acento elegante. Y a ella, la Marquesa de Carabás -asintió, sonriendo. Se comportaba como un tipo despreocupado. Quizás estaba demasiado obnubilado para comprender que estaba a punto de ser procesado por un cargo de posesión de drogas duras.

– ¿Así que ella tiene algo que ver con ese pequeño muchacho elegante?

– ¿Alguna vez los llegaste a ver juntos?

– No.

– ¿Por qué Marquesa de Carabás?

– Así es como Daz y yo la solíamos llamar. La veíamos en la piscina y el jacuzzi todo el tiempo.

– ¿Tú y Beer eráis socios del gimnasio? -Simon no intentó disimular su incredulidad.

– No sea tonto. Cómo iba a pagar yo esos precios. Qué va. Solíamos colarnos y entrar a través del bar del Café Chompers. Cualquier idiota puede hacerlo, pero no todo el mundo tiene la iniciativa. -La abogada de Lowe le lanzó una mirada de pura aversión, entonces volvió la mirada al desconchado esmalte rosa pálido de sus uñas.

– La Marquesa de Carabás iba casi todos los días, y también nosotros -dijo Vinny-. Ya sabe, al ser unos tipos desocupados… Bueno, usted probablemente no lo sabe. Juraría que ella escuchaba nuestras conversaciones. Solíamos reírnos al respecto, decir que fantaseaba con nosotros y por eso después nos seguía por todas partes. Debe haber supuesto que no éramos socios pero nunca dijo nada. Pensábamos que se entretenía escuchándonos.

– ¿De qué hablabais?

– Negocios -dijo Lowe con autosuficiencia-. De los tiempos en los que habíamos estado dentro. Si ella nos estaba escuchando, exagerábamos, hablando de matones y de eliminar a gente. Daz solía decir que escucharnos hablar como hombres rudos a lo mejor la hacía sentir… ya sabe. -Lowe guiñó un ojo-. Nosotros solo estábamos diciendo gilipolleces. La Marquesa de Carabás no fantaseaba con nosotros, simplemente era una vaca fisgona.

– ¿Alguna vez tú y Beer mencionasteis su guarida delante de ella?

– Probablemente. Solíamos reírnos de ello todo el tiempo, de que todos esos padres esnobs no tuviesen la menor idea de que a sus mocosos holgazanes los cambiasen encima de nuestra mercancía.

– ¿No habías dicho que las drogas eran para consumo personal?

– Es sólo una forma de hablar.

Normalmente Simon se hubiera puesto furioso al tener a un granuja como Vinny Lowe delante de él hablando de esa basura, pero tenía demasiada energía nerviosa corriéndole por el cerebro. La rabia le hubiese exigido más atención de la que disponía en aquel momento. Ahora que se había establecido una conexión firme entre los Fancourt y Darryl Beer, Simon sentía un impulso creciente, y luchaba contra la ligera desorientación que siempre lo asaltaba en esta fase de un caso. Parte de él tenía miedo de descubrir la verdad. No tenía idea de por qué. Era algo que tenía que ver con la reducción de las posibilidades, la sensación de estar siendo empujado hacia la boca de un túnel. Estaba bastante seguro de que Charlie, Sellers y Gibbs nunca se habían sentido así.

Ojalá ya fuera mañana por la mañana. Pero eso era solo una mera formalidad, ¿verdad? ¿Una llamada telefónica? Él conocía la verdad, ¿no? ¿O quizás había algo más? ¿Temía acaso descubrir algo más? Simon no podía librarse de esa sensación premonitoria, de algo profundamente desagradable que se escondía a la vuelta de la esquina, algo que no podía evitar porque no podía detener su marcha en dirección a esa esquina…

Alice. Eso era realmente lo que lo aterrorizaba. ¿Qué descubriría sobre Alice? Por favor, que no sea nada malo, rezaba, mirando la fotografía en su mano, el retrato de familia. Se estremeció. No quería mirarlo, no quería pensar en ello, pero ¿por qué?

– Solo para que quede claro -le dijo a Lowe, principalmente para distraerse de la siniestra certeza que sentía se estaba abriendo paso-. ¿Cuál de las dos mujeres de la fotografía es a quien tú y Darryl Beer llamabais la Marquesa de Carabás?

Lowe señaló a Vivienne Fancourt. Simon sintió un enorme alivio.

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