Martes , 14 de octubre de 2003
Simon se sienta cerca de mí en el largo y estrecho salón de Briony. Briony lo hace detrás de él, sobre el sofá. Estoy contenta de que esté aquí. Al proceso de redecoración todavía le falta mucho, los muebles están todos cubiertos con sábanas blancas. Siento como si nuestro alrededor fuera un escenario, no un lugar real.
Y la combinación de nosotros tres es extraña, chocante. Aunque estoy agradecida por la presencia de Briony, y presiento que Simon también lo está, porque de lo contrario este intercambio podría ser demasiado incómodo. Hay una conexión entre Simon y yo, una conexión de entendimiento, de la cual Briony queda excluida. Su compañía nos obligará a que ambos desempeñemos nuestros papeles por un poco más de tiempo.
Puedo ver que él lo sabe. Cuando llegó, nos movimos de forma vacilante, sospechosa, alrededor de la habitación como leones nerviosos que no pueden ver su presa con bastante claridad para echársele encima. Briony no le pidió a Simón que se sentase; olvidó sus modales en sus ansias por descubrir el paradero de Florence. Era Simon quién le sugirió sentarse. Estaba contenta de que lo hiciera. «Tenía noticias», dijo. Necesitaba estar tranquilo antes de hablar. Ninguna preparación para un momento como este puede resultar adecuada. Pero, en realidad, no hay muchos momentos así en la vida cotidiana. Para la mayor parte de la gente, no hay ninguno.
Simon esperó hasta que me acomodase en la silla. Entonces nos dijo: «Había, hay, solamente un bebé». El bebé que tomé de Los Olmos el viernes 3 de octubre es mi hija. La Pequeña es Florence. Se expresó de todas estas maneras diferentes, una después de otra, como si estuviese afirmando tres puntos por separado. Briony hubiera podido preguntarse por qué se repetía, pero yo sabía qué intentaba decir: no hay forma alguna de ver esta situación, ninguna forma de expresarla, que permita la existencia de una perspectiva alterna. Para mi beneficio y el de Briony, Simón estaba decidido a eliminar toda ambigüedad y darle luz a las cosas, donde podrían ser aclaradas por el frío proyector de su enfoque objetivo.
Y ahora estamos todos sentados aquí en silencio, como si alguien nos hubiera cortado la lengua. No durará para siempre. Alguien romperá el silencio. No seré yo. Quizás ése es el papel de Briony: hablar cuando ni Simon ni yo podemos hablar.
– ¿Qué está diciendo? -pregunta finalmente-. ¿El bebé de arriba es Florence? ¿La Pequeña es Florence?
La dejaron volver con nosotros, directamente después de la prueba de ADN. Yo todavía me estaba recuperando en el hospital del ataque de Vivienne, cuando ellos trajeron a La Pequeña aquí, con Briony. Estaba asombrada. Supuse que se la llevarían a David.
– No. -Sacudo la cabeza-. No es verdad.
– Sí -dice Simon con igual intensidad-. La prueba de ADN lo ha demostrado sin lugar a dudas. -La prueba de ADN demostró sin dudas que Beer Darryl había asesinado a Laura. Y ahora sabemos que él no lo hizo. No tengo ninguna intención en malgastar mi tempo en responder a eso. Conoce la diferencia.
– Debe ser un error -digo-. Yo lo sabría. Es mi hija. Sabría. -Me desplomo en la silla. Mi labio inferior tiembla. Trato de mantenerlo en su lugar con los dientes. Debo parecer una loca. Habría un cierto alivio de estar verdaderamente loca. Nadie te podría considerar responsable de nada.
Briony ha cruzado la habitación y se inclina sobre mí.
– ¿Alice, estás bien? No te preocupes, ¿de acuerdo? Resolveremos… el malentendiendo. Por supuesto que esas pruebas pueden estar equivocadas. Y la policía, sin ofender… -miraba a Simon-… pero ha cometido bastantes errores hasta aquí…
– No sé de qué policía está hablando, pero no soy yo -dice Simon, con una voz tan dura como una piedra-. Yo solamente me equivoqué en una cosa. Muy gravemente equivocado, como parece.
No me gusta cómo se ha sonado eso: su voz, sus palabras. Puedo imaginar que sea implacable. Porque intentó con ahínco salvarme, con su manera vacilante. ¿No he aprendido viviendo con David que el sadismo puede ser la otra cara de la caballerosidad, cuando el objeto de atención cae de alguna manera de su pedestal?
– La Pequeña es mi hija. Lo juro -susurro. Necesito agua. Mi garganta está tan seca que pronto se inflamará.
– Eso es lo que él está diciendo -murmura Briony, su mano sobre mi hombro.
– No, quiero decir Florence. Florence es mi hija.
– Necesito hablar con Alice a solas -dice Simon.
– Necesito un vaso con agua, -digo, pero nadie me escucha.
– No estoy segura que ahora sea… -Briony empieza a protestar. No quiere que Simon me presione. Tiene miedo que mi mente no sea capaz de soportarlo.
– Ahora -insiste.
– Estoy bien -digo. Está bien. Sinceramente, Briony. Estaré bien. Ve arriba y vigila al bebé.
Parece escéptica pero sale de la habitación. Lentamente. Es una buena amiga.
Una vez que se ha ido, miro a Simon. Me devuelve la mirada con ojos en blanco. Parece que su feroz determinación ha salido de la habitación con Briony. Hace un momento me daba un poco de miedo su rabia. Ahora siento como si nunca nos encontraremos el uno con el otro, ni en la rabia ni en la comprensión. Estoy tan alejada de él como si hubiera una pantalla de vidrio entre nosotros. Es divertido: cuando Briony estaba aquí, imaginaba que era la única cosa obstruyendo el camino. Obviamente, no es así.
– Buena actuación -dice Simon-. Excelente, de hecho.
– ¿Qué? ¿Qué quiere decir?
– ¿Cómo se siente? Después de que… sabe. Realmente… eso no es asunto mío. Deberíamos hablar de Laura Cryer. Necesito su declaración.
– Simon, ¿qué significa? Qué actuación -Hace como si no me oyera. No puedo decir que lo culpo. Debería intentar hablar con él correctamente, como he imaginado hacer muchas veces. Pero en mis fantasías nunca ha sido así, con Simon tan impenetrable y remoto. Estoy dolida. Supongo que esto es una buena señal. Después de todo por lo que he pasado, puedo sentir todavía emociones normales. Mi corazón no se ha parado completamente.
– Sabía que Vivienne mató a Laura. Empecemos por allí -dice Simon desapasionado, escribiendo en su libreta.
– ¿Cuándo lo ha sabido?
No estaba preparado para hablar de La Pequeña. Tampoco estoy segura de que yo lo esté.
– El asunto con la escuela: ¿cuándo pensó en eso?
– Cuando estaba embarazada. No lo sabía exactamente, no al principio. Tenía un presentimiento. Lo sentía. ¿Ha sentido alguna vez la presencia del peligro?
Pero Simon está empecinado en contar la historia a su manera.
– Usted estaba contenta de estar bajo el ala de Vivienne hasta que estuvo embarazada. Entonces su actitud hacia usted cambió. -Eleva la mirada, reconociendo por primera vez que somos socios en este diálogo-. ¿No es así? -dice.
Algo dentro de mí se marchita. Su tono es tan realista. Eso sugiere que cualquier cosa que yo pudiera haber sufrido es mucho más irrelevante. Sí, el comportamiento de Vivienne respecto a mí cambió. De repente no era más mi fiera, benévola protectora. Yo tenía algo que quería más, mucho más, de lo que me quería a mí. Yo era solo la portadora. Empezó a controlar qué comía. Me impidió salir. No me permitía ir a los bares, o beber un vaso de vino con la comida.
– Me di cuenta de que ella estaba decidida a controlar todos los aspectos de la vida de Florence. Creo que debió haber sido igual con Laura. Hasta entonces, yo siempre le creí a David que Laura era una dictadora irracional que no permitiría que nadie se acercara a Felix. -Sacudo mi cabeza-. Fui tonta e ingenua. Vivienne quiso poseer a Felix, y Laura no lo aprobó. Una vez que lo descubrí, no pude creer que la muerte de Laura no tuviese nada que ver con eso. Y mi embarazo… Cuando estás embarazada, todas tus percepciones son más agudas, más extremas. A veces irracionales. Al principio, me pregunté si no estaba exagerando el sentimiento que tenía de que Florence y yo estábamos en peligro, pero… mi instinto, era tan fuerte. No se iba.
Simon pone mala cara. Tengo la impresión de que las sutilezas lo vuelven impaciente, a no ser que sean suyas.
– Vivienne cometió un error -le digo-. Cuando registró a Florence en la Stanley Sidgwick, cuando estaba de cinco meses de embarazo. Nunca me debería haber contado sobre la lista de espera tan larga. Debe haber creído que yo era demasiado tonta como para pensar en Felix. Nunca hubiese imaginado que me podría volverme contra ella. Era su discípula devota.
– Vivienne está orgullosa de lo que hizo -dice Simon-, Está tratando de convertir su culpa en ventaja. Parece determinada a utilizar su situación como alguna clase de plataforma, defendiendo los derechos de los abuelos.
– Ella no está en sus cabales. ¿No es, técnicamente, una psicópata? -Una mujer como Vivienne Fancourt está más allá de mi formación y experiencia psicológica. Que Florence y yo habitemos el mundo a lado de ella es una verdad que encuentro difícil de digerir.
– Ella probablemente conseguirá mucha atención en los medios de comunicación.
Intenta desquitarse. Cuando habla sobre la hipotética publicidad futura de Vivienne, parece casi jactancioso. Le quiero preguntar si está seguro de que Vivienne se quedará en prisión hasta la muerte, pero tengo miedo que utilice esta pregunta como otra oportunidad de herirme.
– Está enfadado conmigo. Por malgastar el tiempo de un policía.
– ¿Enfadado? -Se ríe sin una traza de calidez-. No. Me enfado cuando me quedo bloqueado en un embotellamiento de tránsito. Me enfado cuando derramo café sobre mi camisa limpia.
– ¿Cómo podía decírselo, Simon? No podía arriesgarme. ¿Qué hubiese ocurrido si lo alertaba sobre el hecho de que sospechaba? Habría terminado como Laura. Tiemblo, recordando La Ribera, el agua cerrándose sobre la cabeza, presionando fuerte.
Estaba desesperada por decírselo a Simon, desde el momento en que lo conocí. Para entonces había abandonado la idea de contarle todo a mi propio marido. Cómo me hubiera gustado poder hablar con David sinceramente, después de que Briony había telefoneado a la escuela. Pero nunca me habría escuchado. Para él, Vivienne nunca haría nada malo. El creía que ella me apoyaba durante mi embarazo. Decía continuamente lo agradecidos que deberíamos estar los dos, y me sentía utilizada permanentemente y cada vez más y más encarcelada.
Pobre David. Sé lo destruido que debe estar. Lo lamento por la persona que podría haber sido, si las cosas se hubiesen presentado distintas, por el potencial que tuvo alguna vez, el chico de seis años abandonado por su padre, que debía querer a su madre, quienquiera que fuese, porque era el único pariente que le quedaba. David necesitaba creer en su versión de Vivienne, y realmente no lo puedo culpar por eso.
Debo intentar no pensar en él. Me quiero dar un baño de agua hirviendo, para lavarme su mancha de encima, pero sé que el daño que ha hecho no se puede borrar tan fácilmente. Ni siquiera me importa que haya arruinado cualquier clase de fe que haya tenido yo sobre la idea del amor permanente entre marido y mujer. No tengo deseos de casarme otra vez. La tragedia es que David ha destruido la fe en mí misma. Resultó que yo he sido tonta por quererlo, estúpida por casarme con él. Durante la semana pasada, me di de narices contra esa estupidez tan a menudo que una parte de mí cree que me merecía lo que me pasó.
Mis pacientes lo hacen todo el tiempo, culparse del sufrimiento infligido sobre ellos por otros. Les digo que no es su culpa, que nadie pide o merece ser una víctima. A veces me fastidia cuando no veo señal alguna de autoconfianza que los vuelva a la vida como resultado de mis palabras prudentes, alentadoras. Ahora sé que la sabiduría y la introspección no llegan tan lejos. Pueden ayudarte a entender por qué sientes desprecio hacia ti mismo, pero no pueden quitar ese desprecio. No sé si algo puede hacerlo.
– Entonces, porque le daba miedo acudir a nosotros, usted secuestró a su propia hija -dice Simon con cierta rigidez-. Sabía que si usted y Florence desaparecían, la policía investigaría con minuciosidad a su familia cercana, descubriría que ya existía una conexión con un crimen grave e investigaría más. Que fue lo que hicimos.
– Cogí a La Pequeña y huí -digo cuidadosamente-. Otro, secuestró a mi hija.
Me ignora. No sé por qué me tomo la molestia a estas alturas. ¿Es hábito? ¿Miedo al ridículo?
– Cogió a Florence y huyó, sabiendo que investigaríamos el asesinato de Laura otra vez. ¿Verdad?
– ¡No! Tomé a La Pequeña y huí, para que entonces, para cualquiera, incluso para la sargento, Florence sería reconocida como perdida. Quería que usted buscara a Florence.
– Eso es mentira y usted lo sabe. Probablemente me oyó decírselo a Briony, cuando estaba usted escondida en la cocina. Ahora está haciendo un refrito con ello, creyendo que seré lo bastante idiota como para creerlo porque era mi teoría.
Él estaba lejos de ser idiota. Es más listo de lo que creía.
– El problema es que nunca fue mi teoría. Había descubierto la verdad para entonces: toda. Solo quería hacer que Briony reflexionase sobre el motivo por el que usted se había fugado con un bebé que probablemente no era suyo. ¿No se siente culpable de mentirle, tratándola como una imbécil? ¿Después de todo lo que ella ha hecho por usted?
Tengo lágrimas en los ojos. Briony, a diferencia de Simon, en tiende que debo hacer cualquier cosa que sea necesaria para proteger a mi hija.
– Quería que nosotros pensásemos que Vivienne había matado a Laura -continúa sin compasión-. Dejó ese folleto con la nota sobre el papel autoadhesivo esperando que lo encontrásemos. ¿Cuál era el plan original? ¿Usted y Florence huirían hacia casa de Briony y nosotros investigaríamos su desaparición, sospecharíamos sobre la muerte de Laura, empezaríamos a desconfiar de Vivienne? Entonces encontramos el folleto… Si encerrábamos a Vivienne por el asesinato de Laura, usted y Florence estarían a salvo, ¿no? Sin embargo, ¿cómo se suponía que lo demostraríamos? ¿Pensó en eso?
Encojo los hombros inútilmente.
– Ustedes son la policía. Era más probable que encontrasen una forma de probarlo que yo.
– Fue un movimiento inteligente, dejar esa nota sobre el folleto de la escuela. Es bastante buena con la comunicación indirecta, ¿no? En manipular gente. Llegó a la conclusión de que únicamente nos llegaría el mensaje de la nota si ya sospechábamos de Vivienne. De otro modo hubiésemos supuesto que «f» significaba Florence y lo hubiésemos desechado como algo irrelevante. Apenas una nota inofensiva sobre los aspectos prácticos de inscribir a su hija en la escuela. Nunca hubiésemos sabido que sospechaba de Vivienne a menos que nosotros sospechásemos de ella, a menos que estuviésemos empezando a darnos cuenta de cuán peligrosa era; y si nos dábamos cuenta de ello, no le permitiríamos saber que usted sospechaba de ella para evitar que se convirtiera en su próximo objetivo.
Estoy pasmada por su exactitud. Es como si se hubiese metido dentro de mi cabeza. Y sin embargo, todavía está resentido conmigo.
– Tenía que ser así de cuidadosa -digo-. Esperaba que hablase con Darryl Beer otra vez y le dijese que no lo había sido él. Entonces, dado que David y yo estábamos en Londres la noche que murió Laura, tendría que sospechar de Vivienne. Así que me aseguré de hablar mal sobre la escuela Stanley Sidgwick delante suyo cada vez que pude. Esperaba que una vez que yo hubiese desaparecido y habiendo encontrado el folleto, se preguntara por qué estaba tan ansiosa de matricular a Florence en una escuela que odiaba.
– Bien, pensé eso. Como un maldito animal bien entrenado, pensé todo lo quería que pensara…
– Simon, no…
– … hasta ahora.
Mi corazón se detiene.
– ¿Qué quiere decir?
– Estoy intrigado. ¿Por qué cambió de planes? Usted y Florence iban a huir a casa de Briony, y desde casa de Briony hacia algún lugar más seguro. Todo estaba arreglado, todo consta en la declaración de Briony. Así que, ¿qué fue lo que cambió?
– Alguien se llevó a Florence… -empiezo.
– Mentiras. Diga la verdad, ya no importa. Sé lo que sucedió. Florence, ¿no? Florence nació y de repente, inesperadamente, el plan no era suficiente, ¿verdad? Necesitaba una cobertura más profunda. Ya no se sentía lo bastante protegida por la idea de que, a su debido tiempo, usted y Florence huirían. Lo que sentía era puro terror. Vivienne estaba camino al hospital, estaba a punto de conocer a su nieta por primera vez. No podía soportar la idea, ¿verdad? Un asesino que toca a su hija, que crea lazos sentimentales con ella.
– ¿Qué está diciendo? -Me siento en carne viva y expuesta, como si hubiesen abierto mi cerebro y corazón.
– Vivienne, la asesina de la familia, estaba a punto de conocer a su bebé. Quería huir entonces, esconderse, evitar que tuviese lugar alguna vez esa reunión, la contaminación de su niña, la atención cariñosa de una mujer monstruosamente mala.
Comienzo a llorar a medida que describe mis sentimientos. Quisiese que fuese menos explícito, menos preciso.
– Pero no se podía esconder, ¿correcto? No podía esconder a Florence. David estaba allí esperando con impaciencia para mostrársela a su madre. Tenía que quedarse, soportarlo. Así que empezó a pensar en otras formas de esconderla. En cómo esconderse de alguien incluso cuando se está justo delante de ellos. -Simon levanta la vista-. Siéntase libre de continuar la historia cuando quiera -dice.
– No sé de qué habla.
– Sí, lo sabe -dice silenciosamente-. Verá, no se lo he dicho a Charlie… la Sargento Zailer que usted y Briony sabían lo de Vivienne. No he dicho nada sobre su llamada a la escuela Stanley Sidgwick. Las he protegido a ustedes dos de una serie de posibles imputaciones. Podría perder mi trabajo si alguien llegase a descubrir alguna vez.
– Gracias. -Limpio mis ojos. Todavía no puedo averiguar qué siente Simon por mí. Muchas cosas probablemente, pero me sentiría más cómoda si pudiese identificar una emoción dominante.
– Si quiere fingir que ha estado padeciendo depresión posparto y que es por ello que se ha vuelto temporalmente loca, que ése es el motivo por el cual no podía reconocer a su propia hija y que por eso malgastó una tonelada del tiempo de la policía… bien, hasta podría dejarlo pasar. Podría no decirle la verdad al Sargento Zailer o incluso a Briony. La seguiría protegiendo, si me lo pide. -Suspira con fuerza-, Pero a cambio, quiero la verdad. Necesito oír decirla. Y si eso es pedir demasiado, pues puede irse a tomar por culo.
Los muros del salón de Briony se cerraron sobre nosotros. Algo, desde el comienzo, nos ha estado uniendo unos junto al otro y hacia este momento.
– ¿Qué quiere que diga?
– Quiero la historia completa, la verdad. ¿Tengo razón?
Este era el momento.
– Sí -digo-. Todo lo que ha dicho es verdad.
Simon cierra sus ojos e inclina la cabeza contra la silla.
– Explíquemelo -dice.
– Yo estaba asustada. -En cierto sentido, esta es la única cosa que vale la pena decir. Es ciertamente el principal motivo, el factor que dominaba todas las otras consideraciones-. Me di cuenta, una vez que Florence nació, que si Vivienne sabía que la me la había llevado y huido, nos habría buscado. Aunque no nos hubiese encontrado nunca, siempre habría estado nerviosa, siempre mirando por encima de mi hombro. Supongo que más o menos supe todo esto antes de que Florence naciese, pero hasta ese momento no se me ocurrió que podría haber algo más que podía hacer para ponernos a salvo.
– ¿Y entonces? -me apura. Su voz suena débil, como si hubiese perdido toda la energía.
– Usted lo dijo mejor de lo que yo podría. Necesitaba una forma mejor para protegerme de Vivienne, y tenía esta… esta idea. Parecía tan loco, pero… -Encojo los hombros-. Esperaba que fuese lo suficientemente loco como para que funcionase. Si podía hacer que Vivienne creyese que el bebé que tenía en su casa no era su nieta, incluso antes de que desapareciese…
Desfallezco. Nunca había puesto nada de esto en palabras. Siento como si estuviese aprendiendo una nueva lengua, una que solo puede describir los pensamientos y sentimientos instintivos y primitivos que tuve después de que Florence naciera. -Vivienne confiaba en mí. Yo contaba con que me creyera. No solamente para hacer más fáciles las cosas. -¿Cómo puedo explicarle a Simon que, incluso sabiendo que Vivienne era una asesina, todavía necesitaba su apoyo? No estaba libre de ella, emocionalmente. Ni siquiera sé si ahora lo estoy-. Esperaba que no me considerara una loca. Estaba demasiado asustada de perder a sus nietos, después de la batalla por Felix. A pesar que ella fingía ser imparcial mientras esperaba las pruebas de ADN, sabía que una parte de ella me creía. Lo que estaba diciendo tenía el horrible velo de la verdad porque concordaba con todos sus peores miedos. Es la naturaleza humana. Nos resulta demasiado fácil creer que nuestras pesadillas más horripilantes cobran vida. Lo que estaba diciendo sobre Florence tocaba las fibras más sensibles de Vivienne porque reflejaba sus propias ansiedades.
– Si la Sargento Zailer la hubiese creído se habría efectuado una prueba de ADN en seguida -dice Simon-. ¿Qué habría hecho entonces?
– Me habría tenido que mover más rápido, aguantar todo lo que pudiese hasta crearme la posibilidad de escapar. Sabía que Vivienne concertaría una prueba de ADN si la policía no lo hacía. Sabía que tendría que llevarme a Florence e ir con Briony antes de la prueba. Como sabe al final, tuve casi una semana para prepararme. ¿Recuerda nuestro segundo encuentro en Chompers?
Simon no responde. Por supuesto que lo recuerda.
– Cuando usted llegó, yo estaba en un teléfono público. Acababa de telefonearle a Briony. Estaba en un estado tal que era difícil pensar estratégicamente, pero tenía que hacerlo. Incluso intenté en viarie un correo electrónico amistoso, pero distante a Briony diciendo algo sobre reunimos pronto para hacerle creer a usted que no era posible que estuviese con ella. Sabía que miraría el ordenador de David.
– Nosotros no encontramos ningún correo electrónico. -Simon frunció el ceño.
– Fui interrumpida.
– ¿Entonces cuándo le contó a Briony sobre el secuestro ficticio de Florence? ¿Por teléfono?
– Había querido escribirlo en el correo electrónico también -recuerdo esto mientras lo digo-. No. Se lo dije cuando vino a recogernos. En la noche que nosotras… dejamos Los Olmos.
– ¿Por qué no decirle a Briony la verdad? Confía en ella por completo, ¿correcto?
Asiento.
– Así que, ¿por qué?
– No lo sé -murmuro, mirándome el regazo-. Realmente no lo sé. Podría haberle dicho a Briony todo; sobre mi desesperada necesidad de una coartada más convincente. Habría entendido. Se lo podría haber dicho. Elegí no hacerlo.
– No quería que ella pensara que usted estaba loca -dice Simon-. O, no le importa que ella piense que está usted loca ahora. Locura por depresión posparto, locura corriente, imaginando que su bebé es un desconocido. Estaba contenta de que todos nosotros pensásemos eso. Y entonces, sin duda, habría tenido una recuperación valiente y relativamente rápida, y reconocido a Florence de repente, una reunión feliz, aunque nunca realmente hubieran estado separadas. ¿Era esa la idea?
Otra vez, asiento.
– Esa clase de locura en cierta manera ilusoria es fácil de confesar, ¿no es así? Porque no supone responsabilidad. Es ajena a la voluntad, no deliberada. Se pierde el contacto con la realidad y uno deambula, alucinando. Nadie la podría culpar por eso, ¿verdad? Mientras tanto un plan cuidadosamente pensado para fingir que su hija no es su hija. Puede que esté loca, pero consciente. Algunos podrían decir simplemente que diseñó un mal plan.
– No tenía miedo de ser juzgada -le digo-. Sin embargo, usted me ha hecho darme cuenta de cuán asustada estaba. Tenía miedo de explicar algo que para mí tenía perfecto sentido, algo que tenía que hacer, algo que sentía tan lógico e inevitable, tan correcto; temía compartir esto con alguien más, incluso con Briony, y que me dijesen que había perdido la cabeza. Porque yo lo sabía. Sabía que no importaba lo absurdo o ridículo que pudiera parecer a primera vista. Era la única cosa que podía hacer. Que debía hacer.
– Puedo ver la lógica en ello. Quizás Briony también. Lo bastante loco para funcionar -dijo-. Puedo entender eso. Quería que Vivienne creyera que David era quien estaba apartando a su nieto de ella, no usted. Cuando usted y Florence desaparecieron se suponía que creería que David la había matado a usted y al tan llamado otro bebé justo antes de la prueba de ADN, para que no se pudiese demostrar que había estado mintiendo sobre la identidad de Florence.
Simon suena como si estuviese leyendo en voz alta una lista de cargos contra mí. Quizás, en su cabeza, existe este documento.
Me pregunto si Vivienne podría haber creído alguna vez que su propio hijo era capaz de tanta crueldad, o si siempre habría inventado excusas por él.
– No solamente quise que Vivienne me creyese -digo-. Deseé también poder convencer a David, si me mostraba lo suficientemente segura. Era como si… -Termino la explicación en mi cabeza: estaba intentando que Florence fuese mía y solamente mía influyendo en los pensamientos de Vivienne y de David, sus percepciones más esenciales, para que cuando la mirasen no viesen a una hija, a una nieta, sino a una niña desconocida. Florence había estado justo delante de ellos, y al mismo tiempo escondida. Esa incongruencia me atraía. Así era como protegería a mi hija hasta que consiguiéramos escapar.
– No quise decirle a Briony toda la verdad -digo-. De algún modo lo sentía… demasiado personal. Había solamente una persona a la cual quería decírselo todo y ésa era a usted, Simon. No existía ninguna prueba de mi insistencia en que Florence no era Florence, pero casi me creyó, ¿verdad?
– La creí -me corrige.
– Nunca lo dijo así. Nunca dijo, de forma rotunda, «Alice, la creo». Si lo hubiese hecho, se lo habría dicho todo sobre Laura, todo. Estaba esperando esa señal que me permitiese saber que podía confiar en usted, que confiaba en mí sin importar qué…
– Por favor. -Una mirada de desagrado deforma su cara-. Eso es difícil de aceptar de alguien que no ha hecho más que mentirme desde el momento en que nos conocimos.
– No estoy mintiendo ahora ¿no?
– No le di alternativas. -Tose, se sienta recto en la silla-. La gente desaparecida, a menos que cuenten con experiencia en eludir a la policía, por lo general son hallados. Usted y Florence habrían sido encontradas.
Me doy cuenta de que está intentando ponerme en mi lugar, establecer una adecuada distancia profesional entre nosotros.
– Vivienne habría insistido entonces en la prueba de ADN y el juego se habría acabado. Y si no hubiésemos revisado la muerte de Laura otra vez, o si hubiésemos llegado a la misma conclusión que llegamos originalmente, habría vuelto al punto de partida.
– Quizás podría haberme quedado escondida. El caso habría dejado de ser una prioridad tan alta. Habrían surgido otros casos, más urgentes. Habrían reducido sus esfuerzos.
– Estaba instalada en la casa de una amiga y compañera. La habríamos encontrado.
– Me habría mudado, sin mucha demora. Pero es probable que esté en lo cierto. No soy la clase de persona que sabe cómo desaparecer y empezar una nueva vida en el extranjero, como los personajes de las películas. Sin embargo, tenía que probar. Y sabía que la policía finalmente lo dejaría. Tienen que hacerlo porque se les necesita en otro sitio, en otros casos, con nuevas personas desaparecidas. Mientras que Vivienne nunca habría lo abandonado, nunca. Ése es el motivo por el que mentí sobre que Florence había sido… intercambiada. No podía haber vivido tranquila o feliz sabiendo que Vivienne sabía que yo tenía a su nieta, que sabía exactamente qué le había hecho. Habría pasado toda la infancia de Florence esperando a que me llegase el castigo. Sé que parece una locura, sé que ella no es ninguna clase de diosa que lo sabe y lo ve todo pero… bien, no me podía quitar la sensación de que encontraría una forma de llegar hasta mí, de algún modo.
Simon asiente.
– Así que intentó asegurarse que usted no le importase lo bastante como para buscarla. Y había solamente una forma en que eso sucediera: si creía que el bebé que tenía consigo no era Florence. Pero, esa parte del plan era poco firme. Vivienne quería en contraria, correcto. Quería conseguir el ADN y su prueba.
Suspiro.
– La subestimé. No tuve en cuenta cuánto quería que La Pequeña fuese Florence. Pensé que para cuando desapareciésemos ya la habría convencido completamente. De todas formas, quería la prueba de ADN sólo para estar segura, aunque me parece que ya había tomado una posición a mi favor mucho tiempo antes de la prueba. Y entonces, imaginé, que se sentiría aliviada cuando el «otro» bebé desapareciese. Vivienne detestaría tener un niño en su casa al que percibiera como un impostor. Lo odiaba. Y pensé, que cuando buscara a Florence, como sabía que lo haría, nunca cesaría. Solo buscaría a Florence. No nos buscaría a mí y al otro bebé.
– Alice, no hay ningún otro bebé.
Sacudo mi cabeza. Simon no debe malinterpretarme, no ahora.
– Yo también quería que La Pequeña fuese Florence -digo silenciosamente-. Pero solamente con Vivienne lejos, con la absoluta certeza de que no nos heriría.
– Usted sabía que era Florence.
– Sí, pero… en mi corazón no sentía que estuviese mintiendo. Todo lo que dije parecía verdadero. Florence era mi bebé, definitivamente mía. La Pequeña era bastante diferente. La Pequeña era el bebé que me podrían haber robado en cualquier momento. O del que podrían haberme separado. Era incierto cómo terminarían las cosas. ¿Entiende?
– Usted rechazó a su propia hija. Es la mejor mentirosa que jamás he visto en acción.
– ¡Porque no la sentía como una mentira! Era una agonía -digo, mis ojos se llenan de lágrimas-. ¿Sabe cuál fue la peor parte, absolutamente la peor? Destruir todas las fotografías, las únicas fotografías de Florence. En ese momento horrible, cuando abrí la cámara, sentí que lo que entraba no era luz sino la peor clase de oscuridad.
– Sin embargo, lo hizo.
– Tenía que hacerlo, Simon. Era como si estuviese siendo conducida por esta… esta fuerza, y tuve que hacer todo lo que tenía que hacer.
– Me mintió. Confié en usted.
No pregunto: «¿Entonces por qué nunca sentí que tuviera su confianza? ¿Por qué nunca dijo ni una vez «la creo»?»-Debe intentar entender lo que hice -le digo.
– ¿Qué coño piensa que he estado haciendo? Creo que lo he hecho bien, considerando los hechos. Creo que lo he hecho jodidamente bien. No perfecto, sin embargo, pero por poco. Hay todavía algunas en mi cabeza cosas que no cuadran.
– Simon, los detalles no importan…
– Los detalles son todo lo que importa. ¿Por qué todas esas gilipolleces sobre Mandy Buckley, de la sala de parto? ¿Por qué pedirme que buscara al padre de David?
– ¡Porque estaba casado con Vivienne y se separaron! Algo sucedió que le hizo desear tan desesperadamente querer irse que ni siquiera mantuvo contacto con su hijo. Mantener contacto con David hubiese significado mantener contacto con Vivienne. Pensé -quizás erróneamente -que a la fuerza debía saber cómo era ella realmente, y que quizás, cuando leyó en los diarios sobre la muerte de Laura, habría pensado que…
– ¿Así que se suponía que debíamos encontrarlo para que él nos dijera todo esto a nosotros?
– Sí.
– Correcto. -Parece que Simon se desinfla-. Debí saberlo, supongo. ¿Y Mandy?
Encojo de hombros, avergonzada.
– Si iba a insistir en que alguien había cambiado a mi bebé por otro, tenía que elaborar unas cuantas teorías posibles, ¿no? Me asusté. Las cosas se volvieron un poco… desordenadas dentro de mi mente en ese momento.
– Pareció menos creíble. Es en parte por eso que… -Se detiene, un poco de color le sube a la cara.
– ¿El motivo por el que no me creyó totalmente? -Me siento revindicada-, Simon ¿tratará de no estar enfadado conmigo? ¿In tentará entender?
Todavía estoy intentando entenderlo yo misma. Va a ser difícil crear un relato coherente a partir de todo esto. Todo lo que sé es que durante algún tiempo había un bebé llamado La Pequeña. Tenía la cabecita perfectamente redonda, ojos azules, manchas de leche sobre su nariz. Nadie estaba seguro de a quién le pertenecía.
Simon se levanta.
– La puedo proteger de algunas cosas, pero no de todo -dice-. Incluso con los atenuante a su favor, secuestrar a la hija de David y malgastar mucho tiempo de policía. La depresión posparto puede considerarse como un factor atenuante, pero… no puedo garantizar que no irá más lejos.
Se está escondiendo detrás de un vocabulario oficial. No es Simon Waterhouse sino un representante de la fuerza pública.
– ¿Qué hay sobre nuestra amistad? -inquiero, preguntándome, incluso mientras se lo digo, si tenemos una. Quizás esta conexión entre nosotros se evapore en cuanto concluya esta vivencia común. Pero Simon entró en mi cabeza de una manera en la que nadie nunca lo hizo. Pienso que será difícil olvidarlo-. ¿Llevaremos la amistad más lejos?
No responde. Nos miramos. No sé qué está pensando. Estoy penando que el momento nunca llegará, para ninguno de nosotros, cuando responda a la última pregunta. Siempre habrá cabos sueltos, hilos colgando en nuestras vidas: lo pendiente, lo no resuelto. Florence ha nacido en un mundo desordenado, y llegará el momento en que tendré que explicar que no siempre le podré dar una respuesta, que no siempre ella podrá encontrar una. Pero seguiremos adelante, con un futuro incierto. Nos tendremos la una a la otra.