Capítulo 2 1

Martes, 30 de septiembre de 2003


Estoy sentanda en el pequeño salón, muerta de sueño, tan desorientada como estaba ayer cuando tenía insomnio. Frente a mí está sentada una doctora que nunca he visto antes. Me dice que su nombre es Dra. Rachel Allen. No sé si creerla. Vivienne la podría haber contratado. Podría ser una actriz, por lo que sé. Es muy joven, una mujer alta, cuerpo con forma de pera, pelo corto y rubio y una tez excesivamente rosa. No usa maquillaje. Sus pantorrillas gruesas están desnudas y manchadas, cubiertas con finos pelos rubios. Cada vez que capta mi atención, resplandece con entusiasmo. Sé que Vivienne está escuchando tras la puerta, ansiosa por oír el diagnóstico, cualquiera que éste sea.

La Dra. Allen se inclina hacia delante, toma mi mano y la aprieta entre las suyas-. No se preocupe por nada, Alice -dice.

Nunca he escuchado nada tan tonto en mi vida. ¿Quién en mi situación no se preocuparía?

– No esté nerviosa. ¡Muy pronto la haremos sentir mejor! -Brilla otra vez y me pasa un pedazo de papel. Tiene preguntas-. «¿Alguna vez he pensado en lastimarme? A menudo, a veces, nunca. ¿Siento que no tengo nada que esperar? A menudo, a veces, nunca.»

– ¿Qué es esto? -pregunto. Necesito comer algo. Me siento débil y hambrienta, como si hubiera manos que arañan mi estómago, que se estiran y no encuentran nada.

– Es la encuesta médica sobre depresión posparto -dice la Dra. Allen-. Sé lo que está pensando ¡Formularios, formularios y más formularios! ¡Coincido plenamente! Rellene esta estúpida cosa y después podemos hablar adecuadamente.

– ¿Donde está la Dra. Dhossajjee? -pregunto-. Preferiría hablar con mi propio doctor.

– Ella no está disponible. Es por eso que yo estoy aquí. ¿Por qué 110 rellena ahora el formulario? ¿Necesita un bolígrafo? -Hurga en su bolsillo y saca un bolígrafo azul.

Leo todas las preguntas. Son demasiado simplistas.

– Es inútil -digo-. Estas preguntas no son las correctas para mi situación. Mis respuestas no nos dirán nada útil.

La Dra. Allen inclina la cabeza tentativamente, inclinándose en su silla.

– ¿Ha estado llorando esta mañana? -pregunta.

– Sí. -Prácticamente no he hecho más que llorar estos días. Lloré cuando Vivienne me encerró en la habitación del bebé. Me encogí en la moqueta y sollocé, aferrándome a Hector, el gran oso de peluche de Florence, hasta que me quedé dormida. Cuando me desperté dieciséis horas más tarde, lloraba otra vez. No he visto a La Pequeña desde que salí para encontrarme con Simon. Estoy desesperada por verla, solo una vez, aunque no se me permita tocarla.

– ¡Pobrecita! ¿Con qué frecuencia dice que llora? -El afán de la Dra. Allen por ayudarme es casi tangible.

– Mucho. La mayor parte del tiempo. Pero eso es porque me han arrebatado a mi hija y no sé dónde está, y nadie me creerá.

– ¿Siente que nadie la cree? -La Dra. Allen me mira como si también estuviese a punto de romper a llorar.

– Así es.

– ¿Siente usted que las demás personas y las circunstancias están conspirando en su contra?

– Sí. -Sí, porque es cierto. Mi hija se ha perdido y no lo puedo demostrar, ni a mi marido ni a la policía, y eso es un hecho, no un sentimiento. Parezco fría y despiadada. Una vez tuve un corazón, pero lo hicieron pedazos. Ya no existe.

– ¡Por supuesto! -exclama la Dra. Allen apasionadamente. Creo firmemente que los sentimientos son hechos. En realidad, me tomo muy en serio los sentimientos de los pacientes. Quiero ayudarla. Tiene todo el derecho a sentir lo que siente. Y es muy habitual que las mujeres que acaban de tener un bebé sufran las sensaciones más insoportables de persecución, de enajenamiento…

– Dra. Allen, mi hija ha sido secuestrada.

Parece desconcertada.

– Bien… ¿Qué ha dicho la policía?

– No están haciendo nada. Dicen que no hay ningún caso. No me creen. -Me siento traicionada por el alivio que transmite su expresión. Se complace en permitir que la opinión de otros profesionales determinen la suya.

– Parece cansada -dice-. Le voy a recetar unos comprimidos que la ayudarán a dormir…

– No. No necesito píldoras. Acabo de despertar de un sueño de más de doce horas. Rellenaré su cuestionario, pero no voy a tomar nada. No me pasa nada. Si parezco cansada es porque he dormido demasiado. Derne ese bolígrafo. -Me pasa el bolígrafo. Marco unas cuantas casillas estratégicas, intento parecer lo más equilibrada posible.

– ¿Cómo se siente físicamente en general? -pregunta.

– Quizá algo mareada a veces -admito-. Atolondrada.

– ¿Está tomando Cocodamol?

– Sí. ¿Por eso me siento mareada?

– Es un analgésico muy fuerte. ¿Cuánto tiempo hace de su cesárea?

– Dejaré de tomarlo -digo-. Necesito tener la mente lúcida. Nunca me ha gustado tomar analgésicos alopáticos, pero Vivienne me decía que los necesitaba. La creí. -También estoy tomando dos remedios homeopáticos, hypericum y gelsemium.

– Eso es bueno -La Dra. Allen sonríe de forma tolerante-. Podrían no hacerle ningún bien, pero no le harán daño. «Cuánta condescendencia», pienso.

Le devuelvo el cuestionario terminado. Por un bono de cien puntos: ¿Alice está loca o no?

– Gracias -se entusiasma, como si le diera las joyas de la corona. Empieza a leer mis respuestas con gran concentración, respirando fuertemente sobre ellas como tratando de comprender mi problema impenetrable. Me recuerda a un caballo.

– ¿Qué sucede si el bebé está enfermo? -murmuro-. La Pequeña. ¿Y si está enferma?

Mi cabeza da vueltas con todo el miedo y la emoción de una idea nueva. «Quizás por eso alguien quería intercambiarla, por Florence, que está sana.» Recuerdo la prueba de Guthrie, la sangre que han tomado del talón de Florence. David bromeaba sobre que la prueba implicaba cantarles una selección de canciones de Woody Guthrie a los bebés recién nacidos y ver cuántas podían identificar. Los resultados de Florence estaban bien; no había nada malo en ella.

– Ella parece sana, pero… quizás… ¿Podría usted disponer que se hicieran algunas pruebas? ¿En el bebé? ¿En La Pequeña? -Empiezo a hiperventilar-, ¡Podría ser eso! -Aprieto mis manos juntas-. ¡Y si esa es la razón por la que Mandy intercambió a los bebés, o por la que alguien lo hizo, significa que Florence probablemente está a salvo! ¿Ve lo que quiero decir?

La Dra. Allen mira como si estuviera un poco asustada de mí.

– Discúlpeme un momento, Alice -dice. Iré un minuto afuera para intercambiar algunas palabras con Vivienne.

Si estuviera de algún modo interesada en su opinión, me opondría a que lo compartiese con Vivienne en lugar de conmigo, pero sé que no estoy loca, no me importa qué diga, o a quién. Veo que sale aprisa de la habitación. Desearía que se marchara. Desearía que ella y Vivienne y David se marcharan. Me podría llevar a La pequeña de Los Olmos y no volver nunca. David nunca podría atormentarme otra vez. Pero sé que no puedo hacer nada tan impulsivo. La gente vería mi coche. Me verían y… nos encontrarían y nos traerían de vuelta aquí.

Oigo a la Dra. Allen hablando con Vivienne afuera.

– ¿Bien? -pregunta Vivienne-, ¿Cuál es el veredicto?

– ¡Dios mío! Estoy muy preocupada por ella -dice la Dra. Allen. Ni a ella ni a Vivienne les importa que las pueda oír. Le cuenta a Vivienne casi todo lo que dije. Me siento la peor madre cuando la oigo decir que parece que quiero que La Pequeña esté enferma porque eso demostrará que Florence está bien. No quiero que nada malo le pase a ningún bebé ni a ningún niño. Eso debería ser obvio.

– Mire esto -la Dra. Allen dice a Vivienne-. Para la pregunta «Con qué frecuencia siente que no puede hacer nada» ha marcado «Nunca». Esa es una de nuestras señales de advertencia claves. Todo el mundo que ha tenido un bebé a veces siente que no pueden hacerse cargo. Es natural. Así que las que lo niegan…

– … se están engañando a ellas mismas -concluye Vivienne.

– Sí. Y encaminándose a posibles problemas. Esa clase de negación pone demasiada presión en una persona. Al final algo tiene que ceder. Lo lamento – murmura la Dra. Allen-. Creo que tal vez Alice deba ver un terapeuta o un consejero.

Yo estaría encantada. Él o ella tendrían que estar de mi lado; esa es la descripción del trabajo de un terapeuta. Podría salir adelante, si sólo una persona estuviera de mi lado. Pero Vivienne nunca permitiría que mi mente pasara a las manos de un profesional psiquiátrico. Cree que esa gente intenta controlar los pensamientos de los demás.

– … parece ser una ilusión muy firmemente incrustada -está diciendo la Dra. Allen.

– ¿Qué le hace estar tan segura de que es una ilusión? -pregunta Vivienne.

Mi corazón late salvajemente. ¿Qué ha pasado con mi confianza, para hacerme sentir tan agradecida ante la menor señal de que no todo el mundo está en mi contra?

– ¿Puedo hacerle una pregunta, Dra. Allen?

– Por supuesto.

– Florence ha sido alimentada con biberón desde su nacimiento, Ella no podía amamantarla, entiende. El bebé de arriba parece bastante contento con la misma leche Cow and Gate que tomaba Florence. ¿Eso significa que es probable que sea Florence?

Asiento. Es una buena pregunta. La mente de Vivienne es despierta. Está tratando de aplicar lógica al problema.

– Bien… -La Dra. Allen duda-. Un bebé amamantado podría protestar si se le cambiara de repente a leche de fórmula. Pero si desde el principio se le dio biberón…

– Pero hay varias marcas de leche de fórmula, ¿no? -dice Vivienne impacientemente-. ¿El cambio de marca no representaría un problema?

– Tal vez sí, tal vez no. Cow and Gate es uno de los líderes del mercado. Y todos los bebés son diferentes. Algunos sólo toman leche de pecho, otros beben cualquier cosa con bastante gusto. El hecho de que el bebé tome la leche habitual de Florence no demuestra nada en cualquier caso. -La Dra. Allen parece incómoda, ansiosa por irse. Se está preguntando probablemente si todos los residentes de Los Olmos están locos.

Me siento animada. A falta de una prueba concreta, la Dra. Allen y Vivienne están completamente desconcertadas. Yo puedo ser desgraciada, estar atormentada por mi marido, desesperada por mi hija e incluso sin la esperanza de ayuda, pero por lo menos conozco la verdad. Tengo eso a mi favor.

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