Capítulo 10

Martes 14 de marzo, 17.10 horas.

Aidan se guardó el teléfono móvil en el bolsillo.

– Patrick va a obtener una orden judicial para impedir que Pope saque a la luz la grabación esta noche.

Murphy lo miró y luego volvió de nuevo la vista hacia la carretera.

– ¿Ha conseguido la cinta?

– Sí. Ahora Burkhardt tiene más material para comparar.

– ¿Qué quiere decir con «más material»? -La pregunta procedía del asiento trasero, donde Tess llevaba en silencio los diez minutos que habían tardado en recorrer dos manzanas. El tráfico estaba paralizado por gentileza de lo que parecían todas las unidades móviles de la ciudad.

Aidan se volvió para verla mejor. Estaba pálida y temblorosa. Aún tenía el pelo enmarañado y apelmazado y con una mano se ajustaba el abrigo al cuello. Sus labios aparecían desprovistos de color, salvo por las dos marcas rojas que sus dientes habían dejado en ellos. Sin embargo, su mirada era despierta. Había conservado la serenidad con una fortaleza interna que Aidan no se habría imaginado antes del domingo por la tarde y que ahora le permitía entender la lealtad que le profesaban las pocas personas que parecían conocerla de verdad.

– Cynthia Adams grabó una cinta -explicó él.

Ella tragó saliva.

– ¿Con mi voz?

– No. No se oye muy bien, pero parece la voz de una niña pequeña.

Tess cerró los ojos y volvió la cabeza.

– Mortificándola.

– Sí. Le hemos entregado la cinta a Burkhardt para que pueda compararla con el mensaje del contestador.

Al oír eso, Tess abrió los ojos de golpe.

– Entonces, ¿lo que le dijo a Malcolm es cierto? ¿Pueden demostrar que no soy yo?

Aidan miró a Murphy. Ella observó el gesto y suspiró.

– Solo se lo dijo para que me soltara. -Esbozó una triste sonrisa ladeada que atenazó el corazón de Aidan-. Tranquilo, no se lo reprocho; solo estoy disgustada.

– No es ninguna mentira -terció Murphy, mirándola por el retrovisor.

– Aunque tampoco es del todo verdad -añadió Aidan-. Burkhardt apreció lo que podrían ser pequeñas diferencias, pero dijo que necesitaba más material para estar seguro.

– Quienquiera que lo haya hecho lo planeó todo para que mi voz apareciera en el contestador de Cynthia -dijo Tess-. Quería que sospecharan de mí y que encontraran mis huellas. Quería que creyeran que yo era la culpable.

Y podría haber surtido efecto, pensó Aidan con tristeza, de no haber sido por el apoyo incondicional de personas como Kristen y Murphy.

– Me pregunto si ese monstruo sabe que Cynthia y Lynne Pope grabaron esas cintas -prosiguió ella.

– Supongo que no -dijo Murphy, y se aclaró la garganta-. Tess, Aidan ya te ha contado lo de las cámaras, ¿no?

Ella se estremeció.

– Sí, ya le he dicho que podéis registrar la consulta.

Aidan sabía adónde quería ir a parar Murphy.

– Es posible que también nos haga falta registrar tu piso -dijo con el tono más suave de que fue capaz.

Ella se quedó petrificada y boquiabierta, con los ojos como platos, y Aidan se percató de que no se le había ocurrido pensarlo.

– Lo siento -dijo él en voz baja.

– No… No pasa nada. -Pero sí que pasaba. Él notó cuánto le costaba recobrar la serenidad. Inconscientemente se estaba meciendo y tenía los nudillos blancos de la fuerza con que asía el abrigo, hasta el punto de que Aidan pensó que iba a ahogarse-. Dios mío. Dios mío.

– Tess -casi le gritó Aidan, y ella, aún aturdida, levantó la vista-. Estamos a punto de llegar a su casa. Habrá más periodistas.

Ella asintió y una vez más recobró la calma. Se relajó visiblemente, su pálido rostro se tornó inexpresivo y una fría mirada asomó a sus ojos oscuros.

– Lo entiendo. Podría recoger unas cuantas cosas y marcharme a un hotel. Tengo que… -Los labios le temblaron un instante antes de recobrar su gesto resuelto-. Tengo que ducharme en alguna parte. El pelo aún me huele a sangre.

– Quédate con ella -dijo Murphy a Aidan en voz baja-. Cuando se vaya, pídeles a Jack y a Rick que registren el piso. Luego lleva su coche al depósito y dile a Rick que también le eche un vistazo.

Aidan asintió mientras Murphy detenía el coche junto al bordillo, frente al edificio de Tess. Un pequeño grupo de periodistas hacían guardia pacientemente.

– ¿Adónde vas tú?

– Mientras yo llamaba por lo del francotirador, Spinnelli ha conseguido la dirección de esa actriz, Nicole Rivera. Iré a verla. -Murphy detuvo el coche-. No la pierdas de vista. Quienquiera que esté detrás de todo esto se ha marcado un buen tanto.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Tess.

Murphy se volvió para verle la cara.

– Que todos los periodistas han oído cómo te acusaba Pope.

– Pero yo no he dicho nada. -Exhaló un suspiro-. Da lo mismo, los pacientes se enfadarán igual.

Aidan arrugó el ceño.

– ¿Hay alguno que sea peligroso?

– Unos cuantos. A nadie le gusta que revelen sus secretos más íntimos en televisión. A todo el mundo le tranquiliza pensar que puede esconder cosas, que hay lugares en los que está verdaderamente solo. -Irguió la espalda y abrió la puerta del coche-. A mí también.

Aidan salió del vehículo tras ella y la alcanzó en el momento en que apartaba el primer micrófono. Se colocó delante y fue abriéndose paso entre los ruidosos periodistas hasta la puerta del edificio, donde los aguardaba el portero, nervioso. Aidan lo recordaba del domingo anterior.

Al parecer el hombre también tenía buena memoria, pues al ver a Aidan entrar en el pequeño vestíbulo una mueca de verdadera aversión le transfiguró el semblante. El hombre, ya de edad, se precipitó hacia ellos y se detuvo a corta distancia. La mueca se había desvanecido y en su lugar apareció una paternal mirada de preocupación.

– Doctora Ciccotelli, dígame que está bien.

Ella le sonrió.

– Estoy bien, señor Hughes. Ha sido un día difícil, pero estoy bien.

– No los dejaré entrar -dijo con expresión airada mirando a los periodistas apiñados en el exterior. Luego se volvió hacia Aidan-. Y a él tampoco lo dejaría entrar si pudiera evitarlo.

Ella lo sorprendió con una risita ahogada.

– Oh, señor Hughes, me alegro tanto de verlo.

– Ethel me ha pedido que le diga que no cree una sola palabra de lo que cuentan.

– Dígale a Ethel que aprecio mucho que crea en mí. En cuanto al detective, no tiene por qué preocuparse. -Su expresión se suavizó-. Esta tarde me ha salvado la vida.

Hughes escrutó a Aidan y luego asintió con gesto reticente.

– De acuerdo. He dejado subir a sus amigos, doctora Ciccotelli, el doctor Carter y la señorita Miller. La están esperando arriba. El doctor Carter me ha pedido que lo llamara al móvil cuando usted llegara.

– Muy bien, señor Hughes, llámelo. Y muchas gracias de nuevo.

Esa vez Aidan no le preguntó. Abrió la puerta que daba a la escalera y aguardó a que ella pasara delante. Tess se detuvo ante el primer escalón y lo miró a la vez que exhalaba un suspiro.

– ¿Tiene alguna fobia, detective?

Él vaciló y luego se encogió de hombros.

– No me gustan las alturas. -Decir eso era quedarse corto. De hecho, las grandes alturas le producían vértigo, pero eso era algo que nunca le había contado a absolutamente nadie-. ¿Quiere intentar curarme?

Ella esbozó una sonrisa que, aunque escueta e irónica, hizo que un cosquilleo recorriera la piel de Aidan. Lo atraía en muchos sentidos. El domingo le había parecido una rompecorazones sensual sin sentimientos, y había sentido un deseo tan intenso que hasta le había dolido. Ahora, de pie a su lado con el pelo sucio y el rostro sumamente pálido, lo atraía aún más. Tenía un fondo tierno y bondadoso, pero también más voluntad que la mayoría de los hombres que conocía. Al ver que Seward la tenía en sus manos y le apuntaba con la pistola, Aidan pensó que nunca se recobraría del susto.

– Gracias -dijo en voz baja-. Aunque no sea verdad, aprecio el gesto. -Recorrió la mitad del tramo de escalera y se volvió para sentarse en un escalón y apoyar la cabeza en la barandilla metálica. Sendas manchas rojas teñían sus pálidas mejillas y su frente aparecía perlada de sudor. Respiró hondo y relajó la mano con que se sujetaba el abrigo al cuello. Este le cayó suelto por los hombros y dejó al descubierto la cicatriz que tanto se había esforzado por ocultar, pero ella parecía demasiado cansada para darse cuenta.

– Lo siento. No es normal que me canse tanto por subir cuatro escalones.

Él se sentó a su lado.

– No se preocupe. Lleva un día horroroso, es normal que esté cansada. Debió de haber tardado menos de cinco minutos en plantarse en casa de Seward.

– Me imagino que sí. En ese momento no pensaba en nada.

El hilo de voz con que habló alarmó a Aidan.

– ¿Ha ido a comer?

– Sí, fui con Harrison.

– Se lo preguntaré de otra manera. ¿Ha tomado algún alimento?

Ella hizo una mueca.

– He picado unas cuantas galletas saladas. Harrison ha pedido estofado de cerdo, pero yo estaba demasiado alterada para comer. Supongo que me falta combustible y por eso estoy un poco decaída.

– No me diga.

Los labios de Tess se curvaron ante el comentario y Aidan tuvo que volver a hacer un esfuerzo por controlarse.

– Déme un minuto más y me repondré. -Y, tal como prometía, al cabo de un minuto se puso en pie. Se quitó el abrigo y se lo tendió a Aidan-. ¿Podría llevarlo usted? Pesa mucho -dijo, y emprendió los escalones restantes con la tenaz concentración de un alpinista. Aidan la siguió a corta distancia con la intención de sujetarla si se caía, pero lo que no esperaba era que la perspectiva le proporcionara una maravillosa vista de su precioso trasero.

«Precioso», pensó mientras se moría de ganas de tocar las curvas que se contorneaban de forma tan tentadora a cada escalón. El instinto le decía que se adaptarían a la perfección a la palma de sus manos, y por un instante su imaginación se anticipó a los hechos y se inundó de pensamientos eróticos. Pensó en qué notaría si le rodeara las nalgas con las manos y la atrajera con fuerza hacia sí, en cómo ella se estremecería y gemiría hasta volverlo loco, en cómo se sentiría entre los brazos de él cuando el éxtasis le embargara la razón.

En lugar de estar temblando de miedo. De repente, la imagen se desvaneció y su cerebro recobró la lucidez. Ya sabía qué se sentía abrazándola cuando estaba aterrorizada. «Y para eso es para lo que estás aquí, Reagan», se dijo con dureza al llegar a la planta donde ella vivía. Lo que tenía que hacer era protegerla y dejar de pensar en su culo.

Tess lo condujo hasta el piso y se detuvo tras poner la mano en el tirador.

– Mis amigos querrán que me quede en casa para poder cuidarme. Les explicaré que usted me ha aconsejado que pase la noche en otro sitio debido a los periodistas. No diré nada de las cámaras.

De pronto, a Aidan lo asaltó la idea exacta de dónde debería pasar la noche. «Conmigo.» Y, para su sorpresa, no estaba pensando en el sexo. Por lo menos, no solo en eso. Su prioridad era mantenerla a salvo; luego, verla desnuda. Se las arregló para asentir con sobriedad.

– Será lo mejor.

Al entrar encontraron a los amigos de Tess viendo las noticias. Ambos se pusieron en pie al instante. Jon Carter atravesó el salón en dos zancadas y la rodeó con sus brazos. El gesto posesivo obligó a Aidan a apretar los dientes.

«Son solo amigos.» Tess se lo había explicado y seguro que así lo creía, pero era evidente que el buen doctor Carter sentía algo totalmente distinto. El joven retrocedió con el semblante demudado.

– Santo Dios, Tess, parece que hayas estado metida conmigo en el quirófano; hueles incluso peor. Qué tienes en el… -Se interrumpió al ver que Tess se ponía rígida. La expresión horrorizada de Carter se volvió hacia Aidan, y este asintió, confirmándole lo que ya imaginaba.

Carter palideció.

– Entonces, es cierto.

– La sangre es de ella -afirmó Tess débilmente-. Lo había salpicado y al cogerme…

Carter le pasó el brazo por los hombros.

– Ve a ducharte, cariño.

Ella se libró del abrazo con gesto todavía tenso.

– Enseguida, pero no lo haré aquí, Jon.

Carter frunció el entrecejo.

– ¿Por qué no?

Aidan dio un paso adelante.

– ¿Qué han dicho exactamente en las noticias?

– Que otro paciente de Tess ha matado a su mujer y luego se ha suicidado. Y ya van tres -terció Amy Miller. No se había movido ni un milímetro desde que se pusiera en pie-. Y que Tess había contado a la prensa lo de su homosexualidad. -Alzó la barbilla y miró a Aidan a los ojos como desafiándolo a mostrarse en desacuerdo-. Pero nosotros sabemos que no es cierto.

– Él también lo sabe, Amy, pero algunos de mis pacientes tal vez piensen lo contrario -dijo Tess, y Aidan, al ver que Miller la miraba con expresión incómoda, recordó lo que la chica le había contado la noche anterior. «No creo que quiera seguir siendo mi abogada.» Su amiga y ella se habían peleado y el ambiente estaba enrarecido debido a todo lo que no eran capaces de decirse-. Voy a pasar la noche en un hotel. Cuando me instale, os diré dónde estoy.

Miller asintió, tenía la mandíbula tensa.

– Supongo que es lo mejor. -Miró a Aidan con recelo-. ¿Sigues necesitando un abogado, Tess?

– No. -La chica tragó saliva y se aclaró la garganta-. Pero sí que necesito a mi amiga.

Al oírlo, Amy hizo lo mismo que había hecho Carter. Rodeó con sus brazos a Tess y la estrechó durante un buen rato.

– Jon tiene razón, Tess -dijo al separarse-. Métete en la ducha; mientras, yo te haré la maleta.

Tess negó con la cabeza.

– De verdad, prefiero ir directamente a un hotel. En cuanto salga de la ducha caeré rendida en la primera cama que encuentre.

Aidan notaba el bombeo constante de la sangre en su cabeza al ver a Tess dirigirse a su dormitorio junto con su amiga abogada, ajena al hecho de haber expresado a la perfección todos y cada uno de los pensamientos que su excitada libido evocaba.

– Sabe que no lo ha hecho -dijo Carter, obligándolo a centrarse.

– No puedo decirle qué sé o dejo de saber -respondió Aidan en tono sereno, y en ese momento algo lo incitó a desviar la conversación hacia un terreno espinoso-. Aunque creo que usted está más implicado de lo que parece.

Carter, estupefacto, lo miró de hito en hito.

– Está mal de la cabeza.

– Entonces tengo suerte de que Tess sea psiquiatra.

De súbito, Carter echó hacia atrás la cabeza y prorrumpió en carcajadas.

– Muy bueno, Reagan. Por un momento ha conseguido engañarme. -Sin dejar de sonreír, sacudió la cabeza-. ¿Piensa que Tess y yo…? -Dejó la pregunta sin terminar-. Pues no. -Se puso completamente serio-. Pero es una de mis mejores amigas y no quiero que le hagan daño.

– En eso estamos de acuerdo.

– ¿Corre peligro, detective?

– Ahora mismo, no. -Aidan encogió un hombro-. Solo trato de ser precavido.

Carter asintió.

– Ya lo veo. -De pronto, se dio media vuelta y abrió un cajón de una de las mesas auxiliares colocadas contra el respaldo del sofá. Aidan notó con ánimo sombrío que se sentía como en su propia casa. Carter extrajo una hoja de papel y escribió algo en ella; luego se la tendió a Aidan-. Aquí tiene mi dirección. También he anotado unos cuantos números de teléfono, por si hay alguna urgencia. Si necesita ayuda, llámeme, por favor.

Aidan echó un vistazo a la hoja.

– A usted o a Robin, ¿no?

– A cualquier hora del día o de la noche. Acudiremos a donde nos diga. -Carter vaciló y miró hacia el dormitorio antes de proseguir en voz más baja-. Su familia vive en Filadelfia.

– Ya me lo ha contado.

Carter arqueó las cejas, sorprendido.

– ¿En serio? -Miró hacia atrás de nuevo-. ¿Le ha contado que no se hablan?

Aidan se descubrió mirando hacia el dormitorio, igual que Carter.

– No, solo me ha explicado que tiene cuatro hermanos. Por los nombres, parecen de la mafia.

Jon sonrió.

– Su hermano Vito es policía. De los otros, uno es maestro, otro, artista y otro, arquitecto. Tess es la pequeña. Con el único que aún se habla es con Vito. -La sonrisa de Carter se desvaneció-. Vino a verla el año pasado, cuando la agredieron.

– ¿Sus padres no vinieron? -Aidan se quedó atónito.

– Ella no quiso que Vito les dijera nada. De todos modos, si Tess necesita ayuda, avíselo. No me sé su teléfono de memoria pero si llama a casa, Robin o yo se lo daremos. Por favor, cuide de Tess, detective. Es como de la familia.

– Lo haré. -Y en ese momento Aidan supo que cumpliría su palabra, costara lo que costase.

Las dos chicas salieron del dormitorio. Miller asía una bolsa de viaje. Tess llevaba puesta la ropa sucia, pero se había quitado los calcetines y se había puesto unas bambas de lona.

– Aquí tenemos a las señoritas -dijo Carter, e hizo un amplio ademán con el brazo-. Amy, voy en coche al hospital. ¿Quieres que de paso te deje en el bufete?

– No, yo también he traído el coche. -Le dio otro abrazo a Tess-. Llámame en cuanto te hayas instalado. -Le entregó la bolsa a Aidan y se dispuso a salir del piso detrás de Carter.

En cuanto se cerró la puerta Tess relajó los hombros. Abrió la boca, pero volvió a cerrarla con gesto resuelto mientras recorría el espacio con la mirada en busca de alguna cámara.

– Tengo que ponerle comida al gato antes de marcharme.

Aidan la siguió hasta la cocina y apretó los dientes cuando ella se inclinó ante el armario que había debajo del fregadero; sin pretenderlo, volvía a torturarlo mostrándole su sinuoso trasero. Cerró los puños para combatir el deseo de tocarlo, aunque no pensaba hacerlo.

Por lo menos no allí, con las posibles cámaras filmando cada uno de sus movimientos. Ni tampoco en esos momentos en que sus ojos aún traslucían el pesar de los acontecimientos de la tarde. Para cuando ella se incorporó con una bolsa de comida de gato en la mano, Aidan había dominado su cuerpo y sus pensamientos.

Un precioso gatito pardo apareció en la cocina atraído por el ruido que su comida hacía al caer en el bol. Tess lo cogió en brazos y apretó las mejillas contra su suave pelaje.

– Cuando estoy enferma esta minina no se aparta de mi lado. Me gustaría que vinieras conmigo, Bella, pero no puede ser. En los hoteles no te dejan entrar. Tendré que buscarte una residencia.

A Aidan le llevó menos de un segundo decidirse. No iba a pasar la noche en ningún hotel, ni tampoco iba a quedarse sola.

– ¿Tiene una jaula para transportarla?

Ella lo miró perpleja.

– Sí. No le gusta nada.

– ¿Quiere llevarla con usted?

– No puedo…

– Tess, estamos perdiendo un tiempo precioso. ¿Quiere o no quiere darse una ducha?

Ella alzó la barbilla y lo miró con ojos centelleantes.

– No me dé órdenes, Aidan. Ya he perdido bastante el control de mi vida en los últimos tres días -dijo suspirando. Era evidente que se esforzaba por calmarse-. Sí, si es posible, me gustaría llevármela, ¿Conoce algún hotel en el que admitan gatos?

Él no estaba preparado para afrontar las ganas de poseerla que le entraron con solo oírla pronunciar su nombre.

– Sí, conozco un lugar. Vamos, iremos en su coche.


Martes, 14 de marzo, 18.30 horas.

Tess estiró el cinturón de la pequeña prenda de una desconocida para atárselo a la cintura y recorrió con paso airado la corta distancia que separaba el baño de casa de Aidan Reagan de la cocina, de donde procedía su voz profunda. El hombre estaba loco de remate. Eso era lo único que lo libraba de que lo matara.

Ya era bastante descabellado que la hubiera llevado allí, a su casa. Había prometido llevarla a un hotel.

«De hecho, me ha prometido llevarme a un lugar donde pudiera estar con Bella.»

Ya era bastante descabellado que la hubiera llevado allí, pero entrar a hurtadillas en el baño mientras se duchaba y quitarle la ropa…

«Y pensar que confiaba en él.»

Se detuvo en la puerta de la cocina.

– Detective Reagan… -De repente, dos cabezas se volvieron a mirarla y Tess relajó un poco sus tensos hombros-. Hola, Kristen.

La cuñada de Reagan depositó con cuidado sobre la mesa el tazón que sostenía y frunció los labios.

– Cierra la boca si no quieres que entren moscas, Aidan.

Reagan cerró la boca de golpe pero seguía teniendo los ojos fuera de las órbitas como si se hubiera tragado la lengua. Tess, cohibida, se apretó más el cinturón y se subió las solapas de la bata para taparse la garganta; aunque a Reagan no le habría ayudado en nada si de verdad estuviera ahogándose con la lengua.

Kristen los observaba con atención y Tess trató de no darle importancia al sofoco que le había teñido los pómulos de un rojo intenso.

– ¿Has sido tú quien me ha dejado esto en el baño? -le preguntó.

Kristen se succionó la parte interior de las mejillas.

– Pues sí. Encima de la cama de Aidan tienes más ropa. Hemos dejado allí a la gata. -Señaló el rottweiler que descansaba junto a los pies de Reagan-. Dolly es un encanto, pero no quiero que tu gatita pase miedo.

Tess asintió y lanzó una mirada cautelosa al gran perro que, según había observado al llegar, obedecía todas y cada una de las órdenes de Reagan.

– Gracias. Pero ¿dónde está mi ropa, la que he traído en la bolsa?

– En el maletero del coche -respondió Kristen.

– ¿Y qué hace la ropa en el coche, Kristen?

Su amiga miró hacia el otro extremo de la mesa.

– ¿Aidan?

Reagan examinaba con una concentración absoluta el contenido de su tazón.

– Vaya a cambiarse, Tess. Kristen le ha preparado té y un poco de sopa. Cuando salga le vendrá bien comer algo.

Ella sacudió la cabeza, el terror había hecho desaparecer la sonrisa de su rostro.

– Dígamelo ahora, Reagan. Necesito saberlo.

Él suspiró.

– Entonces, siéntese.

Ella lo obedeció en silencio y tomó asiento al lado de Kristen, quien le dio unas palmaditas en la mano.

Reagan la miró a los ojos con expresión seria y apesadumbrada.

– Jack ha registrado su piso en cuanto nos hemos marchado.

Tess contuvo la respiración.

– ¿Y?

– Hay cámaras en todas las habitaciones.

Ella notó cómo la sangre dejaba de afluir a su rostro.

– ¿En todas las habitaciones?

Él asintió.

Ella tragó saliva.

– ¿Incluso en el baño? -Él se limitó a mirarla sin pronunciar palabra. No era necesario-. ¿Y cuánto tiempo llevan allí?

– Jack no lo sabe seguro. Más que las de los otros pisos, tal vez unos meses.

Alguien la había estado observando durante… meses. Notó que el estómago se le revolvía y tomó aire para tranquilizarse.

– ¿Y por qué está la ropa en el coche?

– Jack ha registrado el piso muy a fondo -explicó Reagan-. Algunas de sus chaquetas tienen micrófonos cosidos en el forro.

Tess, medio atontada, no era capaz más que de mirarlo sin dar crédito a sus palabras. Pero lo había oído bien. Notó un espasmo en los pulmones y en ese momento se dio cuenta de que se había olvidado hasta de respirar.

– ¿Me está diciendo que alguien me espía allá adónde voy?

– No necesariamente -dijo él-. Depende de la distancia a la que se encuentre del receptor.

Tess miró el techo. Su mente estaba invadida por demasiadas ideas para que ninguna cobrara sentido. Cámaras. Micrófonos. Receptores. Cuatro personas muertas. El techo empezó a dar vueltas y ella cerró los ojos deseando que la habitación se estuviera quieta. «No vas a vomitar. Conservarás la calma.»

– Así que tienen que examinar toda mi ropa.

– Eso me temo.

Kristen le estrechó la mano.

– Aidan me ha llamado en cuanto Jack le ha dado la noticia. Hemos llevado la bolsa con la ropa a tu coche. Jack enviará un camión para remolcarlo. Luego revisarán el coche y la ropa. Le he pedido a Becca que vaya a Wal-Mart a comprarte unas cuantas cosas para salir del paso hasta que terminen.

El corazón de Tess se llenó de gratitud.

– Qué amable por su parte, pero ¿quién es Becca?

– Mi madre -respondió Reagan. La estaba observando mientras pensaba la respuesta. Tenía la mandíbula tensa y la mirada de sus ojos se había endurecido, con cierta desaprobación-. Le encanta ayudar, así que haga ver que está contenta con lo que le traiga.

Tess lo miró con el entrecejo fruncido.

– ¿Y por qué no iba a estarlo?

Kristen se apartó de la mesa de un salto.

– Será mejor que te traiga la sopa, Tess -dijo rápidamente-. ¿La quieres en un bol o en un tazón?

– Creo que en un bol -respondió ella sin apartar la mirada del rostro de Reagan, con los nervios a flor de piel-. Dígame, detective, ¿por qué tendría que fingir que aprecio el amable gesto de su madre?

Reagan no se pensó la respuesta dos veces.

– No dudo que lo aprecie, solo que resulta evidente que sus gustos se decantan por ropa más cara que la que venden en Wal-Mart, doctora. Eso es todo.

Ella abrió mucho los ojos.

– O sea que me considera una esnob.

Él no respondió, se limitó a permanecer sentado, mirándola fijamente con sus azules ojos. Ella aferró el delantero de la bata y se volvió hacia Kristen, que se encontraba frente a los fogones sirviendo sopa en un bol.

– Cree que soy una esnob.

Por algún motivo, después de todo el pánico y el trajín del día, ese hecho le dolió. La avergonzó notar el repentino escozor de las lágrimas que asomaban a sus ojos y bajó la mirada al bol que Kristen acababa de depositar frente a ella.

La mano de Kristen en su espalda resultaba tranquilizadora.

– Es sopa de sobre, pero es más que lo que me parece que has comido en todo el día, o sea, nada, así que cómetela. -Entonces Kristen la sorprendió al extender el brazo hasta el otro lado de la mesa y propinarle a Reagan un manotazo en la cabeza-. Y no es ninguna esnob, ¿te queda claro?

Él se frotó la coronilla.

– Mierda, Kristen, me has hecho daño.

– Esa era mi intención. Me voy a casa. Abe tiene guardia esta noche y Rachel se ha quedado a cuidar de Kara. Es hora de que la niña se vaya a dormir, además mañana Rachel tiene que ir a la escuela. Tómate la sopa, Tess, luego ve a ponerte los pantalones de chándal que he dejado encima de la cama de Aidan. En una media hora Becca te traerá unos cuantos tejanos. -Se detuvo frente a la puerta y se volvió con cara de preocupación-. Aidan, ¿le pasa algo a Rachel?

A través de las pestañas, Tess vio que Reagan se estremecía, aunque el movimiento resultó casi imperceptible.

– Que yo sepa no, ¿por qué?-preguntó.

Kristen se encogió de hombros.

– Parece preocupada. No me ha contado nada, pero creo que tiene algún problema.

– Hablaré con ella -dijo él en tono tenso, y se levantó para cerrar la puerta. Sin embargo, no se volvió cuando Kristen hubo salido. El silencio de la cocina intensificó su estado de ánimo. Estaba enfadado. No había vuelto a mostrarse así desde la primera noche, en el escenario del… suicidio.

Tess bajó los ojos a la sopa. «Cuando aún me creía una asesina.» Al menos, había cambiado de opinión. Ahora solo la consideraba una esnob y una arrogante.

Lo que pensara de ella debería traerla sin cuidado, pero no era así. Se sentía demasiado cansada para disimular. Se encorvó sobre la sopa. Le temblaba la mano, y en ese momento cayó en la cuenta de que llevaba sin comer más de un día entero. La última vez había sido en el Blue Lemon de Robin. La verdad era que estaba empezando a aborrecer la sopa.

El sonido del fuerte suspiro de Reagan hizo que alzara los ojos. La estaba mirando fijamente, por debajo de la barbilla. Poco a poco, ella levantó la cabeza y se olvidó de la sopa. El centelleo de sus ojos no se debía únicamente al enfado. En ellos se captaba también deseo, auténtico y puro deseo. El pulso martilleaba los oídos de Tess mientras él permanecía allí plantado, con un músculo de la mandíbula temblándole. De repente, se volvió de espaldas y al hablar lo hizo sin apenas voz y con la respiración fatigosa.

– Voy al garaje. Cuando termine de comer y de vestirse, iremos a su consulta y nos encontraremos con Jack. Quiere registrarlo todo, incluida la cámara de seguridad. Ven aquí, Dolly.

Tess se quedó perpleja al verlo desaparecer por otra puerta con el perro obedientemente pegado a sus talones. El pulso que martilleaba en su cabeza se suavizó, y cuando bajó la mirada un súbito rubor hizo arder sus mejillas. Al inclinarse sobre el bol, la bata se había abierto más de lo que cualquiera consideraría decente. Por si no había bastante con que la considerara una esnob, ahora pensaría que era una putilla barata. Le había visto las tetas más que nadie después de Phillip. Menudo cabrón.

Más que nadie, a excepción de quien hubiera estado espiándola en su propia casa, que se las habría visto del todo y además llevaba meses haciéndolo. Otro cabrón.

Pero no era momento de pensar en eso. Kristen tenía razón, necesitaba comer y lo hizo con aplicación.

«Cámaras.» Se estremeció. «En mi propia casa.» El imaginarse a sí misma en páginas pornográficas de internet hizo que estuviera a punto de vomitar la sopa que acababa de comerse.

Con todo, aún era peor tener cámaras en la consulta, y micrófonos en las chaquetas. La intimidad de todos sus pacientes había sido violada sin escrúpulos, habían utilizado la información confidencial en contra de ella.

Apartó el bol. Cuanto antes supiera cuál era el alcance de todo aquello, mucho mejor, pensó, y se dispuso a ir en busca de los pantalones de Kristen con la esperanza de que fueran más grandes que la bata.


Martes, 14 de marzo, 18.55 horas.

Dolly, que estaba sentada a su lado, se levantó y gruñó bajito. Medio segundo después Tess apareció en la puerta.

– ¿Puedo pasar?

Aidan levantó de golpe la vista de la motocicleta y se sintió aliviado al ver que iba vestida normal. Las prendas eran de Kristen y seguían quedándole bastante pequeñas pero por suerte cubrían las principales partes de su cuerpo. No tenía claro que pudiera resistir volver a verle los pechos, aunque eran tan bellos como se los había imaginado: tersos, redondos y firmes. Había tenido que echar mano de toda su fuerza de voluntad para apartar la vista, para evitar meter las manos por debajo de la bata y comprobar qué se sentía exactamente al tocarlos.

Completamente excitado e irritado, dejó la llave inglesa que había estado utilizando para extraer un tornillo oxidado del chasis de la moto.

– Claro. Está en su casa, pero mire dónde pone las manos. Está todo muy sucio.

Ella examinó la moto desde tres metros de distancia.

– ¿Un nuevo proyecto?

Él dirigió una mirada complacida al vehículo. Cualquier cosa antes que mirarla a ella.

– Tal vez. Depende de lo que encuentre cuando me meta. -Enseguida lamentó el desacierto con que había elegido las palabras. Y había para lamentarlo, porque por mucho que la deseara sabía que nunca sería suya.

Antes ella se había quedado helada al descubrir que no pensaba llevarla a ningún hotel, pero no discutió. Se limitó a entrar en su casa sin pronunciar palabra y dirigirse al baño, con arrogancia. Aidan tenía que admitir que aquello le había molestado. Pensaba que ella agradecería no encontrarse en una impersonal habitación de hotel, pero se había equivocado. Y encima, al verla vestida con la bata de Kristen había sentido una fuerte atracción, por lo que tuvo que recordarse a sí mismo que ella vivía en Michigan Avenue y él compraba en Wal-Mart. Suponía que se enfadaría un poco, pero no pensaba que se ofendiera. No pretendía ofenderla.

Tess estaba de espaldas, escrutando las fotografías del Camaro que Aidan había tomado en distintos momentos del proceso de reparación.

– Así que es un manitas. -Volvió la cabeza para mirarlo-. Arregla coches, motos. -Se volvió del todo y señaló con la cabeza la motocicleta-. Mi hermano también tiene una de esas. Corren mucho.

Aidan recordó lo que le había explicado Carter, que Tess no se hablaba con su familia.

– ¿Qué hermano? ¿Dino, Tino, Gino o Vito?

Ella esbozó una sonrisa forzada.

– Vito. Es la oveja negra de la familia. Tenía a mi madre preocupadísima, siempre zumbando por la ciudad sobre dos ruedas como alma que lleva el diablo.

– Mi madre también estaría preocupada si lo supiera.

– Ya. Ocultándole cositas a mamá, ¿eh? Debería darle vergüenza, detective.

Aidan arqueó una ceja.

– ¿Piensa chivarse?

– No, sé guardar secretos. -La sonrisa se desvaneció-. Qué pena que a partir de mañana nadie se lo crea.

Él no supo qué responder, así que no dijo nada. Tomó un trapo y se limpió las manos grasientas.

– ¿Qué le ha hecho pensar que iba a ofender a su madre?

Aidan suspiró.

– No quería decir eso. No lo he hecho expresamente. Mire, usted lleva otro ritmo de vida y compra la ropa en tiendas exclusivas. Si hasta tiene un Mercedes, por el amor de Dios. -«Mientras que yo reparo la capota del Camaro con cinta de sellado»-. Su piso cuesta cinco veces lo que esta casa. -Extendió mucho los brazos-. Mi madre no sabe nada de moda ni de tiendas caras, pero tiene muy buen corazón y no quiero que hieran sus sentimientos.

– ¿Por quién habla, detective, por su madre o por usted?

Él lanzó el trapo al cubo de la ropa sucia, molesto porque había dado en el clavo.

– No pensará psicoanalizarme por eso, ¿verdad? -Ella puso mala cara ante el tono que Aidan no pretendía que sonara tan sarcástico-. Lo siento. El comentario sobra. ¿Está lista para salir?

– Pensaba que teníamos que esperar a que su madre me trajera la ropa.

Él arqueó las cejas.

– Bien, puede esperar en la cocina. Yo tengo que hacer unas cuantas cosas por aquí.

– Enseguida me iré. -Cruzó el garaje sorteando las piezas que él había quitado de la moto y se detuvo justo cuando solo esta los separaba. Se encontraba lo bastante cerca para poder tocarla, lo bastante cerca para notar el dulce aroma de su piel más que el olor a grasa de los motores. Lo bastante cerca para advertir que el pulso le latía con fuerza en el hueco de la garganta-. Pero antes me gustaría dejar claras unas cuantas cosas, detective. No soy ninguna esnob, y tampoco tengo por costumbre ofender a las personas que tratan de ayudarme. De niña, me moría por la ropa de Wal-Mart. Mi madre tenía dos empleos para poder vestir con ropas de segunda mano a cinco niños. Si estrenaba algo era porque yo misma me lo hacía. Sé muy bien el valor que tiene el dinero. -Se interrumpió, tenía la mandíbula tensa-. El Mercedes lo he heredado, y el piso también. Me gusta conducir mi coche y vivir donde vivo. Tengo un buen trabajo y me gano bien la vida. -Apretó los dientes-. Bueno, me la ganaba.

– Tess…

– No he terminado. No pienso disculparme ante usted ni ante nadie por llevar la vida que llevo, pero de ninguna manera permitiré que utilice mis cosas para hacerme pasar por lo que no soy.

Él sintió la necesidad de defenderse.

– Usted no quería venir aquí.

Ella alzó los ojos con gesto de exasperación.

– Pues claro que no. Estaba hecha una porquería, con el pelo lleno de sangre y sesos. Tal vez usted vea cosas así a diario, detective, pero yo no. No he podido darme una ducha en mi casa porque un puto asesino se dedica a vigilarme de noche y de día. Ni siquiera he podido decirle que prefería ir a un hotel porque tengo miedo de que el muy cabrón también me haya puesto un micrófono en el coche. Solo quería ir a un sitio donde pudiera asearme sin tener que ponerle a nadie el baño patas arriba. -Dejó escapar el suspiro que había estado conteniendo. El arrepentimiento le calmó los nervios-. Siento haber sido tan desagradable antes. Usted me ha ofrecido su casa y yo he sido muy grosera.

Teniendo en cuenta todo lo que le había ocurrido ese día, su conducta era totalmente comprensible, y además él se había portado como un imbécil.

– Lo siento. Me he vuelto a equivocar con usted. Pensaba que… -Se encogió de hombros, incómodo-. Pensaba que me consideraba un muerto de hambre.

– Pues ya ve que no -dijo ella con sobriedad-. Yo nunca haría una cosa así.

La furia, la confusión y la ofensa se desvanecieron, y el silencio que siguió se llenó de gratitud.

– Gracias.

– Por cierto, me gusta mucho su baño. -Los labios de ella se curvaron hacia arriba-. La cenefa de patitos es muy mona.

Él notó que le ardían las mejillas.

– Ya estaba puesta cuando compré la casa. A veces cuido a mis sobrinitos, y como a ellos les gusta la dejé.

– Qué bonito. -La sonrisa se desvaneció-. Lo digo de verdad, aunque hace unos días no pensaba lo mismo.

Él hinchió el pecho.

– No le di muchos motivos para que pensara otra cosa.

– Cumplía con su deber. -Alzó la barbilla-. Y lo comprendo.

Estaba siendo sincera con él, dejaba las cosas claras. El no podía por menos que hacer lo mismo.

– Hay algo más que eso. Hace unos días estaba empeñado en detestarla. -Ella dio un respingo y retrocedió un paso, pero él se estiró por encima de la moto y la asió por el brazo para que se quedara donde estaba-. Aún no he terminado. -La fue soltando hasta que su mano le rodeó sin fuerza la muñeca-. Creía que no le preocupaba nada ni nadie. Pero era incapaz de mirarla sin desearla, y eso aún me parecía más detestable.

Aidan observó que la marcada cicatriz de su cuello se movía al tragar saliva.

– Ya. ¿Ha terminado? -Su tono sonó autoritario. En otro momento Aidan habría tachado su actitud de desdeñosa y altanera.

Sin embargo, notó en su muñeca que el pulso se le aceleraba y eso lo animó a continuar.

– No del todo. Era más fácil no desearla cuando le echaba la culpa de que Green hubiera quedado en libertad. Luego descubrí que había ayudado a meter en la cárcel a unos cuantos criminales, algunos incluso peores que él.

– Solo hago mi trabajo, detective.

– También era más fácil no desearla cuando pensaba que podría ser la asesina. Resultaba más práctico pensar que era fría y cruel. Pero ayer, cuando llegó a casa del señor Winslow, dejé de pensar así.

– Siento no poder ayudarlo más -dijo ella en tono formal.

Aidan sonrió y se llevó su muñeca a los labios ante la mirada de asombro de ella.

– El corazón le late muy deprisa -musitó.

Tess abrió la boca, pero de ella no salió ni una palabra. Entonces él, alentado, le besó la mano justo en el punto donde notaba su pulso acelerado y luego la colocó abierta sobre su pecho. Al principio ella quiso retirarla, pero enseguida se dejó llevar y extendió los dedos sobre el corazón de él.

Una sonrisilla pícara asomó a los labios de Tess.

– El suyo también late deprisa.

– Ya lo sé. Últimamente me pasa mucho. -Sonrió con tristeza-. Y no siempre por motivos tan agradables.

– Siento no poder ayudarlo más -repitió, esta vez con un hilo de voz.

«Eso ya lo veremos.»

– Mi última esperanza era creer que podía odiarla por ser de buena familia.

– ¿Y qué hubiera tenido eso de malo?

Él la miró directamente a los ojos.

– Las chicas de buena familia tienen gustos caros. Les gustan los restaurantes selectos y las joyas.

Los ojos de ella se entrecerraron casi imperceptiblemente, como siempre.

– ¿Y qué?

Él apretó la mandíbula.

– Yo no puedo permitirme… -Se interrumpió al ver que ella le lanzaba una peligrosa mirada de advertencia y que con los dedos tensos aferraba su camisa.

– Ten cuidado, Aidan. Seguro que no quieres volver a decir algo que no piensas. -Tiró de su camisa y lo hizo agacharse hasta que sus rostros estuvieron a la misma altura. Con la mano que tenía libre, se asió a la moto y se inclinó hacia delante-. No soy una cualquiera a quien los hombres mantienen. Yo me mantengo sola. Si me apetece ir a cenar a un restaurante caro, voy y punto. Si en vez de eso me da la gana de quedarme en casa y cocinar, ceno tan bien o mejor. Y si se me antoja una joya, me la compro. ¿Está todo claro?

Por un momento Aidan no pudo más que mirarla, fascinado. Entonces entrelazó los dedos con su pelo húmedo e hizo lo que tanto ansiaba hacer: apretar los labios de ella contra los suyos. Ella recorrió más de la mitad de la distancia que los separaba; soltó la camisa y lo tomó por la nuca para atraerlo hacia sí. Y sus labios, ardientes y anhelantes además de todo lo que Aidan había imaginado de ellos, se abrieron sin vacilación bajo los de él. Cuando él quiso penetrar más en su boca, ella emitió un sonido gutural que denotaba placer y disgusto al mismo tiempo. Se inclinó hacia delante y la motocicleta se tambaleó haciendo que Dolly saliera corriendo.

Tess se echó hacia atrás y colocó ambas manos sobre el manillar para estabilizarla. Su agitada respiración hacía subir y bajar sus senos. Tenía los labios húmedos y sus pezones aparecían claramente erectos bajo la ceñida sudadera. Alzó la barbilla con gesto retador, como si lo desafiara a parar, y Aidan tuvo que hacer esfuerzos por tragar saliva. Rodeó la motocicleta con los ojos clavados en los de ella. No dijo nada. Se limitó a abrazarla y colocar la boca a su misma altura, y rezó por que fuera capaz de retomar lo que había dejado en suspenso.

Dio gracias al cielo cuando los brazos de ella rodearon su cuello y sus labios volvieron a abrirse ante él. La pasión se dejó sentir de nuevo, vehemente. Salvaje. Él extendió las manos sobre la espalda de ella y empezó a moverlas arriba y abajo mientras ella se pegaba más a él hasta aplastar el busto contra su pecho. Con un agradable gemido, ella se puso de puntillas y empezó a torturarlo con el contoneo de sus caderas, todavía demasiado bajas para satisfacer a ninguno de los dos. A Aidan el cuerpo estaba a punto de estallarle y sentía las manos demasiado vacías.

Se retiró lo necesario para que ambos pudieran respirar. Ella, pegada a la mejilla de él, emitía pequeños jadeos, y con cada uno su pasión crecía más, se encendía más.

– Quiero tocarte -murmuró él contra su boca-. Déjame tocarte.

Ella echó la cabeza hacia atrás mostrando la parte delantera de su cuello, y él aprovechó la oportunidad para cubrirle la piel de ardientes besos de su boca entreabierta.

– ¿Dónde?

Él se quedó helado.

– ¿Qué has dicho?

– Te he preguntado dónde -su murmullo fue muy quedo-. ¿Dónde quieres tocarme?

Él encajó el rostro entre el cuello y el hombro de ella y se estremeció.

– Por Dios, Tess.

Ella quitó los brazos de su cuello y le rodeó el rostro con las manos.

– Lo pregunto en serio. -A Aidan le sorprendió la falta de confianza en sí misma que observó en sus ojos-. Dime dónde. Por favor -pronunció la súplica con un grave susurro y Aidan recordó lo que Murphy le había dicho. Tenía novio y la dejó. La engañó. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía un hombre siquiera plantearse una cosa así?

Pero Aidan sabía que más importante que resolver sus dudas era hacer desaparecer la expresión de vulnerabilidad de sus ojos. La manera en que se comportara durante los minutos siguientes serviría para reforzar la confianza en sí misma o para acabar de hundirla en un día que ya había resultado absolutamente infernal. ¿Que dónde quería tocarla? Madre de Dios. Más bien tendría que preguntarle dónde no quería tocarla.

– En todas partes -salió del paso-. Donde tú me dejes. -Deslizó las manos por su espalda y las apretó contra su trasero-. Aquí. -Ella cerró los ojos y puso las manos sobre sus hombros mientras él masajeaba con los dedos sus carnes prietas por encima de la delgada tela de los pantalones. A pesar de la actitud pasiva, el cuerpo de ella revelaba una sutil tensión y su rostro traslucía deseo mientras él la acariciaba una y otra vez. Levantó una mano hasta uno de sus senos y la cerró alrededor, sopesándolo-. Aquí. -Pasó el pulgar por encima de su duro pezón y al hacerlo ella irguió la espalda. A él le ocurrió lo mismo. Y como no confiaba en poder dejarlo ahí, alzó las manos hasta rodearle con ellas las mejillas y le dio un beso en la frente-. Eres muy guapa, Tess.

Ella abrió los ojos, tenía la mirada ensombrecida por el deseo insatisfecho.

– ¿Por qué paras?

Él contuvo un gemido.

– Porque has tenido un día horrible y no pienso aprovecharme de ti. No me mires así -le pidió cuando la duda apareció de nuevo en sus ojos. Entonces aferró su trasero, la alzó a la vez que la atraía hacia sí y se estremeció al frotar el cuerpo de ella contra la punta de su erección una vez, y otra, y otra más antes de separarse y bajarla al suelo-. Créeme -dijo con tristeza-, parar es lo último que me apetece en estos momentos. Pero no quiero presionarte, dadas las circunstancias.

Ella se lo quedó mirando, sus ojos traslucían a la vez excitación y recelo y su rostro se sonrojó.

– ¿Qué circunstancias?

Él volvió a suspirar.

– Soy el primero desde… él, ¿verdad?

– Así que ya lo sabes. -Su mirada se endureció-. Lo del cabrón de Phillip.

– Phillip fue un imbécil, Tess. Me da igual qué motivos tuviera para hacer lo que hizo. -Le pasó los dedos por la mejilla con suavidad-. Aunque tengo que decir que me alegro de que se haya quitado de en medio. Para ciertas cosas, tres son multitud. -Le estampó un beso en los labios en el preciso momento en que Dolly empezaba a gruñir.

Aidan se puso alerta al instante. Escondió a Tess tras de sí y se agachó para extraer su pistola de reserva de la funda del tobillo. La puerta de la cocina se entreabrió y una familiar cabeza de pelo castaño se asomó por la rendija. Aidan bajó la mano con que empuñaba la pistola al instante.

– Joder, mamá.

Ella lo miró con mala cara.

– No digas palabrotas, Aidan. Y aparta eso.

Él bajó la cabeza.

– Lo siento -dijo. Percibió la risita disimulada de Tess tras de sí y cayó en la cuenta de que solo la había oído reírse dos veces. Llevaba muchos malos momentos en pocos días. Se alegraba de hacerla reír, aunque fuera a su costa.

Su madre sonrió de oreja a oreja.

– Tú debes de ser la amiga de Kristen. Te he traído ropa. Kristen ha mirado lo que tenías y me ha dicho las tallas. Espero que todo te vaya bien.

Tess se situó al lado de Aidan con una sonrisa en los labios.

– Gracias por tomarse tantas molestias, señora Reagan. Es muy amable. -Se dirigió hacia la madre de Reagan con cuidado de no tropezar con las piezas de la motocicleta-. Aidan me estaba enseñando la casa.

– Seguro que estaba presumiendo de moto nueva -comentó en tono áspero, y Tess se encogió de hombros.

– No te olvides de que yo no he dicho nada de nada, Reagan. -Le abrió la puerta a la mujer y con gesto irónico se volvió a mirar la pistola que él aún sostenía en la mano, tapándole la entrepierna-. Parece que estemos en Navidad, señora Reagan.

– Se romperá la crisma con ese trasto -advirtió la madre de Aidan cuando Tess la acompañó a la cocina.

Aidan se quedó mirando la puerta. Luego se echó a reír mientras andaba de un lado a otro del garaje, cojeando. Casi le da algo al agacharse para extraer la pistola con una erección de narices, pero el hecho de oír reír a Tess había hecho la sensación más soportable. Más sereno, se dispuso a entrar en casa para telefonear a Jack Unger. Tenían que encontrarse con la policía científica en la consulta de Tess. Cuanto antes pararan los pies al asesino, antes podría Tess retomar su vida. «Y de algún modo, eso también me afecta a mí.»

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