Miércoles, 15 de marzo, 7.20 horas.
No resultaba difícil reconocer a Vito Ciccotelli, pensó Aidan al distinguir enseguida al hombre entre la multitud que llenaba el vestíbulo del Holiday Inn. Debía de ser el tipo alto con el pelo moreno y ondulado y la mirada intimidatoria. No hacía falta percatarse de la funda de pistola del hombro, todo en él dejaba ver claramente que era policía. Y en cuanto sus penetrantes ojos negros divisaron a Tess Ciccotelli, todo en él dejó ver claramente que era su hermano mayor y que estaba preocupadísimo.
Ella dio un paso en dirección a él, y entonces ambos echaron a correr. Vito la estrechó en sus brazos y no la soltó, como si su persona tuviera un gran valor y hubiera estado a punto de perderla. A Aidan le costó tragar saliva. Las dos cosas eran ciertas.
Tess le había explicado a Aidan durante el trayecto que en los últimos diez meses solo había visto a su hermano Vito las dos veces que este había acudido a su lado. La primera vez había ido a verla al hospital después de lo del «estrangulador de la cadena», que era tal como ella solía referirse a la agresión. Aidan se preguntaba si se daba cuenta de que se llevaba la mano al cuello cada vez que hablaba de aquel episodio con tanta tranquilidad como si le hubiera ocurrido a otro. La segunda vez había tenido lugar seis semanas después, cuando ella le había dado pasaporte a don Cabrón y su hermano le había roto la nariz de un puñetazo.
Ahora Vito la miraba con el entrecejo fruncido.
– Sigues estando demasiado flaca. ¿Has vuelto a enfermar? ¿Por qué no estabas en casa? -Miró por encima de su hombro a Aidan como si quisiera interrogarlo con sus ojos negros de expresión fría. Debía de ser cosa de familia-. ¿Este es el policía?
Tess se volvió hacia Aidan y sus labios se curvaron hacia arriba.
– No, no estoy enferma; no he vuelto a estarlo. Lo de la casa es una larga historia. Y sí, este es el policía. -Se dio la vuelta de modo que Vito pudiera rodearle los hombros con el brazo-. Vito, te presento a Aidan Reagan. Aidan -suspiró-, este es mi hermano Vito.
Vito le estrechó la mano, con fuerza pero sin hacerle daño.
– ¿Te acuestas con ella? -le espetó.
– ¡Vito! -exclamó Tess sobresaltada.
– De momento, no -respondió Aidan, y Vito apretó la mandíbula. Durante unos instantes nadie dijo nada. Luego Vito prosiguió con mala cara.
– ¿Por qué no estaba en su casa?
Aidan miró alrededor.
– Aquí no podemos hablar. -Consultó su reloj. Spinnelli había convocado una reunión a las ocho en punto-. Tengo diez minutos. ¿Podemos subir a tu habitación?
– Sí. -Vito ya se había puesto en marcha y guiaba a Tess hacia la escalera-. Son solo dos pisos, tío, estás de suerte.
Los hizo entrar en la habitación y se apostó en la puerta con los brazos cruzados al estilo de un guardia de seguridad.
– Habla.
Con rapidez y concisión Aidan lo puso al corriente de todo cuanto creía que podía contarle mientras Tess, sentada en la cama, lo escuchaba con cara de exasperación. Cuando hubo terminado, ella agitó la mano con ironía.
– Estoy aquí, ¿os acordáis?
Vito le lanzó una mirada de lo más desagradable.
– Sí, y no se te ocurra moverte.
Se volvió de nuevo hacia Aidan.
– ¿Quién te parece que puede ser?
Aidan sacudió la cabeza.
– No puedo decírtelo.
La irritación de Vito resultaba obvia.
– ¿Porque no lo sabes?
«Porque puede que sea un policía.»
– Tengo que marcharme. -Miró a Tess de reojo y luego volvió a centrarse en Vito-. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte, Vito?
Él vaciló.
– Tengo unos cuantos días libres.
– Muy bien. -Aidan miró de nuevo a Tess-. Clayborn sigue libre.
Eso la dejó tiesa.
– Pensaba que Spinnelli iba a enviar a alguien a buscarlo.
– Aún no lo han encontrado. ¿Te quedarás con ella?
– Sí -respondió él con seriedad-. Oye, Tess, ¿cómo te las apañas para meterte en semejantes líos?
Ella se puso en pie de repente y golpeó a Vito en el hombro con tal fuerza que este hizo una mueca de dolor.
– Yo no me he metido en ningún lío, gilipollas.
Aidan aún estaba atónito de lo rápido y lo fuerte que le había golpeado, sin un ápice de victimismo.
– No sabía que tuvieras esos golpes escondidos, doctora.
Ella le lanzó una mirada asesina.
– Pues ahora ya lo sabes, que no se te olvide. Vete, llegas tarde. Llámame cuando pueda volver a la consulta. Tengo que entrar en la cámara acorazada y empezar a ordenar los historiales. -Arqueó una ceja con gesto irónico-. Patrick los necesitará como pruebas.
– ¿Quién es Patrick? -quiso saber Vito.
– El fiscal del estado. -Aidan tomó a Tess de la mano-. Quiero hablar contigo. -La llevó al pasillo y le cerró la puerta en las narices a Vito-. Estoy empezando a compadecer a Rachel.
Ella sonrió.
– Tiene suerte de contar con un hermano que la quiere. -Acercó la cabeza para darle un beso fugaz-. No hagas esperar a Spinnelli, es muy impaciente.
Él deslizó la mano por debajo de su pelo y le dio el beso que realmente le apetecía. Al levantar la cabeza le alegró oír que ella daba un suspiro hondo y trémulo.
– Yo también. -La besó de nuevo, con ímpetu, con gesto posesivo-. Siento lo de esta mañana, no quería ofenderte.
– Lo sé. -Y lo sabía. Aidan lo captaba en su mirada, y su acelerado corazón se tranquilizó. Empezó a retroceder, pero se arrepintió. Antes de que pudiera volver a tomar aire tenía a Tess entre sus brazos; le rodeaba el cuello y lo besaba igual que había hecho por la mañana en la cocina de su casa, y él se preguntó cómo era posible que le hubiera parecido fría; lo estaba poniendo a cien. Estremeciéndose enterró el rostro en su cuello.
– Ten cuidado -musitó con vehemencia-. Llámame si me necesitas.
– Lo haré, te lo prometo.
Él la besó en la sien.
– Ven a cenar a casa esta noche.
– ¿Y qué hago con Vito?
– Tráetelo. Mientras no se quede toda la noche…
Ella sintió un escalofrío.
– ¿Y yo?
Él le pellizcó suavemente el labio.
– Decídelo tú. No puedo entretenerme más. Adiós.
Tess se llevó el dorso de la mano a los labios. «Caray.» Hasta entonces nadie la había besado así. Nadie. Ni siquiera el cabrón de Phillip. Nadie en absoluto. Se dirigió con paso vacilante hacia la puerta y esta se abrió antes de que pudiera llamar.
– Estabas observándonos por la mirilla -le echó en cara a Vito, y él sonrió con gesto burlón.
– Siempre lo hago, mocosa. Si no, ¿cómo iba a saber a qué imbécil tengo que hincharle la cara por pasarse de la raya con mi hermana? -Al volver a entrar en la habitación, se puso serio-. Mamá quiere venir a verte.
El buen humor de Tess se desvaneció.
– Pues que venga.
– Quiere que se lo pidas tú.
– Ya lo he hecho. -Lo había hecho muchas veces en los últimos cinco años-. No te metas en medio, Vito.
– Estoy en medio, Tess.
– Pues eres el único -masculló ella. Vito era el único que la apoyaba y se atrevía a desafiar a su padre-. ¿Cómo están todos? -No hacía falta especificar más, «todos» eran su familia.
– Dino va a tener otro bebé. Es otro niño.
– Pobre Molly. -Sería el quinto hijo varón de su hermano mayor y su cuñada. Dos de los sobrinos no la habían visto nunca y los otros tres no serían capaces de reconocerla si la encontraban por la calle.
– Gino tiene entre manos un importante proyecto de un edificio nuevo. Tino se ha echado novia.
Aquello le llegó al corazón.
– ¿Es buena persona?
– Sí. -El tragó saliva-. Sí que lo es. Tess, quiero que vuelvas a casa.
«A casa.» La idea la hizo sentir añoranza.
– ¿Por qué?
– Porque te echo de menos. Todos te echamos de menos. -Se sentó en la cama y cerró los ojos-. Papá está enfermo.
La idea atenazó la garganta de Tess.
– ¿Muy enfermo?
– Ha sufrido un ataque al corazón.
Ella hizo un gesto de desdén.
– Ha tenido más de uno.
– Este ha sido muy grave. Va a vender el negocio.
Tess se volvió hacia la ventana.
– ¿Él también quiere que regrese?
Vito guardó silencio, lo cual fue lo bastante elocuente. Lo miró de nuevo cuando hubo recobrado la compostura.
– Tengo que ir a ver a Flo Ernst durante la mañana. Tengo un mensaje de Harrison para ella. ¿Me acompañas?
Vito se puso en pie.
– Claro. Oye, Tess, ese policía…
– ¿Aidan? Es buena persona, Vito. Muy buena persona. Quiere mucho a su madre.
Él sonrió.
– Estupendo. Así no tendré que liquidarlo.
Ella le devolvió la sonrisa.
– Estoy muy contenta de tenerte aquí.
Miércoles, 15 de marzo, 8.03 horas.
Aidan hizo una mueca al abrir la puerta de la sala de reuniones y ver que cuatro pares de ojos se clavaban en él.
– Lo siento -masculló, y se sentó entre Jack y Murphy-. ¿Qué me he perdido?
– Nada -dijo Spinnelli en tono seco-. Pero Rick está que trina, así que vamos a dejarlo que hable el primero.
– Tengo una pista de una de las cámaras. -Rick sonrió de oreja a oreja-. De la más antigua.
Era la cámara del cuarto de baño de Tess, la que no había podido quitarse de la cabeza en toda la mañana. Incluso mientras la besaba y la acariciaba, una parte de su mente se preguntaba con repugnancia quién la habría visto desnuda.
– ¿Cómo es eso?
– He recordado que en ese modelo para que la cámara funcione hay que accionar un interruptor, y he comprobado si había huellas. -Rick levantó la funda de la cámara-. En la parte inferior hay parte de una.
Murphy le indicó con un gesto que se espabilara.
– A este paso nos haremos viejos, Rick.
– La hemos comparado con el AFIS y coincide con unas cuantas -explicó Jack-. A Rick le sonaba uno de los nombres de la lista.
– Un pervertido que se dedicaba a instalar cámaras en el vestuario de las chicas de un instituto -dijo Rick-. Lo avisaron para que hiciera la instalación eléctrica del edificio y se montó una línea particular. Utilizó el mismo modelo de cámara.
– David Bacon -aclaró Spinnelli, y colocó la fotografía de la detención en medio de la mesa-. Cumplió tres años de los cinco a que lo condenaron por el caso. Acabaron acusándolo de pornografía infantil porque las chicas eran menores. Salió de la cárcel hace ocho meses.
– Cuando se dictó sentencia lloró como un niño -dijo Rick con desdén-. Menudo cagado.
Aidan se quedó mirando la fotografía y la descripción de Bacon, y se esforzó por que en su mente imperara la razón.
– ¿Lloró? No me cuadra.
Se sacó del bolsillo el papel escrito a mano por Tess.
– Tess elaboró anoche un perfil psicológico.
Spinnelli aguzó la vista.
– ¿Y cuándo te lo ha dado?
Aidan mantuvo el semblante impasible.
– La he visto esta mañana, antes de venir.
Spinnelli asintió, era obvio que no se había quedado convencido.
– Ya. ¿En qué hotel se aloja?
– En el Holiday Inn del centro.
– Ya. ¿Y qué dice el perfil, Aidan?
Parecía ser que Spinnelli no pensaba hacer más comentarios al respecto. Aidan se relajó un poco.
– Dice que durante sus años de ejercicio profesional no había visto nunca una combinación de rasgos semejante, que es muy rara; sobre todo lo es encontrar a alguien tan centrado y eficiente. Por la cantidad de víctimas, es probable que se trate de un hombre. Y por la paciencia y capacidad de planificación que demuestra, es probable que no sea muy joven. Es un voyeur antisocial, con estudios superiores y gusto por el teatro. Puede que sea actor, o que vaya a ver obras a menudo. Es posible incluso que compre abonos de temporada. Tiene conocimientos sobre las voces y la impostación, y también sobre la tecnología de vigilancia. Conoce los fármacos, sobre todo los psicotrópicos, y sabe utilizarlos para manipular a quien los tome. Sabe algo de psicología… eligió a tres de los pacientes más vulnerables y diseñó para cada uno una forma de tortura específica. O sabe reconocer esas capacidades en otras personas y se asegura de que las pongan en práctica.
Aidan depositó el papel sobre la mesa de modo que Murphy pudiera verlo y prosiguió.
– Le gusta ver que los demás sufren. Es probable que tenga un historial previo de delitos menores, aunque seguramente no llegaron a detenerlo, es demasiado listo. Pero todo se andará. No le gusta ensuciarse las manos pero lo hará si es necesario. Funciona por objetivos y se concentra mucho en ellos. Es posible que tenga un negocio propio. Está acostumbrado a delegar y se le da bien. En todo caso, no tiene un trabajo precario. -Frunció el entrecejo-. Es el tipo de persona capaz de matar a su madre sin que eso le quite ni un minuto de sueño si le sirve para cumplir su objetivo.
– Es muy completo -opinó Spinnelli-. Debe de haberle llevado bastante tiempo.
Aidan se la imaginó sentada sola, en su casa, con la pistola a mano y el perro a sus pies, atenazada por la preocupación hasta que se había quedado profundamente dormida de puro agotamiento.
– Se ha pasado la noche en blanco, y no es extraño después de un día como el de ayer.
– David Bacon se dedica a hacer instalaciones por cable -dijo Murphy-. Y también sabe cómo instalar conexiones inalámbricas. Eso quiere decir que es listo.
– Pero trabaja solo -observó Rick-. Quería mirar a las chicas y sabía que sería el único que lo haría. Ese es uno de los motivos por los que solo le cayeron cinco años. No se encontraron pruebas de que tuviera cómplices o distribuyera los vídeos.
– A lo mejor Bacon es solo una de las personas en quienes el asesino delega el trabajo -apuntó Jack-. De todos modos, no lo sabremos hasta que demos con él.
– Lo encontraremos -dijo Aidan tranquilo.
– Bueno, yo también tengo algo que explicar -dijo Spinnelli-. Los de Asuntos Internos han estado presionando a la empleada de Archivos y ha reconocido que Blaine Connell fue a consultar los casos de Adams y de Winslow.
Aidan cerró los ojos.
– No puede ser. -No eran amigos, pero Connell siempre le había parecido un tipo decente.
– Los de Asuntos Internos lo detendrán hoy mismo. Cuando ellos terminen, intervendremos nosotros.
– Si nos dejan algo más que migajas -masculló Jack-. Mierda.
Aidan rompió el silencio.
– ¿Qué hay de Wallace Clayborn? ¿Lo tenemos ya?
Spinnelli negó con la cabeza.
– Ayer por la noche envié a un par de agentes a buscarlo pero no lo encontraron. Esta mañana se están encargando Abe y Mia. ¿Está sola Tess?
El hecho de que el hermano de Aidan y su compañera se estuvieran encargando del caso lo tranquilizaba. No dejarían piedra por mover hasta encontrar a Clayborn.
– No. Su hermano llegó de Filadelfia anoche. Parece que la relación de Tess con la muerte de Seward es un notición en todo el país y su familia estaba preocupada.
– Anoche lo vi en la ESPN -comentó Rick-. Tú también aparecías, Aidan.
– No os vayáis por las ramas -dijo Spinnelli con sequedad-. ¿Qué cabos nos quedan sueltos?
Jack consultó su cuaderno.
– Todavía estoy esperando noticias sobre los números de serie de las pistolas que encontrasteis en casa de Adams. Si a la hora de comer no sé nada, volveré a llamar.
– Tenemos los recibos que encontramos en casa de Nicole Rivera -dijo Murphy-. Cuando hayamos dado con Bacon podemos ir a la juguetería a ver si alguien la recuerda.
– Y tenemos que descubrir quién estuvo en los pisos de todas las víctimas. -Aidan miró a Spinnelli-. ¿Puedes pedir que alguien revise las cintas de las cámaras de seguridad?
– Sí. Vosotros concentraos en localizar a David Bacon. Yo me encargo de Connell y de los de Asuntos Internos. Os llamaré a todos cuando sepamos algo. Conozco a Connell y podría creerlo capaz de entregar bajo mano algún que otro historial, pero no de disparar a Nicole Rivera a sangre fría. De todos modos, no sería la primera vez que me equivoco. Marchaos y tenedme al corriente. Ah, ¿Aidan?
Aidan se volvió desde la puerta.
– ¿Sí?
– Dile a Tess que necesitamos que organice sus archivos. Patrick ha telefoneado esta mañana. Ha reclamado los historiales clínicos como pruebas y quiere que ella los revise con nosotros. Mientras no cacemos a ese tipo, por lo menos podemos evitar su siguiente jugada. Dile que voy a enviar a un hombre a su consulta para comprobar que todo se hace según lo dispuesto. Luego se llevará la documentación y su lápiz de memoria. Patrick utilizará los archivos electrónicos mientras ponen en orden los papeles.
– ¿Tienes miedo de que Tess no te entregue los historiales?
– No, sé que hará lo que tenga que hacer. Pero tenemos que poder documentar cómo se van a custodiar los informes. No quiero dejar resquicios legales para que algún abogado defensor se aproveche, Aidan. Entre tú y yo, si envío a un agente es en realidad para que la proteja. Clayborn podría estar vigilando la consulta y esperarla.
La mera idea de que algo así pudiera suceder atenazó el estómago de Aidan.
– Se lo diré. Gracias, Marc.
Abe lo estaba esperando frente a su mesa de trabajo.
– Tengo que hablar contigo. -Acercó la cabeza-. Papá ha hecho la denuncia.
A Aidan el estómago se le encogió aún más.
– ¿Va a ir Rachel al colegio hoy?
– Hemos pensado que si no va llamará más la atención.
– Es probable. -Dio un resoplido-. Santo Dios, Abe. Una parte de mí desearía que se hubiera marchado sola de aquel sitio y no hubiera ido a ver cómo estaba su amiga.
Abe le dio un apretoncito en el hombro.
– Ya lo sé. Ella ha dicho lo mismo. Pero también ha dicho que, de haberlo hecho, no sería capaz de volver a mirarse a sí misma a la cara.
Aidan se llenó de orgullo y a la vez sintió náuseas.
– Es una buena chica, Abe. -Tragó saliva-. Si alguno de esos hijos de puta le hace algo malo…
– Ya lo sé -dijo Abe con gravedad-. Mia y yo nos vamos, tenemos que buscar a Clayborn. Trata de no preocuparte.
Aidan se frotó la frente. En ese momento sonó el teléfono de Murphy.
– Murphy debe de estar fumando fuera. Me estoy planteando empezar a fumar yo también. Tengo la impresión de que me están atacando desde todos los ángulos.
– Sé cómo te sientes.
Aidan sabía que Abe lo comprendía. No hacía demasiado tiempo que Kristen había sido blanco de un asesino movido por la ira.
– Encontrad a Clayborn, ¿de acuerdo?
– Es lo que tratamos de hacer. Te llamaré cuando lo tengamos. -El teléfono de Aidan empezó a sonar y Abe arqueó una ceja-. Alguien os quiere mal. Hasta luego.
Aidan se arrellanó en la silla y contestó al teléfono.
– Reagan.
Buscó en su Rolodex la tarjeta de la junta de libertad condicional. Allí tendrían la última dirección conocida de Bacon.
– Detective Reagan, me llamo Stacy Kersey. -La voz era casi un susurro-. Soy la ayudante de Lynne Pope, de Chicago On The Town.
– No tengo nada que decir -respondió Aidan, lacónico, y se dispuso a colgar.
– ¡Espere, joder! -le espetó, y luego su voz volvió a suavizarse-. Escuche.
– Todavía no hemos terminado con la cinta. -Querían utilizar como prueba la última imitación que Rivera había hecho de la voz de Tess.
– No se trata de la cinta -dijo entre dientes-. Lynne Pope acaba de verse con un tipo que asegura que tiene un CD con imágenes porno de la psiquiatra.
Aidan se puso en pie de un salto, tenía el pulso alterado.
– ¿Qué? ¿Pueden retenerlo ahí?
– Un rato sí, pero está empezando a impacientarse. Se supone que yo he ido a buscar cincuenta mil dólares para pagarle en efectivo por la grabación. No aguantará mucho tiempo.
– ¿Cómo es?
– Metro setenta, pelo entrecano. Unos cincuenta años, desaliñado.
«Bacon.»
– Estaré ahí en quince minutos. Enviaré un coche patrulla para que lo espere en la puerta por si se marcha antes de que yo llegue. Gracias.
Fue corriendo al despacho de Spinnelli.
– Tenemos una pista que confirma nuestras sospechas sobre Bacon.
Spinnelli levantó la cabeza y lo miró con los ojos entrecerrados.
– A ver si es verdad que esta vez hay suerte. Ve. Ya me encargo yo de llamar a Tess y decirle que empiece a ordenar el archivo.
Aidan encontró a Murphy en la puerta de la comisaría, dando la última calada.
– Vamos.
Miércoles, 15 de marzo, 8.55 horas.
– ¡Hostia puta! -Murphy se puso a renegar a voz en grito.
Aidan cerró los ojos y se esforzó por controlar sus propios nervios. Llegaban cinco minutos tarde. David Bacon se había marchado y se había llevado el CD.
– Lo siento. -Lynne Pope estaba desolada-. He intentado retenerlo, debería haber llamado al 911. -Sacudió la cabeza-. Lo siento mucho.
Murphy esbozó una sonrisa forzada.
– Ha hecho lo que ha podido. Se lo agradecemos.
– ¿Le ha dicho algo antes de marcharse? ¿Algo que nos permita saber dónde encontrarlo?
– No. Se ha puesto muy nervioso, parecía que tuviera un radar. Ha empezado a sudar y de repente se ha levantado y ha dicho que ya se pondría en contacto con nosotros. He avisado a seguridad, pero ha salido corriendo.
– ¿Cómo se puso en contacto con ustedes por primera vez, señorita Pope? -preguntó Aidan, tratando de no pensar en que el cabrón asqueroso se había llevado el CD de Tess.
– Llamó a la centralita anoche, después de la emisión. Dijo que tenía más información sobre las prácticas poco éticas de la doctora Ciccotelli. Le he hecho venir esta mañana y me ha enseñado el CD. Como ahora Ciccotelli es famosa, me ha dicho que quería cincuenta mil dólares.
– Podría habérselo comprado -apuntó Aidan, escrutando la expresión de enfado de la mujer-. ¿Por qué no lo ha hecho?
– He oído a algunos policías decir que no creen en las coincidencias -dijo con firmeza-. Pues yo tampoco. Y no me gusta que me hagan pasar por una fanática de la cámara. Ayer vi una gran turbación en la mirada de Ciccotelli, detective. Sea lo que sea lo que está ocurriendo, la están utilizando. Yo no quiero que me utilicen.
Aidan le tendió una tarjeta.
– Le doy las gracias de su parte. Llámeme si ese hombre vuelve por aquí.
Una vez hubieron salido del despacho de Pope, Murphy se dirigió corriendo al ascensor.
– Las oficinas de la junta de libertad condicional acaban de abrir. Vamos a ver dónde vive el mirón de marras. -Pulsó el botón con más fuerza de la necesaria-. Luego pediré una orden de registro. Las cosas tienen que empezar a arreglarse de alguna manera.
Miércoles, 15 de marzo, 9.45 horas.
– Menudo caos.
Tess miró a Vito, que desde la puerta de la cámara de seguridad contemplaba el desorden. Junto a él se apostaba un agente uniformado que Spinnelli había enviado para supervisar su trabajo, pero Aidan le había explicado la verdadera razón de la presencia del agente Nolan y eso la hizo sentir mucho más segura. Para atacarla, Clayborn tendría que vencer tanto a Vito como a Nolan. Y aunque consiguiera llegar hasta ella, Tess guardaba la pistola en el bolso que la madre de Aidan le había llevado la noche anterior.
– Gracias, Vito. No me había dado cuenta.
– Pórtate bien conmigo, mocosa. He pedido días de vacaciones para venir a verte. -Hablaba en tono ligero, pero tenía el semblante tenso y sus ojos se posaron en el papel aún manchado de sangre que cubría el suelo.
El dolor hizo que a Tess se le alterara el pulso. Era sangre de Harrison. Se puso unos guantes de goma y recogió los documentos estropeados.
– Me parece que han quedado inservibles, agente Nolan. Los guardaré en una bolsa y puede llevárselos para utilizarlos como prueba.
Nolan asintió con sequedad.
– Será suficiente, doctora.
No le caía bien, y Tess lo sabía. Había pasado tantas horas con Aidan, Jack, Murphy y Spinnelli que casi se le había olvidado que el resto del cuerpo de policía la detestaba profundamente. Vito y ella trabajaron sin parar durante casi una hora antes de que la voz de Amy interrumpiera su tarea. Había llegado el momento de tomarse un respiro.
– ¿Tess? -A Amy se le iluminó el rostro-. ¡Vito! Santo Dios, cuánto me alegro de verte.
Él le sonrió.
– Tienes buen aspecto, Amy.
– ¿Desde cuándo estás en la ciudad?
– Llegué ayer por la noche. Estaba preocupado por Tess.
Amy dirigió una mirada feroz a su amiga.
– Todos lo estábamos. A alguien, y no quiero decir a quién, se le olvidó llamar para avisarnos de que estaba bien.
– Ya dije que lo sentía -masculló Tess-. ¿Has venido a fustigarme, o qué?
– He venido a ver si estabas bien. -La expresión de Amy se suavizó-. Dime, ¿cómo estás?
– No estoy en mi mejor momento. -La visita a Flo Ernst no había ido muy bien. Como la mujer estaba fuera de sí, un médico la había sedado, por lo que uno de los hijos había recomendado en tono glacial a Tess que esperara a después del funeral, que tendría lugar el sábado siguiente. Tess quiso respetar su dolor y por eso hizo caso omiso de la ofensa y se marchó sin decir nada más-. Aunque supongo que he pasado por situaciones peores. -Amy lo sabía mejor que nadie, pues durante esos momentos también había estado a su lado.
– Ya lo sé, cariño -le dijo amablemente-. Y superarás esto igual que has superado todo lo demás. -Miró alrededor-. ¿Dónde está Denise?
– En la consulta de Harrison. -Tess miró la puerta cerrada pero en su cabeza veía los muebles destrozados y la sangre en un canto del escritorio-. Está limpiando. Yo no he podido.
Amy le pasó una mano por el pelo.
– No te preocupes, no puedes ser siempre una superwoman.
– ¿Doctora Ciccotelli? -Un joven que llevaba una chaqueta con el emblema de una empresa de mensajería asomó la cabeza por la puerta-. Le traigo un paquete. -Entró con el casco de ciclista debajo de un brazo y un sobre de cartón en la otra mano-. Tiene que firmar aquí.
Con el entrecejo fruncido, Tess hizo lo que le decía, pero Vito se le adelantó y tomó el paquete.
– Deja que compruebe qué es -dijo, y se guardó el albarán en el bolsillo. Palpó el sobre-. Es un CD. ¿Lo esperabas?
Tess examinó la etiqueta.
– ¿De Smith Enterprises? No. De todos modos, muchas empresas me envían continuamente ejemplares de libros o CD para que los revise. ¿Lo abro?
– Ya lo abro yo. Hazte a un lado. -Vito se situó en el extremo más alejado del vestíbulo, abrió el sobre y extrajo una hoja de papel y un CD. Se quedó pálido-. Llama a Reagan. Llámalo ahora mismo.
– ¿Qué es? -Tess se acercó, y torció el gesto cuando él dio la vuelta a la hoja y la escondió-. Mierda, Vito, déjame ver qué es.
Le arrebató el papel. No sabía qué podía esperar, pero lo que de ningún modo esperaba era lo que vio.
Se quedó petrificada al ver… su foto. A todo color. Completamente desnuda. Una frase bajo la fotografía rezaba «Ingrese cien mil dólares en la cuenta indicada o el vídeo adjunto será vendido a la prensa para que lo difundan. Tiene hasta la medianoche de hoy.» Mecánicamente, le tendió de nuevo la hoja a Vito y, poco a poco, se dio media vuelta y salió a la escalera, donde se arrodilló y se puso a vomitar.
Miércoles, 15 de marzo, 11.15 horas.
Aidan salió del ascensor antes de que las puertas se abrieran del todo y echó a correr por el pasillo hasta la puerta donde aguardaba un policía de uniforme.
– ¿Dónde está? -le preguntó.
El agente Nolan señaló un extremo del mostrador de recepción.
– Allí. Lo ha traído un mensajero y le ha hecho firmar el albarán.
– Gracias por comunicarnos el nombre de la empresa de mensajería -dijo Murphy-. Así hemos podido enviar un coche patrulla a buscar al chico al lugar de la siguiente entrega.
El mensajero los estaba esperando en la comisaría, aunque ni Aidan ni Murphy esperaban de él más de lo que habían obtenido de la propia empresa. El paquete había sido entregado con un giro postal esa misma mañana. La descripción facilitada por el empleado de correos se correspondía más o menos con la de Bacon, pero bien podía ser la de casi la mitad de la población masculina de mediana edad de Chicago.
– El mensajero tenía pinta de estudiante -dijo Nolan-. No creo que supiera lo que llevaba, si no se lo habría quedado él. -Se volvió a mirar atrás, intranquilo-. Ha colaborado todo lo que ha podido en ordenar los documentos. No me lo esperaba.
Murphy miró dentro de la consulta.
– ¿Quién ha estado aquí esta mañana?
– Su hermano, la recepcionista y su amiga la abogada. Al ver el CD, se ha quedado completamente pálida y conmocionada; su hermano quería llamar al 911 pero ella no se lo ha permitido. La abogada ha llamado a un amigo médico, y él iba a darle un tranquilizante, pero ella no ha querido tomárselo. Un empleado de mantenimiento ha venido a limpiar la alfombra. Eso es todo.
Aidan hizo un breve gesto de asentimiento.
– Gracias.
Vito se encontraba dentro de la consulta, de pie junto al extremo más alejado del mostrador de recepción. Tenía los brazos cruzados con fuerza y le temblaba un músculo de la mejilla. Miraba hacia el despacho de Tess, donde ella permanecía sentada en un sofá hecho jirones, traumatizada. Con expresión igualmente horrorizada, Amy Miller y Jon Carter estaban sentados uno a cada lado de ella. Una joven se paseaba por delante de la puerta abierta del despacho de Ernst, claramente inquieta. Debía de ser Denise Masterson, pensó Aidan al recordar la investigación que había llevado a cabo sobre el trabajo de Tess y sus empleados.
– No sabes las ganas que me entran de cargármelo -masculló Vito sin apartar los ojos de Tess.
Aidan suspiró en silencio.
– Sí, sí que lo sé.
Vito miró alrededor, una tremenda furia ardía en sus oscuros ojos.
– ¿Sabías lo del CD?
– Hasta esta mañana no. Y tampoco sabía que le había enviado una copia.
Vito cerró los ojos.
– Una copia. Pues entonces debe de haber más.
Murphy se aclaró la garganta.
– ¿Cuánto falta para tener recogida toda la documentación?
Vito abrió los ojos y pestañeó como si acabara de reparar en la presencia de Murphy.
– Este es mi compañero, Todd Murphy -dijo Aidan en voz baja.
– Acabamos de empezar. Pedidle al teniente que envíe a alguien para terminar el trabajo. -Vito torció la mandíbula con gesto agresivo-. Voy a llevarla a casa.
– No puede entrar en el piso -saltó Murphy sin un ápice de beligerancia en la voz.
Vito apretó los dientes.
– No me refiero a ese mausoleo de Michigan Avenue. Me la llevo a su verdadera casa. Tomaremos el próximo vuelo hacia Filadelfia.
– No. -Tess se levantó del sofá y se quedó quieta, como si quisiera comprobar que era capaz de mantenerse en pie. Tanto Amy Miller como Jon Carter se levantaron justo después, dispuestos a aguantarla si las piernas le fallaban. Tess apartó con delicadeza las manos de Amy-. Estoy bien, Amy. -Atravesó el despacho y se situó junto a Vito mientras Amy y Jon la escoltaban-. No pienso ir a ninguna parte, Vito. -Tenía el rostro pálido pero su mirada denotaba lucidez. Alzó la barbilla y miró a Aidan a los ojos, y él se llenó de orgullo-. No ha sido el mismo tipo.
Aidan lo sabía, pero quería oír por qué lo creía ella.
– ¿Cómo lo sabes?
– A este le falta la sangre fría, la minuciosidad de las otras agresiones. Esto parece… mero oportunismo. Más bien da la impresión de que uno de sus esbirros haya querido actuar por su cuenta y se haya largado. -Se encogió de hombros-. Las otras agresiones tenían como objetivo aterrar a la víctima, subyugarla. Se trataba de minar la salud de personas vulnerables hasta que se derrumbaran, aunque el verdadero objetivo era ponerme a mí en una situación violenta. Pero eso solo puede ocurrir si yo lo permito, y no pienso hacerlo.
– Daremos con él, Tess -aseguró Aidan.
– Claro. Es el único vínculo que tenemos con el asesino de cuatro personas. Yo solo soy un eslabón de la cadena. Debéis centraros en ellos, Aidan. Yo estoy bien; al principio no lo estaba pero ahora sí. Ve a hacer tu trabajo. -Su discurso se tambaleó un poco cuando él tomó el paquete de encima de la mesa de Denise-. ¿Tienes que llevártelo?
– Es una prueba, cariño. Pero te prometo que no lo verá nadie si no es estrictamente necesario. -Aidan miró a Vito-. ¿Vuelves a Filadelfia?
– ¿Tenéis ya al cabrón que ha hecho esto? -Vito, todavía furioso, señaló con un amplio movimiento de la mano la caótica oficina.
Clayborn aún andaba suelto.
– No, todavía no.
– Entonces me quedo.
– Pues cena con nosotros esta noche. Así podremos hablar más. Te llamaré luego, Tess.
Estaba tan absorto en sus pensamientos que no reparó en que Murphy llevaba mucho rato sin pronunciar ni una palabra. Hasta que se hubo sentado en el asiento del acompañante de su coche no dijo nada.
– ¿Qué ocurre?
– Nada. -Pero a Murphy le temblaban los labios.
– ¿Qué ocurre?
Murphy lo miró antes de incorporarse al tráfico.
– La has llamado «cariño».
Aidan alzó la vista exasperado. Había metido la pata.
– ¿Y qué?
– Te hace comiditas.
«Claro.» Los recuerdos de lo sucedido por la mañana inundaron de nuevo la mente de Aidan, que se removió en el asiento.
– Limítate a conducir, ¿quieres? -Miró su cuaderno-. La madre de Bacon vive cerca de Cicero. -Ya habían probado con la dirección que Bacon había dejado al agente de la junta de libertad condicional, un hombre desgastado por el trabajo que no se había tomado la molestia de comprobar que el «piso» era en realidad una tienda de animales domésticos de un centro comercial.
– ¿Qué pasa si no lo encontramos a tiempo? -preguntó Murphy; toda frivolidad había desaparecido de su voz-. Si se nos escapa una sola copia de ese CD, no podremos garantizarle a Tess que no vaya a difundirse, sea hoy mismo o dentro de diez años. Tendrá que aprender a vivir con eso. ¿Tú podrías?
Aidan no tenía claro si podría soportarlo y eso le preocupaba.
– Solo vamos a cenar juntos, Murphy.
Murphy abrió la boca para continuar con la conversación, pero en vez de eso se encogió de hombros.
– Muy bien.
Miércoles, 15 de marzo, 11.55 horas.
David Bacon era un hombre inocente acosado por la policía.
Tenía que ser cierto. La madre de Bacon así lo aseguraba desde el otro lado de la mosquitera de la puerta. Era una mujer de unos setenta años y carácter avinagrado; su descuidado pelo negro mostraba una gran franja blanca junto a la raya y llevaba los finos labios pintados de un rojo estridente. A través de la tela metálica, Aidan notó el fuerte olor a gato y naftalina.
– Nosotros no hemos venido a acosarlo -le garantizó Murphy-. ¿Podemos pasar?
– No está en casa -le espetó la mujer con el cuerpo en tensión-. Y no, no pueden pasar.
– Acabamos de pasar por la dirección que le dio al agente de la junta de libertad condicional, señora Bacon -dijo Aidan en tono tranquilo mientras examinaba lo que se veía del salón de la casa a través de la malla-. Es una tienda de animales de un centro comercial. Solo por eso, podría perder la libertad condicional.
La mujer palideció y en sus mejillas destacaron sendos círculos de colorete.
– No pueden volver a encerrarlo. Eso lo mataría.
«Ni hablar; ese gustazo me lo daré yo.» Con la ayuda de Vito Ciccotelli.
– ¿Dónde está, señora Bacon? ¿Vive aquí con usted?
– No, se lo juro. Se trasladó. -Y eso había herido sus sentimientos. Aidan lo percibió-. Dijo que necesitaba su espacio. No sé dónde está. Por favor, váyanse.
Aidan y Murphy intercambiaron una mirada y este último asintió.
– Me temo que tendrá que acompañarnos, señora Bacon -dijo.
La mujer se quedó boquiabierta.
– ¿Me están arrestando?
– No, señora. -Murphy trataba de parecer amable-. Solo queremos que venga con nosotros para responder a unas cuantas preguntas, ya que su hijo no puede hacerlo.
Y así ella no podría llamarlo y advertirle de que la policía andaba tras él.
Sus finos y rojos labios temblaron.
– No puedo hacer eso. -Sin firmeza alguna, señaló hacia atrás con la mano-. ¿Quién cuidará de mis gatos?
– No estará fuera mucho tiempo, señora. Puede dejarles un poco de agua y comida si quiere, pero mientras tendremos que acompañarla.
Juntos atravesaron la cocina y salieron al lavadero, donde la mujer se dispuso a llenar cuatro pequeños cuencos de comida para gatos. Allí olía peor, la enorme caja con arena rebosaba.
«Voy a desmayarme», pensó Aidan. Contuvo la respiración y recorrió con la mirada el pequeño cubículo. Reparó en el cesto de la ropa que había encima de la secadora, donde se veían unos cuantos polos de manga corta cuidadosamente doblados. Eran de hombre y en el pecho llevaban cosido el logotipo de WIRES-N-WIDGETS, una cadena de tiendas con una amplia selección de aparatos electrónicos. Aidan se aclaró suavemente la garganta. Murphy siguió su mirada y sus labios se curvaron.
– Vamos a por su abrigo, señora -dijo Murphy-. Fuera hace mucho frío.
Miércoles, 15 de marzo, 12.15 horas.
– ¿Más café? -preguntó el camarero desde la barra.
El local era una pequeña cafetería selecta decorada al estilo art nouveau de los años cuarenta que traía a la mente escenas de los clásicos del cine. Se encontraba cerca de la Escuela de Arte, atraía a una ecléctica mezcla de empresarios e intelectuales y en él siempre bullían las conversaciones. Nadie prestaba atención a una persona sola pendiente de su taza de café en una fría tarde.
Solía ser un buen lugar para sentarse y reflexionar. Ese día era un buen lugar para dar rienda suelta a la melancolía.
– Solo media taza, gracias. -Algo había ido mal. Un cabo sin atar se había enredado y ponía en peligro todo el plan. La cámara del baño de Ciccotelli. ¿Quién se lo habría imaginado? «Yo tendría que habérmelo imaginado, tendría que haber revisado el trabajo. Tendría que haberlo matado.» Pero eso implicaba deshacerse del cadáver y podrían quedar más cabos sueltos. Sabía que el hecho de contar con Bacon implicaba cierto riesgo, pero a veces el riesgo era mayor del que uno creía.
Ahora corrían por ahí películas cuyo contenido… escapaba a todo control. «¿Cuánto tiempo pasará antes de que intente chantajearme?» Había que cortar el cabo suelto. Y cuanto antes.
El café le supo un poco amargo, aunque no más que el hecho de saber que Ciccotelli había vuelto a salir ilesa. La policía formaba un muro de protección a su alrededor. Había pasado la noche con Reagan. Menuda putilla. «No me provoques, Aidan. Me has hecho recordar qué significa sentirse deseada.» Era suficiente para hacer babear a un hombre.
Reagan se sentía atraído. Eso también habría que cortarlo de raíz. «Y yo sé muy bien cómo hacerlo.» Pero lo primero era lo primero. Tenía que ocuparse de Bacon. Le encantaría acabar con aquel asqueroso.
Pero aún le gustaría más ver la reacción de Ciccotelli ante su última pérdida.
Él también había sufrido, había llorado mucho pidiendo ayuda. Había llorado mucho por Ethel. Había rezado para obtener piedad, para obtener respuestas. «¿Por qué?» Qué pena daba. Su llanto aún había despertado más violencia en los Blade. La pandilla había hecho un buen trabajo. Las heridas demostraban que había sufrido numerosos golpes, pero no ofrecían ninguna pista. Algunos considerarían aquel acuerdo como un crimen. «Yo prefiero considerarlo un pacto justo que benefició a ambas partes.» De pronto el día se le antojaba menos sombrío. Ya bastaba de melancolía. Tenía mucho trabajo.
– La cuenta, por favor.