Viernes, 17 de marzo, 9.30 horas.
Una sonrisa iluminó el rostro de Kristen cuando Tess asomó la cabeza, por la puerta de su despacho.
– Pasa y siéntate.
– No te entretendré mucho. -Tess esbozó una sonrisa irónica-. Tú aún tienes una profesión que ejercer.
La alegría se desvaneció del rostro de la fiscal.
– Y tú también la tendrás cuando todo esto termine.
– O no. ¿Has visto esto? -Le mostró un ejemplar del Eye y observó cómo entrecerraba los ojos y se sonrojaba.
– Qué hijos de puta -dijo entre dientes-. ¿De dónde lo han sacado?
– De mi secretaria. -Tess miró al techo-. Me estoy cuestionando mi valía profesional. Esa mujer me odia y yo no me había dado cuenta.
– Sé cómo te sientes. Yo cenaba todas las noches con un asesino sin saberlo. A veces las personas solo te dejan ver lo que quieren que veas en ellas. Incluso siendo psiquiatra.
– Yo lo único que sé es que estoy hasta las narices de preocuparme, y por eso estoy aquí. La otra noche empecé a recuperar mi vida con la entrevista. -Y con lo que había pasado después. Solo de pensar en cómo había reaccionado Aidan en la cama el corazón se le aceleraba. En cambio, solo de pensar en cómo reaccionaría cuando viera la foto del Eye se ponía enferma-. Quiero presentar cargos contra mi secretaria y contra el periódico. Necesito que me recomiendes a un abogado.
– Me alegro por ti, Tess. Pero ¿por qué no se lo dices a Amy Miller? Hace mucho tiempo que sois amigas.
– Precisamente por eso. Cuando creí necesitarla para mi defensa penal tuvimos una gran discusión por no estar de acuerdo en si debía colaborar con la policía o no. Le hice daño, y ella me lo hizo a mí, y no quiero poner en riesgo nuestra amistad. Ah, y el abogado también tendrá que defenderme ante el tribunal civil. Mis antiguos pacientes quieren demandarme por dolor y sufrimiento.
Kristen puso mala cara.
– ¿Te ha pasado algo bueno últimamente?
– La respuesta es Aidan.
Ella esbozó una sonrisita.
– ¿A que soy discreta haciendo preguntas? ¿Y bien?
– Ya veremos. No sé qué dirá de esto. -Señaló el periódico.
– Es un buen hombre, Tess. Es más… voluble que Abe, pero en el fondo tienen unos principios muy sólidos. Por cierto, le causaste un gran impacto a Kyle Reagan. Anda diciéndole a todo el mundo que nunca había visto a una mujer defenderse tan bien en una pelea callejera.
Tess alzó los ojos en señal de exasperación.
– Fantástico. Menudo piropo.
– Tratándose de Kyle Reagan lo es. Denota respeto, y para los Reagan el respeto lo es todo.
– Espero que no tenga que volver a repetirse. Estoy cansada, llevo varias noches sin dormir.
La sonrisa de Kristen se tornó abierta.
– ¿De verdad?
Tess se sonrojó.
– Me voy a descansar un rato.
– Vuelve a casa de Aidan y duerme. Cuando te despiertes, las cosas te parecerán más fáciles.
Viernes, 17 de marzo, 10.15 horas.
– Esto no tiene muy buena pinta -dijo Murphy cuando Aidan detuvo el coche junto al edificio donde vivía Parks. Enfrente había estacionados tres coches patrulla y una ambulancia.
– Esta vez no veo tu optimismo por ninguna parte, compañero. Me parece que volvemos a llegar tarde.
– Me temo que tienes razón -convino Murphy con gravedad-. Siempre nos toca ser los segundones.
Les resultó muy fácil identificar la puerta del piso de Parks en la sexta planta: era aquella frente a la que se apostaban los agentes. Dentro encontraron a dos detectives de su unidad, Howard y Brooks, y a Johnson, el forense. Este último estaba arrodillado en el suelo y levantó la cabeza cuando ellos entraron.
– Tenía la impresión de que no tardaríais en dejaros caer por aquí.
Howard los miró con sorpresa.
– ¿De qué lo conocéis?
– Es el ex novio de Tess Ciccotelli -explicó Murphy-. Veníamos a interrogarlo. Mierda. Es la tercera vez que llegamos tarde.
– Se está convirtiendo en una costumbre -convino Aidan-. ¿Cómo y cuándo ha sido?
– Tres balas en la parte baja del abdomen, la cuarta en la cabeza -dijo Johnson-. Los disparos del abdomen parecen efectuados desde una distancia muy corta. El último fue directo a la cabeza, probablemente por seguridad. La hora; anoche a las doce cincuenta y seis.
– Y doce segundos -añadió Brooks con acritud.
– Llevaba un reloj de bolsillo -aclaró Howard-. Hacía años que no veía ninguno de ese tipo. Una de las balas lo alcanzó. Da la impresión de que acababa de entrar por la puerta. El empleado de seguridad está extrayendo las grabaciones mientras hablamos. ¿Queréis encargaros vosotros del caso?
Murphy infló las mejillas y exhaló un suspiro.
– Ahora mismo tenemos el cupo lleno.
Cuando llegó Jack parecía contrariado.
– Hoy pensaba tomarme el día libre, chicos.
Aidan miró a don Cabrón. Yacía tumbado sobre la espalda y la alfombra estaba empapada de su sangre.
– Detesto tener que decírselo a Tess. Parks era un cerdo, pero… -Entrecerró los ojos-. Murphy, ayer le pregunté a Carter acerca de Parks. Cinco horas después, lo mataron.
– ¿A Carter? -Murphy lo miró con escepticismo-. Es amigo de Tess.
– Sí, y tiene la llave de su piso, e instrumentos quirúrgicos.
– Los cortes de los brazos de Bacon. -Murphy frunció el entrecejo-. Y sabe de medicina. Muy bien, os relevamos en el caso, chicos. Mierda.
– ¿Detectives? -Un hombre de mediana edad asomó la cabeza por la puerta-. He sacado las grabaciones de anoche de las cámaras de seguridad. Aquí están la del vestíbulo y las del ascensor del primer piso y del sexto.
Aidan se detuvo en la puerta.
– ¿Vienes, Jack?
Jack estaba plantado en medio de la sala con el entrecejo fruncido.
– No. Voy a registrar la sala con sumo cuidado. El asesino tiene que haber dejado algo.
El encargado de seguridad los llevó a la sala de control.
– Esta es la grabación del ascensor de la sexta planta. Lo he rebobinado hasta diez minutos después de que dispararan a Parks. -Apretó un botón y Aidan contuvo la respiración.
– Mierda. -Una figura con un abrigo de color tabaco y una peluca morena entró en el ascensor; mantenía la cara cuidadosamente oculta-. No puede ser Tess.
– Claro que no -saltó Murphy-. Pero, solo por curiosidad, dime por qué.
– En primer lugar, tiene claustrofobia. Nunca toma el ascensor, habría bajado por la escalera. En segundo lugar, estaba conmigo. -Brooks y Howard intercambiaron una mirada-. Conmigo, con Lynne Pope y con el cámara -añadió en tono amenazador-. A la una de la madrugada estaba en plena entrevista.
– Es una buena coartada -convino Howard.
– Parece que alguien está aprovechando alguna oferta de abrigos y pelucas. Vamos a echar un vistazo a la grabación del vestíbulo.
El encargado de seguridad accionó unos cuantos botones más.
– El marco temporal es el mismo.
Murphy se acercó.
– ¿Puede congelar la imagen? Mira los zapatos, Aidan.
Aidan aguzó la vista.
– Son de cordones. Parecen de la misma talla que los que encontramos en el baño de Bacon.
– Los hombros también parecen bastante anchos -opinó Brooks-. Mirad cómo le tira el abrigo en la espalda. Podría ser un hombre vestido de mujer.
– Carter es demasiado alto -dijo Murphy, y entonces arqueó una ceja-. Pero Robin no. Archer mide más o menos… ¿Qué te parece, Aidan? ¿Un metro setenta?
A Aidan se le aceleró el pulso.
– Vamos.
Viernes, 17 de marzo, 10.30 horas.
Tess soltó el bolso en la mesa de la cocina de Aidan.
– Vito, no tienes por qué quedarte conmigo. Está Dolly, y Aidan me ha dejado su pistola.
Vito arrugó la frente.
– ¿De verdad crees que voy a marcharme? Piensa un poco, Tess.
– Pues tú mismo. Yo voy a dormir un poco antes de llevar a Rachel a su cita con el peluquero. ¿Qué harás mientras tanto?
– Buscaré un libro y me pondré a leer. Reagan tiene unos cuantos.
– Hizo una carrera, no sé cuál.
Las cejas de Vito se unieron unos milímetros.
– Psicología.
Tess se detuvo en el vano de la puerta y se volvió a mirarlo.
– ¿Qué?
– Estudió psicología. Pensaba que lo sabías.
Otro tipo de abatimiento se apoderó de ella. Tenían un punto en común y él había optado por ocultárselo.
– No, no lo sabía.
Vito suspiró.
– Supongo que el hecho de que tú seas doctora en medicina hace que se sienta… raro y por eso no te lo ha dicho. No se lo tengas en cuenta, Tess. Son cosas de hombres.
– ¿Y tú cómo sabes qué es lo que ha estudiado?
– Se lo pregunté anoche, antes de que recibiera la llamada. Nos lo contó a papá, a Amy y a mí mientras mamá y tú terminabais de preparar la cena. -Vito la miraba fijamente-. Se ha pasado años estudiando, tratando de encontrar su lugar. Me dio la impresión de que algo lo hizo decantarse por la psicología, aunque cursó al menos cuatro especialidades distintas. Deberías preguntárselo.
El suicidio de su amigo Jason era lo que había determinado su elección. Pero eso formaba parte de la intimidad de Aidan; lo había compartido solo con ella y por eso le guardó el secreto como oro en paño.
– Eso explica que tenga tantos libros.
Tess se sintió orgullosa de sus logros, pero a la vez estaba molesta por el hecho de que no se lo hubiera contado.
– Te gustaría que te lo hubiera explicado, ¿verdad? -observó Vito-. Ya te he dicho que es un hombre. Muchos no llevan bien que su chica ocupe una posición más alta en la cadena alimentaria.
«Su chica.» Eso le produjo una cálida sensación.
– ¿Crees que él podrá superarlo?
– El tiempo lo dirá. ¿Tú qué crees?
– Solo sé qué quiero creer. Quiero creer que puede superarlo, y que lo superará. -De forma inexplicable, sus ojos se llenaron de lágrimas-. Me parece que necesito dormir.
Vito la rodeó con sus brazos.
– Tess, a veces ocurren cosas que no podemos explicarnos. Y muchas veces de lo malo se sacan cosas buenas. Tal vez en tu caso lo bueno sea Reagan.
– No soporto que salga mi foto en el periódico -susurró-. No lo soporto, ni por él ni por mí.
– Ya lo sé. Pero lo superarás. Ahora vete a dormir. Cuando despiertes, todo te parecerá más fácil.
Viernes, 17 de marzo, 11.15 horas.
– Detectives.
Robin Archer abrió la puerta de la acogedora casa de tres plantas construida con piedra rojiza. La sorpresa de su rostro pronto se transformó en inquietud.
– ¿Qué ha ocurrido?
– Tenemos que hablar con usted y con el doctor Carter -dijo Aidan en tono neutro-. ¿Está en casa?
– Sí. -Frunciendo las cejas, Robin los hizo pasar-. Por aquí. Jon, los detectives están aquí.
Jon se encontraba en el solárium, con el mando de una videoconsola en la mano. Al ver sus caras palideció por completo.
– ¿Tess?
– Está bien. Está con Vito -explicó Aidan-. Doctor Carter, tengo que hacerle unas cuantas preguntas. ¿Nos acompañarían el señor Archer y usted a la comisaría?
Jon y Robin intercambiaron una mirada.
– ¿No podemos hablar aquí? -propuso Jon.
Aidan y Murphy habían decidido no presionarlos si se negaban. No conseguirían ninguna orden de arresto inmediata.
– Usted y yo podemos hablar aquí, señor Archer, y mi compañero puede ir… ¿Adónde?
– Venga conmigo -dijo Robin en tono tranquilo-. Hablaremos en la cocina.
– ¿De qué se trata, señor Reagan? -preguntó Jon con aspereza en cuanto se quedaron solos.
– ¿Dónde estuvo anoche, doctor Carter? Después de salir del tanatorio.
Jon se sentó.
– Fuimos a cenar, a Morton's.
Aidan arqueó una ceja.
– ¿No fueron al Blue Lemon?
– A veces a Robin le gusta probar otras comidas. Salimos del restaurante sobre las once y media. Supongo que esa era la siguiente pregunta.
– Sí. ¿Y luego?
– Fuimos al cine, a ver Los paraguas de Cherburgo. Es francesa, más bien lacrimosa.
– La he visto. Cuatro estrellas. ¿No le parece un poco tarde para ir al cine?
– Es una de las ventajas de vivir en la ciudad, detective. Robin suele cerrar la taberna hacia medianoche y yo tengo un horario irregular. Estoy seguro de que tanto en el restaurante como en el cine había alguien que podría confirmar que estuvimos allí.
A Aidan el corazón le dio un vuelco. Casi. Pero no le cabía duda de que alguien confirmaría su coartada.
– Lo comprobaremos.
Jon asintió.
– Ya he respondido a sus preguntas. ¿Puede decirme de qué va todo esto?
– Phillip Parks ha muerto.
La impresión hizo que abriera los ojos como platos.
– Santo Dios. ¿Cuándo?
– Hacia medianoche. Justo habíamos estado hablando de él unas horas antes. Tenía que interrogarlo.
– Lo comprendo. ¿Lo sabe Tess?
– Todavía no. Doctor Carter, no tiene por qué permitirnos hacerlo pero nos gustaría echar un vistazo a su armario. Y al del señor Archer.
– ¿Qué están buscando? -Negó con la cabeza-. No puede decírmelo; lo comprendo.
Treinta minutos después, Aidan y Murphy volvían a reunirse. Jon y Robin estaban sentados en el solárium y un agente se apostaba en la puerta.
– Nada -masculló Aidan-. En el armario de Carter no hay nada fuera de lo corriente.
– Archer lleva mocasines, no zapatos de cordones -lo informó Murphy-. Son una talla más grandes que el zapato que encontramos en el baño de Bacon.
– He llamado al cine. Aún no han abierto, pero en los bolsillos de los pantalones de Carter he encontrado las entradas. Vieron Los paraguas de Cherburgo.
Sonó su móvil.
– Reagan.
– Aidan, soy Lori. Hace unos minutos has recibido una llamada de África. Era un tal doctor Trueco, de Médicos Sin Fronteras. Dice que le has enviado un correo acerca de Jim Swanson.
Lo había hecho la noche anterior, tras llevar a Tess a casa después de la entrevista.
– ¿Qué te ha dicho?
– Que el doctor Swanson nunca estuvo en Chad. Trueco asegura que recibieron una carta del propio Swanson informándoles de que había cambiado de opinión y pensaba quedarse en Chicago.
– Ya. Gracias, Lori. -Colgó y se volvió hacia Murphy-. Swanson nunca fue a África.
– ¿Le has preguntado a Tess por él?
– No he tenido oportunidad. Vamos a ver si Carter sabe más de lo que me contó anoche.
Se reunieron con los dos hombres en el solárium y tomaron asiento.
– Sentimos tener que hacer esto.
– Lo entendemos -masculló Jon.
– No, no lo entendemos -protestó Robin-. ¿Por qué han venido? Nosotros no hemos vuelto a ver a Parks desde que él y Tess rompieron.
– Rebobinemos un poco, hasta ayer por la noche -dijo Murphy-. Doctor Carter, le dijo a mi compañero que un miembro de su grupo dejó la ciudad para unirse a Médicos Sin Fronteras.
– Jim. Jim Swanson. Se fue a Chad.
Aidan negó con la cabeza.
– No, no lo hizo.
Carter y Archer se miraron perplejos.
– Sí; sí que lo hizo -insistió Robin-. Recibimos una postal unas seis semanas después de que se marchara.
– Y yo acabo de recibir noticias del hospital para el que se supone que tenía que trabajar. Nunca llegó a hacerlo. Le envió una carta al director explicando que había cambiado de idea.
Robin salió de la estancia y regresó con una postal.
– Mi sobrina colecciona sellos, así que la guardé.
Aidan le dio la vuelta.
– Es una tarjeta de su hospital, doctor Carter.
– Se llevó unas cuantas. No estaba seguro de qué podría encontrar allí. Pero en el sello pone «Chad»; está en francés.
– Doctor Carter. -Aidan aguardó a que el hombre lo mirara a los ojos-. Le digo que Swanson nunca estuvo allí. Si sabe más cosas de él, es un buen momento para contarlas.
– Cuéntaselo, Jim -dijo Robin-. Tienen que saberlo.
Jon bajó la vista y luego volvió a levantarla con un suspiro.
– De verdad que yo creía que se había marchado del país. Jim sentía algo por Tess. Al parecer le gustaba desde siempre, pero ella estaba con Parks. Cuando lo dejó, Jim se puso eufórico. Yo me imaginé lo que ocurría, pero no creo que nadie más lo supiera. Esperó unos seis meses y luego pasó a la acción: se le declaró.
– ¿Y qué le dijo ella? -preguntó Aidan.
– Que lo veía como un amigo y nada más. Él se quedó destrozado, no podía seguir viviendo en Chicago. El siguiente domingo, durante la comida, nos anunció que había decidido marcharse a África. Todos nos quedamos atónitos, por supuesto. La idea parecía haber surgido de la nada. Pero yo me fijé en el rostro de Tess. Ella no estaba sorprendida; estaba horrorizada. Sin embargo, ninguno de los dos contó nada de nada.
– Y, entonces, ¿cómo lo sabe? -preguntó Murphy.
– La noche anterior a su partida se presentó en casa borracho. -Robin prosiguió el relato-. Se sinceró con nosotros; pobre chico.
– Traté de que se le pasara la borrachera -recordó Jon-; al día siguiente tenía que tomar un avión. Pero cuando terminó de hablar comprendí por qué tenía que marcharse. Estaba realmente enamorado, y ella no le correspondía en absoluto. No puedo imaginar cuánto debe de doler una cosa así.
Aidan tampoco podía imaginarlo. Tess Ciccotelli era una mujer que hacía que los hombres se volvieran a mirarla dos, tres y hasta cuatro veces. Sin embargo, una cosa era dejar volar la imaginación y otra muy distinta amarla de veras y no poder tenerla. Algo así despertaría en un hombre amargura. Y sed de venganza.
– ¿Y qué hizo?
– Lo acompañé a casa, lo ayudé a acostarse y programé la alarma del despertador. Más tarde lo llamé, solo para asegurarme de que la alarma lo había despertado. No respondió, y un mes más tarde todos los miembros del grupo recibimos una carta diciendo que se había adaptado a la nueva vida y que le iba bien. No volvimos a tener más noticias hasta recibir la postal, y desde entonces no hemos vuelto a saber nada más.
– ¿Tiene alguna foto de Swanson? -preguntó Murphy.
Jon se quedó pensando.
– Yo no, pero Tess sí. Está colgada en la pared del salón de su casa. Nos la hicimos en el Lemon, durante la última comida antes de que Jim se marchara.
Aidan asintió.
– Ya la he visto. Está junto al dibujo a pluma de la playa que hizo su hermano Tino. Pero todo el mundo está sentado. ¿Cuánto mide Swanson?
– Es más o menos de mi estatura -dijo Robin-. Un metro setenta, o setenta y dos.
«Sí.»
– ¿Y cuándo se marchó? ¿Recuerda el día exacto?
Jon miró a Robin con un interrogante en la cara.
– Unas semanas antes de Navidad. ¿El diez de diciembre?
– Fue el diez -confirmó Robin-. Justo había terminado de decorar el Lemon.
Aidan miró a Murphy y percibió el leve gesto de asentimiento de su compañero. Swanson había dejado la ciudad pocos días antes de que Lawe se pusiera en contacto con Blaine Connell por primera vez. Ambas cosas guardaban relación; lo presentía.
– Doctor Carter, ¿ha hablado con alguien de nuestra conversación de anoche?
– Robin y yo lo comentamos durante la cena, pero en el tanatorio no dije nada. Aunque usted no me lo pidió.
Aidan exhaló un suspiro.
– Alguien sabía que sospechábamos de Parks, porque está muerto.
Murphy se aclaró la garganta.
– ¿Pueden mostrarnos la ropa que llevaban anoche?
Jon empezó.
– No me diga que cree… Claro. Me han puesto un micrófono, como a Tess.
Cuando Jon regresó con la indumentaria, Aidan y Murphy lo estaban esperando en la puerta.
– ¿Tenía Swanson alguna llave del piso de Tess? -quiso saber Murphy.
– No lo creo. -Jon les entregó los abrigos y tomó el recibo que Aidan había preparado-. Escuchen, detectives, Jim estaba perdidamente enamorado pero no es tan retorcido. No me lo imagino haciendo todo esto.
– Bueno, alguien ha tenido que hacerlo -dijo Aidan con determinación-. Y por ahora Swanson es quien más encaja. Gracias por su ayuda, caballeros.
Viernes, 17 de marzo, 12.15 horas.
A Tess la despertó el teléfono móvil. Atontada, lo buscó a tientas y dio un manotazo para que Bella se espantara y se bajara de su trasero.
– Tess, soy Amy. Despiértate.
El tono de apremio hizo que se espabilara y se sentara de golpe.
– ¿Qué ocurre?
– Me ha llamado Vito. Han tenido que llevar a tu padre a urgencias, Tess. Yo voy de camino a tu casa para recogerte.
A Tess se le paralizó el corazón.
– ¿Qué ha pasado?
– Le ha dado un ataque al corazón, cariño. Está bastante grave. Tu madre ha llamado a Vito. Él no quería despertarte si no era necesario, pero es bastante peor de lo que creía.
– Dios mío, Dios mío. -Tess saltó de la cama, estaba desorientada-. Tengo que ponerme los zapatos; mierda, ¿dónde están los zapatos? ¿Dónde estás?
– Justo doblando la esquina de la calle de Aidan. Sal a la puerta y te acompañaré al hospital.
Tess voló; el corazón le palpitaba con fuerza. «Aguanta, papá.» El coche de Amy estaba frente a la entrada y Tess se subió a toda prisa.
– En marcha.
Amy conducía mientras Tess trataba de respirar con normalidad sin conseguirlo.
– No puedo respirar. Mierda. Tengo que llamar a Aidan. -Buscó a tientas su teléfono móvil; tenía los dedos agarrotados y sin tacto.
Amy se detuvo junto al bordillo.
– Tess, tienes que calmarte.
– ¿Por qué te detienes? Sigue conduciendo, joder.
– Dame tu teléfono. Yo marcaré el número. Relájate o te dará un ataque a ti también. -Extendió el brazo para alcanzar el móvil y tomó la mano de Tess-. Si sigues así, solo conseguirás que se altere. Cálmate; deja que te ayude. Mi quiromasajista siempre me presiona este punto.
Tess cerró los ojos y trató de respirar con normalidad; sabía que Amy tenía razón. Si se precipitaba al lado de su padre en aquellas condiciones, lo mataría. Amy le dio un masaje con los dedos en la nuca, ejerciendo mucha presión sobre los tendones que rodeaban la espina dorsal.
– Sienta muy bien -musitó Tess.
Entonces hizo una mueca de dolor al notar un pellizco justo donde el cuello se curvaba.
– ¡Ay! Eso me ha dolido.
– Es un punto de presión. Te hace dormir como un bebé -susurró Amy-. Duerme, Tess. Cuando te despiertes, todo se habrá arreglado. Ya lo verás.
A Tess empezaron a pesarle los ojos y se dejó caer en el asiento del coche. El vehículo empezó a moverse de nuevo mientras a ella la invadía una cálida oscuridad.
Viernes, 17 de marzo, 14.15 horas.
– He encontrado algo. -Aidan se puso en pie para mirar a Murphy por encima del pequeño montón de papeles que cubría sus mesas de trabajo. Los habían encontrado en las tres cajas de seguridad de Lawe. Durante una hora, Aidan los había estado clasificando mientras Murphy trataba de encontrar alguna pista sobre Jim Swanson.
Murphy rodeó las mesas y se situó al lado de Aidan.
– Parece su libro de contabilidad.
– Lo es. Aparecen las fechas y, en muchos casos, los clientes. Están los pagos recibidos por todos los trabajos anotados, pero los nombres parecen estar escritos en clave. Este tipo ganaba mucho dinero.
– Sí, pero una vez achicharrado ya me dirás de qué le sirve.
– Gracias por recordármelo. ¿Y tú has encontrado algo?
– De momento no. Si Jim Swanson está en el país, no utiliza tarjetas de crédito y este año no ha hecho la declaración de renta. Sus padres murieron cuando él estaba en la universidad y ningún miembro de su familia ha tenido noticias suyas en años. Al parecer era un tipo solitario.
– Bueno, yo seguiré investigando las cuentas y… -Sonó su teléfono-. Reagan.
– ¿Hola? -Era un susurro. Voz de mujer. Asustada-. ¿Está buscando a Dan Morris?
Aidan tapó el auricular.
– Es sobre el padre de Danny Morris. -Se aclaró la garganta-. Sí, señora. ¿Sabe dónde está?
– Está aquí, en mi casa. Si sabe que le estoy llamando… -De fondo se oyó un gran estrépito-. Oh, no. Tengo que dejarle. ¡No! ¡Por favor! -Las últimas dos palabras fueron gritos muy agudos y luego se cortó la línea. Aidan abrió el programa de detección de llamadas y tecleó el número en la casilla de identificación del emisor-. Es de South Side. -Miró la pila de papeles, y luego a Murphy, quien asintió.
– Vamos a por Morris para poder ponernos con esto cuanto antes.
Viernes, 17 de marzo, 14.45 horas.
El piso estaba vacío. No había ni un solo mueble; ni un alma.
– ¿Qué coño significa esto? -masculló Aidan.
– ¿Está seguro de la dirección, detective? -preguntó el jefe del cuerpo especial de intervención.
– Yo también la he comprobado -dijo Murphy-. La llamada estaba hecha desde este piso.
Un agente ataviado con un equipo de protección corporal salió del dormitorio.
– Hay un teléfono colgado en la pared. Nada más.
– Pues eso quiere decir que acaban de marcharse. -El jefe entró en el dormitorio con el entrecejo fruncido.
– Nos han engañado -dijo Aidan con gravedad-. Era una pista falsa.
– Entonces es que nos estamos acercando a la verdad -observó Murphy.
El móvil de Aidan sonó y su corazón dejó de latir al ver en la pantalla que era Rachel.
– Aidan. -Su voz sonaba débil y aflautada-. Ven a casa, por favor.
– Rachel, cariño, tranquilízate. ¿Qué ocurre?
– Tess tenía que pasar a recogerme para llevarme al peluquero pero no ha venido. La he llamado al móvil pero no me contesta. -El miedo que empezaba a apoderarse de él le atenazaba el estómago.
– Seguramente estará con Vito. -«Por favor, que esté con Vito»-. ¿Lo has llamado a él?
Murphy se acercó corriendo con semblante alarmado.
– ¿Tess?
– Vito está aquí, en tu casa. -La respiración de Rachel era irregular y, de pronto, la suya también-. Aidan, lo hemos encontrado al pie de la escalera del sótano. Está herido. Ahora mamá está con él. He llamado al 911 pero, por favor… -Su voz se quebró-. Por favor, ven a casa. Hemos buscado por todas partes y Tess no está.
Aidan salió corriendo y oyó que Murphy, a su lado, llamaba a Spinnelli.
– Estamos de camino a casa de Aidan -explicó Murphy-. Dile a Jack Unger que se reúna con nosotros allí.
Viernes, 17 de marzo, 15.00 horas.
Estaba oscuro como boca de lobo. «No veo nada.» Presa del pánico, Tess trató de moverse, pero sus miembros no le respondían. «Duerme, Tess.» Amy le decía que durmiera. ¿Ahora o antes? Trató de concentrarse. Había estado durmiendo. «¿Estaré durmiendo todavía?» Creía que no. Sentía demasiado dolor.
Sentía dolor. Le dolía la cabeza, el cuello, la espalda… «Algo me pasa en la espalda. No puedo moverme. ¿Un accidente de coche? ¿Ha sido eso? ¿Dónde estoy? ¿Dónde está Amy?»
«Aidan.» Había intentado llamar a Aidan. «¿Por qué?» Era por algo importante, estaba segura. «Concéntrate. Piensa.» Trató de aferrarse a la realidad. Pero la claridad que la rondaba desapareció cuando su mente se sumió de nuevo en la calidez de la nada. Se resistió, pero era como si unas manazas tiraran de ella y la arrastraran hacia las profundidades. «No, por favor; otra vez no.»
Viernes, 17 de marzo, 15.15 horas.
Vito estaba sentado ante la mesa de la cocina de Aidan cuando Murphy y él irrumpieron allí. Spinnelli, con aspecto sombrío, se encontraba de pie junto a los fogones y Dolly ladraba frenéticamente desde algún lugar de la parte trasera de la casa. Vito, que estaba acompañado de Rachel y de la madre de Aidan, tenía la cara más blanca que el papel. El médico de urgencias le estaba curando la herida que tenía en la parte posterior de la cabeza. La única nota de color de su rostro la ponían los cardenales de la frente y de la mejilla.
Vito levantó la cabeza y miró a Aidan; se sentía aterrorizado e impotente.
– Ha desaparecido -dijo con un apagado hilo de voz que hizo que a Aidan se le encogiera el corazón.
Spinnelli se aclaró la garganta.
– Hemos dado una orden de búsqueda. No hay señales de que hayan entrado por la fuerza. O bien ha dejado entrar a alguien o bien se ha marchado por su pie.
– Dolly no habría dejado que entrara nadie -observó Aidan, incapaz de aspirar suficiente aire-. Por el amor de Dios, Vito, ¿qué ha ocurrido?
– Tu perra se ha puesto a gruñir. -Hizo una mueca de dolor cuando el médico empezó a vendarle la cabeza-. He salido a ver qué pasaba. Llevaba la pistola en la mano y he dado la vuelta a la casa. De lo siguiente que me he acuerdo es de que estaba al pie de la escalera del sótano. Ya no tenía la pistola y tu madre estaba a mi lado. -Cerró los ojos-. Y Tess había desaparecido. He llamado a Jon, a Amy y a Robin mientras Rachel llamaba al 911. Nadie la ha visto.
En el sótano de Aidan no había ascensor. La puerta trasera daba a una escalera de obra que empezaba un metro y medio por debajo del nivel de la calle.
– Fuera hay mucha humedad. ¿Han dejado huellas?
– Sí. -Jack subió del sótano-. Estamos tratando de obtener un modelo de escayola. El zapato podría ser de la misma persona que visteis salir del piso de Parks.
Vito se volvió a mirar a Aidan y a Jack sucesivamente.
– ¿Phillip Parks?
– Está muerto. -Aidan tomó una silla y se dejó caer en ella; de pronto se sentía agotado-. Anoche le dispararon. ¿Cuándo pasó lo que cuentas, Vito?
– Hacia mediodía. Tess se había ido a dormir… Estaba disgustadísima por lo de la foto del periódico… Le dije que cuando se despertara todo le parecería más fácil.
Un súbito pensamiento asaltó a Aidan y miró a Vito con un gesto de perplejidad.
– ¿Por qué no estás muerto? -Hizo una señal con la mano ante el grito escandalizado de su madre-. Todas las otras personas que se han cruzado con él han acabado muertas. ¿Por qué a ti te ha perdonado?
Vito se cubrió el rostro.
– No lo sé. Dios mío, ¿cómo voy a decírselo a mis padres? Se supone que tenía que protegerla. Mi padre se morirá cuando lo sepa.
Aidan se frotó la frente.
– Soy incapaz de pensar. -Su madre se levantó y se colocó detrás de él, y le puso las manos en los hombros. El recostó en ella la cabeza, agradecido por su silencioso apoyo-. Incapaz.
– Aidan, ¿por qué no te quedas aquí? -sugirió Murphy con amabilidad-. Yo volveré al despacho y seguiré con lo que habíamos dejado a medias antes de que nos despistaran.
Aidan se puso en pie.
– Yo también voy. Si me quedo aquí sentado, me volveré loco.
Vito también se levantó. Su paso era vacilante pero sus ojos oscuros denotaban claridad mental.
– Dejad que os ayude. Hasta ahora no os lo había pedido, me he mantenido al margen. Pero, mierda, tenéis que dejar que os ayude. -Miró al médico-. No voy a ir al hospital.
El médico retrocedió con las manos en alto.
– Muy bien.
– Tus padres te necesitarán a su lado, Vito -opinó Aidan.
– Iré a buscarlos y me los llevaré a casa -se ofreció la madre de Aidan.
Este la besó en la frente.
– Gracias, mamá. Vito, si piensas venir, vamos.
Se oyó sonar un móvil y todo el mundo se llevó la mano al bolsillo.
– Es el mío -dijo Vito. Mientras escuchaba se dejó caer en una silla-. ¿Cuándo…? Quédate donde estás. Enseguida voy. -Cerró el teléfono. Estaba petrificado-. Era mi madre -dijo, con la voz igual de apagada que antes, y a Aidan se le pusieron los pelos de punta-. Ha salido a hacer unas compras aprovechando que mi padre se había quedado dormido. Cuando ha vuelto, no estaba.