Jueves, 16 de marzo, 19.15 horas.
Aidan la rodeó con el brazo al verla vacilar frente a la puerta del tanatorio.
– ¿Lista?
Tess asintió con un gesto rápido y rotundo.
– Creo que sí.
Pero estaba temblando.
– Acabemos cuanto antes. Luego nos iremos a casa y dejaré que tu padre me dé una somanta.
Ella se echó a reír, que era lo que él pretendía.
– Espero que no lo haga.
Un hombre de negro les señaló una sala llena de varones trajeados y mujeres con elegantes vestidos. «La flor y nata de la alta sociedad de Chicago», pensó Aidan al reconocer entre los asistentes a varios de los invitados a las celebraciones de gala que el padrastro de Shelley solía ofrecer.
Cuando entraron la sala quedó sumida en el silencio, las conversaciones se fueron interrumpiendo hasta que solo se oía la música clásica procedente de los altavoces. Una mujer de aspecto frágil se apostaba a un lado del ataúd de caoba, acompañada de los hijos de Harrison.
– ¿Quieres que vaya contigo? -preguntó Aidan.
– No, quédate aquí. Tengo que decirle una cosa pero no tardaré.
Abrazó a Flo y le susurró unas palabras al oído. Ella guardó silencio y las lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas a la vez que su trémula boca esbozaba una sonrisa. Tess, también con los ojos llorosos, regresó al lugar donde Aidan la esperaba.
– ¿Qué le has dicho? -preguntó Aidan, y deslizó la mano por debajo de su pelo.
– Le he comunicado que lo último que dijo Harrison es que la amaba. Ella ya lo sabía, pero necesitaba oírlo.
– Entonces me alegro. -Mirando por encima de la cabeza de Tess escrutó la sala-. ¿Conoces a alguien?
Ella miró alrededor.
– A muchas personas, pero a nadie que me odie.
– Quedémonos un poco más -le susurró él al oído-. Quiero ver quién aparece. Yo me quedaré aquí a observar. Tú ve con la gente.
El primero que apareció fue Murphy. Con su traje arrugado parecía Colombo en un club social.
– ¿Has rastreado la llamada de Denise?
Aidan miró a Tess que en ese momento hablaba con el alcalde. El alcalde. Mierda. Se acordó de Shelley. El hecho de estar entre tantos gerifaltes lo estaba poniendo nervioso. Se centró en la pregunta de Murphy.
– Sí. Ha llamado a una empresa llamada Brewer, Inc. Está registrada como importadora de cerveza.
– Qué interesante, porque justo después de hacer esa llamada Denise ha ido a un piso que no era el suyo, pero al parecer no había nadie. He hablado con la casera y me ha explicado que el propietario es un hombre llamado Lawe. Me ha dicho que es investigador privado y lo ha reconocido en la fotografía que le hemos mostrado.
– ¿Para qué querría Denise hablar con un investigador privado? Entendería que fuera a ver a un abogado, pero no a un investigador privado.
– No lo sé. La casera me ha dicho que vio a Lawe ayer por la mañana pero que no ha regresado desde entonces. Tiene un paquete para él pero no ha pasado a buscarlo.
– A lo mejor ha salido unos días.
– Podría ser, pero como tenía un presentimiento he llamado a la morgue. Acababan de recibir el cadáver de un hombre de la misma estatura y complexión que el investigador privado. Está abrasado.
Aidan se estremeció.
– Ah, qué horror.
– Sí. El coche robado en el que iba se incendió, pero los habitantes de la zona avisaron rápidamente a los bomberos y lograron sacarlo antes de que quedara reducido a cenizas. Arson ha encontrado restos de una pequeña bomba casera conectada a un temporizador manual. Tenía el pecho lleno de plomo, del mismo calibre que la pistola con la que dispararon a Bacon. Julia no estaba en la morgue, pero Johnson me ha dicho que iban a practicar un análisis dental para comprobar si el cadáver corresponde a Lawe.
– Tess lo había visto en alguna parte, pero no recuerda dónde.
– Tal vez lo viera con Denise. La casera cree que Lawe y Masterson eran pareja.
– Hablaremos con Blaine Connell a primera hora de la mañana y veremos si esto sirve para sonsacarle algo más. Ya he descubierto lo que Bacon y Nicole Rivera tenían en común.
Murphy arqueó las cejas.
– Eres un rayo, tío -bromeó, y Aidan se echó a reír.
– El hermano de Nicole está en la cárcel, esperando el juicio. La compañera de piso de la chica me ha contado que estaba ahorrando hasta el último penique para pagarle a su hermano un abogado mejor que el memo que le tocaba de oficio.
– Así que tanto Bacon como Rivera estaban familiarizados con el sistema jurídico. Y, hablando de sistema jurídico, mira quiénes están ahí.
– Jon Carter y Amy Miller. -Con otro hombre a quien Aidan no conocía-. Vamos a charlar con ellos.
– Detective Reagan. -Jon Carter le estrechó la mano con sobriedad.
– Doctor Carter, este es mi compañero, el detective Murphy.
– Ya me acuerdo de usted -dijo Jon-. Fue a ver a Tess al hospital el año pasado.
Murphy le estrechó la mano.
– Sí. ¿Conocía al doctor Ernst?
– Todos lo conocíamos. Pobre Flo, no quiero ni imaginarme cómo lo debe de estar pasando. Pero sobre todo hemos venido por Tess. -Tensó la mandíbula y su semblante se ensombreció-. Hemos decidido mandar unánimemente a la mierda a quien esté haciendo todo esto. ¿Qué creían? ¿Qué íbamos a abandonarla? Pues no.
– Jon -masculló el otro hombre-. Aquí no. No es el lugar apropiado.
Jon le dirigió un gesto de asentimiento; era obvio que le costaba calmarse.
– Lo siento. Es que todo esto me saca de quicio. Recuerda a Amy, ¿verdad, detective?
– Claro -respondió Aidan, y observó que las mejillas de Jon se sonrojaban y que le palpitaba la vena de la sien. El hombre estaba furioso, pero se controlaba bien-. Qué bien que hayan venido a hacerle compañía a Tess. La pobre lleva un día muy duro.
– Una semana, diría yo -lo corrigió Amy con tristeza-. Me alegro de volver a verlos, detectives. Gracias por cuidar tan bien de Tess. No es una persona fácil de manejar.
– Podrías aplicarte la frase -dijo el otro hombre, y le tendió la mano a Aidan-. No nos han presentado. Soy Robin Archer. Hace mucho tiempo que conozco a Tess.
Aidan abrió los ojos como platos y le estrechó la mano al hombre.
– ¿Usted es Robin?
Jon hizo una mueca risueña.
– Ya le dije que Tess y yo éramos solo amigos.
Aidan se aclaró la garganta.
– Sí. He oído hablar de sus sopas, señor Archer.
Robin esbozó una encantadora sonrisa.
– Tess detesta la sopa, ya lo sé. Por eso se la hago comer.
Aidan dio un resoplido.
– Bien.
Jon se mordió la parte interior de la mejilla.
– Bien. -Luego se puso serio-. ¿Qué ha descubierto, detective? Tess nos ha dicho que el hombre del que sospechaban no es el asesino.
– Tenemos varias pistas bastante seguras. Les daré más información cuando pueda. Doctor Carter, ¿puedo hablar un momento con usted?
Aidan se lo llevó aparte.
– Puesto que me contó lo de su padre, quería decirle que está en la ciudad y que están arreglando las cosas.
Jon suspiró.
– Ya me lo ha contado. También me ha dicho que está enfermo del corazón. Tess necesitará apoyo en los meses venideros. Con lo que le ha costado recuperar la relación, y ahora esto… Pobre Tess.
– También quería hacerle unas preguntas, si no le importa. ¿Puede hablarme de Phillip?
Jon arqueó las cejas.
– ¿Cree que está involucrado en esto?
– Antes tengo que hacerle las preguntas. El autor es alguien con un gran resentimiento hacia Tess por motivos personales.
– Pero ¿Phillip? -Jon suspiró-. Tess y él se conocieron en la facultad de medicina. Él entró a formar parte del grupo porque salían juntos. En general no nos caía muy bien, pero no se lo dijimos a Tess. Yo no llegué a ver la chispa entre ellos, pero Tess parecía amarlo. Siempre pensé que era por lo poco que se parecía a su padre. Su padre es muy exagerado y vehemente, y Phillip no es ni lo uno ni lo otro.
– ¿Es violento?
– ¿Phillip? -Jon parecía verdaderamente asombrado-. Que yo sepa no. Más bien es comedido. Quisquilloso. Dos semanas antes de la boda Tess descubrió que la había estado engañando. El tío no lo negó. Hizo las maletas y se largó de su casa.
– Eso es lo que me ha contado Tess -dijo Aidan pensativo, y Jon aún se asombró más.
– ¿Le ha hablado de Phillip? A mí me costó Dios y ayuda arrancarle esas cuatro cosas.
A Aidan se lo había contado tranquilamente mientras él la estrechaba entre sus brazos. Y esa noche él haría lo mismo. Se sinceraría y le contaría las cosas que le dolían.
– ¿Sabe quién era la mujer?
– No. Phillip y yo no hablábamos nunca. Él es más bien… conservador. No tengo la dirección de su casa, pero trabaja, en el Kinsale Cancer Institute.
– ¿Y cómo se apellida? -La sonrisa de Aidan estaba cargada de ironía-. Solo lo conozco como «don Cabrón».
Jon rió en silencio.
– Le va mejor ese nombre. Se llama Parks, Phillip Parks.
– Una última pregunta. Ha mencionado el grupo… ¿Quién más forma parte de él?
Jon abrió los ojos como platos.
– ¿No pensará…? Bueno, supongo que es normal. Seguro que incluso me tiene a mí en la lista. Antes éramos más, pero hay algunos amigos que se han trasladado. Ahora somos Tess, Robin y yo; y Amy, por supuesto. También están Gen Lake y Rhonda Pérez, pero ya no los vemos tan a menudo.
– ¿Quién ha dejado el grupo en los últimos… seis meses?
En los ojos de Jon se percibió un ligero centelleo.
– Jim Swanson.
– ¿Porqué?
Jon vaciló.
– Se marchó a África a trabajar para Médicos Sin Fronteras.
Aidan percibía que detrás de ese motivo había algo más.
– ¿Y se marchó de repente?
– Nos dijo que llevaba pensándolo un tiempo, pero a nosotros nos cogió por sorpresa.
Aidan estaba seguro de que Jon sabía más cosas, pero decidió atacar por otro flanco. Más tarde hablaría con Tess.
– Gracias, doctor Carter. Le agradezco la información que me ha proporcionado.
– Puede preguntarme lo que quiera, detective. Después de Robin, Tess es la persona que considero más cercana.
Jueves, 16 de marzo, 22.45 horas.
– Ven aquí, Tess.
El padre de Tess ahuecó el cojín del sofá de Aidan y ella se acurrucó a su lado y le puso la cabeza en el hombro.
– ¿Te han gustado los ziti? -Tenía pensado preparar un plato más elaborado pero al haber tenido que ir esa tarde a la comisaría se había visto obligada a echar mano de una receta de última hora.
– Están casi tan buenos como los de tu madre -dijo él lo bastante alto como para que la madre de Tess lo oyera desde la cocina. Luego susurró-: Están igual de buenos. ¿Dónde está tu joven amigo?
– Aún está de servicio. -La llamada había conmocionado a Aidan. Tess llevaba más de dos horas tratando de no pensar en quién podía ser esa vez-. Suele pasar cuando se sale con un policía.
– Parece… agradable. -Le costó pronunciar la palabra, pero hizo sonreír a Tess.
– Es agradable. -Lo oyó resollar-. Papá, no te lo tomes a mal pero deberías volver a casa.
Él irguió la espalda.
– ¿Por qué?
– Porque tienes que estar cerca de tus médicos.
– Ya. -La besó en la coronilla-. ¿Por qué, Tessa? Soportaré la verdad.
Ella suspiró.
– Porque aquí no estás seguro. Tres amigos míos han muerto y esta tarde han agredido a la hermana de Aidan. Será mejor que te vayas, no quiero que también tú acabes mal.
– Me iré si vienes conmigo.
Tess lo miró con el entrecejo fruncido.
– Eso no es justo.
Él se encogió de hombros.
– Pues demándame. Ese es el trato, Tess. Me iré a casa si tú también vienes.
– Te irás a casa porque tienes que estar cerca de tu cardiólogo, y yo me quedaré aquí porque es donde vivo. -Y le pareció curioso que el primer sitio que le pasara por la mente fuera aquel salón. Se había sentido muy a gusto en el piso de Eleanor, pero la casa de Aidan era un verdadero hogar-. Además, está Aidan para cuidarme.
– Y con nosotros te cuidará Vito, así que estamos empatados. ¿Has dicho que habías preparado cannoli?
Ella se rió.
– Eres muy tozudo.
– Ya lo sé. -Se puso en pie-. Me ha gustado volver a ver a Amy, ha sido casi como en los viejos tiempos. -Amy se había presentado en el tanatorio y luego se había apuntado a cenar con ellos. Ver todas aquellas caras sentadas a la mesa era verdaderamente revivir los viejos tiempos.
– Ella no tenía por qué dejar de ir por casa aunque yo lo hiciera -dijo Tess.
Su padre retiró la tapa de los cannoli.
– Y no lo ha hecho.
– ¡Michael! -Gina se levantó y le arrebató el plato de las manos-. No debes comer de eso -añadió con más suavidad.
– Por uno no pasa nada. -El hombre miró a la madre de Tess con ojos de cachorro-. Los ha hecho Tess.
– ¿Qué quieres decir, que Amy ha continuado yendo por casa? -preguntó Tess.
– No -insistió su madre, y apartó el postre.
Su padre suspiró.
– Amy ha seguido viniendo a casa cada año en el día de Acción de Gracias. Pensaba que lo sabías.
Tess sacudió la cabeza.
– No. Durante estos años yo he pasado el día de Acción de Gracias con los Spinnelli. Amy me decía que iba a casa de unos amigos de la facultad de derecho.
– Seguro que no quería herirte, Tess -dijo Vito, inquieto, y retrocedió cuando Dolly se incorporó y empezó a gruñir-. Esa perra es un peligro.
– No, solo nos avisa de que ha llegado Aidan. -Unos segundos más tarde oyó la puerta del garaje. El estómago se le encogió. Le preocupaba a quién habría encontrado muerto esta vez, con una nota prendida en la chaqueta-. Disculpadme. -Se deslizó hasta el garaje, necesitaba pasar un momento a solas con él.
Aidan salió del coche y al verla dejó caer los hombros con desaliento.
– Tess.
– ¿Quién era?
Aidan frunció la boca.
– La madre de Danny Morris.
– Del niño -masculló Tess-. ¿La han matado?
Incluso desde una distancia de tres metros pudo observar la fría mirada de ira en sus ojos.
– Se ha suicidado. Ha dejado una nota. Decía que se sentía culpable por no haber protegido a su hijo, que yo tenía razón.
Tess tenía ganas de acercarse a él pero percibía que necesitaba estar solo.
– ¿Sobre qué?
Él bajó la cabeza.
– Estaba seguro de que ella sabía dónde se escondía el padre. El lunes por la noche, después de que aquel hijo de puta me zurrara en el bar, fui a su casa. Le dije que estaba encubriendo a un monstruo y le pregunté qué clase de madre haría eso. -Levantó la mirada, en sus ojos se apreciaba angustia-. La presioné demasiado.
– No, Aidan, no lo hiciste. -Incapaz de controlarse por más tiempo, ella le rodeó los hombros con los brazos y le hizo posar la cabeza en el lateral de su cuello-. No le dijiste nada que no supiera ya. Además, si no le importara su hijo, daría igual lo que le hubieras dicho. En la nota te decía dónde puedes encontrar a su marido, ¿no?
Él alzó la cabeza lo justo, de modo que solo unos centímetros separaban sus ojos de los de Tess.
– Sí, pero no está en ninguno de los sitios que ella decía. ¿Cómo lo has sabido?
– Ha pasado otras veces. Las personas suelen dejar las cosas arregladas antes de dar el último paso. Ella lo ha intentado.
Aidan apretó la mandíbula.
– Tendría que estar viva para declarar en contra de su marido.
– Seguro que tú lo habrías hecho -dijo en tono quedo, y los ojos de Aidan centellearon.
– Yo no habría permitido que un cabronazo matara a mi hijo.
– No todo el mundo hace lo que debería, Aidan. Y no todo el mundo tiene la misma entereza. -Lo besó con ternura-. Lo siento.
Él volvió a apoyar la cabeza en su hombro con gesto cansino.
– ¿Conoces a una tal Sylvia Arness?
Ella negó con la cabeza mientras el temor volvía a atenazarle el estómago.
– No.
Él se irguió y la aferró por los brazos.
– ¿No? ¿Seguro?
– Seguro. -El corazón le aporreaba el pecho con tal fuerza que incluso sentía dolor-. ¿Por qué?
Él la aferró con más fuerza.
– Es una mujer afroamericana, de veintitrés años.
– No. Dime por qué me lo preguntas, Aidan.
– Porque está muerta. Howard y Brooks, de mi unidad, han respondido justo cuando yo salía de casa de Morris. Me han llamado cuando han visto la nota prendida en el abrigo.
A Tess se le puso un nudo en la garganta.
– ¿«Dime con quién andas y te diré quién eres»?
– Sí. ¿Seguro que no la conoces? Sylvia Arness es el nombre que aparece en su carnet de identidad.
Ella sacudió la cabeza despacio.
– Tal vez sea otro asesino que se ha inspirado en los crímenes.
– Es posible. ¿Te vienes a la comisaría para identificarla? Así nos aseguramos.
Ella asintió con gesto rígido.
– Claro. Les diré a mis padres que nos marchamos.
Aidan se apostó frente a la puerta.
– Si tu padre te ve con esa pinta, va a darle un… patatús.
«Ataque». Había estado a punto de decir «ataque», pero reaccionó a tiempo. Ella se irguió cuan alta era, cerró los ojos y se tranquilizó. Cuando volvió a abrir los ojos, él asintió.
– Mejor así. Se dará cuenta igualmente de que algo no va bien, pero no se asustará tanto.
– Gracias -susurró ella-. No lo había pensado.
– Es normal.
Abrió la puerta y saludó a la familia con una sonrisa cansina.
– Siento haber tardado tanto. Ha surgido otro caso.
Tess entró en la cocina detrás de él y al mirar a Vito a los ojos vio que este lo había comprendido.
– Papá, se está haciendo tarde -dijo-. Es mejor que volvamos al hotel.
Michael se sentó en una silla de la cocina; el gesto de su mandíbula denotaba obstinación.
– No soy ciego, y mucho menos idiota. Dime la verdad, Tess.
Ella estrechó la mano de Aidan.
– Gracias por intentarlo -masculló, luego miró a su padre-. Papá, Aidan ha tenido que atender otro caso, pero mientras estaba fuera ha surgido algo que podría estar relacionado conmigo, aunque no es seguro. Tengo que echarles una mano. Por favor, márchate con Vito. Tienes que descansar. Te llamaré, te lo prometo.
Michael se puso en pie con la barbilla muy alta.
– ¿Me promete que no la perderá de vista, Reagan?
Aidan asintió.
– Se lo prometo.
Jueves, 16 de marzo, 23.20 horas.
Spinnelli y Murphy se reunieron con ellos en la morgue.
– Si es un imitador, las cosas podrían ponerse feas en menos que canta un gallo -observó Spinnelli.
– Me gustaría saber cómo ha podido llegar a oídos de otro asesino lo de los mensajes -dijo Murphy-. Hasta ahora habíamos mantenido a la prensa al margen. Ahora la cosa es distinta, porque toda la gente que rodeaba a Arness ha visto la nota.
Tess apoyaba en Reagan su tenso cuerpo.
– Terminemos con esto cuanto antes.
Johnson aguardaba junto a la mesa de acero sobre la que yacía una persona cubierta con una sábana.
– Le han disparado a las nueve y cuarto. Parece que lo han hecho a bocajarro. La bala era de un calibre grueso, un cuarenta y cinco más o menos. Le ha entrado por la espalda, ha ido directa al corazón y ha salido justo por delante. -Su expresión era amable-. Si ha sentido dolor, no habrá durado más de un minuto.
– Pero podría haber pasado miedo -masculló Tess con los ojos fijos en la sábana. Aidan supo que en su fuero interno estaba junto a la mujer en el momento en que esta había tenido que afrontar la muerte. Eso era lo que hacía. Penetraba en la mente de los pacientes de su mano y revivía con ellos sus miedos. Lo hacía porque le importaban. Resultaba curioso reparar en ello justo allí, delante de un cadáver.
– Al oír el disparo, unas cuantas personas han acudido enseguida, pero se ha producido una gran confusión y nadie ha visto nada -explicó Aidan-. La policía científica aún está registrando el escenario.
– Espera. -Murphy levantó la mano-. A Rivera la dispararon con un veintidós y Julia cree que utilizaron un silenciador. ¿Para qué iba el asesino a utilizar un cuarenta y cuatro con tanta gente alrededor?
– Porque quería que encontraran rápido a la víctima -respondió Aidan.
– Pero se ha tomado el tiempo necesario para prender la nota en el abrigo incluso sabiendo que la gente acudiría enseguida. -El bigote de Spinnelli se frunció en una mueca-. No parece obra de nuestro meticuloso asesino.
Tess irguió la espalda.
– Por favor, ¿podemos empezar? Yo estoy lista.
Aidan la aferró por la cintura cuando Johnson retiró la sábana y dejó el cadáver de la mujer descubierto hasta los hombros. Durante unos instantes, Tess se limitó a mirarlo fijamente.
– No la he visto… -Se interrumpió-. Esperad. ¿Dónde la han encontrado?
– En el campus de la Universidad de Illinois. Es…
– Estudia allí. -Tess terminó la frase por él. Apenas tenía voz y su rostro había perdido el color. Johnson acerco rápidamente una silla y entre Aidan y él la ayudaron a sentarse. Tess se humedeció los labios-. La saludé; eso es todo.
Aidan se acuclilló para verle la cara.
– ¿Cuándo?
– Ayer. Me hacían falta unas botas nuevas, porque toda mi ropa y mi calzado lo tenéis vosotros.
Spinnelli le dio un suave apretoncito en el hombro.
– ¿Coincidiste con ella en la zapatería?
Ella asintió; estaba aturdida.
– ¿Cómo sabes que estudiaba allí? -le preguntó Murphy.
– Empezó a… a tontear con Vito. Todas las chicas tontean con él. Yo elegí las botas y me dirigí a la caja; la tenía detrás en la cola y la saludé. Cuando salimos, empecé a tomarle el pelo a Vito y él me dijo que no era más que una universitaria. Solo la saludé. -Apenas podía tomar aire de lo rápida y agitada que era su respiración-. Solo eso. -Se cubrió la boca con la mano. Tenía la mirada perdida-. Y ahora está muerta. Dios mío. ¿Cómo puedo prevenir a las personas que ni siquiera conozco?
Aidan sabía cómo.
– Ha llegado el momento de pasar a la acción. Mañana llamaré a Lynne Pope de Chicago On The Town. Le debemos un favor y le concederé una exclusiva.
– Vas a convertirte en una estrella, campeón -bromeó Murphy con la lengua en la mejilla.
Aidan le estrechó la rodilla a Tess.
– ¿Te parece bien? Así lo sabrá todo el mundo.
Ella parecía tan perdida que a Aidan se le partía el corazón.
– Nadie querrá hablar conmigo -musitó-. La gente se esconderá cuando pase por la calle. -Luego miró el rostro de Sylvia Arness y sus labios adquirieron un gesto resuelto-. Pero al menos vivirán. ¿Tienes la tarjeta de Pope?
Aidan la extrajo de su cartera.
– Tess, ya hablaré yo con ella.
– No. Lo haré yo misma. Tengo unas cuantas cosas de mi cosecha que decirle a ese hijo de puta. Pienso recuperar mi vida. Si cree que va a hacer que me encierre en un armario, me encoja como un bebé y… me ponga a lloriquear, está muy equivocado. Johnson, necesito utilizar tu teléfono.
– No te lo permitiré -le espetó Aidan, y le bloqueó el paso-. Se pondrá tan furioso que irá directo a por ti.
Ella se mordió la parte interior de la mejilla y lo miró con expresión desafiante.
– Yo cuento con muchísima más protección que ella. -Señaló el cadáver de Sylvia-. Os tengo a todos vosotros. Ella no tenía a nadie que la protegiera, y la próxima víctima tampoco. Mierda, Aidan, es mejor que no haya ninguna víctima más. Deja que venga a por mí. Lo estaremos esperando.
Viernes, 17 de marzo, 2.35 horas.
Tess se sentó en el borde de la cama de Aidan.
– Lynne ha sido muy amable de encontrarse con nosotros.
El cámara y ella habían filmado toda la secuencia mientras Aidan se mantenía al margen.
Él se volvió a mirarla con ironía.
– Se llevará un buen pellizco cuando todo esto se airee mañana. -Se quitó la corbata y la lanzó sobre el tocador-. Me parece que todos salimos ganando.
Tess estaba hecha un lío. Reprimió el impulso de levantarse y pasearse de un lado a otro mientras él se desabrochaba los botones de la camisa.
– Dice que saldrá en Good Morning, Chicago y en Chicago On The Town, en la tertulia de mediodía -dijo; sabía que solo conseguía balbucear las palabras pero era incapaz de controlarse.
Aidan se despojó de la camisa y Tess se quedó boquiabierta. Vestido, tenía una planta explosiva, pero desnudo…
– Sí, eso ha dicho. -La miró detenidamente-. Tess, ¿estás nerviosa?
Ella cerró los ojos. Ahora, además de nerviosa estaba avergonzada.
– Sí.
Él se sentó a su lado y la abrazó.
– ¿Por qué?
– Acabo de decirle al asesino que es «un débil y un cobarde» y lo he desafiado a que venga por mí.
Él soltó una breve risita.
– ¿Ahora se te ocurre pensar en eso? -La besó en la coronilla-. Has hecho lo que tenías que hacer, Tess. A mí tampoco me gusta, pero de algún modo hay que solucionar las cosas.
El torbellino que Tess tenía dentro empezó a transformarse en una sensación más fuerte y profunda.
– No quiero asistir a más funerales, Aidan.
– Ya lo sé. Pronto daremos con él y todo esto habrá terminado.
Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
– ¿Y luego qué?
Él no trató de hacerse el desentendido.
– No lo sé. ¿Tú qué quieres, Tess?
Ella meditó la respuesta tanto como la pregunta. Lo que dijera podía ser determinante para el futuro de la relación… Porque lo que tenían era una relación. Había nacido del miedo, pero no debía continuar así. Tal vez por eso estuviera tan nerviosa.
– Quiero un hogar y una persona que me ame.
– Quieres un marido.
En sus palabras había un aire melancólico que hizo que a Tess se le pusiera un nudo en la garganta.
– Sí. -Exhaló un suspiro-. Y si eso te asusta, es mejor saberlo ahora.
– No me asusta, Tess; por lo menos, no de la manera que crees.
– Entonces, ¿qué te asusta? Cuéntamelo, Aidan.
Él hizo una mueca.
– Lo intento, pero me parece que no lo estoy haciendo muy bien.
Ella le rozó los labios con los suyos.
– ¿Te ayudaría tumbarte en el diván? -Ella extendió la mano sobre su pecho velloso y lo empujó suavemente de modo que quedó tumbado en la cama de cintura para arriba mientras sus pies descalzos seguían firmemente apoyados en el suelo. Ella se acostó de lado junto a él, sosteniéndose sobre el codo-. Relájate.
Él la miró de reojo, con recelo.
– De acuerdo.
– No estás relajado. -Poco a poco, ella le acarició el pecho con las palmas de las manos, deleitándose con las cosquillas que le hacía su grueso vello.
– Así no me relajo, Tess -dijo en tono seco.
Ella dejó de acariciarlo.
– Perdona. ¿Quién era Shelley, Aidan? ¿Y qué hizo para herirte tanto?
Él cerró los ojos.
– Durante un tiempo, fue mi mejor amiga. O eso creía yo.
– Las heridas que te hace un amigo cuestan el doble de curar.
– De niño, mi mejor amigo era Jason Rich. -Hizo una pausa y con el pulgar empezó a acariciarle el dorso de la mano-. Jason y yo éramos uña y carne; y dábamos mucha guerra. -Sus labios dibujaron una mueca-. ¿Sabes que los soldaditos se derriten si los pones en una cazuela con el fuego muy alto?
– No, pero yo de pequeña jugaba con Joe, el soldado de Vito. Joe se moría por mi Barbie. Yo me habría puesto frenética si me hubieras estropeado la cazuela.
– Eso es lo que le pasó a mi madre. -Se quedó callado y pensativo-. Cuando teníamos diez años, Shelley vino a vivir al piso de al lado. Su madre era divorciada y en mi barrio eso estaba muy mal visto.
– En el mío también. ¿Así que Shelley se unió a las fuerzas militares en la operación cazuela?
– No. A Shelley le gustaba Jason y yo sobraba.
– Yo tengo una sensación parecida cuando estoy con Jon y Robin -dijo ella en voz baja.
Aidan abrió uno de sus ojos azules.
– Me podrías haber dicho lo de Robin.
– No me lo preguntaste. -Se puso seria-. Además, nunca le he dado importancia. Son mis amigos. ¿Jason y Shelley siguieron siendo amigos tuyos?
– Sí, pero al llegar a la adolescencia todo cambió. Se habían vuelto inseparables, y Shelley se quedó embarazada a los diecisiete años. Jason y ella se casaron a escondidas.
– Madre mía -exclamó Tess.
– Para entonces la madre de Shelley había vuelto a casarse y se encontraba en una situación más o menos cómoda. Se trasladó y les dejó la casa a Shelley y Jason. -Suspiró-. Pero Shelley perdió el bebé. No quería divorciarse y pasar por lo mismo que su madre, y además amaba a Jason, así que decidieron seguir juntos. Yo me hice policía, como mi padre y mi hermano. Y Jason también. A mí me tocó patrullar y Jason entró en Narcóticos. -Sacudió la cabeza-. Lo pillaron apropiándose de material incautado para consumo personal. Lo despidieron. Shelley se quedó destrozada y Jason… -Frunció los labios-. Se suicidó.
El corazón de Tess se aceleró.
– Oh, no.
– Pero mi amigo Jason era muy considerado. No quería que Shelley lo encontrara muerto, así que en vez de hacerlo en su casa lo hizo en la mía. -Se esforzó por tragar saliva-. Se hinchó de pastillas y las acompañó con unas copas de Jack Daniel's. Luego se acostó. Cuando doce horas después yo terminé el turno y llegué a casa, estaba muerto.
– Qué cruel. -Su voz sonó más tajante de lo que pretendía.
Él abrió los ojos.
– Pensaba que los suicidas te inspiraban compasión.
– El trastorno emocional o mental que impulsa a la gente a suicidarse me inspira lástima. Los seres queridos a quienes dejan me inspiran compasión. Aquellos que buscan ayuda me inspiran respeto. Jason tenía una vida por delante y la desperdició, y encima te implicó a ti. Me parece despreciable.
Él parpadeó.
– Es lo que siempre he pensado, pero me preguntaba si estaba bien.
– Yo me sentiría igual si alguien que me importa se quitara la vida. A menos que estuviera demasiado enfermo para evitarlo. ¿Estaba Jason enfermo?
– No lo sé, y creo que ya nunca lo sabré. Shelley se quedó destrozada. No tenía ingresos, ni siquiera un seguro de vida. No tenía pensión, ni estudios, ni nadie en quien buscar apoyo.
– Excepto tú.
– Excepto yo. Intimamos. De niño siempre había sentido algo por ella, pero ella era la chica de Jason. Al cambiar las cosas y tenerla para mí me sentía feliz.
– Y culpable, porque eras feliz a costa de la desgracia de tu amigo.
– Un poco, sí. De todas formas le pedí a Shelley que se casara conmigo y ella aceptó. Había ahorrado un poco y le compré un anillo que no estaba nada mal.
– ¿Le gustó?
– Me dijo que sí, aunque no se lo enseñó a ninguno de nuestros amigos. Una vez me insinuó que le comprara un anillo con un brillante más grande y yo me negué. No podía permitírmelo. Pero el marido de su madre se hizo rico cuando su negocio recibió una OPA y su madre le compró a Shelley un brillante más grande.
– Vaya.
– Fue nuestra primera disputa importante; pero no la última. Su padrastro estaba forrado y era muy generoso. Le compraba a Shelley muchos vestidos, y abrigos de pieles. Luego a ella le dio por decir que quería una casa en North Shore. -Apretó la mandíbula-. Su papá iba a ayudarnos.
Menudo golpe para su orgullo.
– Y tú le dijiste que no.
– Pues claro que le dije que no. Aquel gilipollas no hacía más que mirarme por encima del hombro a la mínima oportunidad.
Eso explicaba bastantes cosas.
– ¿Y cuál fue la gota que colmó el vaso?
– Su papá me ofreció trabajo. -Su tono desdeñoso se acentuó-. Yo no lo acepté y Shelley se puso a hacer pucheros. Me dijo que ganaría tres veces más que con un simple salario de policía. Un simple salario de policía. -Escupió las palabras-. Lo dijo tal cual, como si fuera una cosa de la que tuviera que avergonzarme.
Tess siempre trataba de no juzgar a los familiares de los pacientes a quienes no conocía. No obstante, Aidan no era ningún paciente, era su amor y se sentía herido.
– Si quería cambiarte es que no te amaba; y si creía que podía hacerlo es que no te conocía.
Su pecho se hinchió al respirar hondo y despacio.
– Gracias.
Ella desplazó los dedos hasta entrelazarlos con los de él.
– ¿Y?
– Y ya está.
No; no estaba. Pero era evidente que no pensaba contarle nada más.
– Muy bien.
El abrió un ojo.
– ¿Muy bien? ¿Eso es todo?
Ella esbozó una sonrisa irónica.
– ¿Qué quieres? ¿Qué me ponga a hacer pucheros? No va conmigo. -Arrimó la cabeza a su hombro-. Aunque sí que hay una cosa de la que me gustaría que habláramos abiertamente.
Él se puso tenso.
– ¿Cuál?
– Harold Green.
Él se incorporó de golpe, de modo que desde su postura Tess solo podía verle la ancha espalda.
– No.
Ella se estremeció.
– ¿Por qué no?
– Porque… -Se levantó y caminó hasta la ventana-. Porque no quiero hablar de él. Fue un accidente, nada más. Punto final.
– Lo mismo le dijiste a tu padre la otra noche.
– Tess, déjalo estar, por favor.
– No puedo. Pero ya que no quieres hablar, ¿me escucharás al menos?
– ¿No puedes callarte? -le espetó él.
Ella trató de no ofenderse.
– Sí. Dímelo y me iré a dormir.
– Ya te lo he dicho y sigues hablando de ello. -Su tono era frío como el hielo.
– Pues ya basta. -Trató de mantener la voz serena-. Es muy tarde, Aidan. Vámonos a dormir. -Se dirigió al baño, se volvió a mirarlo con impotencia y cerró la puerta.