Capítulo 17

Jueves, 16 de marzo, 9.35 horas.

Jack se encontró con Aidan y con Murphy en el piso de Bacon.

– Rick dice que tenemos que seguir buscando el escondite de los vídeos, que tiene que tenerlos guardados en el piso.

– Pues lo buscaremos. Pero antes vamos a deducir qué coño pasó aquí.

Aidan se dirigió de nuevo al cuarto de baño y se plantó delante de la puerta.

– Le dispararon, le cortaron las venas, lo envenenaron y lo ahogaron. ¿Cómo?

– Sabemos que lo último que hicieron fue ahogarlo -dijo Murphy-. Tuvieron que envenenarlo antes de cortarle las venas, si no las heridas no habrían sido tan regulares. Solo nos queda por situar el disparo.

Aidan observó el escenario.

– Creo que el disparo fue lo primero de todo.

– ¿Por qué? -preguntó Murphy.

– ¿Recuerdas su ropa?

– Estaba aquí. -Murphy señaló a sus pies-. Camisa, corbata, pantalones, calzoncillos y calcetines. La americana estaba en el salón.

– La americana olía a naftalina y a humo de cigarro.

– Igual que en casa de su madre.

– Pero no a meados de gato. No se me ocurrió pensarlo, pero me parece imposible que en esa casa hubiera guardado un traje y que no absorbiera el olor ni siquiera un poco. Los polos de Wires-N-Widgets sí que olían a gato.

– Ayer encontramos cajas con ropa en el salón -explicó Jack-. Olían mucho a naftalina, pero no noté para nada que olieran a meado de gato.

– Tiene un trastero -dedujo Murphy, e hizo un gesto de asentimiento-. Pero ¿por qué dices que el disparo fue lo primero?

– Porque el traje olía a sudor, pero la camisa olía a una mezcla de humo de cigarro y suavizante.

Murphy arqueó las cejas.

– Era una camisa limpia.

– Tienes buen olfato -bromeó Jack-. Pues yo tengo buena vista. Mirad ahí.

Aidan miró en la dirección en la que Jack apuntaba y posó los ojos en la pared del fondo del cuarto de baño.

– Hay un agujero. -El día anterior, absortos como estaban en las pistas que habían dejado para engañarlos, no lo habían visto.

Jack se adelantó y examinó el pequeño agujero.

– Podría ser de una bala. Si es así, alguien la extrajo. Dentro solo hay mortero deshecho. -Se volvió y miró a Murphy-. Sitúate en el recibidor. -Murphy le obedeció y Jack se colocó en la puerta, de espaldas a las bisagras-. Imagínate que soy Bacon y que tú tienes la pistola -dijo, y dibujó una trayectoria imaginaria en el aire-. Por la altura del agujero y teniendo en cuenta la estatura de Bacon y que la bala le hirió en el hombro, tenías que estar más o menos ahí; y eres más bajo que Bacon, entre cinco y diez centímetros. Bacon medía un metro setenta y cinco. Tú mides un metro sesenta y cinco; setenta como mucho.

Aidan sonrió con ironía.

– Así que nuestro voyeur antisocial tiene complejo de Napoleón. Muy bien. Te sitúas detrás de Bacon, le disparas en el brazo. ¿Por qué?

– ¿Para obligarle a entrar en la bañera o a inhalar el veneno? -apuntó Murphy.

– O las dos cosas -dijo Aidan-. Te han disparado en el hombro derecho, Jack. ¿Qué haces tú?

Jack se llevó la mano izquierda al hombro derecho.

– Ay -dijo con voz inexpresiva.

Aidan se rió entre dientes.

– Y ahora tienes la mano izquierda ensangrentada.

Jack asintió.

– Voy a por el Luminol.


Treinta minutos más tarde, Jack apagó la luz y reveló unas cuantas huellas de zapatos en el suelo y la forma completa de una mano en la pared, entre el inodoro y el lavabo.

Aidan colocó el pie por encima de una de las huellas.

– Yo calzo un cuarenta y seis. Este pie debe ser… ¿un cuarenta y uno?

– Más o menos -convino Jack-. Parecen zapatos de vestir. Así que nuestro hombre mide sobre un metro setenta y calza un cuarenta y uno. Por algo se empieza. Me despierta curiosidad la huella de la mano.

El baño tenía una cenefa de flores azules. Por encima la pared estaba pintada y por debajo, empapelada de color azul liso. La huella estaba en la mitad inferior.

– Imaginaos que soy Bacon y me estoy tambaleando; si apoyara la mano en la pared lo haría más arriba, por encima de la cenefa. Vamos a ver por qué no fue así.

Jack pasó una lima metálica por debajo de la cenefa y tiró suavemente del papel azul hasta despegarlo entero.

– No está pegado con cola -se extrañó Murphy.

Jack se volvió a mirarlo.

– Los bordes están deteriorados. Alguien ha hecho esto mismo varias veces.

El pulso de Aidan se aceleró un poco.

– El escondite de las grabaciones. -Iban a ahorrarle a Tess muchas situaciones violentas-. Deprisa, Jack.

– ¿Qué quieres, que lo hagamos rápido o bien?

– Las dos cosas -replicó Aidan.

– Ya habla igual que Spinnelli -soltó Jack, y Murphy se echó a reír.

– En este caso, sí. Date prisa, Jack.

Jack introdujo el dedo en un agujero de la pared.

– Enciende la luz, Aidan.

Entonces Jack separó una placa de yeso de sesenta por noventa y dejó al descubierto unas viguetas de madera.

– ¿Y bien? -preguntó Aidan cuando Jack enfocó con la linterna alrededor.

Jack se dio media vuelta, negando con la cabeza.

– Está vacío.

Aidan levantó la barbilla con evidente decepción.

– No quiero tener que decirle a Tess que no hemos encontrado la grabación. -Una vez más deseó que Bacon viviera para poder matarlo con sus propias manos.

Jack suspiró.

– Tess es una gran persona. Es capaz de sobrellevar muchas más cosas de las que crees.

Aidan irguió la espalda, consciente de lo cierta que era la afirmación. Tess era una mujer muy fuerte, esperaba que lo bastante para soportar aquello.

– Tienes razón. -Su boca se curvó con tristeza-. Me ha dicho que si las imágenes salían a la luz haría un calendario y un viaje para firmar autógrafos.

Jack se pasó la lengua por los dientes.

– Pues yo no pienso acercarme a menos de tres metros, Reagan. Estimo mucho mi matrimonio y… -miró los puños de Aidan fijamente- mi cara.

Murphy tosió.

– Acabemos con esto de una vez, Sherlock -añadió con ironía.

– Muy bien. Soy Bacon. -Aidan se centró-. Llego a casa después de intentar venderle el vídeo a Lynne Pope… y espero que Tess me pague cien mil dólares. Me sorprende una visita. -Miró a Murphy, y de pronto cayó en la cuenta-. El asesino vino a por los vídeos.

– Y vino preparado. Dejó todas las pruebas escondidas en el falso techo porque sabía que buscaríamos allí las cámaras. ¿Qué debe de haber en esos vídeos para que a nuestro hombre le preocupen tanto?

– Tenemos que descubrirlo. Tú me dices «dame los vídeos» y yo te contesto «vete a la mierda».

– Yo te disparo para obligarte a mostrarme dónde están. La bala te roza el brazo. «Dime dónde están», te grito.

Jack dio unos golpecitos en la pared.

– Cuando lo haces tienes las manos ensangrentadas.

Murphy señaló la bañera.

– «Ahora métete en la bañera», te ordeno, todavía empuñando la pistola.

– Yo lo hago, y tú me obligas a inhalar el veneno.

– En la bañera encontramos colillas -dijo Jack-. Pediré que las analicen cuanto antes.

Aidan asintió.

– No puedo moverme, y tú me cortas las venas, abres el grifo y contemplas cómo me desangro.

– Pero tardas mucho, o es que soy un sádico. Por eso te hundo la cabeza en el agua hasta ahogarte y te dejo ahí para que los imbéciles de los policías te encuentren -concluyó Murphy.

Aidan se quedó mirando la bañera.

– Luego limpias la pared, cambias la camisa y colocas las pruebas en su sitio para despistar a los imbéciles de los policías. Así te dejan el terreno libre para planear el siguiente asesinato. -Se volvió hacia Murphy con expresión grave-. Dime con quién andas.


Jueves, 16 de marzo, 11.00 horas.

– ¡Uau! -exclamó Murphy al entrar en el despacho de Tess-. Clayborn debió de armar una buena aquí.

– Sí -convino Aidan-. Y anoche estuvo a punto de hacerle una buena a Tess.

Murphy se sonrió.

– Me gustaría haber visto cuando lo pilló por su cuenta.

Denise, la recepcionista, salió del despacho de Harrison con una caja llena de basura. Al encontrarlos allí los miró sin dar crédito.

– ¿Puedo ayudarles?

– Hemos venido a ver a Tess -anunció Aidan mientras la escrutaba. Denise estaba sorprendida y un poco asustada. Aidan se preguntó por qué.

– Lleva toda la mañana en su despacho. -Con la cabeza, señaló la puerta ligeramente entreabierta-. Entren.

Aidan empujó la puerta y descubrió a Tess de pie en medio de la sala con una carpeta sujetapapeles en la mano y el pelo recogido en una coleta que le confería un aspecto juvenil y sexy. Se volvió a mirarlos y el momentáneo sobresalto dio paso a la agradable sorpresa.

– ¡Aidan! Y Murphy -añadió cuando este último hizo un mohín.

– Veo que has avanzado -observó Aidan.

– Al menos ya hemos retirado los muebles rotos. -Extendió el brazo, del cual colgaba una pequeña cámara-. Estoy tomando nota de los daños para el seguro.

– ¿Estás sola? -preguntó Aidan arrugando la frente.

– Denise está en el despacho de Harrison. Vito ha bajado a la calle con los transportistas que se han llevado los trastos más grandes. Jon ha pasado a verme hace un rato y me ha traído sopa de Robin. -Sonrió.

Aidan le devolvió la sonrisa.

– Para ti no habrá sopa.

Tess se rió en silencio y sus mejillas se sonrosaron un poco, y Aidan se percató de que estaba acordándose de la noche anterior, cuando tumbado encima de ella le había dicho lo mismo mientras ella le ceñía las caderas con los muslos y sus senos le rozaban la cara cada vez que la volvía. Se removió un poco tratando de acomodar la súbita presión que se ejercía en la bragueta.

Ella se aclaró la garganta.

– Amy me ha traído una planta. Ella sabe cuidarlas pero a mí probablemente se me morirá. -Se mordió el labio-. ¿Qué ha ocurrido?

– Bacon no se suicidó, Tess -respondió Aidan-. Lo asesinaron.

Ella exhaló un lento suspiro.

– Ya. Entonces… la cosa no ha terminado, ¿verdad?

– No. Quiero que tengas cuidado. Ve siempre acompañada, no te quedes sola, ¿de acuerdo?

– Ya me parecía a mí demasiado bonito para ser cierto. Y a ti también. Avisaré a Amy, a Jon y a Robin para que sigan alerta.

Aidan sintió ganas de besar la mueca de temor de sus labios.

– ¿Se lo dirás a Vito?

– ¿Qué es lo que tiene que decirme? -preguntó Vito tras ellos.

– Que la epopeya continúa. Al de las cámaras lo asesinaron. Mis amigos siguen corriendo peligro.

Vito enarcó las cejas.

– Qué horror. ¿Y qué pensáis hacer, chicos?

– Investigar -respondió Aidan con calma-. ¿Cuándo te marchas?

La sonrisa de Vito fue solo un amago.

– No tan pronto como te gustaría, campeón.

Tess alzó los ojos en señal de exasperación.

– Vito. Aidan, mis padres quieren que nos veamos esta noche. ¿Puedo utilizar tu cocina? Pensaba cocinar yo.

A Aidan le entraron unas ganas inmensas de toquetearla, pero la mirada de Vito hizo que mantuviera las manos en los bolsillos.

– ¿Tienes la llave?

– Sí. ¿Y Dolly qué? ¿Me comerá?

– No lo creo. Si se pone a gruñir, ve a buscar a Rachel. Vuelve del colegio a las tres. Yo te veré en mi casa sobre las siete, ¿de acuerdo?

– Que sea a las ocho. -Sus ojos se ensombrecieron-. A las siete tengo que ir al tanatorio.

– Te acompañaré. Ahora tenemos que marcharnos. -Se volvió a mirar a Vito-. Tenemos que investigar.

Mientras se dirigían al ascensor, Murphy lo miró de reojo y se sonrió.

– Así que vas a conocer a sus padres.

– Dona el dinero de mi seguro de vida a una organización benéfica, ¿de acuerdo?

Murphy se echó a reír.

– Muy bien, campeón.


Jueves, 16 de marzo, 11.00 horas.

Andrew Poston era el hijo del juez de uno de los tribunales del distrito y por eso estaba en libertad bajo fianza mientras los otros chicos que habían violado a Marie Koutrell, de familias más pobres, se consumían en la prisión del condado. Cuando leyeron el acta de acusación se había dirigido al juez con un lacónico «inocente», y luego entre dientes lo oyeron decir que si atrapaba a la persona que lo había denunciado la destriparía con sus propias manos.

Poston tenía unas manos enormes, así que la amenaza no era para tomársela a la ligera. Su abogado le había aconsejado que mantuviera la boca cerrada, y él había dado una respuesta muy ilustrativa indicándole los sitios por donde podía meterse su consejo. Bien mirado, el chico tenía cierto estilo. En unos años podría llegar a tener una influencia tremenda, siempre y cuando lograra librarse de las garras de la justicia, lo cual iba a costarle lo suyo. La víctima lo había acusado a él en concreto, aunque eso no era determinante; a fin de cuentas había media docena de chicos dispuestos a declarar que el acto había sido consentido. Sin embargo, otro testigo anónimo había confirmado por su cuenta y riesgo la identificación, y había dicho que él se encontraba en casa de la víctima, bebido, desenfrenado y haciéndole insinuaciones sexuales indebidas.

El testigo anónimo tenía que desaparecer o era muy probable que Andrew Poston acabara siendo acusado de cometer un delito grave. La vida del joven podía verse arruinada por una sola noche de diversión con una puta que no paraba de provocarlo. Decididamente, el testigo tenía que desaparecer.

Claro que el hecho de que atacar al testigo fuera la manera más rápida de llegar hasta Aidan Reagan era pura casualidad. Kismet. No cabía duda de que tenía un buen karma. Porque Aidan Reagan también tenía que desaparecer, se había acercado demasiado a Ciccotelli. Y ella, por primera vez desde que su novio la abandonara, tenía… relaciones sexuales.

Había que acabar con ello. Reagan tenía que desaparecer. Pero asesinar a un policía era peligroso y no podría escapar sin que lo descubrieran y lo condenaran. Resultaba más factible asustarlo.

Ahora Andrew estaba llegando a casa con su padre, el juez. Recorrían el camino de entrada en un todoterreno Lexus. La señora Poston había salido a recibirlos a la puerta, con semblante preocupado y un sobre acolchado en la mano.

Lo habían entregado esa misma mañana e iba dirigido a Andrew. Si su madre lo hubiera abierto, habría echado a perder la sorpresa. Ella le habría explicado lo que contenía. O tal vez no. En cualquier caso, ahora el sobre estaba en manos de Andrew y, por lo que captaba gracias al micrófono colocado dentro del acolchado, lo estaba abriendo y descubriendo el CD con el post-it pegado. «Escúchame», rezaba. Hubo una larga pausa. La calidad de la grabación era mala, confusa, pero le revelaría todo lo que quería saber. Un violento y original insulto brotó de los labios de Andrew. Lo había descubierto. Fantástico. Se oyeron unos cuantos ruidos más y por fin el chico habló.

– Hola, soy yo -dijo con voz apagada-. Ya sé quién me ha denunciado… Rachel Reagan. Esa zorra nos estaba espiando.

Escuchó, y luego se echó a reír.

– En eso tienes razón. Debe de ser bastante mejor tirársela a ella que a Marie. Hazme un favor. Agradécele de mi parte que llamara a la policía. Asegúrate de que sepa que sabemos que fue ella y que si no se retracta, lo sentirá. Y hazlo hoy. Gracias, tío. Me encargaría yo mismo pero tengo que estarme quietecito unos cuantos días hasta que todo esto pase.

Al final de la conversación sonó rock duro a todo volumen. El estruendo cesó al accionar un interruptor en el interior del coche. El motor estaba en marcha, tanto en sentido literal como figurado. Una ligera presión en el pedal del gas hizo que el vehículo estacionado en la calle de los Poston se desplazara hasta la carretera principal. Había llegado el momento de volver al trabajo. Y también de conectar la emisora local para ver si ya habían encontrado a Marge Hooper.

Ciertamente la noticia alteraría a Ciccotelli. «Estupendo.» Ya había perdido a su amigo Hughes, y ahora perdía a Hooper, una conocida. Muy pronto perdería también a su amor: Reagan.

No habría manera de retenerle a su lado cuando supiera que la seguridad de su hermana estaba en peligro. Una vez que la joven Rachel hubiera sido convenientemente advertida por parte de los amigos de Poston, el detective Reagan recibiría un mensaje amenazando con que a su hermana le sucederían cosas mucho peores por andar él con quien andaba. Como era listo, elegiría bien.

El siguiente golpe sería contra alguien mucho más lejano. Se trataba de un completo extraño que había tenido la desgracia de que su camino se cruzara casualmente con el de Tess Ciccotelli. Eso la sacaría de quicio. Se sentiría muy culpable y tendría miedo de salir de casa. No se atrevería a dirigirle la palabra a ningún ser viviente. Qué pensamiento más alentador.

Por supuesto, el golpe de gracia tendría lugar mucho más cerca. En la familia. Las opciones habían aumentado con la llegada de su hermano y sus padres desde Filadelfia. No formaba parte del plan original, y era un arma de doble filo. Por una parte los problemas familiares se habían resuelto, así que ya no estaba sola en la gran ciudad. Eso era malo. Por la otra, constituía una deliciosa ironía. Justo cuando la familia volvía a estar unida, comenzarían a caer. ¿A quién le tocaría? ¿A su hermano o a sus padres? ¿Quién le dolería más?

Pero antes… un extraño.


Jueves, 16 de marzo, 12.15 horas.

– No hay derecho -se quejó Tess en la puerta del despacho del doctor Fenwick. Vito estaba a su lado-. Saben que no he hecho nada malo pero insisten en inhabilitarme. Aún me hace parecer más culpable.

– Tendríamos que haber venido con Amy -opinó Vito-. Ella habría sabido atajar toda esa mierda.

– Tienes razón, pero no creía que fueran tan injustos. -La próxima vez Tess no iría a ver al doctor Fenwick sin un abogado; parecía que era el único idioma que el hombre entendía-. Vamos. Papá debe de haberse despertado y querrá comer. -Pasó por delante del ascensor y se dirigió a la escalera.

– ¿Doctora Ciccotelli?

Ella, que ya asía la manilla de la puerta de la escalera, dio un respingo al oír la voz detrás de ella.

– Periodistas -advirtió Vito en voz baja-. Rápido, vámonos.

– Espere. -Era una joven con indumentaria profesional-. ¿Es usted la doctora Ciccotelli?

– Sí -respondió Tess-. ¿Quién es usted?

La mujer le tendió un grueso fajo de periódicos.

– Aquí tiene.

Tess, estupefacta, tomó los periódicos y echó un vistazo a la portada.

– Van a demandarme.

Vito le arrebató los periódicos.

– ¿Quién? -Leyó el artículo en diagonal-. Tus pacientes quieren demandarte por haber revelado sus historiales a la policía. -La miró con mala cara-. Los reclamaron como pruebas, no tenías elección.

Ella le quitó los periódicos de las manos y soltó una carcajada sardónica.

– Dolor y sufrimiento. Cinco millones de dólares. La cosa no quedará así, pero me costará que la gente lo olvide.

– ¿Cómo saben los pacientes que revelaste los historiales?

Tess sacudió la cabeza.

– No tengo ni idea. En las noticias no han dicho nada. Mierda. ¿Qué será lo próximo?

En ese preciso momento sonó su móvil. Era una llamada urbana, aunque no reconocía el número. Se sintió tentada de no responder pero temió que pudiera ser su madre desde el teléfono del hotel y contestó.

– Ciccotelli.

– ¿Tess? Soy Rachel. -La chica tenía una voz extraña, fría-. Necesito… que me ayudes. Es urgente.

Tess escuchó mientras la chica, tartamudeando, formulaba la petición. Luego echó a correr escalera abajo.

– Corre, Vito.


Jueves, 16 de marzo, 13.30 horas.

Aidan levantó la vista cuando la bolsa marrón aterrizó en su escritorio. Spinnelli lo miraba con gesto irónico.

– Felicidades.

Aidan abrió la bolsa y husmeó el contenido.

Baklava. Estoy emocionado, Marc -soltó.

– Me han dicho que es lo mejor para sobornarte. -Sonrió brevemente y luego se puso muy serio-. Tus sospechas sobre Bacon eran ciertas. Y también tenías razón al decir que mi comentario estaba fuera de lugar. Has demostrado bastante autodominio y concentración, dadas las circunstancias.

Aidan se sonrojó y se encogió de hombros.

– Tú también tenías parte de razón. Tengo cierto interés personal en este caso. -Señaló una pila de papeles-. Llevo dos días sin tocar nada del caso de Danny Morris. A estas alturas su padre podría estar en México.

– No. Tiene que estar escondido en alguna parte y pronto lo descubriremos.

– Pareces muy seguro.

Spinnelli se sentó en una esquina de la mesa.

– Lo estoy. A su padre Danny no le importaba una mierda. Lo trataba como si fuera de su propiedad, como algo que tenía que controlar. Y creía que, igual que a él, el niño le importaba una mierda a todo el mundo. Pero a ti sí que te importa, y por eso cuando salga de su asquerosa madriguera lo estarás esperando. Esta noche, de camino a casa, déjate caer por sus andurriales. Si sus amigos te ven a menudo empezarán a ponerse nerviosos y al final alguien se irá de la lengua.

– Gracias, tu consejo me es de gran ayuda. -Aidan se había sentido culpable por haber abandonado el importante caso.

Spinnelli se cruzó de brazos.

– ¿Qué has descubierto, Aidan?

– Al encontrar el escondite de Bacon vacío, hemos avisado a Rick. Él insiste en que los tipos como él suelen guardar copias de seguridad. Ahora Murphy está en el trastero que Bacon tenía alquilado. Hemos pensado que no hacía falta que fuéramos los dos y yo he venido aquí para investigar la relación que había entre nuestro hombre, David Bacon, y Nicole Rivera.

– Está muy bien que hayáis descubierto lo del trastero -alabó Spinnelli.

– No ha sido muy complicado. Al obtener la orden y registrar la casa de su madre encontramos los recibos del alquiler en un cajón de la cocina. -Aidan olfateó la manga de su chaqueta y puso mala cara-. No conseguiré que vuelva a oler bien.

Spinnelli soltó una risita.

– No quiero meterme donde no me llaman pero tal vez tendrías que ir a casa y cambiarte antes de pasar a recoger a Tess. -Aguzó la mirada-. ¿Y qué has descubierto sobre la relación con los otros?

Aidan miró asqueado las pilas de papeles que tenía sobre la mesa.

– De momento, nada. Rivera era actriz y camarera. Bacon era un ex convicto que vendía aparatos electrónicos para ganarse la vida. He registrado las llamadas telefónicas y las cuentas bancarias de ambos y no tienen nada que ver. Lo único que tenían en común es que los dos necesitaban dinero, pero Rivera tuvo que cambiar de piso y mudarse a uno de los peores barrios de la ciudad porque no podía pagar el alquiler, así que si cobraba de nuestro hombre bajo mano, no utilizaba el dinero para pagar las facturas. Más tarde he quedado con la antigua compañera de piso de Rivera, espero que me proporcione más datos.

– Mantenme informado.

Cuando Spinnelli se hubo marchado, entró Abe. Llevaba unos papeles en la mano.

– Estoy terminando con el papeleo de Clayborn. -Sonrió-. Tess lo dejó hecho un guiñapo, parece que se haya peleado con el campeón de lucha libre.

Aidan sacudió la cabeza.

– No creo que haya pasado tanto miedo en toda mi vida.

– Sé cómo te sientes. Mira, Mia y yo pasamos horas con Clayborn anoche. Al final nos explicó por qué no quería que se divulgara su historial. -Abe alzó los ojos-. Había hecho una solicitud para entrar en la academia de policía y no quería que sus antecedentes psiquiátricos lo perjudicaran.

Aidan sintió vergüenza ajena.

– Lo habrían eliminado por el perfil psicológico.

– Nunca se sabe. La otra cosa que tratamos de averiguar es cómo sabía que Tess estaba contigo en casa de papá y mamá. Al final Clayborn nos contó que lo habían llamado por teléfono para avisarle. Alguien le dijo que echara un vistazo a tu casa, incluso le dieron la dirección. No nos dijo quién había sido, pero rastreamos las llamadas del teléfono de su casa y del móvil. Había una llamada hecha desde un móvil desechable y se me ha encendido la bombilla. ¿Tienes la relación de llamadas de los teléfonos de Tess?

Aidan rebuscó en la pila de papeles hasta que encontró la lista de las llamadas del teléfono de la consulta.

– A su casa solo la llamaron una vez… Fue la noche del suicidio de Cynthia Adams. Las otras dos llamadas las recibió en la consulta. -Levantó la cabeza para mirar a Abe-. No nos dejaba intervenir la línea; cosas del secreto profesional.

– Pues vuestro hombre lo sabe -dijo Abe-. Se aprovecha del sentido ético de Tess.

Aidan comparó las llamadas de los teléfonos de Clayborn con las del de Tess y se le aceleró el pulso.

– Una coincide. Es la de Seward, la hizo Nicole Rivera. -Miró a Abe-. No encontramos ningún móvil en el piso de Rivera.

– El asesino se los llevó.

– Junto con la peluca y el abrigo. El número es del mismo teléfono desechable. Qué hijo de puta. Él le dijo a Clayborn dónde estaba Tess.

– Pero si no habíamos revelado a la prensa el nombre de Clayborn, Aidan. Aunque sí lo habíamos comunicado a través de la emisora. Había una orden de busca y captura.

Aidan apretó los dientes.

– Entonces sabía que estaba conmigo y agitó el cebo en las narices de Clayborn. Hijo de la gran puta. Siempre le encarga el trabajo sucio a otra persona. -Bajó la vista a las llamadas de la consulta de Tess y frunció el entrecejo-. No me había fijado antes en esto, estaba tan obsesionado con las llamadas recibidas que no me fijé en las que se habían hecho desde allí.

Abe se situó tras él y se asomó por encima de su hombro.

– ¿Te refieres a la llamada hecha al 911?

– Sí. Tess recibió la llamada de Seward a las tres quince. Dijo que había salido corriendo y le había pedido a Denise que llamara al 911.

– ¿Denise es la recepcionista?

– Sí. -Frunciendo más el entrecejo, Aidan miró las llamadas hechas desde el móvil de Tess-. A mí me llamó a las tres y veintidós, siete minutos más tarde.

Abe se irguió.

– Pero Denise llamó al 911 diez minutos después de que Tess colgara.

Aidan se volvió a mirarlo.

– Tess me dijo que no sabía por qué la policía había tardado tanto en llegar a casa de Seward. No tenía previsto intervenir, pero Seward estaba apuntando a su esposa en la cabeza con una pistola. Esperaba que la policía hubiera llegado antes que ella.

– Y lo habrían hecho si Denise los hubiera avisado cuando se suponía que iba a hacerlo. ¿Por qué no llamó enseguida?

Aidan pensó en la recepcionista. Tenía acceso a todos los archivos de Tess, a sus pacientes; no solo a los historiales, sino también a sus direcciones y sus números de teléfono. Estaba allí cuando el mensajero entregó el CD, así que sabía lo de las grabaciones clandestinas de Bacon. Y no había sido capaz de mirarlo a los ojos esa mañana, cuando Murphy y él habían ido a la consulta para contarle a Tess lo del asesinato de Bacon.

Aidan esparció la pila de papeles de su escritorio y les echó un vistazo.

– Denise Masterson. Ya he investigado sobre ella, no tiene antecedentes. -Ojeó rápidamente la única información que tenía sobre Masterson-. Lleva cinco años trabajando en la consulta. Antes de eso, estudiaba en la universidad. No tiene deudas importantes. Su coche tiene diez años y comparte piso con otra chica. Es todo cuanto sé. -Infló las mejillas-. Tengo que salir dentro de una hora para encontrarme con la antigua compañera de piso de Nicole Rivera. Después pasaré a ver a la de Denise.

– Podrías preguntarle a Tess.

– ¿El qué?

Tess observó a los dos hombres volverse con cara de sorpresa. Por detrás eran casi idénticos; anchas espaldas, camisa blanca y pantalones negros. Idénticas cabezas de pelo castaño, idénticas fundas de pistola. Pero Tess creía ser capaz de distinguir a Aidan en una habitación llena de hombres iguales. La noche anterior había acariciado su espalda. Ahora tenía que darle una muy mala noticia.

Aidan entrecerró los ojos.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Sentaos. Los dos.

– Tess…

Ella levantó la mano.

– Por favor.

Aidan se sentó en la silla y Abe en la mesa. Ambos mostraban la misma expresión preocupada.

– Se trata de Rachel.

Ambos se levantaron de un salto y sus rostros perdieron todo el color. Con un quedo suspiro, Tess los miró a los dos.

– No le han hecho mucho daño.

– ¿Dónde está? -La voz de Aidan era siniestra-. Tess, no juegues con nosotros.

– ¿Te parece que estoy jugando con vosotros? -preguntó ella con aspereza-. Sentaos, coño. Para empezar os diré que por eso es por lo que no os ha llamado directamente. -Ellos volvieron a sentarse despacio-. Está en el vestíbulo, con Vito. Llamó a Kristen y a su otra cuñada pero saltaba el contestador. No quería que vosotros ni vuestros padres la vierais tal como está, y como ayer le di mi teléfono mientras la ayudaba con los deberes, me ha llamado y me ha pedido que me reuniera con ella en tu casa y la ayudara a asearse.

Aidan tragó saliva; seguía estando muy pálido.

– No lo habrás hecho, ¿verdad? Necesitamos… pruebas.

– La he llevado al hospital -respondió, y al ver que ambos se ponían muy tensos añadió-: No es que estuviera muy mal, solo le hacían falta unos cuantos puntos. Luego he llamado a un policía que le ha tomado declaración y ha hecho unas fotos, y después la he traído directamente aquí. -Se acuclilló junto a la silla de Aidan y le tomó la mano-. Le han pegado y le han rasgado la ropa. Tiene muy mal aspecto pero en realidad no es nada. No le han hecho nada más, ¿me entiendes?

Él asintió con rigidez.

– ¿Quién ha sido?

– Dos chicos de su escuela. Ya lo ha pasado bastante mal esta tarde, no se lo pongas más difícil. Alegra esa cara. -Miró a Abe-. Y tú también. Parece que vayáis a asesinar a alguien. Rachel tiene miedo de que perdáis el control y os metáis en un lío que os cueste el trabajo.

Abe exhaló un suspiro y se esforzó por relajar el semblante.

– Ve a buscarla.

Tess se dio cuenta de que estaba complicando las cosas y fue corriendo a donde Rachel aguardaba junto con Vito. Se había echado el abrigo de Tess por los hombros y con el cuello subido se tapaba las orejas.

– Los he preparado tanto como he podido, cariño -dijo-. Cuanto antes acabes con esto, mejor.

– Se pondrán hechos unas fieras -susurró Rachel con labios temblorosos.

– Pues claro, es normal. Pero son buenas personas y no harán ninguna tontería. -Asió a Rachel por el brazo y la condujo al reservado donde sus hermanos aguardaban de pie. Al verle la cara ambos apretaron los puños.

Rachel trató de sonreír.

– No estoy tan mal como parece. -Gracias a un poco de hielo y unas curas su aspecto había mejorado bastante.

Aidan forzó una sonrisa.

– No sé cómo estás, mocosa, pero tienes muy mal aspecto. -Extrajo la silla de debajo del escritorio-. Siéntate -dijo en tono suave-. Cuéntanos qué ha pasado.

– Me he quedado atrapada entre la gente en una de las escaleras de la escuela. Mirándolo en perspectiva, debían de tenerlo planeado porque cuando ha sonado el timbre todo el mundo ha desaparecido de repente. Entonces me han agarrado por detrás y me han tapado los ojos. Me he resistido, pero ellos tenían mucha más fuerza.

Tanto Aidan como Abe se pusieron aún más pálidos y Rachel se estremeció.

– Pensaba que iban a hacerme lo mismo que a Marie, pero no. Me han metido un trapo en la boca y me han pegado, me han rasgado la blusa y me han estampado la cara contra una pared de obra. Luego me han dicho que contara hasta cincuenta antes de volverme. No he ido a ver al director porque habría llamado a casa y no quería que mamá y papá se preocuparan. Así que me he escapado por la puerta de emergencia y he echado a andar.

Aidan se enjugó las palmas de las manos en los pantalones.

– ¿No ha sonado la alarma?

– No funciona porque siempre la utilizaban para interrumpir las clases.

– ¿Te han dicho algo, Rachel? -preguntó Abe.

Ella se encogió de hombros.

– Que debería tener la boca cerrada. Además de llamarme de todo.

Abe le levantó suavemente la barbilla.

– ¿Crees que podrías identificarlos?

– Sí. -Rachel asintió muy seria-. Después los he visto. Cuando los atrapéis avisadme para la rueda de reconocimiento.

– Ha dado sus nombres al policía que le ha tomado declaración -dijo Tess-. Ahora, unos coches patrulla estarán yendo a buscarlos.

Aidan esbozó una sonrisa trémula.

– Esta es mi niña. -Posó el dedo en una esquina del vendaje que llevaba por encima de la ceja-. ¿Cuántos puntos te han dado, cariño?

– Solo tres.

– Pues fue peor lo que te hiciste el año pasado patinando sobre hielo. ¿Cuántos fueron? ¿Nueve?

– Once. -Exhaló un suspiro de alivio-. Te veo más tranquilo de lo que creía.

La sonrisa de Aidan se desvaneció.

– Porque finjo muy bien, pequeñaja.

– ¿Por qué no nos has llamado, cariño? -preguntó Abe.

Rachel lo miró, y luego miró a Aidan.

– Porque parecía que estuviera mucho peor de lo que estaba. No quería disgustar a mamá y papá, así que he pensado en ir a tu casa. -Volvió la cabeza-. Ya sé que no tendría que haber salido sola, pero era incapaz de pensar con claridad.

– No te preocupes -dijo Aidan-. Podría pasarle a cualquiera. ¿Cuándo los has visto.

– Me he vuelto y he visto que me estaban siguiendo, entonces ha sido cuando me he asustado de verdad. -Sonrió con tristeza-. Seguramente pensaban que iba a contarlo y se han puesto frenéticos. Han echado a correr detrás de mí, pero he llegado a tu casa y he soltado al perro.

Lo último lo dijo con un fino sentido del humor que pretendía hacerlos reír, pero la gravedad de la situación arruinó el efecto.

– Dolly los ha acojonado -concluyó-. Ha sido muy divertido.

Aidan esbozó una sonrisa maliciosa.

– ¿Ha atrapado a alguno?

– No. -Los labios de Rachel se curvaron y la sonrisa asomó a sus ojos-. Pero uno ha tenido que marcharse a casa a cambiarse los pantalones. Dolly es increíble. He llamado a Kristen y a Ruth pero me ha saltado el contestador. Tess me dio su número anoche por si tenía preguntas de matemáticas, así que la he llamado a ella. Como es médico, he pensado que sabría qué habría que hacer.

– ¿Cómo has conseguido que le dieran los puntos sin que estuvieran sus padres? -preguntó Abe-. Es menor de edad.

Tess miró a Rachel.

– Se los he dado yo. Hasta el martes tenía competencias en el County y como tengo la identificación, nadie me ha hecho preguntas. Además, como estuve una temporada en urgencias durante la residencia sé dónde guardan las cosas. El hospital no es responsable de nada; la única responsable soy yo. -Guiñó un ojo a Rachel-. Pero si decidís demandarme tendréis que poneros en la cola.

Aidan frunció el entrecejo.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Tres pacientes me han demandado por dolor y sufrimiento al revelaros sus historiales. -Hizo una mueca sardónica-. Aunque hubiera tenido dinero me habría quedado sin blanca, Aidan. -Acarició la cabeza de Rachel-. Enséñales el resto, cielo. Lo verán tarde o temprano.

Con un suspiro, Rachel se bajó el cuello del abrigo. El pelo oscuro y grueso que antes le llegaba hasta media espalda era ahora una maraña irregular que apenas le cubría la nuca.

– En realidad es muy cómodo -dijo en tono liviano-. Debo de haber perdido más de dos kilos.

Aidan, afectado, acarició las puntas mal cortadas.

– Cuánto lo siento, cariño.

– Ya basta -soltó Rachel con brusquedad tomando las manos de Aidan entre las suyas-. Solo es el pelo, Aidan, no tiene importancia. Además, ya he pedido hora en la peluquería.

Tess asintió.

– Uno de los camareros de Robin hace de peluquero en sus ratos libres. Te dejará «hecha una monaaada, queriiida». Con un buen corte y unos reflejos…

Rachel dio unas palmaditas en las manos de Aidan.

– Estaré más guapa que antes.

– Al parecer lo tienes todo controlado, Tess -comentó Abe-. Solo una cosa más. ¿A qué policía has llamado para que le tomara declaración? -Tess miró el escritorio vacío junto al de Abe y arqueó una ceja, y Abe suspiró.

– Tendría que haber sospechado que algo pasaba al ver que Mia no volvía después de comer. ¿Dónde está ahora?

– Ha recibido otra llamada justo cuando salíamos del hospital, hace veinte minutos escasos. Le he pedido que no os dijera nada hasta que yo hubiera hablado con vosotros. Me ha pedido que la llamarais cuando pudierais.

– Entonces supongo que debe de estar esperándome en alguna parte. -Abe acarició con el pulgar el rostro magullado de Rachel-. La próxima vez, avísanos. Somos muy fuertes, pequeñaja, y sabemos controlar los nervios.

– Muy bien. -Ahora que había terminado todo, los azules ojos de Rachel se llenaron de lágrimas-. Lo siento. -Abe se arrodilló junto a ella, la atrajo hacia sí para abrazarla y le acarició la espalda-. He pasado mucho miedo, Abe.

– Ya lo sé, pero te has comportado como una valiente. No vuelvas a serlo tanto, ¿de acuerdo?

Ella asintió con un escalofrío y Abe le dio una última palmada en la espalda antes de ponerse en pie y estrechar a Tess de modo que esta posó la cabeza en su pecho. Luego la besó en la coronilla.

– Gracias -dijo, y la soltó con una sonrisa trémula-. Cuando las cosas se calmen, quiero que le enseñes a hacer lo que le hiciste a Clayborn ayer. Estuviste muy bien, Tess.

– Cuenta con ello. Ahora vete, Mia te está esperando.

Aidan se sentó en el borde del escritorio y se cruzó de brazos.

– ¿Qué voy a hacer contigo, mocosa? Tengo que telefonear a unas cuantas personas.

– Podemos llevárnosla a casa -sugirió Tess-. Vito y yo.

Aidan miró a Vito, que aguardaba apoyado en la pared, y se dio cuenta de que no había reparado en él hasta ese momento.

– Gracias; yo…

Sonó su teléfono, y cuando se estiró para cogerlo Tess contempló su estilizada figura.

– Reagan… Sí. -Clavó sus ojos en los de Tess y se puso más pálido que antes-. Avisa a Spinnelli -dijo moviendo los labios sin emitir ningún sonido. Tess fue corriendo, pero cuando volvió con él Aidan ya había colgado el teléfono y marcaba un número a toda prisa para pedir que rastrearan la llamada.

Los ojos de Spinnelli se clavaron en Rachel.

– Santo Dios. ¿Qué ha pasado?

Tess observó el semblante de Aidan, y el temor creciente le atenazó la garganta. Estaba visiblemente afectado pero no decía nada, no le devolvía la mirada.

– ¿Aidan? ¿Quién era? ¿Qué te han dicho? -Le tiró del brazo-. ¿Aidan? Mírame, joder.

Poco a poco, él la obedeció. Sostuvo la mirada mientras los segundos iban pasando y el músculo de su tensa mandíbula temblaba. Luego fijó los ojos en Rachel.

Y Tess lo entendió todo. Se llevó la mano a la boca y retrocedió tambaleándose.

– No.

Pensó en cómo había encontrado a Rachel, magullada, sangrando y asustada. Ya le parecía bastante horrible cuando creía que se lo habían hecho para vengarse de la denuncia anónima. Tragó la bilis que le abrasaba la garganta.

– ¿«Dime con quién andas y te diré quién eres»? -musitó.

Aidan asintió.

– Joder -masculló Spinnelli. Colocó la silla de Murphy delante de los escritorios-. Siéntate, Tess, no vayas a desmayarte. ¿Y tú, quién eres?

– Vito Ciccotelli. -Tras ella, la voz de Vito sonó áspera. Tenía las manos tensas al asirla por los hombros y conducirla hasta la silla-. Trabajo en el Departamento de Policía de Filadelfia; soy su hermano.

Spinnelli apretó los labios con fuerza.

– Llamaré a tu padre para que venga a recogerte, Rachel.

– No. -Rachel negó con la cabeza-. ¿Cómo que «dime con quién andas y te diré quién eres»? ¿Qué significa eso?

– Quiere decir que te han atacado por relacionarte conmigo -explicó Tess con voz inexpresiva-. Y no eres la primera.

Rachel volvió a sacudir la cabeza.

– Esos chicos son amigos de los gilipollas que violaron a Marie. No tiene nada que ver contigo.

Tess se volvió y fijó la mirada en los azules ojos de la chica.

– ¿Y cómo han descubierto que fuiste tú quien se chivó, Rachel?

Rachel abrió la boca para contestar, pero volvió a cerrarla al comprender lo que Tess insinuaba.

– ¿Toda esa gente… ha muerto por haberse relacionado contigo? -preguntó con los ojos como platos. Estaba horrorizada-. ¿Tu amigo psiquiatra también?

Tess asintió. La cabeza le daba vueltas y tenía el cuerpo entumecido.

– Y el portero.

Spinnelli vaciló.

– Tess.

Ella levantó la mirada y clavó sus ojos en él. Él sacudió tristemente la cabeza y Tess notó que el corazón le daba un brinco y se le paralizaba. Sus labios se negaban a articular palabra.

– ¿Quién?

– ¿Conoces a una tal Marge Hooper?

Ella pestañeó despacio. No lo entendía, ni quería entenderlo.

– Es la propietaria de la vinatería.

– Lo siento mucho, Tess. Mia ha llamado justo antes de que vinieras a buscarme. Ahora está en el escenario de la muerte y Abe va a reunirse con ella.

El despacho empezó a dar vueltas y Tess cerró los ojos y se concentró en la presión que las manos de Vito ejercían en sus hombros.

– ¿Cómo ha sido?

Spinnelli carraspeó.

– No creo que…

Ella abrió los ojos y lanzó una mirada feroz a Spinnelli.

– Hostia puta, Marc -masculló-. Haz el favor de decírmelo.

Spinnelli dirigió una mirada a Rachel, que seguía sentada en la silla, atónita.

– No lo haré ni aquí ni ahora. Rachel, voy a llamar a tu padre para que venga a buscarte.

Aidan se levantó, su semblante volvía a ser indescifrable.

– La acompañaré yo, Marc -dijo en tono grave-. Tengo que salir de todas formas. Vamos, Rachel.

La chica se levantó con gestos vacilantes y Aidan la tomó por el brazo para ayudarla. Se dispuso a devolverle el abrigo a Tess pero ella sacudió la cabeza.

– Quédatelo -dijo, y miró los ojos inexpresivos de Aidan-. Le debo una a tu hermano.

Él no respondió, se limitó a hacer un gesto de asentimiento y se alejó.

Tess no se movió, estaba paralizada. Aidan se había ido sin pronunciar una sola palabra. Pero ¿qué podía decir? ¿«Adiós, Tess, gracias por la noche desenfrenada pero han estado a punto de matar a mi hermana por tu culpa»? Habría tenido razón. Ni siquiera podía culparlo por haberse marchado. Solo por dejarse ver en su compañía, había puesto en riesgo a su familia, a su hermana. Todos los demás habían muerto, y a Rachel podría haberle ocurrido lo mismo. Ahora no importaba nada, salvo la seguridad de la chica.

«¿Ni siquiera tu corazón, Tess?» No; ni siquiera eso.

– Qué hijo de puta -masculló Vito-. Me entran ganas de…

– Déjalo, Vito. ¿Qué puede hacer si no? ¿Dejar que el asesino se marque otro tanto? -masculló-. Ya ha conseguido que todos mis pacientes me teman. Ahora las personas más cercanas también me tienen miedo.

Vito se acuclilló junto a ella y tomó su fría mano entre las suyas, más calientes.

– Vuelve a casa conmigo, Tess. Tu sitio es ese.

– No puedo, por lo menos hasta que termine todo esto. No pienso salir corriendo y esconderme. -Miró a Spinnelli-. Cuéntame lo de Marge.

– Le han cortado el cuello esta noche, entre las doce y las cuatro.

Tess cerró los ojos pero volvió a abrirlos enseguida, incapaz de soportar la imagen que acudía a su mente.

– Tenía dos hijos, Marc. Los dos viven fuera; están estudiando en la universidad.

Spinnelli la miró con ternura.

– Los buscaremos y les contaremos lo ocurrido. En cuanto a Aidan, Tess, no ha querido ser brusco contigo. Estaba conmocionado, igual que tú.

Ella se puso en pie; le temblaban las piernas.

– Podemos irnos, Vito. Llévame a casa de Aidan.

La tensa mandíbula de Vito se abrió del todo.

– ¿Después de tratarte como te ha tratado?

Ella asintió.

– Tengo que ir a recoger mis cosas -explicó, y él se tranquilizó un poco-. Tengo allí la ropa, y a Bella. Si en el hotel no la aceptan, le pediré a Amy que la cuide hasta que pueda volver a mi casa.

– Tess, no te precipites -le aconsejó Spinnelli-. Por favor.

Ella no hizo caso de su petición, irguió la espalda y lo miró con la cabeza muy alta.

– Marc, quien me está vigilando sabe que Rachel está relacionada con la denuncia de la violación a la policía. Eso va más allá de arruinar mi reputación como profesional y de cualquier otro motivo que creyerais que podía tener ese hijo de puta. Está claro que quiere hacerme daño, y le da igual quién tenga que pagar por ello. -Exhaló un suspiro-. No tengo ni idea de quién me odia tanto.

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