Viernes, 17 de marzo, 19.30 horas.
La herida ya casi no sangraba y no le dolía tanto como al principio. Aun así, necesitaba que le dieran puntos; de otro modo, volvería a abrirse. Jon estaba a punto de llegar. En cuanto la suturara podría empezar la tortura de Ciccotelli.
El camino de entrada a casa de Jon se divisaba estupendamente desde una manzana de distancia gracias a los prismáticos. Y también el Camaro de suelo bajo que descendía lentamente por la carretera y se encontraba a una manzana de distancia en sentido contrario.
«El coche de Aidan Reagan.» Tardó unos instantes en recuperarse de la estupefacción. Jon Carter se había chivado. «Sospechan de mí.» Imposible. El truco de los zapatos era buenísimo. Tendrían que haber sospechado de Robin Archer, pero aunque la policía había ido a verlo por la mañana, el hombre seguía tan tranquilo en su casa. «Y ahora sospechan de mí.» ¿Cómo era posible?
Y, lo más importante, ¿qué haría ahora? Necesitaba que le curaran la herida. Tendría que hacerlo Ciccotelli. Esperaba que el padre siguiera con vida, porque solo apuntándolo con una pistola en la cabeza conseguiría que ella la atendiera en condiciones. Cuando la hubiera suturado, Ciccotelli y su padre morirían. Con más rapidez y mucho menos sufrimiento del que había planeado. «Tengo que marcharme.» Muy lejos.
Viernes, 17 de marzo, 20.15 horas.
– Debe de habernos visto. -Aidan lanzó el abrigo sobre su escritorio con indignación.
– Hemos esperado cuarenta y cinco minutos -le explicó Murphy a Spinnelli-, pero no ha aparecido.
Spinnelli suspiró y dijo:
– Sabemos de qué forma dispararon a Amy Miller. Recibimos una llamada justo después de que salierais hacia su casa. Han encontrado muerto al novio de Joanna Carmichael en su piso. El chico estaba tendido encima de su propia pistola; el arma había efectuado un solo disparo. Y en el ordenador encontramos fotos. Al parecer Carmichael había estado fotografiando a Tess por toda la ciudad.
Otro muerto. «Mierda.»
– Tess dijo que Carmichael la había estado siguiendo.
– Bueno, su acoso fue un buen trabajo. Encontramos fotografías de Marge Hooper, de Sylvia Arness y de media docena de personas más con las que Tess se cruzó ese día. Carmichael dijo a Abe y a Mia que sospechaba que alguien había accedido a sus archivos, pero que se había «distraído» con no sé qué artículo. Así que, según parece, Miller anda por ahí con un balazo.
– Carmichael se ha acercado demasiado a Miller -masculló Murphy-. ¿De qué iba el artículo?
– No nos lo ha dicho. Mia nos ha explicado que Carmichael no dejaba de murmurar «en portada».
– Así que el novio ha pagado con su vida la obsesión que Carmichael tenía con Tess y con la exclusiva. -Aidan suspiró-. ¿Habéis encontrado algo en el piso de Swanson?
– Lo alquiló hace dos meses una pareja joven -explicó Spinnelli-. Así que Miller no está allí. Pero antes de eso, estaba alquilado a nombre de Deering, Inc.
«Más cerca.» Pero aun así, no servía de gran ayuda.
– ¿Hemos hecho alguna búsqueda de los bienes inmuebles de Deering?
– Lori la está haciendo ahora mismo. Dentro de una hora más o menos sabremos algo. He vuelto a hacer venir a Denise Masterson. Nos ha dicho que quería llamar a su abogado. Adivinad quién es.
– Destin Lawe -dijo Murphy, y Spinnelli asintió.
– No le ha hecho ninguna gracia saber que está muerto. Él le había dicho que era abogado.
– Por eso lo llamó ayer en cuanto la dejamos marcharse -dijo Murphy.
– Hemos recibido tres llamadas más diciendo que han visto al padre de Danny Morris. Todas falsas.
– Ella sabe que seguiremos cualquier pista. Menuda bruja -musitó Murphy.
Aidan estuvo a punto de ponerse a chillar.
– Nada de todo esto nos sirve para encontrar a Tess.
– Tenemos una orden de busca y captura de Miller -anunció Spinnelli pacientemente-. Escucha, Aidan, hasta que Lori termine con la búsqueda no podemos hacer nada. Aprovecha el tiempo para recargar las pilas. -Entrecerró los ojos-. Es una orden. En cuanto tengamos el listado de los inmuebles, saldrás disparado. Te quiero bien despejado para entonces.
Aidan tuvo que hacer un esfuerzo para abandonar la sala. De camino al ascensor, se topó con Rick.
– Te he estado buscando -dijo Rick-. Tengo algo. -Al ver que Aidan lo miraba perplejo, Rick frunció el entrecejo-. Te hablo del CD que Poston rompió. Tengo algo.
Una oleada de energía renovada le dio el empujón que necesitaba.
– Vamos a verlo.
Viernes, 17 de marzo, 20.15 horas.
Tess estuvo a punto de echarse a reír. Era una petición de lo más ridícula.
– ¿Que quieres que haga qué?
Amy no sonrió.
– Aquí tienes una aguja esterilizada y un poco de hilo. -Se descubrió el brazo y le mostró la piel desgarrada-. Sutúrame.
– Sostenía la pistola con la mano izquierda, con el cañón apretado contra la sien de Michael-. No me hagas daño; en la mano izquierda no tengo el pulso muy firme.
Tess se puso seria al instante.
– Muy bien, pero no le hagas daño.
– Me matará de todas maneras; no la ayudes. -El hombre gruñó cuando Amy le dio una patada en el estómago.
– Cállate, viejo.
– No te preocupes, papá -susurró Tess, y miró a Amy a los ojos-. No puedo ayudarte con las manos atadas. -Después de una hora de contorsiones, había conseguido extraer la navaja del bolsillo de su padre. Como tenía las manos atadas a la espalda, el único sitio donde había podido ocultar la navaja era en la parte trasera de la cinturilla de sus tejanos. Por el momento seguía teniendo la funda puesta, y no servía para nada, pero cuando Amy la desatara…
Amy tomó su cuchillo, uno grande de carnicero, y cortó las cuerdas que le sujetaban las manos.
– Un movimiento en falso y tu padre no tendrá que volver a preocuparse por su corazón.
– Te dolerá -le advirtió Tess-. Aquí no tengo nada para mitigar el dolor.
Amy esbozó una sonrisa de satisfacción mientras sus ojos examinaban los estantes de la pequeña habitación donde se encontraban presos.
– Yo sí, pero por nada del mundo dejaré que me lo apliques.
Tess se esforzó por controlar las náuseas que hacían que el estómago le diera tantas vueltas como le daba aquel cuchitril; acababa de reparar en la cantidad de plantas y botes que se alineaban en los estantes. La mayoría eran setas. Otra pieza del puzle encajó en su sitio.
– Alucinógenos. Los utilizaste con mis pacientes.
Amy extendió el brazo.
– Cállate y cose.
Tess negó con la cabeza.
– Me estoy mareando aquí dentro. No me veo capaz de hacerlo bien.
– Estoy dispuesta a correr ese riesgo -dijo Amy en tono seco-. Empieza.
Tess enhebró la aguja.
– ¿Les administraste drogas a mis pacientes?
Amy dio un resoplido de impaciencia.
– Sí.
Tess dio la primera puntada y Amy silbó de dolor.
– ¿Y en mi sopa?
– Pues claro. Era el momento ideal para apartarte de Phil.
Tess dio unas cuantas puntadas más.
– ¿Te acostaste con Phillip?
La sonrisa de Amy denotaba crueldad.
– Pues claro. Y tomé unas cuantas fotos del gran momento. Con eso bastó para convencer a Phillip de que te dejara. No podía dejar que os casarais.
– ¿Por qué no?
– Porque habríais sido felices. Lo de Green y lo del estrangulador no habría salido mejor ni aunque lo hubiera planeado expresamente, y me ocupé de que tuviera repercusiones.
– Creía que me estaba volviendo loca -musitó Tess, acordándose de las semanas durante las que se había sentido demasiado débil para ir a trabajar y se preguntaba si su subconsciente estaría rechazando la profesión.
Amy soltó una risita cordial.
– Ya. Por cierto, cuando el domingo te dije que parecías una putilla hablaba en serio.
Tess tensó la mandíbula.
– Me lo imagino. Eleanor tenía razón; nunca le caíste bien.
Tess notó que el brazo de Amy se tensaba.
– Qué bruja. También ella se llevó su merecido.
Tess levantó la vista.
– ¿Qué?
– Siempre te estaba ayudando, siempre te regalaba cosas.
Tess recordó la conmoción que había causado la repentina muerte de Eleanor.
– Tú mataste a Eleanor y te las arreglaste para que pareciera que le había dado un derrame cerebral.
– Sí. -Apretó los labios-. Tenía la piel del cuello tan arrugada que el forense ni siquiera se dio cuenta de la pequeña marca de la aguja.
– Pero no encontraron drogas en el análisis.
– El aire es milagroso, Tess.
Tess, confusa, bajó la vista a los puntos.
– Le inyectaste aire.
– Supuse que el viejo te daría una patada en el culo.
– Pero no fue eso lo que ocurrió -musitó Tess. Ahora muchas cosas cobraban sentido.
– Las cosas te salieron bien -dijo Amy con amargura-. Siempre te salen bien. -Sacudió la cabeza con fuerza-. Bueno, te salían -rectificó-. Porque tu afortunada vida terminará esta noche.
Tess estaba acabando con los puntos y aún tenía los pies atados.
– ¿Qué piensas hacer con nosotros?
– Os pegaré un tiro. Es como cerrar un gran círculo. Empecé yéndome a vivir con vosotros porque maté a mi padre y ahora terminaré matando al tuyo.
Tess dio un punto en falso que hizo sudar a Amy. Michael levantó la vista, apenas podía abrir los ojos.
– ¿Mataste a tu propio padre? ¿Por qué?
El semblante de Amy se endureció.
– Iba a casarse y yo no quería. Ella tenía cinco hijos, y habrían invadido «mi» casa, se habrían apropiado de «mis» cosas. -Soltó una carcajada inquietante-. Valiente idea: fui a parar a tu casa, con «tus» cinco hijos. No me sirvió de nada.
– Le tendiste una trampa a Leon -masculló Tess, tomándose su tiempo con los últimos puntos.
– Fue muy fácil. -Su rostro se ensombreció-. Y creía que tendértela a ti sería igual de fácil, pero no.
– ¿Por qué no? -quiso saber Tess.
– Tenía miedo de que la policía no descubriera las pistas importantes y he tenido que dejar demasiadas.
– Lo has hecho muy bien -musitó Tess, siguiéndole la corriente.
– Sí -respondió Amy complacida-. Tenderte la trampa del viejo ha sido pan comido.
Tess apretó los dientes. También eso había sido cosa de Amy.
– Me lo tragué.
– La gran psiquiatra. Pues no eres mejor que los demás; solamente ves lo que quieres ver. -Amy flexionó los dedos-. Tú sí que lo has hecho bien, y por eso el viejo va a morir ahora mismo.
Tess sabía que era entonces o nunca. Se sacó la navaja de su padre de la cinturilla y, mientras Amy examinaba los puntos, la clavó con fuerza en su brazo sano. Con un chillido penetrante, Amy desvió la pistola hacia arriba y entonces Tess le hizo lo mismo que a Clayborn. Amy gritó y la sangre empezó a brotar a chorro de su nariz. Tess se abalanzó sobre ella y la estampó contra una pared. Los botes de los estantes se agitaron y Amy se quedó aturdida unos instantes.
Con una mano Tess le arrebató la pistola y con la otra serró las cuerdas que le sujetaban los tobillos. Se plantó delante de Amy, pistola en mano, y Amy la miró con desdén.
– No te atreverás.
Tess sabía que Amy tenía razón. La chica había sido su mejor amiga, pero durante todo aquel tiempo los sentimientos no habían sido recíprocos. Aun así, no se veía apretando el gatillo y quitándole la vida. La chica a quien había querido como a una hermana era una enferma mental. Había absuelto a Harold Green. ¿Acaso no merecía Amy el mismo trato?
– No quiero matarte, Amy, pero si tengo que hacerlo, lo haré. Levántate y no toques a mi padre o te juro que te mataré.
Amy se puso en pie.
– Esto es un cuchitril, Tess. Seguro que te falta aire.
Tess apretó los dientes.
– No me está yendo nada mal a pesar del pánico. -Y, para su sorpresa, era cierto-. Ahora, muévete. Apártate de mi padre. -Amy se desplazó unos centímetros hacia la puerta, con la mirada vigilante. Tess sabía que la chica estaba esperando a que pestañeara-. Ya está bien. Papá, no puedo quitarle ojo de encima para desatarte.
– No te preocupes, Tess. -Estaba muy débil-. Ve a buscar ayuda.
– Muévete, Amy. Vamos a llamar por teléfono, pero esta vez hablaré yo.
Viernes, 17 de marzo, 20.20 horas.
Aidan, Murphy y Spinnelli se quedaron mirando las fotos que Rick había esparcido sobre la mesa.
– Las pistas que faltan en el CD se corresponden con las franjas que faltan en la imagen -explicó Rick.
– ¿Fotos? -preguntó Aidan-. Pensaba que era un CD de audio.
– Ah. -Rick sacudió la cabeza para aclararla-. Me he pasado demasiado rato pendiente de esto. He encontrado un archivo de audio pero está fragmentado, como si durante una conversación por el móvil se perdiera de vez en cuando la cobertura. De todos modos, es suficiente para descubrir a Poston; eso está claro. Mientras trataba de recuperar los fragmentos de la conversación, he encontrado algunos archivos de imagen, muy ocultos. Amy debe de haber intentado borrar el CD con el Government Wipe. Con eso los datos solo desaparecen si se borran siete veces y aun así se sabe que han estado grabados. A ver si le encontráis el sentido a la imagen.
En la foto aparecía una pared, con cuadros. Eran dibujos a pluma de una playa. Aidan los había visto y el corazón le dio un vuelco.
– Es el salón de casa de Tess.
Murphy tomó una de las fotografías.
– Bromeas, ¿no?
Aidan levantó la cabeza para mirarlo.
– Ha hecho lo mismo con Tess que con Swanson. La fotografía ha sido tomada desde fuera. Allí es donde ella actúa.
Murphy asintió, excitado.
– En el edificio de enfrente. Pero hay veinte pisos que dan a la calle. ¿Podrías saber cuál es a partir del ángulo de la foto?
– Es posible -dijo Rick-. La resolución no es nada buena, pero puedo intentarlo.
Spinnelli dio un golpe en la mesa para captar su atención.
– Necesitamos saber seguro qué piso es para conseguir una orden de registro. No me sirven las conjeturas.
Aidan llamó por teléfono.
– Lori, ¿tienes ya la lista de inmuebles que son propiedad de Deering?
Al cabo de dos minutos Lori aparecía con el listado y Aidan lo repasó de arriba abajo.
– Hay veinte pisos, pero solo uno queda enfrente del de Tess. Vamos.
Viernes, 17 de marzo, 20.45 horas.
– Detente -ordenó Tess, y Amy la obedeció con una sonrisa burlona en el rostro.
– ¿Y si no lo hago?
Tess disparó el arma y una bala pasó casi rozando la cabeza de Amy.
– Te pegaré un tiro.
El rostro de Amy enrojeció.
– Eres una bruja, siempre lo has tenido todo.
– Y ahora tendré el placer de verte en la cárcel, adónde tú querías mandarme.
– Y te habría mandado de no ser por los putos policías.
– Pareces uno de los malos de Scooby-Doo -dijo Tess, y el ceño de Amy se acentuó-. Demasiado cine clásico. -Miró alrededor, pero para su desgracia no vio ningún teléfono.
– No hay ningún teléfono -dijo Amy con suficiencia-. Solo hay internet. ¿Y ahora qué?
– Ven conmigo. Llamaremos a unas cuantas puertas, seguro que algún vecino tiene teléfono. -Hizo una señal a Amy para que siguiera avanzando hacia la puerta-. En marcha.
Pero Amy la atacó. Tess retrocedió y se quedó atrapada contra el cristal de la puerta del patio y Amy le arrebató la pistola. Sangrando y magullada, Amy apuntó a Tess en el corazón.
– Ahora muévete tú. Sal a la terraza. Cerraré el círculo con tu padre, y también contigo. Todo esto empezó cuando tu paciente se tiró por el balcón. Ahora en los titulares también saldrás tú. Abre la puerta.
– No. -Tess sabía que en el momento en que saliera a la terraza estaba muerta.
Amy quitó el cierre de seguridad y abrió la puerta, y el frío aire nocturno se coló por ella. Con una mano agarró a Tess por el pelo y con la otra apretó la pistola contra su sien.
– He dicho que te muevas. Muévete ya. -Arrastró a Tess hasta la terraza y le empujó hasta que quedó inclinada sobre la barandilla. Tess gritó al notar la culata de la pistola contra la región lumbar. Instintivamente, se adelantó para evitar el dolor y perdió el equilibrio. Amy aprovechó para empujarle.
Y Tess cayó.
– ¡Policía! -Aidan se hizo a un lado y el cuerpo especial de intervención echó abajo la puerta del piso. A Aidan se le cayó el alma a los pies. En la terraza estaba Amy, sola. Apenas consiguió divisar dos manos que se aferraban desesperadamente al alféizar. «Tess.» Aidan echó a correr, pero Amy Miller se volvió con expresión violenta y perturbada.
– Si no os vais todos, le dispararé a las manos -amenazó con total tranquilidad-. Y si se cae, son doce pisos. O muere o deseará haber muerto, y vosotros también.
Murphy se situó detrás de Aidan.
– A la de tres, Aidan -dijo en voz baja-. Una, dos…
«Tres.» Murphy y Aidan dispararon a la vez y la fuerza combinada de sus armas sobre el torso de Amy arrojó a esta por encima de la barandilla. Aidan no se molestó en comprobar dónde había caído; corrió a la terraza y entre él y Murphy tiraron de Tess hasta que estuvo a salvo. Estaba pálida y jadeante, demasiado afectada para pronunciar palabra.
Aidan la meció entre sus brazos y la llevó al salón.
– Ha caído a la calle -anunció Murphy desde el balcón-. Está muerta.
– Círculo cerrado -susurró Tess-. Como Cynthia.
En ese momento Aidan supo que no abandonaría a Tess jamás. El hecho de ver sus dos pequeñas manos aferradas al borde del balcón había sido como perder veinte años de vida.
Tess se esforzó por tenerse en pie.
– Mi padre. Llama al 911. Necesita oxígeno.
Y ella también, pensó Aidan. La sostuvo mientras ella corría hacia la habitación donde Michael Ciccotelli permanecía tendido, todavía atado y pálido. Levantó la vista y, al verlos, cerró los ojos en señal de alivio.
– Estás viva. He oído los disparos.
Tess se dejó caer de rodillas y buscó la navaja para cortar las cuerdas. Lloraba pero a Aidan le pareció que ella ni siquiera se daba cuenta. Tenía las manos temblorosas y la navaja representaba un peligro.
– Está muerta, papá. Amy está muerta.
– Tess. -Aidan se acuclilló a su lado y le quitó la navaja de las manos-. Siéntate y respira. -Con rapidez, cortó las cuerdas que ataban a Michael y ayudó al anciano a estirar las extremidades-. Os voy a llevar a los dos al hospital y no protestaréis, ¿de acuerdo?
Michael miró a Tess.
– Si tú vas, yo también.
Ella asintió; se cubría la boca con la mano.
– De acuerdo.
– ¿Tess? ¿Papá? -Vito se deslizó velozmente hasta la puerta abierta y se detuvo en seco-. Santo Dios, Tess. -Se dejó caer de rodillas junto a ella y la estrechó entre sus brazos-. Spinnelli me ha llamado y he llegado cuando aún estabas colgando del alféizar. Creía que ibas a caer. -La estrechó más fuerte y la meció.
Michael abrió los ojos como platos.
– ¿Estabas colgando del alféizar? Santo Dios.
– Pensaba que iba a darme un ataque -dijo Vito con vehemencia-. Mamá y yo estábamos ahí plantados; nos hemos quedado sin respiración. Entonces Amy se ha caído y Reagan te ha ayudado a subir. -Levantó la cabeza con gesto trémulo y miró a Aidan a los ojos-. Gracias.
Aidan consiguió asentir con la cabeza.
– De nada. Yo tampoco tengo claro que pueda volver a respirar con normalidad. -Exhaló un suspiro e hizo una tentativa de inspirar-. Sí, me parece que sí que puedo.
Tess se apartó de Vito poco a poco, se volvió hacia Aidan y apoyó la cabeza en su hombro.
– Me parece que nunca me había alegrado tanto de ver a alguien como cuando te has asomado por el balcón. -Le dio un suave beso en los labios-. Gracias.
Aidan enterró la cabeza en el lateral de su cuello y se estremeció. Todo había terminado. Por fin.
– De nada. Vamos a comprobar que estés bien y nos iremos a casa.
Ella le ladeó la cabeza y lo miró a los ojos, sonriente.
– Esta noche no hay comidita que valga, detective.
La carcajada de Aidan sonó entrecortada.
– Me parece bien. No sería capaz de tragar ni un bocado aunque lo hicieras. Tal vez mañana.
– Eso, mañana.
Sábado, 18 de marzo, 8.30 horas.
Tess, con el corazón acelerado, salió del ascensor a la planta donde se encontraba el despacho de Aidan. Se detuvo un momento y respiró hondo.
– ¿Aún detestas los ascensores, Tess?
Ella levantó la cabeza y vio que Marc Spinnelli la escrutaba con una amable sonrisa en el rostro y una taza de café en la mano.
– Sí, pero creo que ahora detesto más las alturas.
Él hizo una mueca.
– Me parece que es de lo más normal que tengas esa fobia, doctora. -Le pasó el brazo por los hombros-. Anoche no tuve oportunidad de hablar contigo. ¿Estás bien?
– Sí, un poco dolorida nada más. -Se había despertado en la cama de Aidan hacía una hora. Él ya se había marchado y le había dejado una nota en la almohada. «Duerme», le decía. Pero esa mañana necesitaba respuestas. Necesitaba estar con él-. ¿Está Aidan?
Él asintió al comprenderlo.
– Está en la sala de reuniones. Te acompañaré.
Cuando entró, cinco pares de ojos se posaron en ella. Estaban Jack, Rick, Patrick y Murphy. Y también Aidan, que se puso en pie con el entrecejo fruncido.
– Te había dicho que durmieras.
– No podía. -Le mostró el Bulletin de esa mañana-. ¿Habéis visto esto?
Aidan suspiró.
– Sí, lo hemos visto. Siéntate, Tess.
Ella ocupó la silla que le ofrecía y abrió el periódico. Una vez más, miró las letras en negrita. El titular rezaba: UNA ABOGADA DEFENSORA ASESINA. Debajo había dos artículos. El primero era el más extenso y lo firmaba Cyrus Bremin. Explicaba con detalle el papel de Amy en los asesinatos de la última semana que habían culminado con las muertes de Phillip Parks y Keith Brandon. Al fijar la vista en sus fotos Tess experimentó una gran tristeza. Ella también aparecía en una fotografía poco nítida colgando del balcón. La imagen la puso rabiosa y le revolvió el estómago. La noche anterior había soñado con ello; veía sus dedos resbalar poco a poco del alféizar al mismo tiempo que oía sonar a todo volumen las bocinas de los coches que pasaban por la calle. Bien pensado, no era ningún sueño. Era un recuerdo del horrible momento que su mente repetía una y otra vez. Pero estaba viva, a diferencia de las otras trece personas.
El segundo artículo era más corto, pero igual de espeluznante. Amy había estado trabajando para varias de las familias más poderosas del crimen organizado de Chicago, y había ganado mucho dinero sucio ayudándolas a enviar a la cárcel a todos los empleados que no eran de su agrado. Invariablemente esos empleados acababan muertos, lo cual resultaba muy efectivo para disuadir a cualquier persona que estuviera planteándose una traición. Al parecer los empleados relacionaban en cierta manera a Amy Miller con ese destino funesto. De algún modo Joanna Carmichael lo había descubierto, y eso le había costado la vida a su novio.
– Al final ha conseguido el titular que quería -masculló Tess-. Me refiero a Carmichael.
– Pero ¡a qué precio! -replicó Aidan con voz queda-. ¿Estás bien?
«Sí», trató de responder, pero al mirar la portada del periódico dijo:
– No; no estoy bien.
– ¿Cómo se encuentra tu padre, Tess? -preguntó Murphy.
– Está estable. -Consiguió esbozar un amago de sonrisa-. Y de mal humor. Quiere volver a casa. -Su sonrisa se desvaneció-. Y quiere que yo también vaya.
Algo brilló en los ojos de Aidan, pero se limitó a sonreír.
– Ya hablaremos de eso cuando las aguas hayan vuelto a su cauce. ¿Has comido?
– Tu madre me ha obligado. -Tess se había despertado con el olor de huevos fritos con beicon y la natural sonrisa de Becca Reagan, que parecía restar importancia a las situaciones más difíciles. Tess había pasado parte de la noche anterior en el hospital, donde la habían examinado y la habían enviado a casa rápidamente. A su padre sí que lo habían ingresado, por supuesto. Vito y su madre se habían quedado con él. Tess quería quedarse también, pero el hombre no había dejado de insistir en que ella debía marcharse a casa, a dormir. Su casa era la de Aidan.
– ¿Qué descubristeis anoche?
– Que todo lo que cuenta Carmichael en su artículo es cierto. Y más cosas.
– Engañó a hombres inocentes -explicó Patrick con aspereza-. A unos cuantos los procesé yo. Si la policía estaba a punto de descubrir un delito cometido por alguna de las familias, esa familia la contrataba. Ella buscaba a un cabeza de turco y se las arreglaba para que encontraran pruebas, y encima «defendía» al pobre diablo de modo que no tuviera oportunidad de salir bien parado ante la justicia. -Apretó la mandíbula, en su mirada se apreciaba desdén-. Yo nunca sospeché nada, ni Kristen tampoco. Hace unos días nos preocupaban los recursos de apelación por tu causa, y ahora nos enfrentamos a la posible revocación de todos los casos que defendió ella.
– Qué ironía -musitó Tess.
– El hermano de Nicole Rivera era uno de esos inocentes -explicó Aidan-. Lo eligió porque le pareció que Rivera era quien podía imitarte mejor. Se las apañó para que acusaran a Miguel Rivera de asesinato y luego chantajeó a su hermana.
– ¿Está libre el chico? -preguntó Tess.
Aidan asintió.
– Desde anoche.
– Pero su hermana ha muerto -dijo Murphy con abatimiento-. No tiene a nadie.
– Amy Miller la mató. -Tess cerró los ojos-. A ella y a todas las otras personas. Aún no entiendo por qué lo hizo, aparte de porque me odiaba. -El silencio general resultaba incómodo y violento. Tess observó sus rostros-. Decidme por qué; ahora mismo.
– Lo hizo por Jim Swanson, Tess -dijo Aidan con suavidad-. Estaba obsesionada con él.
– Pero él estaba enamorado de mí. -Frunció el entrecejo-. Hace tres meses que se marchó a África. ¿Fue ese el detonante? -Tess observó cierto brillo en los ojos de Aidan y adivinó lo ocurrido-. Está muerto, ¿verdad?
– Lo siento, Tess. Swanson no llegó al hospital de Chad. Encontramos sus cosas en el armario de Amy, y también un cuchillo con sangre seca que se corresponde con la de su grupo. Debió de matarlo en un ataque de ira, y luego te culpó a ti.
– Me ha odiado durante todos estos años. -Su boca se torció en una mueca de amargura-. Menuda psiquiatra. Tenía a una asesina a mi lado y no me he dado cuenta.
– Su madre padecía esquizofrenia, Tess -dijo Murphy-. Tu madre podrá explicarte más cosas, pero parece que Amy lleva años al borde de la locura. Lo que pasa es que era tan lista que nadie se daba cuenta, ni siquiera tú.
– Hace muy poco que empezó a perder el control sobre su enfermedad mental. -Aidan le estrechó la mano-. Ya no podía ocultarla por más tiempo.
– ¿Mi madre lo sabía? -Tess se esforzó por tragar saliva-. ¿Lo sabía?
– Sabía que la madre de Amy estaba enferma, Tess. No tenía ni idea de que Amy también lo estaba.
Tess asintió con gesto rígido.
– No importa. Me envenenó, ya sabéis; con la sopa.
Jack, sentado en el otro lado de la mesa, hizo una mueca.
– ¿Con las setas? Tal como imaginaba Julia.
– Y se acostó con Phillip.
– Es lo que nosotros pensábamos -dijo Murphy.
Tess volvió a asentir mientras su mente reproducía las imágenes de la noche anterior.
– Y también mató a su padre. -Para sorpresa de Tess, nadie pareció extrañarse-. ¿También sabíais eso?
– Vito lo sospechaba. Parece ser que culparon a un chico del barrio.
– A Leon Vanneti. -Tess arrugó la frente-. Es inocente, tal como decía Vito. Pero con mi palabra no hay suficiente y no tenemos pruebas. -Abrió mucho los ojos-. Dijo que Leon la había violado. En aquel momento no se hacían análisis de ADN, pero si aún guardan las pruebas tal vez podamos demostrar que es inocente.
– Haré las llamadas oportunas durante la mañana -prometió Spinnelli-. A ver si al menos arreglamos una cosa.
Tess suspiró.
– También mató a Eleanor.
Ante eso, unas cuantas cejas se arquearon.
– ¿De verdad? -preguntó Murphy-. ¿Cómo lo hizo?
– Le inyectó aire. Y todo porque Eleanor era amable conmigo.
Spinnelli se aclaró la garganta.
– Tenemos una buena noticia para ti, Tess. ¿Rick?
– Anoche encontramos en el piso los archivos originales de las grabaciones de Bacon -anunció Rick-. Y también un CD etiquetado con tu nombre. Lynne Pope reconoció la etiqueta; era la misma que vio el día que Bacon trató de venderle las imágenes. Por lo menos las copias están a buen recaudo.
Tess estuvo a punto de marearse de puro alivio.
– No quería estar tan preocupada, pero no he podido evitarlo.
Spinnelli le dio unas palmaditas en el hombro.
– Pues ya no tienes por qué estarlo.
– ¿Sabéis por qué Amy quería a toda costa los archivos de Bacon?
– Una policía visionó las imágenes cuando encontramos el CD en el trastero de Bacon. Aparece Amy llevándose los botes de medicamentos de tu botiquín.
– Los botes que luego dejó en el piso de Cynthia.
Aidan se encogió de hombros.
– Parece que estuviera preocupada por una nimiedad, pero supongo que tenía miedo de que Bacon la chantajeara igual que quería hacer contigo.
– Eso pone el punto final -dijo Spinnelli-, a menos que tengáis más preguntas.
Tess miró el periódico de nuevo y apartó la vista de la foto donde aparecía ella misma colgando del alféizar.
– Me gustaría saber cómo se las arregló Carmichael para descubrir todo eso.
Aidan le tendió la mano.
– Vamos a hacerle una visita. Luego te llevaré a ver a tu padre.
Aidan le abrochó el cinturón de seguridad. Tess estaba sentada en silencio, con las manos entrelazadas sobre su regazo y el pálido rostro con la apariencia frágil y vulnerable de una niña traumatizada. Él no dijo nada hasta que se hubieron alejado bastante de la comisaría.
– Tendrías que estar en casa, metida en la cama.
– No podía dormir, Aidan.
Él ya lo sabía. Se había pasado la noche tendida a su lado con el cuerpo rígido y helado y las lágrimas resbalándole de los ojos, hasta que él había dado rienda suelta a lo que ambos necesitaban. Y ella había respondido con tal intensidad que aún notaba el estremecimiento en la piel, de pies a cabeza. Deseaba con todas sus fuerzas volver a repetirlo. En ese mismo momento. Pero en vez de eso, le habló con voz suave.
– Podrías haberte tomado el somnífero que te recetó Jon.
– Después de lo de ayer creo que no voy a volver a tomarme un tranquilizante en mi vida. -Esbozó una sonrisa tensa-. Gracias de todos modos. No te preocupes, Aidan, solo necesito un poco de tiempo.
– Pues yo no tengo prisa, Tess.
La seria mirada de ella fue como una jarra de agua fría para su mente febril.
– Muy bien.
– Tengo otra buena noticia. ¿Te acuerdas del amigo del padre de Danny Morris?
– ¿El que arrestaste cuando te heriste en la mano?
– Sí. Esta mañana, de camino al trabajo, he pasado por su casa. Adivina quién estaba durmiendo la mona en el sofá.
Ella entrecerró los ojos con satisfacción.
– Has arrestado al padre.
– Intentaba escapar pero estaba demasiado desorientado para hacer cualquier cosa excepto tambalearse. Lo acusarán de asesinato.
Ella hizo un grave gesto de asentimiento.
– Muy bien.
Luego apartó la mirada, y Aidan comprendió cómo se había sentido cuando él se resistía a abrirse con ella.
– Tess, habla. Cuéntame qué es lo que te preocupa.
Aparcó el coche en una plaza vacía y le volvió la cabeza sujetándole la barbilla con el dedo. Ella tragó saliva tratando de contener las lágrimas pero no pudo evitar que al fin rodaran por sus mejillas.
– Habla, por favor.
– He estado a punto de matarla, Aidan. Era como una hermana para mí y he estado a punto de matarla.
Él entrecerró los ojos.
– Merecía morir, Tess. Ha matado a mucha gente.
– Estaba enferma. -Tragó saliva-. Y no la ayudé.
Aidan suspiró. Después de todo, él era policía y ella, psiquiatra.
– ¿Sabes de qué me di cuenta ayer por la tarde, cuando estaba en su piso? De que una de las cosas que más me asustaba era que penetraras en mi mente y destruyeras todas las barreras. Luego caí en la cuenta de que tú no puedes hacer eso con las personas que te importan de veras. Por eso estabas desarmada ante Amy, y ante Phillip. Pero eso te pone a mi mismo nivel.
Ella lo miró perpleja.
– Así que no puedo utilizar mis conocimientos con las personas a las que quiero… Como debe ser.
Él se pasó la lengua por los dientes.
– Básicamente es eso, sí.
Los labios de Tess se curvaron.
– Pues qué bien. -Se enjugó los ojos-. Soy un desastre.
– Lo que eres es muy guapa. Tess, anteanoche te pregunté qué querías. Dijiste que lo que siempre habías querido era contar con alguien que te amara.
Ella alzó la barbilla.
– Y tú respondiste que eso no te asustaba.
– No, no me asustaba. Y sigue sin asustarme. Pero no me preguntaste qué quería yo.
Ella se mordió el labio inferior.
– ¿Y qué quieres, Aidan?
Él vaciló, cohibido.
– Siempre he querido tener una mujer como mi madre.
Ella sonrió.
– ¿Alguien que te haga la comida?
– En parte sí, pero se trata más bien de alguien que represente lo que ella ha representado para mi padre durante todos estos años. Él llegaba a casa, agotado y preocupado por algo ocurrido durante la jornada, y ella siempre… estaba allí. Y lo quiere tal como es.
– Ya lo sé. Es una buena persona, Aidan.
– Y tú también, Tess. -Le tomó la mano y la apretó ligeramente contra sus labios-. Supongo que tenía miedo de que tú hicieras algo más que limitarte a estar ahí. De que me analizaras y me juzgaras, y tal vez que me dijeras que estaba loco porque así es como me siento a veces.
– Yo nunca haría eso. -Sus labios dibujaron una sonrisa-. Además, parece que soy una inepta.
– Pero solo para eso, para el resto de cosas eres bastante hábil. Vamos a hablar con Carmichael.
Sábado, 18 de marzo, 9.45 horas.
Carmichael estaba plantada en la acera, frente a su casa, con una maleta en la mano. Se la veía pálida y unas ojeras enormes ensombrecían su mirada. No pareció muy contenta de verlos.
– ¿Señorita Carmichael? -la llamó Tess-. Siento mucho lo de su amigo.
Joanna le clavó una mirada de arriba abajo, escrutadora aunque indiferente.
– Yo debería decir lo mismo.
Pero Tess notaba que no lo sentía.
– Me gustaría hablar con usted.
Ella miró la calle.
– Voy al aeropuerto, solo dispongo de unos minutos.
Tess asintió.
– Será suficiente. Quiero saber cómo descubrió que Amy Miller estuvo trabajando para familias del crimen organizado.
Los labios de Joanna se curvaron en una triste sonrisa.
– En realidad no me costó mucho. Estaba buscando trapos sucios y los encontré. La historia de su amigo Jon era una menudencia, pero la de su amiga Amy… Menudo notición. Sabía que siempre acudía a las reuniones en el Blue Lemon todos los segundos domingos de mes y me preguntaba qué hacía una abogada entre tantos médicos. Entonces descubrí que había estudiado en la facultad de medicina de Kentucky mientras usted estudiaba en la de Chicago.
– No pudimos ir a la misma facultad -explicó Tess a Aidan-. Dejó la carrera porque no soportaba las disecciones de cadáveres. Qué ironía, ¿verdad?
– Ella no dejó la carrera, doctora Ciccotelli. La echaron, o por lo menos lo habrían hecho de no ser por las fotos incriminatorias que tenía con uno de los profesores.
Tess la miró perpleja.
– Era totalmente predecible.
– Averigüé el paradero de una de sus viejas compañeras de piso gracias a la secretaria del decano de la facultad de medicina. Al parecer Miller no le caía bien y no tuvo el mínimo problema en orientarme en la dirección adecuada. Me puse en contacto con Kelsey Chin, que ahora ejerce en Lexington. Ella me contó lo de la expulsión y lo de las fotos. Me dijo que Miller había tratado de que la ayudara a hacer las fotos y cuando ella se negó se lo pidió a otra compañera de piso.
– ¿Y cómo descubrió lo del crimen organizado? -preguntó Aidan con impaciencia.
– Me preguntaba qué clase de ética profesional podía tener una persona capaz de hacer una cosa así. Además, había perdido muchos casos y aun así tenía dinero para comprarse ropa y hacer cruceros.
– El crucero lo pagué yo -aclaró Tess.
La sonrisa de Joanna denotaba amargura.
– Entonces puede decirse que tuve suerte, porque eso fue lo que me hizo echar un vistazo a su lista de clientes. A partir de ahí, descubrirlo fue un juego de niños. -Un taxi se detuvo junto al bordillo-. Ahora tengo que irme. Me marcho a casa. Enterraremos allí a Keith.
– ¿Y luego? -preguntó Tess.
– Volveré. -Su amarga sonrisa se tornó una mueca-. He conseguido que me promocionen. Me han ofrecido un buen aumento. He aprendido a tener cuidado con mis ambiciones. -Entró en el taxi y no volvió la vista atrás.
El taxi desapareció al doblar la esquina.
– Aún no sé si me inspira lástima, Aidan.
Él la ayudó a subir de nuevo al coche.
– Tendrá que aprender a vivir con lo que ha hecho. Le ha tocado pagar el pato a su novio. -Se sentó a su lado en el coche y le estrechó la mano-. Tú no habrías podido evitarlo, Tess.
Tess exhaló un suspiro entrecortado.
– Ya lo sé. Y tal vez sea eso lo más difícil de asumir.
– Mira… Conozco a un policía que es licenciado en psicología y que por un precio moderado te acogería en su diván.
Tess se echó a reír, lo cual le sentó muy bien.
– ¿Moderado?
– Vale, de acuerdo. Te aconsejo que hagas un trueque.
– ¿En qué tipo de trueque estás pensando?
Aidan puso el coche en marcha.
– Si tienes que preguntarlo es que no eres tan lista como creía.
– Ya te dije que no era adivina, detective.
Él sonrió.
– Es verdad. Será mejor que te lo explique con detalle más tarde. Ahora te llevaré a ver a tu padre; debe de estar esperándote.