Capítulo 18

Jueves, 16 de marzo, 14.00 horas.

Aidan se incorporó al tráfico con el teléfono móvil pegado a la oreja.

– ¿Kristen?

– Aidan. -Kristen parecía molesta-. Estoy hasta arriba de trabajo. ¿Es urgente?

– Han agredido a Rachel. -A su lado, la chica miraba por la ventanilla y sacudía la cabeza.

– Dios mío. -El ruido de fondo cesó de repente-. ¿Cómo está?

– Han tenido que darle unos cuantos puntos. Voy a llevarla a casa. -Le horrorizaba la idea; detestaba tener que ver la cara que pondrían sus padres… de miedo y preocupación.

Lo culparían a él. No lo harían expresamente, pero Abe y él les habían prometido que a la chica no le ocurriría nada malo. Qué promesa tan estúpida.

– ¿Puedes decirme si alguno de los chicos a los que denunció está libre?

Aidan la oyó teclear.

– Solamente uno. Esta mañana han pagado la fianza de Andrew Poston. Es hijo de un juez. La situación es muy complicada. Aidan.

– Me importa una mierda de quién sea hijo. Quiero una orden de registro.

– Aidan… -Kristen vaciló-. No tendrías que meterte en medio, no es cosa de tu departamento.

– Escucha, Kristen, justo después de que Tess trajera a Rachel he recibido una llamada. Me han dicho que si no dejo de andar con quien ando, la próxima vez le harán más daño a mi hermana.

El pequeño grito ahogado de Kristen interrumpió momentáneamente la conversación.

– Abe me ha contado lo del portero y la nota. ¿Quién te ha llamado era un hombre o una mujer?

– No lo sé. La voz estaba distorsionada.

Kristen suspiró.

– De acuerdo. Trataré de conseguirte una orden de registro. Pero prométeme que irás con Murphy.

– Claro, gracias. Tengo otra llamada. -Pulsó una tecla-. Reagan.

– Soy Murphy. Los hemos encontrado.

Aidan tardó un segundo en reaccionar.

– ¿Los vídeos de Bacon? ¿Los habéis encontrado? ¿Todos?

– Es probable que se trate de una copia de seguridad. Están ordenados por años. Hay mujeres y… niños. Dios. -Murphy parecía muy afectado-. Nunca había visto una cosa así.

– Murphy, los de…

– ¿Los de Tess? -preguntó, y comprendió lo que quería decir-. Le pediré a una compañera que los visione.

– Gracias. Ven a mi casa y te pondré al corriente. Tenemos mucho que hacer, y le he prometido a Tess que esta noche la acompañaría al tanatorio por lo de Harrison Ernst. -Se guardó el teléfono en el bolsillo y miró a Rachel, que lo observaba atónita.

– ¿Qué pasa?

– ¿Vas a salir con Tess esta noche?

– No es ninguna cita romántica, pero sí, voy a salir con ella. ¿Por qué?

– Porque acabas de comportarte como si no pensaras volver a verla en tu vida.

– Eso es ridículo, seguro que a ella no se lo ha parecido.

– Pues yo creo que sí, Aidan. Le he visto la cara cuando te marchabas. Ella no tiene la culpa de nada y tú vas y te ofendes y te cabreas. Yo no sabía qué decirle. Se ha portado muy bien conmigo y a ti no se te ocurre otra cosa que cabrearte con ella.

– No me he cabreado con ella, y ella lo sabe porque no es tonta.

– Yo lo único que sé es lo que he visto. Yo que tú la llamaría, si no te dejará, y vale mucho más la pena que Shelley, Aidan. Shelley nos miraba por encima del hombro. Tess… es la mujer perfecta para ti.

– ¿Cómo lo sabes? No has pasado más de cuatro horas con ella en total.

Rachel le dirigió una serena mirada de adulta.

– Anoche y hoy me ha hablado de su familia. En parte creo que lo ha hecho para distraerme mientras me daba los puntos, pero en parte creo que necesitaba hablar con alguien. Es curioso, nunca se me había ocurrido pensar que los psiquiatras también necesitan hablar de sus cosas. Su familia es parecida a la nuestra, pero su padre está enfermo, ya lo sabes. Acaba de enterarse de que necesita un trasplante; si no, morirá.

A Aidan se le encogió el corazón.

– Pobre Tess. Solo le faltaba eso.

– Llámala, Aidan. No la dejes escapar o te daré una patada en el culo. O mejor le pediré a ella que se encargue. Qué pasada lo que le hizo a ese tipo anoche.

Sí, había sido una pasada. Y después de todo el miedo que había pasado, él la había encontrado de lo más excitante; el mejor sexo que había practicado jamás. Decididamente, Tess no era como él creía al principio.

– ¿Cómo es que eres tan lista, pequeñaja?

Rachel le sonrió, y Aidan se preguntó cuándo se había convertido en adulta.

– Cosa de los genes.


Jueves, 16 de marzo, 14.55 horas.

– ¿Por qué tardas tanto, Tess? -gritó Vito desde la cocina. -No consigo meter a Bella en la cesta. -Tess estaba sentada en el borde de la cama de Aidan; se sentía agotada. Miró las sábanas que Aidan y ella habían dejado destrozadas en las cuatro veces que habían… En ese momento podía permitirse ser sincera consigo misma. Habían mantenido relaciones sexuales más que satisfactorias. Tal vez cuando todo aquello terminara y ella dejara de representar una amenaza para los que la rodeaban pudieran volver a gozar juntos.

Pero mirándolo desde la perspectiva de ese momento, no parecía muy probable. Él la había rehuido como si fuera un peligro público. Claro que, a efectos prácticos, eso era exactamente lo que era, aunque las cosas siempre se veían más negras cuando uno había tenido un día de perros.

A Marge Hooper le había ido bastante peor. Estaba muerta. Había empezado a asimilarlo de camino a casa de Aidan. No podía decirse que fueran amigas; más bien eran conocidas. Pero ahora ella estaba muerta, y el mensaje había quedado muy claro. Ninguna persona que tratara con Tess estaba exenta.

– He tenido un día de mierda, Bella -explicó Tess a la gata, que estaba colocada en disposición de salir corriendo. La confesión de sus padres, la demanda de sus pacientes, los puntos que había tenido que dar a Rachel Reagan, ver a Aidan marcharse… y sobre todo ello se cernían las muertes de Marge, el señor Hughes y Harrison-. Ayer no creía que las cosas pudieran empeorar más, pero estaba equivocada. -Se levantó-. Así que deja de fastidiar y ven aquí para que pueda marcharme cuanto antes. -Intentó atrapar a la gata, pero solo consiguió que volviera a huir y trepara ágilmente hasta la repisa superior de la estantería que cubría por completo una pared del dormitorio de Aidan. El peso de los libros había combado todos los estantes.

Unas airadas voces masculinas captaron su atención y reparó en que Aidan y Vito estaban discutiendo en la cocina. Tess sacudió la cabeza con gesto cansino y decidió no hacerles caso. A fin de cuentas, ambos eran jóvenes y fuertes. Y ella tenía que atrapar a la gata. Se puso de puntillas para alcanzar el estante superior y buscar a tientas el collar de Bella, y justo en ese momento Aidan apareció en la puerta con semblante de enojo.

– ¿Qué coño estás haciendo?

– Intento atrapar a mi jodida gata -escupió-. Y de momento no estoy teniendo mucho éxito.

– Tess… Mierda.

Tess notó que el estante cedía y Aidan la agarró al mismo tiempo que ella aferraba el collar de Bella; luego todo pareció venirse abajo. Bella saltó, la estantería se despegó de la pared y cincuenta libros cayeron al suelo con gran estrépito. La gata se escabulló; había salido ilesa pero estaba asustada. Tess se quedó petrificada, con el collar en la mano y el corazón a cien por hora porque Aidan la rodeaba con el brazo a la altura del estómago, levantándola del suelo y apretándola contra su fuerte cuerpo.

– ¿Estás bien? -le preguntó con voz áfona y gutural.

– Estoy confusa, Aidan -dijo en tono quedo-. ¿Qué quieres de mí?

– Aún no lo sé. -Le dio la vuelta para abrazarla y le rodeó el rostro con una mano-. Lo que sí sé es que no quiero que te vayas. Por lo menos no así. Una cosa es que necesites volver con tus padres y otra que te marches por lo que te he dicho.

– No me has dicho nada; ese es el problema. -Sacudió la cabeza con desaliento-. Y esto no cambia las cosas. ¿Cómo está Rachel?

– Está a salvo en casa de mis padres. -Dio un triste resoplido-. Esa mocosa tenía razón. Me ha dicho que te había hecho daño, pero no era esa mi intención, te lo prometo. Pensaba que -se encogió de hombros-… entenderías cómo me sentía. No estoy cabreado contigo, Tess.

– Entonces, ¿con quién estás cabreado?

– Con la situación en sí. Conmigo mismo. Se suponía que tenía que asegurarme de que a mi hermana no le pasara nada malo, y no lo he hecho. Pero no estoy cabreado contigo. Nada de todo esto es culpa tuya.

– ¿No me lo dices sólo para que me quede a hacerte comiditas?

Él esbozó una sonrisa ladeada.

– Ahora que lo dices, se han terminado los cannoli. -La besó suavemente y sus labios se fundieron-. Quédate conmigo, Tess.

– Lo haré, si me haces un favor.

Él miró la cama.

– No puedo, Murphy está al caer.

Los labios de Tess se curvaron.

– No me refería a eso. Aidan, soy psiquiatra, no adivina. Ves la diferencia, ¿verdad?

Él le acarició la boca con los pulgares.

– Estaba pensando en la cama, lo siento.

Ella soltó una risita.

– Eres de ideas fijas. -Luego se puso seria y enarcó las cejas-. No sé cómo te sientes si no me lo cuentas, Aidan. Mi trabajo consiste en que las personas se abran a mí para que pueda deducir qué pasa por sus mentes. Pero tú no hablas.

– Si no paro de hacerlo…

– De las cosas que de verdad importan, no. Yo te he contado todo sobre mí pero tú me das largas.

– ¿Quieres que hablemos… ahora?

– No, ahora no, pero sí más tarde. ¿Por qué has venido?

– He quedado aquí con Murphy. Vamos a registrar la vivienda de uno de los gilipollas que agredieron a Rachel. Luego tengo que ir a la otra punta de la ciudad a hablar con un testigo. -Le estampó un beso-. Volveré a tiempo de acompañarte al tanatorio.

Tess aferró la pechera de su camisa y lo retuvo cuando él trató de apartarse.

– Tú también andas conmigo, Aidan -dijo con vehemencia.

– Ya lo sé. Iré con cuidado.

– He tratado de figurarme quién puede odiarme tanto, pero no se me ocurre.

– Ya lo sé, Tess.

– He pensado que tal vez quienquiera que sea acuda al tanatorio esta tarde. -Sus dedos se crisparon-. Si yo voy, todos los que se encuentren allí se convertirán en un posible objetivo. Si voy de compras, los dependientes son también un posible objetivo. Tú también lo eres. Y tu familia. Y la mía. -Cerró los ojos-. Estoy empezando a volverme loca.

– Eso es lo que quieren -masculló él-. Pero no vamos a permitir que se salgan con la suya. -Volvió a besarla, esta vez despacio y en serio, hasta que ambos quedaron jadeantes-. Ahora tengo que marcharme. Acompáñame afuera y cierra la puerta.

Ella lo acompañó hasta la entrada y lo despidió con la mano al verlo entrar en el coche de Murphy; aún le palpitaba todo. Cerró la puerta y se encontró con que Vito la estaba mirando enfadado.

– No lo hagas -le advirtió-. No se te ocurra hacerlo.

Él la siguió hasta la cocina.

– Debe de haberte contado maravillas ahí dentro -le espetó Vito en tono sarcástico, y Tess estampó el collar de la gata en la encimera.

– ¿Cuál es tu problema, Vito? Habla.

– Muy bien. Solo hace tres días que lo conoces.

Ella empezó a pelar tomates con gestos exagerados.

– Cuatro, pero ya te he entendido. Soy una puta que se acuesta con un tío a la primera de cambio. Ya que lo piensas podrías decirlo.

– Muy bien. Te has acostado con él a la primera de cambio.

Tess blandió el cuchillo en las narices de su hermano.

– Tú eres el primero que se acuesta con chicas a las que acaba de conocer. No me digas que no.

Vito le lanzó una mirada feroz.

– Últimamente no.

– ¡Pues hazlo! ¡A lo mejor estarías de mejor humor! -Dejó el cuchillo y trató de calmarse-. Vito, lo que yo haga no es asunto tuyo pero te quiero y tu opinión me importa, así que voy a contártelo. En toda mi vida he salido con cuatro tíos. Cuatro. Y a todos los he hecho esperar siglos, excepto a Aidan. Y no lo he hecho por él, lo he hecho por mí, porque lo necesitaba. En estos momentos, él es la persona a quien necesito, así que trátalo bien. Hazlo por mí.

– ¿Da igual que haya tratado de ofenderte?

– ¿Cuándo? ¿En la comisaría? Ha sido un malentendido.

– Por un malentendido has pasado cinco años sin hablarte con papá, Tess. Ese tipo aparece de la noche a la mañana y te instalas en su casa, y encima te ofende y tú vas y le perdonas como si tal cosa. -Chascó los dedos en el aire.

– Es posible que el malentendido con papá me haya enseñado unas cuantas cosas. He perdido muchos años. Mira, seré sincera contigo. Desde lo de Phillip me he sentido muy sola, he echado de menos tener a alguien a mi lado. No creo que eso sea tan malo.

Vito se apoyó en la pared y dejó caer los hombros.

– No quiero que te haga sufrir.

– Si lo hace, sobreviviré. -Bella entró paseándose en la cocina y Tess la atrapó-. Toma, sujétala. Tengo que volver a ponerle esto.

Agarró el collar y tiró de la hebilla.

Pero se detuvo en seco, atónita.

– Santo Dios.

Vito se inclinó para ver qué había encontrado, luego levantó la cabeza y la miró con los ojos entornados y expresión de enojo.

Tess depositó el collar en la encimera y salió corriendo a la calle mientras pulsaba frenéticamente las teclas de su móvil.

– ¿Aidan? Ya sé cómo han descubierto lo de Rachel.


Jueves, 16 de marzo, 15.15 horas.

Kristen los estaba esperando frente a la casa de Poston con la orden de registro en la mano.

– ¿Qué ocurre? -preguntó al ver sus caras.

– La gata de Tess llevaba un micrófono oculto -masculló Aidan-. Rachel la tuvo en el regazo todo el tiempo mientras me contaba lo de la violación y por eso la descubrieron. ¿Cómo es que has venido tú?

– Andrew Poston padre es juez. Patrick lo considera una medida preventiva.

La señora Poston los estaba esperando en la puerta con expresión horrorizada.

– ¿Qué pasa?

– Tenemos una orden de registro, señora Poston -dijo Kristen mientras subía la escalera detrás de Aidan y Murphy-. Está todo en regla.

Aidan empujó la puerta del dormitorio de Andrew.

– Está cerrada con llave. Déjanos entrar, Andrew. -Como el chico no respondía, Aidan golpeó la puerta con el hombro. Al crujido de la madera siguió el grito escandalizado de la señora Poston cuando Aidan irrumpió en la habitación. El chico estaba de pie, con un CD en la mano.

– Dámelo -le ordenó Aidan.

– No. -Andrew partió el CD por la mitad y el chasquido sonó tan fuerte como un disparo. Su expresión asustada se tornó maliciosa-. Llevo aquí todo el día, desde que mi abogado me ha soltado esta mañana.

Aidan observó el CD roto en las manos del chico y su sonrisa de engreimiento, y controló el acceso de ira, consciente de que partirle la cara solo serviría para poner en peligro el caso y su carrera. Aunque por Rachel merecía la pena.

– ¿Te das cuenta de que quien te ha enviado ese CD es responsable de la muerte de ocho personas? Cuando tú seas prescindible, la cantidad podría ascender a nueve.

La sonrisa de Andrew se desvaneció y la señora Poston dio un grito ahogado.

Andrew echó hacia atrás la cabeza con gesto arrogante.

– Ya me encargaré yo de que no sea así.

– ¿Igual que te encargaste de aquella chica el lunes por la noche? ¿Igual que te has encargado de Rachel Reagan? -preguntó Murphy, apenas capaz de ocultar su ira.

– Ellas se lo han buscado. A mí no me hace falta forzar a nadie. Además, a la puta de Rachel no la he tocado. Si dice que sí es una mentirosa de mierda. He estado aquí todo el día. ¿Verdad, mamá?

Su madre se retorció las manos.

– Sí, ha estado aquí. He avisado a mi marido y está de camino.

– Eso está muy bien, señora Poston -dijo Aidan con amabilidad-. Muy bien. Dígale a su marido que vaya a la comisaría. Como es juez, seguro que estará acostumbrado. Por cierto, Murphy, no hemos tenido la amabilidad de decirle al joven Poston quiénes somos. Este es el detective Murphy. Ella es Kristen Reagan, fiscal del estado. Y yo soy el detective Reagan. -La cara de aquel gamberro palideció, lo cual resultaba muy agradable a la vista-. Vamos, chico.

– ¿Adónde? -Su actitud bravucona se había suavizado bastante.

– A la comisaría -explicó Aidan-. Por ahora estás acusado de obstrucción a la justicia. Cuando todo esto se aclare, ya veremos qué más podemos añadir.


Jueves, 16 de marzo, 16.00 horas.

– ¿Puedes arreglarlo? -preguntó Aidan cuando Rick ya llevaba un buen rato examinando en silencio el CD roto. Murphy, Spinnelli y él habían guardado silencio todo el rato que habían podido.

– ¿Para que se pueda escuchar como un CD normal? No. Pero eso no quiere decir que no pueda recuperar parte del sonido. Dadme un poco más de tiempo.

– ¿Cuánto? -preguntó Spinnelli impaciente.

– No sé, unos días. Es como querer volver a unir un huevo cascado, tal vez no lo consiga.

– Pues empieza -le ordenó Spinnelli-. ¿Qué hay del micrófono del collar de la gata?

Rick se encogió de hombros.

– Es parecido a los que encontramos en la ropa de Tess. La transmisión se efectúa gracias a tu conexión inalámbrica a internet, Aidan. Tienes que protegerla mejor. He enviado al equipo de Jack a registrar tu casa pero no hemos encontrado más aparatos.

– Gracias. -Aidan no quería pensar en lo que el micrófono habría captado la noche anterior, pues ni Tess ni él habían estado precisamente calladitos durante su… arrebato de pasión.

Rick tomó con cuidado los fragmentos del CD.

– Os llamaré cuando haya descubierto algo.

Murphy dejó caer los hombros con desaliento cuando la puerta se cerró detrás de Rick.

– Igual hemos llegado a un punto muerto.

– Suerte que siempre dices que el pesimista soy yo -soltó Aidan-. Tal vez encuentre algo interesante. Y, de todos modos, aún nos queda interrogar a Poston. ¿Qué quieres hacer con ese gilipollas?

Spinnelli arrugó el ceño.

– De momento dejar que se vaya a casa con sus padres. No quiero acusarlo de nada hasta que sepamos qué hay en el CD. Por cierto, tenemos a los dos chicos que agredieron a Rachel. Parece ser que las cosas no les salieron muy bien. Prácticamente no hay un alumno de la escuela que no sepa que luego les entró miedo y la siguieron. -Frunció los labios cuando notó que se le escapaba la risa-. Al parecer tu perra se llevó una buena parte, Aidan. Ese rottweiler les dio un bocado en el culo de los que hacen historia cuando huían despavoridos.

– Bien. Espero que Dolly también les arrancara un trozo de… -Alguien llamó a la puerta de la sala de reuniones y volvió la cabeza. Una administrativa se asomó; llevaba unos papeles en la mano.

– Aidan, tengo la lista de llamadas que me pediste.

– Gracias, Lori. He pedido que rastrearan el teléfono de Denise Masterson -dijo a Spinnelli y a Murphy.

– Denise Masterson es la recepcionista de la consulta de Tess -explicó Murphy a Spinnelli.

– ¿La que tardó en llamar al 911?

– La misma. -Aidan repasó la página de arriba abajo mientras Lori aguardaba-. Aquí está. Una llamada hecha justo un minuto después de que Tess saliera hacia casa de Seward el martes. Duró ocho minutos y medio. -Levantó la cabeza-. ¿Puedes consultar las llamadas hechas desde ese número?

– Ya lo he hecho. -Lori arqueó las cejas-. Es el jefe de redacción del National Eye.

Aidan se quedó perplejo.

– ¿Un periódico sensacionalista? ¿La recepcionista de Tess avisó a un periódico sensacionalista en lugar de llamar al 911?

– ¿Quieres que investigue sus cuentas bancarias? -preguntó Lori.

– Sí, lo más rápido posible. Gracias. -Se volvió a mirar a Spinnelli y Murphy-. Por eso tardaron tanto los agentes. Si hubieran llegado antes, tal vez la esposa de Malcolm Seward estaría viva.

– Tráela -ordenó Spinnelli-. Y no le digas de qué se la acusa.

– Ella tiene acceso a los historiales de los pacientes, Marc. -Aidan empezó a pensar en los cabos sueltos-. Nuestro hombre debía de saber que Bacon había grabado los vídeos… por eso lo mató.

Murphy frunció el entrecejo.

– Denise estaba presente cuando Tess recibió el CD con el que Bacon quería chantajearla, así que sabe lo de las cámaras. Podría estar ayudando al asesino, y tal vez ni siquiera sea consciente de ello. -Tráela -volvió a ordenar Spinnelli-. Y pídele a Tess que venga a observar. Ella conoce bien a esa mujer, podría ayudarnos a descubrir qué es lo que la mueve.


Jueves, 16 de marzo, 17.05 horas.

A través del cristal Tess observó a Denise Masterson, sentada delante de la mesa de la sala de interrogatorios, juguetear nerviosa con sus anillos. Tess se volvió a mirar a Aidan con incredulidad.

– No estaréis hablando en serio, ¿no, chicos? Denise no es ninguna asesina.

Aidan, a su lado, no estaba para bromas.

– Tal vez no haya matado a nadie pero parece ser que vendió información al Eye. Y si está dispuesta a vender información a un periódico sensacionalista, es posible que también la haya vendido a alguien más. De algún modo han accedido a la consulta, Tess. Han tenido que hacerlo para instalar las cámaras y los micrófonos. Si no fue ella, puede que dejara que lo hiciera otra persona. A lo mejor a cambio de dinero.

– ¿Estáis seguros de que vendió información al Eye?

– Esta mañana ha ingresado diez mil dólares en su cuenta corriente, Tess -dijo Murphy en tono suave-. ¿Ha recibido alguna paga extra últimamente?

Tess suspiró.

– No de diez mil dólares. Mierda. Empezad.

Spinnelli se reunió con Tess mientras Aidan y Murphy entraban en la pequeña sala donde ella misma había aguardado a que la interrogaran unos días antes. Aidan se sentó en la esquina de la mesa más cercana a Denise y se cruzó de brazos. Murphy se acomodó en la silla contigua a la que ocupaba la chica.

– ¿Cuánto dinero gana, señorita Masterson? -empezó Aidan.

Denise pestañeó.

– No… No creo que sea asunto suyo.

– Aidan, ya sabes cuánto gana -lo reprendió Murphy con amabilidad. Trató de dirigir a Denise una sonrisa benévola-. Lo hemos comprobado antes de detenerla.

La chica lanzó una mirada a Aidan antes de volverse de nuevo hacia Murphy.

– Entonces, ¿por qué lo preguntan?

Murphy conservó la sonrisa.

– Queremos que nos cuente de dónde ha sacado los diez mil dólares… Ya sabe, los que han aparecido en su cuenta corriente esta mañana.

Ella palideció.

– Me los han dado. Estaba preocupada porque con la muerte del doctor Ernst y la inhabilitación de la doctora Ciccotelli es posible que me quede sin trabajo y mi tía me ha dado dinero.

– Qué generosa. -Aidan se inclinó para acercársele un poco más-. ¿Cómo se llama su tía?

Denise se pasó la lengua por los labios.

– Lila Timmons.

Tess miró a Spinnelli antes de volver a centrar su atención en la mujer a quien creía conocer.

– Lila Timmons era una de nuestras pacientes. Murió el año pasado. ¿No se le ha ocurrido un nombre mejor?

– A diferencia de ti, hay personas que no resisten la presión, Tess -dijo Spinnelli.

Aidan anotó el nombre en su cuaderno.

– Lo comprobaremos. -Se sentó y se la quedó mirando sin decir nada más. Tess revivió el momento en que había utilizado la misma táctica con ella y, a pesar de que despreciaba a Denise por lo que había hecho, no pudo evitar sentir cierta compasión.

Después de aguantar la mirada de Aidan durante un minuto, Denise bajó la vista.

– ¿Puedo irme?

– No está arrestada, señorita Masterson, pero tengo que hacerle otra pregunta antes de dejarla marchar.

Aidan depositó una fotografía en la mesa y Tess quiso que se la tragara la tierra. Era la fotografía de la autopsia de Gwen Seward. Denise se cubrió la boca con la mano para ahogar el grito de horror.

– Señorita Masterson, solo quiero que vea lo que le ocurrió a Gwen Seward mientras usted telefoneaba al National Eye. No podrá exponerse el cadáver en el tanatorio, la cabeza ha quedado destrozada.

A Denise le entraron arcadas y acabó vomitando en la papelera que Murphy había situado junto a sus pies.

Aidan la presionó un poco más.

– Gwen Seward podría estar viva si usted hubiera llamado al 911 tal como la doctora Ciccotelli le pidió.

Denise se cubrió la cara con las manos.

– Yo no la maté. Lo hizo su marido.

Aidan le quitó las manos del rostro y le puso la foto frente a sus ojos.

– Porque usted no llamó a tiempo al 911. ¿Por qué tardó diez minutos en hacerlo, Denise?

Denise cerró los ojos con fuerza.

– Llévese eso, por favor, no me haga volver a mirarlo.

– Dígame por qué tardó diez minutos en llamar a la policía.

– Los demás ya estaban muertos, no creía que hubiera prisa.

Aidan sacudió la cabeza como si necesitara pensar con claridad.

– ¿Nos está diciendo que llamó antes al periódico porque creía que Malcolm Seward ya estaba muerto?

Denise asintió, temblorosa.

– Me llamaron por la mañana y me dijeron que me pagarían diez mil dólares por una exclusiva.

Tess frunció el entrecejo.

– El Eye no publicó ninguna exclusiva, Marc. El martes había una veintena de periodistas en la puerta de casa de Seward; no le habrían pagado nada de todas formas. -Se le encogió el estómago-. Dios mío. Ella estaba en la consulta cuando apareció el mensajero con el CD. -Aferró el brazo de Spinnelli-. Averigua si esa es la exclusiva que les vendió.

Spinnelli le dio unas palmaditas en el brazo.

– Dales unos minutos más a Aidan y a Murphy.

– Así que traicionó a la doctora Ciccotelli -decía Aidan.

Denise alzó la barbilla.

– No he hecho nada ilegal. Mi abogado me lo ha dicho.

– ¿Quién es su abogado, señorita Masterson? -preguntó Murphy en tono moderado a pesar del desprecio que Tess observaba en sus ojos-. Quizá la haya informado mal.

– ¿Puedo irme?

– Enseguida. -Aidan extrajo otra fotografía de la carpeta.

– ¿Quién es ese? -quiso saber Tess.

– Es el hombre a quien vimos entrar en el piso de Seward -musitó Spinnelli.

– Pues yo lo conozco -dijo Tess, y vio parpadear a Denise-. Y ella también.

Spinnelli se volvió a mirarla de golpe.

– ¿Quién es?

– No lo recuerdo -dijo Tess-. Pero ya me acordaré.

Denise sacudía la cabeza.

– No lo conozco, no lo he visto en mi vida.

– Vamos, Denise -insistió Aidan en tono burlón-. ¿Él también le ha pagado?

Denise entrecerró los ojos.

– No.

– Preguntadle por el CD -dijo Tess. «Y si se lo ha contado a alguien, la mataré con mis propias manos.»

Spinnelli asomó la cabeza por la puerta y le hizo señales a Murphy para que se acercara. Luego le susurró algo al oído. Murphy asintió y volvió a situarse junto a Denise.

– Somos muy curiosos, señorita Masterson. Antes de nada, queremos aclarar de dónde ha salido ese dinero ganado de manera ilegal. ¿Se lo dio Lila Timmons, que lleva muerta un año, o se lo pagó el National Eye?

Denise apretó los dientes.

– Ya les he dicho que fue el Eye. Y lo que he hecho no es ilegal.

– Muy bien, pero yo cruzaría los dedos. -Murphy sonrió-. Ahora dígame por qué le pagaron diez mil dólares por una noticia que una hora más tarde era del dominio público. Lo de Seward no era ninguna exclusiva.

Denise tragó saliva.

– Me voy a casa.

Murphy y Aidan intercambiaron una mirada y Tess vio que Aidan tomaba rápidamente el relevo.

– Les contó lo del vídeo de la doctora Ciccotelli, ¿verdad? -preguntó Aidan, poniéndose de pie con los brazos en jarras.

Denise se detuvo con la mano en el tirador de la puerta, y a Tess le dio un vuelco el estómago.

– ¿Y si lo hice qué? Eso tampoco es ilegal.

– No, solo es despreciable -le espetó Aidan-. ¿Cómo ha podido hacerlo?

Denise se volvió con el rostro contrito y airado.

– Porque necesitaba el dinero. Porque lo que me paga y nada es lo mismo. Porque ella tiene un piso enorme y un Mercedes y yo tengo que andar por el mundo con un amasijo de chatarra de hace diez años. A ella Eleanor la sacó del arroyo. ¿Por qué no hace lo mismo conmigo? ¿Acaso me ha preguntado si quiero ejercer en la consulta?

– No recuerdo haber visto en su curriculum que fuera licenciada en medicina, señorita Masterson -dijo Aidan con frialdad-. De hecho, no he visto que tuviera ningún título universitario. ¿Cómo quiere hacer de psiquiatra?

Denise estaba temblando, tenía las mejillas enrojecidas.

– Sí que tengo un título. Si me hubieran dado una oportunidad, podría haber hecho algo interesante. Llevo años esperando a que el viejo y ella se decidan a hacer algo decente, pero me tratan como si fuera una simple secretaria.

– Es que es una simple secretaria, señorita Masterson -dijo Murphy en tono suave.

Aidan se le acercó, su semblante denotaba desdén.

– Si fuera mi empleada, la echaría de una patada en el culo, pero me conformo con que mañana no aparezca por el trabajo. ¿Tú también, Murphy?

Murphy hizo un mohín relajado.

– Por mí, bien. La acompaño afuera.

Cuando hubieron salido, Aidan acudió detrás de la sala, donde Tess aguardaba sacudiendo la cabeza sin dar crédito.

– Harrison y yo le pagábamos un veinte por ciento más de lo que una recepcionista con experiencia suele cobrar en la ciudad, y además le completábamos el sueldo con un subsidio de enfermedad. Incluso le ofrecí facilidades para que pudiera volver a estudiar.

– ¿Qué quiere decir que Eleanor te sacó del arroyo? -quiso saber Spinnelli.

Tess exhaló un suspiro.

– Conocí a Eleanor cuando estaba en la universidad. Amy y yo hacíamos trabajos eventuales para costearnos los estudios y mi agencia me envió a la consulta de Eleanor y Harrison. Les gusté y me ofrecieron trabajo fijo. No podía cubrir toda la jornada porque aún estaba estudiando pero iba a horas sueltas. Me dedicaba a archivar historiales a última hora del día y durante los fines de semana.

– Eso no parece gran cosa -dijo Aidan con mala cara.

Tess suspiró.

– Y… Eleanor me costeó los estudios de medicina.

Aidan pestañeó.

– Uau.

– En realidad era un préstamo. Yo trabajaba en la consulta para devolvérselo, y así no tenía que pagar intereses al banco. Para pagar la matrícula no me hacía falta trabajar muchas horas, así que eso me permitió centrarme en los estudios y al final terminé la carrera. Cuando murió había pagado el ochenta por ciento de la deuda; en el testamento me perdonaba el resto.

– ¿Por qué hizo Eleanor una cosa así por ti? -preguntó Spinnelli.

– Eleanor utilizaba un andador y yo la ayudaba a desplazarse. También le hacía recados. No lo hacía por el dinero; era una persona muy agradable y me caía bien. Además, aprendí tanto de ella… -Se le puso un nudo en la garganta-. Y de Harrison. Cuando terminé la carrera me hicieron un contrato de prácticas. Al morir Eleanor creí que Harrison iba a contratar a otra persona, pero él me dijo que me había tomado cariño y me pidió que me quedara. -Levantó la barbilla-. Pero ellos no me regalaron nada; solo me ayudaron a ganármelo.

Aidan frunció el entrecejo.

– ¿Cómo es que Denise conoce esa historia? ¿Lo sabe todo el mundo o qué?

– No tengo ni idea. Yo se lo conté a mis amigos de entonces, y luego a Phillip. ¿Por qué?

– Porque ha sembrado el odio en tu recepcionista.

– Sigo sin creer que Denise sea capaz de planear todos esos suicidios. Francamente, no es ninguna lumbrera.

– Pero conoce al hombre de la fotografía -observó Spinnelli-. El que instaló las cámaras en el piso de Seward. Es posible que también fuera él quien instaló las de tu casa.

Tess lo pensó detenidamente.

– Tienes razón. Debió de ser ella quien lo dejó entrar, aunque igual no sabía lo que pensaba hacer. No me atrevo a pensar que sí que lo supiera. -Tess se frotó las sienes y miró a Aidan-. Crees que Phillip ha tenido algo que ver, ¿verdad?

Aidan la miró sin pestañear.

– ¿Tú no?

– Supongo que sí. De todos modos, tampoco a él lo creo capaz de una cosa así. Aunque no me imaginaba que Denise pudiera tener tan mala leche. No es que me cayera bien, pero no desconfiaba de ella.

Sonó el móvil de Aidan.

– ¿Murphy?… ¿De verdad? Muy bien. Llámame cuando salga. -Cerró el teléfono-. Murphy la está siguiendo. Está haciendo una llamada desde una cabina. Pediré que rastreen el número.

Tess examinó la fotografía que Aidan le había mostrado a Denise.

– A este hombre lo he visto en alguna parte pero no recuerdo dónde. ¿Puedes darme una copia? A lo mejor me refresca la memoria.

Aidan la acompañó hasta la puerta.

– Sí. Escucha, tengo que pasar por un sitio antes de ir a casa. Si me retraso, espérame; no salgas sola. ¿Cómo vas a ir hasta allí?

– Vito me está esperando abajo. Aidan, tengo que avisar a todas las personas que me conocen.

– Puedes pedirles a tus amigos que se anden con más cuidado, pero no les digas nada de la nota.

– «Dime con quién andas y te diré quién eres» -recitó Tess con amargura-. No se lo diré.

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