Greg

Ha tenido en cuenta la niebla, por supuesto. Antes tardaba unos veinte reposados minutos en cubrir la distancia entre Warrington y el desvío que conduce al complejo comercial, pero desde su primera visita a Textos, cuando casi se falló a sí mismo llegando tarde a la entrevista, sale siete minutos antes; dos más cinco, para estar seguro. En el momento que ve la niebla cubriendo el sol sobre la autopista, pisa el freno. Algunos de los coches de delante no lo imitan hasta que la niebla es tan espesa que les obliga a encender las luces de los faros, pero en cualquier caso ninguno de ellos parece tener la intención de descender a Fenny Meadows. Greg sabe que los jefes no podían haber previsto que la niebla se asentara de esa forma en la zona; no sucedía cuando pasaba por Fenny Meadows el pasado invierno de camino a la biblioteca de Manchester, pero el mundo está cambiando, y en beneficio de nadie. Tendrá eso en cuenta si alguna vez se le pide buscar ubicación para una sucursal de Textos.

Conduce a menos de cuarenta y cinco kilómetros por hora en el momento que llega el desvío. Al internarse en él con su Rover, otro coche, difícil de ver por la velocidad a la que va y por el efecto de la niebla, intenta adelantar en la autopista. Greg oye un derrape y un impacto, y aunque ninguno de los implicados se deja ver a través del opaco aire blanquecino, ralentiza la velocidad por si acaso. Circunda la rotonda y avanza cerca de los edificios a medio construir próximos a Stack o' Steak, donde un gran perro gris u otra criatura del mismo tamaño está escarbando entre la basura. Se detendría a verlo bien, o, en realidad, para sugerirle a quien esté al cargo que mantenga sus desperdicios alejados de los animales, pero ha venido antes a trabajar para facilitar que algunos de sus compañeros vayan al funeral de Lorraine. Ya que se empeñan en ir, al menos que sean puntuales. Sería una actitud hipócrita por parte de Greg presentarse en el funeral, pues el comportamiento de Lorraine en el trabajo no podía ser más diferente al suyo. Si él fuera el encargado, se habría sentido obligado a acudir, pero entiende que Woody no esté cómodo dejando a los compañeros de Greg solos en la tienda sin supervisión. Greg consideró la posibilidad de comentarle que él iba a estar allí, pero no quería que Woody pensara que es un presuntuoso.

Tras pasar Frugo, es la niebla quien marca el ritmo de paso, lo cual le da ocasión de observar dónde ha aparcado cada uno. No reconoce ninguno de los coches frente a la tienda, no son de sus compañeros. Si hubiera visto alguno no se lo diría a Woody. No solo porque Woody ya tiene bastantes asuntos de los que ocuparse; Greg cree que a las personas se les debe dar una oportunidad de redimirse y siempre siguió esa regla con las pequeñas faltas cuando fue prefecto en el colegio. Conduce hasta detrás de Textos y aparca junto a varios vehículos bajo el cartel, invisible desde la autopista por culpa de la niebla. Maletín en mano, bloquea el volante primero y cierra el Rover después, antes de dar la vuelta a la tienda.

Aunque el interior de las ventanas tiene parches grises, estos no están en el lugar exacto donde a él le gustaría. Es decir, no tapan las tres caras de Brodie Oates, tres rostros de satisfacción ovalados y planos que parecen globos sobre unos cuerpos demasiado grandes para pertenecer al mismo conjunto; el que no lleva ni falda ni traje, va ataviado con un vestido. Todo esto no es obra de Jake, lo cual sería comprensible aunque no especialmente mejor. Ahora la gente como él puede exhibirse todo lo que quiera, y a nadie le está permitido quejarse; es la misma clase de injusticia contra la que clama el padre de Greg: un tipo no le puede llamar a un negro «negro», pero el negro puede llamar al tipo lo que le dé la gana. Al menos no hay ninguno trabajando en Textos, como en la biblioteca donde trabajan los padres de Greg y él mismo hasta hace poco. Lo que provocan es incomodidad entre la gente, una carencia en el vocabulario, pues ya no se sabe lo que está permitido decir y lo que no. Lo mismo pasa con esto, ¿qué se le puede decir a Jill? ¿Pretendía sorprender a la gente con su escaparate o gastar una broma pesada? Greg no cree que nadie leal a la tienda pudiera pensar en hacer ninguna de las dos cosas, considera que uno debe estar tan orgulloso de su lugar de trabajo como de su colegio. Él lo está, y pretende seguir así, incluso si eso conlleva no gustarle a todo el mundo. Ya se acostumbró a eso en el colegio.

Cuando Greg atraviesa los arcos de seguridad, el guardia no parece saber muy bien cómo saludarlo. ¿Ha sido eso una sonrisilla disimulada por su achatado y agresivo rostro?

– Buenas tardes, Frank -saluda Greg para dejarle contento, y a cambio recibe un gruñido de agradecimiento. Avanza bajo el falso techo de la sección de Música y se encuentra con Agnes, que empuja un carrito hacia Viajes, no a demasiada velocidad.

– Mejor que pongas una sonrisa en tu cara si quieres hacer feliz a los demás -le dice.

»Tampoco supone un gran esfuerzo por nuestra parte intentarlo.

Su boca se tuerce a modo de una sonrisa reflejada en un lago de aguas estancadas.

– Hablas igual que él.

– Si te refieres a Woody, lo consideraré un cumplido.

Su boca se tuerce más en ese lago que Greg imagina.

– ¿Qué haces aquí, por cierto? No entras hasta dentro de casi una hora.

– Pensé en asegurarme de que los que vayáis al funeral cumplierais vuestras tareas antes. No queremos que lleguéis tarde, ya que estáis representando a la tienda.

– No es un deber, es solo… Dios, solo lleva muerta una semana. -Agnes deja la boca abierta durante un momento antes de añadir-: Merecía al menos tener a unas cuantas personas en su funeral, también trabajaba aquí.

Lo único que está consiguiendo es recordarle lo camorrista que era Lorraine, de hecho está demostrando cómo se ha infectado ella también, pero no va a permitir ninguna provocación.

– Bueno -decide responder-, creo que es mejor continuar con nuestro trabajo.

Parece dispuesta a discutir incluso sobre eso, aunque Greg ha tenido cuidado de incluirse a sí mismo en la frase. Está a punto de pensar que Agnes ha incitado al lector de la sala de empleados a la rebelión; tiene que pasar la tarjeta por encima dos veces para convencerlo de su derecho a entrar. Con la puerta cerrándose tras él, corre hacia arriba para meter su maletín en la taquilla. Cuando pasa la tarjeta de empleado bajo el reloj, Woody sale de su despacho.

– Pensé que alguien se estaba haciendo pasar por ti en el monitor -dice-. Vaya, llegas casi tan pronto como yo.

– Pensé que me necesitarías ya que algunos de los empleados se van.

– Esa es la clase de tío que necesitamos -le dice Woody a Angus, que está encorvado encima de la mesa sobre lo que queda de su almuerzo como si no quisiera llamar la atención-. ¿Harías cualquier cosa por este lugar, Greg?

– Me gusta pensar que sí.

– No es mucho pedir, ¿verdad que no, Angus? ¿Por qué no se lo enseñas? De momento eres el mejor de este grupo.

Por un momento, Angus se muestra más que reacio. Greg se está preguntando si él también ha adoptado la actitud que Lorraine le ha traspasado a Agnes, y Angus se gira para mirarle de frente. Los lados de su cara se tensan hacia arriba como si estuvieran siendo levantados por unos ganchos invisibles.

– Bienvenido a Textos -masculla.

Su expresión transmite una impresión más cercana a la desesperación que a una bienvenida, y su voz ni siquiera transmite una sola de esas dos cosas.

– Oye, antes lo hiciste mejor -exclama Woody-. Veamos cómo me haces sentir especial, Greg.

Greg se esforzaría al máximo por Textos incluso si los ojos de Woody no estuvieran en carne viva por la presión.

– Bienvenido a Textos -dice con la mejor de sus sonrisas y estrechando también su mano.

– Tienes que igualar eso, Angus. No queremos a nadie tomando la delantera, ¿verdad? Puedes enseñarle a los demás cómo se hace, Greg, y así es cómo se saluda a cualquier cliente que entre por esa puerta. Lo de la mano también, me ha gustado. Solo una cosa más; cada vez que habléis con un cliente, recomendadle un libro.

– ¿Alguno en particular? -pregunta Greg, ya que Angus ha encontrado todavía un poco de almuerzo sobre el que centrar su atención.

– Cualquiera que te motive. Todo es bueno, sino no lo venderíamos. No tengo por qué decirte lo que debe gustarte.

Greg piensa que Woody podría guiar a la gente por el buen camino; como encargado debe de tener buen gusto. Quizá Greg pueda sacar ese tema la próxima vez que estén solos, no es nada que deban oír los demás empleados. Se está preguntando si debería recordarle a Angus que su descanso debe de estar a punto de terminar cuando Woody habla:

– Bien, Greg, ya que contamos contigo, ¿serás Lorraine?

Angus se aclara la garganta tan fuerte que deja a los demás en silencio.

– Nadie puede. Todos somos únicos -murmura Angus; Greg sospecha que ha hablado solo porque su carraspeo ha atraído la atención sobre él.

– Seguro que sabes que Woody me está pidiendo que archive los libros de Lorraine.

– Me alegro de que al menos uno de vosotros entienda lo que digo.

Greg se apresura hacia el almacén, no lo bastante para no ver a Woody frotarse los ojos y enrojecérselos más si cabe. Sin embargo, se siente tentado de llamarlo, si no fuera porque sabe que ya tiene bastantes cosas en la cabeza. La persona que mete nuevas existencias en los estantes supuestamente también debería depositar la parte correspondiente a los libros de Lorraine en el inferior. Nigel escribió notas para ayudarlos en esa labor, pero alguien los ha metido en los espacios libres de la zona que corresponde a Greg. No solo eso, le han largado libros de escultura, responsabilidad de Jake, figuras desnudas y pulidas que Greg está seguro de que a él le encantan. También hay una buena cantidad de colecciones de fotografías cuya responsabilidad corresponde a Wilf, una vez se recupere del dolor de cabeza que dijo haberle provocado la novela de Brodie Oates por lo que le queda de turno; como si la ofensa que representa el libro fuera una excusa para flaquear en su rendimiento en el trabajo. Quien fuera que dejó las existencias en los estantes de Greg necesitaba un lavado de manos; cuando ha terminado de secar los libros y ponerlos en su lugar, su pañuelo está húmedo como el de un colegial. Los volúmenes propios de su estante parecen estar más limpios, pero eso no significa que sea partidario de su contenido; ¿qué clase de cliente querría una antología de pintura llamada Incluso los monstruos sueñan, con una imagen de Hitler dormido en la cubierta? Mientras va metiendo los libros en un carrito intenta encontrar uno que pueda recomendar. Los de desnudos son potencialmente embarazosos, el arte abstracto significa menos que nada para él, el surrealismo siempre le ha parecido el resultado de un estado mental que hoy en día podría ser tratado médicamente; una pena que los pintores no usaran su técnica para mejores fines. Se detiene en un libro de pinturas de paisajes ingleses. Los paisajes nunca han hecho daño a nadie, reflexiona al tiempo que saca el carro del almacén.

La subida renqueante del montacargas le hace perder tiempo, el aparato murmura que se va a abrir antes de hacerlo realmente. Mete dentro el carro y corre escaleras abajo para encontrarse en el último piso con él, así no se arriesga a traspasar a la tienda la suciedad de las huellas informes, tan caóticas que sugieren un extraño baile, que algún desconsiderado ha dejado en el interior del montacargas. O bien el malhechor, o alguien con sentido de la responsabilidad, ha limpiado las huellas del pasillo. Greg tira del carro tan pronto se abre la puerta del montacargas. Lo está guiando hacia la sala de ventas cuando los teléfonos comienzan a sonar.

No parece que haya nadie dispuesto a responder. Ross está en el mostrador, pero tiene la mirada clavada en la niebla. Al menos los demás están colocando; Jill también, pero no se herniaría si pusiera más velocidad en su empeño. Gavin está ocupado, aguantándose otro de esos bostezos sobre los que Greg cree que los encargados deberían hacer algo, y Agnes ni siquiera ha comenzado a ordenar sus libros dentro del carro. Greg acelera con el suyo camino al teléfono junto a la zona de Adolescentes.

– Bienvenido al Textos de Fenny Meadows -dice con la intención de que sus colegas también lo oigan-, Greg al habla, ¿en qué puedo ayudarle?

– ¿Está ahí Annie?

Por un momento se pregunta si alguien se ha infiltrado en la tienda, hasta que al fin comprende.

– ¿Puedo preguntar quién llama?

– Su padre.

– ¿Y puede decirme el motivo de su llamada?

– Solo queremos saber si está bien.

– Perfectamente. La tengo delante de mí en este momento.

– Es solo que un amigo de la familia pasó por allí ayer y nos dijo que la niebla es peor que nunca.

– Pues debería habernos hecho una visita para ver todo lo que tenemos que ofrecer. No se preocupe, la niebla no ha impedido a ninguno de nosotros venir a trabajar.

– ¿Puedo hablar con Annie solo un momento?

– ¿Es algo de lo que me pueda encargar yo mismo? No sé si le habrá dicho que las llamadas personales no están permitidas, excepto en caso de emergencia.

Greg debería haber tenido cuidado de no mirar en dirección a ella.

– Perdone, si pudiera decirle… -dice su padre justo en el momento que Agnes deja su carro y camina hacia Greg.

– ¿Quién es? ¿Es para mí?

– Perdóneme un momento -dice Greg al auricular, cubriéndolo con la palma de la mano-. Es tu padre. Como bien sabes, a la tienda no le gusta…

– A la tienda no puede gustarle o disgustarle nada. Es solo un lugar, maldito idiota -espeta mientras agarra el teléfono-. Dámelo. Suéltalo -dice incluso con más rabia y hundiendo sus uñas en el dorso de la mano de Greg.

Su violencia no solo le sorprende, sino que le provoca deseos de hacerle daño. Si no puede comportarse como una señorita no puede esperar que la traten como tal. Está a punto de cogerle los dedos y retorcérselos hasta que grite, del mismo modo que solía hacer con los jóvenes alumnos que no hacían caso al director, pero piensa que Woody puede estar observando.

– Te arrepentirás de esto -murmura, con una sonrisa esculpida en su rostro, antes de rendir el teléfono al empuje de Agnes.

Ella ya está fingiendo ignorarlo.

– Sí, papi, estoy aquí.

Greg empuja su carro hacia a la sección de Lorraine. Cuando cree que ella no puede ver lo que hace, apoya el dorso de la mano sobre el borde del carro. La madera es fría, pero ¿está también húmeda o es cosa de Greg? No supura mucho de la herida de la mano. La molestia le hace perder algo de tiempo, lo que significa que no ha colocado tantos libros como le gustaría para cuando Agnes termina de susurrarle al teléfono y se acerca a él.

– Jamás vuelvas a hacer eso -dice en el mismo tono de antes.

– Si vuelves a interferir entre mi familia y yo, te haré algo mucho peor. ¿Quién coño te crees que eres?

– Alguien que cree que la tienda merece el estándar de comportamiento por el que se nos paga.

– Por una vez estamos de acuerdo; por lo que se nos paga no deben esperar mucho en ese sentido.

– Si la dirección te oyera -aparta la vista de la estantería para subrayar sus palabras con una mirada punzante-, pensaría que estás haciendo una petición en nombre de un sindicato.

– No querrían que nadie supiera nuestra paga y nuestras condiciones, ¿a eso te refieres? Quizá tú tampoco querrías.

– Sabíamos lo que se nos ofrecía cuando firmamos. No necesitamos un sindicato poniéndonos a los unos contra los otros y saboteando la tienda.

– ¿Tienes idea de lo gilipollas que suenas, Greg? ¿No te das cuenta de que lo único que provocas son las risas de la gente?

– No sé de quién hablas. Seguro que se reirían más de las cosas que dices tú.

A estas alturas Greg no es apenas consciente de sus palabras. Los calambres de dolor en el dorso de su mano le inducen a seguir bombardeándola con reproches. Se concentra tanto en no apartar su atención de la estantería que no nota la compañía.

– ¿Cómo va todo por aquí? No veo ninguna sonrisa.

Greg fuerza una y tiene que recordarse a sí mismo no darle la bienvenida a Woody en voz alta. Agnes insiste en la sonrisa con la que ya ha saludado a Woody.

– Tampoco veo a ningún cliente -murmura.

– Supongo que eso debería de cambiar ahora que Angus ha repartido la publicidad.

Woody levanta las cejas para abrir más los ojos, exponiendo su enrojecido aspecto, y convirtiendo su sonrisa en una interrogación.

– Todavía estoy esperando saber el motivo de vuestra discusión.

Agnes mira desafiante a Greg, lo que prueba su torpeza al no conocerlo mejor.

– Mi compañera piensa que deberíamos unirnos a un sindicato -le dice a Woody.

– ¿En qué va a ayudar eso a la tienda?

– Quieres que sonriamos, ¿verdad? -pregunta Agnes-. Quizá en ese caso tendríamos razones para ello.

– ¿No es suficiente razón trabajar aquí? Para mí lo es.

La sonrisa de Woody se ha vuelto lo bastante triste para resultar suplicante. Greg está a punto de concluir que la rebelión ha sido sofocada, pero Agnes se vuelve hacia él:

– ¿Has terminado de chivarte?

– Ya que sacas el tema, quizá deberías hablarle a Woody de lo que tuve que recordarte antes.

– No me importa quién me lo diga, pero que sea rápido.

Greg se siente decepcionado porque Woody parezca meterlos en el mismo saco a los dos.

– Me temo que me vi obligado a recordarle que no apruebas las llamadas personales a la tienda.

– La tienda no las aprueba, eso está claro.

Greg siente decenas de objeciones luchando por salir de la boca de Agnes, pero no anticipa al ganador de esa carrera.

– ¿Quién le da derecho a decirme nada? Es solo uno de los empleados, como yo.

– Podría ser algo más que eso en el futuro si sigue por ese camino. ¿Qué llamada era esa?

Greg piensa que su propia ira la ha dejado muda.

– Mi padre -confiesa, no obstante.

– ¿Era urgente? ¿Algo que no pudiera esperar hasta que llegaras a casa?

– No creo que tú lo juzgues así.

– Apreciaría que siguiera de ese modo, entonces.

Esa le parece a Greg una manera amigable de expresarlo, pero Agnes se enfrenta a Woody con una mirada silenciosa.

– ¿Estamos aquí perdiendo el tiempo o tienes alguna otra cosa que decirme? -dice Woody finalmente.

– Tienes razón, no debería estar perdiendo el tiempo. No querrás que nadie de la tienda llegue tarde al funeral, ¿verdad?

Agnes se marcha sin darle ocasión de responder. Empuja su carro hacia el montacargas con más entusiasmo del que mostró con sus libros, cuando Angus abre la puerta del pasillo.

– ¿Estás segura de no querer decirle adiós a Lorraine? -le pregunta Agnes, mirando de soslayo a Woody y Greg-. Estoy segura de que la dirección puede defender el fuerte hasta nuestra vuelta. No parece que haya mucho de lo que ocuparse.

– Creo que es mejor quedarme, si no te importa, por si acaso.

No ha acabado aún de hablar cuando Agnes ya le ha dado la espalda.

– Es el momento de irnos, los que vayáis a venir -profiere-. Mejor no correr mucho con esta niebla.

Dos hombres en los sillones, cuya piel parece haber absorbido gran parte de sus cabellos, levantan la vista de los libros infantiles apoyados en su regazo. Parecen preguntarse si Agnes les incluye a ellos.

– Voy a llevar a todo el mundo -informa a Woody.

– Eso me ha parecido, ha quedado claro.

Greg sonríe para indicar que le ve la gracia al comentario. Cuando Agnes desaparece por el pasillo, vuelve a sus libros. Woody se aproxima a los hombres sentados para averiguar qué clase de libros les gustan, y para cuando Agnes lidera a su tropa al exterior de la tienda, solo ha podido sacarles un «no sé» y un «no».

– Volveremos tan pronto como podamos -le asegura Jill a Woody; Agnes mantiene un silencio desafiante.

Una vez Ross y las mujeres a las que ya no se permite llamar chicas han pasado del escaparate, Greg aguza el oído para averiguar dónde ha aparcado Agnes. Advierte que Woody ha tenido la misma idea, pues sale de la tienda a comprobarlo. Cuatro puertas se cierran, su sonido amortiguado por la niebla, y el coche se va perdiendo en la distancia tras reunirse con las tinieblas. Un aura gris sigue a Woody dentro de la librería, como si estuviera envuelto en niebla.

– No estaba en la parte trasera -anuncia, Greg piensa que se dirige él, aunque realmente mira a Angus.

– Se te ha escapado uno.

Coge un puñado de folletos del mostrador y sale afuera una vez más. Greg se autoproclama líder en su ausencia y se esfuerza en estar pendiente de todo lo que lo rodea mientras trabaja. ¿Está murmurando uno de los hombres sentados, o están los dos haciendo un ruido extraño? Aparte de la invernal cháchara de Vivaldi encima de su cabeza, Greg está convencido de oír algo diferente, voces que chocan para convertirse en una sola y luego se separan de nuevo, luchando por hablar o cantar o producir otro tipo de sonido. Si hubiera otros clientes, les pediría a los hombres que guardaran silencio. Por otro lado, Angus parece ajeno a lo que están haciendo, y a muchas otras cosas. Ha abandonado el mostrador para arreglar sus estanterías, y Greg está a punto de recordarle que la caja debe estar siempre atendida durante las horas de apertura. El teléfono le salva. Se dirige al mostrador, pero Greg es más rápido en llegar a la extensión de Adolescentes.

– Bienvenido a Textos de Fenny Meadows. Greg al habla. ¿En qué…?

– ¿Está el jefe por ahí? -dice la voz de un hombre. Greg no sabe si es más brusco el hecho de que le interrumpa o la implicación de que Greg no suena como un encargado.

– ¿Puedo preguntar…?

– Soy su casero.

Eso cambia la situación.

– Angus, ¿ves a Woody?-exclama Greg.

Angus se acerca al escaparate, se inclina para mirar a través del cristal, y es recibido por una nube gris más grande que su cabeza causada por el vapor de su propia respiración. Los ojos de los hombres sentados en los sillones pivotan como si pensaran que Greg les habla a ellos, y Frank se acerca a la entrada a mirar.

– No -admite Angus, a la vez que el guardia.

– ¿Crees que podrías considerar la idea de ir un poco más allá, Frank?

Cuando el guardia cumple la petición literalmente, o ni siquiera eso, Greg se las arregla para contener su frustración.

– Parece que no se encuentra disponible en este momento -le dice al teléfono-. ¿Puedo coger algún recado?

– Solo que me encantaría encontrármelo por allí.

– Estará aquí unas horas más, una vez que vuelva.

– Me refiero a la casa que supuestamente le tengo alquilada.

Greg duda solo durante un segundo; seguramente es su deber preguntar:

– ¿Hay algún problema con el pago?

– Nada de eso. Su banco cumple con todo. Me gusta comprobar que mis inquilinos son de fiar.

– ¿Le pido que le devuelva la llamada?

– Ese sería un buen comienzo.

Presumiblemente, el casero no tiene ningún otro comentario pendiente, pues el sonido de la electricidad estática se traga su voz como un chorro de agua. Cuando el chisporroteo se convierte en tono, Greg vuelve a su tarea. Repatría un par de libros perdidos (una guía para hacer bocetos, con un garabato en la portada simulando una cara; un manual de acuarelas que al abrirlo muestra imágenes farragosas no muy diferentes a grafitis) e intenta decidir el tiempo que invirtieron en ellas sus creadores. Al menos ahora solo oye el agudo maullido de los violines, y no dejará que le distraigan las insistentes miradas de Angus hacia la niebla. ¿Busca clientes o a Woody? El resto de los empleados deben de haber ido directamente al funeral. Greg se entretiene en especular cuál de ellos sería prescindible para la tienda: Connie y su frágil insistencia en tratar a todo el mundo sin dureza, Nigel y su sonrisa constante que invita a tomarse toda situación a cachondeo, Ray con sus emblemas futboleros que no tienen cabida en la tienda, Madeleine actuando como si su sección fuera la única importante… Greg ha descargado medio carro cuando Woody reaparece.

– ¿Tardé mucho? -dice con una sonrisa que desea lo contrario.

– Yo diría que no -dice Angus.

Quizá Woody perciba, igual que Greg, las excesivas ansias de Angus por agradar.

– Supongo que han venido más coches desde que estuviste afuera repartiendo.

– Eso será -dice Angus incluso más rápido.

Greg espera a que Woody aparte su sonrisa de Angus.

– Hubo una llamada para ti.

– No hay nada como sentirse solicitado, ¿eh? ¿De qué se trata?

Greg asume que Woody prefiere no hablar de sus asuntos delante de Angus y los hombres de los sillones.

– ¿Hablamos en privado?

– ¿Sí? Claro, vale.

La sonrisa de Woody parece acelerarlos hacia el pasillo de Pedidos, y se hace más ancha y fiera cuando tiene que pasar dos veces la tarjeta por el lector.

– No sería ella otra vez, ¿verdad? -pregunta, con la puerta de salida impidiéndole el paso.

– No, no era una señorita.

– Ya no la llamaría así. -Alarga un puño hacia la puerta para ayudarla a cerrarse y encara a Greg-. ¿Entonces quién me buscaba?

– Tu casero.

– ¿Es eso cierto? -Por un momento su sonrisa parece dudar de su propio significado-. ¿Qué te dijo?

– Solo que no te veía por casa. Quería comprobar que disponías de todo lo necesario.

– No necesito mucho. Sí, así lo creo, seguro. Habrá ido a visitarme a la casa mientras yo estaba aquí en la tienda.

Greg es consciente de que Woody trabaja más horas que nadie en la librería. Se pregunta si sería presuntuoso destacar ese hecho cuando una pregunta escapa de su boca en su lugar:

– ¿Ha regresado alguien ya?

Hay movimiento en el almacén; parece como si los libros estuvieran cayendo de sus estantes.

– Hay alguien arriba -susurra.

– ¿Eso crees? Lo comprobaremos pronto -dice Woody y le aparta para correr escaleras arriba. Greg se siente tan ofendido por su rudeza que duda en seguirlo, pero enseguida piensa que si alguien se ha colado su deber es cortar su vía de huida. Corre por el pasillo y cruza la sección infantil en dirección a la puerta de la sala de empleados. Abre con su tarjeta y cierra con cuidado antes de subir de puntillas.

Alguien debe de haber decidido ser más leal a la tienda que a la idea de ir al funeral, porque Greg oye libros siendo manipulados. ¿Cómo se las ha arreglado esa persona para regresar sin que Woody ni él mismo lo notaran? Cuando renuncia al sigilo e irrumpe en el almacén, no hay nadie a la vista, ni siquiera Woody. Una estantería se balancea lentamente para luego quedar quieta, pero Greg no se imagina que alguien se haya encogido tanto como para esconderse detrás de los libros. Camina de nuevo de puntillas, aguzando el oído para tratar de descifrar el ruido; un murmullo repetitivo, una voz que entona un canto justo delante de él. No es en la vacía sala de empleados, ni en la oficina compartida por Ray, Nigel y Connie. Es en el despacho de Woody.

Mientras cruza la oficina compartida, Greg ignora la reducida versión de él mismo que se refleja en las pantallas apagadas: un maniquí multiplicado por tres e inmerso en la oscuridad. La puerta de Woody está descuidadamente entreabierta, y el propio Woody está sentado de espaldas a ella. Los cuatro cuadrantes del monitor de seguridad aparecen ocupados por la misma imagen, una cara en primer plano; pero no puede ser tan enorme como para que solo la ancha sonrisa de labios hinchados y dientes grises abarque las cuatro partes de la pantalla. Debe de ser un reflejo del tubo fluorescente del techo, porque en el momento en el que Greg pone el pie en la oficina la imagen se convierte en cuatro distintos planos de la sala de ventas. Una muestra a Angus mirando taciturno a los dos hombres sentados al otro lado de la tienda.

– Sigue sonriendo -oye a Woody murmurar-, sigue sonriendo.

– ¿Se lo digo cuando baje?

– No lo dudes -dice Woody girando la silla, y su sonrisa se tuerce para encarar a Greg-. Tú eres el hombre adecuado para ello.

– No encontré a nadie en el almacén.

– Ni yo tampoco. Se cayeron algunos libros, solo eso.

Rara vez, como ahora, Greg siente que la sonrisa de Woody es inapropiada.

– ¿Quieres decir que no estaban bien colocados? -se siente con la necesidad de enfatizar.

– Puede que no lo estuvieran.

– ¿Sabemos quién tiene la culpa?

– No sabría decirte.

– Mientras no estén dañados…

– Eres de los míos, Greg. Me haces sentir que lo estoy haciendo bien. No te preocupes, todo va a ir bien una vez que nos encerremos todos aquí mañana por la noche.

Envía su sonrisa en persecución de Greg y luego pivota para mirar el monitor. Greg desea poder pensar en alguna otra cosa que decir, pero quizá Woody pretende hacerle ver que ya ha dicho bastante. Se siente como si se le hubiera contagiado un poco de la presión bajo la que se halla Woody, lo cual es equivalente a una muda petición de apoyo. Woody no necesita pedírselo en voz alta. Cuando Greg va de camino a sus libros y a recordarle a Angus que corrija su actitud, no necesita recordarse a sí mismo sonreír, pues ya lo está haciendo. Ese es el resultado de tener la mente clara. No va a permitir a Agnes ni a ningún otro enturbiar sus motivaciones, y se guardará lo que sabe de Woody para sí. Greg está ahí para apoyar a Woody y a la tienda.

Загрузка...