¿Está viendo un canal religioso o uno científico? Quizá lo segundo, ya que parece que va de una forma de vida tan primitiva que tiene poca conciencia de otra cosa salvo de ella misma. Se subdivide para tener compañía, pero es tan hostil hacia otras criaturas, y en particular hacia la amenaza que supone su inteligencia, que las reduce a su propio estado para poder destruirlas. Sin embargo, el origen de la vida y de la religión parecen tener algo que ver: las vidas que la informe entidad crea por medio de sí misma, y el salvaje culto que atrae, simplemente agradeciendo cada sacrificio atrapando a los que se lo ofrecen también. Solo uno, no para de pensar o de oír Woody, solo uno. ¿Cómo puede estar la pantalla diciéndole todo eso si lo único que ve en ella es una inquietante imagen borrosa? Se le ocurre que esa es la mínima fracción de la entidad en cuestión, una parte tan pequeña y tan cercana a la pantalla, que él o su mente son incapaces de focalizarla. La idea es suficiente para despertarlo por completo.
De hecho está sentado en su silla tras la pantalla, pero no muestra nada parecido a su sueño. Se frota los ojos y se pregunta cuánto tiempo ha estado dormido; lo bastante para haber soñado toda clase de desastres: fallos eléctricos, Agnes atrapada en el montacargas, los amotinados abandonando la tienda… Cada cuadrante de la pantalla muestra a gente colocando libros diligentemente, aunque de momento no distingue a nadie concreto. Una mirada a su reloj le dice que el sol saldrá pronto. Se siente algo culpable por haberse quedado dormido, pero al menos nadie ha tomado eso como excusa para escaquearse. Coge el teléfono y pulsa el botón de los altavoces.
– Lo estáis haciendo bien, chicos. Seguid así y…
Todas las figuras agazapadas frente a las estanterías alzan sus difuminadas cabezas, dejando unos rastros grises. Tiene la impresión de que están a punto de ponerse en pie para celebrar que se ha despertado, pero el temblor que los recorre a todos les hace moverse por los pasillos sin ganar estatura alguna. Es incapaz de distinguir nada más de ellos, sobre todo porque las imágenes en la pantalla se distorsionan como agua de la que está a punto de salir algo secreto. No puede estar viendo a las figuras introducirse una tras otra bajo la puerta de la sala de empleados. La imagen se estabiliza y revela que la tienda está iluminada con menos luz de lo que creyó hace un momento. Sin embargo, la luz que entra por los escaparates es suficiente para que vea los saqueados estantes, y los libros esparcidos por los pasillos.
Solo puede experimentar rabia y consternación, es lo único que siente o piensa. Se pone en pie tan deprisa que su silla golpea un mueble de cajones con un sonido similar al de una campana oxidada. Se encamina a la puerta, y en ese momento cae en la cuenta de que si el fallo eléctrico es real, todo lo demás también lo ha sido. Sigue encerrado, salvo por la circunstancia de que al girar el picaporte, la puerta se abre sin problemas.
Todos los ordenadores en la oficina exterior están encendidos. Cada una de las pantallas muestra un borrón demasiado parecido a los recuerdos de su sueño. Al mirar atrás, comprueba que pasa lo mismo con el monitor de seguridad. Lo importante es recuperar la iluminación, y esto le hace cruzar la oficina camino de la sala de empleados.
– ¿Estás ahí, Ray? -grita-. ¿Qué pasa al final con los fusibles?
Oye movimiento bajo las oscuras escaleras. Suena igual que un rebaño de cuerpos blandos arrastrándose en la oscuridad, o una masa tan grande como el pasillo reptando por el suelo. Ahora mismo no tiene ninguna prisa por descubrirlo. Pasa a toda velocidad junto a la mesa y el estancado y rebosante fregadero hasta llegar al almacén.
La entrada al pasillo la definen los contornos de unos estantes del mismo color de la niebla, pero más allá de ellos hay poco aparte de oscuridad. Eso no debería desconcertarle si sigue caminando todo recto, seguramente ya está lo bastante despierto, pero solo ha dado los suficientes pasos para haber perdido la cuenta cuando se golpea el codo con el borde de una estantería metálica. Esto solo contribuye a aumentar su rabia. Se gira y camina de espaldas, guiándose por las siluetas de los estantes sobre la luz proveniente de la oficina. No tiene ni idea de por qué la luz se agita, ni le importa. Lo que interesa ahora es liberar a Agnes.
Se impulsa hacia atrás agarrando los bordes de las estanterías, hasta que llega a las puertas que conducen a la parte superior del hueco del montacargas. Pasa junto a ellas y se aferra a la barandilla de las escaleras. ¿Vienen los blandos pasos ahora por las otras escaleras? Se agarra con una fuerza rabiosa a la barandilla y baja a grandes zancadas, más rápido ahora que ha calculado bien la altura de los escalones. La barandilla se acaba, pero se mantiene agarrado a ella hasta que planta los pies en el suelo del pasillo y se gira para encarar el ascensor.
– ¿Agnes? -grita, y al no obtener contestación lo intenta de otra manera-: ¿Anyes?
Ni siquiera así recibe una respuesta. Espera que sea porque se ha quedado dormida. Está a punto de llamar a las puertas, a modo de preámbulo antes de intentar separarlas, cuando nota una zona en penumbra al otro lado del pasillo. Se encuentra al lado de las puertas de Pedidos, y abrirlas podría abastecerle de toda la luz necesaria.
Se apresura, cruzando la vacía oscuridad, y empuja la barra metálica. Parece oxidada, pero tras resistirse un minuto se rinde con un chasquido, inundado el pasillo de una luz no muy distinta a la de la luna en una noche nublada. Se apoya en la puerta de la derecha hasta que la bloquea lo suficiente para que el brazo de metal no la cierre, y regresa corriendo al montacargas. Respira profundamente y el aire le sabe a niebla; se prepara para usar toda su fuerza. Enterrando los dedos entre la puerta y el marco, se esfuerza en aumentar el espacio entre ellos. Al momento, la puerta se desliza, abriéndose por completo.
¿Por qué no hizo Nigel eso mismo? En realidad, aún le queda ocuparse de las puertas del montacargas propiamente dicho. Es igual de fácil, no obstante. Casi desea que no fuera así, dado lo que encuentra tras ellas. Agnes está de pie solo porque se encuentra atrapada contra la pared del montacargas por un carro frente al palé. La mayoría de los libros del carro están esparcidos por el suelo. Podrían pasar por grumos de la tierra que cubre a Agnes, y sobre todo a su rostro, colmado de barro hasta incluso dentro de la boca y de las fosas nasales.
Es demasiado. Sus sentimientos están agotados. Lo único que se le pasa por la cabeza es la certeza de que cualquiera que vea a Agnes sabrá que sucedió algo más en la tienda en el turno de noche aparte de un simple fallo eléctrico, un motín y una oleada de vandalismo. Saca el carro del montacargas y agarra a Agnes cuando esta cae hacia delante. ¿Se le han movido los párpados? No, la luz ha cambiado porque su origen lo ha hecho. Al darse la vuelta, acunando a Agnes por los hombros, la luz retrocede más y oye un ahogado ruido de frenos.
– ¡Espere! -grita, sintiendo como si sus gritos alteraran la paz de Agnes. Introduce el otro brazo bajo sus rodillas para levantarla. Es tan ligera que se le nubla la vista de pensarlo. Sea lo que sea lo de afuera, va a llevarla donde haga falta. Quizá Woody deba acompañarla en cuanto se lo haga saber a Greg, ¿pero dónde está Greg? Si no está en la sala de ventas, Woody no puede irse; dejaría la tienda a su suerte. Solo uno, se sorprende al pensar de nuevo, solo uno. Primero tendría que ocuparse de Agnes y después de la tienda. Asoma primero la cabeza por la salida y avanza entre la niebla, sobre el negro asfalto, siguiendo a la luz y a su húmeda respiración. Al tiempo que progresa, se toma su tiempo para prepararse. Sea cual sea su carga, todavía representa a Textos. Lo menos que puede hacer es sonreír.