Angus

– Vale, ¿por qué no hacéis algo que ponga una sonrisa en mi cara? Decidme que algo está arreglado.

– Espero que los fusibles lo estén pronto. Ray ha bajado.

– Parece que hace mucho rato, ¿o ya he perdido la noción del tiempo?

– Parece mucho rato. Quizá es por la hora que es.

– ¿Pretendes insinuar que se ha quedado dormido trabajando?

– No, pero tiene que conseguir llegar abajo y hacer lo que tenga que hacer en medio de la oscuridad. ¿Crees que en el futuro sería posible guardar un candil aquí arriba?

– Algo primitivo quizá. Oh, así llamáis vosotros a las linternas. Pensé que Nigel os había conseguido algo de luz.

– Solo aquí, no llega abajo.

– De todas formas, ¿por qué este silencio? No hace falta que únicamente hable Angus.

– La cosa es que Nigel no está aquí.

– No me digas. Nos han abandonado, ¿eh? ¿Cómo es que ha huido?

– Anyes está atrapada en el montacargas y ha ido a ver, bueno, a ver qué puede hacer me refiero, no solo a curiosear. No creo que lo haya conseguido todavía.

– ¿Quién?

– Nigel. Me acabas de preguntar sobre él.

– Ya sé lo que he preguntada. Aún conservo el cerebro que traje de América. Lo que te pregunto ahora es cómo has llamado a la chica atrapada en el montacargas.

– Anyes. Probablemente habrás oído que la llaman así. Es como le gusta que lo hagan.

– Y tú intentas hacer lo que le gusta a todo el mundo, ¿verdad, Angus? No piensas que eso puede joder tu trabajo aquí.

– No entiendo cómo llevarme bien con la gente puede hacerlo.

– Estás tan ansioso por agradar que quizá tienes miedo de arriesgarte a hacer algo mejor que los demás, ¿tengo razón? Tienes que saber que eso no ayuda al equipo. De todas maneras, no es eso de lo que hablaba.

– No deberías haberlo dicho, entonces.

– ¿Me repites eso? No lo he pillado. Me refería a que su nombre podría ser el problema.

– No veo por qué.

– Entonces piensa en ello. A vosotros los británicos os gusta pronunciar las cosas de forma diferente a como se escribe, ¿verdad? Quizá por eso hemos tenido casos de libros colocados de forma desordenada. Otra palabra mal pronunciada no va a servir de ayuda.

– Al menos no cometemos los errores gramaticales de algunos de vuestros, como los llamáis, espaldas mojadas.

– Sigo sin poder oírte, Angus. Recuerda que hay una puerta. Bueno, me alegra de que tuviéramos tiempo para charlar un poco, pero supongo que ya hemos descansado bastante. Aquí tienes tu oportunidad.

– ¿A qué te refieres? ¿Para qué?

– Eh, ¿de qué estamos hablando?

– No estoy seguro, no me arriesgaré a decir nada más.

– La puerta. Me refiero a la puerta.

Angus atrapa el picaporte y se inclina sobre él para empujar la puerta, pero obtendría los mismos resultados si hiciera lo mismo contra un muro.

– Todavía está atascada.

– No tenemos tiempo para juegos. Esa no es la clase de sonrisa que necesitamos. Si te digo que busques una manera de sacarme de aquí con ello quiero decir que uses la cabeza. Supongo que si Ray y Nigel vuelven no les importará descubrir que les has ahorrado unas cuantas payasadas más -exclama Woody, y añade lo bastante alto pasa ser oído-: A veces me dan ganas de rendirme por culpa de estos hijos de la Gran Bretaña.

Angus levanta el pie para dar una patada. No pretende mover la puerta, pero Woody no se va a enterar. El ruido podría reavivar sus comentarios, no obstante, y Angus ya ha tenido más que suficiente. Si se las arregla para liberar a Woody, al menos podrá deshacerse de él. El problema es que aun en mitad del silencio, es incapaz de pensar.

Supone que Nigel está ocupado tratando de sacar a Agnes. Mientras él y Woody estaban gritando los pudo oír hacer más o menos lo mismo, tras lo cual la puerta del pasillo de Pedidos chasqueó en dos ocasiones, presumiblemente permaneciendo abierta en algún momento entre cada una de ellas. Ahora Nigel la habrá dejado abierta para que entre la luz del aparcamiento de empleados. Quizás Agnes pueda verla, porque ya no gritaba tan fuerte como antes, el sonido parecía más remoto y finalmente acabó por callarse. Es probable que Angus pueda apartarla de su mente para centrarse en su propia tarea. Da un paso atrás, por si quizá el ver la puerta de Woody desde cierta distancia le fuera a mostrar la manera correcta de proceder.

No puede desatornillar las bisagras. Nigel no pudo encontrar un destornillador, y además, las bisagras están entre el marco y el borde interior de la puerta. ¿Y si el problema es con la cerradura? En una película todo sería tan fácil como insertar una tarjeta de crédito y desatascarla, pero Angus sospecha que si lo intentara la tarjeta se doblaría o quedaría atrapada en el mecanismo, o simplemente se partiría en dos. ¿Hay algo más aquí arriba que pueda usar para manipular la cerradura? Mira a su alrededor, la habitación parece sumida en una niebla resplandeciente causada por la iluminación de las pantallas grisáceas y oscurecidas por los borrosos iconos.

– Alguien estará contigo en un momento, Agnes, si es que no han llegado todavía. Me perdonarás decir tu nombre de esa forma, pero supongo que puedo reclamar esto como territorio americano, y allí no lo pronunciamos de esa manera. Debería haceros saber a los chicos de abajo que Nigel está teniendo que sacar a Agnes del montacargas, y Ray está a punto de devolvernos el suministro, ¿verdad, Ray? -resuena la magnificada voz de Woody, y eso agrava la incapacidad para pensar de Angus.

No hay respuesta. Sin duda Ray sabe que su voz no va a llegar a Woody. El retorno del silencio permite a Angus reparar en los cajones bajo el escritorio en forma de ele que alberga los ordenadores. Si alguien pone alguna objeción a que rebuscara en ellos, podrá decirles que Woody insistió en que hiciera todo lo necesario para ayudarle. Está harto de sentirse tonto e inútil, y más que harto de estar solo con la voz de Woody a través de la puerta. Cruza la nublada habitación y abre el cajón de Connie.

Contiene medio paquete de pañuelos metidos en un celofán cuidadosamente entreabierto, un bolígrafo con la punta dentro de la cabeza de un gato manchado de gris por la luz, una tarjeta de cumpleaños repleta de gatos sobre un sobre sin usar y un cargamento de clips esparcidos. Se está preguntando si algunos de ellos podrían servir para hacer una ganzúa, cuando la voz de Woody vuelve a la puerta:

– ¿Pensando aún, Angus?

– Hecho -murmura Angus al comprender que la mancha oscura a la espalda del cajón no es una sombra sino una regla de metal de treinta centímetros-. Hecho -repite cuando se dispone a insertar la regla en la ranura junto a la cerradura.

El ángulo de la luz, tal como está, le ha impedido reconocer que el marco sobresale del exterior de la puerta un centímetro. Mete la regla entre ambos elementos y usa las dos manos para escarbar hasta encontrar el cerrojo. Mientras intenta maniobrar la regla alrededor de él, Woody comenta:

– Estás callado otra vez, Angus. ¿Bloqueado?

La palabra que Angus murmura rima con esa, porque ahora la regla no se mueve en ninguna dirección, incluso cuando se inclina tanto sobre ella que parece a punto de provocarle un corte en las manos calientes y húmedas. ¿Puede romper el marco para dejar la cerradura al descubierto? Empuja la regla lateralmente, lo que causa un leve y dubitativo crujido. La delgada línea de sombra entre la puerta y el marco está cambiando, pero nada de esto parece tener sentido. ¿Cómo puede estar empequeñeciéndose o desapareciendo?

– Espera un minuto -dice Angus.

– Llevo haciéndolo muchos minutos.

Si no fuera por la puerta, estarían lo bastante cerca para poder darse la mano, eso si no estuvieran empujándose o dándose de puñetazos o atacándose de cualquier otra manera; la presencia de Woody le hace a Angus sentirse más solo en medio de la tenue luz, especialmente porque todo se está poniendo más oscuro. Al darse la vuelta comprueba que el ordenador de Nigel emite una cantidad significativamente inferior de luz que sus compañeros. Cruza la estancia y agita el monitor en lugar de encenderlo y apagarlo. ¿Realmente los oscurecidos iconos han temblado como hojas muertas en la superficie de una piscina perturbada por una presencia? Lo que de verdad importa es que de la pantalla sale luz, aunque no mucha.

– Actualiza la información.

– Estábamos perdiendo energía, de algún modo.

– ¿Sí? Por aquí sigue igual de bien.

Si de verdad está tan bien, Angus siente la tentación de dejarle con ella, pero sabe que la voz de Woody le seguiría hasta donde fuera. Vuelve deprisa a la puerta y lanza todo su peso contra la regla. El marco responde con un crujido incluso más débil que el anterior.

– Te has callado otra vez. Todavía no sé qué estás intentando hacer.

– Intento abrir el pestillo de la cerradura -dice Angus sin separar los dientes.

– Eh, no nos dijiste que eras un caco. Supongo que a partir de ahora tendré que vigilarte de cerca.

Angus supone que Woody está de broma, sin duda sonriendo. Sin embargo, se pone lívido de la rabia. Se arroja contra la regla con toda su fuerza. Algo se dobla, y casi acaba golpeándose contra la pared. El marco ha demostrado ser un digno rival para la regla, que se ha doblado hasta casi la mitad.

Al principio piensa que su visión se ha nublado por la rabia o por el esfuerzo, pero entonces comprende que es la estancia la que se ha oscurecido. La iluminación de las tres pantallas de los ordenadores se ha atenuado y los iconos no son apenas visibles. Corre en dirección al monitor de Nigel e intenta agitarlo para que recupere la razón, pero si consigue algo es oscurecerlo más. Lo deja estar y golpea el de Ray con el nudillo. Inmediatamente, todos los iconos desaparecen, como si la pantalla los hubiera engullido.

Sostiene en alto una mano incierta, como si eso pudiera convencer al ordenador de que no haga algo peor, y en ese momento la pantalla recupera la luz. Eso debería ser un alivio, aunque conlleva la impresión de que una luz se ha encendido en el fondo de un mar de niebla. Se acerca ahora al monitor de Connie y le da un golpe similar a la pantalla con los nudillos.

Al momento, los iconos desaparecen, y teme que la luz haga lo mismo. Parpadea y luego se estabiliza, ¿pero puede confiar en que siga así? Con ambos nudillos, golpea el cristal con el doble de fuerza. Le viene a la cabeza una pecera a la que propina un golpe para que las criaturas de dentro se despierten, lo cual puede explicar por qué la grisácea palidez que se está hinchando en su dirección parece más sólida que un resplandor; casi tan sólida que parece una cabeza saliendo a la superficie desde el medio que le ha arrebatado su forma. Esa visión le envía de vuelta a la puerta con más ansias si cabe de liberar a Woody. Al echarse sobre el otro lado de la regla para devolverle su forma, da de sí sin apenas resistencia, impulsándole más allá de la puerta con un pedazo de metal en la mano, restañando la madera.

La regla ni siquiera se ha partido por la mitad. Menos de un tercio queda colgando del hueco.

– Suena a que por fin has conseguido algo -exclama Woody al tiempo que un hormigueo recorre la piel de Angus.

– He roto la regla -dice Angus una vez ha recuperado el control y es capaz de gritar en lugar de chillar.

– ¿Que has roto qué?

– La regla con la que intentaba forzar tu puerta.

– Entonces no eres el caco que pretendiste hacerme creer que eras. Supongo que es momento de volver a la fuerza bruta. ¿Quieres que te busque algo de compañía?

No puede estar refiriéndose al ruido de detrás de Woody, tan distante y amortiguado que es prácticamente inaudible. Angus mira a su espalda y se dice que debe de estar soñando despierto, que todo es a causa del hecho de estar en pie a estas horas intempestivas; unas masas grises borrosas no pueden estar hocicando en el interior de las pantallas de los ordenadores.

– ¿Quién? -pregunta.

– Intentémoslo con un par de los deportistas de ahí abajo -propone, y tan inmediatamente como Angus comienza a retirar los fragmentos de regla, Woody amplifica su voz-: Ray, Nigel, uno de vosotros o los dos, ¿por qué no dejáis lo que estáis tardando demasiado en hacer y abrís una puerta para dejar que pasen Greg y Ross a ayudar a Angus. No entiendo cómo no habéis pensado en eso antes.

Angus tampoco lo entiende, mientras espera una respuesta. Es imposible que no hayan oído a Woody, sin embargo siguen sin responder. ¿Puede el vago sonido a su espalda tener alguna conexión con ellos? Quizá son Agnes o Nigel golpeando las puertas del ascensor. No ha conseguido distinguir nada más cuando la voz de Woody cubre el sonido.

– Vosotros dos no tenéis que esperar fuera, ya sabéis. Quizá si intentáis entrar lo consigáis.

No mucho después, Angus oye una serie de golpes sordos e irregulares escaleras abajo. Son más audibles que los otros sonidos, que sin embargo percibe más cercanos. Cada vez se siente más incapaz de mirar atrás.

– ¿Qué pasa contigo, Angus? ¿Oyes algo que yo no oigo? -dice la gran voz de Woody.

Angus tiene la sensación de que si responde podría atraer la atención sobre él, especialmente cuando lo único que consigue decir es:

– ¿Qué iba a oír?

– A Ray o a Nigel, o a ambos, por ejemplo.

Angus aguza los oídos pero el resultado solo aumenta su incertidumbre sobre cuántos sonidos realmente oye y cuál es su procedencia.

– No han dicho nada todavía.

– Greg y Ross, daos un respiro. Angus, dale una voz a Ray y Nigel.

Gritar no es algo que le apetezca a Angus. Observa su pálida sombra aplanándose contra la pared tenuemente iluminada y desea poder ser igual de anónimo y discreto.

– ¿Ray? ¿Nigel? Woody quiere saber qué está pasando -grita solo porque sabe que Woody no iba a parar de acosarlo hasta que lo hiciera.

Al principio su llamada solo trae silencio, pero es seguida por una serie de subrepticios sonidos sordos, como si unos objetos demasiado blandos para ser manos o cabezas avanzaran torpemente por un cristal. Pronto la voz de Woody los hace inaudibles.

– ¿Algún mensaje para mí?

– No oí ninguno, lo siento.

– No puedo decir que me sorprenda. Parecía que me estabas gritando a mí y no a ellos. ¿Por qué no vas a buscarlos y luego me cuentas? Está claro que no haces nada en este puesto.

Angus se sentiría agradecido de escapar de él y de los ruidos de la estancia, si no fuera porque eso le va a llevar a acercarse a la oscuridad. Es incapaz de decidir qué es peor mientras sale de la habitación. Prefiere evitar mirar los ordenadores, pero la alternativa es observar su sombra ascendiendo como una desolada marioneta sin rostro por la pared. Le hace sentir como un niño asustado despierto en su cama en mitad de la noche, ni siquiera seguro de que se trate de su propia sombra o de lo que hará si la luz desaparece por completo. ¿Por qué no aprendió a conducir? Le hubiera permitido alejarse de la niebla esta noche en lugar de tener que ser traído a Textos por su padre. A medida que la sombra se extiende delante de él, se alarga y se distorsiona como una ameba intentando parecer un hombre, antes de perder fuerza en la puerta de la sala de empleados y derramarse en la oscuridad. Angus se queda junto al umbral y se pone las manos en la boca, aunque sus dedos bloquean la visión de algunas de las indistinguibles figuras de la sala de empleados.

– ¿Ray? ¿Nigel? -grita- ¿Podéis responder?

No quiere esforzarse en escuchar más de lo estrictamente necesario, ya que al hacerlo es consciente del suave e insistente avance en la oficina a su espalda. Seguramente es Woody apoyándose impacientemente sobre la puerta justo antes de disponerse a exigir una respuesta:

– ¿Entonces quién ha dicho qué?

Una taimada y difusa voz imita a la de Woody, mucho más fuerte, y Angus se tiene que convencer de que ha sido causada por los altavoces de abajo, por eso proviene de la oscuridad.

– Nadie ha dicho nada todavía -admite.

– No puedo oírte.

– Todavía nada -grita Angus a través de la oscuridad, que parece saludarle con un inquietante movimiento.

– No te oigo aún. ¿Por qué no intentas hablar solamente conmigo en lugar de con el resto de la tienda?

Angus podría echarle en cara eso mismo, pero se gira apenas lo bastante para exclamar:

– No responden.

– Bien, eso no tiene sentido. No pueden haber ido a ninguna parte. No están en la sala de ventas, ¿verdad, Greg? Tengo razón. Escucha, Angus, no has hecho todavía lo que te he pedido. Te dije que los buscaras, no que nos gritaras. Mejor que no te hagas a la idea de que no tienes que hacer lo que digo solo por el hecho de que esté aquí encerrado durante un tiempo.

El dilema de quedarse en la inestable y tenue iluminación o aventurarse en la oscuridad le parece una pesadilla de la que Angus no tiene posibilidad de despertar. Siendo una pesadilla, tiene la facultad de anular el tiempo, de tal modo que le costaría poder decir cuándo le ha preguntado Woody:

– ¿Te has ido ya, Angus?

– Voy.

Angus casi chilla y se da la vuelta para asegurarse de que Woody lo oiga. Lo que cree ver lo propulsa fuera de la estancia, aunque al alejarse deja la mayor parte de la luz fuera de su alcance. Ya no está seguro, o intenta no estarlo, de que las figuras grises estuvieran aplanando sus supuestos rostros contra el interior de las pantallas de los ordenadores, ensuciando el cristal con sus anchas y abiertas bocas de un aspecto tan voraz como estúpido. Se obliga a pensar que el estúpido será él si deja que su mente lo paralice. El único problema es la falta de sueño. Tiene ocasión de probarle a Woody que los británicos dan la cara por el grupo.

¿Está Woody tan preocupado por estar atrapado en su despacho que se ha olvidado de que Agnes debe de estar pasándolo peor que él? Angus cruza la sala de empleados, que parece compuesta por una tenue y no demasiado corpórea niebla, y se inclina sobre la entrada al almacén. Una innecesaria cantidad de oscuridad cerca ambos lados de su cabeza.

– ¿Agnes? -grita-. ¿Nigel? ¿Hay noticias por ahí abajo?

Quiere creer que oye a Agnes aporrear las puertas del montacargas, habiendo agotado todas sus fuerzas, pero el sonido no proviene de delante de ella. Solo hay silencio en esta oscuridad. ¿Es incapaz de oírle o está demasiado asustada para contestar? Si es lo segundo, Agnes no se imagina hasta qué punto simpatiza con ella. Nigel debe de haber quedado atrapado en el exterior del edificio; eso explicaría el segundo chasquido de las puertas y la subsecuente falta de respuesta. Angus está a punto de intentar tranquilizar a Agnes diciéndole que ya no se encuentra sola, y de paso a sí mismo, si consigue oírla.

– Angus, si estás haciendo lo que oigo, trata de usar la cabeza -interviene la gigantesca voz de Woody.

Eso no parece requerir una respuesta, lo que al menos significa que Angus no tiene que mirar en dirección a la oficina, desde donde el nubloso resplandor parpadea como si hubiera cosas moviéndose por ella. Angus ruega que sigan haciéndolo dentro y no fuera.

– Deja a Nigel y a Agnes, mira si Ray necesita ayuda. Si los fusibles se arreglan, el montacargas también, es obvio.

Si es tan obvio, ¿por qué no lo mencionó antes? Angus se siente herido por que le haga parecer un idiota delante de toda la tienda.

– Agnes -grita entre sus manos-, voy a ayudar con los fusibles y entonces estarás bien.

El resentimiento hacia el comentario de Woody le conduce a la sala de empleados para demostrarles a todos que no es un inútil. Le sigue tan poca cantidad de la tenue luz que no es apenas capaz de advertir que la puerta hacia las escaleras está cerrada. ¿Es eso lo que hace inaudibles los gritos de Ray? Angus pasa deprisa junto al reloj, sobre todo porque le recuerda a un agujero desde el que podría surgir una cara, y abre la puerta. Cuando está a punto de dar un paso adelante para gritarle a Ray, se choca con un objeto que había agazapado tras la puerta.

Es una silla. Ray debió de bloquear la puerta con ella, pero la barra metálica la hizo caer. Angus empuja la puerta con los hombros y coloca la silla a dos patas contra ella antes de proceder. Hay algo más que oscuridad ahí delante. ¿Están las escaleras inundadas? Si eso es un intento de Ray de reunir aire en sus pulmones, ¿va a parar en algún momento? Incluso si está respirando por la boca, la inhalación es demasiado larga. Le lleva demasiado tiempo a Angus comprender que lo que oye es el quedo gruñido del secador de manos del servicio de caballeros situado entre las taquillas de los empleados y la parte superior de las escaleras. El sonido acuoso también proviene de allí.

– Ray -le llama Angus-, ¿eres tú?

Al momento, el secador deja de respirar. Espera, hasta que comienza a preguntarse si eso era una respuesta, lo que al menos le da tiempo para identificar el chapoteo de agua en un lavabo. Alguien ha debido de dejar un grifo abierto. Así se quedará hasta que vuelva la luz.

– Ray, ¿puedes decir algo? -dice para meterle prisa, gritando a plena voz.

No es ni mucho menos tan alta como la de Woody, pero él no tiene bocas por toda la tienda.

– ¿Alguien más piensa que es increíble que Angus esté todavía gritando y no haya ido al lugar al que se le ha dicho? Uno pensaría que no quiere que tengamos luz para trabajar.

Angus siente la carga de la antipatía de todos, una oscuridad adicional e incluso más opresiva. Está convencido de que Ray se ha refugiado en los servicios, por el miedo a la oscuridad, y ahora está demasiado avergonzado para admitirlo; eso explica el silencio. Si se está escondiendo ahí dentro, Angus no va a molestarlo más. Puede abrir la puerta al pie de las escaleras y dejar entrar cualquiera que sea la luz disponible en la sala de ventas. Justo la necesaria para permitirle encontrar los fusibles, o simplemente ver algo, será más que suficiente.

Se aleja del último rastro de iluminación en el preciso lugar donde las puertas de las taquillas con los nombres de los empleados escritos, sin ningún motivo lógico, le traen a la mente imágenes de lápidas. Hasta que encuentra la barandilla de la derecha para agarrarse, podría haber jurado que estaba a punto de lanzarse a un pozo sin fondo. Sus dudas se disipan cuando vuelve a oír ruido proveniente de los servicios, de nuevo la respiración del secador de manos. ¿No comprende Ray que eso traiciona su presencia? Angus prefiere no imaginarse cuál es el estado mental de Ray para que haya llegado al punto de ponerse a jugar con la máquina en mitad de la oscura estancia. Quizá está desesperado por secarse el sudor nervioso; no es una idea agradable. Ayudará a Ray y a Agnes al tiempo que le enseña a Woody, y a cualquiera que comparta su desdén hacia él, que Angus puede tener éxito en una empresa en la que otros parecen haber fallado. Se aferra a la pegajosa barandilla y da un paso.

Un escalón espera a su pie en el lugar correcto, otro algo más abajo, y así hasta la planta inferior. Solo tiene que confiar en ellos, porque puede ver la meta al fondo de las escaleras, un brillo horizontal tan fino como la hoja de un cuchillo. ¿Ha abierto Ray más el grifo? El sonido no puede estar realmente siguiendo a Angus. Quizá Ray se está echando agua fría en la cara en la oscuridad. Debió de meterse en los servicios antes de que Woody sugiriera que él y Nigel dejaran entrar a Greg y Ross. Ahora es cosa de Angus; la lámina de luz, a la que se acerca a cada escalón que desciende, lo confirma. Entonces pisa una superficie sin borde. Ha llegado a la planta inferior.

El suelo resplandece a causa de la vaga luz. Se agarra a la barandilla mientras baja el otro pie, y luego avanza a grandes zancadas por el pasillo. Su mirada está fija en la luz bajo la puerta, pero no hay nada que le haga sentir la necesidad de andar con cuidado. Ni siquiera ve venir el objeto que se enreda en sus pies y le hace caer de frente en la oscuridad.

¿Es la oscuridad más profunda de lo que debería, o se trata de algo que ha venido a su encuentro? Cuando las palmas de sus manos se encuentran con el suelo, estas empiezan de inmediato a vibrar, lo cual es comparativamente tranquilizador. Entonces el dolor comienza a remitir, permitiéndole preguntarse con qué ha tropezado. Se levanta vigorosamente para alejarse de ello, pero no antes de llegar a la conclusión de que el objeto es un cuerpo. Alguien yace demasiado quieto en el suelo.

Angus se apoya contra la pared y luego se obliga a alargar la mano. Sus dedos tocan las suelas de un par de zapatos. Parecen finos y ligeros, y se hallan alejados el uno del otro, lo que le trae a la cabeza los andares de un payaso. La suela derecha está deformada por una cavidad, en la que se resiste a meter un dedo. No cree que sea una información que Ray quisiera proporcionarle. Avanza hacia delante de rodillas y localiza una de las manos de Ray, que está o ha estado arañando la moqueta. Angus la levanta por la muñeca para buscarle el pulso, y no es que sepa lo que está haciendo; ni siquiera está seguro de discernir cuál es el que procede de su propia mano magullada. Los dedos de Ray caen sobre el dorso de esta. Su roce intranquiliza a Angus, están dañados de alguna manera; han sido objeto de violencia. Agarra la muñeca, pero sus propias magulladuras le impiden tener la certeza de que hay pulso. Deja caer la mano con cuidado, y se desplaza por el costado de Ray hasta darse cuenta de que las perneras de sus pantalones están mojadas. Sus rodillas están hundidas en agua.

El suelo en el lado izquierdo del pasillo, donde se encuentran los fusibles, está inundado. Ahora entiende por qué lo ve brillar y por qué pensó que el sonido del agua le estaba siguiendo escaleras abajo. Si Ray estaba de pie sobre el agua cuando intentaba arreglar los fusibles y tenía un agujero en los zapatos… ¿no se supone que los fusibles modernos están preparados para ser seguros en tales circunstancias? La pregunta sin respuesta parece despertar a Ray, Angus oye movimiento a su derecha, y aguzando la vista advierte el vago contorno de una cabeza levantándose.

Instintivamente alarga una mano magullada para sostener el cuello de Ray. Sus dedos se hunden en la masa hinchada hasta los nudillos. Resuella y se ahoga, y al agitarlos siente la sustancia aferrarse a él como barro. No es lo bastante rápido para esquivar un par de fríos y rechonchos labios que le asen la palma. Entonces, el objeto que se posaba en el pecho de Ray salta encima de él con un sonido similar a un saco de gelatina, y repta pesadamente para tomar una posición entre Angus y la puerta.

Puede oír voces discutiendo tras ella. Sus colegas no andan muy lejos, pero no servirá de nada gritar para pedir ayuda; no han sido capaces de abrir la puerta desde su lado. El no puede desde el suyo. Ha perdido la habilidad de moverse o hablar ante la expectativa de ser rozado por la achaparrada y blanda figura en la oscuridad. Entonces llega un momento en el que el pánico le infunde movimiento a sus pies y estos intentan conducirle de vuelta al lugar de procedencia, no sin trastabillarse. Sabe que está dejando a Ray atrás, pero Ray no está en condiciones de quejarse; si lo estuviera no hubiera podido soportar tener ese objeto sobre el pecho. Angus agarra la barandilla e intenta emprender la retirada, pero tiene tanto miedo de tropezarse de nuevo que se da la vuelta y se impulsa hacia delante, encarando la oscuridad. El agua le salpica en el otro lado de las escaleras, hace todo lo posible por ignorar el sonido y tratar de permanecer tranquilo y creer que no oye nada merodeando a su espalda. Ha sobrepasado ya la mitad del camino cuando distingue un sonido que no es agua. Proviene de arriba.

Debe de ser Woody. Ha sido capaz de liberarse de alguna manera. Sus pasos son blandos y deliberados, descansa en cada escalón y hace una pausa antes de cada descenso. Nadie le culparía por tener cuidado. Angus cierra la mano en la barandilla, preguntándose por qué no puede sentir que Woody también está aferrado a ella.

– ¿Woody? -dice-. Vuelve. Hay…

Su voz empieza a vacilar desde el momento en el que ha pronunciado el nombre de Woody, porque al hacerlo provocó una respuesta. No se la puede describir como una palabra, pero es sin duda una negación, un grave gruñido que sugiere que el interlocutor no mueve demasiado la boca. Durante el tiempo que el recién llegado tarda en dar dos laboriosos pasos hacia él, es incapaz de moverse, lo cual lo enrabieta de tal modo que le impulsa a ascender.

– No te tengo miedo -grita o chilla, o al menos lo intenta. Pero sí que lo tiene, y se gira a ciegas; no tiene adonde ir. Siente como si incluso las escaleras se hubieran hartado de él, porque se apartan de su alcance y la barandilla evita su agarre. Durante más tiempo del que jamás hubiera soñado solo percibe una asfixiante oscuridad. Entonces el suelo del pasillo le rompe el cráneo, dejando escapar sus sesos y permitiéndole entrar en la oscuridad, concediéndole únicamente el tiempo justo para sentir que algo se le acerca ansiosamente desde la oscuridad para reclamarlo, sea lo que sea.

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