Gavin

El primer autobús que sale de Manchester hacia Liverpool arroja sus últimas luces sobre Gavin, y la noche se cierne sobre su persona como un haz de hielo. No hay señales de civilización alrededor de la parada de autobús en el área de descanso, salvo por kilómetro y medio de carretera en tres direcciones distintas. La que le interesa es la del carril sinuoso ajustado entre sendas filas de setos a cada lado, tras la parada. Ha caminado menos de cien metros cuando las afiladas ramas se ciernen sobre el área iluminada, y se queda solo con la oscuridad color carbón del cielo cercano al amanecer. Se le está pasando el efecto del éxtasis, pero el speed con el que lo ha mezclado sigue en plena forma. Le está proporcionando energías y provocando que su mente juguetee con la posibilidad de que todo a su alrededor está a punto de cambiar de repente a un estado diferente. Nadie está amartillando una placa de metal; es simplemente el sonido de sus pisadas en la acera. No está rodeado de una masa informe de hielo gris, son los setos a ambos lados los que suenan del mismo modo. ¿De verdad está viendo un mudo destello de escarcha en la carretera? El piar mezclado con un agudo estrépito es un pájaro saliendo de la maleza. El aire frío estancado que no para de rozar su cara no proviene de una boca esperando expectante a tragarse el sol, es viento impregnado de niebla. Eso, más que su caminar, está retrasando el amanecer en el cielo rojo sangre, uno de los indicativos de que se acerca a Fenny Meadows. Se lo comentaría a alguien, si pensara que a alguien pudiera interesarle, que la niebla sabe diferente en los alrededores del complejo comercial, no solo rancia y algo decadente sino también con un indefinible sabor oculto, tan tenue que resulta virtualmente imperceptible. En ese caso, ¿cómo puede estar seguro de que está ahí? Lo único que sabe es que cada día de trabajo es un ápice más patente; le viene a la cabeza la comparación con un añadido realizado a una droga supuestamente pura. Ni siquiera sabe qué tipo de droga, o siquiera si se parece a alguna de todas las que ha probado.

Alguien ha estado paseando a un perro, o a varios, por el césped que bordea Fenny Meadows. Las huellas deben de haberse helado y luego derretido y de nuevo helado; también podrían no tener forma alguna, a pesar de la impresión aparente de que están luchando por tener una. ¿Dan las huellas la vuelta completa al complejo? Tampoco ve qué importancia podría tener eso, pero al cruzar la tierra endurecida salpicada de briznas de hierba en la parte trasera de Frugo, se da cuenta de su error. Las huellas que pensaba pertenecían a una o varias mascotas son del tamaño de unas huellas humanas, si bien la forma no es precisa, y las que tomó por las del dueño son bastante mayores. Debieron de haber sido provocadas por algún tipo de maquinaria durante las obras en el complejo, y se han deformado desde entonces. El regusto de la niebla parece alzarse desde su seca garganta hasta su cerebro para activar algún tipo de contacto eléctrico, hasta que deja de mirar las huellas, pasa Frugo y alcanza el aparcamiento.

Conoce el camino, a pesar de la niebla. Si el asfalto parece blando y poco estable bajo sus pies, es resultado de horas de baile bajo las luces parpadeantes del club y de su caminata por el lado de la carretera; ambas cosas deben de haberle adormecido los pies. Solo tiene que ir de una hilera de árboles a la otra; cuando pase cuatro hileras más debería tener Textos a la vista. La falta de sueño lo está afectando, los árboles cercanos a Frugo parecen estar hinchados, y como si perdieran su volumen solo cuando la niebla que los difumina se interna en ellos. Los otros de más allá tiene un aspecto más gris y grueso, y su carnosa apariencia parece hundirse en el terreno. A Gavin no le gusta mucho esa visión, aunque es preferible a la del tercer tocón convulsionándose y soltando una sustancia gris gelatinosa que desaparece en la tierra bajo él. Debe de estar fundiéndose con el viento que empuja a la niebla hacia él de camino al último simulacro de arboleda. Unas cuantas hojas secas vuelan a su encuentro, un par acaba en su manga y el resto se posa en el asfalto con tanto sigilo que capta su atención. ¿Son como arañas arrugadas o se lo está imaginando? Para tener ahora ese tamaño debieron de ser tan grandes como un puño cuando estaban vivas. El sabor de la niebla recorre su cabeza cuando se agita para quitarse de encima lo que tiene adherido a la manga. Pasa deprisa por al lado del árbol sesgado por el coche de Mad, sin saber por qué está acelerando. Su reloj le dice que nadie va a llegar a Textos hasta al menos dentro de otros quince minutos. Entonces una capa de niebla parece desprenderse del frontal de la tienda, permitiéndole la visión franca a través del escaparate de una figura que porta un arma y corre por uno de los pasillos.

Incluso cuando identifica a Woody, Gavin piensa que está persiguiendo a alguien y está a punto de darle un garrotazo para dejarlo inconsciente, o algo mucho peor. Es solo cuando Woody menea el objeto por encima de su cabeza y saca dos libros con la mano libre y los inserta en un hueco de la estantería que Gavin advierte que se trata de un libro. Para entonces Woody ya ha reparado en él. Su sonrisa sobrepasa todo límite, y de sus ojos parece saltar a brincos un saludo mientras abre la puerta.

– Eh, Gavin -dice a través del cristal-. ¿Creías que ibas a ganarme?

– ¿Ganarte en qué?

– ¿Cómo?

Ahora, con la puerta ya abierta, la pregunta no parece merecer la pena ser repetida, pero Woody le sonríe hasta que lo hace.

– ¿Ganarte en qué?

– En nada. Con el gusano. ¿Viene alguien detrás de ti?

Una vez Gavin pilla el sentido de la pregunta, es decir, si ha venido él solo, le responde:

– Nadie que yo sepa.

De todos modos, Woody asoma su sonrisa a la niebla y respira varias bocanadas de ella antes de cerrar la puerta, que repica como una campana subterránea. Gavin empieza a desear haber tardado más en llegar.

– ¿Has dicho algo sobre un gusano? -se siente forzado a preguntar.

– El que atrapa el pájaro madrugador. Tienes que comerte unos cuantos gusanos si pretendes volar. -Gavin emprende el camino a la sala de empleados con la esperanza de dejar atrás esa idea-. Espera un momento. Puedes ser el primero en verlo.

Gavin se da la vuelta para encarar la sonrisa de Woody y su respiración, que sigue intentando imitar a la niebla.

– ¿En ver qué?

– ¿No notas ninguna diferencia?

Su mirada se dirige más allá de Gavin, que se da la vuelta y le da la espalda. Al fondo del pasillo, la sección infantil tiene un aspecto casi imperceptiblemente ausente de color, y posiblemente desenfocado, como si un rastro de la niebla de cuyo sabor no puede desprenderse la cubriera. No cree que sea esa la circunstancia sobre la que Woody está llamando su atención con tanto ansia que siente su mirada en la nuca como un mordisco. Escudriña con más atención los libros infantiles y los pasillos colindantes.

– Todo está ordenado.

– Casi todo. Habré terminado antes de la hora de apertura. Quería enseñaros lo bien que puede quedar la tienda, cómo ha de estar cada mañana de ahora en adelante. Si yo puedo hacerlo solo, unos pocos de vosotros también podéis.

– ¿Cuánto tiempo has necesitado?

– El doble que dos de vosotros, el triple que, digamos, no sé, no importa, tres. Haz tú las cuentas.

A Gavin no le importa la respuesta pero se sentiría estúpido si no le comentara lo que se le pasa por la cabeza.

– ¿Cuántas horas has dormido?

– Las suficientes, sino no estaría en pie, ¿no? Cuando pasemos esta noche, todos tendremos ocasión de dormir.

¿Cree que Gavin necesita que le digan eso? Se siente cercano a sufrir una sobredosis del entusiasmo de Woody; es incapaz de decidir si el hombre parece más un predicador o un payaso. Cuando Woody agarra otro libro para recolocarlo con una sonrisa vehemente, Gavin enfila al fin hada la sala de empleados. Solo está aquí para hacer el trabajo por el que se le paga, y divertirse un poco durante el proceso si es posible.

El lector junto a la salida de la sala de empleados insiste en que le enseñe su tarjeta dos veces. El retraso le afecta a la cabeza como una nube de tormenta a un cielo despejado. La frustración o el speed le hacen subir las escaleras sin pisar ni la mitad de los escalones. Echa a un lado la puerta de la sala de empleados y atrapa su ficha del montón de «salidas». La pasa bajo el reloj y la suelta en «entradas». Está pensando en despertar a la cafetera cuando oye actividad. Unos pasos están subiendo por las escaleras a toda prisa, aunque por un momento piensa que han tapado el sonido de otro movimiento, más suave y de una naturaleza que es incapaz de definir. ¿Ha sido en el almacén? Ya ha desaparecido, y se dice a sí mismo que no puede haber sido allí; Nigel y Mad aparecen por la puerta junto al reloj. Para su sorpresa, tanto ese reloj como el de su muñeca muestran que llegan a tiempo, y Woody viene detrás, como si les hubiera seguido.

– No hay necesidad de sentarse -dice-. Esto no llevará mucho.

La boca de Nigel se abre, dando a entender que el hurto de su reunión de turno no es una broma.

– Así es como lo haremos a partir de ahora -dice Woody-. ¿Por qué no intentáis ser el mejor en algo de la tienda? La elección es vuestra -propone; su sonrisa apenas se desestabiliza cuando añade-: Pensadlo mientras trabajáis. Gavin, tú serás la persona encargada del mostrador la primera hora, a no ser que Madeleine quiera ocuparse de ello.

– Puede quedárselo -dice Mad sin humor-. Mi sección me necesita tanto como siempre.

Gavin cree haberse convertido sin querer en su antagonista. Va hacia las escaleras con la intención de dejar de sentirse atrapado y para comenzar a trabajar. No ha bajado del todo cuando Woody va tras él.

– No te asustes, no te estoy persiguiendo -dice Woody.

Se está dando prisa para abrir la tienda. Una prisa sin sentido, pues lo único que entra por la puerta es una nube de niebla que se esfuma casi inmediatamente. La ausencia de clientes es la razón por la que Mad no se corta al ver la sección infantil.

– Vaya, gracias, quienquiera que seas -grita a plena voz.

– Ese debo de ser yo -exclama Woody.

– Lo dudo. Espero que no.

– ¿Qué clase de problema hay?

– ¿Cuál no hay? Echa un vistazo.

Gavin no ve la razón por la que esa última frase no pueda incluirlo a él; no hay clientes que atender en el mostrador. Sigue a Woody por Adolescentes, donde Mad está mirando fijamente los libros con los brazos en jarra y martilleando con los dedos su cintura. Al darse la vuelta, Woody parece estar a punto de ordenarle a Gavin que regrese al mostrador.

– ¿Hay algo fuera de su lugar? Si es así, tienes más vista que yo.

El hecho de tener que tomar partido le provoca a Gavin una tirantez en la piel, y el regreso del regusto a niebla rancia a la boca.

– Lo siento, Mad -se ve forzado a admitir-, yo lo veo todo bien.

– Quizá es algo invisible para los ojos de los hombres -sugiere Woody, junto a una sonrisa.

A Mad ninguna de las dos cosas la convence.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso, acaso veo cosas?

– Quizá no estás en tu mejor momento.

– No sé los demás, pero estoy totalmente despierta.

Woody ladea la cabeza un poco a la izquierda y entrecierra los ojos, una pose en la que parece confiar para intentar trasmitir una disculpa.

– Me refería a tu momento del mes. La chica con la que salía…

– Guárdate tu historia -dice Mad sin pestañear, y con tal fiereza que Woody da un paso atrás.

– Parece que los hombres no son bienvenidos -murmura.

Gavin se siente ahora incluso más inclinado a no ponerse de parte de Woody, pero Mad le da la espalda como si lo hubiera hecho. Deja a Woody observándola, y regresa al mostrador. Al fin la tienda ha atraído clientes; dos figuras achaparradas se están acercando por el aparcamiento. Están más allá del tocón astillado, rodeado y de alguna forma fundido con la niebla, y Gavin advierte que son los hombres que llevan no se sabe cuántos días en los sillones de la tienda. Cuando entran arrastrando los pies, les dedica la más salvaje de sus sonrisas.

– Bienvenidos a Textos -dice con entusiasmo-. ¿Puedo recomendarles Baila hasta desmoronarte de D. j. E.?

No podría hacer esto si no lo encontrara gracioso, pero Woody no puede poner pegar a la recomendación, pues de hecho la biografía del disc jockey está en la tienda, en la sección musical. La sonrisa de Gavin está a punto de convertirse en una risilla cuando los hombres lo miran frunciendo el ceño y sin decir nada se alejan camino de Textos Diminutos. Mad no puede ocultar su desconfianza al verlos. Cuando cada uno de ellos escoge una copia del mismo libro de dibujos para niños sin desordenar a sus vecinos, menea la cabeza para sí. Al hundirse los hombres en los sillones con un quejido de estos similar a dos ranas llamándose la una a la otra, Mad levanta las manos, aunque Gavin piensa que no está a punto de bendecir a nadie.

– Bien, quizá sea cosa mía -dice, dirigiéndose al almacén.

Suena menos a un asentimiento que a una rabieta causada por lo que sea que la haya confundido. Gavin solía pensar que tenía la misma actitud que él hacia el trabajo: diviértete cuando puedas y ríete de los demás lo máximo posible, pero últimamente no parece seguir esas directrices. Cuando Woody entra por la puerta, cerrada justo antes por Mad, Gavin lamenta haber perdido la oportunidad de hacerle saber que está de su parte. Debería dejarle claro que no es la mascota de Woody, como lo es Greg.

Se apoya en el mostrador para observar lo que tardan cada uno de los hombres en pasar una página. Uno de ellos alimenta sus esperanzas atrapando la esquina de una como un cangrejo, con el pulgar y el índice, para luego dejarla ir. A los no más de dos minutos, el otro lo imita, atrapando una esquina de la página para después soltarla. Gavin no percibe que el letargo de los hombres se le está contagiando hasta que Mad reaparece con un carro lleno de libros. Está a punto de buscar un modo de parecer ocupado, por si Woody lo está observando desde arriba y considera que no está pensando una manera de alcanzar la excelencia, cuando el jefe aparece por el pasillo de envíos empujando un carro hacia Animales.

– Aquí está la mitad de las existencias que están esperando ser bajadas -le dice a Gavin a través de una sonrisa escondida entre las palabras-. Estarás lo bastante cerca del mostrador.

¿Es la falta de sueño lo que obliga a Gavin a examinar cada portada antes de poner cada libro en la estantería? Para cuando ha terminado con Mascotas siente su cabeza inundada de ojos mirándole con estúpida reverencia. En Zoología se le ocurre la idea de ordenar los libros en el orden opuesto a la evolución, ¿pero por qué? Menos mal que no hay libros sobre amebas. Antes de descargar el carro de muchos más volúmenes, es incapaz de saber si los está colocando o se está apoyando sobre ellos. Nunca se ha sentido más feliz de ver llegar al siguiente turno.

Greg deja pasar antes a Connie y Agnes, aunque hay sitio entre los arcos de seguridad para que pasen todos, después envía su voz tras al menos una de ellas.

– Me alegra ver que no soy la única persona ansiosa.

– ¿Por qué estás ansioso, Greg? -quiere saber Connie, a no ser que esté fingiendo.

– Por trabajar, claro. -Parece claramente ajeno, estúpidamente, diría Gavin, a que podría referirse a cualquier otra cosa-. Te habrás tomado tu tiempo para aparcar, Agnes.

– No me he metido el coche en el bolso, si es eso lo que preguntas.

– Sabes adonde quiero llegar. A si está en el lugar donde debemos aparcar.

– Está en un buen lugar.

– Te estoy preguntando si está en la parte trasera. Te estoy dando la ocasión de quedar bien.

– No voy ni siquiera a contestarte, Greg.

Su mirada sí lo hace, y sin embargo, mira a Connie buscando apoyo.

– Greg tiene razón. No hay motivo para discutir por algo tan tonto -dice Connie.

Agnes se siente traicionada.

– He aparcado donde me siento segura, y ahí es donde me voy a quedar -dice para quien quiera oírlo mientras se aleja camino de la sala de empleados.

Gavin quiere soltar una risita por la pomposa estupidez del asunto, pero la disputa ha reavivado el regusto rancio en su boca.

Greg y Connie siguen a Agnes escaleras arriba, pero Greg reaparece casi de inmediato.

– Yo me ocuparé del mostrador, Gavin -dice como si Gavin en realidad debiera permanecer allí-. Seguro que necesitas recuperar algo de sueño para esta noche.

Gavin le regala un bostezo de mayor tamaño del debido. Tras la reacción de la mandíbula de Greg, moviéndose como la de un camello para contener la contagiosa apertura de la boca, empuja el descargado carro hacia el montacargas y lo manda arriba. Oír la alegre pero decaída voz del aparato reactiva el mal sabor de boca. Recoge el carro cuando llega al almacén y descarga los libros, que deberán esperar hasta más tarde (ha estado a punto de pensar «hasta la luz del día», pero ¿desde cuándo ha entrado eso en la tienda?). Mientras pasa la tarjeta bajo el reloj, avista a Agnes y Connie, que están evitando dirigirse la palabra, sentadas lo más lejos posible en la sala de empleados; Woody observa al resto de empleados del turno en las pantallas de su despacho. La atmósfera hostil da una impresión incluso más sofocante debido a la falta de ventanas. No obstante, Gavin se asoma a la oficina de Nigel.

– ¿Cuándo devuelves los vídeos?

– Los enviaré mañana.

– ¿Puedo llevarme unos pocos a casa y traerlos esta noche?

– Todos están defectuosos, ya lo sabes. Por eso están en mi montón.

– Pero habrá cosas grabadas en ellos de todos modos, ¿no? Solo quiero ver si es algo que merecería la pena comprar.

– No creo que nuestro amo y señor se opusiera a ello -dice Nigel, mirando de reojo la puerta de Woody-. Enséñame abajo lo que te llevas.

Presumiblemente no quiere demorarse mucho cerca de la muda confrontación de la sala de empleados. Gavin pasa por allí deprisa, el resto del turno va haciendo aparición y Connie y Agnes entablan una competición de saludos. Gavin entra en el almacén para coger cintas de vídeo de conciertos de Cuddly Murderers y Pillar of Flesh. Nigel está abajo junto a Juegos y Puzles, y da su aprobación con un movimiento de cabeza.

– Espero que también cierres los ojos un rato.

Gavin se resiste a explicarle que solo tiene la intención de verlos hasta que el efecto del speed se le pase. En el momento que efectúa su fuga temporal de la tienda, algo insustancial pero abrumadoramente enorme surge de la cegadora niebla a su encuentro. A su mente le lleva más tiempo del esperado apreciar que es un sonido, un atronador e infranqueable estrépito que se extiende por el cielo hasta hundirse en el agudo susurro de la autopista. Cuando el avión de pasajeros se pierde en el invisible horizonte se siente como si el mundo se hubiera encogido hasta el tamaño de Fenny Meadows. Espera dejar atrás esa impresión antes de llegar a la parada de autobús.

Al pasar los astillados restos del árbol, un coche se arrastra desde detrás de Textos. Reconoce el Mazda verde de Mad antes de que se ponga a su altura y baje la ventanilla unos centímetros.

– ¿Voy en tu dirección, Gavin?

– Voy camino de la parada de autobús.

– Eso está lejos. ¿Vives en Cheetham Hill, verdad? No muy lejos de mí, en realidad -dice deteniendo el coche-. No me importaría tener algo de compañía, si te digo la verdad.

Advierte las lentes del faro izquierdo, rotas como las alas de una libélula. No es muy sorprendente que Mad no quiera estar sola en estos momentos. Pensaba despejarse un poco caminando para aliviar el efecto del speed, pero sube al coche. Mad no vuelve a hablar hasta que están subiendo por la rampa de la autopista, bajo un cielo indistinto a la niebla excepto por una poco definida burbuja más pálida; el sol.

– ¿Qué te pareció el funeral? -pregunta entonces.

– Me pareció triste. ¿Qué me iba a parecer?

– Fue triste en distintos sentidos -dice Mad, colocando el coche en el carril de aceleración tras ascender por la rampa-. El sacerdote intentando convencer a todo el mundo de que Lorraine había conseguido mucho en su vida y sin ser capaz de pensar qué exactamente; si lo que intentaba era convencer a sus padres fue mucho peor. ¿Sabes a qué me recordó?

Gavin recuerda el monótono son del sacerdote en la elegía y los rezos que lo siguieron, como si no hubiera diferencia entre ambas cosas, y el hecho de que no dejaba de decir «Aaaamén» en las dos mismas notas exactamente.

– A mí me recordó a un sacerdote.

– Yo pensaba en una de esas cartas hechas por ordenador en las que solo cambian el nombre. Apuesto a que la mayoría de lo que dijo lo repite en todos los funerales. Como un telegrama cantado, salvo porque habla bastante más y no canta demasiado.

Gavin se pregunta si espera de él que opine lo mismo, y también cuándo se va a meter de una vez en la autopista. Se echa sobre la ventanilla a su lado, donde una imitación de la niebla causada por su respiración empaña la ventana antes de que el Mazda acelere con tal rudeza que el asiento de Gavin le golpea en la nuca.

– Lo más triste -continúa-, fue la insistencia de sus padres en que no era mi culpa y en que no debería culparme a mí misma.

Gavin empieza a sentir la necesidad de guardar silencio, su cometido es simplemente el de oyente. La niebla se está retirando del coche, pero los ojos de Mad están brillando, como si se hubieran desenfocado para compensar ese hecho.

– No, eso no fue lo más triste -insiste.

Tiene que mirar un momento a Gavin para obligarle a preguntar.

– ¿Qué fue entonces?

– ¿No oíste lo que su madre quería que el sacerdote les dijera cuando intentaba escaquearse para ir a otro funeral?

– La vi intentándolo, pero no oí nada.

– Estaba diciendo que tenía que haber una razón para la muerte de Lorraine, sino no tenía ningún sentido.

– ¿Le dijo el sacerdote lo adecuado?

– Eso fue más o menos exactamente lo que hizo. Tuvo que ser la voluntad de Dios, y tenemos que aceptarlo incluso si no lo entendemos, eso es lo que dijo. Solo provocó que la pobre mujer se preguntara qué clase de dios querría eso para su hija.

Gavin se da cuenta de que ha dicho ese último dios en minúsculas.

– Tú también te lo preguntas.

– Ojalá hubiera podido decírselo, pero fui a ver cómo estaba Wilf.

– Parecía mejor que la última vez que estuvo aquí.

– Lo sé -dice Mad con impaciencia, y le lanza a Gavin una mirada que hace al coche agitarse un poco-. ¿Qué le hubieras dicho tú?

– Lo mismo que ella se preguntó -dice, y Mad le mira como si estuviera negándose a pensar. Delante, la niebla se ha disipado hasta convertirse en una tenue neblina en la que los suburbios de Manchester cobran forma poco a poco; iglesias y tiendas resplandecen como imágenes de una renovada claridad, demasiada para el escaso intelecto que desprenden. Está empezando a dar cabezadas y a perder segundos o minutos de conciencia, de tal modo que la visión de los gritos de una clase de primaria saliendo por las puertas de los Granada Studios sigue inmediatamente a la de la visión de un tranvía reflejándose en el agua de un canal, kilómetro y medio más tarde. Luego la chimenea de la prisión Strangeways roza con su sombra sus altos muros, otro kilómetro y medio en un segundo de su mente.

– Ya casi estamos -dice por su propio beneficio casi tanto como por el de Mad, y se abre un ojo con dos dedos para poder anunciar-: Aquí me vale.

– ¿Quieres que te recoja esta noche?

– Gracias, pero no estoy seguro de dónde estaré. Te veré en el trabajo.

Seguramente saldrá directamente de casa. No le gusta renunciar a sus opciones, eso es todo, y es una de las razones por las que sus novias acaban discutiendo con él y le dejan. Al tiempo que el Mazda de Mad se aleja camino de Chadderton, Gavin gira en una calle y camina bajo los árboles que sobresalen de los espesos jardines dejando caer sus hojas sobre su cabeza.

Entra en su piso, pasa el viejo porche, tira las cintas en el viejo sofá de sus padres sin detenerse, y deja luego el abrigo sobre la cama. Levanta la frágil tapa del váter con una mano y apunta ayudándose con la otra; entonces deja el baño para ir a la incluso menor cocina y descubrir lo que se dejó de desayuno. No hay tantos grumos en el medio cartón de leche, y esta no sabe tan amarga como para no ser útil para bajar los restos fríos de la segunda hamburguesa de anoche. Tira el cartón a la basura y el plato al fregadero, e introduce a los Cuddly Murderers en el aparato de vídeo. Se arroja sobre el sofá, y aterriza en el pedazo de asiento que no está cubierto de ropa, discos compactos, libros o revistas.

Los Cuddly Murderers bailan en el escenario como haces de luz sobre la oscuridad, y el bosque de personas que es el público comienza a balancearse de un lado a otro como si el viento los agitara. La banda comienza a cantar a alaridos My Sweet Uzi, pero no han llegado ni a la mitad de la canción cuando la pantalla se vuelve gris y se los traga. Son sustituidos por la grabación de dos bandas que luchan enfundadas en sendas armaduras, y luego de otras dos, una de ellas sin armadura y la otra con una diferente a las anteriores. Gavin acelera la cinta para encontrarse con otro grupo de gente desnuda dándose garrotazos, y que acaban muertos en el suelo. Ni siquiera lo llamaría batalla, es una competición por ver quién queda vivo. Al final, una única y enorme figura sobrevive y es subida a lo alto de una especie de plataforma triunfal, pero no dura mucho, pues Gavin lo está pasando rápido. Entonces, una multitud de figuras achaparradas suben a uno de ellos en un montículo y la asaltan con un cuchillo o piedra afilada. ¿Qué clase de película es esta? ¿Estaba alguien haciendo un vídeo de escenas de muertes y puso a los Cuddly Murderers por error? La víctima deja escapar su último suspiro y desaparece en una renovada grisura. Gavin sigue acelerando la cinta, pero el equivalente a cinco minutos de nieve le hace alargar el brazo en el sofá para coger Pillar of Flesh con la intención de sustituir a la cinta actual.

Cuando el foco alumbra a Pierre Peter en el escenario, este comienza a cantar Seeds Like a Pumpkin y el público grita y silba. Otra luz se posa sobre Riccardo Dick, pero tan pronto como empieza el riff de su guitarra, la imagen tiembla, dejando paso al gris. El concierto es sustituido por borrosas imágenes monocromáticas o copiadas con tan poca calidad que se han tornado del color al blanco y negro. Gavin intenta coger el mando, aunque siente como si estuviera moviéndose y a la vez tratando de despertarse. Entonces ve algo que falla; para ser más concretos, es lo mismo de antes, la misma grabación.

Acelera la cinta y las imágenes de las batallas antes de que el mando se le caiga de las manos. ¿Por qué iba alguien a querer copiar este material sobre una segunda cinta? Abre los estuches de las cintas para ver el nombre en la etiqueta de Devoluciones. Las cintas fueron devueltas por dos clientes diferentes, uno de Liverpool y otro de Manchester.

Se siente incapaz de entender lo que esto implica hasta que cae en el sueño. Bien podría estar soñando las imágenes de la pantalla; no podría decir si los salvajes que se dan garrotazos están cubiertos de sangre y vísceras o de barro. Ahora que la cinta va a velocidad normal, ve como el vencedor es elevado por un objeto parecido a una gigantesca y rudimentaria rama. Tras subirlo, lo sume en la tierra o en la niebla, sea cual sea el lugar de donde ha surgido, quizás ambos. La pantalla es invadida por el gris antes de mostrar lo que ocurre después, ¿o es antes? Las atrofiadas siluetas, que arrastran a su víctima al montículo que parece formarse con la propia tierra de su alrededor, aparentan ser incluso más primitivas que los combatientes de antes, y el objeto que usan para abrirla sobrepasa los límites de la crudeza; ni siquiera está lo bastante afilado. Cuando al fin la víctima deja de luchar y gritar en silencio, ¿ve cómo el montículo se hunde en la tierra arrastrando el cadáver, es eso? La niebla o la nada lo rodean todo, y la cinta continua avanzando hasta que se levanta confuso para detenerla. Quizá la vuelva a ver después, pero ahora mismo no sabe qué parte ha imaginado y cuál ha visto realmente. De todos modos, tras quitarse la ropa y salir de un salto de sus pantalones camino a la cama, tiene la sensación de haber conseguido la respuesta a una pregunta que se le formuló hace poco. Una vez dormido, quizá sea capaz de recordar ambas cosas.

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