– Mad. -La palabra parece quedar suspendida en el aire hasta que levanta la mirada. La etérea voz de Woody dice-: Tómate tu descanso, por favor.
Por fin ha terminado de archivar sus libros, y de ordenar su sección. Sabe que no tiene sentido, pero se siente tentada de dar la bienvenida a la niebla siempre que esta mantenga sus manitas arenosas alejadas de sus estantes.
– Ross, tú también -añade Woody mientras Mad dedica una mirada satisfecha a su obra.
Nadie confundiría la reacción de Ross con una de alborozo. Una vez que levanta la cabeza de su pasillo, donde imagina que estaba haciendo todo lo posible por esconderse, se entretiene más de la cuenta para evitar tener contacto visual con Mad. Al dedicarle una sonrisa neutral, siente como si la invisible mirada de Woody intentara manejar sus labios a su antojo.
– Tienes aspecto de necesitar un café -le dice a Ross-. No me importa reconocer que yo también.
Es totalmente cierto. Al tiempo que pasa su tarjeta por el lector de la puerta de la sala de empleados, cierra los ojos durante lo que ella cree un momento, y se encuentra a Ross a su lado cuando los abre. La puerta se rinde a su empuje, y la sostiene para que ella entre.
– No te preocupes, Ross -murmura ya dentro-. Sabes que no muerdo.
Su boca se esfuerza por no decir nada, y Mad es consciente de que lo que sabe es lo contrario. Casi cree ver una mínima marca de sus dientes en el cuello de Ross. Al subir por las escaleras parece estar huyendo de su propio comentario, el cual nunca hubiera hecho si se encontrara más despierta, pero ni los escalones ni la estancia carente de ventanas le brindan una escapatoria. Lo único que puede hacer es coger la taza de Ross y la suya del mueble sobre el fregadero. El que las colocó allí lo hizo descuidadamente, pues hay varias otras amontonadas encima. Ross alarga la mano desde detrás de Mad para apartarlas, pero casi las tira todas cuando su pecho tropieza contra los hombros de ella. Para cuando cierra el mueble, Ross ya está al otro lado de la mesa fingiendo que no se han tocado.
– Ross -le reprocha.
– Lo siento -murmura, buscando un sitio donde esconder su mirada.
– ¿El qué? -¿Haberla tocado o haberse apartado? En lugar de avergonzarlo esperando una respuesta, dice-: ¿Por qué no intentamos llevarnos bien? Ya hay demasiada gente aquí lanzándose al cuello los unos de los otros.
Habla en voz baja para asegurarse de que Woody no la oiga sobre el estrépito de libros del tercer carro que carga esta noche. Cuando ella misma escucha sus palabras desea que Ross tampoco las haya oído. Se da la vuelta para echarse el café y para evitar recordar los mordiscos cuyo sabor aún conserva en la boca. La cafetera emite un ruido extraño cuando pone las tazas en la mesa.
– Es decir, ¿podemos olvidar el pasado? No tiene por qué afectarnos, ¿no? No hay razón por la que no podamos ser amigos.
– Pensé que lo éramos -dice Ross, atreviéndose a levantar la cabeza de su taza para mirarla a la cara.
– Eso es bueno -dice, y la sensación de que sus ojos no revelan todo lo que siente la incita a añadir-: ¿No crees?
– Ya te lo he dicho. Pero olvidar puede ser duro.
No cabe duda de dónde ha ido a parar su pensamiento.
– No te pediría que te olvidaras de Lorraine.
– Me alegro -y no parece hacerlo antes de hacer una pausa y decir-: Debería haber ido tras ella. Podría seguir viva.
– No fue culpa tuya. Nadie podría decir lo contrario. No pudiste hacer nada.
– Debería haber ido de todos modos. Solo los cobardes culpan a otros cuando podrían haber hecho algo más.
Su mirada se demora en ella unos instantes.
– ¿Intentas decirme que yo pude? -espeta Mad.
– No, por supuesto que no. En absoluto. Bueno…
– A ver si lo entiendo. Me acabas de decir que no fuiste un cobarde.
– Quizá si hubieras aparcado delante como Agnes…
– ¿Qué? ¿Y qué si lo hubiera hecho, Ross?
– Quizá el que robó tu coche no hubiera tenido ocasión de hacerlo.
– ¿Me estás diciendo que lo hubiéramos visto con todo esta niebla? -La mano que estaba a punto de agarrar el café se agita como si estuviera señalando las paredes. Su sugerencia no es nueva para ella, pasa las noches en vela dándole vueltas-. Ni siquiera Agnes aparca tan cerca para que pueda verse -dice intentando convencerle a él y a sí misma.
– Ya es hora de que todos lo hagan. -Da un sorbo al café y casi lo escupe de vuelta a la taza-. Vaya, está fuerte.
Mad da un sorbo, suficiente como para notarlo.
– Au, tienes razón. ¿Quién lo ha hecho?
– Yo.
La voz de Woody es tan alta que por un momento cree que está usando los altavoces. Advierte que Ross piensa que todo lo que han estado diciendo ha podido oírlo Woody desde el almacén.
– ¿Te sabe a rancio? -le susurra con las manos ahuecadas en la boca.
El sabor del café es tan fuerte que no puede distinguir nada más. Está a punto de arriesgarse a darle otro sorbo cuando el estrépito de libros sobre madera cesa y Woody aparece en la puerta del almacén.
– Creí que ayudaría al equipo a mantenerse despierto.
Es la viva imagen del insomnio, aunque sus labios dejan entrever sus dientes en una sonrisa que se empeña en afirmar su frescura. Su camisa azul oscura está tan arrugada que podría asegurarse que ha dormido con ella puesta, y la última vez que se afeitó se dejó un poco de pelusilla en el mentón. Sus ojos brillan como dos heridas en carne viva. Mad piensa que les va a obligar a beber el brebaje, pero sin embargo dice:
– ¿Quién se lanza al cuello de quién?
¿Cuántas veces la van a traicionar sus palabras? Le gustaría poder deshacerse de ellas.
– No pensaba en nadie en particular -dice, por si acaso.
– Pues ha sonado como si fuera así.
Sabe que eso no se aleja de la verdad, pero es cosa de Woody averiguarlo; no va a meter a nadie en problemas.
– No, estaba exagerando -replica, esperando que sea verdad.
– Debo tener cuidado con las personas que pongo a trabajar juntas, no obstante, ¿tengo razón?
– Eso es cosa tuya.
– Al menos vosotros estáis bien juntos. Por supuesto, solíais… -Su sonrisa se agita y su mirada parece hundirse en sus ojos-. Pero entonces vosotros… -Hay otra pausa para que su sonrisa dude entre ser contrita, divertida, o ambas cosas-. Cielos, pido disculpas. No pensaba. ¿Os gustaría que me quedara mientras estáis por aquí?
– No hay necesidad -dice Mad. La primera palabra ha sido a coro con Ross.
– Supongo que he conseguido uniros, ¿eh? -dice Woody; su presencia convierte la estancia en un lugar agobiante una vez que añade-: Os quedan unos minutos más. Os dejo.
– Ya he tenido bastante -murmura Ross cuando oye el carro camino del montacargas.
Mad asume que no se refiere solo al café que tira por el fregadero. No está segura de estar incluida, pero no puede evitar sentirlo así ya que Ross se aleja por las escaleras sin mirarla siquiera. No le importa, por supuesto. Da sorbos a su café y lamenta no tener un libro para leer, aunque no se le ocurre ninguno que le apetezca. No hay ninguno en la sala de empleados; no recuerda la última vez que vio a alguien leyendo. Podría echar un vistazo en el almacén, pero no le apetece ver a Woody.
– Si buscas libros, Nigel, coge estos -le oye decir junto al montacargas-. Iré por algunos más.
En vez de eso, vuelve a la sala de empleados.
– Supongo que tengo derecho a un descanso -dice-. Cuando acabes puedes ayudar a Nigel a archivar.
Mad se prepara para soportar su compañía, pero Woody entra en su despacho. Cuando vuelve a intentar probar el café, le oye hablar. ¿Está diciéndole que su descanso ha terminado? Por su tono está claro que habla con alguien. Su esfuerzo por distinguir las palabras provoca que vea las paredes moverse como la niebla, pero eso es solo fruto de la falta de sueño. Siente la cabeza frágil y rebosante de electricidad estática.
– Así es como nos gusta, chicos. No paréis ahí abajo -le oye decir.
Debe de estar dirigiéndose al monitor de seguridad, pero no le agrada estar allí sola con su voz.
– Ponedle ganas o tendré que llamaros la atención -dice-. Eso es, seguid ocupándoos de todos esos libros. -Obviamente así es como ve las imágenes de la pantalla, y no es de extrañar si ha dormido tan poco como ella sospecha. Sigue sorbiendo café, más rápido de lo que a su cuerpo le gustaría, cuando le oye decir-: Eh, vas en cabeza. Eres el mejor.
Esta vez no es solo la frase lo que la molesta. ¿Cómo no pudo notar antes el eco? Parece repetir solo sus tres últimas palabras, y suena más que apagado; soterrado, se atreve a pensar. Quizá Woody se ha dado cuenta y se ha acercado al lugar de su despacho que produce tal efecto porque cuando vuelve a hablar la extraña y espesa voz no sigue a sus palabras sino que las subraya.
– Eres el mejor, está claro.
Si no se encuentra delante de la pantalla, ¿a quién va dirigido ese comentario? Tiene que pensar que habla para sí, y no es precisamente una idea que le anime a seguir allí. Traga un poco de café y tira el resto por el fregadero. Limpia la taza y la deja secando. Al bajar por las escaleras oye de nuevo a Woody. ¿Habla ahora entre sueños? Podría decir que el eco, que suena más subterráneo que nunca, está a punto de absorber su débil voz, pero eso no tiene sentido. Cuando regresa a la zona de ventas se pregunta si debería hablarle a Connie, Nigel o Ray de su comportamiento, pero se da cuenta de un descuido: tiene que recoger los libros que los hombres de los sillones dejaron en ellos.
Los dos grandes volúmenes son de Textos Diminutos. Uno se llama A de ardilla; el otro A de araña. ¿Se confundirían los pequeños lectores si vieran ambos? No hay duda de que serían lo bastante pequeños para aceptar la sonrisa de la ardilla y la de la araña, especialmente porque la ardilla es un dibujo muy simple. Al menos serían demasiado jóvenes para conocer otras palabras que empiezan por la misma letra, como abismo, acusación, agonía, alienígena, ataque… Mad no tiene ni idea de por qué estas y otras palabras se le pasan por la cabeza. Se coloca los libros contra el pecho y hace ademán de colocarlos en el estante superior del primer mueble, pero casi los tira al ver el estante inferior.
En lugar de gritar, se muerde los labios. Algunos de los libros de dibujos están boca abajo, otros medio sacados para afuera, y hay un par encima del resto. Sabe que no dejó ninguno de sus estantes de esa manera, jamás lo habría hecho. Pone los libros sobre la letra a en su lugar, justo al principio de su sección.
– ¿Quién me está ayudando? -grita.
Algunas cabezas se giran para mirarla o parpadear en su dirección. Como no sabe quién es el culpable, todos parecen bustos descerebrados tras los estantes. Cuando otras cabezas surgen de detrás de los muebles se le viene a la mente la imagen de unas marionetas alzadas por hilos o por una mano en su interior.
– Repite eso, Mad -dice Connie-. ¿Necesitas ayuda?
– No de quien estuviera en mi sección durante mi ausencia.
Connie levanta las cejas al mismo ritmo con el que aprieta sus labios rosados.
– Connie y Jill al descanso, por favor. Supongo que eso no traerá problemas. -La acotación la dice en voz más baja, presumiblemente para sí, y luego vuelve al ataque-: Connie y Jill.
– Ve, Jill. Subiré cuando acabe con esto. -Connie se vuelve a Mad de nuevo-. No te entendemos, Mad. Nadie ha estado ahí. Todos hemos estado muy ocupados.
– Demasiado ocupados para ver lo que alguien ha hecho, te referirás. Echa un vistazo.
¿Han alborotado alguna parte más de su sección? Mad mira por sus estantes para comprobarlo, frustrándose al no detectar ningún otro síntoma de caos. Es como un anticlímax tener que volver al principio, por muy fieramente que diga:
– Mira esto.
Solo Jill se acerca, y porque va de camino a la sala de empleados.
– Oh, Mad, después de trabajar tanto -dice, pero también añade-: Yo no lo hice, y no vi a nadie hacerlo, en serio.
– Por una vez, tengo que estar de acuerdo con Jill. Creo que hablaba por todos nosotros -dice Connie una vez se ha cerrado tras Jill la puerta que conduce a la sala de empleados.
Todos asienten, y no mejora las cosas el hecho de que algunos parezcan no querer hacerlo realmente.
– ¿Qué estás sugiriendo? -prorrumpe Mad cuando todos la miran.
– Creo que fuiste tú quien lo hizo. -Connie avanza con el ceño fruncido hacia el estante y murmura-: Arréglalo y no armes tanto jaleo. Espero que vuelvas a coger el ritmo en poco tiempo, eso es todo.
Mad siente su cerebro encogiéndose por la poca fuerza de la explicación. Una ola de calor mezclada con frío, que también puede ser cansancio, la invade mientras se abstiene de hablar hasta que Connie abandona la sala.
– Si no fue nadie de nosotros, eso debe de significar que hay alguien aquí que no es parte del equipo.
Demasiadas miradas y expresiones de recelo aparecen frente a ella.
– ¿Qué quieres que hagamos? -dice Ross, y eso le gusta aún menos.
– Necesitamos volver a buscar. Buscar de verdad y no solo sonreír todo el tiempo como payasos. Empecemos por los lados y encontrémonos en el medio, y si hay alguien aquí no tendrá escapatoria.
Ross parece inclinado a darle su apoyo. Se retira a la sección de vídeo y discos compactos, y se coloca contra la pared, entonces Angus se pone en movimiento y se coloca frente al mostrador. Al momento siguiente, Agnes enfila hacia la sección de Literatura, junto al escaparate.
– Bueno, ya que estáis todos de acuerdo -dice Nigel-, acabemos con esto si eso va a dejaros a algunos más tranquilos.
– No es su descanso -objeta Ray-. No es bueno que se desperdiguen por ahí.
– No creo que tengan ocasión de hacer eso.
Greg se acerca a una pared, la más alejada posible de Jake.
– Estoy listo -anuncia en un tono cercano a la reprimenda.
Ray y Nigel se dan la espalda y comienzan a alejarse el uno del otro como dos duelistas. Nigel es el primero en alcanzar una pared y darse la vuelta.
– Allá vamos -dice-. Asegurémonos de que nadie pueda decir que pasamos algún lugar por alto.
Mad asume que eso va por ella y por todos los que la han apoyado. Se siente nerviosa y estúpida al mismo tiempo. ¿Qué espera que encuentren? Si un crío estuviera escondido en la tienda no hubiera podido mantenerse en silencio todo este tiempo, y ¿quién iba a empeñarse en esconderse y desordenar los libros sino un crío? Si por casualidad un intrusito antinaturalmente silencioso hubiera sido capaz de no ser visto, si quizá está gateando hacia la salida y es tan poco inteligente de no saber que por ese camino no hay escapatoria… la posibilidad la deja más intranquila de lo que es capaz de comprender. Comienza a dar pasos laterales a lo largo de la pared del fondo, Angus hace lo propio por el mostrador, para que nadie pueda escabullirse por los pasillos entre ellos. Un débil sonido de violines aporta un incansable acompañamiento que le provoca una sensación de enredo de cuerdas en el cerebro. Trata de acordarse de respirar mientras le repite el café, amargando su boca y dejándola con un sabor a rancio. No puede evitar sentirse asustada de que alguna figura salga disparada por un pasillo, pero solo grita cuando Jake lo hace.
– ¿Qué ha sido eso?
– Dios santo, no chilles tanto -le dice Greg-, nos vas a provocar a todos una jaqueca.
– Mirad allí, rápido -insiste Jake, agitando una mano en dirección a un pasillo cercano-. Se ha ido por ahí. Seguidlo. -Al principio Greg está muy ocupado mostrando su animadversión por los gestos de Jake, pero avanza hasta el final del pasillo que este bloquea-. ¿Dónde está? -grita Jake-. No se movía con rapidez y no ha salido por este lado.
– ¿Qué intentas decirnos que has visto?
– Una especie de cosa, una cosa gris bajita. Se asomó y volvió a esconderse cuando la vi, como una babosa encogiéndose cuando la tocas.
– No creo que nadie se sorprenda de comprobar que no hay ni rastro de nada parecido a eso.
– Te estoy diciendo que vi algo -insiste Jake agudizando su tono.
– Entonces dinos dónde fue.
– ¿Qué es esa mancha? -pregunta Jake, y Mad no está segura de si esa es su respuesta a la cuestión anterior.
– No sé. Quizá tú sabes más de esas cosas que yo.
Mad no tiene ningunas ganas de mirar, pero es la siguiente en hacerlo después de comprobar los pasillos con Angus. En el espacio entre Greg y Jake hay una decoloración grisácea de alrededor de unos treinta centímetros. Sin duda porque Jake le ha metido esa idea en la cabeza, le recuerda a la marca que dejaría una babosa o más bien un grupo de ellas.
– ¿Qué te estás inventando ahora, Jake? -inquiere Greg-. ¿Se ha derretido? ¿Se ha metido en el suelo?
– Estaba allí -responde Jake al ataque-, lo habrías visto si no hubieras estado quejándote de tus pobres y delicados oídos, incapaces de soportar a nadie que muestre sus sentimientos.
– Lo que no puedo soportar es a los hombres que no suenan como tales.
– No me sorprende que la gente haya comenzado a imaginar cosas -dice Agnes después de la perorata de Greg-. Otros de nosotros empezaremos a hacerlo por culpa de la falta de sueño.
Mad asume que Agnes les está ofreciendo a Jake y a ella una excusa. El resto de los empleados han convergido en el pasillo, después de examinar el resto de la tienda sin éxito. ¿Va a insistir Mad en la idea de que hay un intruso? ¿Qué razón había para desorganizar un estante de libros? Lo único que ha conseguido es aislarse a sí misma y a Jake del resto, si es que permiten que eso suceda.
– ¿Ya está todo el mundo feliz? -desea Nigel en voz alta.
– ¿Todos satisfechos? -añade o traduce Ray.
Jake mira a Mad pero retira su expresión. Tiene que haberse olvidado de ordenar ese preciso estante; ninguna otra cosa tiene sentido.
– Supongo -dice Mad por los dos.
Jake se da la vuelta impulsado por su propio encogimiento de hombros.
– Alguien debe decirme a qué estáis jugando ahí abajo -salta la voz de Woody desde varios de sus escondrijos.
Ray y Nigel van en busca de un teléfono, y Nigel llega antes.
– Algunos pensamos que tendríamos que haber echado un buen vistazo antes de cerrar -informa al aparato.
– Querrás decir que yo tenía que haberlo hecho -dice Woody a toda la tienda.
– Todos. No dejas de decir que somos un equipo.
– ¿Entonces qué ha decidido el equipo?
– Estamos aquí a nuestra suerte.
– Vale. No me importa si todos os reís de ello por esta vez. ¿Qué hay que hacer para alegraros? Eh, os diré algo que lo conseguirá; casi es Navidad. Eso hará que pronto haya más clientes.
Mad piensa que eso debería de haber empezado a ocurrir hace semanas, y quizá Nigel también se calla ese pensamiento.
– ¿Todavía no hay sonrisas? -vocifera Woody en todas direcciones-. Lo que necesitamos es un cargamento de buena voluntad.
Nigel se queda clavado en el sitio, como si lamentara haber sido el primero en llegar al aparato, hasta que Woody dice:
– Ross, pilla un disco de música navideña. Puedes apuntarlo en mi cuenta.
Ross pasa tanto tiempo junto a las estanterías de discos compactos que Mad pierde los nervios por la impaciencia. Al fin, le lleva a Nigel una copia del Disco de Santa, que no hubiera sido el que ella hubiera elegido. Y qué más da; cuando Nigel silencia a Vivaldi, no sale ningún sonido.
– Intentémoslo con otro -dice con prisas.
Esta vez Ross acaba por elegir Festival de villancicos, el que hubiera escogido Mad desde el principio. El problema es que tampoco funciona, y cuando Nigel lo sustituye por Vivaldi, este también permanece en un silencio similar al movimiento de la niebla en el exterior.
– ¿Qué pasa ahora? -pregunta Woody mientras Nigel vuelve a apretar los botones.
Nigel coge el auricular sin dejar de pulsar los controles del reproductor, como si fuera un perro atado con el cordel del teléfono.
– Algo se ha estropeado. No reproduce nada.
– Entonces no malgastes más tiempo. ¿Por qué no elegís algunas canciones navideñas y las cantáis mientras trabajáis?
– Como esclavos que somos -comenta Agnes.
– ¿Qué fue eso? ¿Qué es lo que ha dicho, Nigel?
– No me he enterado bien -murmura Nigel después de dudarlo durante un momento.
Greg se aclara la garganta con una elocuencia que puede tener la esperanza de comunicarle algo a Woody. No debe de alcanzar bien a su destinatario, pues Woody dice: -Supongo que quizá está pensando que debería unirme a vosotros en lugar de deciros todo el tiempo lo que tenéis que hacer, ¿tengo razón? Aquí va una canción para poneros de buen humor.
Mad duda que sea la única dominada por la aprensión cuando Woody emite un amplificado suspiro. Cuando empieza a cantar, no le sorprendería que nadie supiera adonde mirar. Interpreta la canción a plena voz o bien con su boca pegada al auricular; el tremendo sonido hace temblar los altavoces. Entre las características menos agradables de su actuación está el hecho de que no recuerda la mayoría de las letras, limitándose principalmente al deseo de que nieve. Mad se pregunta si preferiría eso a la niebla.
– Eh, se supone que esto no es un solo. No me digáis que no conocéis la canción. Sonaba en una película que muchos debéis de haber visto.
– Para ser honestos, y no sé qué pensarán los demás -dice Nigel-, creo que trabajaremos mejor si no cantamos.
Todos menos Greg dejan patente su conformidad.
– No mováis así la cabeza u os quedareis dormidos -dice Woody con una sonrisa de intención desconocida-. Quizá debería daros una serenata.
El tenso silencio que esto provoca es interrumpido por el ruido del pestillo de una puerta. Connie sale a toda prisa de la sala de empleados, seguida por Jill. Ambas parecen tratar de evitar que se note que ha sido la voz de Woody la que las ha propulsado escaleras abajo. Durante un momento, la voz se acalla con un rugido de electricidad estática.
– A trabajar otra vez -se siente incitado a gritar Ray.
Nigel claramente piensa que no había necesidad de decirlo o que era él quien debía hacerlo. Vuelve a Humor mientras el resto de empleados se aleja de la mancha del suelo. ¿Van todos a ignorar el comportamiento de Woody? Mad no quiere perder la ocasión de sacar el tema.
– ¿Oísteis algo raro cuando estabais arriba? -pregunta.
– Eso no tiene gracia -dice Connie.
– Me refiero aparte de lo que todos hemos oído.
– Yo no. -Ross piensa que debe dejar eso claro.
– Fue después de que me dejaras sola allí. Woody… hablando solo -dice, y las últimas palabras expresan menos de lo que le gustaría.
– Quizá ha decidido que es la mejor manera de evitar discusiones -apunta Nigel.
Ray lo mira duramente desde el otro lado de la sala.
– Lo hubiéramos oído si fuera así. No se habló nada más allí arriba.
A Mad le da la impresión de que Angus pretende evitar una disputa diciendo: -Me alegro de que dejara de cantar. Esa canción no me avivó ningún espíritu navideño.
– Solo intentaba hacernos sonreír -objeta Greg-. ¿Qué le pasa a la canción, demasiado americana para ti?
– Demasiado relacionada con esa película de Bruce Willis con tanta violencia gratuita.
– A mí esa película me pareció la leche -opina Ray-. Debí de dejarme el cerebro en casa.
Esta vez es Nigel el que lanza una mirada elocuente al otro lado de la sala.
– ¿Qué te pareció a ti, Greg? -se interesa Jake entretanto.
– El heroísmo no tiene nada de malo. Solo intentaba salvar a su mujer y sus compañeros de trabajo.
– ¿No es esa en la que salía todo el tiempo con la camiseta sudada? Y casi nos hiciste creer que no te iban esas cosas.
El rostro de Greg se tensa y colorea, y Mad desea una interrupción, incluso Woody pidiendo sonrisas podría valer. Los altercados han espesado el ambiente, es punzante, sofocante… es incapaz de decidir si está acalorada por la rabia o fría por el odio. Cuando Greg finaliza la confrontación plantando un libro en un estante que provoca un ruido similar al de un garrotazo, Mad intenta hacer algo con el caótico orden de sus libros. Desea que todos estén demasiado concentrados en su trabajo para poder recuperar un poco la calma.
– Espera, no pongas nada en mis estantes. No tengo espacio -se queja Ross.
– Yo también necesito el espacio -protesta Angus-. De todos modos, no son ni tuyos ni míos, son de Gavin, cuando vuelva al trabajo claro.
– No me digas que Angus está mosqueado -exclama Ray, aparentemente para Nigel-. No vamos a sufrir ninguna clase de violencia sin sentido, espero. En serio, daros la mano y reconciliaos.
Ross finge ignorarlo, pero solo consigue más provocación por parte de Angus.
– Si no me dejas algo de espacio -le murmura a Angus-, tendré que mover los libros hasta el final del pasillo.
– Lo mismo te digo si no paras de darme la lata. Lo siento, tienes que alejarte de mi zona.
– Niños -dice Jill, asomando la cabeza por sus estantes y meneándola-. No merece la pena discutir sobre ello. ¿Ayudo a uno de vosotros y que otra persona ayude al otro?
La única respuesta a esto la suministra Connie.
– Tienes una enorme propensión a decirle a todo el mundo que son como niños, ¿verdad Jill?
– Quizá solo alguien que los tenga puede hacer tal cosa -dice Ray.
Al principio Nigel se limita a mirarlo, pero luego estalla.
– El resto de nosotros está ciego, ¿no es así? Aquellos que deseamos tenerlos y no podemos debemos ser de la peor calaña.
– No sé por qué has compartido eso con nosotros, Nigel. Es la primera noticia que tenemos de tu problema, ¿no es así?
Mad oye un gruñido sordo, no necesariamente de conformidad, que no puede localizar.
– En ese caso me disculpo por cualquiera al que haya podido molestar -dice Nigel-. Dejemos nuestras vidas privadas en casa, así trabajamos en Textos.
– Así deberías ser -algo más que murmura Greg.
– Déjalo ya, Greg -le advierte Ray-. No necesitamos oírte un minuto sí y otro no.
Una masa de tácita conformidad se masca en el ambiente y se torna tan cálida e incómoda como debe de estar el rostro de Greg, por no decir el resto de su anatomía. En lugar de mirarlo, no para de sacar libros del desordenado estante.
– Mi oferta sigue en pie si alguien quiere participar -dice Jill.
– En cuanto acabe con esto lo hago.
– No importa, Mad. Sabemos que tu sección tiene que estar perfecta antes de que ayudes a nadie.
Es la última persona que hubiera esperado que discutiera con ella. ¿Está diciendo lo que todos realmente piensan? ¿Si Mad se diera la vuelva los vería a todos mirándola resentidos antes de dedicarle una sonrisa falsa? Al ponerse de rodillas, siente al mismo tiempo como si se escondiera del escrutinio y este a su vez la hundiera; tiene la certeza de que está siendo observada. Debe de ser Woody desde el monitor. Quizá está a punto de preguntar cuál es el último problema en surgir, en tal caso Mad no se sorprendería si la culparan a ella. Pero es Jake quien termina con la pausa que parece silenciada a causa de la niebla.
– Te echaré una mano. ¿Dónde la quieres, Angus?
– Podrías empezar al final del todo y darme todo el espacio que puedas.
– Apuesto a que no eres el único aquí al que le gustaría eso. No te angusties, haré todo lo posible para hacerte hueco.
Greg se aclara la garganta tan salvajemente que le falta poco para escupir, y entonces la tienda resuena por el clamor de montones de libros recolocándose. La resonancia parece extenderse por las rodillas de Mad; imagina el suelo siendo removido por una enorme fuerza bajo él. O el café ha fallado en su misión de despertarla tanto como esperaba, o la vigilia está afectando a sus nervios. Trata de ignorar el temblor en staccato y coloca los últimos libros. Caben justos, pero tan apretados que se pregunta si algunos niños pequeños tendrán fuerza para sacarlos. Alarga la mano para coger el primer libro del estante y colocarlo en el superior, cuando le distrae la sombra a los pies de la estantería.
Le recuerda a la mancha encontrada por Jake, excepto que esto se mueve. Se está extendiendo, porque no es una sombra sino humedad rezumando del estante inferior. Aparta media docena de libros para darse cuenta de que la humedad está bajo ellos. Está bajo todos los libros; no, sale de ellos. Abre el libro de encima del montón que ha puesto en el suelo, y se encuentra con la sonrisa de un payaso, tan amplia como sus sonrosadas y carnosas mejillas. Se le están corriendo los colores, su contorno se está difuminando, y las dos primeras letras de la solitaria palabra en el lado izquierdo de la página se han convertido en una extraña y analfabeta d mayúscula.
Hojea el resto del libro y alguno de los otros. Las demás imágenes están incluso más desfiguradas. Se tambalea para ponerse en pie, con el primer libro en la mano, aunque no le gusta tocar ninguno de ellos; parecen reblandecidos por la furtiva humedad, a punto de desintegrarse entre sus manos. Nadie la mira siquiera cuando va hacia arriba. El interior de su cabeza parece estar siendo serrado por el incesante repiqueteo de decenas de libros, y hay un regusto rancio en su boca. Está intentando decidir a quién le resultaría menos desagradable acercarse, quién es más probable que no reaccione como si le estuviera haciendo un favor al prestarle atención, cuando la voz hinchada y bramante de Woody se añade a la maraña de sonidos, que se ahogan ante ella.
– ¿Podéis subir un par de vosotros a echar un poco de músculo por aquí? Algo pasa con mi puerta.