Capítulo 29

El capitán Émeri entró en la habitación y sacudió el brazo a Adamsberg, con el rostro descompuesto.

– Mortembot acaba de encontrar a su primo Glayeux muerto, asesinado.

– ¿Cuándo?

– Aparentemente, esta noche. La forense está en camino. Y no sabes lo peor, tiene la cabeza partida. Con un hacha. El asesino vuelve a su primer método.

– ¿Hablas del padre Vendermot?

– Claro, está en el origen de todo. Quien siembra barbarie cosecha bestialidad.

– Tú no estabas aquí cuando mataron a ese tipo.

– Es igual. Pregúntate por qué no detuvieron a nadie en esa época. Por qué quizá no quisieron detener a nadie.

– ¿Quiénes no quisieron?

– Aquí, Adamsberg -dijo Émeri con dificultad, mientras Danglard se llevaba a Valleray, con el torso desnudo-, la verdadera ley, la única ley, es la que desea el conde de Valleray de Ordebec. Derecho de vida y muerte sobre sus tierras y mucho más, si supieras…

Adamsberg dudó, recordando las órdenes que había recibido la noche anterior en el castillo.

– Constata tú mismo -añadió Émeri-, ¿Necesita a tu prisionero para curar a Léo? Lo tiene. ¿Necesitas una prórroga para tu investigación? La obtiene.

– ¿Cómo sabes que me han dado una prórroga?

– Me lo ha dicho él. Le gusta dar a conocer la extensión de su poder.

– ¿A quién habría protegido?

– Siempre se pensó que uno de los críos había matado al padre. No olvides que encontraron a Lina limpiando el hacha.

– Ella no lo oculta.

– No puede, se dijo en la investigación. Pero pudo limpiar el hacha para proteger a Hippo. ¿Sabes lo que le hizo su padre?

– Sí, los dedos.

– Con el hacha. Pero Valleray también podría haberse encargado de matar a ese demonio para proteger a los críos. Supón que Herbier lo supiera. Supón que se hubiera puesto a hacer chantaje a Valleray.

– ¿Treinta años después?

– El chantaje pudo empezar hace años.

– ¿Y Glayeux?

– Una pura puesta en escena.

– Supones que Lina y Valleray se entienden. Que anuncia el paso del Ejército para que Valleray pueda deshacerse de Herbier. Que el resto, Glayeux, Mortembot, sean un simple decorado para hacerte buscar a un demente que cree en la Mesnada Hellequin y ejecuta las voluntades de su señor.

– Encaja, ¿no?

– Quizá, Émeri. Pero yo creo que existe realmente un demente que teme al Ejército. Ya sea uno de los prendidos que trata de salvar el pellejo, o un futuro prendido que trata de congraciarse con Hellequin haciendo de sirviente.

– ¿Por qué lo crees?

– No lo sé.

– Porque no conoces a la gente de aquí. ¿Qué te ha prometido Valleray si sacas a Léo de ésta? ¿Una obra de arte acaso? No cuentes con ella. Siempre lo hace. ¿Y por qué quiere a toda costa que se cure Léo? ¿Te lo has preguntado?

– Porque le tiene cariño, Émeri, lo sabes.

– ¿O para saber qué es lo que sabe ella?

– Joder, Émeri, acaba de estar a punto de desmayarse. Quiere casarse con ella si sobrevive.

– Le convendría. El testimonio de una esposa no vale nada ante la justicia.

– Decídete, Émeri. ¿Sospechas de Valleray o de los Vendermot?

– Vendermot, Valleray, Léo, son el mismo batallón. El padre Vendermot y Herbier son la cara diabólica. El conde y los niños, la cara inocente. Mezclas ambas y obtienes una maldita calaña incontrolable.


Загрузка...