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Gideon alargó la mano invadido por un mal presentimiento y cogió la carpeta. El nombre que figuraba en las radiografías había sido cuidadosamente borrado.

– ¿Qué demonios es esto? ¿De dónde las han sacado?

– Provienen del hospital donde le curaron la herida de cuchillo.

– ¿Qué se supone que significa todo esto?

– Cuando lo ingresaron para curarle la herida le hicieron las pruebas de rigor, placas, resonancias, análisis de sangre y todo lo demás. Dado que usted sufría entre otras cosas una conmoción, buena parte de las exploraciones se centraron en su cabeza, y los doctores hicieron lo que se llama un «curioso descubrimiento». Le diagnosticaron una malformación arteriovenosa; más concretamente, una dolencia llamada «malformación aneurismática de la vena de Galen».

– ¿Qué diantre es eso?

– Se trata de una red anormal de venas y arterias cerebrales que afectan a la gran vena de Galen. Normalmente es una dolencia de tipo congénito que no se manifiesta hasta pasados los veinte años. A partir de entonces, se… Digamos que se hace notar.

– ¿Es peligrosa?

– Mucho.

– ¿Y hay algún tratamiento?

– En su caso, la malformación venosa se halla dentro del círculo de Willis, en lo más profundo del cerebro, de modo que es imposible operar. No solo eso, también tiene efectos inevitablemente mortales.

– ¿Mortales? ¿Cómo? ¿Cuándo?

– En su caso, las estimaciones más optimistas le dan un año de vida como mucho.

– ¿Un año? -jadeó. Mientras intentaba recobrar el aliento para formular la siguiente pregunta notó el gusto de la bilis en la boca.

– Hablando en términos estadísticos -prosiguió Glinn con la mayor frialdad-, la posibilidad de que siga vivo dentro de doce meses será de un cincuenta por ciento; dentro de dieciocho, del treinta; y de veinticuatro, del cinco. En estos casos, el final suele llegar muy deprisa y sin aviso previo. Prácticamente no se registran síntomas ni nada alarmante hasta que llega el momento. Por otra parte, la enfermedad tampoco requiere tratamiento ni nada que suponga una restricción de la actividad normal. En otras palabras, llevará una vida normal durante aproximadamente un año y después morirá muy deprisa, de manera fulminante. Su enfermedad es incurable y, como ya le he dicho, no hay tratamiento alguno. No es más que uno de esos destinos trágicos.

Gideon miró fijamente a Glinn. Aquello era una monstruosidad. Sintió que una rabia incontrolable se apoderaba de él y se puso en pie de un salto.

– ¿Qué es esto? ¿Chantaje? Si creen que de esta manera me obligarán a participar en su maldito juego es que están locos. -Miró el expediente médico-. ¡Toda esta mierda es una mentira! De ser esto cierto me lo habrían dicho en el hospital. Ni siquiera sé si estas radiografías son mías.

– El hospital no le contó nada porque nosotros se lo pedimos -explicó fríamente Glinn-. Les dijimos que se trataba de un asunto de seguridad nacional. Queríamos tener una segunda opinión, de modo que entregamos el informe al doctor Morton Stall, del Mass General de Boston. Es el mayor experto mundial en esta dolencia. Él nos confirmó tanto el diagnóstico como la prognosis. Créame, nosotros nos sentimos tan abatidos como usted al saberlo. Le teníamos reservados grandes planes.

– ¿Qué sentido tiene decirme todo esto ahora?

– Doctor Crew, debe creerme cuando le digo que cuenta con toda nuestra simpatía -repuso Glinn en tono compasivo.

Gideon lo miró, respirando entrecortadamente. Tenía que ser un error o algún tipo de montaje.

– No le creo.

– Hemos examinado su estado con todos los medios a nuestra disposición. Habíamos planeado contratarlo, ofrecerle un puesto permanente en la empresa, pero ese terrible diagnóstico nos puso en un apuro; estábamos debatiendo qué debíamos hacer cuando nos enteramos de lo de Wu. Se trata de una emergencia de seguridad nacional de primer orden. La única persona que conocemos capaz de llevar a cabo con éxito la misión, especialmente con tan poco tiempo, es usted. Por eso se lo estamos exponiendo todo de golpe, no crea que no lo lamento.

Gideon se pasó una temblorosa mano por la frente.

– Su sentido de la oportunidad es una mierda.

– Lo siento, no existe sentido de la oportunidad ante una enfermedad terminal.

Su enfado se esfumó tan rápidamente como había aparecido. El horror de la situación se le hizo patente. ¡Había malgastado tanto tiempo!

– Al final -continuó Glinn-, no tuvimos elección. Nos encontramos ante una emergencia. No sabemos qué pretende Wu, pero no podemos dejar pasar la oportunidad. Si usted no acepta, el FBI se hará cargo y montará su propia operación. Están demasiado impacientes y le aseguro que será un desastre. A usted le corresponde decidir, Gideon. Tiene diez minutos, y ruego al cielo para que diga que sí.

– Todo esto es un jodido cuento. No puedo creerlo.

Silencio. Gideon se levantó y caminó por la sala.

– No me gusta nada de esto. No me gusta la forma como me han hecho venir hasta aquí para soltarme toda esta mierda. ¡Y encima tienen la desfachatez de pedirme que trabaje para ustedes!

– No es así como lo había planeado.

– ¿Un año? ¿Eso es todo, un maldito año?

– En el expediente hay un gráfico con los índices de supervivencia. No son más que frías estadísticas de probabilidad. Podrían ser seis meses o un año. Dos a lo sumo.

– ¿Y no existe tratamiento alguno?

– Ninguno.

– Necesito una copa. Un whisky.

Garza pulsó un botón, y un panel se deslizó en la pared. Al cabo de unos segundos, Gideon tenía ante sí la bebida.

Tomó un sorbo y después otro, sintiendo cómo el abrasador alcohol penetraba en su flujo sanguíneo y lo atontaba. No le sirvió de gran cosa.

– Puede dedicar el año que le queda a pasarlo bien -comentó Glinn en tono desapasionado- viviendo a tope hasta el final. Pero también puede optar por otra cosa, por pasarlo trabajando para su país. Lo único que puedo hacer es ofrecerle la oportunidad.

Gideon apuró el vaso.

– ¿Otro? -le preguntó Garza.

Gideon lo rechazó con un gesto de la mano.

– Podría aceptar el trabajo que le propongo. Una semana, y después decidir. Al menos saldrá de esto con dinero suficiente para vivir el tiempo que le quede con relativa comodidad.

Hubo una pausa. Gideon contempló el expediente y después miró a Glinn.

– ¡Está bien, acepto el trabajo! -Apartó la carpeta de un manotazo-. Pero una cosa más. Voy a llevármela y hacer que la comprueben. Si descubro que me ha mentido iré a por usted personalmente.

– Muy bien -repuso Glinn, tendiéndole un segundo expediente-. Aquí tiene información y fotografías de su objetivo. Se llama Wu Longwei, pero también se hace llamar Mark Wu. Adoptar un nombre occidental es una práctica habitual entre los profesionales chinos. -Se recostó en su silla de ruedas y miró a Garza-. Manuel…

Este se adelantó y dejó ante Gideon un fajo de billetes de cien dólares con una mano y un Colt Python con la otra.

– Con este dinero cubrirá gastos -dijo Glinn-. ¿Sabe utilizar una pistola como esa?

Gideon se guardó el dinero y sopesó el arma.

– Me habría gustado más con el acabado satinado.

– Comprobará que este otro es más adecuado para el trabajo -repuso Glinn secamente-. Otra cosa: en ningún caso y por ninguna circunstancia debe intentar ponerse en contacto con nosotros mientras dure la operación. Si es necesario que nos comuniquemos, nosotros lo encontraremos. ¿Entendido?

– Sí, pero ¿por qué?

– Una mente curiosa constituye una cualidad admirable -repuso Glinn antes de volverse hacia Garza-. Por favor, Manuel, muestre la salida al doctor Crew. No hay tiempo que perder.

Mientras ambos se dirigían hacia la puerta, Glinn añadió:

– Gracias, Gideon, muchas gracias.

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